domingo, 21 de enero de 2024

Sensaciones inmortales (Hamlet, Viernes 19-01-2024, Sala Rock City, Valencia)

Este primer mes del 2024 se está consolidando como uno de los más prolíficos que recuerdo en cuanto a conciertos. Por los motivos habituales, he tenido que recortar severamente mi agenda, así como prescindir, por solapamiento, de otros a los que también me hubiese gustado ir. Sin ir más lejos, este viernes en la capital valenciana coincidían dos eventos realmente apetecibles. Uno de ellos era el festival Winter Spell Fest, que como el año pasado, reunió a un buen número de bandas de Power Metal, más o menos rodadas en la escena, y se está labrando paso a paso una buena reputación. El otro gran concierto dentro del ámbito Metal, era el que iban a dar los madrileños Hamlet, en la sala Rock City… y los que leéis esto y/o me conocéis, sabéis de sobra que eso para mí son palabras tan mayores como ineludibles. Todo pintaba de puta madre… salvo el clima. Hacía meses que no diluviaba de esta forma... y tuvo que ser el viernes. Seguramente, más de uno se preguntaría, ¿Será preciso ir en estas condiciones a un concierto? Yo me pregunto, ¿será preciso no ir? El resultado: otra noche para el recuerdo, aunque concretamente en esta, dicha palabra cobró otra dimensión mucho más amplia y profunda. No solamente porque asistimos a un concierto de esos en los que terminas con las manos doloridas de tanto aplaudir, no solo por la impresionante demostración de fuerza bruta, y a la vez, enorme sentimiento que Hamlet nos transmitieron en cada uno de los temas que arrasaron la Rock City. En este caso, la palabra recuerdo va mucho más allá de referirse a un concierto que no olvidaremos, y se extiende al propio repertorio escogido por la banda, unos temas que forman parte inseparable de muchas de las vidas y experiencias de la mayoría de nosotros.

Junto a mi colega Kurro, y a pesar del amenazante ritmo de la lluvia, que parecía volverse más intenso a cada kilómetro, nos hicimos la hora y media que nos separaba de la Rock City, afortunadamente, sin ningún problema, y con tanta suerte que, llegados al lugar, no solo había dejado de llover hacía cinco escasos minutos, sino que, además, encontramos rápidamente un sitio cojonudo para aparcar, a un suspiro de la sala.

Lo cierto es que estaba muy ansioso por que todo empezase. La gente ya hacía rato que se congregaba a las puertas, mucha más de la que esperaba, de hecho. Dado que la noche se nos había quedado bastante fresca, pero sin lluvia, ya no podíamos pedir nada más. Porque esperar que Hamlet diesen un conciertazo de auténtica reverencia, eso ya se daba por hecho. Han sido ya muchísimas, casi incontables, las veces que he estado frente a ellos en una sala o festival y nunca, jamás han dejado de subir el listón. Así pues, por la experiencia que tengo, el hecho de que sus actuaciones sean toda una garantía de calidad, independientemente del paso de los años, es, más que una opinión personal, una verdad irrefutable.

Entramos justo a tiempo, y nunca mejor dicho, ya que el Misirlou de Dick Dale ya sonaba a modo de introducción. Ante esta, y el logo de los primeros discos de la banda presidiendo el escenario, los músicos se subieron a este, haciendo movimientos de calentamiento, como si fuesen a disputar un duro combate. Y en cierto modo, así fue. La primera parte de El Mejor Amigo de Nadie, disparada, permitió a J. Molly ir ganándose a su público, a base de ademanes y miradas, antes de estallar como la verdadera bestia de escenario que es, moviéndose con una soltura casi hipnótica durante todo el tema, y lo mismo se puede decir de Luis Tárraga, a pleno rendimiento. Una apuesta inmejorable para abrir boca, para calentar a un público a quien no le hizo falta demasiado empuje para ponerse a 100. La sala, completamente a reventar, era sinónimo de alegría para todos. Un hecho que ya presagiaba una noche inolvidable. Siguiendo el ritmo con su melena, también Álvaro Tenorio se venía arriba con Denuncio a Dios, uno de sus grandes hits, que sonó bastante temprano para algarabía de todos los asistentes, cuyas voces retumbaron en aquellas cuatro paredes, seguida para completar aquel primer triplete del “Inferno”, de Vivir es una Ilusión. Al principio del concierto, los bajos me parecieron un poco elevados, pero ahora todo estaba ecualizado a la perfección, consiguiendo un sonido duro, compacto y avasallador en cada nota. Precisamente el bajo fue lo más destacado en esa parte más calmada, aunque pronto volvería a arder el escenario, con Tárraga dando saltos y volteretas como un loco, siendo consciente de que estábamos completamente volcados con ellos.

El calor subía vertiginosamente, y los ánimos estaban por las nubes, pero todavía se elevaron más con Tortura-Visión, ese temazo de repulsa a la telebasura, cuya primera parte nos dejó cantar Molly enteramente. Con temas así, a la gente se la veía muy emocionada, miradas y gestos de euforia, pero también de grandes recuerdos por revivirla en directo. Los riffs de Ken y Luis, llenos de furia (mientras batían sus cuellos, frente a frente), nos transportaron hasta otro trallazo de esos que nos puso la sangre a hervir, Poseer Bajo Sumisión, y la banda logró que sonara igual de agresiva y cabreada como en su momento, especialmente Molly, que se metió un buen curro para seguir el ritmo, llevando su voz al límite. Y ni siquiera en temas tan exigentes como este, o esa bestialidad llamada Creerse Dios (otro de los temas más potentes que jamás compusieron), se le vio más parado, siempre recorriendo el escenario, como una dinamo imparable. Esta última levantó unos moshpits de mil demonios, y la batería de Paco sonó demoledora, igual que esos dibujos que salían del bajo de Álvaro, mientras se dejaba la melena… ¡¡Fueron directas al hígado!!

El vocalista se tomaba un respiro para agradecer y saludar (siempre con esa forma de expresarse tan suya), tras haberse echado unas buenas carreras por el escenario que a cualquiera lo dejarían hecho polvo. Preparados para la segunda tanda mortal de temas, el primero de ellos no fue otro que Dementes Cobardes, iniciada por la batería de Paco. Siempre es exacta como un metrónomo, pero es en especial en este tema donde me veo siempre obligado a fijarme en su impresionante forma de tocar, con movimientos comedidos, pero tan rápidos y precisos como una cuchilla. Un himnazo que cantamos alto, fuerte y claro, contra toda esa escoria infrahumana a la que va dedicado. De momento, no había un solo minuto de relax, y No me Jodas llegó para seguir reventándonos el cuello. Molly proseguía con ese ritmo imparable, es alucinante cómo puede cantar de ese modo y, al mismo tiempo, no dejar de moverse, saltar, dar golpes al aire, encorvarse… su calidad como cantante, y como frontman, están empatadísimas. Maravillosa esa parte en la que Tárraga prácticamente hace hablar a su guitarra, levantando el mástil a la vez. Entraban ahora, a saco, Luis y Ken con Muérdesela, acercándose a primera línea de ataque. Los brincos y giros de este último, eran un indicio de que estaba pasándoselo como un chaval. La parte más compleja del tema, fue ejecutada con una precisión milimétrica, como una máquina que funciona, en conjunto, perfectamente engrasada. El último reprís vino acompañado de un brutal Wall of Death por parte del gentío, y posteriores saltos que no cesaban. Así estaba el patio de movido.

Volvía a dirigirse Molly a nosotros para prevenirnos de que muy pronto tendremos noticias de ellos, y eso es algo que me ilusiona muchísimo, porque “Berlín” necesita una continuación a su altura. Concretamente, el conjunto de temas que vino a continuación supusieron, en la parte emotiva, mi momento favorito del concierto. Muchos de ellos hacía siglos que no los veía en directo y me llegaron hasta lo más hondo, otros fueron más habituales, pero siguen manteniendo esa potencia emocional gigantesca. Y como ellos mismos dirían, la fuerza del momento fue insuperable. Durante los primeros compases de Mi Nombre es Yo, Molly se ‘colgaba’ del palo del micro, pero rápidamente se desató por todo el escenario, clavando el tema con ese espeluznante alarido que nos regaló al final. Si bien al principio se le notó más conservador en este sentido (aunque no faltaron tampoco esos guturales de locura), a partir de aquí se vino arriba a lo bestia, tirando de unos gritos verdaderamente infernales. Hacía 11 años, nada menos, que no escuchaba en vivo Buena Suerte, una de las sorpresas más inesperadas de la noche, engalanada por las parpadeantes luces del escenario, y bordada con esos poderosísimos riffs de Ken y Luis, seguida de Dónde Duermo Hoy, que tampoco la esperaba, con el cantante exhibiendo de nuevo su excelente condición física, y que terminó, curiosamente, con todos los músicos haciendo corro alrededor de Paco, quien le propinó el golpe de gracia.

De momento, un set impecable, bastante cambiado incluso respecto a otros conciertos de esta gira tan increíblemente especial, para la que están recuperando temas de su “Revolución 12.111” e “Insomnio”, pero también del “Inferno” en esta última etapa, todos juntos, revueltos y bien encajados, imprimiéndole al concierto una fogosidad demencial. Sin embargo, como comento, también hubo momentos mucho más profundos, como aquel que arrancó con No Soy Igual, que por contener una de las letras con las que más identificado me siento, fue directa al corazón, y levantó muchas palmas desde el público, al ritmo que Paco marcaba con su batería y esos riffs amargos y melancólicos a los que Luis y Ken sacaban brillo. Molly, por su parte, le dio un colorido fabuloso, tirando de todos sus registros vocales. Aunque en este sentido, El Color de los Pañuelos siempre será, sencillamente, insuperable. Siguiendo el tono más íntimo que había cogido la actuación, y destapada por el bajo de Álvaro (quien fue uno de sus protagonistas indiscutibles), fue todo un viaje en el tiempo, una amalgama de intensas sensaciones, y un relativo reposo para la castigada voz de Molly, aunque no creáis que este último se mostró precisamente cansado en ella. El solo de Tárraga, puro feeling.

Pero aquí se acabaron las concesiones a la brutalidad. La muralla sónica formada en Habitación 106 nos trajo de vuelta a los Hamlet más contundentes y agresivos, de la escuela de los 90, un pico de intensidad, ante la atronadora batería y esas guitarras casi hirientes, que se transformó en un monumental desfase de la peña. He de insistir en la potencia y volumen al que sonaba todo, y en este tema, llegó a uno de sus puntos álgidos. Para que no decayese la cosa, y casi empalmada, llegó la devastadora Egoísmo, con la banda al completo, tras los primeros riffs, provocando al personal, antes de inflamar de nuevo la Rock City a base de gritos arrolladores, una batería rápida y mortífera que nos golpeaba en el estómago gracias a su increíble sonido, y un mensaje aplastante contra el maltrato animal en todas sus formas. Nunca deja de fliparme esa parte del solo de Tárraga, quien por cierto, se machacó las vértebras a base de bien durante todo el tema. Molly se despidió de nosotros con una gran sonrisa de felicidad, sin duda, reflejo de lo bien que estaba saliendo todo.

Los bises no se hicieron demasiado de esperar, y no les costó nada volver a poner la maquinaria en marcha con No me arrepiento. He de confesar que ciertas partes del tema me emocionaron muchísimo, y gracias a temas como este y No soy igual, el “Inferno” es uno de mis discos nacionales favoritos de todos los tiempos. Pero aún llegarían momentos más sentidos de la mano de Antes y Después, una melodía ya atemporal, un tema que nunca debería de sonar en sus directos, y que les seguirá siempre reportando tantas alegrías como a nosotros. Todos la acompañamos con unos acalorados ‘eh, eh’, cantando cada estrofa, y esos bestiales saltos de Tárraga fueron su agradecimiento, con un movimiento perpetuo en todo el escenario ante las luces ahora más tenues. Continuando con el “Insomnio”, otra que no falló fue Tu Medicina, y es que Molly, de eso de conectar con su gente, entiende un rato. También sonaron como un cañón los bajos de Álvaro, que no será el más elocuente de todos, pero a nivel técnico, para mí es uno de los mejores músicos de la banda. Este último corte nos dejó completamente empapados en sudor, y es que hacía tiempo que no saltaba y desfasaba tanto en un concierto. Tenía que ser uno de Hamlet, por supuesto.

Aún quedaba el envite final, que terminaría de dejarnos machacados, pero no sin antes presenciar ese amistoso abrazo entre ambos guitarristas. J.F. es, posiblemente, su tema más icónico, y un valor seguro para cerrar un concierto. Da para que cantemos, da para que Molly se desgañite a berridos, da para saltos, da mucho juego a las bases rítmicas, y para gritar desde abajo hasta quedar afónicos. El vocalista, fluyendo de forma casi etérea por el escenario, nos tenía en el bote con su clase e inmenso carisma, Ken vivía el momento con sus vueltas y sus alzamientos de guitarra, y encima, le añadieron esa parte híper-ralentizada en la parte central, que cayó como un yunque sobre nuestras cabezas.

Se despiden sin prisa, Molly corriendo sus 100 metros lisos por el escenario y animando, haciéndose fotos, saludando, dando unos saltos da aúpa, enlazando manos con sus fans, incluso charlando con algunos, posando, abrazándose, reverenciando…. Más que satisfechos, nos dejaron eufóricos. La cosa se alargaba. Seguían los aplausos y silbidos vitoreando a la banda y los gritos incesantes de ‘¡otra otra!’. Normalmente, al cabo de un rato, la peña se cansa y se pira. Pero aquí todo fue distinto. El empeño fue constante. Y de repente, como si esa insistencia hubiese dado sus frutos, tras más de 10 minutos que llevábamos asumiendo el final y aclamando al grupo… un gesto de Molly nos da a entender que… ¡¡van a tocar otro tema!! Y ni cortos ni perezosos, así, sin más preámbulos y de forma espontánea, van y nos lanzan en toda la jeta un segundo bis llamado… ¡¡Irracional!! Y joder, hubo que estar allí para vivir aquella implosión de energía, sumiendo a toda la sala en una locura sin precedentes, potenciada por el ambientazo y la alegría al poder disfrutar de un eterno himno de nuestro Metal como es este. Os prometo que, solamente por vivir este momento, por estos últimos cinco minutos de tralla y desmadre total, ya mereció la pena pagar la entrada.

Hamlet es una banda que nunca han dejado de luchar por aquello en lo que creen. En cada disco, se han esforzado al máximo para ofrecernos un trabajo de calidad, con la innovación por bandera, pero sin perder un ápice de su esencia, en sus mejores épocas, y en los tiempos más desfavorables. Nunca han sido de los que viven de rentas, pero hay que reconocer que la combinación de “Revolución 12.111”, “Insomnio” e “Inferno” fue absolutamente ganadora, con impagables momentos que nos devolvieron a nuestra más rebelde y contestona adolescencia, pero al mismo tiempo, a volver a gritar a pleno pulmón esas letras que, lejos de ser ornamentales, tanto nos enseñaron, y tantas sensaciones han ido absorbiendo y arrastrando a través del tiempo. Una gira que ya han prolongado durante unos cuantos años y que está llegando ya a su fin. Mi colega y yo no podíamos quedarnos sin hacer este tercer acto de presencia en ella, y finalmente, al menos para mí, este resultó ser el mejor de esos tres conciertos a los que hemos asistido mano a mano. Prometieron casi dos horas de concierto, y cumplieron. Prometieron grandes temas que rara vez han tocado antes, y lo acataron con creces. Incluso nos dieron una última sorpresa muy difícil de olvidar. Ahora toca frotarnos las manos, ilusionados, por ver qué nos depara el inminente futuro discográfico de la banda.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Hamlet, Viernes 19-01-2024, Sala Rock City, Valencia

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!

2