Pasamos a por unas copichuelas, hicimos las fotos pertinentes, nos regocijamos un poco con el exagerado lujo de nuestro alrededor, y sin perder más tiempo, fuimos directos a nuestro camarote, que ya estaba bien equipado, para emperifollar nuestra puerta y dejar los bártulos. La señora de mantenimiento, con la esperanza de ganarse unas propinejas, nos dio la bienvenida y nos hizo un rato la pelota (muy amable, eso sí). Pronto sonaría el primer estruendo, concretamente, a las 13:30, y nada menos que con Quiet Riot, una de las bandas que más ganas tenía de ver de todo el festival, y precisamente seguida de otra de ellas, los norcarolinos Firehouse. Sin embargo, en unos minutos todo se fue al traste. El hecho de que el día anterior el barco todavía no estuviese atracado en el puerto nos dio mal rollo, y al pasarnos por la piscina aquella mañana, vimos que todavía no habían montado el escenario. Parece ser que las instalaciones todavía no estaban preparadas al 100%, y mientras Quiet Riot sufrieron un retraso de una hora (debido a lo cual, nos tuvimos que tragar una cola de… ¡8 pisos!), la actuación de Firehouse directamente se pospuso para el último día. Un mal presagio que, recordándome la nefasta experiencia de hace dos años, me puso de muy mala hostia. Aprovechando la eterna espera, nos hincamos unas bolitas de pollo y unas gambas que estaban de toma pan y moja, y al rato, ya nos encontrábamos en el Royal Theater, dispuestos, con las pilas cargadas, e impacientes porque arrancase la movida.
Quiet Riot:
Por suerte, los de Rudy Sarzo nos disiparon cualquier atisbo de mal rollo en cuanto abrieron fuego, y lo hicieron a lo grande, con una energía arrolladora de las que, repentinamente, te insufla unas ganas de fiesta incontenibles. Iniciaron con un amago de Metal Health, pero metieron la sexta pasando directamente a Run for Cover, haciendo gala de una actitud monumental, Sarzo y Alex Grossi cruzando mástiles, corriendo como locos por el escenario… ¡¡flipante!! Pararon unos segundos para saludar, y dispararon la segunda bala con Slick Black Cadillac. Contaban con una pantalla de fondo iluminada, aunque seguramente, todas las atenciones se centraban en Rudy Sarzo. Y es que verle tocar es impresionante. Cómo agita el instrumento, lo golpea, le da vueltas, se mete carreras con él a cuestas… es como volver a los 80 en un santiamén. Solo por verle a él ya mereció la pena el bolo, pero es que además, el puto Jizzy Pearl se salió de la puta órbita. Todo lo que ha hecho este hombre, lo ha bordado, tanto a nivel vocal como escénico, y con Quiet Riot no iba a ser menos. La espectacular entrada de Johnny Kelly con sus palos para Mama Weer All Crazee Now seguía la tónica del concierto. Primera versión de sus idolatrados Slade, pero como ya sabíamos de antemano, no sería la última. Los arpegios de Love’s a Bitch sonaron de lujo, como todo en aquel concierto. Volumen a tope, instrumentos súper contundentes, definición y potencia, un privilegio escucharles de esta forma, además de poder disfrutar de un continuo y enérgico movimiento sobre el escenario. De hecho, con tan solo unos pocos temas, ya tuve claro que, a pesar de ser el primer concierto del primer día, esto iba a ser muy difícil de superar… ¡si es que daba la impresión de estar viendo un videclip de los 80! Con Jizzy Pearl vocalmente inmaculado, Condition Critical sonó de miedo, y todos venga al headbanging, y venga a las carreras sin parar, con un Sarzo incombustible que pateaba el suelo con una fuerza indómita.
El bajista cogía ahora el micro, pronunciando unas emotivas palabras de recuerdo al gran Frankie Banali, que nos dejó hace cuatro años, y regalándonos Thunderbird, que se convirtió en uno de los momentos más mágicos de todo el crucero. De verdad, no me la esperaba, y casi me saltan las lágrimas con ella, especialmente, por la increíble interpretación de Pearl, mientras Kelly, a la batería, hacía honores a su predecesor. Pero no querían ponernos excesivamente sentimentales, y volvieron a subir el nivel de intensidad al máximo con ese desparramen de energía llamado Party All Night. Sin embargo, quedaba una sorpresa totalmente inesperada, que fue la que definitivamente me voló la puta cabeza. ¿¿¡¡Cómo hostias me iba a imaginar que tocarían Blackout in the Redroom!!?? Y además, era la primera vez que la interpretaban sobre un crucero. Allí me sobraron las sillas y me sobró hasta el techo… ¡Qué locurón! La más melódica y cachonda The Wild and the Young, partida en dos por furiosos solos de bajo (que actúa como si tuviera 15 años) y batería (hay que ver cómo le mete Johnny Kelly, jooooder…) nos llevaron, tras un guiño al Crazy Train de Ozzy Osbourne y un fragmento del Eruption de Van Halen (o al menos, muy parecido), a ese trallazo llamado Let’s Get Crazy. Hasta unas notas de bajo tocadas por la espalda nos regaló Rudy. Para el tramo final, Jizzy bromeaba, notificando instrucciones de seguridad en el crucero, y ante el griterío generalizado, arremetían con Cum on Feel the Noize, posiblemente la más cantada de todo el concierto, y la fogosa Metal Health (Bang your Head), con la que el jolgorio llegó a su punto máximo. Con los ojos como platos, observábamos el nivel de coordinación y ostentosidad de los músicos, con virguerías continuas, situándose Sarzo, Pearl y Grossi delante del todo para el desmelene final, mientras todos cantábamos hasta dejarnos la voz.
Puesto que, como he dicho, los Firehouse se atrasaron hasta el último día, tuvimos un rato para comer. Nos acercamos a la planta 5, al bar de las pizzas. La ligereza con la que servían las porciones, lo ricas que estaban, la energía que daban, y lo rápido que se zampaban, las convertían en el alimento perfecto para un festival donde uno no tiene un solo minuto que perder. Lo de dieta más o menos saludable… en esos momentos me importaba un carajo. Allí iba a lo que iba, y punto. Además, lo que nos esperaba a continuación era, en sí mismo, un auténtico manjar de cinco tenedores, un espectáculo de los que se ven pocas veces en la vida.
Joe Satriani:
Joe Satriani no necesita ninguna presentación, y aún así, incluso después de haberle visto mil veces en vídeos y demás, en directo me dejó sin habla. No pude dar crédito a lo que había visto hasta pasado un buen rato después de que terminara. Un concierto con una calidad técnica impecable, unos músicos nivel Dios, y un sonido y repertorio que nos hicieron vibrar hasta el límite, comenzando, además, con dos de mis favoritas. Fue hombre de pocas palabras, directo al grano, pero no sin antes regalarnos una introducción de las que te suben el pulso, con el propio Joe tocando con los dientes, y el batería, una puta bestia parda, martirizando ya su batería como si no hubiese un mañana. No hubo un solo tema en el que todos y cada uno de los músicos no se lucieran, y lo hicieron a lo bestia, demostrando ser de la máxima categoría, cada uno en su campo, totalmente a la altura de una leyenda como Satriani. Tampoco faltaron muchas partes que parecieron improvisadas, sobre la marcha, como la que pudimos disfrutar durante Ice 9, la primeras en sonar. Virguerías en el teclado de Rai Thistlethwayte para parar un tren, dibujos flipantes al bajo de Bryan Beller, y en ese punteo tan rockanrolero de Surfing with the Alien, el propio Joe retorciéndose de placer, viviendo el tema a muerte. Más muestras de Rock’n’Roll en su música percibimos en Scatch Boogie, toda una lección de tapping que se marcó el artista, y la batería de Kenny Aronoff rebotándonos en el pecho.
A la segunda guitarra, intercalando sus funciones con el teclado, tuvimos también a Thistlethwayte, que la cogió para el anterior tema, y continuó con ella para la más relajada Sahara, que creó un ambiente único en la sala, reforzada por el particular sonido de los tambores de Aronoff y esas melodías oscilantes que creaba el maestro Satriani. Qué gustazo de sonido, además. El bajo de Beller sonaba poderoso pero cristalino, perfecto para poder apreciar todas esas melodías que se marcaba, y aunque estuvo siempre en un segundo plano escénico, su participación fue soberbia. Todo fluía como la seda, las barbaridades técnicas seguían sucediéndose a cada minuto, era una locura, no podías dejar de mirar a todos los músicos al mismo tiempo en temas como Nineteen Eighty, con un excelente uso de los focos, que alumbraban a cada uno de los protagonistas, o Big Bad Moon, que además, fue el único tema cantado por Satriani, e incluso se tocó la armónica en toda una demostración de feeling. Temazo con un rollo southern total, imposible parar de mover los pies, a la que sucedió Always With me, Always With you. Una vez más, Satriani preciso al milímetro, y también fantásticos esos platos de Aronoff, que sabe ser de lo más delicado cuando hace falta. Por una vez obtenía cierto protagonismo escénico Bryan Beller, situándose junto a Joe, combinando ambos su talento en esa extraña pero adictiva canción llamada Blue Foot Groovy, en donde las cuerdas de bajo brillaron con luz propia, con aires ligeramente funkys.
Nos acercábamos al final, pero todavía restaban toneladas y toneladas de virtuosismo, de magia instrumental, de MÚSICA con mayúsculas. Sonando muy bien, y muy bien encajados, los teclados de Thistlethwayte contrastaban ahora con la velocidad imposible de las cuerdas de Joe Satriani, quien se sacó de la chistera una ingente, casi infinita, cantidad de recursos. Ahora era nuestro momento, el de cantar y seguir las melodías que ‘pronunciaba’ la guitarra del genio Satriani, con gritos y con palmas, y también el bajista hizo sus pinitos, saliéndose de la tónica. El guitarrista cambiaba, por cuarta vez ya, de guitarra, uno de los modelos más guapos que lució, para una de mis grandes favoritas del show, Summer Song. De nuevo, dejaba de haber teclados y se doblaban las guitarras, el brutal Kenny Aronoff se convertía en una auténtica locomotora de destrucción sin piedad, y Joe nos dejaba en coma con su increíble virtuosismo. También quiso darnos una buena sorpresa al final, invitando al mismísimo Joel Hoekstra a subir con él, y marcarse unos duelos de la hostia como parte del tema Going Down (un cover de Freddy King), otra de las cantadas, pero esta vez por Thistlethwayte a las teclas, que lo hizo realmente bien en ambos aspectos… y ojo a esa sacada de polla de Hoekstra, soleando hasta con los dientes. Ahora que termino la crónica, y he vuelto a revivir el show… me vuelvo a quedar sin palabras ante tan sagrada maestría. Qué salvajada…
Va la anécdota del día. El siguiente plan era cenar, pero cenar a lo grande, en el Dinning Room, de etiqueta (en sentido figurado, claro). Lo teníamos ya todo previsto, con un tiempo razonable para hacerlo tranquilamente hasta la próxima banda. Desgraciadamente, no salió bien xD. Entre que Satriani alargó su concierto más allá de la hora, entretenimientos y despistes varios, y la larga cola que tuvimos que hacer, el tiempo se nos escapó entre los dedos, y cuando quisimos darnos cuenta, el bolo de Crashdïet estaba ya a la vuelta de la esquina. Tampoco fueron especialmente rápidos a la hora de tomarnos nota y servir… así que no podía esperar más, y me levanté de la mesa sin cenar, corriendo hacia el Studio B Stage, donde los de Estocolmo iban a liarla parda. E incluso así, cuando llegué ya llevaban unos minutos tocando. Si es que, con lo grande que es aquello, y con las colas que se forman a veces, una hora puede dar para bien poco. Pero es lo que hay. Más vale estómago vacío que concierto perdido. Ese es mi lema.
Crashdïet:
Ahora sí, al turrón. Entré al galope en la sala y me fui directo a las primeras filas. Me interesaba muchísimo este concierto, era la primera vez que tenía ocasión de verles y pensaba exprimir y sudar cada minuto. Con Knokk’em Down recién empezada, el ambiente ya se percibía calentorro, y es que se nota a la legua que estas bandas suecas gustan especialmente allí, a tenor del escándalo formado por el público al final de este tema, que continuó con todo un himnazo (¡menos mal que no me lo perdí!), una de mis favoritas como es Riot in Everyone, con el batería Michael Sweet (no confundir con el frontman de Stryper jeje) abriendo con su doble bombo para esos riffs, y ese punch tremendo que tiene el tema, con coros por parte de todos los integrantes, y un vocalista muy solvente en los tonos altos más exigentes. Hablando de este último, John Elliot, su entrada a la banda se produjo tan solo unos días antes de la celebración de este MORC, pero se le vio muy encajado y con una soltura encomiable por el escenario. También Michael Sweet es el sustituto, desde hace muy poco, de Eric Young. Si hasta ahora seguir la trayectoria de la banda era de lo más mareante, aquí va otro escalón más (¡!), pero a pesar de su turbulenta historia, sus cambios de sonido y de personal, no hay que olvidar que Crashdïet estuvieron entre los pioneros creadores de esa escena llamada ‘New Wave Of Swedish Sleaze’, y solo por eso merecen todo el respeto. A toda hostia, de nuevo, Sweet, se enzarzaba con su batería para dejarse la piel en Reptile, y al rato, nos tenían a todos gritando y alzando los puños, pidiendo sangre, antes de Shine On, con un buen solo por parte de Martin Sweet, que se domina el escenario como si fuese el salón de su casa, vacilando atrás y adelante, y esparciendo glamur. Su introducción sureña ya triunfó lo suyo, y es que la brutal Cocaine Cowboys fue una de las más celebradas, perfecta para echarse unos saltos, al ritmo de los que daba su vocalista, asomándose al público y cantando de puta madre.
Volvían ahora a su mítico “Rest in Sleaze” con Out of Line. Peter London a las cuatro cuerdas y Martin a la guitarra estaban tremendamente activos por todo el escenario, calentando al personal, y posteriormente, atacando con Native Nature, que no me esperaba en el setlist (esta vez, sin intro). Durante la más melódica y moderna It’s a Miracle, el micrófono de Elliot falló a ratos, con lo que lo escuchamos a medias, y también tuvo un pequeño desliz con la afinación, pero desde luego, no por ello dejó de dar el callo, encandilando al personal, a pesar de ser el novato de la banda. En verdad… más que bueno, el sonido fue, digamos, aceptable. A la guitarra le faltaba algo de fuerza en ciertos temas, y el bajo era demasiado prominente. Pero ante un público completamente entregado y de palma fácil, lo tenían a huevo para petarlo, y temas como Chemical, con buenos coros, y Down in the Dust, con la que por fin se arreglaron los problemas del micro, continuaron consiguiéndolo. Justo en este momento, llegó mi cena. Muchísimas gracias a mi chica y a Elena por traérmela, aunque tuviese que terminar el concierto sentado, haciendo malabarismos con dos platos y los cubiertos, y comiendo con un hambre canina mientras cantaba y metía headbanging, todo al mismo tiempo jajaja. Lo cierto es que los bises fueron directos a la yugular, tirando de grandes singles para terminar de coronarse. Porque a ver quién es el guapo al que no le sube la adrenalina escuchando Breakin' the Chainz, o quien no se viene arriba con Queen Obscene (69 Shots), que la banda dedicó a todas las mujeres allí presentes, para mayor algarabía, si cabe. Con London y Sweet coordinándose de perilla, y Michael aporreando que daba gusto verle, aquello fue la hostia, pero no tanto como Generation Wild, posiblemente la gran triunfadora del show, cantada a mil gargantas al unísono, sonido 100% Crashdïet y un estribillo de esos que te llevas contigo para el resto del día.
Muy grandes, y eso que llegué con el bolo ya comenzado, aunque no más de uno o dos temas. Me habría encantado verles una segunda vez, ya que me quedé con muchas ganas de más, pero finalmente… no pudo ser (leer NOTA A MÍ MISMO, cuando se publique la crónica del tercer día, jejeje). A todo esto, tuve que sacrificar también el concierto de Black’n’Blue por el tema de la cena, y mi colega Aitor me dijo que fue la leche. Como digo, aquello es tan grande, y hay tanto que ver, que a veces, es complicado organizarse y llegar a tiempo a todo. Afortunadamente, me redimiría unos días más tarde. De momento sigamos a lo que estamos:
Spread Eagle:
Salvo por las escuchas que les di, previas a este MORC 2024, apenas conocía nada de ellos, por lo que no sabía realmente qué esperar de su directo. En realidad, no era una de las bandas más conocidas del cartel, pero se nota que tienen allí una gran aceptación, vista su constante incorporación al festival. Era nuestro primer concierto este en el escenario de la piscina, que a priori no es el mejor, ni por la distribución del espacio, ni por el sonido, que a veces peta más de lo que molaría, pero cuando se trata de bandas menos multitudinarias y la ecualización se comporta, se puede disfrutar mucho en ese entorno tan veraniego / americano, rodeados de jacuzzis, toboganes y la piscina, aunque este año tuvieron la genial idea de cubrir esta última con superficie sólida para aumentar el espacio habitable.
La introducción disparada, el traqueteo de un tren, nos traía el primer tema del show, Subway to the Stars. Entre los miembros del grupo, destaca la presencia del bajista Rob de Luca, miembro fundador y actualmente también en los legendarios UFO (así como ex–Sebastian Bach) que, al igual que el resto de sus compañeros, mostró una actitud muy chulesca. El guitarrista Ziv Shalev tampoco se quedaba atrás en este aspecto, abriendo con un fastuoso solo el tema Sound of Speed, aportando también los coros para reforzar la melodía principal, y luciéndose con unas cuantas virguerías a las seis cuerdas. Pronto me di cuenta que es claramente uno de los mayores valores de la banda, técnicamente hablando. Todos ellos muy animados e inmersos en el concierto, Devil’s Road siguió elevando el ritmo, con no demasiada gente viéndoles, pero bastante entregada. A lo que tardé un poco en acostumbrarme fue al extraño comportamiento de Ray West, también miembro fundador. A veces, más que una banda de Hard Rock, parecía un conjunto Funky, a raíz de sus movimientos y forma de cantar en ciertas partes, pero al mismo tiempo, y debido eso, también se iba ganando las simpatías del respetable. El batería Rik De Luca también nos contagió su entusiasmo, tocando cada vez con más empeño y elocuencia visual, hasta convertir ciertos temas en un espectáculo, como Back on the Bitch, en donde De Luca mando su sombrero a tomar por culo y se lució con las poses. Switchblade Serenade es, por decirlo así, su hit por excelencia, por lo que me extrañó que cayese tan temprano. Eso sí, como punto de inflexión del bolo, vino que ni pintado, y de regalo, unas estrofas del Love is Like Oxygen, de los Sweet… aunque sonó un tanto raro. Sea como sea, el tema habla de pasarlo en grande, y eso era precisamente lo que estábamos haciendo, aunque ya no me enganchó tanto la más moderna More Wolf Than Lamb, por mucho que me fliparan esos balanceos constantes de De Luca.
Conforme avanzaba el concierto, los constantes discursos de Ray West se fueron alargando, y acabaron entrecortando demasiado el ritmo del concierto, pero por otra parte, presentaba también los temas, lo que siempre es de agradecer. Suzy Suicide, con ligerísimo regustillo country, pero con un doble bombo a piñón fijo, fue de lo más duro del setlist, con la chulería de Ziv Shalev por bandera, bien abierto de piernas, o las carreras y saltos que se darían los músicos en el siguiente tema. Shalev y De Luca demostraron también estar coordinados, repartiendo ambos mandanga frente a las primeras filas. El concierto se fue vaciando, y me acerqué un poco más. Tras Broken City, Ray West presentó a la banda con mucho garbo, lo que dio pie a cada uno de ellos a lucirse con sus instrumentos en una especie de Jam, que nos dejó momentos como ese solazo de Shalev (de nuevo, fantástico, y con mucha actitud), West palmeando los platos de su colega Rik, o el dúo de cuerdas pasándose una pelotita entre ellos mientras tocaban. Divertido. Una tanda de aplausos bien merecida sirvió para encauzar la recta final, de la cual formaron parte Scratch Like A Cat (muy emocionado Rob De Luca en ella, empatizando a tope con su público) y una versión de una banda llamada INXS, que por lo visto tocan a menudo, titulada Don’t Change, con mucha, muuucha caña. El sonido en general fue un tanto cutre, y los bajos eran de los que hacían daño a los tímpanos. Pero en mi primer contacto con estos Spread Eagle, y siempre bajo mi humilde opinión personal, le doy mi beneplácito a su directo, aunque con menos ‘comunicación verbal’ y más acción, creo que habría ganado algunos puntos más.
Bad Marriage:
No era uno de los objetivos de aquel sábado, pero tampoco les hacía ascos en absoluto. De hecho, les conocí justamente por su incorporación en el MORC 2022, una de las últimas confirmaciones que hubo aquel malogrado año. Y a decir verdad, me mola bastante el rollo que hacen. Me suenan frescos y apasionados en disco, pero faltaba comprobar qué tal se desenvolvían en directo. Aunque ya ni de coña llegábamos a ver ni la mitad del concierto, nos acercamos, tras los Spread Eagle, al Studio B, a ver lo que podíamos pillar. Desde luego, no fue mucho, pero sí que fue un rato divertido (a pesar de que andábamos un poco cansados del día) para comprobar que saben moverse bien a gusto por el escenario, y a la vez, ganarse al público con sus referencias y gestos. De hecho, todo el mundo repetía a gritos el estribillo de esa Old School Stereo, mientras su vocalista pedía más y más, con mucho empuje y carisma. El mismo Jonny Paquin se cogía su aro para darle todavía más rollo al asunto, interpretando a continuación Little Suzy, una versión de una banda de principios de los 80 llamada Ph.D., tal como hicieran también los Tesla en su Mechanical Resonance. Por cierto, los tres guitarristas con los que cuenta el grupo le dan un extra de dureza al sonido, a veces cercano a bandas como Skid Row. Con un guiño al riff del Metal Health de Quiet Riot, se despidieron de la gente, que a pesar de las horas, se mostraba bastante animada.
Poco más pudimos hacer ya ese día, que no había cundido tanto como esperaba a nivel de conciertos, sobre todo debido al desbarajuste inicial, con el retraso de Quiet Riot y el aplazamiento del bolo de Firehouse. Pero para abrir boca, estuvo cojonudo. Me quedo, sin duda alguna, con las actuaciones de Quiet Riot, Joe Satriani y Crashdïet, que me hicieron disfrutar como un poseso, estando las dos primeras, concretamente, entre las mejores de todo el festival. ¡¡Así da gusto empezar!!
De nuevo, me quedé con ganas de más, pero al día siguiente habría doble dosis, y para mí, era el mejor cartel de los cinco días. Así que irse a descansar era la mejor opción para afrontarlo con garantías.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Monsters of Rock Cruise 2024 (1er día, sábado 02/03/2024, Independence of the Seas)
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