jueves, 14 de marzo de 2024

Let's get CRAZY!! (Monsters of Rock Cruise 2024, 2ª Jornada, domingo 03/03/2024, Independence of the Seas)

Como ya comenté al final de la anterior crónica, esta segunda jornada era, como poco, de las mejores de todo el festival. Ahora, pensándolo bien, tras la machacada con la que terminé los cinco días, agradezco que este cartel se celebrara el segundo, porque de haber sido el último, seguramente habría muerto por extenuación. Una auténtica maratón de conciertazos ineludibles, como los que dieron Y&T, The Darkness, Enuff Z’Nuff o Hardcore Superstar, entre muchos otros, que haría babear a cualquier fan del Hard Rock, con las pinceladas de Heavy Metal que pusieron los Accept y los KK’s Priest del Sr. Downing. Un día que había que disfrutar obligatoriamente de principio a final, una jornada en la que, afortunadamente, todo cuadró casi a la perfección: ni caídas, ni excesivos retrasos, ni decepciones, ni mal sonido. Posiblemente, fue la que disfruté con mayor intensidad. Ya de muy buena mañana, escuchamos por megafonía la voz de nuestro capitán de este 2024, Mr. Ted Poley, que también actuaría en breves horas, dándonos los buenos días y anunciando determinados eventos. Eran nada menos 10 bandas las que tenía pensado ver en poco más de 12 horas, un verdadero ‘tour de force’, un listón muy alto que solo con la mayor de las motivaciones podría cumplir. Y esa motivación insuperable, residía en el mismo cartel. ¿Cuándo podríamos parar a comer y cenar? Esa cuestión era algo totalmente secundario para mí. Los primeros en abrir fueron Kaleido, una banda que escuché por primera vez tan solo unas semanas antes del festival, y que por su rollo excesivamente modernote, no me gustaron nada, aunque algunos me hablaron de la gran voz de su frontwoman en directo. Puesto que la movida empezaría bastante temprano, nos levantamos sin prisa pero sin pausa para intentar no perdernos nada.

Este segundo día a bordo, el desayuno fue un festín, y en mi caso, más bien una auténtica guarrería, que se repetiría los tres días siguientes. Hay tanta oferta, es tan enorme, todo tiene tan buena pinta, y me levanto con tal gula africana, que yo así no me puedo contener, y como mínimo, cada día caía un plato con dos o tres capas superpuestas de comida. Ya con la tripa a reventar (básicamente, era la única comida consistente que íbamos a tomar en todo el día), mi primer objetivo, digamos, de peso, era el propio Ted Poley, aunque tenía demasiada impaciencia por empezar a ver bandas. Mis compañeras esperaron el momento en el jacuzzi, pero a mí ese rollo no me va, y teniendo en cuenta cómo se las gastó en directo, hace dos años, esa súper estrella de las seis cuerdas que es Pat Travers, no pude evitar acercarme al Royal Theater a verle. Y sí, volvió a dar un show de dos pares de cojones.

Pat Travers Band:

Al igual que me pasó en MORC 2022, me encontré el recinto bastante vacío, aunque esto a estas horas era todo un aliciente. Quería verle tranquilo, sin mogollones, y apreciar bien cada detalle de él y de esos alucinantes músicos que tiene a su lado. A pesar de la poca afluencia, la banda tuvo una cálida acogida. Como se suele decir, éramos pocos, pero bien avenidos. Aplausos para recibir al genio guitarrista y a sus compañeros de banda, y todos ellos, visiblemente contentos, arrancaron con Rock 'n' Roll Susie, con la voz de Travers algo bajita, pero un gran sonido y volumen en el resto de instrumentos. El formato de power trío les sienta que ni pintado, y la compenetración, que es más que evidente entre ellos, hace que los temas suenen con un flow tremendo, como Life in London, en la que el bajista comenzó a regalarnos ya esas ‘chucherías’ técnicas que me iban dejando con la boca abierta. Sí, con ese apellido y demencial técnica, no sorprende tanto que David Pastorius sea el sobrino del legendario Jaco Pastorius. Por supuesto, la particular forma de cantar de Pat, y su inconmensurable talento a la hora de tocar, atraían el mayor número de miradas. Se emocionaba especialmente con esos temas de rollo rock’n’blues tan guapo, como Crash and Burn, o rozando el funk, como la instrumental Off Beat Ride, que nos trajo muchísimos detalles de virtuosismo, sobre todo por parte de Pastorius y ese auténtico maestro de las baquetas llamado Alex Petrosky, que sentaron unas bases rítmicas realmente impecables de principio a fin, con una técnica y aplomo bestiales. Cayeron unas cuantas versiones, impregnadas con el feeling de Travers, y la primera fue I've Got News for You, con cambio de modelo para Pastorius, y el guitarrista metiéndose un solo de aúpa, con su melena siempre ondeante, y con un sonido de puta madre, casi perfecto.

De su último trabajo nos presentó Ronnie, pero la mayoría de temas provinieron de sus discos más añejos, con ese sabor 70s inconfundible. Lo mejor de todo, es que incluso los temas nuevos siguen teniendo ese deje. El propio Pat iba dando tragos de una copa de vino que tenía preparada en la tarima de la batería, cogiendo ritmo de nuevo con otra versión, Born Under a Bad Sign, en la que estuvieron los tres deslumbrantes, brutal esa batería de Petrosky e incluso por encima, la inconmensurable habilidad de Pastorius, con todo tipo de punteos, tapping, slaps… que prácticamente te obligaban a centrar tu atención en él y en su perfecta técnica. Makes no Difference, una de las primeras canciones que compuso el guitarrista, y otra instrumental de lujo como Racing the Storm (con otro repaso de maestría por parte de estos tres fenómenos de la música), nos pusieron calientes para disfrutar a tope de Snortin' Whiskey (Drinking Cocaine), cuyo final, como la gran mayoría del de todos los temas, tenía ese carácter único de improvisación, demostrando con hechos su inmenso talento. Y para terminar, también con la idea de hacer participar a todos los allí presentes, se marcó un último cover, esta vez de Little Walter, llamado Boom Boom (Out Go the Lights), del cual cantamos el estribillo a grito pelao cuando el maestro de las seis cuerdas nos lo pedía. Si tengo la oportunidad de volver al MORC, sin duda volveré a acercarme a verle. Solo por disfrutar de su talento, y la descomunal técnica de sus músicos, ya merece la pena. No exagero si afirmo que estuvieron entre los mejores de todo el festival a nivel técnico.

Con un cuarto de hora de diferencia, me fui derechito al Studio B donde, en teoría, era ya inminente la actuación de Ted Poley, que tanto me moló en la pre-party, y que pensaba repetir con las mismas ganas. Para mi sorpresa, todavía estaba en vigor el concurso de cocina que se estaba celebrando desde las 11 y pico de la mañana (desde luego, se lo habían tomado con calma), pero muy pronto empezaron a desmontar el tinglao, y en seguida me acerqué a las primeras filas, donde me encontré con mi amigo Aitor, con quien fue un puto placer compartir el bolo. Solo por volver a escuchar esos temas de Danger Danger que tanto me marcaron, y disfrutar de la simpatía, soltura y descaro sobre el escenario de su vocalista, ya mereció la pena esta segundo concierto suyo.

Ted Poley:

Aunque en un principio pensé que la formación que llevaba en este segundo round era distinta, mirando fotos y buscando info, no resultó ser así. Seguían presentes el bajista Marc Dube y el batería Paul del Boccio para asentar esas sólidas bases, y por supuesto, el gran Neil Zaza a la guitarra para deslumbrarnos con su gran pasión y habilidad. Pero además, había un nuevo músico, el teclista de Vixen, Tyson Leslie, que fue uno de los músicos más pluriempleados de todo el crucero. Zaza ya nos esperaba a pie de monitor, tocando un virtuoso solo antes de que la banda hiciera el opening con el himno ‘oficial’ de este festival, el Monsters of Rock Anthem, que ya desligó el buen clima entre los asistentes, ante la sonrisa de Poley, que se presentaba en medio del escenario (algo más que simplemente ‘alegre’, jeje), una erupción que se desató inmediatamente con Horny S.O.B., trallazo que me hizo tirarme los pelos de emoción, y es que siempre deseé verla en directo con su voz original. Ted derramaba calidez y actitud a borbotones, dando vueltas sobre sí mismo y correteando sin parar, y ese pedazo de solo de Zaza culminaba ‘el trato’. El espíritu de los 80 continúa latiendo en Poley, con esos movimientos y ademanes que pudimos ver en Monkey Business, muy bien cantada por él mientras daba palmas al micro para que colaborásemos. Sorprendente e inesperada elección esa Shot o’ Love del “Cockroach” (disco que se grabó en 1993, pero no fue editado hasta el 2001)… ¡casi no me acordaba de ella! Marc Dube se descamisaba aquí, tocando siempre con un gran empuje, pero tampoco podemos obviar el papel que jugó la cantante Theresa Rose, poniendo esos coros rollo góspel que tan bien le sentaron al corte. Ted Poley es un profundo amante y defensor de los derechos de los animales, otra de muchas razones por las que le admiro tanto. En casi todos los conciertos que le he visto al frente, siempre dedica unas palabras a pedir ayuda a diversos refugios para animales sin hogar, y eso es algo que siempre me emociona.

Y además, a continuación llegó precisamente la parte más emotiva del show. Puede que para muchos fuese excesivamente lenta, pero a mí fue la que más me gustó. Hubo ahí mucho, muchísimo feeling sobre el escenario, pero sobre todo, me flipó Feels like Love, que nunca pensé llegar a disfrutar en vivo. Hubo algún acople en las guitarras, y algún pequeño despiste rítmico por parte de Del Boccio, pero como digo, para mí fue la mayor sorpresa del bolo. La siguieron esa cálida balada llamada I Still Think About You, otro momento para cantar con todas nuestras ganas, y el medio tiempo Don’t Walk Away, con ese magia ochentera intrínseca. Ted, a quien el escenario se le quedaba pequeño, se bajó y escaló por las gradas, dando la vuelta a toda la sala, saludando a todo aquel que se le cruzaba, siempre tan cordial y amable, volviendo más tarde a su sitio para acabar el tema. Por supuesto, Zaza, Del Boccio y Dube seguían su fiesta particular, apoyándose entre ellos y lanzándose gestos de colegueo. Dube con mucha desvergüenza, y Paul del Boccio metiéndole a saco, se lucieron en ese otro himno de Danger Danger que es Bang Bang, muy movidita tanto arriba como debajo del escenario, con muchos cánticos, grandes teclas, y culminada con el National Anthem, interpretado por Zaza, y con Ted, mano en pecho, celebrando el momento. El concierto se me pasó en un santiamén… ¡ya solo quedaban dos temas! Una de ellas, fue el Purple Rain de Prince, y Ted quiso darle todavía más punch cogiendo su propia guitarra, con mucho estilo y soltura, sin dejar de pasearse ante nosotros, y compartiendo, espalda contra espalda, el solo de Zaza. También los coros de Theresa y las teclas de Tyson molaron, pero todavía más, en Naughty Naughty, donde esta última se soltó unos agudos realmente estremecedores, menuda lección de poderío vocal. Mientras tanto, Ted aprovechó para animarnos a cantar el estribillo y despedirse de nosotros. Yo al menos, me lo pasé en grande. Lo mismo que dije de la pre-party: no fue un concierto abrumadoramente espectacular, pero con ese repertorio (y esos musicazos), me resultó uno de los más divertidos de la jornada.

Curiosamente, en el día de hoy coincidían en cartel tres de las cuatro bandas que ya vimos en la fiesta de presentación, pero hablamos de grupos con tanta clase y/o nivel musical, que en absoluto me importó verlos por segunda vez. Es más, todos ellos me molaron más a bordo que en tierra. Precisamente, una de las muchas cosas buenas que tiene este festival, es que normalmente las bandas ofrecen dos setlist más o menos distintos en cada show, lo cual es un valor añadido para volver a disfrutar de ellos… si es que da tiempo, claro.

Y&T:

Y en el caso concreto de Y&T, si en la noche del viernes me fliparon muchísimo, dos días después me dejaron completamente estupefacto con su show, incluso a pesar de que el setlist me gustó un poquito menos, e incluso a pesar de que fue un pelín más corto. Además, el sonido del Royal Theater, rara vez suele fallar, así que ya tenemos ahí el segundo aliciente de muchos.

Con un pequeño retraso, se presentaban a escena y, sin perder tiempo, arremetían con Black Tiger, canela fina, con la que la banda al completo salió con los ánimos y la chulería bastante subidas, desparramando esa clase intrínseca a sus músicos y temas, rápida y contundente, y como era de esperar, un sonido prácticamente perfecto en el que cada instrumento brillaba con luz propia. Vaya nivelazo el de Dave Meniketti. Su sola presencia ya impone, y ver como se sale del mundo, literalmente, cada vez que ejecuta sus solos, te transmite un gustazo inmenso. Lo mismo se puede decir de su gran voz, esa que nos regaló en las siguiente Don’t Stop Runnin’, amparado por esa sección instrumental infalible que son sus compañeros: Mike Vanderhule, que aportó un final de lo más espectacular para Struck Down, John Nymann, cuya guitarra sonaba afilada como un cuchillo, y Aaron Leigh, pletórico de energía, creando una verdadera muralla sónica con su bajo. 50 años de carrera, nada menos, venían celebrando, y eso ya de por sí, prometía. La pasión fue la gran nota dominante desde el minuto cero, y lo mejor de todo es que nos la transmitían rápidamente, haciéndonos corear, casi sin quererlo, esa genial Midnight in Tokyo (una de mis grandes favoritas) o Long Way Down, que continuó echándole leña al fuego que predominaba en el ambiente. Mirases a donde mirases, la gente bailaba o cantaba cada uno de los temas, disfrutando de los continuos pavoneos de Leigh, que se lo estaba currando tela, o de esos ardientes solos de Meniketti, quien entre tema y tema, también nos hacía reír con su buen humor.

En la veloz y heavy Mean Streak, y a pesar de que Meniketti se encarga de la mayoría de los punteos, Nymann también se destapó como el gran guitarrista que es, imprimiéndole una fluidez de la hostia al tema, al que seguiría I Believe in You, otro escalón más en cuanto a ostentosidad de clase y buenas maneras. La sincronía entre ellos, y el contacto con su público, eran totales, y se respiraba un ambientazo brutal, ante una banda completamente engrasada que no dejaba de hacer crecer la intensidad a base de dejarse la piel. De verdad que lo de esta gente es de libro, atiendas a lo que atiendas. El termómetro estaba arriba del todo, y proseguían con I’m Coming Home, de su último disco hasta la fecha (“Facemelter”) ante un gran clamor popular, y qué bien sonaron esas guitarras, y esas partes limpias más relajadas… pero entonces sucedió lo peor, que todavía no alcanzo a entender. Cuando todavía no llevaban ni una hora tocando, alguien del staff se dirigía a Meniketti y le decía que fuesen concluyendo ya su show… ¡¡herejía!! ¡¡profanación!! ¡Con lo que estaba gozándomelos!… vaya corte de rollo. Por suerte, todavía nos hicieron un regalazo como último tema, uno de sus hits que más sonó en la radios de su momento, la monumental Rescue Me, que incluyó esos punteos / arpegios a dos guitarras, y que Meniketti interpretó, casi en su totalidad, con los ojos cerrados, antes de que su colega Vanderhule la emprendiera a baquetazos. No sé con quién debería estar cabreado, si con la banda, o con la organización, pero la verdad, me habría quedado una hora más escuchándoles tranquilamente. Supongo que debería atribuirlo al retraso (aunque nada del otro mundo) con el que empezaron.

Siguiente parada: Treat, que seguramente, ya habrían comenzado su concierto. No había ni un momento que perder. Esto más que un día de conciertos iban a ser una carrera de resistencia jeje. A toda hostia, nos dirigimos de nuevo al Studio B, donde, afortunadamente, tampoco había una gran cantidad de gente. Y me resultó raro, por lo queridos que son por estos lares. Otra banda a la que le tenía unas ganas tremendas y que, por cierto, recientemente ha sido confirmada para nuestro Lion Rock Fest!!

Treat:

Dicho y hecho, por desgracia, ya estaban en plena faena, aunque no debían llevar mucho rato de concierto. Atendiendo al otro setlist que tocaron en su segundo espectáculo, tres temas, a lo sumo. Pero me fastidió bastante, lo suficiente para marcármelos como fijos en la próxima ocasión. Pero por el momento, me metí a saco entre la peña para estar lo más cerca posible. Una banda que, independientemente del material y la época que tocasen, estaba seguro de que me iban a flipar.

Era Home of the Brave la que estaba sonando a todo trapo, con la gente ya muy subida de tono, cantando y dando palmas al son de las que nos pedía su vocalista, que rebosó simpatía durante todo el concierto, y se nos metió en seguida en el bolsillo. A pesar de que no es el frontman más activo del mundo, posee gran encanto muy especial que se percibe a la legua. Los pianos estaban en su sitio, y la batería de Jamie Borger muy fuerte, pero sin merendarse el resto de instrumentos. Este último, por cierto, terminó el tema de pie sobre su instrumento, un indicio de que, por su parte, el espectáculo estaba servido, y ciertamente, se marcó una actuación impecable. Soul Survivor era una de las más esperadas, y nos dejó grandes imágenes y momentos, como aquel en que Anders "Gary" Wikström y Nalle Påhlsson se encaraban para repartir caña, además de aportar unos buenos coros que, al contrario de lo que escuché en aquel Kalos Festival de Madrid (2017), sonaban más naturales. Volvían a mirar hacia su último trabajo, “The Endgame”, con Freudian Slip, cuya melodía fue estupendamente plasmada en directo, cantando Robert Ernlund de fábula, casi sin esfuerzo, pero sí dándolo todo por el escenario, con el palo de micro bien agarrado. Para mi gusto, es una banda que, a pesar de haber cambiado bastante su sonido, han sabido reinventarse y proseguir su carrera con una dignidad que ya quisieran otras, dando a luz notables trabajos como el mismo “The Endgame”, “Ghost of Graceland” o el que es sin duda mi favorito, el “Coup de Grace” del 2010, un discazo con mayúsculas del que, por suerte para mí, también cayeron unas cuantas. Precisamente la siguiente fue una de esas que me puso el brillo en los ojos, y siempre recordaré ese momento como uno de los más mágicos de todo el festival.

We Own the Night, con ese fuerte ramalazo AOR, casi atmosférico, me volvió loco, y paladee cada segundo de su duración. Maravillosos esos teclados, los coros de todos los músicos y, cómo no, la performance de Ernlund en todos los aspectos, que provocaron muchísimos cánticos y manos levantadas desde un público entusiasmado. Pero no fue la única. La adictiva Rev it Up, mucho más aguerrida, no solo nos hizo disfrutar a nosotros: a la vista estaba, en la cara del teclista Appelgren, que lo estaba pasando en grande, bailando frente a su instrumento, sonriendo continuamente, y dando esos coros con mucho empuje. Otro detalle que me encantó, y que se puede extender a casi todos los temas que sonaron: esos estruendosos finales en los que el batería se volvía loco cruzando los brazos y machacando su instrumento. La más moderna Roar, en donde los graves sonaron bastante duros, y el mega-hit con sabor a Desmond Child, Get you on the run, nos hicieron gritar de lo lindo, incluso a capela, momentos en los que la banda al completo se regocijaba con el gran calado que tenían los temas. Rompiendo totalmente con el ritmo hasta el momento, llegó como un trueno la cañera Conspiracy, con bases rompedoras y guitarras cortantes, solo suavizadas por esas deliciosas teclas que asomaban de vez en cuando (tal vez les faltaba un pelín de volumen), aunque eso sí, a Ernlund le costó bastante clavar el tono de la original. Y si hablamos de temas triunfadores, pocos como la última World of Promises, con toda la sala cantando a viva voz, manos en alto, y Ernlund tirando de toda su encantadora personalidad, señalándonos, dedicándonos gestos y acercándose a nosotros cada dos por tres. Aprovechaba los últimos coletazos del concierto para presentar a la banda, aportando cada uno de ellos su pequeño momento de lucimiento con sus respectivos instrumentos, y terminando Ernlund, Wikström y Påhlsson, los tres en línea, saltando al mismo tiempo, algo que reflejaba también la buena onda de este temazo.

The Darkness:

Continuaba el espectáculo en el escenario de la piscina, y esta vez, hablo de la palabra espectáculo en su significado más hilarante y desquiciado. Quienes les hemos visto alguna vez, sabemos que The Darkness es una de las bandas con las que más te puedes llegar a descojonar en vivo, aunque en verdad, la calidad de sus músicos no es precisamente cosa de risa. Sus conciertos son una completa locura, y nunca sabes por dónde van a salirte, pero rara vez van a fallar. Cumplen ya casi 25 años de existencia, aunque con un largo descanso de por medio que les sirvió para volver al 100% a los escenarios. Esta era mi tercera vez frente a ellos, y si bien no fue el mejor concierto que he visto, posiblemente fue el que más ambiente de fiesta levantó, sobre todo, por las locuras y excentricidades de su frontman, el incomparable Justin Hawkins.

Abrir fuego, y comenzar el desmadre, fue todo lo mismo. Con Black Shuck ya dieron muestras de querer comerse cada centímetro del escenario a cualquier precio, con movimiento perpetuo, carreras, saltos y dudoso trato a sus instrumentos en algunos casos. También se cumplen ya 21 años de su disco debut (joder, parece mentira…), aquel “Permission to Land” que hizo pedazos los límites del éxito mediático al que una banda de Rock común puede llegar, y por suerte para quienes adoramos con locura aquel trabajo, gran parte del setlist estuvo basado en sus temas. No pudieron faltar enoooormes hits como Get Your Hands off my Woman (motherfucker!!), casi imposible de cantar a la velocidad a la que la tocaron, mientras el siempre cachondo Justin empezaba ya con su sarta de payasadas, haciendo el pino y agitando sus piernas en el aire, algo que da a entender que, aparte de conservar una voz envidiable y capaz de llegar prácticamente a cualquier tono que le dé la gana, también está en una forma física impresionante. Por soberbias melodías como la de Growing on me también están donde están, uno de mis temas favoritos, que me dejó encandilado, casi tanto como la forma de tocar del propio Justin o su hermano Dan a la otra guitarra. Empezaba el estriptis (literalmente) al tiempo que arrancaba esa descacharrante Givin’ Up, ante el desmadre generalizado. Frank Poullain, con ese aspecto tan ‘disco’ en su peinado y sus gafas, se chuleaba por toda la primera línea del escenario, observándonos silenciosa pero intensamente. Justin por su parte, combinaba esa sensualidad inherente con una forma muy salvaje de tocar la guitarra, incluyendo ese solo que tan caliente me puso.

La conexión con el público iba ganando puntos, a medida que la banda se iba creciendo y soltando, y es que son especialistas en darle a sus conciertos ese magnetismo que no te deja apartar la vista ni un segundo. A la batería, Rufus Tiger Taylor (¡ojo! Hijo de Roger Taylor, batería de Queen) dio muchísima caña y fue sobrado, con una pegada y una actitud magníficas que fomentaban aún más el espectáculo ofrecido por los ingleses. Japanese Prisioner of Love fue una de las más sudadas por él, yendo a piñón, mientras Frank y Dan tampoco se quedaban atrás en cuanto a entusiasmo. Para ser el escenario de la piscina, sonaba bastante bien, un pelín amontonado todo, pero más que aceptable. Como curiosidad, me crucé con la gran Chez Kane por allí, que también disfrutaba de ellos. Nos fuimos acercando al escenario poco a poco (la verdad, estaba bastante petado de peña), y el sonido fue mejorando ligeramente para Love is Only a Feeling. Será una moñada, pero joder, cuántos recuerdos me trae este baladón… aparte, el trabajo de las guitarras me pareció fantástico, muy sentido, con el segundo solo a guitarra alzada por parte de Dan, mientras todos movíamos las manos de un lado a otro. Solo me faltó algún coro más para redondearla. La cosa subió de revoluciones con One Way Ticket, cantidad de marchosa y adictiva, en la que Frank se hizo cargo del cencerro durante los primeros compases, y ahora Justin subía también un paso más en su euforia, imparable, pisoteando las tablas, y enérgico hasta el punto de que el escenario se le quedaba muy pequeño. Muy pronto ‘volaría de él’, pero antes, se marcaría unos tonos absurdamente elevados en Stuck in a Rut, dejándonos con un palmo de narices, eso sí, soltando su guitarra para concentrarse mejor en ellos. Se la volvería a colgar al final, para dar el último solo del tema.

Tan inquieto como estaba, tampoco dudó en coger el keytar en Solid Gold, siguiendo los cadenciosos movimientos de su hermano, pero también desmarcándose con infinidad de carreras y saltos por todo el escenario. Una locura de hombre. El detalle divertido fue, como siempre, cebarse con alguien del público en plan coña, en este caso, un tal John, cuyo nombre fue incluido repetidas veces en el tema xD. Acercándonos al final, caía ese gran éxito llamado I Believe in a Thing Called Love, que dudo que alguien a estas alturas no haya escuchado ya. El calor del tema se hizo notar entre el público, y más cuando Dan, Frank y Justin avanzaron hasta el borde del escenario para ejecutar la parte del solo, desprendiendo un buen rollo total. Algo tramaba el bueno de Justin cuando empezó a arremangarse las mallas. Vimos a un pipa acercarse a él para cambiarle el transmisor y, ni corto ni perezoso, en Love on the Rocks With No Ice se subió a lomos de un miembro de la seguridad para que le ‘transportara’ hasta el jacuzzi, donde tocó parte del tema, armando un follón de puta madre, y no contento con esto, a su vuelta al escenario, ¡se puso a trepar por la columna de este! Extra motivados por el fiestón que estaban liando, Rufus Tiger Taylor enloquecía golpeando los parches, mientras Dan y Frank hacían piña en esos últimos instantes. ¡Qué despiporre! Dignos de ver, oigan.

Lo cierto es que, a pesar de que las piernas empezaban a pesar un poco, el concierto de The Darkness me puso a 100%, preparado para la segunda parte del día, que se preveía también bastante intensa. En aquel momento, si os soy sincero, no era Accept la banda que más me apetecía. Me daba pereza cambiar tan radicalmente de tercio, y no porque no me gusten, no porque no sepa que sus directos son disfrutables a tope, sino porque en aquel festival preferí invertir mis energías en bandas más exclusivas (esta ya iba a ser la séptima vez que iba a ver a los alemanes en directo). Por otra parte, no quería parar el ritmo y apalancarme, así que, para hacer tiempo para Enuff Z’Nuff, nos acercamos a verles al Studio B. Y ya que el Royal Theater nos pillaba de camino, nos acercamos a ver unos minutos de KK’s Priest, que nos atronaron los oídos con la mítica Breaking the Law.

Accept:

Ahora, pensando y recordando a tiempo pasado, creo que me habría arrepentido si hubiese pasado de ellos, porque como siempre, dieron un concierto absolutamente exquisito, tocando con un sonido y una potencia bestiales que hicieron temblar el suelo del crucero. Con tres guitarristas sobre el escenario, entre ellos el gran Wolf Hoffmann como líder y cabeza visible de la banda, llevaban ya un rato aplastando cabezas, ahora precisamente con Humanoid, tema homónimo de su último disco que, por lo que leo, era la primera vez que tocaban en directo (hablando de exclusividades… jejeje), y además, con una energía descomunal, hasta Christopher Williams golpeaba su cabeza tras sus parches, muy venido arriba. Intercalaron, casi literalmente, grandes clásicos con temas de su segunda trayectoria, que sonaron perfectamente integrados. Nos hicieron sudar a saco con Breaker, luciéndose Wolf y Philip Shouse al frente del escenario, con esas coreografías tan típicas de la banda. La peña, todo hay que decirlo, estaba que ardía. Wolf tomó ahora la voz cantante con las guitarras, resaltándose como el gran protagonista de Shadow Soldiers, y si la temperatura en general era elevada (y no gracias al aire acondicionado, que siempre estaba a tope), Mark Tornillo contribuyó enormemente a subirla más.

Cada paso suyo era un aluvión de carisma, cada gesto, una incitación a castigarnos las vértebras, sabe conquistar de sobra, y su voz sonaba tan poderosa como siempre, arropada en este caso por los coros de Shouse. El guitarrista, por cierto, se tomará un descanso de la banda, sustituyéndole para la gira veraniega el mismísimo Joel Hoekstra. Desde luego, el tito Wolf sabe lo que se hace jeje. El típico inicio de barroco de Princess of the Dawn nos puso inmediatamente en guardia, al poco rato, la sala estallaría entera coreando el estribillo, y Mark continuaba hecho una puta fiera, irreductible, irrefrenable. Aunque nos perdimos algún tema, llegamos para ese núcleo lleno de clasicazos que nos dejaron el cuello hecho polvo. No os digo nada cuando arrancó la introducción, proseguida de un rabioso grito, de la grandiosa Fast as a Shark, que revolucionó tanto el escenario como al público, con los riffs asesinos de Wolf, Shouse y Lulis cortándonos la piel, metiéndose este último unos headbanging mortales, y recreándose en ese maravilloso solo que todos conocemos. Seguían las voces y los estribillos a pleno pulmón en la parte media de Metal Heart, otra ineludible, otro valor segundo en directo que de nuevo enloqueció a todo el mundo, siempre bajo la altiva mirada de Wolf Hoffmann. Tampoco se puede olvidar ese fastuoso solo que puso fin al tema. En medio de la aplastante Teutonic Terror, que sonó como un tiro entre las cejas (aplastantes esas guitarras y bajos), fuimos retirándonos hacia la habitación, mientras agitábamos la melena al ritmo de aquel temarral.

Pero realmente, no llegamos ni a sentar el culo, solo teníamos unos minutos entre medias. ¡Los Enuff Z’Nuff nos esperaban en la piscina, y era una de mis bandas top del día! Tocaba correr… otra vez, pero ya sabéis. Sarna con gusto no pica.

¡Y llegamos justito a tiempo! Mientras sonaba la introducción de aires circenses, nos acercábamos a marcha rápida hasta el escenario, que para nuestra alegría, estaba bastante más despejado de lo que pensábamos. Peor para quienes se lo perdieran, porque al menos a mí, me pareció un concierto con unos músicos cojonudos, temas súper emotivos, alguna versión (como no podía ser de otra forma, tratándose de ellos) y sobre todo, unas vibraciones muy, muy guapas que sentí con muy pocas otras bandas.

Enuff Z’Nuff:

La mencionada introducción pregrabada no era otra que la de Magical Mystery Tour, su particular cover del tema de The Beatles, de quienes Chip Z'nuff, actual líder de la banda y único miembro original en ella, es un fan acérrimo más que declarado. Yo no es que lo sea tanto, pero sí me gustan y les he escuchado muchísimo, así que cualquier referencia a ellos ya me va de puta madre. Tras aquel alegre ‘Roll Up, Roll Up, Roll Up!’ que todos canturreamos, Chip se situaba en el centro de la formación, con su bajo y sus cuerdas de colorines, su gorro, sus enormes gafas redondas, y al grito de ‘Good night motherfuckers!!’, arrancaba de nuevo la maquinaria para Kiss the Clown, bastante dada a la participación del público, y con un gran comportamiento, siempre muy fluido, del nuevo guitarrista de la banda, Jason Camino, realmente impecable, elegante y muy solvente con la rítmica. Esta última, a su vez, fue literalmente empalmada con The Love Train, mogollón de marchosa, durante la que nadie paró de bailar, incluyendo a los integrantes del grupo, cuyas vibraciones positivas se extendían cada vez más. El sonido, no se puede decir que fuese perfecto, pero sí aceptable, y más tratándose del Pool Stage. La voz de Chip se escuchaba algo distorsionada, pero reconocible, y las guitarras de Jason y Tory Stoffrege, bastante furiosas y eléctricas cuando lo requería la ocasión. En este sentido, hay que destacar varios solos de este último músico, que se salieron de guapos. Chip, con su inmensa tranquilidad, se movía con cierta pachorra por el escenario, pero como digo, a mí este hombre me transmite un buen rollo y una paz de espíritu difíciles de explicar, es como si me resultara tremendamente familiar cada vez que le veo en directo, e incluso cada una de las veces que me crucé con él deambulando por el barco, siempre tan cordial con sus fans.

Claro, por supuesto que a veces se echa de menos la voz de Donnie Vie. Pero Chip lleva más de 10 años ya encargándose de cantar las letras, y francamente, lo hace estupendamente. A pesar de que cuando le escuchas hablar parece que tenga una ronquera terrible, al cantar es otra cosa muy distinta, como demostró sobradamente con la melódica y preciosa Baby Loves You (una de esas que esperaba con ansias escuchar), que me sumergió muchísimo en el concierto, en ese ambiente de optimismo y luminosidad que desprendía (y no solo por los focos), llegando a marcarse el bajista un alegre bailoteo en ella. Pero sin duda, lo mejor estaba por llegar. Ya se habían ganado a pulso una buena ronda de aplausos, y más que les caerían. A las teclas podíamos ver (sí, otra vez) a Tyson Leslie, que lejos de parecer cansado, estaba rebosante de alegría, y no hacía falta más que verle tocar para darse cuenta de que también iba sobrado de energía. Lo de este hombre en este festival, desde luego, fue para quitarse el sombrero. No creo que le pagasen suficiente para todo lo que hizo. Jet, una versioncita de los míticos Wings (precisamente Tyson también metió coros en ella) nos llevó hasta la potente In the Groove, sobresaliendo los mamporrazos que Daniel B. Hill propinaba a su instrumento. Otro que salió bien cargado de ganas y motivación, a lo que se veía, y otro gran batería que se sumaba a la larga lista de los mejores que vimos hoy, un nivel enorme en general. También vimos virguerías al final, concretamente, a Chip tocando la guitarra de su compañero desde detrás de él (¡!).

Pero si había una canción que no podía irme sin ver, esa era Fly High Michelle. Me parece uno de los temas más bonitos que se compusieron en toda la década de los 80, así de sencillo, y cuando llegó, me transportó inmediatamente al edén, con esas armonías casi etéreas y su flipante melodía, ensalzada todavía más por las teclas de Tyson. Incluso salió un invitado a cantar los coros. Fue casi hipnótico. Otro momento que va directito a la lista de ‘los más mágicos’ de este festival. New Thing, otro enorme hit de la banda y clásico del Hard ochentero arrancó con Stoffregen y Camino amurallando el escenario y, posteriormente, clavando esas armonías imprescindibles para el tema junto al gran Chip, que continuaba transmitiendo buen rollo a raudales. El final fue absolutamente maravilloso, y al menos a mí, me dejó prendado. Con más invitados encima del escenario (haciéndose cargo del bajo, de la pandereta, y de los coros), interpretaron la emotiva With a Little Help from My Friends, mientras Chip se daba el gustazo de cantar a manos libres, fumándose un cigarrillo. Ese momento, con la noche ya entrada, perdidos en medio del mar, entre tantas voces coreando el estribillo, y con un viento agradable refrescándonos, fue una sensación tan intensa, que me la llevaré para toda la vida. Y esto solo pasa en el MORC. Por cierto, en abril de este mismo año vuelven a visitar nuestra península, y me está tentando muchísimo acercarme a alguna de las fechas, aunque me pillen a tomar por saco.

¡Prosigamos! Porque la jornada estaba lejos de terminar, y nos quedaban todavía grandes momentos que vivir. A partir de aquí, fuimos picoteando de varias bandas, en espera de nuestra última meta, que era repetir con los colosales Hardcore Superstar. Ahora sí, fuimos a echarnos unos cachos de pizza al gaznate (tenía un hambre que me caía de rodillas) en la media horita de la que disponíamos, y nos acercamos a ver el final de British Lion.

British Lion:

Vaya por delante que no es un grupo que me mole demasiado. Nunca les he llegado a coger el punto, y doy fe de que lo he intentado. Desde luego, su sonido (en cuanto a estilo) es bastante original, ni encaja ni desencaja del todo en este festival, pero ninguno de sus temas me ha llegado a flipar en plan salvaje. Tiene un poquito de los 70, y otro tanto de los 90, con melodías un tanto extrañas para mi gusto. Pero oigan, por probar como sonaban en directo, tampoco perdíamos nada. Preferimos verles desde las gradas, en plan tranqui, aunque en verdad, apenas había gente viéndoles de pie. El primer tema que nos recibió fue Judas, con el cantante Richard Taylor empuñando una guitarra acústica, quien también moduló muy bien su voz. En ese momento pensaba en la curiosa extrañeza de estar ante el mismísimo Steve Harris y que no hubiese miles y miles de personas viéndole. El más que mítico bajista mostró su pasión habitual sobre el escenario, como tantas y tantas veces le hemos visto en mil formatos distintos, cantando los temas por lo bajini, y al mismo tiempo, golpeando las cuerdas de su instrumento. La siguiente, The Burning (que da título a su segundo y último disco hasta la fecha), tuvo un rollo como muy folclórico que me recordó a ciertos temas de Dare, con la dureza extra que le daban las metálicas pastillas del bajo de Harris, y me gustó especialmente la ejecución de esas armonías de guitarras, por Grahame Leslie y David Hawkins. También, por sorpresa, presentaron un tema que todavía no han registrado, como fue 2000 Years, disfrutándola a tope David Hawkins, dando headbanging a tope. Por lo que he podido ver, la banda comenzó con retraso, por las horas que eran, ya que esperábamos entrar con los últimos temas, y realmente, eran los primeros. Legend, en la que Taylor trataba de subir los ánimos de su público con insistencia, fue la que más me gustó (se notaba mucho la mano de Harris en su composición), variada en ritmos y con un estribillo muy atractivo.

Dimos el último aplauso, y a continuación, queríamos ir a ver el inicio de H.E.A.T. antes de dejarnos la vida ya definitivamente con Hardcore Superstar. Pero todavía faltaba un ratillo, así que en lugar de acudir al Royal Theater, nos subimos a la planta 11, al Pool Stage, para ver el final del show de ‘burlesque’ programado, con estriptis incluido, de la sensual artista Steffi Scott, que por qué no decirlo, me alegró bastante la vista jeje.

H.E.A.T.:

Teóricamente, no teníamos más que unos minutos para ver los primeros temas, y después, largarnos rápidamente hacia el Studio B. Ya les veríamos completos en la siguiente vuelta. Eso sí, puesto que siempre me hacen disfrutar como un animal, quería apurar el tiempo. El vídeo que emplearon como introducción ya me llegó directo a la patata, una reproducción de las pantallas de carga de aquellos microordenadores de 8 bits con el nombre de la banda en medio, tras la cual dispararon la habitual The Heat is On, de Glenn Frey, antes de irrumpir, y lo digo con pleno significado, con la besssstial Demon Eyes, un auténtico trueno de Heavy Metal que sonó apabullante desde el principio, con unos bajos devastadores y una batería de miedo, cañera como ella sola. Hay que decir que el cansancio general entre el público se notaba bastante a estas alturas del día (rondaban las 23:00), pero ya se encargaría el imparable Kenny Leckremo de levantar la tensión, con saltos, con el puño en alto, y cantando como Dios. Acercándose continuamente tanto a sus compañeros como al público, saltaba como un poseso con Rock Your Body, mientras la presencia de dos grandes como Jimmy Jay y Dave Dalone también se hacía de notar gracias a sus constantes poses y movimientos.

Y efectivamente, la gente se fue viniendo arriba poco a poco, cada vez que Dalone se marcaba un solo en primera línea, o cuando Kenny se ‘teletransportaba’ de un rincón a otro del escenario. No se quedaba corto tampoco Crash, aplastando los tambores para Hollywood, un temazo de puro directo, y una de mis favoritas del último disco “Force Majeure”. Imaginaos que, ya a estas alturas, el sudor se iba notando ya en la camiseta de Kenny, para que os hagáis una idea de lo motivado que salió. Se mostraban en la pantalla imágenes muy chulas y muy apropiadas para la ambientación que siempre trae Downtown, tal vez demasiado relajada para el momento, pero ideal también para observar con calma el enorme talento y soltura de los músicos. En su cenit, Kenny y Jimmy compartían micro para cantar el estribillo, y contagiarnos con él en seguida. Sonaban de puta madre y me estaban encantando (¡cómo no, con esa actitud!), pero nos faltaba tiempo, y nos apresuramos hasta el Studio B, para librar la última batalla de la noche, que fue de putísimo escándalo.

Nos encontrábamos ya haciendo cola cuando, sorpresa sorpresa, alguien del staff del MORC nos dijo, a las cientos de personas que esperábamos el concierto, que como mínimo se iba a retrasar media hora. Esto fue muy frustrante ya que, por una parte, podríamos haber terminado de ver el bolazo que estaban dando los H.E.A.T., y por otra, imaginaos cómo estábamos, después de 12 horas de conciertos, literales e ininterrumpidas, para que ahora tuviéramos que hacer un apalanque obligatorio. Menos mal que la incontenible ilusión por ver a mis queridos Hardcore Superstar me mantuvo despierto, porque la espera se hizo insufrible.

Hardcore Superstar:

Algo me decía que la que se iba a liar aquí iba a ser jodidamente épica. Al fin sobre el escenario, Jocke, Sandvick y compañía no iban a dejar piedra sobre piedra, y no iban a permitir que el cansancio amilanara al personal. Como muestra, un botón, o mejor dicho, un cañonazo, esa Kick on the Upperclass que subió los humos de 0 a 100 de un plumazo, en parte gracias a las continuas palmas que pedía su vocalista, su empeño, su actitud y su energía demoledora, que prácticamente te obligaba a moverte por muy triturado que estuvieses. Jocke estuvo hecho un auténtico diablo, saltos y carreras por doquier, y hablando lo justito al principio para no romper la intensidad, casi empalmando temazos como She’s Offbeat o Guestlist. Incluso con el paso del concierto, su voz fue cogiendo más fuerza y rango. En la parte negativa, de momento, el sonido de los bajos, algo que, en ese escenario, llegaría a convertirse en un problema el resto del festival. Demasiado fuertes, muy molestos, avasalladores y dolorosos para el oído. Pero ya que había aguantado hasta ese momento, no pensaba retroceder un paso de entre las primeras filas. Había que dejarse la piel, conseguir ese ‘grand finale’ de jornada con una de las tres bandas más deseadas para mí de todo el cartel. E hicieron de todo, menos decepcionar. En Last Forever, cantábamos y bailábamos como posesos, y al guitarrista Vic Zino se le veía la mar de contento, vacilando en primera línea y tocando de forma muy contundente, imagino que muy emocionado en vista de los pocos y bailes locos que se montaron en la brutal Last Call for Alcohol, un puto desmadre sin mesura.

Me sorprendió mucho la invitación al escenario de un grupo de alrededor de 15 personas (¿amigos? ¿fans? ¿espontáneos?) para que colaborasen en los coros, y que también se lo pasaron de miedo. Alguno se resistía a bajar, pero el show continuaba igualmente con We Don’t Need a Cure, y en ella, me gustó mucho el trabajo de su actual batería, un puesto que, tras la súbita marcha de Adde, ocupa de momento Johan Reivén. Muy buenos juegos con los platos y mucha pegada. Y claro, todos cantando ese ‘lalalalalala’ tan siniestro y a la vez festivo. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que la gente aquí les ADORA. Fue una de las bandas más solicitadas este año, y se celebró largo y tendido su confirmación. No había más que ver cómo respondía la peña. La banda, por su parte, prometía un concierto pocas veces visto, y el mismo Jocke pedía disculpas por el retraso, pero a la vez nos decía: ‘ya sabéis que lo bueno se hace esperar’. Y qué razón tenía, el jodío. Con Bang on Your Head subieron todavía más la temperatura, con esos zamarrazos que metía Reivén a placer, reventando la batería, o esos vaivenes en la cabeza del bajista Martin Sandvik, que nos miraba de forma entre maliciosa y divertida. Vic Zino despatarrándose en su solo, y Jocke que no paraba de lado a lado, me encendieron la sangre cosa mala. Moonshine también sonó tremenda, con una excelente interpretación vocal, y Into Debauchery nos dejó punteos muy guapos, tanto por parte del guitarrista como del bajista. Lo que comenzó como una broma, con Jocke ridiculizando la estatura de Vic Zino, y este metiéndose con la edad de Jocke, se convirtió en un cachondeo desternillante que duró el resto del bolo, entre tema y tema.

Tal vez en la segunda mitad, el vocalista se pasó un pelín hablando, pero cada corte sonaba más brutal que el anterior, lo cual compensó cualquier parón. Además, Jocke se venía arriba, entre saltos, agachadas y headbanging, y saltó al foso en My Good Reputation (¡¡qué puto temazoooo!!), haciéndonos enloquecer, y gritar a muerte, seguidamente, ese Fuck the law!! en Above the Law, otra de las grandes triunfadoras. Me extrañó que no tocaran absolutamente nada de su último trabajo “Abrakadabra”, aunque no me parezca el más inspirado de su carrera, pero en general, hicieron un buen repaso a su discografía, centrándose especialmente en esa jodida obra maestra que fue su quinto disco homónimo. Seguía el pique entre cantante y guitarrista, siempre con el cachondeo por delante, y así por las buenas, nos soltaban el bombazo Dreamin’ in a Casket, que reventó el Studio B entero, alargando el final y regocijándose en él. Y es que este tema me la pone como el rodillo de un panadero. El fiestón seguiría con otra de las más esperadas, babeábamos por We Don’t Celebrate Sundays, y la respuesta fue monumental, cánticos y bailes de punta a punta de la sala, con la peña agolpándose en las primeras filas, Reivén cumpliendo muy bien, y Jocke haciendo el cabra como solo él sabe, terminando de pie sobre el bombo. No pensaban irse sin bordar el final con Yon Can’t Kill My Rock’n’Roll, para mí, su ‘House of Pain’ particular, rebosante de buenas sensaciones y un estribillo que cantamos hasta el infinito. Con esta, dedicada a todos los presentes, y con el alboroto generalizado reinante, nos dijeron adiós, sabiéndose uno de los grandes triunfadores de todo el festival. ¡¡Bravo por ellos!!

Ya no podía más. Pasada la euforia de esta última actuación, me dio un bajón tan bestia que casi doy con mis huesos en el suelo de cansancio. No quedaba ya ninguna banda por tocar, y más que andar, me arrastré hasta el camarote en pos de descansar todo lo que pudiera… cosa que por desgracia, no pudo ser, y en la próxima crónica explicaré el porqué. No quiero alargarme más, que ya suficiente tostón he dejado por aquí, pero la maratoniana jornada del segundo día, así lo exigía. ¡Mañana, más!

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Monsters of Rock Cruise 2024 (2on día, domingo 03/03/2024, Independence of the Seas)

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