
Y sobre todo, no podemos olvidar otro de los aspectos más importantes que siempre han marcado su carrera: su enorme profesionalidad, algo que eleva exponencialmente el valor y la garantía de calidad de cada paso que dan en cualquier ámbito. Cuando acudes a verles, sabes de antemano que van a cumplir, y con creces, lo prometido. Y cuando escuchas un nuevo disco, la experiencia ya te indica que va a ser sinónimo de temazos, trabajo duro e innovación, aunque curiosamente, con este “Inmortal” hayan vuelto la vista hacia atrás, recuperando la esencia de aquella primera gran e inolvidable etapa que a tantos nos marcó a fuego, enmarcada entre el Sanatorio de Muñecos y el disco homónimo. Lo mejor de todo es que ha sido un paso natural, espontáneo, algo que, según la misma banda ha afirmado en diversas entrevistas, necesitaban tomar en cuenta a la hora de componer un nuevo disco: el regreso a sus raíces. En cada uno de los temas, esto se refleja a las mil maravillas, y es muy probable que, entre ellos, haya muchos destinados a quedarse fijos en sus setlist como nuevos clásicos.
El Sábado 22, no se antojaba precisamente como una noche aburrida en Valencia. Por una parte, como imaginaréis, Hamlet iban a invadir a lo bestia la habitual Rock City, una sala en la que ya les he visto cuatro veces. Por otra parte, teníamos otra actuación ‘en casa’ de Pölvora, en la sala Jerusalem (y creedme, me dolió mucho que estos dos últimos coincidieran en fecha). Y finalmente, los legendarios Unbounded Terror descargarían su Death Metal en el Darkness de Sedaví, acompañados por Redimoni i Neton. Un garito que para alegría de toda la comunidad metalera, ha retomado desde hace poco su actividad después de los terribles sucesos de la Dana, que tanto daño le hicieron.
Tras un viaje de casi tres horas, llegamos desde Reus a Valencia. Afortunadamente, todo ese rollo de las fallas hace días que terminó, y nos ahorramos el dolor de huevos que resulta encontrar calles cortadas, borrachos dando la murga, y petarditos de mierda por doquier. Aparcamos sin esfuerzo, una hora antes de la apertura de puertas, y aprovechamos para llenar la barriga en el Bar Polígono Almácera, donde nunca había estado, a pesar de las muchas veces que he acudido a la Rock City. Nos papeamos unos bocatas de los que quitan el hipo (muy recomendable, de verdad) a precio módico, y ya satisfechos, mi chica se quedó allí tomándose unas birras, mientras yo me preparaba para la batalla, dispuesto a dejarme las cervicales hechas polvo. Y es que, en un concierto de Hamlet, eso es algo que hay que traer asumido de casa.
En cualquiera de sus conciertos, los nervios y la tensión ya comienzan a hacer acto de presencia incluso antes de arrancar. Humo y más humo llenando el escenario, muchísimas ganas concentradas de verles una vez más en acción, de saber qué setlist y qué pulso nos tenían preparados. La habitual introducción de Misirlou sonaba ya a todo trapo, tras unos pocos minutillos de retraso, y la peña se iba agolpando entre las primeras filas de una sala que, si bien no mostró un llenazo tan rotundo como el año pasado, estaba bastante petada, rozando el sold out.
Saludando, y con una radiante sonrisa en su cara, Luis Tárraga se adelantaba en solitario al frente del escenario, y daba las primeras notas de Limítate, un tema que hacía bastante que no tocaban en directo. Y la reacción… no se hizo de esperar. Con la banda al completo, desperdigándose como un ciclón de energía pura, los saltos de Ken se reflejaban de lleno en los del público, y surgía de forma natural el primer gran ‘¡eh eh!’ de entre los muchísimos que dedicamos al grupo. Otra que, a la vista estuvo, echábamos de menos, era Queda Mucho por Hacer, sin abandonar todavía el disco negro del 2002. La machacada inicial de Paco retumbó en nuestro pecho con una potencia inusitada, fruto de la entrega del músico, pero también de la increíble sonoridad de la que el concierto hacía gala ya desde el principio. Tárraga no se quedaba atrás en cuanto a energía, castigando su instrumento a gusto, y pateando el suelo, y ya no digamos el gran J. Molly, cuyos gritos se iban cargando más y más de rabia. Esto solamente era el principio, pero el estruendo de ¡Hamlet, Hamlet! ya copaba la sala, ante un Molly emocionado que apretaba su micrófono contra el corazón para que pudiésemos escuchar sus latidos.
Pero obviamente, este concierto tenía la motivación especial de poder vibrar por primera vez con los temas de su flamante nuevo redondo, el “Inmortal”, y en él se centraron para el siguiente corte, una muy apropiada Acto de Fe, que funcionó de putísima madre. Con los ánimos en plena ebullición debido al el frenético ritmo del tema, y detalles como los incansables saltos y poses retorcidas de Ken HC, el estribillo se escuchó alto y claro desde nuestras gargantas, que forzamos todavía más al límite en la maravillosa Antes y Después. Entre saltos y florituras físicas, tanto Molly como Tárraga nos contemplaban con mucha emoción en sus miradas. Los punteos de bajo de Álvaro Tenorio surgían cristalinos en las partes más suaves, dejando entrever su técnica y fluidez, que es mucha. Cuando incluso temas más melódicos como este suenan como un puto cañón, es que todo rueda como debe, y así continuaría hasta el mismo final del show para infinito regocijo de todos cuantos estábamos allí. Alternando entre clásicos, temas recientes, y otros algo más escondidos, volvían a dar cancha a “Inmortal” con otro de sus grandes hits, En Mi Piel, uno de esos riffs que te hacen doblegar el espinazo aunque no quieras. Paco, como una jodida locomotora, perfectamente coordinado con Álvaro y sus lucimientos de tapping, y un J. Molly al que no había manera de ver quieto, bordaron el tema por todo lo alto, que empalmaron con el corte que abre el nuevo disco, Estigmatizado.
En ella, vimos al vocalista en registros y movimientos más místicos, llenos de gustera y teatralidad, pero siempre congeniando al 100% con su público, mirándonos desde una y otra parte del escenario, y sobre todo, marcándose una maratoniana sesión de gritos en la parte final. Por otra parte, observamos la gran empatía que existe entre el resto de componentes, con Luis encarándose a la batería, y posteriormente Álvaro repitiendo el acto. Y qué grandísimo es Mr. Paco Sánchez. Motor de la banda desde hace más de tres décadas, y pieza fundamental e insustituible del engranaje y sonido Hamlet, fue uno de los conciertos en los que más he disfrutado de su habilidad. Ya sea en los cambios rítmicos y cortes perfectamente medidos de Vivo en Él, o en la mayor complejidad de los compases de En Mi Nombre (la única representante en el concierto del “Pura Vida”), se reveló como una máquina potente e imparable, y lo mejor de todo, disfrutando cada golpe y cada pisada, sonriente y apasionado. A todo esto, hay que añadir un headbanging continuo por parte del resto de los músicos, que caldeaban el ambiente a pasos de gigante, levantando manos en el aire y saltos en la llegada de los estribillos. Un ambientazo brutal, digno de lo que Hamlet se merecen. Y esto no hizo sino ir a más.
Molly nos daba las gracias por estar ahí, desbordando carisma y cercanía, en su estilo. Detalle no sé si improvisado o no, pero muy original, el disparar la introducción de El Mejor Amigo de Nadie desde su propio móvil, pegando el micrófono a este. Molly no duró demasiado tiempo anclado al soporte, para desatarse como un animal por todo el escenario, cantando con mucha agresividad, y pisando con mucho aplomo, con la enorme seguridad que siempre se gasta. Mientras Ken bajaba hasta el suelo su mástil, Luis, en el otro extremo, volaba por los aires saltando desde la tarima, algo que repitió en innumerables ocasiones, y que puso a las claras su excelente forma física actual. Continuaban con otro trallazo infalible llamado Denuncio a Dios, presentada por Tárraga en primera fila, que levantó un griterío ensordecedor. Se me ponen los pelos de punta al recordar tantas voces, y tan fuertes, en el estribillo, que sonaban incluso por encima de la propia banda (y debo insistir, el volumen estaba alto de cojones). Molly aguantaba el tirón, sin quedarse sin aire, a pesar del fulgurante ritmo al que se movía y de las exigencias de estos últimos temas, incluyendo unos gritos inundados de rabia en otro de los temas nuevos que presentaron, Paz y Amén. Como el resto, encajó de fábula en el setlist, trayendo el regustillo de los primeros Hamlet y haciéndonos botar a tope, a nosotros, y a los músicos, que no daban tregua ni a la de tres.
Y menos que darían en un trallazo de la magnitud de Dementes Cobardes. Más gritos rítmicos desde el público animaban sus primeros compases, y Paco se quedaba de nuevo con nosotros con su tremenda pegada. Luis, ebrio de pasión y euforia, saltaba desde la tarima, y volvía a hacerlo, y otra vez más, empapado en sudor, y sin dejar de zarandear el mástil de su guitarra con esas poses tan reconocibles. El concierto, entre clásicos, de esos que me han acompañado durante más de media vida, y rescates más inusuales, tuvo muchísimos momentos emotivos. Pero sin duda, una de las mayores alegrías que me llevé a nivel de repertorio, fue No Sé Decir Adiós. Y es que este tema tiene algo que me revienta la patata, un perfil emocional gigantesco que me llega muy adentro. En directo sonó incluso más gruesa que en disco, más orgánica de algún modo, y con una potencia sónica que despeinaba, gracias a la perfecta ecualización de todos los instrumentos, los efectos de reverb, y un Molly soberbio y enloquecido en su parte final, que se dejó la garganta en cada alarido, y los pies en cada patada a las tablas. Tema muy bien enlazado (o casi) con el último que sonaría del “Inmortal”, y al mismo tiempo, uno de los mejores en mi humilde opinión: El Gran Teatro del Universo, que me parece pura inspiración.
Tanto Ken, como Álvaro y Luis se dedicaban a castigar sus cuellos, bien despatarrados en el centro del escenario, y fueron haciendo crecer el fuego hasta el límite que todos los allí presentes terminamos el tema a empujón limpio, siempre con el respeto sano y ganas de disfrutar que se viven en sus conciertos. Y de esta no avisaron, pero sus primeros riffs, a pachas entre Luis y Ken, ya nos pusieron la sangre a hervir. Egoísmo volvió a plasmarse en mil imágenes, sensaciones y recuerdos en mi cabeza, y al mismo tiempo, como un chorro de adrenalina incontenible, que me hizo entrar a saco al desbocado mosh que abarcaba prácticamente a toda la sala, recibiendo unas cuantas hostias, pero disfrutando como si hubiese vuelto casi 30 años atrás, cuando la canté por primera vez. Lejos de agotarse, Paco tiró de su infinito fuelle, machacando a matar sus parches, aplastándolos, destrozándolos sin piedad, entre aquella locura totalmente fuera de control. Y más nos valía a todos reservar algunas energías, porque todavía quedaba mucha, pero mucha mandanga. El gran aplauso fue recíproco, ya que Molly nos dedicaba también sus reverencias desde primera línea de escenario, poco antes de volver a hacer estallar todo con Tu Medicina, cuyo contundente mensaje es tan válido hoy como cuando fue escrito.
Como era de esperar, los saltos y los cánticos no cesaron en toda su duración, se percibía un desmadre en cada compás que se materializó del todo en la parte final, donde todos dimos rienda a nuestro frenesí. Molly, de nuevo, un 10, como sus compañeros, destacando el gran trabajo de Álvaro Tenorio con sus cuerdas. Todos ellos terminaron la embestida formando un corro, antes de disparar la (de momento) última bala de la recámara, ese temazo eterno que remarcó nombre y les hizo subir a lo más alto, llamado J.F. La primera estrofa, enterita, corrió a cargo del público, a capela y sin fallar, como un himno que sigue siendo necesario recordar ahora y siempre. Tárraga disfrutaba tanto de tocar como de ver cómo nos veníamos arriba, acercándose y alejándose, mientras las guitarras rugían como bestias, llegando al clímax en esa parte ralentizada hasta el extremo, que hizo retumbar el suelo, y en donde todos los músicos terminaron tirados por el suelo. Poco después, el vocalista se deshacía en gritos y carreras de punta a punta del escenario, en una demostración física y vocal verdaderamente impresionante. Pero no creáis que acabaron ahí los alardes. La banda se tomó un breve descanso, y nosotros seguíamos de pie, insaciables, frente al escenario, en medio de la oscuridad que se hizo, pues se mascaba en el aire que, habiendo tocado ya algunos de sus más rimbombantes éxitos, todavía nos tenían reservado algo especial. Fuese como fuese, los gritos de ¡otra, otra! no cesarían hasta tenerles de vuelta.
Ataviado con una camiseta de Dokken, regresaba J. Molly al escenario, entre vítores y aplausos. Volvían a empezar otro ataque ascendente de intensidad, y qué mejor para abrirlo que algo tan rebosante de sensibilidad como Imaginé. El cantante se colgaba y descolgaba del soporte de su micro, dando muestras de lo bien que se sigue desenvolviendo en registros limpios, echándole toneladas de feeling al asunto, mientras las guitarras de Ken y Tárraga se iban encabronando progresivamente. No podían faltar, antes de proseguir, unas palabras de cariño por parte del vocalista a todos los afectados por la terrible Dana, y otras cargadas de un más que merecido desprecio hacia la puta mierda de políticos que tenemos. No hay bolsa de basura los suficientemente grande para meterlos a todos dentro y tirarlos cuesta abajo por un barranco. Y creo que no fui el único al que le volaron la cabeza los siguientes riffs. Menudo subidón tan épico de nostalgia con esa Qué Voy a Hacer… ¡hacía siglos que no la escuchaba en vivo! La batería de Paco sacaba humo en su parte final, recargada de doble bombo y atronando cosa fina.
Una conclusión que, pocos segundos después, proseguiría, aunque ya para terminar, con la mortífera Irracional, poniendo toda la carne en el asador. Y llegó sin intro, sin previo aviso, y sin vaselina, directa a nuestras narices desde la guitarra de Tárraga, desatando una vorágine masiva de brincos, golpes e incluso caídas en la sala, adrenalina desatada, sudor a chorros, puños levantados y voces quemando en su estribillo. El ambiente que se respiraba me recordó plenamente a aquel con el que vivimos su anterior actuación en Valencia. No les dejábamos irse ni a la de tres, pidiendo más. Ellos se despedían, una y otra vez, entre el follón de la peña. Y para vaciarse ya del todo, el propio Molly bajó entre nosotros, subió a la barra, y saltó desde ella con repetición incluida, guardándose otros tantos saltos para encima del escenario, y dejándonos con un palmo de narices ante tal ostentación de resistencia física. Nadie, ni en el más inverosímil de los pronósticos, podría adivinar que el cantante está a las puertas de cumplir los 60.
No me he parado nunca a pensarlo demasiado, pero cuando Hamlet ya no estén, ya nada será lo mismo. Para mí, verles en directo es un ritual necesario, que no solo refuerza mi fe inquebrantable y mi admiración por ellos, sino que además, es todo un chute de energía en bruto, una imprescindible recarga de pilas. Siempre grandes, y siempre incombustibles, con “Inmortal” han dado otro poderoso golpe sobre la mesa, volviendo en parte a su esencia sonora primigenia, pero sin descuidar su talento compositivo ni pretender vivir de rentas. ¿Cuándo será la próxima vez que me plante ante ellos? Espero que muy pronto. Y ahora que lo vuelvo a leer, el título de esta crónica me parece inapropiado. Hamlet no van camino a la inmortalidad… porque sus canciones hace ya mucho tiempo que pertenecen a ella.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
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