Había, en particular, un evento que nos llamó la atención desde el día en que fue anunciado, el Rare Hare. Se trata, básicamente, de un concierto en formato jam, en el que van participando numerosas celebridades de entre las bandas allí presentes, echándose unas versioncitas bien a gusto. También era algo que sonaba muy atractivo por su carácter exclusivo. Por norma general, nunca nos salimos de la ruta concierto-tras-concierto (aunque esto también lo era), pero aquella mañana, puesto que no coincidían con nada que nos atrajera más, fuimos a ver un ratito del show hasta que empezasen los Dangerous Toys.
Fue verdaderamente entretenido. Al intimidante solano que ya caía sobre las 12:00 del mediodía, pudimos echarnos unos cabezazos con temas de sobra conocidos por todos, e interpretados por músicos de primera clase. En verdad, tampoco tomé demasiados apuntes, pero recuerdo algunos covers, como el Nothin’ to Lose de Kiss (con Philip Shouse de Accept sobre las tablas), el Yankee Rose de David Lee Roth, y de AC/DC, Dirty Deeds Done Dirt Cheap y Shoot to Thrill, que inevitablemente, puso a bailar a toda la cubierta.
Dangerous Toys:
No pudimos quedarnos más a tomar el solecito. Para mí, entre las dos bandas que coincidían a continuación, la elección estaba más que clara. Dangerous Toys me encantaron el primer año que vinimos (en el Pool Stage, recuerdo), y aunque imaginaba que su setlist sería muy parecido a aquel que vimos, igualmente me hacía mucha ilusión. Y digo esto porque los de Texas son una de esas formaciones que han perpetuado su carrera, desde hace casi 30 años, exclusivamente con conciertos en directo. Esta vez, por tanto, tampoco habría novedades discográficas, pero el chaparrón de temas clásicos estaba más que garantizado. En el Studio B, dieron el tiro de salida con la cañera Outlaw, con un sonido contundente y bastante limpio en las guitarras redoblantes de Paul Lidel a la rítmica, y Scott Dalhover a la solista, siendo este último una de las figuras más destacadas del concierto. Al ritmo de Take Me Drunk (por Dio, que puto rollazo más guapo tiene este tema), empezamos a ver los primeros bailes a nuestro alrededor. La gente se había levantado muy motivada de la cama, por lo visto, y muchos ya lanzaban gritos y gestos hacia el escenario, y en particular, a su carismático vocalista, el gran Jason McMaster. Dangerous Toys conservan una formación sorprendentemente original, a pesar del paso de los años, y eso se nota cuando vemos lo engrasada que funciona la maquinaria de la banda. El estilazo que pasea Scott Dalhover, con ese rollo cowboy, es tremendamente atractivo, pero también su forma de dar los solos y, en general, de empuñar su instrumento, moviéndose a paso lento pero firme en temas como Sugar, Leather & the Nail. Jason se dirigía al público en general para enfatizar lo maravillosa y única que es esta experiencia del Monsters of Rock Cruise, y él, que lleva un montón de años asistiendo, los sabe mejor que la mayoría. Sin más dilación (aunque habría demasiados parones a lo largo del concierto), y a ritmo de percusión más clásica, arrancaría Gimme no Lip, y el mismo vocalista se mostraría en buena forma física, con movimientos rápidos y un andar constante por todo el escenario, pero también vocal, con un aguante admirable en temas que requerían esas voces más gritonas.
El bajo de Mike Watson, pieza clave en el sonido de sus grabaciones en estudio, destacaba también cantidad, y protagonizaba el inicio de Bones in the Gutter, volviendo de nuevo a su clásico “Dangerous Toys”, y la súper electrizante Ten Boots (Stompin’), en la que pude observar continuos detalles en la forma de tocar de Scott Dalhover, siempre tan apasionado y centrado en sus cuerdas. Paraba de nuevo el cantante para contarnos el contexto del siguiente tema, para seguir con su perpetuo movimiento. Desde izquierda y derecha, Scott y Paul se juntaban en uno solo para fliparse en ciertos momentos, pero también ponían su grano de arena en los coros, muy importantes en Queen of the Nile y, en menor medida, Pissed, que fue el único tema del set que se salió de los dos primeros álbumes, más machacona y pesada. Paul Lidel, con esa cara de eterno jovenzuelo, nos miraba sonrientes, señal de que lo pasaba tan de puta madre como nosotros. Abría, ligerita, la batería de Mark Geary, con buena pegada, para Sport'n a Woody, y con un mínimo gesto, su vocalista ya nos tenía a todos dando palmas a su son, y más adelante, este mismo se situaría en primera línea de escenario, pavoneándose ante nosotros. Volvía a hablarnos… presentando de nuevo el siguiente tema, Line’em, con ese estribillo tan pegajoso que prácticamente te obliga a mover los pies, y se preparaban ya para esos temazos con los que hicieron despegar su carrera, a finales de los 80, con continuas muestras de actitud y fanafarronería, las mismas que mostraron en Teas'n, Pleas'n. Los buenos coros, esas repeticiones vocales, y el solo, con Paul y Scott hombro contra hombro, fueron los aspectos que más me molaron, y cómo no, ahí estuvo también Scared. La banda decidió darlo absolutamente todo en ella, y levantar los ánimos todo lo posible, pero sin duda, lo que más nos flipó a todos fue la invitación, a mitad de tema, de Joakim Berg (vocalista de Hardcore Superstar) al escenario para terminar de cantarla con ellos. Se mostró pletórico, como si fuese uno más de la banda, incluso nos instó a cantar unas cuantas veces el estribillo a capela, muestra del subidón que llevábamos con aquel último gesto. Tras la presentación de los músicos, nos dedicaron un divertido y efusivo adiós.
Fuimos a comer en plan rapidito (unos cachos de pizza, clásico entre clásicos de nuestros MORC) y, como nos sobraba un poco de tiempo antes de tomar la revancha con H.E.A.T, fuimos a dar un rulo por las plantas superiores del barco, a ver qué nos estábamos perdiendo por allí. Y en verdad, fue bastante agradable. A parte de un arcade (aunque de máquinas modernas, para mi decepción), también pasamos por un café que metían Rock’n’Roll de los años 50 y 60, algo que me encantó. Posteriormente, ya en la planta 11, donde íbamos a ver el próximo show, nos dedicamos a hacer absolutamente nada y a tostarnos un rato al sol.
H.E.A.T:
A los suecos, en el escenario de la piscina, se les veía como en casa. Ambiente tan refrescante como sus temas, y un entorno tan festivo como lo son sus actuaciones. No se retrasaron en su salida a escena. Tras la introducción disparada habitual, The Heat is On, primero Crash, y después el resto de músicos fueron desfilando, y no les hizo falta más que la devastadora Demon Eyes, que el batería y el teclista Jona Tee abrieron a ritmo del más fulgurante Heavy Metal, para encandilar a todos los presentes. Como era de esperar, el inigualable Kenny Leckremo ya estuvo luciendo figurín en primera línea, dejándose la piel y la melena para incendiar el crucero ya de primeras, y no contentos con ello, nos estamparon la contagiosa Rock Your Body en las narices, haciéndonos vibrar y saltar a todos al mismo ritmo al que Kenny daba vueltas sin parar y se recreaba en su estribillo, cantando como Dios. No son precisamente nuevos en este festival, pero en el lugar se respiraban aires de multitudes, y es que nunca se tiene suficiente con ellos. Rápidamente empezaron a extenderse los bailes sobre el escenario, los acercamientos entre músicos, y movimientos cargados de estilo y actitud, como los que daba el bajista y cerebro de la banda Jimmy Jay en la no menos adictiva Hollywood. Incluso Crush, cada dos por tres, se ponía de pie para darle bien fuerte a los parches, siempre tan inquieto. Downtown, a pesar del solano que caía, lo cubrió todo de noche, neón y terciopelo con su excelsa ambientación, momento perfecto para que Kenny se relajara un poquito (física y vocalmente)… aunque por otra parte, tampoco se quedaba precisamente quietecito, trepando por la columna del escenario y liándola parda. Esos embriagadores teclados nos llevaron hasta el primer paroncete, donde el vocalista nos saludaba y agradecía de corazón el poder estar allá arriba un año más.
Volvían a estallar, literalmente, con One by One (que puta joya es ese disco titulado “II”), con todo el mundo saltando a su son, Dave Dalone ejecutando el solo junto a los monitores, y Leckremo presumiendo de melena (cabrón con suerte… jeje). El concierto llevaba un ritmo arrasador, y más que se intensificaría con la llegada de la rockanrolera Beg Beg Beg, un auténtico disparo certero a más no poder. Kenny se descamisaba, porque estaba ya sudando a mares, y durante el pequeño intermedio del tema, nos animaba y provocaba con sus gestos, nos hacía gritar y saltar, y aprovechando el momento, sacaron una tarta de cumpleaños para Jimmy, al que le caían ya 38 tacos. Un momento lleno de gestos de compañerismo, que sirvió para volver a dar caña y terminar el tema, con unos teclados que te metían el ritmo en las venas. Tras este subidón, bajaron un poco de revoluciones con una inesperada “Cry”, de su primer álbum, balada que dio para mucho juego a teclados y guitarra, cuyos artífices se juntaban en su inicio, pero también a grandes melodías de bajo. El sonido distaba de ser perfecto, en algunos temas se notaba cierta falta de garra en las guitarras, y bases algo saturadas, pero en general, los instrumentos eran reconocibles.
Con otra introducción disparada, que me trae unos recuerdos enormes, arrancaba Point of no Return, en la que todavía sigo creyendo ver a Erik Grönwall cantándola, aunque hay que ser justos y decir que Kenny la bordó con creces, con toda la energía que le invade. Dalone la culminaba con un solo extra, para mayor espectacularidad, y así, sin descanso, atacaban de nuevo con Livin’ on the Run. Tanto el griterío, como el volumen de los bajos, aumentaron desmesuradamente, y estos últimos casi se comían a las guitarras. Parece que el sonido, en general, iba ligeramente a peor, aunque todavía era decente. Aún tirándose por el suelo y sin parar de saltar, Kenny clavó cada una de las notas, lo cual ya tiene su mérito. La recta final fue auténticamente explosiva, empezando por Back to the Rhythm, con Jimmy apuntándonos con su bajo de rodillas, gran actitud en el solo de Dalone, y siguiendo con un pepinazo que ya casi no me esperaba, reservada casi para el final, esa Dangerous Ground, que fue una de mis favoritas del set, con una energía atómica, tanto en la batería de Crush, como en los saltos del vocalista. Me moló también ver cómo el teclista cantaba las armonías para el solo de guitarra. Y como era de esperar, A Shot of Redemption marcó el final, un acierto con el que la banda se asegura el que todos saltemos y cantemos, aunque yo personalmente hubiese preferido muchas otras, como Emergency, Falling Down, Come Clean… o incluso un final en plan emotivo con Laughing at Tomorrow. Kenny, corriendo como loco en círculos, y empapado en sudor, nos dijo adiós en nombre de toda la banda. Aunque esperemos que ese adiós sea un ‘hasta pronto’.
El próximo objetivo marcado, ya que prescindimos de ellos en su primera actuación, era el de KK’s Priest, la banda formada por el mítico KK Downing de Judas Priest y su ex-colega de banda Tom ‘Ripper’ Owens. Cuál fue nuestra sorpresa cuando, tras varios minutos haciendo cola para entrar en el Studio B, la gente empezó a retirarse, y la palabra ‘full’ (lleno) comenzó a estar en boca de todos. Por lo visto, estaba tan a reventar, ¡que habían cerrado puertas! Un poco desilusionados, hicimos retirada, aunque no hay mal que por bien no venga. De esta forma podríamos disfrutar de una buena parte del segundo bolo de Joe Satriani, que me volvió a dejar de piedra.
Joe Satriani:
La asistencia para ver al astro de las seis cuerdas era bastante numerosa en el Royal Theater, pero pudimos coger unos asientos con muy buena visibilidad. Es lo que tiene este escenario, que desde cualquier punto se ven de puta madre los conciertos. Esta vez con el teclado bordeando el escenario, y Rai Thistlethwayte tras este, el espectáculo musical, en su más pura esencia, estaba servido. Joe Satriani andaba completamente absorto en su mundo, mientras nos regalaba esas ostentosidades guitarreras en Ice 9, con esa melodía que también nos atrapó a nosotros. Una auténtica deidad, un monstruo de la guitarra que salpicaba pasión, riffs hipnóticos y técnica a raudales con cada gesto. Un puto privilegio poder verle por segunda vez. Con unas bases 100% compenetradas, formadas por los increíblemente talentosos Bryan Beller al bajo, y esa bestia imparable llamada Kenny Aronoff ensañándose a lo salvaje con los parches, la interpretación de Surfing With the Alien vino a rozar la perfección de una forma escandalosa, a lo que hay que añadir la enorme variedad de sonoridades que Satriani añadió a su guitarra, tirando de su enorme pedalera, entre ellas, cantidad de wah. Acompañándole a las cuerdas, su compañero Thistlethwayte también destacaba por su pasión y su pulcritud a la hora de tocar. Un fenómeno que domina las teclas, las voces y la guitarra con una soltura y talento pasmosos. Aronoff, por supuesto, continuó martilleándonos el cerebro con su bestial forma de tocar, viniéndose arriba en el último fragmento.
El maestro Satriani presentaba a su banda, y daba paso a otro de esos momentos que nunca, jamás olvidaré. Ante mis incrédulos ojos, subían al escenario, nada más y nada menos, que dos portentos, otros dos dioses de la guitarra como son Richie Kotzen y Nuno Bettencourt que, en conjunción, interpretaron una novedad respecto al anterior setlist, la clásica Crossroads de Robert Johnson, pero en una versión libre, más Heavy, y mucho más contundente que la original, emperifollada con cientos de solos, a cada cual más virtuoso que el anterior, en donde los tres fenómenos se fueron intercalando para ejecutarlos, y a la que puso voz, con mucha seguridad en sí mismo, el teclista Thistlethwayte. Fueron momentos que grabé a fuego en mi retina para nunca olvidarlos, pero no terminó ahí la cosa. Estando todavía estos tres colosos de la guitarra presentes, volvieron a tocar Going Down, tan adictiva como coreada por el público, con partes de improvisación para volverse loco, con algún aporte de Nuno a las voces, y empalmando frenéticos solos, lanzándose guiños entre ellos… no hacía falta más que ver la cara de Satriani, para saber que lo estaba pasando en grande, pero tampoco podíamos dejar de mirar cómo le metía el inconmensurable Aronoff a las cajas… Qué puta barbaridad. En cuanto terminó, y volví a la realidad (porque aquello fue para salirse del mundo), prometí no volver a lavarme los ojos nunca más.
Terminamos el show deshaciéndonos en aplausos, mientras la banda al completo se inclinaba en señal de reverencia. Todavía flipando vivos como estábamos, pusimos rumbo a la siguiente parada, pero no sin antes pasar por el bar de las deliciosas pizzas, donde nos pusimos a gusto (joder, cómo las echo de menos xD). También podríamos haber pasado a ver a los Queensryche, pero en este festival preferí centrarme en las bandas de Hard Rock americano y otras que son prácticamente imposibles de ver en nuestro país. A continuación, Ace Frehley estaba a punto de inundar el Studio B con los más clásicos riffs y punteos de toda su carrera discográfica.
Ace Frehley:
El Spaceman, como fue conocido en la era KISS, fue presentado por el locutor y experto en Heavy y Rock Eddy Trunk, una figura íntimamente ligada a este festival, que también participó en muchos otros actos. Comenzaron a tocar el resto de los músicos, y en unos minutos, salió la estrella del cotarro, el más que reconocido por su talento Ace Frehley, en vivo y en directo. Y lo hizo, además, con uno de mis temas favoritos de su discografía en solitario, Rip it Out, que conservó ese rollo 70s a tope, aunque valga decir que el sonido, en los primeros compases del show, fue un poco desastroso, con unos acoples perfora-oídos del copón. Con la ayuda de los coros (que tuvieron un papel fundamental en el concierto)… ¡ahí llegaba el primer solo!. Parasite, para empezar con los muchos clásicos de KISS que caerían esa tarde, fue un poco a peor, sonando en general menos compacta, aunque a nivel escénico estuvo bastante bien, con Jeremy Asbrock destilando chulería y desparpajo, y un pequeño interludio de batería a cargo de Scot Coogan. No podía tardar en volver a caer alguna de cosecha propia. De su último disco, que tantas buenas críticas ha cosechado, y cuya portada adornaba el bombo de la batería, escuchamos la homónima 10,000 Volts, cuyo solo, esta vez, corrió a cargo de J. Asbrock, un guitarrista que demostró ser la mar de solvente. En cuanto al nivel vocal del propio Ace, vi una de cal y otra de arena, aunque fue mejorando poco a poco conforme avanzaba el show. Tampoco en todos los temas consiguió emocionarme con su performance. Si bien en algunos solos se lució, coronándose como el musicazo que siempre fue, en otros me costó mucho ver ahí arriba a aquel guitarrista que en su momento se convirtió en leyenda, considerado por muchos como uno de los mejores de la historia. En ocasiones, incluso, le vi algo torpe y poco suelto con las cuerdas, o al menos, esa fue mi impresión. Detroit Rock City, por supuesto, elevó las cotas de ánimo hasta las nubes, currándose los guitarristas varias coreografías, y cantada principalmente por el bajista Ryan Cook, que también tocó con gran habilidad. Tocar repertorio KISS era ir a tiro hecho, y otras, como Shock Me o Rocket Ride, durante las cuales, el sonido mejoró un poco (sin llegar a ser bueno del todo), levantaron cánticos por toda la sala.
Pero no tantos como el estruendo que se montó en Love Gun, el gran mega hit de KISS, cantada íntegramente (¡¡y sorprendentemente bien!!) por Scot Coogan desde su batería, al tiempo que una constante lluvia de púas caía sobre nosotros, lanzadas por el propio ‘Space Ace’. No faltó tampoco alguna cover, dejando a un lado las de KISS, como fue New York Groove, un tema muy habitual en los repertorios de Ace en solitario, donde Coogan agitaba con mucho ritmo ese cilindro de arena al principio. Insistieron mucho en levantar palmas a la gente, y en que cantásemos todos los estribillos, aunque en realidad no llegué a ver una conexión total salvo en ciertos momentos. Frehley (‘alegremente distorsionado’, ya me entendéis) cambiaba de guitarra para darle caña al Cold Gin, que fue uno de los momentos más vividos por el siempre alegre Ryan Cook. Por supuesto, hubo momento de protagonismo total para Ace, que interpretó un solo largo y variado, sacando un humo, y lo digo de forma literal, de su guitarra que llenó todo el recinto. Entre medias, hubo un guiño a la melodía principal de “Misión Imposible”. Otro cambio de guitarra y de atuendo, con camisa de leopardo, precedió a la exitosa e infalible Shout it out Loud, y esta vez, era el turno del guitarrista Jeremy Asbrock para cantarla. La verdad, me gustaron mucho más las interpretaciones vocales de sus compañeros que las del propio frontman. Scot Coogan mostró también un gran nivel a las baquetas en Deuce, y posiblemente, fue el solo en el que más apasionado vimos a Ace, moviéndose de un lado al otro y disfrutando a tope con él. No sé si fue porque acudí con las expectativas muy altas, al estar por primera vez ante un nombre tan gigantesco en la historia del Rock duro, pero el concierto me dejó bastante frío, uno de los que menos me gustó de todo el festival, y tampoco el sonido, excesivamente embotado, ayudó demasiado. Aunque según me consta, otros lo pusieron por las nubes. Ya se sabe, para gustos…
Crazy Lixx:
Nos acercábamos ahora a la planta del Pool Stage, donde pasaríamos a registros mucho más movidos, divertidos y alborotadores, como los que nos ofrecieron los suecos Crazy Lixx. La armada sueca de bandas de Hard / Sleazy se va abriendo paso cada vez más en los carteles del MORC, y con las movidas que llegan a liar, no es algo que deba extrañarnos. De hecho, ya puedo decir como adelanto que este fue uno de los mejores conciertos que les he visto dar, siendo esta mi sexta vez frente a ellos. Mucho mejor, por ejemplo, que el que dieron en el pasado Lion Rock Fest. Aquí, aparte de tener un sonido mucho mejor, se lanzaron al directo con mucha más energía y ganas de conquistar, desde el primer segundo, con Whiskey Tango Foxtrot, que fue la primera en caer, dándonos todo un espectáculo de coordinación. En primera fila, el dúo de guitarras Jens y Chrisse, junto al bajista Jens y el excelente vocalista y compositor Danny Rexon, se alineaban, vendiendo la mercancía, e insinuando: ¡preparaos para la que se os viene encima!. Varias coreografías animaron en seguida el cotarro para la siguiente Hell Raising Women, un auténtico petardazo de tema, y una de mis favoritas, que sonó de la hostia, amparada por el buen sonido del que gozamos en todo el show, y todo un despliegue de chulería por parte de sus miembros. Este se mantuvo en Rock and a Hard Place, con esas vueltas de su bajista, y los duros y constantes golpes de Joél Cirera a la batería. Danny, muy bromista a lo largo del show, saludaba con alegría y desaparecía del escenario, para volver súbitamente ataviado con una máscara de Jason y un micrófono reconvertido en puñal. Sonaban los primeros acordes de XIII, con buenos coros por parte de Jens Anderson y Jens Lundgren que sonaban reales, no como la última vez que les vi.
El teclado, eso sí, fue pregrabado antes de meterle a Silent Thunder, con los desafiantes Chrisse y Jens haciéndose los amos del escenario, y unas maneras de lo más provocativas, por parte del bajista, en Rise Above. Todo esto os puede dejar claro que, en cuanto a actitud, hay pocas bandas que les tosan en directo, cuando ves a los músicos apoyándose espalda contra espalda, o flipas con esos solos al borde del escenario, melena al viento. La mayor sorpresa vino, para mí, con la versión de Bonfire (¿o deberíamos decir de KISS?) Sword and Stone, que nunca les había escuchado, y ligada a esta, llegó una de mis grandes favoritas como es Blame it on Love… y por lo visto, de muchísima gente, a la luz de cómo nos dejamos la melena en ella. Danny agarraba su pie de micro para llevárselo de paseo, pisando fuerte por el escenario, y en unos minutos, señalaba el anverso de su camiseta, para hacer referencia a 21 Til I Die. Cayó como todo un grito de guerra, con su letra que es una filosofía de vida en sí misma, y los músicos lo pasaron de destripe en ella. Para los bises, otra intro grabada (concretamente, un corte de la banda sonora de la película Transformes, rollo synthwave total), durante la cual el escenario se llenó de humo y luces azules, y ahí teníamos de nuevo a Danny, portando una enorme bandera americana en ‘modo Crazy Lixx’, a lo que estaba cantado que iba a caer Anthem for America, obviamente, una de las más celebradas allí. Muy cañera, pero no más que Never Die (Forever Wild), más que digna para poner el broche a aquel fiestón de Hard Rock, con la cara de felicidad indisimulable en algunos de los músicos, mientras todos coreábamos el estribillo a viva voz. Si acaso, faltó un poquito de definición en los instrumentos, en general, pero no me pude quejar excesivamente en este aspecto.
Mientras sonaba la divertida outro, el Crazy Nights de los KISS adaptado, fuimos moviéndonos para tomar un rápido bocado, antes de uno de los puntos álgidos de todo el festival. Vale, ya he usado esta expresión muchas veces, pero es que lo de Winger fue realmente algo excepcional. Como nos sobraba algo de tiempo, pasamos por la barra del Royal Theater a tomarnos un lingotazo, el especial del día, que nos supo a gloria bendita.
Winger:
Hasta su inicio fue extraordinario. En lugar de la típica salida a escena, tan solo el batería Rod Morgenstein se sentó en su instrumento, deleitándonos a todos con un portentoso solo, mientras de fondo sonaba una base pregrabada de aires progresivos. Un elemento sutil pero casi constante en la música de Winger, que le da un sabor único a sus canciones. Ahora sí, con toda la formación (de auténtico lujo, debo añadir) sobre el escenario, se lanzaron, y con muchísima entrega, a por el primer corte, Stick the Knife in and Twist, el que más me moló de su último redondo, “Seven”, muy metalero, y con un Kip al que se veía pletórico, dedicándose completamente a sus fans con esas carreras de punta a punta, desplegando unas vibraciones que perdurarían hasta el mismo final. El Royal Theater estaba bastante abarrotado, ávido de temazos, y Winger nos dieron todo lo que vinimos a buscar, y más. Se respiraba un ambiente tremendamente cargado de ganas e ilusiones, y para más inri, se marcaron como segundo tema esa Seventeen, que terminó de quemarlo todo. Súper enérgica, y con los cuatro músicos (salvo el batería) pavoneándose, codo con codo, en el centro del escenario, se nota a kilómetros el rodaje y el empaste entre ellos, después de tantísimos años juntos. En Can’t Get Enuff deslumbraron las exquisitas guitarras de Reb Beach, con su solo incluido, aunque por unos instantes, los teclados sonaron demasiado fuertes. Afortunadamente, fue algo puntual, y luego volvieron a su sitio.
Down Incognito, único tema que sonó de su “Pull”, fue una gran representación del sonido de ese disco, de nuevo con Reb muy inmerso en el concierto, midiendo riffs, punteos y movimientos al milímetro, y compartiendo armonías vocales con su colega Johnny Roth, reforzando aún más ese puntito sureño. Ojo también a como aplastaban las baterías de Morgenstein, uno de los instrumentos que mejor sonaron. Proud Desperado ya me gustó un poquito menos, aunque en cuanto a ejecución, continuó siendo impecable, y también consiguió llenar el Royal Theater de coros, tan entusiasmada como estaba la peña. Llegaba uno de los cortes más emotivos, con Paul Taylor abriendo para la maravillosa Miles Away. El músico, que alternó sus funciones como guitarrista y teclista, clavó esas notas que se nos metieron bajo la piel y que todos cantamos como si nos fuese la vida en ello. Kip, en las notas más exigentes, falló algún tono (con cierto mosqueo en su rostro), pero fue algo estrictamente puntual, ya que durante todo el concierto, hizo gala de una voz muy sólida y versátil. Aún así, obtuvimos una disculpa. Otro sorpresón, que me subió las pulsaciones, fue Rainbow in the Rose, que no interpretaron en el 2022. Casi hipnótica, subyugante, con esas teclas de aire prog de parte de Taylor, y el batería Rod Morgenstein saliéndose de madre en el plano técnico… fue para mí uno de los momentazos de la velada, aunque en verdad, hubo mogollón de estos.
Las guitarras de Reb y Johnny gritaban que daba gusto en Time to Surrender, y a ellos se unió para la ocasión Paul Taylor, tocando incluso parte del solo, con lo que el tema sonó de lo más contundente. Aunque para solo, el que se marcó el gran Reb Beach, preludio de la instrumental Black Magic, un tema registrado en el segundo CD de su carrera en solitario. Aquí, John Roth asumió el papel de bajista, con mucho garbo, mientras Kip se tomaba un respiro, preparándose para volver al trote con Headed for a Heartbreak, portando un micrófono-diadema que le permitió mayor movilidad. Debo volver a insistir en la brutalidad con la que sonaban esas baterías, que retumbaban en cada pared del recinto como un trueno. Con Easy Comes, Easy Go disfruté a lo grande de cantar y bailar. Fue la primera canción que escuché de la banda, y le tengo muchísimo cariño. También me divertí mucho viendo como algunos entre el público hacían sus propias coreografías. El volumen general continuaba altísimo, pero al mismo tiempo, claro como el agua, algo que terminó de redondear un conciertazo para quitarse el sombrero. A continuación, Kip nos hacía cantar unos cuantos ‘uouoh’ para mantenernos ‘on fire’, y dar así el golpe de gracia con Madalaine, durante la que pudimos ver todo un popurrí de delicias: tres guitarristas sobre el escenario, solos alternados y simultáneos, buen rollo a raudales entre todos los músicos, una subida extra de volumen, poses, gestos con el público y por último, un ensordecedor aplauso de nuestra parte, que se ganaron a pulso. Otro concierto que fue directo a mi Top de todo el festival.
Por una parte, estuve eufórico durante todo el concierto, pero por otra, me sentía bastante preocupado por el hecho de que mi novia perdió el móvil minutos antes de entrar en el teatro (gracias a Aitor por la foto de Winger). Afortunadamente, y tras preguntar en todos los sitios posibles, un alma caritativa lo encontró y nos lo devolvió en mano. Consejo para todo el mundo que tenga pensado asistir alguna vez: es fundamental que en la pantalla de bloqueo del móvil se pueda leer el número de habitación donde uno se hospeda. Gracias a eso, lo pudimos recuperar. Thanks a lot, Linda Robinson!! We love you!!
Obviamente, tras haber descansado (por fin) un número humanamente razonable de horas, hoy me sentía muchísimo mejor que el día anterior, y no veía el momento de cada próximo concierto. Tan solo quedaba uno programado para hoy, tras el de Rhino Bucket, y al mismo tiempo que se proyectaba The Rocky Horror Picture Show. Todo un maestro del Horror, el gran Lizzy Borden, que nos hizo saltar los plomos a ritmo de Heavy Metal con su espectacular show.
Las incontenibles ganas que tenía de verle en directo, aparte de porque me flipan sus temas, se remontan al 2010. En el Wacken de aquel año, vi tan solo unos temas de su actuación, pensando que ya la vería entera en el próximo Leyendas del Rock, donde también tocaban. Pero si lo recordáis, aquella edición fue absolutamente catastrófica, con el diluvio universal dando al traste con numerosos conciertos, entre ellos… el de Lizzy Borden. En resumen, 14 años de ganas acumuladas, que iba a redimir en este MORC 2024. Casi me da un infarto cuando nos dijeron que el concierto se iba a retrasar, al menos… ¡¡1 hora!! Maldita sea con los retrasos de los últimos grupos… Al menos, echamos el rato en el casino, donde volvimos a coincidir de nuevo con el colega Diego Sixx, con quien fue un placer intercambiar opiniones sobre música y conciertos, un auténtica enciclopedia del Heavy / Rock.
Lizzy Borden:
Por fin, ya frente al escenario, y con esa tormentosa introducción sonando a todo volumen, los angelinos estaban a un tiro de piedra. Y creo que nadie se esperaba lo que ocurrió nada más comenzar. Un monstruo de tres caras (digno de una peli de la Troma, jeje) y lleno de cuernos, abordó el escenario, el mismísimo Lizzy Borden, que de esta guisa, disparaba su primer cartucho con My Midnight Things, haciendo de la teatralidad más elocuente la mayor seña de personalidad de todo lo que vendría a continuación. Un espectáculo en el sentido más estricto del término (y además, con grandes medios) que continuaba con Killer Love, aunque más bien me preparaba para escuchar el Be One of Us, dado que emplearon Tocata y Fuga en Re menor de Bach como introducción. Sea como sea, Lizzy aprovechó el inicio instrumental de esta para cambiarse de atuendo, mientras AC Alexander nos entretenía tocando sus riffs y dándose unas carreras de aúpa. Volvió tras una máscara de demonio plateada, y con sus teatrales gestos, nos conquistó de nuevo, al tiempo que sus compañeros iban creciéndose más y más. Me encanta la agresiva forma que tiene AC Alexander de tocar y moverse, también pintarrajeado para la ocasión. Fue pura adrenalina en la siguiente Eyes of a Strangers, sin dejar de lanzarnos miradas y seguir corriendo los 100 metros lisos con una energía pasmosa. Los inconfundibles dejes rotos en la voz de Borden, esta vez con un traje cantidad de marciano y ojos iluminándonos, nos recordaban que el tiempo no pasa en balde, pero aún así, le vi cantar de puta madre, muy afinado y llegando a la gran mayoría de tonos. Claro que, por el contrario, el tener que cambiarse tanto de disfraz tuvo la parte negativa de ir cortando demasiado el concierto. Notorius, con la que disfruté de la gran actitud y contoneos del bajista Colton Seaver, o la esperadísima Master of Disguise (¿¡tan temprana!?), con intro hablada incluida, fueron toda una muestra de contundencia sonora y guitarras afiladas como navajas.
En esta segunda, incluso, el vocalista volvió a cambiar de vestimentas a mitad de tema. Una lástima que de mi disco favorito, “Love You to Pieces”, solo tocaran la guapísima American Metal, iniciada con arpegios de AC Alexander, y con esos ritmos tan currados que nos hacía llegar el hermano del cantante, Joey Scott Harges, desde su batería. El espectáculo iba a más, el vocalista salía arropado por una enorme bandera americana, y dos mozas de muy buen ver subían al escenario con sensuales bailes. Al final de There Will be Blood, llegó la nota trágica, mordiendo Lizzy a una de ellas en el cuello, y derramando cantidades ingentes de sangre (¡MOLA!). Y por descontado, máscaras, más máscaras de todos los estilos y colores. Un show que, indiscutiblemente, bebe de las fuentes del maestro del Shock Horror, léase Alice Cooper. El fornido AC Alexander, a quien era más que evidente que le molaba exhibirse, saltó a primera línea de ataque para arrancar Me Against the World, a quien se unió el mismo Lizzy con amenazantes y sinuosos gestos, tras su orgía de sangre. Lo que no vi venir es esa cover del Pet Semantary de The Ramones… ¡qué pasote!, y si encima le añadimos más bailarinas que nos ponían a tono, pues mejor que mejor. Con la batería dando cera de fondo, Lizzy nos invitaba a corear, a capela, el estribillo de la siguiente y última canción de la noche, Long May They Haunt Us. Lizzy lo dio todo en ella, vocalmente hablando, y para no desentonar en cuanto a espectáculo, lanzaron un montón de globos negros, que fueron rebotando por nuestras cabezas, y rosas del mismo color al terminar, ante un despampanante solo de batería.
La cosa es… que se me quedó un concierto muy corto, y me faltaron muchísimos temas que me habría encantado escuchar. Al día siguiente tendríamos la opción de repetir con él, pero con tan mala suerte, que coincidía con otro imprescindible como Slaughter. De momento, dejamos la puerta abierta al ‘ya veremos sobre la marcha’, y cerramos a cal y canto la de nuestro camarote, buscando el urgente descanso. Al día siguiente hubo un buen madrugón para algunas (mis compañeras) y una mañana de exagerada vagancia y hedonismo para otros (servidor), así que, sin ninguna presión, me quedé frito en cuanto toqué la almohada.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Monsters of Rock Cruise 2024 (4to día, martes 05/03/2024, Independence of the Seas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!