Para despejarme un poco, fui a por mi segundo café de la mañana, y con toda la pachorra del mundo, me acerqué hasta el Deck 4, uno de los pocos sitios donde se puede fumar en el barco, y me lo tomé con calma (aahhh, esto sí que es vida, joder). Allí tuve la suerte de conocer a Roberto, del fanzine de Hard y Heavy ‘Sounds Like New’ y Dioses del Metal, con quien fue un enorme placer conversar y compartir experiencias, conocimientos y recuerdos. Tal como imaginaba, mis compañeras todavía no habían regresado de la excursión, faltando apenas unos minutos ya para el concierto de Firehouse. Entonces me alegré más que nunca de la decisión tomada, porque habría maldecido aunque me hubiese perdido un solo minuto de la intro.
Firehouse:
10 minutos antes del comienzo, ya me encontraba entre las primeras filas del Studio B, afortunadamente no demasiado concurrido, con un millón de ganas de volver a disfrutar de ellos. Su primer bolo me gustó tantísimo, a pesar de la ausencia de C.J. Snare, que no tenía la más mínima duda de repetir. Sonaba ya la introducción pregrabada del primer CD, la de antes de Rock on the Radio, y no obstante, la banda salió a escena con Rock you Tonight, del “Hold Your Fire”, con Nate Peck en último lugar, recibiendo copiosas ovaciones. Los bajos, como fue nota común en ese escenario durante el día anterior, sonaban bastante molestos al oído, y esperaba que eso no me fastidiase el concierto, pero con el paso de los temas, fui acostumbrándome. Por unos instantes, se quitaba la gorra Nate para empezar a cantar, con la calidad que ya demostró en el primer concierto, la súper venta All She Wrote, con gran soltura. A lo que gozamos con ella, hay que añadir esos punteos extra que se curró Bill Leverty, siempre infalible, y con una presencia creciente, corte a corte. Como dice la letra, Shake & Tumble me hizo perder ya el control, viendo sobre todo el castigo que el batería Michael Foster propinaba a su batería, un músico que no ha perdido un ápice de espectacularidad a pesar de los años. Nate Peck se presentaba ante nosotros, siempre con mucha humildad y recalcando que estar allí con una banda tan admirada por él como Firehouse, era todo un sueño.
Oughta Be a Law fue una de las que más le pusieron a prueba, pero no contento con bordarla, todavía metió algunos agudos extra que dejaron a las claras su impresionante rango, apoyado por los coros de Allen. Si nos fijábamos un poco más atrás, las virguerías con los palos de Michael Foster eran casi continuas, girando y haciendo formas con estos a cada golpe. Empalmaron sin descanso la guitarrera Lover’s Lane, que, salvo por el molesto sonido del bajo, sonó clavada al disco, tras la cual, también Leverty nos dedicaría unas breves palabras de todo corazón. Home is Where the Heart is, por su parte, sonó todavía más potente, con el doble bombo aplastante de Foster en la parte del solo que le dio una fuerza explosiva, y nos subió todavía más los humos, mientras Peck niquelaba la parte vocal sin ningún problema. Todo en aquel concierto fue tremendamente fluido, temas sonando de lujo, músicos muy coordinados y un orden del set bien escogido para que cada canción nos pusiera más a tono que la anterior. De verdad que me cuesta expresar con palabras cuantísimo disfruté de esta actuación, y lo intensamente que viví cada minuto. Y eso por el momento, que aún quedaba mucho. La terriblemente sensual Don’t Walk Away, con paso firme por parte de Peck, y un solo fantástico de Leverty, nos llevó hasta mi gran favorita, la demencial Overnight Sensation, una jodida burrada de tema, ardiente y súper cañera que me subió peligrosamente el pulso, sobre todo con ese flipante solo intercalado de Leverty, que de nuevo, se salió por los cuatro costados.
Y para bajar un poco el ritmo cardíaco y enternecernos un poco a todos, ahí estaba Love of a Lifetime, su balada por excelencia, en donde los coros cobraron mucha importancia (muy bien realizados). Aunque ya hace muchos años que Perry Richardson abandonó el grupo, he de decir que me encantó esa actitud tan imparable de su sustituto, Allen McKenzie. Tal vez la mayor sorpresa, por lo inesperado, fue la única composición que sonó de su “Firehouse 3”, Love is a Dangerous Thing, que además, empalmaron con la anterior, creando un gran contraste de ritmo y subidón que ya no se detendría hasta el mismo final. Allen y Leverty juntaban hombros para el solo, y seguidamente, apostaban por su “Firehouse” con uno de sus mejores temazos como es Don’t Treat me Bad. Lo cierto es que Peck se tomó pocas licencias durante los temas, siguiendo estrictamente las líneas del disco, con cada mínimo detalle, lo cual, porque no decirlo, también fue un placer. Durante una de las últimas estrofas, su voz se quebró ligeramente, algo por lo que incluso pidió disculpas (totalmente innecesarias, en mi opinión), y aun así, se llevó una merecidísima ovación. El joven cantante se ganó nuestro corazón con su increíble voz, su simpatía y su siempre humilde comportamiento, y pese a que mentiría si dijese que no eché de menos en algunos momentos a C. J. Snare, Peck no pudo hacerlo mejor. Incluso tengo mis dudas de que el vocalista original pueda sacar los temas, actualmente, como lo hizo este chaval. Para la definitiva Reach for the Sky, volvió al 100%. El empleo de las luces, además, fue fantástico en esos punteos de Leverty, y con una presentación de la banda a mitad de tema, nos dejaron con un final im-pe-ca-ble, que volvió a hacer estallar en aplausos al público.
¿Les volveré a ver alguna vez? Tal vez sí, tal vez no. Pero os aseguro que estos dos conciertos que viví en MORC, se quedan conmigo para toda la vida. Ya con el equipo ‘Dinomorquers’ al completo (Meri, Elena, y un servidor, jejeje), nos acercamos un ratillo a la piscina para ver el final de Bad Marriage, una banda que me ha transmitido muy buenas vibraciones, tanto en disco, como en el cachito de concierto que les disfrutamos el primer día a bordo.
Bad Marriage:
En aquel escenario, parece que el clima que se respiraba era todavía mejor. La gente estaba rebosante de ganas de fiesta, y la banda no dejaba de echarle leña al fuego, ya en los últimos compases de su actuación. La fogosa Knock 3 More Times era la protagonista, con gran ajetreo, y un cantante, Jonny Paquin, con un hambre exacerbada por comerse el escenario, pateándolo a diestro y siniestro, y acercándose a sus fans sin cesar. Con voces más graves, iniciaba Old School Stereo, que se reveló como el tema ganador. La chulería, sobre todo de sus tres guitarristas, Mike, Ian y el ex–Tesla Tommy Skeoch, hacían que el escenario pareciese más pequeño de lo que era… headbanging, golpes al aire, pisotones a los monitores… ¡vaya energía! Durante el tema, subió, como invitado espontaneo, un músico rubio a compartir voces con Jonny, aunque no recuerdo quién fue. El vocalista continuaba tremendamente inquieto, adelante y atrás, a izquierda y derecha, quemando nervio, y cantando fenomenal, mientras el guitarra solista, productor y compositor Mike Fitz tampoco le iba a la zaga, luciéndose con toneladas de desparpajo en la última del concierto, la versión Little Suzi, que se metió al público en el bolsillo. Ahora empiezo a entender el porqué la gente les volvió a reclamar con tantas ansias para esta edición del MORC. La próxima ocasión que tenga, me encantaría ver su concierto íntegro. Un gran descubrimiento.
Y es que, siendo este el sexto día de marcha continuada, era día de descubrir lo que quedase ya, pero también de revisionar a todas esas bandas que me habían hecho tan feliz en sus primeros conciertos, y que consideraba imprescindibles.
Treat:
Treat, sin ninguna duda, era una de esas bandas. Con la inmensa calidad que demostraron el domingo, su atractivo setlist, y su capacidad para conectar con el público, estaba cantado que íbamos a repetir, y además, que lo íbamos a pasar de escándalo. Además, teníamos el aliciente extra de ver los dos o tres primeros temas que se nos escaparon la otra vez. Y qué a tiempo, porque la primera en caer, Skies of Mongolia, es de mis favoritas del “Coup de Grace”, que a su vez, me parece un disco extraordinario. En ella, ya me di cuenta de lo bien que canta y afina su vocalista en todo momento. Sin tener una voz realmente espectacular, es muy solvente, y la modula a la perfección. Tras el subidón inicial, y sin dejar de llevar detrás el pie de micro, volvía a mostrarnos sus dotes de frontman en Ready for the Taking, destacando también en ella el bajista, con buenos punteos y sonido contundente. Tal vez demasiado, pues volvía a adolecer del problema de la saturación que padecimos los últimos días en ese escenario. Pero esto no fue impedimento, en absoluto, para seguir pasándolo teta con Papertiger, volviendo de nuevo a mi queridísimo “Coup de Grace”, el más representado. Cañera y precisa, la banda pedía palmas y coros a su público, devolviéndonos como agradecimiento ese solo de Anders Wikström a tan solo unos metros de nosotros. Este mismo, se marcó unos punteos, petadísimos de feeling, para arrancar la casi folclórica Home of the Brave y su tono hímnico (que por supuesto, triunfó de pleno allí, en Estados Unidos), y a continuación, abría con esas maravillosas teclas Appelgren para Soul Survivor, todavía más bienvenida. Ernlund reflejaba alegría en su rostro, y su sonrisa se nos contagiaba rápidamente, estando muy bien en esos tonos más altos, y aprovechando para presentar a la formación al completo. Påhlsson y Borger tejieron unas bases rítmicas muy empastadas sobre las que se asentó la más comercial Freudian Slip, además de unas teclas bastante presentes, aunque yo las habría subido un puntito.
De nuevo una gran interpretación vocal, sobre todo en la escalada del estribillo, dio paso a una de esas partes en las que atesoré cada segundo y cada nota. Las luces se atenuaban con esas aterciopeladas y subyugantes notas, la ambientación ganaba en intimidad, y el público respondía por completo a We Own the Night. Rollazo bestial, elegancia sobrecogedora… y ensoñadora como pocas gracias a esas oscilaciones melódicas. A placer, alargaron la última parte incluyendo un gran solo, en un tema que me hubiese quedado todo el día cantando. Ojalá nunca la quiten del setlist, porque para mí fue el momento álgido del show. Pero con Rev it Up, de su “The Pleasure Principle”, Borger volvía a pisar el pedal en su batería, y los coros volvían a brillar con luz propia. El mismo Borger nos volvió a flipar con uno de esos finales tan espectaculares, golpeando a toda hostia y cruzando las manos que parecía un pulpo. En cuanto a contundencia, sin duda Roar fue una de las que más pegaron. Borger y Påhlsson volvían a salirse formando equipo, pero también me moló el que formaban este último y Wikström a la guitarra, cuando se acercaban el uno al otro. Un sonido bastante Heavy que cambió de tercio en Get you on the Run, curiosamente registrada en dos de sus discos (“Scrath & Bite” y “Organized Crime”). Imposible no dejarse llevar y cantar ese estribillo, con sabor a radiofórmula ochentera, hasta que nos doliera la garganta, a petición del carismático Robert Ernlund. También fue, para mi sorpresa, lo único que pudimos catar de su tercer álbum, al que eché bastante en falta. Desde “Organized Crime” atacaban con Conspiracy, con la que además de vociferar, también nos hicieron castigar el cuello a base de bien, y esos coros tan gordos le dieron el toque de gracia. Y si todavía nos quedaban ganas de cantar (y doy fe de que así era), World of Promises sació nuestro apetito. ¡Hasta el solo cantó la peña! En sus últimos compases, nos dieron otra muestra de cercanía, mirándonos fijamente, y poniéndose todos a saltar al mismo tiempo. Absolutamente fantásticos. Uno de mis grandes alicientes para intentar volver este año al Lion Rock Fest de León.
Puesto que me los tuve que perder el tercer día, por estar fuera del barco en el horario en que tocaban, aguardaba con muchas esperanzas la actuación de los Heaven’s Edge, banda de Hard Rock fundada en 1987, Philadelphia, que era otra de las grandes exclusividades que nos brindaba este Monsters of Rock Cruise 2024, al menos, para quienes no podemos ni oler ese tipo de bandas en nuestro país.
Heaven’s Edge:
Su concierto suscitó opiniones muy contrastadas, en general, al igual que pasó con otros, como Ace Frehley. Yo, personalmente, me quedo en medio de los dos extremos. Fue un concierto que disfruté bastante, apreciando cada uno de los temas, incluidos los de ese reciente “Get It Right”. A nivel escénico me pareció genial, con mucha actitud, movimiento y esfuerzo por agradar. Luego, en la parte, digamos, más técnica, y en cuanto a ejecución, ya creo que hubo más altibajos, aunque por otra parte, pienso que no llegaron a ensombrecer de todo el concierto.
No me esperaba un Studio B tan vacío, la verdad, pero así podría verlo todo más ancho y moverme más. En seguida, el bajista Jaron Gulino, que sustituye al fallecido George Guidotti desde hace unos pocos años, se plantó delante del escenario, repasando los trastes de su instrumento y levantando bastante ruido, y el resto de Heaven’s Edge saltaron a escena mientras ya rebotaba a gusto la batería de Dave Rath en el tema escogido para abrir, 9 Lives (My Immortal Life). Tirando de ventilador, los componentes de la banda lucían palmito y melena, con un ánimo creciente a cada riff y golpe de bajo, y el setlist que nos tenían preparado me iba a dejar más que contento. Como única representante de su “Some Other Place - Some Other Time”, caía Rock Steady, que por su mejor reconocimiento, levantó mejor las ganas del público de echarse los primeros bailes, al tiempo que Mark Evans, siempre llevando a cuestas su pie de micro, nos repasaba con la mirada. De momento, se le notaba la voz bastante fría, aunque supuse que esto mejoraría con el paso del show. Viéndole en persona, y habiéndole dado tantas vueltas a su último trabajo, pensaba que estaría en mejor forma vocal. Eso sí, en cuanto a saber estar sobre el escenario, era una auténtica flecha. Had Enough conservaba en directo esa dureza en las guitarras característica de la banda, en este caso, empuñadas por la pareja Steven "Steve" Parry y el gran Reggie Wu. Este último representó, con mucha diferencia, lo mejor del concierto, con su enorme pasión al tocar, y los constantes pasos y gestos que te obligaban a fijar tu vista en él.
En general, también en sus compañeros, una actitud muy americana, y ochentera. Reggie Wu nos dio, también, un pequeño anticipo a las teclas en Come Play the Game. Mark, paraba un ratito a saludar, con una amplia sonrisa, y sin hacerlo demasiado largo, proseguían con Gone Gone Gone, que parece que no terminó de entrar (aunque yo seguía pasándomelo de puta madre). De nuevo, y a riesgo de sonar pesado, el sonido de los bajos fue un completo desastre en aquel concierto. No sé qué coño le pasaba por la cabeza al técnico de turno de este escenario, pero si quería destrozarnos los tímpanos, a buen seguro que lo estaba consiguiendo… Y según me contó mi amigo Aitor, el sonido que tuvieron el lunes en el Pool Stage fue vergonzoso. Desde luego, tenían la negra. Pero a su favor, debo insistir que me pareció una actuación bastante enérgica en la que los músicos tuvieron un gran comportamiento, sobre todo Reggie Wu, que continuaba dejándonos locos con su velocidad y su inmensa soltura, digna de un videoclip. Up Against the Wall nos trajo espectaculares coreografías, con vueltas simultaneas por parte de todos y Mark terminando de rodillas junto al bajista Jaron Gulino, y en verdad, estas fueron uno de los aspectos que más me motivaron del concierto. Bad Reputation arrancó con bases de teclado por parte de Wu, y nos puso a cantar a todos su estribillo, lo cual disimuló las innegables carencias de Mark en los tonos altos, con algún gallaco que otro. En esos momentos, David Rath se venía arriba, tanto, que se ponía de pie sobre su batería. Una de mis mayores alegrías en cuanto a temas llegó con What Could've Been, del “Get it Right”, que me parece súper inspirada. Vale, es un sonido muy ‘typical Frontiers, pero su melodía atrapa, y en directo sonó cojonuda, con coros bastante buenos. También me resultó curioso que Mark sufriese tanto en ella, eso sí, sin parar de corretear por el escenario.
Ya empalmaban la seguidilla con temas clásicos, centrados en su primer “Heaven Edge”, con Skin to Skin para empezar, y ese ‘kick it out’!! sonando alto y claro, más coreografías, y más actitud a raudales por parte de Reggie, que se imponía como la gran estrella del show. La enlazaba el batería, sin perder un segundo, con Play Dirty, y poco después, llegaría el sorpresón mayúsculo. Porque si me tengo que quedar con un momento del show, lo haré siempre con la subida del gran astro Brian Forsythe, y del no menos talentoso Keith Roth, ambos con su propia guitarra, para interpretar nada menos que el Cold Blood de KIX… joder, jodeeeeer, ¡¡qué gozada señores!! A Mark, tengo que decir que le quedó muy grande cantarla, pero a su lado tuvo también a Cassandra Carson como apoyo, vocalista de la banda Palandra, que se lució con este pequeño papel. Ya para terminar, de un salto se bajaba el cantante Mark al foso para chocar los cinco con la peña, al mismo tiempo que Reggie Wu nos acercaba hasta el borde el virtuoso solo de Find Another Way, y el bajista Jaron Gulino daba unas cuantas patadas al aire, para poner el puntito final de espectacularidad. Al contrario que a todos mis compañeros, fue un concierto que me gustó bastante en líneas generales, aunque tampoco me encendió la sangre como imaginé, a pesar del gran repertorio.
Pero con lo que venía a continuación, sí podíamos estar tranquilos al 100%. Para mí, ya era la cuarta vez frente a ellos, con tres auténticos conciertazos de órdago a mis espaldas. Y esa constancia y altísimo nivel son más que suficientes para saber que tendría que suceder una catástrofe para que Winger errasen el tiro.
Winger:
Exactamente igual que sucedió en 2022, tras su concierto en el Royal Theater, se reservaban el segundo para el Pool Stage, en plan más refrescante y veraniego, y al amparo de la noche que ya estaba terminado de caer. El concierto, como curiosidad, empezó en plan humorístico, con un desliz de Reb Beach en el inicio del primer tema, que se tomaron a cachondeo. Ahora sí, restallaba a todo trapo Stick the Knife in and Twist, muy contundente, con la banda dando un aspecto de estar al 100%, grandes coros armónicos y un solo compartido entre Beach y John Roth. Todavía me daba la impresión de que faltaba algo de volumen en las guitarras, pero fue algo que se solventó rápidamente. Y si bien no llegó a sonar como en el Royal Theater, el resultado general fue fantástico. Durante Down Incognito se respiraba un ambientazo de lujo. Winger nos sonreía, señal de que todo iba como la seda, y hasta los teclados estaban en su punto perfecto. Roth nos mostró otro solo, de los muchos que él ejecutaría durante el concierto. Todos alineados, dieron caña con una pequeña parte instrumental de aires bastante rockabilly, y seguidamente, cambiaron radicalmente de tercio, tocando Paul Taylor las primeras notas de piano en la etérea Miles Away, que me volvió a enamorar otra vez. Además, Kip estuvo espléndido en ella, alcanzando todas las notas, transmitiéndonos con su cálida voz todo el feeling del tema, e incluso acercándonos el micro para que se nos escuchara mejor a nosotros, el mar de voces que la cantábamos.
Momento casi idílico, al que sucedió la mucho más contundente Time to Surrender, destacando ahí, a muerte, esos golpes de Rod Morgenstein a la batería, y saliendo con una tercera guitarra Paul Taylor, juntando hombros con total chulería con los otros dos guitarristas. Mientras la banda se tomaba un minúsculo descanso, Reb Beach se encargaba de dejarnos embobados con su enorme habilidad, pero rápidamente volverían a ponernos a mil con un bombazo como Seventeen, cuya parte más progresiva sonó de auténtica locura, y justo entonces les pudimos ver, a todos ellos, alineados en primera línea de ataque. Lo que vino a continuación, fue un pasote de la hostia. Un medley que incluyó temas de bandas donde, en mayor o menor medida, han militado todos los músicos de Winger, o les han influenciado de algún modo. Así, cayeron fragmentos, magistralmente encajados, de Billion Billion Dollar Babies (Alice Cooper), Jane (Jefferson Starship, con una interpretación vocal de John Roth que me dejó pasmado), In My Dreams (Dokken, a tres voces), la divertida Any Way You Want It (Journey), un pequeño fragmento instrumental de Cruise Control (Dixie Dregs), I Wouldn't Want to Be Like You (The Alan Parsons Project) y como bofetada final, nada menos, que In the Still of the Night de Whitesnake, cantada también por Roth… y se quedaron tan tranquilos… y nosotros, con cara de éxtasis total. Y no contentos con haber demostrado esta aplastante superioridad instrumental, todavía se marcó, el batería Rod Morgenstein, un pedazo de solo increíble, siguiendo una base progresiva disparada que nos puso más calientes todavía. Un subidón que no quisieron que amainara, puesto que en seguida volvían a la palestra con Headed for a Heartbreak. A Morgenstein, por lo visto, le sobraban ganas, volviéndose a lucir con esos potentes redobles, y esos teclados a cargo de Taylor imbuyeron al tema con la esencia perfecta.
Entre los guitarristas, veíamos agarrones y gestos de compañerismo, mientras Reb apoyaba a Winger en sus labores de vocalista, que ya de por sí, cantó estupendamente. Un músico por el que, sin duda, el tiempo ha pasado con una dignidad en todos los aspectos que ya quisieran otros. Por su parte, el concierto mantenía un ritmo imparable que no nos dejaba ni respirar, empalmando literalmente la anterior con Easy Come Easy Go, tan divertida (esas coreografías de la gente en ella me volvieron a poner una sonrisa) como bien plasmada en directo, y el bueno de John Roth, asomándose a nosotros desde el escenario. Desde hacía un buen rato, el viento que azotaba la cubierta del barco se había vuelto poco menos que insoportable. Por suerte, el espectacular final, a todas luces, que nos ofrecieron Winger, nos hizo olvidarnos de él. Muchos empezaron a pirarse de allí, en vista de que iba a caer una buena, pero nosotros tan solo nos alejamos unos pasos para terminar de disfrutar por todo lo alto de Madalaine, de cantarla a piñón, y de esos lucimientos de cada uno de los músicos, justo antes del momento de la despedida, especialmente de Kip, con esos tonos elevadísimos. Segundo concierto, y segundo sobresaliente alto para Winger, quienes por cierto, visitarán nuestro país el próximo 9 de Junio, en la sala Riviera de Madrid. Habrá que pensárselo seriamente.
Y si antes menciono lo del paso del tiempo y la dignidad, antes nos llega un artista, el protagonista del siguiente concierto, que es un caso de auténtico diccionario en este sentido, el descomunal Glenn Hughes. Todavía no me he quitado el asombro por lo que pude ver allí aquella noche…
Glenn Hughes:
Por una parte, era fácil adivinar que iba a ser un concierto absolutamente ganador, con un setlist centrado en la época en la que el bajista y cantante fue componente de Deep Purple, es decir, algunos de sus mejores discos como el “Come Taste the Band”, el “Stormbringer”, y esa obra maestra llamada “Burn”, que fue uno de los primeros discos de Rock que escuché en mi vida, cuando tenía prácticamente… 0 años. Así pues, ya os podéis imaginar el fuerte componente emocional que tendría este concierto para mí. El hecho de poder ver todos esos temas que ya son leyenda de nuestra música, cantados por su vocalista original, era uno de mis puntos álgidos, ya no de la jornada, sino de todo el festival.
Y para mayor placer, en el Royal Theater, con espacios individualizados, excelente visibilidad, y un sonido que tiraba de espaldas. Esto último fue fácil de comprobar ya durante el primer corte con que la formación nos asaltó. Stormbringer, con Hughes marcando fuerte sus notas de bajo, sonó mega contundente y al mismo tiempo cristalina, con unas vibraciones tan increíbles que llegaban directas a mis venas. Mucho wah por parte del guitarrista Soren Andersen, y gran poderío en las baterías de Ash Sheehan, quienes completaban una banda que te dejaba con los ojos en blanco de placer. Y desde luego, una cosa nos quedó clara ya de primeras: Glenn Hughes no iba a cortarse un pelo con los gritos y agudos más estremecedores. Pero dicho así, queda demasiado banal, demasiado vulgar para una auténtica leyenda viva de nuestro rollo, un CABALLERO, con mayúsculas, del Rock, que supura elegancia con cada movimiento, que con solo un mínimo esfuerzo puede desatar un verdadero torrente de emociones gracias a su portentoso e infinito chorro de voz, y cuya presencia te hace inclinarte a sus pies por tal magnitud de grandeza y pasión que destila, todavía, a sus 72 años. Los primeros teclados del virtuosísimo Bob Fridzema, que dieron cancha a Might Just Take Your Life… cómo decirlo sin ambages… casi me hacen llorar de emoción. Un momento de éxtasis de esos en donde el tiempo parece detenerse, fue todo tan perfecto, tan milimétricamente medido, que la inmersión en el tema fue total, casi podía notar hasta las alucinantes baterías de Ash Sheehan golpeándome Y respecto a la voz, bueno… decir sencillamente que lo de este hombre no es ni normal, ni lógico. Llamarlo talento desmesurado me parece quedarse corto. Llamémosle magia, alquimia, pacto con el diablo, o lo que nos venga en gana, pero lo de Glenn Hughes es de otro universo. Incluso en los momentos entre tema y tema, donde nos dedicaba largas sesiones de melodías vocales improvisadas, se le ponían a uno los pelos como escarpias, y os juro que en este caso lo digo de la forma literal posible.
En su voz está todo el soul, todo el funk y todo el rock que pueda caber en este mundo, es un espíritu portentoso, más que un vocalista, es un auténtico prodigio de la naturaleza sin explicación científica. Muy, muy pocas veces he visto nada igual (por no decir nunca). Pero al igual que hubo muchos interludios, también hubo partes muy cañeras a mansalva, como las que nos trajo la majestuosa Sail Away en todo su esplendor, con el inmaculado solo de Andersen, balanceos incluidos, resaltando por encima del resto, y por supuesto, con una voz de clase superior. Era la primera vez que la leyenda se embarcaba en el Monsters of Rock Cruise, y qué mejor lugar donde hacer homenaje a esos 50 añazos que le caen al “Burn”. Nos hablaba y contaba anécdotas de cada uno de los temas, y para él, Mistreated era el tema que mejor concentraba la esencia del disco. El corte fue precedido de un pequeño pero exquisito solo de guitarra, y alargado con partes instrumentales, donde para mí, lo más suculento fue ese colchón de Hammonds que reflejó en directo toda la magia del tema. El sprint final, petado de solos, ostentosidades en la batería, y duelos de teclas… fue sencillamente para cerrar los ojos y perderse. Otra descarada demostración de apabullante poder vocal volvía a hacer callar, sin que nadie lo pidiera, a todo el teatro. No se escuchaba ni una sola mosca, salvo la voz de Hughes, ni una conversación, ni una sola palmada, estupefactos como estábamos, volvía una y otra vez a deleitarnos, alternando gritos y susurros, con un feeling completamente desbocado. Con una parte mucho más funk (y que parecía improvisada), Glenn volvió a tomar el centro del escenario, marcándose unas partes de bajo de poca broma, destacando también como bajista el gran bajista que es. Y dedicando el siguiente tema a su añorado y admirado amigo Tommy Bolin, lanzaba los primeros punteos de Gettin' Tighter, del “Come Taste the Band”. Ensalzando ese rollo funk tan guapo, estaba el gran Bob Fridzema con su Hammond, y desde su batería, Sheehan metía incontables detalles dignos de ver en vivo y en directo.
Antes de proseguir, Glenn hablaba sobre historias, sobre Bolan, sobre su gira, sobre sus fans… repartiendo amor a todo el mundo con esa bondadosa oratoria que le caracterizó. Pasaba, entonces, a abrir con su bajo, esa casi espiritual You Keep on Moving, que fue una de las partes más místicas del show, todo ello, ante esa gigantesca pantalla que nos iluminaba al fondo del escenario. De nuevo, tuvimos que rendirnos irremediablemente, no solo ante la grandeza del frontman, sino ante toda su banda, cuyo nivel es prácticamente insuperable. Otra parte instrumental alargada, con una cantidad y calidad de virguerías vocales para flipar, arrancó unos aplausos que duraron varios segundos, con el público poniendo toda el alma en ellos. No es para menos. Había que estar allí para ver la gran profundidad que alcanzó el show. Mucho discurso, dirán algunos. Mucha vacilada instrumental, dirán otros. Pero para mí, poder ver a una leyenda, cuya voz es prácticamente la octava maravilla del mundo, en persona, y además, mostrándose tan sincero y cercano, fue algo para no olvidar. Ah, y hablando de olvidar, no podemos dejar de lado esa brutal explosión final que llegó con una de las mejores canciones jamás compuestas en la historia de la música: Burn. Los duelos de Fridzema y Soren Andersen en mitad del tema, la estruendosa, mortífera y fulgurante batería de Ash Sheehan y esos tonos imposibles, fueron un auténtico derroche de poder divino, por no hablar de ese kilométrico y electrizante solo de teclado que incluso nosotros cantamos a viva voz. Solo voy a decir, para terminar, que no le otorgo el puesto del mejor concierto de todo el MORC 2024 en mi clasificación personal porque me habría encantado que hubiesen encajado más temas, un Lady Luck, un Lay Down, Stay Down, o incluso alguna balada como Soldier of Fortune. Aun así para mí, centrándonos en lo que SÍ hubo, todo llegó prácticamente a los límites de la perfección.
Todavía conmocionados por tan erupción de talento vocal y musical, fuimos haciendo marcha hacia el Pool Stage, donde actuarían los Armored Saint, una de las bandas todavía no vistas que nos quedaban del cartel. Cuál sería nuestra nefasta sorpresa, cuando al llegar al sitio… ¡vimos que estaban desmontando el tinglado! Por lo visto, justo al terminar el concierto de Winger, cayó la de San Quintín, de hecho, estaba todo prácticamente anegado, y en esas condiciones, no se podía celebrar ya nada en ese escenario. Una putada, porque eso significaba que nos quedábamos sin verles. Fue un pequeño desánimo de última hora, pero al menos, en mi caso, no fue una de mis bandas forzosamente imprescindibles. Para olvidarnos del trago, dimos un rulo por el Promenade, donde Tyson Leslie, teclista pluriempleado durante todo el crucero, se tocaba unos temillas ante una gran expectación. En algunos casos, las miradas de despedida eran inconfundibles, y es que, en realidad, nos quedaban ya muy pocas horas de disfrutar de aquel paraíso sobre el mar. Nos dimos un garbeo también por el casino, donde intentamos fomentar sin éxito nuestra ludopatía, y cuando nos hartamos, tras ver caer miles de globos a modo de fiesta de despedida, fuimos tirando hacia el Royal Theater, donde despediríamos este Monsters of Rock Cruise 2024 con un pedazo de artista como Mark Slaughter, haciendo acopio ya de nuestras últimas fuerzas.
Slaughter:
Y de paso, veríamos su actuación completa, desquitándonos del poco rato que la disfrutamos el lunes. Con una sirena disparada, y con Jordan Cannata comportándose ya como un salvaje con su batería, aparecía Slaughter, con una pequeña cámara, grabando al ya alborotado público, que parecía querer darlo todo en este último concierto. Nosotros estábamos igual. Era hora de dejarse la piel, de cantar a saco, de sudar, de vivir el momento, de convertir aquel fin de fiesta en algo tan apoteósico que quedase para el recuerdo… ¡¡Vamoooooos hostiaaaaa, que esto se acaba!! La banda, por su parte, tampoco escatimó un pelo en ningún aspecto. Salieron todos como una bala al escenario, con las pilas a tope, y por el momento, Mark tan solo ejercía de vocalista, dejando a un lado su guitarra para recorrerse con ligereza el escenario, y para empezar, Mad About You ya nos trajo la mejor cara de todos ellos, con unas ganas exultantes de fiesta y desenfreno. Para engrandecer todavía más este clima, chorros de humo brotaban del escenario, y subían aún más el ritmo con Burnin’ Bridges. Mark, aun con su voz algo cascada, se esforzó a tope por llegar a los tonos altos, pero en estos momentos, casi era más prioritario el ofrecer un buen espectáculo visual, y en ello se centraron los músicos. El bajista Dana Strum, de subidón cada dos por tres, aportaba voces también, y cruzándose continuamente con Slaughter y Jeff Bland, daba unas carreras maratonianas por el escenario, buscando también contribuir a esa energía positiva. En verdad, se vivía una tensión muy especial, extremadamente festiva. No era, para nada, una despedida triste. El frontman, ya con la guitarra a cuestas, provocaba una lluvia continua de púas sobre los asistentes, parando solo para marcarse uno de los punteos del tema. A continuación, este abría con su versión del Immigrand Song de los Zeppelin, no sin antes brindar con todos nosotros, muy ilusionado y más contento de lo habitual, y por delante de él, Dana se paseaba de nuevo por toda la primera fila, haciendo gestos constantes y bromeando con sus seguidores. Por cierto, también Kenny Leckremo estaba justo a nuestro lado, disfrutando a tope del bolo.
Con el escenario de nuevo cubierto por una densa capa de humo, Eye to Eye entraba con mucha contundencia, y con la energía todavía por las nubes en el seno de la banda. Dana y Jeff se apretujaban el uno contra el otro mientras este daba el solo, y la pantalla mostraba imágenes bastante hilarantes, Cannata se quedaba con su solo, uno de esos de ver, oír y callar, ante el brutal estruendo y la destructiva forma con la que golpeaba su batería, pisando los platillos, plantándose encima, y sin parar de hacer malabarismos con los palos… este tío es increíble. Terminaron el tema anterior, y lo continuaron con otra de lo más cañero, The Wild Life, en la que Slaughter, casi dejándose las cuerdas vocales en ella, gritaba como un poseso, y por su parte, guitarrista y bajista se echaban unos bailes, metiendo unos punteos simultáneos guapísimos. Si el primer setlist que vimos contó con varios medios tiempos y baladas, tan solo Real Love (¡bravo!) se quedó esta vez, y la fueron interpretando por partes de creciente intensidad entre los distintos músicos. El sonido estaba un tanto saturado, pero en esta ocasión no le dimos tanta relevancia, pues lo que queríamos era volumen, ruido y fiesta. De esto precisamente fue el concierto. Con Jordan Cannata de pie en su batería, se tocaban ahora Fly to the Angels. Todo el mundo desde el público iluminaba con sus móviles, a la vez que el susodicho Cannata le daba unas hostias exageradas a los parches, y Jeff, Slaughter y Dana, en fila, lucían su habilidad a la hora de tocar. Solo quedaba UN tema para cerrar el festival, pero no puedo imaginar otro mejor, en aquel clima de jolgorio y desmadre, que Up All Night, que cantamos hasta que nos explotaron las amígdalas, tal como lo hacía Mark, afinando regular, pero dando el callo a muerte, y por cierto, ¿me lo pareció a mí, o durante esta última subieron el volumen una bestialidad? Sea como sea, fue un auténtico momentazo de disfrute y alegría para todos nosotros, que nos despedíamos de ellos mientras tocaban ese fragmento del Won't Get Fooled Again (The Who), ya cada uno a su puto rollo, Cannata machacando tambores, Slaughter tocando de espaldas, Dana en una esquina del escenario saludando a la peña…
Nos fuimos retirando, hechos astillas, hasta nuestro camarote. Nada de alargar la noche, nada de hacerse los remolones. Al día siguiente, tocaban diana a las 8, y tendríamos que decirle adiós al que fue nuestro hogar durante cinco días increíblemente intensos e inolvidables, al colosal Independence of the Sea. Pensarlo daba cierta tristeza, pero eran tantos los recuerdos, las sensaciones, y la alegría que habíamos acumulado allí, que estas ponían freno a cualquier pensamiento negativo. A la mañana siguiente, tomamos nuestro último desayuno, con las maletas ya empaquetadas, y con una emoción indescriptible, abandonamos el barco, ya resignados a volver a la realidad tras este ensoñador viaje al paraíso del Rock. No voy a alargarme más con la despedida. Espero haber dejado aquí plasmada, con mayor o menor acierto, toda esta colosal experiencia que nos marcó de por vida.
P.D. 1: Los que hayáis aguantado leyendo hasta aquí… de verdad que os merecéis una medalla, y tenéis mi eterna gratitud.
P.D. 2: Muchas gracias de nuevo, principalmente, a mi chica por haber hecho realidad esta increíble experiencia, y por las excelentes fotos que han ilustrado las crónicas. A Elena por ser tan excelente compañera de festival y aventuras varias. A Aitor e Inma por hacer que lo pasásemos todavía mejor (también por el contrabando de Fantas. No funcionó, pero había que intentarlo jejeje). Y en general, a toda la gente, como Diego Sixx, Roberto, ese encantador matrimonio de Utah que conocimos y la amigable pareja de Madrid, la chica que encontró y nos devolvió el móvil, todos aquellos que nos dieron o nos cambiaron objetos… allí, todos formamos parte del mismo sueño.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Monsters of Rock Cruise 2024 (5to día, miércoles 06/03/2024, Independence of the Seas)
Geniales tus crónicas, un placer saludar a todos. Nos vemos el próximo.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias por leerlas! Cruzaremos los dedos para que así sea. ¡Un saludo!
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