miércoles, 26 de junio de 2024

El Rock nos hace FUERTES (Rock Imperium 2024, miércoles 19/06/24, Parque del Batel, Cartagena)

Este último sábado, pasados cinco días hasta que empiezo a redactar estas mismas líneas, el Rock Imperium 2024 ponía punto y final a su celebración en la ciudad de Cartagena, y además, por todo lo alto, con una bandaza como The Darkness. Pero a pesar de esos días que ya me separan de él, todavía tengo la cabeza petadísima de temas, de sensaciones, de rostros, y de momentos de esos que el tiempo no va a poder borrar fácilmente. Y por qué no decirlo, todavía me acompaña en el día a día un ligero dolor de espalda, cuello y brazos. De hecho, lo que me extraña es que pudiese terminar el festival de una pieza. No exagero: este Rock Imperium fue, con diferencia, la edición en la que más he apretado de todas, llegando a momentos en los que me encontraba al borde del colapso físico. Pero es que un cartel así… es lo que tiene. Prácticamente, no puedo mirar a ningún centímetro de los horarios, y no ver alguna banda que me encante. El hecho de que iba a ser un festival duro, duro, era algo de cajón, pero joder, en pocos en mi vida he terminado tan reventado. Y aunque en realidad la forma física también es fundamental, no creo que sea esto, en el fondo, lo que nos mueve, sino la pasión. Pasión por vivir nuestros temas favoritos, y por descubrir bandas en directo, y pasión por pasar más de 12 horas al día, durante varios días, sin que la música deje de sonar. Esa creo que es la verdadera fuerza, nuestras baterías, la electricidad que nos impulsa hacia adelante. Y eso es lo que a muchos nos hace sobrevivir a ese cansancio que, en determinados momentos y circunstancias, puede llegar a ser una tortura, y al paso de los años, en pie mientras otros caen miserablemente.

Para no perder la costumbre pre-festival, apenas pude pegar ojo la noche anterior por los nervios y la emoción que me hacían desear estar ya rodeado por la muralla de Carlos III, en el Parque del Batel, Cartagena. Me levanté antes de las 8 y comprobé todos los preparativos, y alrededor de las 10, ya me encontraba en la ciudad murciana. Aparcar fue bastante peliagudo, pero en un golpe de suerte, pude hacerlo no demasiado lejos del recinto, de donde no se movería hasta el final del festival. La razón de esto es que, gracias a otro golpe de suerte, pude encontrar un alojamiento a escasos metros del festival.

Y no quiero continuar sin mandar mi más sincero agradecimiento a mi anfitrión, Alejandro, que me ofreció un techo y una cama por un precio más que razonable, al contrario que la mayoría de sinvergüenzas (porque no tienen otro nombre) que alquilan sus casas por no menos de 150 euros la noche para esos cuatro días. Da gusto, de vez en cuando, encontrarse con gente honrada y comprensiva que no mire solamente por el puto dinero. De hecho, en gran parte, fue gracias a él que pude asistir finalmente al festival.

Ya en la larga (y estática) cola del festival, tras recoger mi acreditación de prensa para RafaBasa.com, empecé a reconocer a gente de otros festivales y movidas, y a nuevos personajes con los que me crucé en varias ocasiones a lo largo de los días. Al fin la cosa tiró para adelante, y una vez más, volví a recrearme en esa infinita e indescriptible sensación de cruzar las puertas de un festival por primera vez. Las dos primeras bandas, en realidad, no me interesaban demasiado, pero me encontraba fresco y con un mono terrible de ruido, así que me acerqué a verlas. También me serviría de calentamiento.

Blackbriar: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

Los alternativos fueron los encargados de abrir esta tercera edición, una responsabilidad que no debió ser fácil, pero que la banda defendió con bastante solvencia. Escuchábamos una música acorde a lo que vendría a continuación, cuando a los pocos minutos, los seis músicos se posicionaban sobre el escenario para disparar el primer tiro con la carismática y melódica Crimson Faces, que a la vista está, fue ideal para empezar y nos enganchó a todos. Su vocalista Zora Cock posee un rango bastante dilatado que empleó con mucha soltura en cada tema de cuantos sonaron aquella tarde, y además, se movió con mucha gracia por el escenario, mostrándose realmente simpática con la audiencia. Era su primera vez en nuestro país y desde luego, no tenían la intención de desaprovechar la ocasión de darse a conocer con sus mejores galas. La implicación de los músicos fue total, pero destacó especialmente su bajista Siebe Sol Sijpkens, la incorporación más reciente a la banda, que se reveló como un torrente de energía, encorvándose y lanzando patadas al aire de principio a final. Los teclados de Ruben Wijga abrían con mucha sonoridad para I’d Rather Burn, y Zora tuvo que hacer frente a unos tonos muy elevados que superó con nota.

Los graves, en general, sonaban altísimos, y precisamente el encargado del bajo volvía al trote con más carreras por el escenario, sin dejar de hacer gestos de cara al público, que cada vez era más numeroso. También entre los guitarristas generaban cada dos por tres coreografías con los mástiles que animaban el cotarro visual. Far Distant Land, con ese inicio celta que contrastó con un durísimo doble bombo, tuvo cambios de intensidad que provocaron multitud de headbanging. Zora se echaba unos bailes siempre que podía, teniendo una dicción muy buena y, como digo, un tono lírico muy depurado. Muy bonito ese final con piano, que nos llevó hasta la siguiente The Séance (aunque la vocalista tuvo un traspiés al presentarla). Buenos cambios rítmicos, de nuevo, y un bajista que no cesaba en su empeño de darlo absolutamente todo, con mucha chulería, al tiempo que la cantante y el guitarrista Bart Winters se echaban unos ‘meneos’. Estaban muy contentos de estar allí, eso era más que evidente. Ahora sí, Forever and a Day, mostrando la mejor faceta de Bart Winters a la guitarra, quien además de encargarse de los solos, dio un buen espectáculo, acercándose a nosotros, dándole caña al cuello de vez en cuando, y conectando con sus compañeros.

En el inicio de Arms of the Ocean, Zora quedaba sola en el escenario, cantando a capela, y afinando cada vez mejor. Por cierto, qué extrañas esas pintas de Robin Koezen, con los ojos maquillados y la cara pintada de blanco, aunque en verdad, encajaban bien con la esencia moderna de la banda. Respondimos muy bien con nuestras palmas en Selkie (señal de que nos íbamos ya metiendo de pleno en el concierto), y la cantante nos presentaba Deadly Diminuendo, inspirada por un viaje que hizo a los Alpes hace un tiempo, tan inspirada como a la hora de cantar su inicio, con un extraordinario trabajo vocal. Me fijé que una pequeña parte de las líneas de bajo fueron interpretadas por el músico sin su púa. Un buen puñado de aplausos desde el público, y el show continuaba con la machacona (al menos, en algunos de sus tramos) Lilith Be Gone, en la que se nos pidió colaboración. Si no me equivoco, hubo algunas voces pregrabadas en esta última. Iban ya agradeciendo el calor que les dimos, señal de que no le quedaba mucho al concierto, pero todavía se emplearían a fondo en dos temas más. En Cicada, la guapísima Zora Cock nos obsequió con una parte cantada de rodillas, y con voces y teclas, comenzaba el último tema de aquel primer bolo, que correspondió a Until Eternity, con ambos guitarristas y bajista metiéndole al headbanging con mucha pasión.

Turmion Kätilöt: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

Como ha sido santo y seña en las dos anteriores ediciones del Rock Imperium, el cartel de este 2024 también acogía una variedad realmente espectacular, saliéndose bastante de los esquemas de otros festivales a los que estamos más acostumbrados, y tocando palos que son casi tabú. Probablemente, uno de los mejores ejemplos de ello fue la inclusión de los finlandeses Turmion Kätilöt, que pudieron gustar más o menos, pero no dejaron a nadie indiferente.

Fueron la extravagancia hecha concierto, en sí mismos. Con Lepositeet daban inicio a aquella fiesta (y nunca mejor dicho…) de ritmos bailables, electrónica, samples, aspectos de lo más estrambótico… Desde el principio, no dejaron de esforzarse en animarnos, por si la música ya de por sí no lo hiciese bastante. Claro que a las tres y media de la tarde… no estoy seguro de que fuese la opción más adecuada ponerse a dar saltos. Con Pirun nyrkki continuaban a saco, con ambos vocalistas MC Raaka Pee y Shag-U alternándose y compartiendo frases. Aunque ambos cuentan con un tono muy similar (al menos, salvando detalles), lo cierto es que dieron mucho juego, apuntándonos e incluso lanzándonos besos, estuvieron muy cañeros durante temas como Hades o Totuus, muy simpáticos a la hora de presentarlos y comunicarse con nosotros, y en todo momento, muy compenetrados. No dejaron de alabar al público, mientras continuaban a tope con cortes como Isä meidän. Muy bestia esa forma de tocar del guitarrista Bobby Undertaker, aunque en realidad fue de los que menos actividad física mostró, y al otro lado del escenario, el bajista Master Bates aportaba coros y sus propias carrerillas por el escenario. Muy curiosa esa Vihko, que abría con melódicos teclados por parte de RunQ, y cerraba con Master Bates tocando un extraño instrumento de viento a capela que no pude identificar.

A pesar de que casi todas sus canciones son en finlandés, ellos se dirigían a nosotros en inglés, e incluso chapurrearon alguna palabreja de español. Y digo casi todas las canciones, porque la siguiente Grand Ball sí fue en inglés. Al menos, alguna letra teníamos que entender jeje. El cielo estaba bastante nublado en aquellos momentos, e incluso cayeron algunas gotas… pero nada de qué preocuparse. Teurastaja fue el primer single de su carrera, allá por el 2003, muy bien recibido con bailes y saltos entre las primeras filas. La batería tan ruda de DQ continuaba mezclándose con esos samples electrónicos que eran, sin duda, los mayores protagonistas en el ámbito sonoro, algo que a la larga me terminó cargando bastante. A parte de algún solo de guitarra muy puntual, poco más hubo en este aspecto. Eso sí, movimiento y poses, a mansalva. Con voces pregrabadas arrancaba Sano kun riittää, y el calor continuaba subiendo entre el gentío con la caída de Naitu, y el tema que supuso el punto álgido en cuanto a fiesta y desmelene discotequero, Sikiö, con toda la gente batiendo las manos de lado a lado hasta su mismo final.

Ronnie Romero:

Tras la… inclasificable experiencia de ver a los finlandeses, empezaba para mi gusto lo realmente bueno, con la actuación de Ronnie Romero, triunfador artista e increíble cantante que ya he tenido el privilegio de ver en varias ocasiones con distintas formaciones, pero no en solitario, así que esto fue como completar un poquito más el puzle de su carrera. Sin ir más lejos, el año pasado nos dejó asombrados al frente de la súper banda Elegant Weapons con su chorro indomable de voz, cargándose a espaldas todo lo que le echen y más.

Y sí, aunque la banda lleve su nombre, decir eso de ‘en solitario’ se queda muy corto cuando te das cuenta de los músicos que lleva consigo sobre el escenario, prácticamente, otra súper banda, pero esta vez, de cosecha nacional, salvo por la presencia del bajista rumano Aurelian ‘Balaurul’ Dinca. Si bien la recepción del concierto fue un pelín fría en su inicio, no tardamos demasiado en calentarnos, y a partir de ahí, todo fue en ascenso. Con un Ronnie Romero que saltó a por todas al escenario, Castaway to the Moon fue el primer tiro, y bien certero, además. Con teclados bastante altos, una batería a cargo del mismísimo Andy C. (ex–Dark Moor y ex–Saratoga) muy bien ecualizada, y la sección de cuerdas muy bien llevada por José Rubio y Aurelian Dinca, continuaban sin tregua con I’ve Been Losing You, también del nuevo CD de Ronnie Romero, que vio la luz a finales del pasado año, y que contiene una buena ristra de temazos. José Rubio, sonriente, se acercaba a las primeras filas, interpretando sus partes con una fluidez y categoría dignas de elogio (sin duda, es uno de los mejores guitarristas que tenemos en este país en su estilo), y sobre la tarima, ocupaba su puesto el ‘teclas’ Francisco Gil, que se encargó de que el concierto tuviese un extra de feeling con sus bases y acompañamientos.

La actitud de Ronnie en Chased by Shadows fue intachable, manejando el palo del micro, agachándose, girando y lanzando algún puntapié al aire. El doble bombo poseía un grosor y, en general, un sonido, que nos ponían a tono, por no mencionar esa gran pegada y técnica de Andy. En ese momento, el cantante nos lanzó el bombazo: estaban grabando el concierto para editarlo, lo cual subió visiblemente los ánimos. J. Rubio se lucía con su solo, y daban paso a otra sorpresa que para mí, fue lo mejor del concierto, la interpretación de un tema del primer álbum de The Ferrymen, precisamente Ferryman, iniciada por el teclista. Andy estuvo muy preciso con esos redobles y Ronnie me pareció un tanto irregular, aunque a lo mejor era el propio sonido. Algunos fraseos sonaban algo apagados, y otros, con una fuerza bestial. Aquella que da título al último álbum en solitario del artista, Too Many Lies, Too Many Masters, sonó magnífica, destacando esa apabullante batería de Andy C., que castigaba con muchas ganas sus parches. ‘¿Estáis preparados para el Rock’n’Roll?’ nos preguntaba Ronnie, aunque a la vista estaba de que así era. En clave casi bluesera, se entonó la primera estrofa del Love Ain’t no Stranger de los Whitesnake, para enlazarla con Crossroads.

Grandísimo trabajo de José Rubio en esos riffs que me recuerdan ligeramente al Price You Gotta Pay de Mr. Big, también por la cadencia del tema. De nuevo muy comunicativo, Ronnie trataba de mantener el buen clima, antes de lanzarse a por esa Not Just a Nightmare, luciendo ese tremendo y privilegiado vozarrón infinito, llevándolo al límite en algunas partes y compartiendo micro con su compañero Aurelian, que echaba un cable con los coros. Otro tema de The Ferrymen, en este caso The Last Ship, del último CD “One More River To Cross”, llegó como agua de mayo, marcándose especialmente las teclas y sobresaliendo, de nuevo, esas partes de percusión de Andy, clavadas. Con una batería despiadada, y con Aurelian contoneándose y dejándose la melena en el centro del escenario, azotaba esa Vengeance, que fue uno de los grandes puntos de intensidad. Y obligándonos prácticamente a cantar hasta dejarnos las cuerdas vocales, Rainbow in the Dark, del legendario Ronnie James Dio, nos trajo a un R. Romero que se movió y cantó con una comodidad más que apreciable, ostentando un chorro de voz al final al alcance de muy pocos. Corto, pero muy buen concierto, con una banda brillando en todos y cada uno de sus miembros, que le echaron un pulso ganador al tremendo calor.

Eclipse: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

También el Hard Rock está siempre muy presente entre los sonidos por los que apuesta el Rock Imperium, y esto para quienes gozamos con registros más melódicos, es un punto muy a agradecer. Este año no podía faltar uno de los máximos exponentes actuales en lo que a Hard / Heavy de cuna sueca se refiere, los cada vez más omnipresentes Eclipse.

El soporte rojo del micrófono y las barras de luces a un lado y a otro de la batería ya adornaban el escenario, mientras sonaba un mix de auténticos temazos a modo de introducción. Como es habitual en ellos, salieron a por todas, a comerse el escenario, y a impedir que nadie se quedase quieto un solo minuto más, y para ello, tiraron de un buen primer cartucho como Apocalypse Blues, con un Philip Crusner a la batería con la sangre muy caliente, y su hermano Victor Crusner, pateándose a la carrera toda la tarima como el animal de escenario que es. La banda se veía preparada para matar… pero… al menos desde donde yo estaba, el sonido no me pareció que acompañase, dado su muy limitado volumen. La batería sonaba extremadamente suave, las guitarras apagadas, y en conjunto, le faltaba muchísima fuerza a la mezcla, algo que sí o sí necesitan este tipo de temas para llegar del todo. Por ejemplo Got It!, un tema directo y afilado que bien podría formar parte de la recta final del concierto, quedó muy deslucido por dichas carencias sonoras, a pesar de que todos y cada uno de los músicos se emplearon a fondo, Erik y Magnus corriendo, Victor dando saltos como un loco… Se les veía vibrar, pero dichas vibraciones no nos acababan de llegar del todo, al menos, en este primer tramo. En Falling to my Knees, Erik continuaba portando esa chulísima guitarra que se colgó al principio, pero al rato la dejó para seguidamente dedicarnos unas palabras.

Sonaban seguidamente unos arpegios disparados, preludio a The Storm, que fue la primera gran triunfadora del concierto. La verdad es que, a pesar de que su último disco está petadísimo de temazos, no terminaron de encajar entre el público como aquellos más clásicos, que lo ponían todo por los aires en cuestión de minutos. Llegaba otra, precisamente, del “Megalomanium”, The Hardest Part is Losing You, la favorita de Erik, tal como nos contó con su guitarra de nuevo colgada, aunque a su voz le faltaba también mucha lucidez en cuanto a ecualización. Pero el flojo sonido no fue el único problema del show. La batería se empeñó en darles mil y un problemas, y ya de primeras, les tuvieron que cambiar alguna parte casi sobre la marcha. A pesar de todo, Erik continuaba sintiendo cada nota, algo que se reflejaba en su rostro. Al poco rato, otra vez la dichosa batería fallando. Tuvieron que salir de nuevo a repararla, pero al menos, la siguiente Anthem (otro corte espléndido del “Megalomanium”) arrancó con Erik a capela para darles tiempo, a quien se unió en seguida Magnus, y en el último tramo, ya Victor y Philip a las bases rítmicas. Cambio de guitarra para Erik y, ¿adivináis qué? Más imprevistos en la batería de Philip. Esta vez tuvieron que cambiar el pedal. Y otra vez vino de perlas el siguiente tema, que improvisaron, tras un pequeño solo de guitarra y sin instrumentos, que solo se unirían a Battleground al final. Mientras, Erik y su acústica se encargaron del resto.

Por supuesto, eso no fue impedimento para que dicho tema, que ya es todo un himno imprescindible de la banda, levantara mil voces, coros, y manos en alto para acompañarla. Seguía Erik sosteniendo su acústica para meterle color extra a The Downfall of Eden. Ahora sí, por fin, la batería sonaba como tocaba, potente y con garra, y el tema fue complementado por los coros de Magnus y Victor. Erik, en otro esfuerzo a la hora de empatizar con nosotros, soltaba púas a destajo, y nos metía la fiesta en el cuerpo con su alentador discurso, justo antes de la explosiva Saturday Night (Hallelujah), que levantó un griterío considerable, y subió los ánimos hasta el infinito. De hecho, a partir de ese momento, todo fue in crescendo, con la potentísima Black Rain (parecía que el sonido se había asentado ya del todo, sin ser perfecto), muy cantada y con Erik y Magnus dando el solo espalda contra espalda, y Twilight, en la que las voces del público se escuchaban casi tanto como la del propio frontman. El batería Philip, que quería remontar después de todo lo sucedido, tampoco daba tregua, sudando la gota gorda, haciendo incluso algunas virguerías con las baquetas mientras tocaba y pegándole durísimo a las cajas. Carreras sobre el escenario hacia un lado y hacia otro, la gente muy arriba… momento ideal para coronar el setlist con Viva la Victoria, un valor seguro siempre, pero todavía más en nuestro país por motivos obvios. Erik, que ya nos tenía comiendo de su mano, nos provocaba por última vez antes de despedirse, pidiéndonos que gritásemos como verdaderos maníacos.

Uriah Heep:

He tenido múltiples ocasiones, y además desde hace muchísimos años (ya pude hacerlo en aquel Lorca Rock del 2003) y sin embargo… ¿os podéis creer que esta es la primera vez que veía un concierto de Uriah Heep? Y no me refiero a cachos, como sí he hecho en alguna ocasión. Me refiero a paladear toda su grandeza de principio a final. Y en este caso, os puedo asegurar que fue algo colosal. De hecho, en cuanto terminó, hice memoria y me arrepentí de todas y cada una de las veces que les he dejado pasar. Un despliegue monstruoso de clase en estado puro, de músicos de un nivel que costaba creer lo que uno estaba viendo, y todo ello acompañado con el mejor sonido del día, con diferencia, y seguramente de todo el festival. Un setlist, además, petadísimo de grandes clásicos de su primera época, pero en el que también se dio protagonismo a su última obra, “Chaos & Colour”, cuyos temas en absoluto desentonaron con el resto. El mejor ejemplo de ello fue Save me Tonight, y desde luego, a eso lo llamo yo empezar fuerte. Con la batería del implacable Russell Gilbrook golpeando a toda pastilla, el aluvión de caña nos cayó casi de improviso, descolocándonos, pero rápidamente poniéndonos a la faena de doblar el cuello al compás. Gilbrook es una auténtica mala bestia en directo. Su forma de pegar es tan acojonante como su forma de sentir cada golpe, y viendo sus gestos en pantalla, esto se apreciaba claramente en Grazed by Heaven.

Con efectos de eco en la voz de Bernie Shaw (en la banda desde 1986), y un nivel absolutamente supremo en todos sus músicos, Rainbow Demon fue el siguiente pelotazo, destilando esencia setentera en cada nota, y con ese Hammond de Phil Lanzon, ya de vuelta en la banda, crujiendo con cada nota. De hecho, muy poco se alejarían de sus discos de los 70, haciendo entender que es ahí donde reside la verdadera esencia de la banda, aunque como digo, los pocos temas posteriores que sonaron encajaron a las mil maravillas, otra de tantas demostraciones de solera y calidad en la banda. El vocalista Bernie Shaw, entre unas cosas y otras, se marcó un concierto digno del más sincero aplauso. Condujo el barco, prestó todo su sentimiento a los temas, se movió mucho, empatizó con la peña, y por supuesto, cantó de fábula en cualquier registro que se le puso por delante. Ahí estuvieron, por ejemplo, los buenos gritos que entonó en Stealin’, o la soberbia elegancia que desparramó en Hurricane, entre chorros de humo. Aunque, por así decirlo, la verdadera alma de Uriah Heep se llama Mick Box, fundador y único miembro superviviente en ella desde sus inicios, y que también actuó de comunicador.

De nuevo, las teclas de Lanzon sonaron elevadas y claras en Sweet Lorraine, tanto como la prístina voz de Bernie, de la que se podía escuchar cada mínimo detalle, y esto fue un inmenso gustazo, porque le dio un empaque y una sonoridad increíble a cada tema. Hail the Sunrise cerró el repertorio extraído de “Chaos & Colour” (2022), y concretamente en esta, la actuación de la bestia Russell Gilbrook me dejó sin palabras, pegando con una furia que se salió del mapa, sonriendo, cerrando los ojos, como si cada golpe más y más furioso le acercase al éxtasis, y rebotando sobre su taburete hasta tal punto que parecía que iba a salir volando. De verdad, algo impresionante. Tras esta, Bernie Shaw se refirió a la barbaridad de géneros que existen hoy en día, cuando en sus comienzos, lo único que había era simple y llanamente buen Rock’n’Roll. Free ‘n’ Easy destapó el último aluvión de clásicos setenteros y vaya si lo disfrutamos, sobre todo con esa guitarra ardiente de Box, que se enzarzaba en un duelo de notas con el teclista mientras Gilbrook continuaba al trote, reventando sus cajas. Los estupendos coros y armonías por parte de Mick Box resaltaron en Gipsy, que fue una de las grandes triunfadoras del setlist, aunque por supuesto, no tanto como la grandiosa Look at Yourself, de uno de los discos cumbre de toda la historia del Rock clásico.

Además, esto nos llevó a una parte instrumental muy alargada que, definitivamente, para mí, les coronó como los mejores de todo el miércoles. Mick se salió en cuanto a recursos y clase, e incluso Dave Rimmer al bajo se marcó un talentoso solo, la intensidad iba subiendo hasta alcanzar una altura explosiva, sumergiéndonos en ella, haciendo que todos mirásemos y callásemos ante tal ostentosidad de calidad musical. Una puta locura que me dejó trastornado. Dicho subidón adrenalínico hizo que, finalmente, July Morning me cayera como un auténtico puñetazo emocional que me deshizo por completo. Una de las canciones más hermosas que se han compuesto nunca en el Rock, y reconozco que inevitablemente se me escapó alguna lágrima en ella. Bernie Shaw, cantándola sentado en la tarima, derrochó feeling a lo bestia, y me fliparon esos punteos de bajo. La interpretación de Lanzon fue sencillamente perfecta, tal como lo fue la sincronía entre ellos o el mismo sonido del concierto. Me atrevería a decir que, para mí, fue el momento más mágico de todo el festival. Dos caramelitos para los bises, Sunrise, con unas armonías magníficamente cantadas, y por supuesto, Easy Livin', pero lo que pocos esperábamos es que para cantar en ella, contasen nada menos con el mismísimo Ronnie Romero… ¡¡y Richie Faulkner de los Judas Priest!! Si es que, hasta en su último final nos tenían que dejar prendados. Qué maravilla de concierto. Qué clase infinita, qué sonido tan inmaculado, y qué nivel musical. Nunca jamás me los volveré a perder.

Extreme: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

Tras un conciertazo de auténtica locura como el que se marcaron los Uriah Heep (como he dicho, entre los cinco mejores de todo el festival, sin la más mínima duda), Extreme tenían la difícil labor de mantener ese nivel. Pero los de Boston van bien sobrados de armas para dejarnos a todos con otro palmo de narices, un estatus de leyendas, y unos músicos de una calidad estratosférica. Su reputación está más que justificada, no tienen ya nada que demostrar, pero lo iban a hacer igualmente.

De forma bastante puntual, optaban por su mítico “Extreme II: Pornograffitti” para dar un primer manotazo sobre la mesa con It ('s a Monster). Todos ellos subieron enormemente motivados, pero los ojos se nos iban, así de primeras, tras el gran Gary Cherone. Más que andar, más que correr, se podría decir que volaba sobre el escenario, encorvándose a 45 grados, arrodillándose, dando volteretas, rápido y enérgico como una bestia. Decadence Dance siguió con el ritmo imparable con el que habían comenzado. Con una chulada de imagen en pantalla, los coros del bajista Pat Badger y el solo de guitarra, con Nuno adelantándose, desprendían calidad y buen hacer a raudales, y tanto frenetismo como esos saltos de Gary entre tarima y tarima. Y esto no había hecho más que empezar. #REBEL fue el primer paseo por su último disco “SIX”, que tan buenas críticas ha despertado, y además, la tocaron literalmente enlazada, sin perder un segundo. Esas posturas imposibles del vocalista, y ese solo de notas agudísimas por parte de Nuno nos llevaron hasta Rest in Peace, con su introducción grabada de violines. Nuno es todo un desmadre de virtuosismo en el escenario: su precisión y extrema velocidad están al alcance de muy pocos guitarristas de este mundo. Siempre me encantó la línea melódica de este tema, recordándome a bandas como The Mamas and the Papas o los mismos Beatles. Para variar el ritmo, nos deleitaron a continuación con un medley formado por Kid Ego, BANSHEE (de su último CD también), y tras unos segundos, arrancaba al trapo la batería, con un sonido avasallador, para la más cañera Play With Me, durante la que incluyeron un amago del We Will Rock You de Queen.

Obviamente, nadie dejó de cantar ni de hacer palmas un solo segundo. Se recreaban entre ellos, con gestos de complicidad mientras daban esas armonías vocales tan imprescindibles en su sonido, o Gary escalaba esa montaña de amplificadores sin despeinarse. Tras unas palabras en portugués, su idioma nativo, el impresionante Nuno Bettencourt cogía su acústica, al tiempo que los técnicos montaban un pequeño pero funcional kit de batería al frente del escenario para Kevin Figueiredo, que venía armado también con su aro. De todo esto salió Hole Hearted, con unas maravillosas guitarras por parte de Nuno que nos dejaron embobados. Ahora este último se hacía el amo único del escenario, comentándonos que se trataba de su parte favorita porque podía hacerla sentado. Y empezaba su mayor tramo de protagonismo con Midnight Express. Con ese virtuosismo exacerbado, seguía sacando magia de acordes y punteos en su acústica, algo digno de ver sin pestañear. Por supuesto, en estas tesituras, muchos ya adivinamos que no tardaría mucho en caer una de las grandes estrellas, ya no de su concierto, sino de todo el festival, la inmensa More Than Words que tantas vueltas ha dado en las radios de todo el mundo. Poco se puede decir sobre ella que no se haya escrito o hablado ya, solo diré que la ejecución fue perfecta, y que entre las primeras filas había gente llorando a moco tendido por la emoción.

Sin embargo, todavía quedaba un último e intenso tramo de concierto. Gary volvía al 100%, ocupando el medio del escenario para ponerse a ‘funkear’ como loco, dando esos pasos de puro nervio, atrás adelante, agachándose… mientras Nuno y Pat se encaraban, y Kevin le metía caña a su instrumento con ganas. Pudimos disfrutar de otro pequeño pero fulgurante solo de Nuno, en el que tiró de varios recursos, como jugar con el volumen de su instrumento, empalmando casi con Am I Ever Gonna Change y, tras un cambio de bajo para Pat Badger, caía otra de su “Six”, THICKER THAN BLOOD, que puso las cosas en su sitio con unas cuerdas muy endurecidas, una batería pesada, y efectos en el micro de Gary. Algo le sucedió a la guitarra de Nuno (a raíz del sonoro ‘Fuck this guitar’ que esputó), y cambiándola, empezó a bromear con que escuchaba mosquitos. Pero ni la velocidad de estos puede superar la de Flight of the Wounded Bumblebee, una verdadera salvajada, y probablemente el cenit de virtuosismo puro y duro en el concierto. Y en cuanto al de intensidad, para eso llegaba esa bomba llamada Get the Funk Out, que puso al Rock Imperium, literalmente, patas arriba. Y es que era imposible no volverse loco viendo los ademanes, saltos y patadas con las que Gary se desquitaba a gusto. Saltos y gritos por doquier y la sangre ardiendo, ya solo les quedaba escoger un buen tema para cerrar, y RISE, último tema en sonar de su “Six”, también lo fue del propio show. No creo que absolutamente nadie de quienes les vimos aquella tarde / noche saliésemos de allí con el pulso indiferente.

Judas Priest:

Al contrario de lo que mi presentimiento me dictaba, el miércoles fue la jornada más concurrida de todo el festival. Aunque… bien pensado, el motivo era bastante obvio: la presencia de la que, con rotundidad, era la banda más deseada y esperada de los cuatro días. Judas Priest es sinónimo de diccionario del más auténtico Heavy Metal, y cualquier seguidor de esta forma de vida (más que un género o estilo), les tiene que adorar por los santos cojones. Pocas bandas de su generación, por no decir ninguna, han aguantado el paso del tiempo con tanta fortaleza y calidad en sus lanzamientos, y el último “Invincible Shield” es el perfecto ejemplo. Ante un recinto literalmente a reventar de gente (nunca volví a ver nada igual), el símbolo de los Judas descendía del escenario. El War Pigs de los Black Sabbath, que sonaba a toda hostia, y la consiguiente pieza Invincible Shield Tour Anthem a modo de introducción, tuvieron su desenlace, ante una tormenta de luces… y de putos móviles grabando… con la poderosísima Panic Attack. Y tal como comenté con gente que estaba allí mismo, fue todo un acierto. Muy pronto, Richie Faulkner se ganaba el protagonismo a base de sus poses, sus despatarramientos y su enorme solo, mientras el mundo parecía temblar ante tan estrepitosa caña.

Y para dar rienda suelta a sus clásicos, qué mejor que meterle al You've Got Another Thing Comin'. La subida de adrenalina y jolgorio fueron casi indescriptibles, un tema estrella que sonó muy temprano arrasándolo todo. El Dios Rob Halford se quitaba sus gafas, Andy Sneap a la rítmica y Ian Hill se balanceaban de un lado a otro… y un estruendoso aplauso no tardó en llegar. Halford se plantaba ante nosotros para gritar, triunfal, aquello de ‘the Priest is back’!! El empalme de temas que vino a continuación nos dejó temblando. La frenética Rapid Fire, con Scott Travis golpeando como un chaval de 20 años, y el maratoniano aguante del cantante en sus fraseos, trajo después el gran hit Breaking the Law, con incontables saltos, gritos y locura desde un enfervorizado público, y esos desgarradores gritos de su final, a su vez, nos dejaron con Riding the Wind, todo sin callar las guitarras ni un solo segundo. Los ‘¡eh eh!’ eran casi ensordecedores, y los solos de Richie Faulkner sonaban al 11, y no solo en cuanto al volumen, también en actitud. Con imágenes del Nosferatu de Murnau apareciendo en pantalla (otro detalle que me conquistó sin remedio), Love Bites atronaba a través de la batería de Travis, con Ian Hill golpeándose el pecho desde la retaguardia, cánticos a 1000 voces desde el respetable, pequeños guturales de Rob, incluso, y unos gritos que hablaban a las claras del estado vocal de este, en una de sus mejores interpretaciones.

Madre mía, cómo estaba el percal. ¡Estábamos flipando vivos! Y aunque a continuación vino el fragmento ‘menos popular’ del show, la intensidad se mantuvo por las nubes con unas Devil’s Child y Saints in Hell donde el gran protagonista fue, descaradamente, Richie Faulkner, que con el tiempo ha cogido un peso crucial en la banda, con algunos focos alumbrándole solo a él, como sucedió en la siguiente Sinner. El escenario se llenó de fuego, tanto por las imágenes en pantalla, como por la iluminación. Scott machacaba los tambores desde las alturas en las que se situaba su batería. Rob se comportaba sin excesos, claro, pero también sin dejar de moverse de aquí para allá, y en un momento dado, abandonó el escenario. Pero ya sonando Turbo Lover, reaparecía por un lateral, embelesando a un público que comía de su mano desde el principio. Ese solo de Faulkner, abierto de piernas y con su guitarra apuntando al cielo, nos hizo segregar adrenalina a litros, y terminó con una buena sesión de potentísimos agudos ‘made in’ Halford. El mismo, paraba unos minutos para repasar su carrera, desde aquel añejo “Rocka Rolla” del 74, hasta el reciente “Invincible Shield”.

Cincuenta años de por medio, que se dice pronto, y siguen sonando tan avasalladores que nadie lo diría. Aprovechaban para descargar otra del nuevo, precisamente Invincible Shield con caña por un tubo que no dio tregua a nuestro cuello, mientras el símbolo de Judas Priest volvía a bajar ante nuestras narices. Ya muy caliente a nivel físico y vocal, Halford estaba preparado para enfrentarse a uno de sus grandes retos, la descomunal Victim of Changes, destilando esencia setentera (se nota que es hija de su tiempo) y con un grito tan potente y estremecedor al final que nos explotó la puta cabeza. El Metal God está casi en plena forma a sus 72 tacos, quizá no tan extremadamente brillante a nivel vocal como la última vez que le vi (con esta, ya van siete), pero desde luego, hizo un trabajo grandioso. Tras esta demostración de poder, podría haber salido a descansar unos minutos… pero en lugar de ello, nos pidió que cantásemos con él unas melodías improvisadas. La extraña versión The Green Manalishi (With the Two Prong Crown), de Fleetwood Mac (que por otra parte, no es rara en sus directos), con la portada del “Defenders of the Faith” en pantalla, y luces verdes intensas, nos llevó de la mano, con unas palabras de Scott Travis en medio, hasta el desmesuradamente brutal Painkiller.

Los que no estuvisteis, podéis imaginar a miles y miles de fans, con la sangre ardiendo, dejándose la voz y las vértebras, con ella sonando a un volumen demoledor, y aun así, no os haríais siquiera una ligera idea de lo que se vivió allí. Halford, que acaparaba casi toda la atención, sacó tan durísima labor con los más altos honores. Se apagaban las luces y se hacía el silencio, antes de que arrancaran los bises con Electric Eye, que mostró un video futurista genial en pantalla y nos dejó la colleja bien caliente. Y ese momento por el que todos babeábamos como perros famélicos, al fin llegó. Rob Halford, montado en su Harley Davidson, y mordiendo una fusta, abordaba el escenario ante nuestros incrédulos ojos, para interpretar subido a su moto el Hell Bent for Leather. Es uno de esas escenas que cualquiera debería ver antes de morir. Arropamos con nuestras voces al Dios Halford, que con un flamante chaleco lleno de parches de otras bandas (golpe de humildad y respeto al canto), se entonó el Living After Midnight, o lo que es igual, una fiesta desparramante. Richie, siempre pendiente de nosotros, sudaba y tocaba como si no hubiese un mañana, mientras Andy y Ian continuaban mareando arriba y abajo sus instrumentos. Judas ‘puta madre’ Priest, como nos decía el vocalista, se despedían como uno de los grandes ganadores de todo el festival, aunque eso… era algo muy fácil de anticipar, tratándose de ellos.

No solamente el largo día, con madrugón y viaje incluido hasta Cartagena, me tenían ya bastante cansado, sino también, concretamente, la interminable espera y la paliza que me di con este último concierto. Quedaba muchísimo festival por delante, y en aquellos momentos tenía dudas de poder aguantar hasta el final con garantías si el nivel de agotamiento continuaba igual. Así pues, aun sabiéndome mal (hace tiempo que no veo a In Extremo, y la verdad es que sus directos molan mucho), emprendí la marcha hasta la casa que sería mi hogar durante esos cuatro días.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


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