miércoles, 11 de julio de 2018

Paraiso de Metal (Rock Fest Bcn 2018, Jueves 05/07/18, Santa Coloma)

Todo aquel que ya haya ido a alguna (o a todas, como es mi caso) de las 5 ediciones del Rock Fest Bcn, sabe perfectamente que la experiencia que se vive allí es difícilmente olvidable. Carteles de ensueño, un sonido como es debido y un ambiente especial, distinto al que se vive en otros festivales. Uno para Heavys de verdad, repleto de Metal y bandas de buen gusto que satisfacen a cualquiera que se tome este rollo y esta música como algo más que una religión: como la única manera de vivir, como dicen esos grandes reyes. Los que me conocen saben que siempre he criticado a viva voz la mayoría de los festivales nacionales de Metal, y no sin razón. Han sido muchas las veces que nos la han jugado en toda la cara, sin disculpas y sin posibilidad de reclamación. Pero también es cierto que, con el paso de los años y siempre teniendo como espejo en el que mirarse a los festivales europeos (y sin haber alcanzado todavía ese nivel ni de lejos) la calidad de estos va mejorando poco a poco, y ya no vemos catástrofes tan alarmantes como la de aquel Metalwäy 2009, o la que se vivió en la misma Zaragoza el año anterior. A todo esto hay que añadirle unos carteles que van subiendo exponencialmente de categoría. En este sentido, ya tenemos poco o nada que envidiar a los festivales de fuera, que antes ganaban por goleada en cuanto a cartel, y hoy por hoy solo lo hacen en cuanto a organización (aunque por supuesto, para gustos siempre están los colores. En este 2018, había uno que superaba todo lo visto hasta ahora en este país, dejando incluso a algunos festivales europeos intocables a la altura del betún en cuanto a nombres gigantes: El Rock Fest Bcn.

Creo que es casi imprescindible comenzar a escribir estas líneas mientras los efectos secundarios del Rock Fest todavía están presentes, tanto en el cuerpo como en la mente. Y es que después de un festival tan brutal y apoteósico, son muchas las grandes sensaciones que quedan (y además, para toda la eternidad) y mucho dolor físico. La paliza a ver grupos fue enorme, y sé que voy a pasar al menos dos o tres días prácticamente enfermo, recuperándome de los tirones en el cuello y en las piernas, y del dolor extremo en las plantas de los pies, pero con una alegría y satisfacción casi indescriptibles, a la altura de tan increíble acontecimiento.

Por fin llegó el momentum, el 5 de Julio, para mí el día más importante y esperado de todo el año sin duda. Salimos de Reus para ir directos al hotel donde nos alojaríamos durante dos noches para hacer el check-in y dejar los bártulos, solo quedándonos con lo justo para la supervivencia básica, poca pasta, algo de comida y priva para el coche, las entradas y poco más.

El tema del aparcamiento es un tema muy a tener en cuenta por parte de la organización, ya que se les ha ido totalmente de las manos. Llegamos sobre las 15:00 y de aparcar en el parking habilitado, ni soñarlo, estaba directamente cerrado, colapsado, por lo que tuvimos que buscarnos la vida por el pueblo, también hasta los topes, hasta que el guarda del tanatorio nos dejó apalancar el coche en el parking (y por lo visto, se llevó una buena bronca por hacerlo). Este año llegamos al recinto de Can Zam, y la historia fue muy distinta a la del año pasado. Ni en el puesto de la venta de entradas, ni en el de poner las pulseras habían colas monstruosas, todo fluía con la velocidad que debe ser y la organización se había puesto las pilas para que nadie tuviese que perderse ninguna banda (como nos pasó el año pasado con Pretty Maids, que todavía me escuece…). Pillamos una de las mesas del exterior, con buena sombra, y nos zampamos un bocata (gloria bendita) con toda la tranquilidad del mundo mientras escuchábamos de fondo a los interesantes Born in Exile y a los casi discotequeros Amaranthe, que no me gustan nada.

Mi running order personal lo inauguraban los thrashers Tankard, mejor imposible. Con esta, ya van tres veces en directo, y sé de lo que hablo si digo que, en relación a los años que llevan de carrera, son una de las bandas más en forma del panorama actual. A la vista está con solo fijarse como se las gasta Gerre, su vocalista y mítica imagen de la banda, cada vez menos grueso pero no menos cervecero. Comenzando con The morning after y un clasicazo como Zombie Attack (que suelen llevar siempre en su setlist), y ya haciendo levantar los puños a la gente, el mismo se tiró un bote casi entero de birra en la cabeza y chutó el resto, así que ya podéis imaginaros la actitud con la que afrontó el concierto, con un calurón tremendo (aquello iba a ser un infierno… ya nos lo olíamos) pero sin parar de correr por todo el escenario y con una chulería fuera de toda duda. La cerveza volvía a la carga en forma de canción con R.I.B. (Rest in Beer), mucha traca y cada vez más peña acudiendo a verles a pesar de las horas intempestivas. El sonido todavía no estaba precisamente refinado. Los bajos en general sonaban muy fuertes y se echaba en falta más guitarreo y cohesión general. ¡¡Que este año no había excusa de tormenta la noche anterior!!. Otro tema muy coherente con la situación actual, Chemical Invasión, marcó el inicio de la retahíla imparable de clásicos, reivindicando que son una banda que toma el Metal muy en serio, y que se jodan las fan-bands con Rules for Fools, a parte de Rapid Fire (A tyrant’s elegy), que fue un trallazo en toda la yugular. Justamente del mismo disco, una que ha escalado posiciones hasta convertirse en fija, con bromas incluidas por parte del cantante, A girl called cerveza, thrash fulgurante y divertido. Solo he hablado del cantante, pero el resto de músicos no quedaron atrás, aprovechando cada centímetro del gigantesco escenario, con cabezazos, carreras y espectáculo en sus instrumentos. Todo fue una maquinaria perfectamente engrasada, que terminó con gritos de I wanna drink some Whiskey!!! (de Empty Tankard) entre risas y el gran ambiente que ya se respiraba desde el minuto uno.

Es nada más y nada menos que la tercera vez consecutiva que los suecos Eclipse forman parte del cartel de este Rock Fest Barcelona, y entre tanto grupo inmenso y tantas letras de oro, no podían faltar en esta edición 2018 para demostrar que su relativa juventud tiene energías para parar un tren. Cada concierto suyo es un valor seguro al 100%, uno nunca se equivoca con la banda de Erik Mårtensson, Magnus Henriksson & company. Y para demostrarlo, traían bajo el brazo un setlist no demasiado distinto de las últimas actuaciones, pero tan atractivo y variado como siempre, comenzando con Never Look Back, y Erik dándolo todo, a saco de acalorado pero corriendo como un poseso por el escenario, saludando a la peña y por fin cogiendo su palo de micro rojo, con toda la fuerza escénica que se puede esperar de un frontman de su categoría. Siguen con su gira “Monumentour 2018”, en referencia al último disco "Monumentum" y parece que no se cansan de nuestro país. Especialmente teta parece pasárselo el batería, que cada vez que nos visita suelta alguna frase tronchante en castellano, a parte de tocar de puta madre y con mucho estilo, suele ser la nota de humor en sus conciertos. Todos sus temas, en verdad, están cargados de sentimiento y buen rollo. En este caso, hubo una buena mezcla. Blood enemies, The Storm y Stand on your feet (“Armageddonize”), o la excelsa Wake me up, single del “Bleed & Scream” sonaron sin hacer total justicia a su calidad, ya que el festival continuaba arrastrando carencias sonoras importantes sin motivo aparente. La voz no se escuchaba mal del todo, pero la batería, especialmente el bombo, se comía bastante al resto de instrumentos. Añadir un instrumento más no parecía que fuese a ser la solución, pero aun así, Erik se colgó su guitarra para tocar el que siempre dice que es su tema favorito del último disco, Jaded, rebosante de fuerza, la más sentimental Hurt o Black Rain. Incluso cambió a un modelo más clásico en uno de los mejores momentos, quedándose solo con su compañero Magnus cuando sonó Battlegrounds, en la que todos tuvimos la oportunidad de colaborar ampliamente. El rubio vocalista peleó duro con los agudos de The downfall of Eden (a mí personalmente me faltó en la parte acústica Wide open). Ya de vuelta con la formación normal, arremetieron de nuevo con los dos últimos temas, que levantaron pasiones: I don’t wanna say I’m sorry y la ochentera Runaways, que me parece un brillante punto y final en sus shows como este, tan cargado de ganas y energía.

Y ojo, poca broma con el calor de estas horas, capaz de tumbar a un jodido elefante. Ya esperábamos temperaturas altas, y salvo algún rato de refrescantes nubes y algún golpe de viento ocasional (que sabía a gloria), el sol daba en el pescuezo cosa fina, hasta el punto de tener que estar obligatoriamente bebiendo agua de forma casi continua. Menos mal que han mantenido el precio de un botellín por un euro, y además si no recuerdo mal son más grandes que el año pasado. Esto debería de ser así por ley.

El tercer grupo de la mañana (que ya se acercaba a la tarde) era uno de los más especiales del día para mí. De hecho, es el único grupo de la jornada que nunca he había podido ver hasta entonces, los progresivos Evergrey. Así que la elección entre Dee Snider, aunque fue una putada, estaba más que clara: andando hacia la carpa, que de paso, serviría como respiro al Lorenzo que apretaba con ganas. En su momento me sorprendió bastante ver relegada una banda de tal calibre a la triste carpa, pero a veces es lo que hay. Yo, personalmente, metería menos bandas en el cartel, bajaría el precio, y dejaría solo los dos escenarios principales, ya que, como se volvió a demostrar en esta ocasión, la carpa normalmente suena como el puto culo.

Llegamos con el tiempo muy ajustado, demasiado incluso, para llegar justo cuando atronaba The Fire, ya hacia el final del tema. La primera impresión fue bastante mala, el sonido estaba absurdamente alto para lo que es el recinto de la carpa, con lo que todos los instrumentos rebotaban muchísimo y se creaba un pelotón sonoro tal que a veces costaba distinguir temas como Leave it behind us o My allied ocean, que también fueron de las primeras. Sin embargo, a nivel musical, la banda dio un recital impresionante. La fulgurante forma de tocar el bajo de Johan Niemann, la mágica guitarra de Henrik Danhage (técnicamente flipante) o la deslucida pero potente batería de Jonas Ekdahl forman un conjunto musical de primer nivel con el que quedarse embobado mientras van desfilando temas como Black undertow. Además, su coordinación escénica era brutal, ver a todos los músicos al mismo tiempo doblegando el lomo al ritmo de los potentes ritmos le metían a uno en el cuerpo ganas de dejarse las cervicales… y así fue, que salí del concierto con un dolor de cuello que parecía que llevaba ya tres días de festi. La intensidad creciente se unía al hecho de que, conforme pasaba el tiempo, el oído se acostumbraba al caótico sonido y todo iba asentándose en el sitio. Recreation Day fue para mí el tema por excelencia de aquel bolo, una jodida pasada. Tom Englund cantó que daba gusto, mostrando todos sus registros ante un público cada vez más entusiasmado. También se dirigió en varias ocasiones hacia nosotros, siempre muy cordial y divertido. Estamos hablando de una banda que aúna como muy pocas en el mundo elegancia, una técnica despampanante y contundencia a toneladas en sus riffs o en sus solos, como el que se marcó el guitarra principal justo antes de A touch of blessing, también de lo mejorcito de todo el concierto, o la impactante King of error, la más esperada. Sencillamente, un gustazo a pesar del pobre sonido, y una espina del tamaño de un puto camión la que me quité con aquel concierto.

Llegada la mitad, aproximadamente, de nuestro running order marcado para aquel primer día, decidimos, no sin ciertas reservas, que Uriah Heep era un buen momento para pillar algo de cenar que, de otra forma, ya no podríamos hasta pasadas las 2:00 de la madrugada… y la verdad es que el hambre picaba bastante ya. Una mierda, lo sé, porque hablamos de una de las bandas más clásicas y rodadas de todo el cartel y que por A o por B siempre me acabo perdiendo. Una de esas promesas que siempre cumplo: para la próxima vez, me da igual con quien coincidan, les veo sí o sí. De momento, nos dirigíamos a meternos entre pecho y espalda un litrito de vodka con limón, con nuestros colegas Jose y Ari en el mismísimo parking de un tanatorio. Tiene “colloni” la cosa jajaja.

Volvíamos con fuerzas renovadas, con bastante calor todavía pero mucho más suavizado por lo avanzado de la tarde. Cuando estaban a punto de dar las 21:00, nos encontrábamos en exactamente la misma situación que se dio en el Rock Fest 2015: Accept y Judas Priest iban a tocar seguidos, en el mismo orden aunque en escenarios cambiados. Si queríamos ver a los de Birmingham en condiciones aceptables (y no es un juego de palabras), teníamos que repetir proceso: quedarnos en ese escenario y ver a Accept desde el lado contrario… lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que no disfrutásemos como enanos de las leyendas teutonas, de quienes que teníamos una visibilidad estupenda y un sonido que, por suerte, ya se acercaba a la perfección que fue regla general en otras ediciones. Así pues, si bien mientras sonaban altas y claras Die by the sword y Pandemic corríamos, meábamos y comprábamos agua (no todo a la vez, obviamente jeje), en Restless and wild ya ocupábamos la posición deseada con el cuello ya bien curtido en clave de clasicazo, como la siguiente Princess of the Dawn. Y es que, simplemente, hay temas que jamás podrán faltar en su repertorio. Mark Tornillo, sin duda el músico más destacado y el que más vida ha insuflado a la banda en los últimos años, hizo una actuación espectacular, con mayúsculas, en todos los sentidos. Aplomo y fortaleza sobre el escenario, cantando como un maestro los temas que ha grabado el y bordando con oro los grandes clásicos (como muestra, un botón llamado Midnight Mover), a lo que hay que añadir un hiper motivado Peter Baltes que saltaba sin parar a pesar de sus años, que no le impiden transmitir su energía. El sonido seguía siendo casi perfecto, un cambio tremendo, y el recinto empezaba a estar abarrotado. Hacer casi coincidir dos leyendas de este calibre es lo que tiene. Up to the limit no hizo sino enfatizar las ganas que tenía la peña de buen Metal, pero fue con la musiquilla de introducción de Fast as a shark cuando todo el Rock Fest se puso patas arriba, todo el mundo gritando con el sr. Tornillo, que llevó una vez más el tema a su terreno y lo cubrió de gloria. El viejo lobo Wolf Hoffmann seguía, erre que erre, con una actitud de acero, con cara de mala leche e intensa pisada sobre el escenario. El incendio continuaba con Metal heart, en la que con solo un gesto, Wolf y compañía nos pusieron a hacer los coros que, por cierto, sonaban bastante bien sobre el escenario. Ya podéis intuir el nivelón del concierto con estos temas. La mayor sorpresa quizá llegó con Teutonic Terror, arrolladora, y por supuesto, la gran fiesta que supone siempre el Balls to the walls, con otra sesión de Oooohs por parte del público. Señores de Accept, y como siempre, chapeau. Si es que no fallan, coño.

Menuda recta final de día nos esperaba. Los ánimos no podían estar más arriba y, como pasó en cada jornada, las últimas bandas eran todas absolutamente imprescindibles, así que no había tiempo para dejarse llevar por el cansancio. Si los Accept arrasaron, lo de Judas Priest iba a ser todavía más grande. Para mí, uno de los cinco mejores bolos de todo el festival. Siguen siendo implacables. Vamos a ello.

Con un sonido muy pulido que mejoraba todo lo escuchado hasta ahora, aunque un poco falto de volumen, abrían fuego con Firepower, y nunca mejor dicho por partida triple, por el tema, por el decorado y por las llamas que lo alumbrarían todo más adelante. Al menos en los primeros temas, como Grinder o Sinner (en donde ya comenzaron a hacer uso de la gigantesca pantalla de fondo para mostrar videos e imágenes varias relacionadas con su carrera, portadas, etc.) a Halford se le veía pletórico, siempre teniendo en cuenta su edad y estado físico. Andaba por el escenario con una chulería y una seguridad aplastante, y la banda lo acompañaba a la perfección. Una banda reformada casi por completo en los últimos años, en donde solamente el vocalista, batería y bajista permanecen de la formación más longeva. A nuestra derecha, Richie Faulkner, gafas de sol incluidas, encargándose de la mayoría de los solos. Y sustituyendo al maltrecho Glenn Tipton (afectado de parkinson), el famosísimo productor Andy Sneap (a quien ya pudimos ver hace unos años en el Leyendas formando parte de Hell), que precisamente ha producido el último trabajo de la banda, del que sonaron otros temas como la siguiente Lighting Strike, puro Heavy Metal por muchos años que pasen. En un mundo cada vez más lleno de bandas de mierda, freakies y repelentes a más no poder (precisamente, como algunas que tocaron en el Rock Fest), Judas Priest siguen siendo los auténticos padres del Heavy Metal como tal, y uno indestructibles defensores de la auténtica fe del Metal. Otras grandes a estas alturas fueron The Ripper, con imágenes basadas en la historia de Jack el destripador o la inesperada Bloodstone, perteneciente a esa joya atemporal llamada “Screaming for Vengeance”. Todas estas portadas y muchas más fueron desfilando por la pantalla tras la banda, en un espectáculo visual con pocos precedentes. Precisamente el video que dispararon para Saints in Hell fue de lo más destacado. Poco a poco Halford se fue asentando en un punto del escenario, con menos movimiento, intentando mantener los tonos que en algunos momentos sí fallaron, pero por el contrario, me resultaron mucho más naturales que la última vez que les vi, en donde abusaron demasiado del efecto reverb. El setlist en general fue muy bien cribado, con temas que hacía tiempo que no tocaban y por supuesto, clásicos de toda la vida… o que el tiempo ha hecho clásicos, como Turbolover. ¡¡Joder, qué puto temazo!! ¡¡Con el solo me volví tan loco que casi me tiro al suelo!! La iluminación fue también una parte fundamental del espectáculo, adaptándose a la temática o a la tesitura de los temas, grandiosa.

Hacía tanto tiempo que no escuchaba Tyrant que casi me costó reconocerla y engancharme, pero fue otra de las sorpresas del show. Mientras Richie era el encargado de las partes más virtuosas, Andy creaba una gran base eléctrica para los temas, con mucha profesionalidad y eso sí, sin perder la sonrisa ni un instante, confabulándose con sus compañeros y disfrutando del concierto casi tanto como nosotros. Seguimos apretando los dientes con Freewheel Burning y You’ve got another thing coming, en la primera el vocalista recortando lo posible en los agudos y en la segunda, muy ayudado por la peña, totalmente dispuesta y entregada. Dos temazos así son, por si solos, motivo de la más absoluta gloria, pero lo mejor aun estaba por llegar, y es que de repente se escucharon potentes rugidos de motor. Era Rob Halford que, ni corto ni perezoso, paseó su Harley por el escenario, y sin bajarse totalmente, tras dar unos acelerones, le metieron mecha a Hell bent for leather. ¿Qué os voy a explicar con palabras? ¡¡Los pelos como putas escarpias me duraron todo el tema!! Ante la posterior pregunta por parte del batería Scott Travis, la respuesta fue concisa y contundente: Painkiller ARRASA. Las guitarras sonaban mortales, y por supuesto, el bajo de Ian y la batería de Scott reventaban los bafles y nuestros oídos (contando con que el volumen general había mejorado bastante desde el principio). Fue bastante bien cantada, con las lógicas limitaciones, pero con un Rob muy concentrado que la sacó con notable alto. Lo que muy pocos esperaban (a no ser que se hayan leído crónicas recientes de otras fechas) es que el mismísimo Glenn Tipton iba a subir para acompañar a la banda, y no solo en algunas partes, sino durante toda la recta final, empezando por la hímnica Metal Gods. Se dedicó a meter sus riffs con toda la clase del mundo, no iba demasiado vestido para la ocasión, eso sí, pero cuando uno ha sido un puto maestro tantos años, lo que queda es puro talento. Qué grande, Glenn, y que momento tan emotivo… brutal, difícilmente explicable con palabras. Se le vio llevando muy bien su instrumento, sin signos graves de su enfermedad, incluso los punteos de Breaking the law (con sirenas sonando y girando en la pantalla), que ocasionó un griterío ensordecedor. Multiplicad eso por unas 30.000 almas que seríamos allí. Livin’ after midnight, por si la cosa no estaba ya que ardía, puso el broche de oro a la actuación con la parte más rockera, cachonda y divertida de los Judas, que hicieron un repaso casi inmejorable por casi toda su discografía. Eché de menos muchas, como Victim of Changes o Rapid Fire, pero les honra, desde luego, haber cambiado gran parte del setlist respecto a la última vez que vinieron.

Salimos de entre la gente con una sudada y una sobredosis de emoción apabullantes, 100% satisfechos y con muchas ganas de seguir la gran fiesta, que ya era imparable por fuerza. Uno no puede encontrarse con que Ozzy Osbourne es el siguiente en la lista y plantarse así por las buenas, ya que probablemente sea una de las últimas veces que le veremos por nuestro país (aunque la gira de despedida, teóricamente, se alarga hasta el 2020), así que… ¡¡a muerte!! Sin dudarlo ni un segundo, acudimos al mogollón que ya había formado para ver al príncipe de las tinieblas, un mogollón… enorme, casi intimidador. Tanto que al final no quisimos tentar la suerte y nos quedamos un poco atrás, hasta donde podíamos ver más o menos cómodamente sin que miles de cabezas / móviles nos taparan por completo el escenario. Es lo que tiene no “guardar sitio”, pero con tanto nombre de gigante en el cartel… a veces es preciso que pasen estas cosas. Sea como sea, pensaba vivir este concierto con total intensidad, tanta como en Zaragoza 2007 o en Wacken 2011.

De nuevo, teníamos ante nosotros un montaje casi de otro planeta, con decorados ostentosos y una inmensa pantalla en donde comenzaron a transcurrir imágenes y fragmentos de todas las épocas, de sus conciertos (por cierto, quién le ha visto y quién le ve… vaya tela), de sus músicos, de sus portadas… etc. Y entre unas y otras, con su siempre penetrante y malvada mirada, y casi en silencio, el gran Ozzy apareció sobre las tablas, saludando y preguntando si estábamos preparados. Sin más dilación, la archiconocida Bark at the moon hizo las delicias de aquellos que estábamos sedientos de clásicos de su discografía. Su voz sonaba muy comedida, evitando hacer cualquier tipo de esfuerzo extra, y tampoco se le dio demasiado protagonismo sonoro. Veríamos como sacaba la siguiente Mr. Crowley, un himno inmortal del Heavy Metal, que tuvo una presentación absolutamente fascinante: a parte de los láser, mediante proyecciones creó una atmósfera con parpadeos y un efecto niebla tridimensional que nos dejó a todos completamente helados: yo jamás he visto nada parecido (y mira que llevo conciertos en “la mochila” ya…). Se nota que hay pelas, y que utiliza este tipo de espectáculo para paliar sus tremendas carencias vocales. I don’t know, por ejemplo, estaba bajadísima de tono. Imposible que la puedan bajar ya más. Y a pesar de esto, Ozzy la destrozó totalmente, con unas notas desafinadas que clamaban al cielo del Metal, y algún gallo que me hacía poner muecas de dolor y todo. Comenzaron a caer clásicos de Black Sabbath, y la primera de turno fue Fairies wear boots, interpretada, entre otros, por un batería que es un auténtico espectáculo, de escuela clásica y pegada destroza-parches. ¡¡Que estilazo, joder!! Me encanta Tommy Clufetos. Y es que claro, con esta pedazo de banda… todavía se puede alargar bastante la cosa, porque el hecho de que Ozzy ya apenas pueda cantar le da a sus músicos un protagonismo extra, y como no, uno de los que se metió al público en el bolsillo para siempre fue Zakk Wylde. Menuda bestia parda, que inmenso placer ver cómo toca. Este tío es de otro planeta, sencillamente. Luciendo varios modelos de guitarra, hizo lo que le dio la gana, a parte de unos solos perfectos, interpretados con pasión y habilidad, se comió el escenario durante la hora y media de show.

En Suicide Solution, por ejemplo (otra que quedó bastante rancia a la voz), alargó bastante el solo, que parecía casi improvisado. A partir de aquí, el mítico vocalista fue quedando en un segundo plano; tras algunos temas del “No more tears” como Road to nowhere (muy bonita) o la propia No more tears presentó a los miembros de la banda, incluido el imprescindible Adam Wakeman a las teclas y dio paso a War Pigs. A mitad del tema aproximadamente, dio comienzo un vertiginoso solo de Wylde, una bestialidad de casi 20 minutos en la que pudimos ver cómo lucía su falda escocesa, cómo bajaba al foso para estar junto al público, volvía a subir, seguía soleando salvajemente… increíble. Mucha gente lo consideró excesivo, más cuando terminado este, dio paso otro solo de Clufetos a la batería, pura técnica y actitud también, por supuesto. Viendo como había destrozado Ozzy los clásicos, casi mejor de esta forma. Pero claro, faltaba aun mucha tela que cortar. I don’t wanna change the world puso fin a la trilogía de la noche del “No more tears” que, bien pensado, fue uno de los que más temas sonaron, aunque esta pasó bastante desapercibida, no así Shot in the dark, para mí uno de los dos puntos álgidos del concierto. Bastante bien cantada y añadiendo la dureza de sonido típica de Zakk, fue como transportarse a los jodidos 80, ¡una auténtica sorpresa!. La gente vitoreaba y disfrutaba del espectáculo, pero la cosa se transformó en locura cuando llegó Crazy Train. Por supuesto, se escuchaba más a la gente que al propio Ozzy, que volvió a no tener su mejor momento. Se le veía bastante agotado, ni siquiera las típicas tonterías que suele hacer en los conciertos le salvaron de la quema. Y es que, seamos francos… este hombre ya no está para cantar. Su voz se ha esfumado y su sentido de la afinación está muerto y enterrado. Tenemos a su figura, y su carisma, pero sin movimiento, sin la chispa que un día tuvo. Lo bueno es que yo ya no esperaba más del concierto, daba por llegado el final y había perdido toda esperanza de que sonara uno de mis temas favoritos, pero de repente… ¡lo dijo! ¡Mama I’m coming Home! Lancé un sonoro ¡¡¡JODER, SÍ!!! que debió escuchar hasta el mismísimo Ozzy, y fue un momento completamente mágico… hechizador. Toda la gente cantando, levantando las manos, y las armonías de Zakk perfeccionando más aun el momento. Y ya que estábamos puestos a la euforia, Paranoid le quedó incluso bastante bien cantada, dejando más o menos satisfecha a toda la peña… salvo a quien esperara realmente que Ozzy fuese a cantar bien.

Sí, el cansancio empezaba a apretar cosa mala, las fuerzas se escapaban, pero tener a un grupazo como H.E.A.T. cerrando el cartel del jueves (coincidiendo con Porretas, pero la elección era obvia, lo demás ya eran tributos) era una motivación extra fuerte para aguantar hasta el final. Les conocí en directo precisamente aquí, en la primera edición del Rock Fest, y me enamoraron como pocas bandas lo han hecho. Ese mismo año, en el Leyendas, fue la mejor actuación de todo el festival para mí. Sin embargo, y tras un buenísimo “Tearing down the wall” del 2014 (y un directo), el año pasado prácticamente colgaron las guitarras y se dejaron llevar por lo experimental, por sonidos mucho más synth-pop y demás mierdas, pariendo un disco infame y muy alejado del hard rock en el que han demostrado ser expertos. En definitiva, una gran mierda. Es por esto que, dados los hechos, no esperaba que me golpearan tan fuerte como las dos anteriores veces que les he visto, pero por suerte me equivoqué en parte. El inicio con Bastard Society fue poco prometedor en lo musical, pero una auténtica barbaridad en cuanto a actuación en sí y a movimiento escénico, con un Erik Grönwall saliendo frente al público totalmente fuera de sí, enloquecido, dejándose el cuello a cada paso y cogiendo el micro con furia y energía desbordantes. Una salida así y todos los cansancios y dolores se van a tomar por culo de un plumazo. Y si la continuación se llama Late night lady, la cosa ya coge tintes épicos. Se trata de una canción con mucho significado personal que me hizo saltar hasta el mismo cielo, una gozada para los oídos. Quiero pensar que el flojísimo sonido de la guitarra de Dave Dalone no era intencionado, que se debió a fallos de ecualización y no al hecho de haber abandonado las guitarras más eléctricas. Redefined, a pesar de que no tiene una mala melodía, me descolocó un poco, pero a partir de aquí la cosa empezó a ir sobre ruedas, con un Mannequin show que, como dijo el propio Erik, no iba a decepcionar a nadie, y se volvió a emplear a fondo, dando el do de pecho en cuanto a voz y como siempre, con esa actitud chulesca y “macarrónica” de la que hace gala en cada concierto, acercándose, provocando y saltando como un poseso. ¡Qué bestia! Tendrá tantos amantes como detractores, pero lo que nadie puede negar es que este vocalista le ha dado una vida y una popularidad a la banda que probablemente no hubiesen conseguido de otra forma.

Carisma, personalidad y una voz tremenda, más de uno diría que casi sin límites, como demostró en Beg beg beg, otro locurón de canción que levantó los ánimos de nuevo hasta el techo de estrellas, incluyendo un fragmento a mitad de Whole lotta rossie y finalizando con ese “take another little piece of my heart” de Erma Franklin. Mientras la cantaba, a Erik se le ocurrió que era buen momento para “nadar” sobre la peña y volver al escenario. Jodida cabra loca jajaja. Hay que decir que a esas horas ya no éramos muchos, pero los que estábamos, disfrutábamos y nos entregábamos a su música. Guiño al “Address the nation”: Heartbreaker es puro Hard sueco con inevitables reminiscencias ochentenas, y Tearing down the wall puso la parte acústica, con Erik tocando la guitarra, que no duró demasiado en sus brazos para arremeter con el single del nuevo disco “Into the great unknown” llamado Eye of the storm, probablemente la mejor canción y melodía de todas. Incorporando más guitarreo podría haber sido un Hit brutal y lleno de feeling. Pero si hay un tema que lo tiene absolutamente todo ese es Emergency. Transpira emoción e intensidad, te hace tocar el suelo y el cielo al mismo tiempo y además, Erik estuvo a un nivel altísimo, sin contar esa escena que quedará en mi mente muchísimo tiempo: la de Dave tocando el solo con el mástil en alto y de quien, gracias a las luces amarillas, solamente se veía la silueta en negro con el sombrero y la melena al viento. Si ya comenté que el batería de Eclipse es su componente más cachondo, en H.E.A.T. pasa algo similar. Siempre tiene que salir Crash a soltar alguna frase en español para deleite de todo el mundo. Inferno también ha sido acertadamente rescatada, y de hecho debería ser imprescindible, con esa comercialidad tan bien traída. A pesar de ser casi las dos, Livin’ on the run y A shot of redemption fueron recibidos como un bombazo, todo el mundo cantando desde la melodía de las teclas de Jona Tee al pegadizo estribillo de la segunda. Si los anteriores conciertos fueron de 10, este se queda en 8, pero aun así es una banda que nadie en su sano juicio debería perderse en directo.

El último esfuerzo fue demoledor, pero es que estos suecos lo valen. Las plantas de los pies ya daban rampas como para no casi poder caminar derecho, y puesto que los tributos no me interesan lo más mínimo, nos piramos entre la muchedumbre hacia el coche, que aun nos quedaba trecho. Llegar a Mollet del Vallés fue de lejos, la peor pesadilla del día. Siendo como eran las 3:30 de la madrugada, ya era hora de ir plegando el saco si queríamos sobrevivir al día siguiente, pero entre el mierdoso parking del hotel y el pueblo totalmente colapsado, nos pegamos (ojo) una puta hora entera dando vueltas para encontrar un aparcamiento legal. Finalmente, desesperados, encontramos uno a tomar por saco, y una caminata de 15 minutos era precisamente lo que NO necesitábamos. Eso sí, caí rollao nada más tocar la cama, pensando que el viernes iba a ser algo muy, muy grande, mi día más esperado.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_

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