Enuff Z’Nuff:
Porque, encima, me vi forzado a perderme la primera actuación de los Heaven’s Edge, y la segunda y última de Crashdïet. Volviendo hasta Cozumel, donde estaba atracado ‘nuestro hogar’ también las pasé bastante canutas. Pero al menos, pude llegar a tiempo, con mi chica, para ver el tramo final del concierto de mis queridísimos Enuff Z’Nuff, petado de grandes éxitos y, por supuesto, la siempre encantadora presencia sobre el escenario de Chip Z'Nuff, que fue lo que primero me alegró la mañana realmente. Con su voz cazallera, Chip se dirigía al público, nada más entramos en el Royal Theater, con su siempre amigable y apacible forma de ser, ataviado con un sombrero distinto al que llevó el día anterior. Y obtuve muchísimo placer de volver a disfrutar de esa melódica y reconfortante Baby Loves You, que tantas buenas vibraciones me da, con el añadido de una batería que sonaba bastante cruda y potente. El frontman, con su bajo de cuerdas de colores en ristre, saludaba a todo el mundo, incluido a la gente de las gradas altas. También estaba junto a él, aparte de Jason Camino y Tory Stoffregen a las guitarras, y Daniel B. Hill a los tambores, Tyson Leslie, que se apuntó también para este segundo bolo, y le dio un rollo muy guapo a la siguiente New Thing. Buenas armonías de voz también, gracias a Jason y Tory, que hicieron piña en varios momentos de lo que quedaba de show… que por desgracia, no era mucho ya. Fueron, de hecho, unos 20 minutos lo que vimos, pero al menos, sonó bastante mejor que en el Pool Stage, y por cierto, llegamos también a tiempo de gozar con ese cover que me dejó en babia, With a Little Help From My Friends, en donde Chip volvió a asumir el papel solamente de vocalista, mientras un amigo invitado se encargaba del bajo. Otro de esos momentos zen maravillosos con coros, cien voces al unísono, sensación de evasión total… aunque, si os soy sincero, me encantaría haber repetido también Fly High Michelle, pero por lo visto ya la habían tocado.
Quiet Riot:
Lo de Enuff Z’Nuff había sido un momentito, extremadamente deleitable, pero muy corto. Con Quiet Riot, comenzaba de verdad la matraca de aquel tercer día de festival / crucero. Se iba a celebrar en el Pool Stage, y con el calorro que hacía a cielo descubierto en pleno Caribe, tendría suerte si no terminaba en el suelo sin sentido. Un hándicap más que se unía al brutal cansancio que llevaba encima. Apenas me tenía de pie, apoyado en una de las barras que había en la zona. Pero en cuanto los angelinos prendieron mecha a todo trapo, con Run for Cover, me volvieron a encender el fuego casi inmediatamente, y de qué forma. Rápidamente, salí de mi letargo para arrancar con el headbanging al frenético ritmo que marcaba Johnny Kelly a las baterías, y el monstruoso Rudy Sarzo a las cuatro cuerdas. Como era de esperar, el sonido no fue tan equilibrado como en su primer bolo, en el Royal Theater, aunque las pérdidas fueron menores. En Slick Black Cadillac, el solo se entrecortó en varias ocasiones, pero tampoco fue una catástrofe. La imparable presencia de Jizzy Pearl, que volvió a ser una de las grandes estrellas del show, te hacía volverte loco con solo mirarle, al tiempo que cantaba increíblemente bien, a ratos intentando parecerse al añorado Kevin DuBrow, y otros tirando de recursos de cosecha propia. El mismo, pedía caña a la batería para iniciar Mama Weer All Crazee Now, con la que nos hicieron gritar a todos mientras Sarzo elevaba el mástil de su instrumento, y sus constantes cruces con el compañero Alex Grossi, carrera arriba y abajo, fueron todo un espectáculo visual digno de los 80, en temas como Love’s a Bitch o Condition Critical, ambas tremendamente contundentes. Las cuerdas de Grossi brillaron con luz propia en esta última, y ese ritmo machacón nos dejó el cuello frito a todos. Incomprensiblemente, ya apenas había rastro de mi cansancio. Y es que, con solo verles, uno se viene arriba irremediablemente. Ahora Sarzo, micro en mano, daba un pequeño discurso, dedicado a la memoria de su amigo Frankie Banali, sin dejar de ensalzar la figura de su actual batería. Con un sonido bastante bueno, toneladas de feeling en sus movimientos, y unos redobles extra que le imprimieron más fuerza, Thunderbird volvió a emocionarme muchísimo.
Atendiendo a la letra de la siguiente, creo que todos allí lo estábamos pasando de nunca olvidarlo. Con Sarzo que no paraba quieto (este hombre tiene gasolina en la sangre), y las bases metiendo tal nivel de caña en Party All Night, hasta los camareros que pasaban por delante de mí bailaban y movían la cabeza. Y detalles como este, me subieron todavía más los ánimos. Pero la máxima expresión de la locura para mí llegó, concretamente, con la interpretación del Blackout in the red Room de los Love/Hate. Jizzy, como es natural, sacó pecho todo lo que pudo en ella, cantando de miedo y contoneándose a muerte (y es que es un jodido TEMAZO), y Kelly, martilleando sin piedad, nos puso la tensión peligrosamente alta. Seguía el fiestón, con los jacuzzis llenos de gente, con el viento despeinándonos y con el sol ardiente en la cara. Un entorno idílico con una banda que se salió de madre por segunda vez, y es por eso por lo que quise repetir. Sabía que no fallarían ni queriendo, y menos aún con temas como las siguientes, la cantadísima The Wild and the Young, con un atronador solo de bajo y batería partiendo el tema en dos mitades, y Let’s Get Crazy, que incluyó una pequeña parte del Crazy Train de Ozzy, además de un solo cojonudo por parte de Grossi. El calor nos hacía sudar a mares ante tal revuelo, y eso que todavía faltaban por sonar dos de sus grandes exitazos. En Cum on Feel the Noize, me vine arriba, subiéndome a una de las barandillas, y terminando el concierto ahí, crujiéndome la nuca a base de headbanging, y uniéndome a esos gritos de ¡¡eh, eh!! casi constantes. Y no fue menos con Metal Health, para la cual, además, Grossi nos provocaba desde primera línea para que no parásemos de doblar el lomo. Triunfadora desde los primeros acordes, la celebramos a lo grande, con saltos, puños y voces en alto, siendo la escogida para poner punto y final a tan impresionante actuación. Qué puto nivelazo, colegas…
Richie Kotzen:
Aunque, para nivel, y esta vez en el sentido más técnico, lo que íbamos a vivir a continuación. Del más aguerrido sonido de Los Ángeles de los 80, a la más aterciopelada música y voz del inconmensurable Richie Kotzen, un derroche absolutamente colosal y abrumador de elegancia, virtuosismo y precisión, que nos esperaban en el Royal Theater a escasos minutos. Lo de este hombre, y por supuesto, de la banda que le acompaña, es para darles de comer aparte. Uno de esos conciertos que uno no puede ni debe perderse cuando tiene la ocasión. Hace dos años ya aprendí la lección, y este año repetí con los ojos cerrados. Si bien en aquel MORC Richie venía acompañado por baterista Mike Bernett y el excelente bajista Dylan Wilson, esta vez volvimos a disfrutar de este último, pero de la batería se hizo cargo otro auténtico maestro, Daniel A. Potruch, que ya ha colaborado en muchas etapas de la carrera del guitarrista. De nuevo, una banda de 10, en la que el orgasmo auditivo estaba garantizado. Bad Situation fue el primer corte, ideal para que Kotzen fuese calentando la voz poco a poco hasta dar el 100%, ya en esta misma, desplegando esos falsetes tan característicos y cargados de soul. Your Entertainer fue una de mis preferidas, y no solo por la interpretación a la guitarra, también por esa soberbia actuación de Dylan Wilson y sus constantes slaps y virguerías. Durante este festival, las bandas de los solistas han sido, técnicamente, las más impresionantes. Tanto Wilson como Potruch nos ofrecieron un recital para quitarse el sombrero, músicos a los que, a continuación, presentó el guitarrista, al tiempo que nos mandaba un saludo. La emoción iba creciendo en el rostro de Richie, con esos solos tan sentidos de War Paint (con la calidez habitual en su voz), o Love is Blind, en donde Wilson, además de hacer los coros, se retorcía de gusto en esos punteos tan virtuosos y tan perfectamente encajados. Justo al final, Richie nos dejaba con la boca abierta con su alucinante poderío vocal. Es otro de los artistas que suelen repetir por aquí, y viendo su colosal directo, no es de extrañar.
No es precisamente de los de ponerse a saltar o a gritar, más bien, de abrir todos tus sentidos de par en par y dejarte llevar por tamaña ostentosidad de técnica y profesionalidad. Hubo temas en donde las partes instrumentales fueron alargadas a placer, como Fear, todo un show en sí misma. Su intensidad ascendente, transformaba esas baterías de leve brisa a tormenta destructiva y, con el paso de los minutos, se iba saliendo de los esquemas hasta alcanzar cotas ligeramente progresivas que, una vez más, nos dejaron atónitos. Fueron empalmando casi todos los temas, aprovechando al máximo el tiempo. Richie nos iluminaba a continuación con Help me, desatándose vocalmente por completo con todo un impresionante abanico de registros, y el solo de Wilson, a mitad de tema, le dio un carácter casi ensoñador. Mirases a quien mirases, la técnica era sencillamente perfecta, y eso a mí me hace volar. De su último disco, “50 For 50” nos presentaba Dogs. El feeling inicial en la guitarra, casi susurrante, se transformó en un verdadero aluvión de virtuosismo exacerbado, y seguidamente, Peace Sign nos trajo una de las partes más flipantes de todo el concierto, de esas en las que, por mucho que bajase el volumen y la intensidad, no se escuchaba ni una mosca: estábamos todos completamente absortos con esa parte de jazz, que Richie, por su parte, también interpretó con los ojos cerrados. También las bases rítmicas tocaron de lleno la perfección, como no podía ser de otra forma, con dibujos melódicos en el bajo y una cantidad infinita de filigranas a la batería. Richie nos dedicaba un último discurso, bromeando, y confesando que era muy malo confeccionando setlist (aunque no sé por qué lo dijo), para pasar a tocar You Can’t Save Me. Posiblemente, fue su tema más reconocido, y el aguante vocal en ella fue para quitarse el sombrero, lo cual también le coronó como uno de los mejores vocalistas de todo el festival. Su triunfo, reflejado en la larga tanda de aplausos que se llevó, fue indiscutiblemente arrollador.
Y tras la relativa calma e intimidad que nos ofreció el suculento concierto de Richie Kotzen, llegó la tempestad, y en muchos sentidos. Extreme eran sin duda, uno de los nombres gordos del cartel, uno de los platos fuertes del menú. En esta ocasión, nos tocaba acercarnos al escenario de la piscina, que como digo, este año estaba cubierta… afortunadamente. Y digo esto último porque, salvo el concierto de KK’s Priest del día siguiente, que estaba tan abarrotado que ni siquiera nos dejaron entrar, no llegué a ver en ninguno de los días un concierto tan petado como el que dieron los autores de la mítica More Than Words. Mientras nos acercábamos al escenario, coincidí, y tuve el placer de saludar a Ron Finn, ex-vocalista de nuestros Easy Rider, que muy simpático y dicharachero, me contó acerca del nuevo trabajo de su actual banda, Wildside, que incluirá seis temas con la batería grabada, nada menos, que por Vinnie Apice. Un momento muy agradable.
Extreme:
Intentamos hacernos un hueco entre la muchedumbre, pero la cosa estaba jodida. Tuvimos que empezar a ver el concierto desde lejos, pero igualmente, el fiestón que montaron, ya desde los primeros temas, como It ('s a Monster) o Decadence Dance (canela en rama de mi idolatrado “Extreme II: Pornograffitti”), nos llegó hasta el pecho como si estuviésemos encima del mismo escenario. ¡¡Vaya descarga de energía más letal!! Esa bestia llamada Gary Cherone, se presentaba desafiante, cargadísimo de adrenalina, dando saltos, agachándose, retorciéndose en medio del escenario, lanzando el palo del micro por los aires y corriendo como si no hubiese mañana… En estos primeros temas, tal vez le faltó algún tono, pero su actuación, más como showman incluso que como cantante, nos hizo hervir la sangre desde el principio. Y por supuesto, a su vera, el grandísimo Nuno Bettencourt, sacando humo de sus cuerdas en cortes como la más moderna #REBEL (también hubo bastante buen material de su último “SIX”, que me ha encantado) o Rest In Peace. La banda puso el alma para incitarnos a cantar y gritar cada uno de los estribillos, acompañados también por los coros de Nuno y Pat Badger, que sonaban muy compactos, dando esas armonías, tan inspiradas en The Beatles, a la perfección. Una formación que se ha mantenido bastante íntegra desde su nacimiento como banda, siendo el batería Kevin Figueiredo la última incorporación en 2007. Y que por cierto, demostró sobradamente tener una pegada bestial, y una cantidad de recursos interminable. Kid Ego, con muchas más locuras sobre el escenario (Cherone terminó tirándose al suelo para cantarla, después, enganchándose a la columna del escenario, y más tarde, subiéndose a los bafles), fue directamente enlazada con Do You Wanna Play? para que no hubiese un solo minuto de respiro, incluyendo un fragmento del We Will Rock You de los Queen. Estaban también en plan gracioso Cherone y el genio Bettencourt, lanzándose puyas amistosas, y dándonos este último unas lecciones de velocidad y virtuosismo, como cabía esperar, para quedarse loco.
De repente, salieron unos pipas a dejar un bombo y una guitarra acústica sobre el escenario. El bombo, por lo visto, fue un despiste, pero la acústica fue empleada por Nuno para darle caña a OTHER SIDE OF THE RAINBOW, también del “SIX”, a la que se unió, un rato después, el vocalista. Seguramente el sonido era más que bueno, pero tuvo un hándicap ajeno a la banda: el molesto viento que sopló durante todo el concierto, y que se llevaba y traía el sonido de forma intermitente. Una lástima, porque deslució algunos momentos. Comenzaron, en plan acústico también, con Hole Hearted, con Badger y Figueiredo marcando fuerte las bases y Cherone haciendo sonar su aro, acerándose a sus compañeros, más relajado, pero todavía con mucha inquietud por dentro. Parecía que le costaba contenerse, y de hecho, volvió a sacar todo el nervio tan pronto como sonó Cupid’s Dead, con un marcado rollo funk, que sus compañeros continuaron con una parte instrumental, una verdadera delicia, destacando especialmente las cuerdas de Badger. A partir de ese momento, Nuno empezó a hacerse el dueño del escenario. Aclamaba al mismísimo Pat Travers como una de sus grandes influencias, antes de volver al ruedo con Am I Ever Gonna Change. Salvando algún que otro acople bastante fuerte, sonó de fábula, y entre bailes y palmas, pasaron página a BANSHEE, dedicada a todas las mamás allí presentes. Nosotros nos encontrábamos sobre la piscina (ya habíamos podido avanzar un poco), y recuerdo cómo los fuertes pisotones de Kevin Figueiredo al bombo retumbaban súper fuertes en el suelo. Volvían a sacar una acústica y un taburete, con lo que muchos pensábamos que se acercaba ya uno de los momentos más deseados de la tarde. Nuno se enzarzó en otro de sus discursos (diría que algo excesivos), pero eso sí, minutos más tarde, nos dejaría con los ojos tiernos tras su descomunal interpretación Midnight Express, arpegios llenos de magia, y un solazo de los que me marcaron, con el detalle de que a veces usaba el pulgar también para pisar cuerdas. Un puto genio, no se le puede llamar otra cosa.
Al fin, More Than Words nos elevó a todos al paraíso, celebrada y cantada a 1000 voces, con Nuno sentado en su taburete y Cherone, a su lado, compartiendo armonías y modulando su voz de fábula para adaptarla a sus posibilidades actuales. Muchas caras de emoción se vieron en un momento tan colosal como este, un sentimiento indescriptible, digno de vivir al menos una vez en la vida. Por la hora que era (ya superaban los 60 minutos habituales) pensábamos que el show terminaría ya, pero ni de lejos. Nuno nos volvió a deleitar con otro solo pasado de vueltas, a una velocidad imposible, con el metrónomo pregrabado, en esa Flight of the Wounded Bumblebee, y todavía sin salir de nuestro asombro, nos lanzaban en toda la cara, ya a banda completa, ese torrente de fiesta y desmadre absoluto llamado Get the Funk Out, que nos volvió a todos literalmente locos. Y otro tanto se puede decir de su vocalista, que volvía a las andadas, dando vueltas por el aire, con un nervio desbocado, pateándose todo el escenario (hasta la tarima de la batería) y montando un show del copón bendito. Estaba tan absorto en el concierto, que ni siquiera caí en la cuenta de que había caído ya la noche. El final llegó con RISE, con unas bases poderosísimas que volvieron a hacer temblar el barco entero, y aunque me desentonó un poquito con el resto, la banda se empleó tan a fondo, que nos dejaron pletóricos de felicidad… y hechos papilla. Indudablemente, el concierto más largo (hora y media) que vimos en aquel MORC, y también, para mí, uno de los cinco mejores.
Teníamos muchísimas ganas también de ver a Slaughter, pero claro, el considerable alargamiento del show de Extreme nos hizo llegar con bastante retraso, al último tercio de la actuación.
Slaughter:
Y precisamente, lo hicimos en medio de un solo de batería, que después descubriríamos que era un interludio para el tema Eye to Eye. Durante este, y dada la forma de tocar del músico, una mala bestia enfurecida que destrozaba parches y platillos sin ningún tipo de piedad, que se llegaba a poner de pie sobre su instrumento y cuya pasión era tan desbordante… en seguida me vino a la mente un recuerdo, el del tercer concierto que dieron los Tokyo Motor Fist en el MORC 2022. Efectivamente, se trataba del mismo batería, el increíble Jordan Cannata. Y es que es imposible confundirle. Su agresiva forma de tocar es una de las más espectaculares, contundentes y mortíferas que he visto nunca. Actuaba con Slaughter solo de forma puntual, para el presente tour, pero sea como sea… ¡menudo fichaje! Nos hizo sudar solo de verle. Tras este subidón rítmico, terminaron Eye to Eye, y pasaron a la mucho más suave y melódica Days Gone By, del “The Wild Life”, con la primera parte de esta tocada por Slaughter en solitario, con su guitarra, en medio del escenario. Una figura no menos inconfundible, a la que posteriormente se unieron sus colegas. En realidad, según la parte que vimos, fue un concierto bastante emotivo en cuanto a temas, baladas y medios tiempos muy bien ejecutados, como la siguiente Real Love, posiblemente mi favorita, que me llegó al alma. Mark es un músico muy valorado y querido en ese festival, y los constantes cánticos desde el público apoyaron su todavía magnífica voz, a pesar de que los años no pasan en balde. Aquí me encantó todo, las luces, la atmósfera, el humo en el escenario…hasta su bajista Dana Strum, que lleva en la formación desde sus inicios, ‘atacando’ al respetable desde primera línea.
Según Mark Slaughter, la famosa Fly to the Angels, que cayó a continuación, habla sobre celebrar la vida. Y en aquellos momentos, en medio de tan colosal festival y escenario, era justo lo que estábamos haciendo. Jeff Bland improvisaba con una gran cantidad de sonidos en su guitarra, y tanto este, como Slaughter y Dana, se juntaban y se acercaban a sus seguidores, quienes sustituían los clásicos mecheros por mil luces de móviles. Incluso en un medio tiempo bastante light como este, Cannata metía unas hostias de órdago a su batería, como un animal cabreado. Para terminar por todo lo alto, Slaughter cambiaba de guitarra, y nos movía a todos inmediatamente al son de ese graaaan hito de los 80 que es Up All Night (una de nuestras canciones bandera del MORC, jejeje). Y aunque la voz le vino justita, nadie le pudo acusar de no esforzarse al 100%. Junto a él, el guitarrista Jeff Bland, de rodillas, se marcaba un solo de aúpa, muy apasionado, en sintonía con el gran fiestón que todos estábamos viviendo en aquel escenario del teatro. Casi empalmada, y a modo de despedida, vacilándonos a base de bien, nos obsequiaron con un fragmento de todo un clasicazo de finales de los 70, el Won’t Be Fooled Again de The Who.
En principio, hoy era el día de estar frente a frente con una de las mayores leyendas vivas de la historia del Rock’n’Roll, el inmenso e inalcanzable Glenn Hughes. Sin embargo, horas antes, decidimos hacer una reestructuración de nuestro horario, y verle mejor el último día, ya que el escenario del teatro, claramente, siempre ofrece mejores condiciones que el de la piscina. Aprovechando el hueco que nos había quedado, fuimos a darnos todo un homenaje al Dinning Room, donde nos trataron como señor@s a pesar de ir hechos unas piltrafas. Entre esto, y otros menesteres, se nos hizo casi la hora de ver a la última banda del día. Pero antes…
Black 'n Blue:
… quisimos aprovechar la última mitad del concierto de Black 'n Blue, que me gustaron bastante cuando les vi hace un par de años. Pocas bandas de la época (al menos, de cuantas tocaban en el festival) siguen con un aspecto y una actitud tan ochenteras como ellos, y eso ya es todo un añadido en sus directos. Afortunadamente, pudimos disfrutar de un buen cacho, empezando por Hold On to 18. La banda, capitaneada por el siempre incombustible Jaime St. James, conserva una gran parte de su formación original, junto al bajista Patrick Young y el batería Pete Holmes, acompañados por los guitarristas Brandon Cook, como solista, y la más reciente incorporación, sustituyendo a Doug Rappoport (a quien vimos en 2022), Mick Caldwell. Sonaron en general muy compactos, y muy coordinados, tanto en el plano musical como en el de las coreografías, dotando al concierto de un rollo guapísimo. Brandon, cargado de energía, se convertía en uno de los protagonistas de Wicked Bitch, por su perpetuo movimiento, visitando a sus compañeros y chuleándose junto a ellos. Puesto que hace dos años me gustaron bastante (sin tener idea de lo que me iba a encontrar exactamente), ya iba con tranquilidad de saber que no fallarían. El Pool Stage estaba moderadamente lleno, y el sonido, pese a no ser excelente, era bastante potente, y las bases rítmicas de Young y Holmes retumbaban que daba gusto. No podían dejar de soltar uno de sus grandes temas, y aunque en realidad sea un cover de Sweet, Action es uno de esos que con el tiempo han hecho suyos. Añadieron ese condimento extra con unas armonías vocales, y les quedó de maravilla, logrando que todos levantásemos la voz en el estribillo. Ganándonos poco a poco, continuaron la marcha con Show me the Night, de su primer disco (“Black 'n Blue”), bajo un atronador doble bombo.
En verdad, dieron muchísima cancha a este primer trabajo, tocándolo literalmente entero, para deleite de sus fans de la vieja escuela (y qué coño, también de la nueva), incluyendo también una sorpresa llamada One for the Money, que según Jaime, hacía unos cuantos años que no tocaban en vivo. Con el vocalista aferrado a su pie de micro, paseándolo a lo largo y ancho del escenario, no permitió que nadie se durmiera, haciendo constantes referencias al público y cantando con mucho empeño. Subían un escalón más de tralla con la veloz I’m the King, muy venidos arriba todos ellos en la parte delantera del escenario, metiendo headbanging a piñón, hombro contra hombro. Y es que las coreografías también fueron un puntazo en este concierto, como las que vimos en Chains Around Heaven, con Young, Holmes, Cook y Caldwell siguiendo el ritmo simultáneamente, y animando más si cabe al personal. De camino ya hacia el Royal Theater, al tiempo que los Black 'n Blue daban sus últimos temas, me despedí del escenario de la piscina por el momento, agitando la melena mientras sonaba una de mis favoritas de toda su discografía, la fantástica Miss Misery.
La razón de tanta prisa, incluso perdiéndonos algún tema del concierto, era que se aproximaba el momento de uno de mis grandes, grandes favoritos de todo el festival. Una de esas bandas que, hasta hace tan solo unos meses, nunca había llegado ni a soñar con poder ver. Sus dos primeros discos, “Firehouse” y “Hold Your Fire” (pero especialmente, el primero) son dos de mis grandes referentes en cuanto a Hard Rock melódico americano se refiere. Pero no os voy a engañar. Encontrándose su vocalista, el gran C.J. Snare, convaleciente de una operación, su sustituto no me daba muy buena espina. Fue bastante desilusionante, de hecho, cuando me enteré de la noticia, pocos días antes de tomar el vuelo a EEUU. Y sin embargo, esta crónica servirá, entre otras cosas, para contaros cómo mis dudas se evaporaron casi desde el minuto cero.
Firehouse:
Fueron convenientemente presentados, con todos los honores, por el mismísimo Keith Roth, además de toda una personalidad de la radio estadounidense, actual voceras y guitarrista en The Dictators (ahí es nada). Nos dejaba con las imágenes que aparecían por pantalla mientras sonaba la intro de ese discazo monumental que es el “Firehouse”, para mí, uno de los mejores discos debut de la historia en este rollo. No se cortaron un pelo a la hora de arrancar con uno de los mayores hits de toda su carrera, All She Wrote, que me hizo explotar la cabeza. Mis dudas comenzaban a diluirse a velocidad exponencial, viendo cómo se las gastaba vocalmente el sustituto temporal de C.J. Snare, el jovencísimo Nate Peck, que demostró un control, un aplomo y una humildad que inmediatamente se ganaron nuestros más sinceros aplausos. Así pues, mi más sentida reverencia hacia él, por hacer sus sueños realidad, como dijo posteriormente, y también por realizar los de muchos de nosotros, que era ver por primera vez en directo estos auténticos temazos. Si es que, de hecho, prácticamente todo sonó como si lo estuvieses escuchando en disco. Shake and Tumble llegó también como un derechazo en el estómago, con el batería aplastando los parches a tope, levantando las baquetas en alto a cada golpe (un rollazo súper ochentero), y el grandísimo Bill Leverty adelantándose para ofrecernos el solo. El mismo, abría con sus cuerdas para Oughta Be a Law, con movimientos rebosantes de chulería y estilo.
Tal vez Nate no tenga un timbre tan extremadamente bonito, maleable y limpio como lo tuvo Snare en su día, pero probablemente, esta sea la forma más fiel, hoy por hoy, de escuchar estos temas en vivo, sobre todo, por su impresionante rango, capaz de golpear cada nota que le viniera en gana con total solvencia. Y esto, fue algo impagable. No se cortó ni un pelo en los tonos altos de Helpless, ayudado por los coros del bajista Allen McKenzie y Leverty, con un final que sonó muy Heavy gracias a la potencia con la que sonaba Michael Foster a la batería, tremenda, e intencionadamente acelerada en los últimos compases. La gente en el auditorio ya se había soltado por completo. Con un sonido y volumen acertadísimos, y con ese repertorio, todo el mundo cantaba a pleno pulmón cada uno de los himnos, levantando las manos, dando palmas y vitoreándoles en todo momento. Leverty paraba unos segundos para agradecer al staff de producción, y en general, a todos nosotros, y retomaba el show con el marchosísimo boogie Lover’s Lane amparado por las bases de sus compañeros, golpeando durísimo ese bombo de Michael Foster, quien por cierto, metió un pequeño pero movidito solo de batería en mitad del tema. Nate Peck, a base de modestia y buen paso sobre el escenario, seguía ganándose nuestra simpatía, pero sobre todo, a base de cantar maravillosamente bien.
Mientras en la pantalla aparecían imágenes en plan nostálgico de la carrera de la banda, sonaba Home is Where the Heart is, y Leverty se acercaba hasta el borde del escenario, reclamando su merecido protagonismo en el solo, al que prosiguió un fragmento instrumental que nos puso las pilas. Lo que siguió, fue la HOSTIA, mi tema favorito de la banda. Arremetieron a zapatilla con esa Overnight Sensation que me volvió absolutamente loco, sonando de nuevo súper Heavy gracias a los golpetazos y redobles extra que aportaba Michael Foster… por no hablar de esos varios segundos de grito sostenido con los que Peck inició el tema, o el solo en plan rockstar que nos ofreció Leverty. Otra que siempre soñé con ver en directo, aunque me tachéis de moñas, fue la balada Love of a Lifetime, que me emocionó cantidad. No, no salió nadie a pedir matrimonio en ella (algo que, por lo visto, ha ocurrido más de una vez en sus interpretaciones), pero fue auténticamente maravillosa. Saliéndose por primera y única vez del “Firehouse” en todo el setlist, tampoco podía faltar la cañera Reach for the Sky, iniciada por Leverty y Foster en solitario, a quienes al momento se unirían sus compañeros para terminar de bordarla. Insisto, ¡cómo sonaba ese doble pedal! ¡Devastador! Ya me extrañaba que no fuese a caer Don’t Treat me Bad, y efectivamente, la relegaron al último lugar del show. Un poquito desmadrado el ritmo al principio, pero tras normalizarse, volvimos a escuchar un calco del disco Y sobre todo y ante todo, flipamos con la entonación de Nate Peck, cuya forma de culminar esos últimos tonos imposibles no se puede describir de otra forma que PERFECTA.
Ya tenía pensado de antemano repetir con ellos, porque como digo, era una de mis bandas Top de todo el cartel. Pero después de haber vivido semejante conciertazo, hacerlo ya era una cuestión a vida o muerte. Además, si existe una forma mejor que esta de terminar un día completo de juerga y Hard Rock en directo, al menos yo no quiero saberlo. Lo que todavía no acabo de entender es cómo aguanté el envite de este tercer día y no caí muerto tras dos o tres bandas con lo destrozado que estaba. En una de las fotos a continuación, podéis ver la cara de mala hostia con la que amanecí. Aquella noche, eso sí, pensaba sobar hasta que me doliese la espalda, sin prisas ni madrugones.
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Monsters of Rock Cruise 2024 (3er día, lunes 04/03/2024, Independence of the Seas)
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