sábado, 29 de junio de 2024

El Rock nos hace FUERTES (Rock Imperium 2024, sábado 22/06/24, Parque del Batel, Cartagena)

Parece mentira lo rápido que pasa todo cuando estás en la gloria. Me daba la impresión de haber llegado a Cartagena hacía unas pocas horas, y sin embargo, ya era el cuarto día allí. No puedo decir que este Rock Imperium 2024 fuese más especial que el año pasado, porque eso es prácticamente imposible por muchos motivos, pero se le acercó mucho. En lo referente al propio festival, no me queda más que lanzar un fuerte aplauso a la organización por el trabajazo que se pegaron, y lo bien que salió todo, a grandes rasgos. En la parte mejorable, que solo es un pequeño punto en el conjunto, temas como el sonido, que aunque fue bastante bueno en términos generales (ni comparable a otros festivales de aquí, vamos…), le hace falta una última manita de calidad para que todo esté en su sitio y suene bien definido y equilibrado. Los precios… bueno, es lo que hay, mantuvieron los del año pasado, y de todas formas, yo no me puedo permitir ningún gasto extra. Camisetas, litros, papeo… demasiao pa mi cartera. Yo con mis sándwiches y mi agua en la mochila, sobrevivo. Esto lleva a otro punto negativo, y a otro muy positivo de tantísimos. El no dejar entrar tapones me parece tocar los cojones, pero por otra parte, aunque es algo que hay que permitir por ley (Barcelona Rock Fest… ejem), poder entrar comida para mí es literalmente imprescindible. El recinto ampliado y su suelo en pendiente, el personal de seguridad bastante amable, el personal de limpieza, un rotundo 10 para ell@s (les felicité siempre que pude, sin estorbarles), mientras otros festivales te hacen pagar por WC en condiciones, las instalaciones, los medios, los escenarios, el innovador cartel, el sonido salvo casos puntuales, el acceso… y un sinfín de motivos por los que sin duda, volveré mientras pueda.

The Last Internationale:

De auténtico lujo comenzaba esta cuarta y última jornada de Rock Imperium, con la que, a priori, era una de las bandas más golosas para un servidor, y también de las menos comunes de ver en este tipo de macrofestivales en nuestro país. Otro de esos caramelos de este gran evento, que contribuyó a diversificar todavía más el mosaico de estilos musicales. No fuimos muchos los que les disfrutamos delante del todo, pero creo que muy pocos se esperaban el recital de temazos, actitud y honestidad que nos ofrecieron los neoyorquinos.

Con la bandera de Palestina colgada sobre uno de sus amplificadores, y con el mensaje “Cease Fire” bien grande en el bombo de la batería, ya nos habían lanzado, antes de salir a escena, algunos de los muchos mensajes de cuantos pretenden transmiten a través de su música, sus letras y sus palabras en directo. Porque The Last Internationale son, por encima de todo, una banda de inclinaciones reivindicativas, defensores a ultranza de la libertad, del medio ambiente, de los animales… y sus temas no son sino un medio más para hacernos llegar esas inquietudes. En lo musical, su estilo se cuelga de diversas influencias, sobre todo encajadas en las décadas de los 60, 70 y los 90. Mucho Rock’n’Roll, mucho Garaje, Soul, Hard y cierto regustillo punk en un combinado que, junto con su arrolladora puesta en escena y su actitud agresiva y dinámica, forman un cóctel realmente explosivo. Estrenada hace muy poco, su versión del Kick Out the Jams, de sus idolatrados MC5, fue la que abrió fuego aquella última mañana. A los sempiternos Edgey Pires a la guitarra y Delila Paz a las voces (entre otras labores), se les unían un batería y un bajista de sesión para el directo que completaron la formación. El batería, concretamente, fue una auténtica máquina de matar con sus parches, golpeó sin piedad ni mesura durante todo el concierto de una forma que casi intimidaba, y el bajista también se encargó, en determinada parte del show, de los samples. Life, Liberty, and the Pursuit of Indian Blood ya mostró abiertamente las cartas con las que iba a jugar la banda.

Por encima de todo, una actitud de miedo, y una presencia escénica que nos fue enganchando sin remisión. Delila Paz se portó como un torbellino desde el primer tema, dando vueltas por el escenario, chula como ella sola, golpeándose, pateando con fuerza el suelo y tirándose en él… nos deslumbraba con un poderío vocal y una cantidad de registros abrumadora, y por encima de todo, una pasión inconmensurable. El concierto fue en subida imparable a todos los niveles. Ante ese último desmadre a lo bestia de su batería, hacían un pequeño parón para que Delila conversara con nosotros. Y empleo la palabra conversar, porque aquello no fueron los típicos y tópicos mensajes que un vocalista lanza al público. Ella nos habló, nos escuchó y nos respondió, y todavía nos daría mucho más en este sentido. Además, su padre es de Puerto Rico, con lo que intentó establecer un vínculo emocional con nosotros por ese camino. Pero tras la cháchara, volvía la acción eléctrica, y lo hacía con 1984, con un ritmo rebotado que nos volvió a poner en nuestro sitio, muy a lo Rage Against the Machine, pidiendo palmas la vocalista, que se arrodillaba y volvía a recorrerse el escenario. Lo mejor de todo, era esa naturalidad que portaba encima. Tanto a la hora de cantar como de moverse, se notaba que lo hacía con el corazón. Por su parte, el bajista se arrancaba también a dar saltos y headbanging, poniendo su propia parte de espectáculo. Lo mejor estaba por llegar. Los técnicos sacaron un teclado, un micro y un taburete que ocupó la cantante.

Mediante voces soul, falsetes, improvisación y un feeling que se salía del mapa, nos dejó alucinados en Soul on Fire, pero además, saltó al foso para venir junto a nosotros (no necesito seguridad, dijo), mirándonos directamente a los ojos, regalándonos unas palabras llenas de sinceridad y humanidad, y gestos y detalles muy personalizados. Verla allí delante, cantando sin apenas micrófono, improvisando con un soul increíble, pateando el suelo… todo en ella transpiraba una naturalidad que ponía los pelos de punta. Volvía al piano, para interpretar la última parte del tema y nos hizo cantar de lo lindo. En Wanted Man, Delila se colgó el bajo, dejando a su compañero a cargo de los samples, resultando en otro tema que fue un verdadero ejercicio de buen hacer. La voz volvía a ser puro sentimiento, y se aproximaba al otro alma matter de la banda, el guitarrista Edgey Pires, para marcarse juntos unos bailes, mientras este último entrecortaba el solo, y el batería machacaba su instrumento con empeño. Los primeros segundos de Hard Times ya trajeron palmas desde el público, pero lo mejor de todo es que nadie las pidió. En detalles como este se encuentran las mejores muestras de la tremenda empatía que hubo entre banda y público. 1968 fue el último tema, y no cesaban las sorpresas y las improvisaciones. Al poco rato, la preciosa Delila salió totalmente fuera del escenario, colocándose justo en medio de nosotros, y haciendo que nos sentásemos a su alrededor, mientras en el escenario todo era pura dinamita. Cuando Delila regresó a las tablas, se las comió a bocados a base de saltos, gritos y unos fragmentos del Think de Aretha Franklin. Y para dejarnos bien cardíacos, una aceleración final que lo puso todo patas arriba.

Cobra Spell:

En el escenario Estrella Levante, iba a dar comienzo la siguiente actuación en breves minutos. Lo de Cobra Spell es sinónimo de Heavy Metal clásico y potente, pero también de mujeres al poder, por supuesto, y con mucho orgullo, ya que han conseguido ganarse una gran reputación con su directo, a base de dar guerra por los escenarios de medio mundo. Un directo que para mí, hasta el momento, era desconocido, pero no tardaría mucho en comprobar cómo se las gastan estas guerreras de puro acero. Una introducción disparada precedió a la destrucción sonora, que llegó ya con el primer tema, a gatillo. Una The Devil Inside of Me con la que ganaron nuevos adeptos de forma inmediata. Con muchas subidas de tono ya por parte de la barcelonesa Kris Vega, que se mostró pletórica de energía, y un duelo cara a cara por parte de ambas guitarristas (Noelle dos Anjos y Sonia Anubis, fundadora de la banda) nos hacían probar las dulces mieles de su Heavy Metal, que continuaría con Satan is a Woman. Mientras Noelle se encargaba de los coros, sonriente y con mucha actitud, Sonia blandía su melena sin descanso, y Kris se paseaba con gran presencia por el escenario.

Bad Girl Crew también nos mostró una gran entrega por parte de Hale Naphtha, la segunda integrante española de la banda. Y digo esto porque cada una del resto tienen una nacionalidad distinta, lo cual es una curiosa particularidad de la formación. Kris, con simpatía y aplomo, se dirigía a nosotros constantemente entre tema y tema para presentarlos, y S.E.X. fue la siguiente con la que atacaron, concretamente, el primer single de su “666”, último (y magnífico) álbum que data del 2023. También hay dejes más hardrockeros en algunas de las partes, aunque todo suena muy poderoso y electrificado. Kris continuaba dominando el escenario con puño de cuero y pinchos, con mucho flow, soltándose unos agudos que sonaban con mucha intensidad. Y eso que su sonido no fue perfecto, pero sí más que aceptable. El primer saludo al público lo hizo en inglés, y a partir de aquí, ya se comunicó en nuestro idioma. Mientras se solventaba un problemilla en la batería, Sonia se encargó de mantener el pulso, y hacernos gritar todo lo que pudimos. Sin perder un minuto, seguían al trote. Armonías de cuerdas, guitarristas enfrentadas, su bajista arrodillándose… no daban tregua al movimiento escénico, y se ponía uno en órbita solo de verlas.

La deslumbrante Noelle, por cierto, nos mostraba un gran GRACIAS con letras en el anverso de su guitarra, antes de proseguir con una de mis favoritas, Poison Bite, la que fuera el primer single de la banda. También contaron con humo en el escenario, a chorros, que nos animaba todavía más a cantar ese estribillo, aunque era Kris Vega la que daba el do de pecho con ese vozarrón desgarrado que ostenta en sus gritos. Durante Accelerate, ambas Sonia y Noelle coreografiaban sus movimientos, encandilando al público, al tiempo que hacían rugir sus guitarras. Y sin importarles el calor (al que hicieron referencia en más de una ocasión), congregaron una buena sentada en las primeras filas, que muchos acataron religiosamente. Otra vez veíamos la gran complicidad entre la bajista venezolana Roxana Herrera (joder, qué envidia de melena…) y la guitarrista Noelle, apoyándose entre ellas y batiendo sus mástiles al unísono. Tras presentar Kris a sus compañeras, Addicted to the Night nos traía sus últimos y escalofriantes agudos, con mucha rabia y actitud, y esos guitarrazos finales, que nos dejaron los tímpanos triturados. De que su actuación había gustado, no cabía la menor duda cuando uno escuchaba esos efusivos gritos de ‘Cobra Spell’, directos desde el público a su alrededor. Un concierto que a mí también se me quedó corto, con sus 45 minutos.

Lovebites:

Parece que, al menos para un servidor, aquella mañana iba de vocalistas femeninas. Y es que tanto The Last Internationale como Cobra Spell se me antojaban irresistibles, pero no menos lo eran las siguientes Lovebites. Además, he de decir que fueron uno de los grandes descubrimientos de este festival, tanto en disco como en vivo. De hecho, sus temas suenan tan virtuosos y acelerados en estudio, que tenía serias dudas de que pudieran llevarlo todo al directo con solvencia (ya sufrí bastante decepción con los primeros Dragonforce en este sentido). Pero os aseguro que dicha cuestión se zanjó inmediatamente. De hecho, el inicio de The Hammer of Wrath, con esos ligeros tintes orientales, fue uno de los poquísimos momentos de concesión que dieron a la extrema velocidad en todo el show. Se presentaban en escena, las cinco integrantes, rigurosamente vestidas de blanco, como salidas de un cuento de hadas, con vestidos de lo más pomposo y obsequiándonos con su mejor sonrisa. Princesas de fantasía, pero que tocaban como verdaderos leones, y a la vista estuvo con este primer corte, que dejó a más de uno alucinado. El siguiente fue el escalón perfecto para seguir calentando la voz de su vocalista Asami, pero ni por asomo levantaron el pie del acelerador. En When Destinies Align, un doble bombo a saco, imparable, convertía el escenario en una batalla campal, con solos de guitarra a cada cual más frenético, repartidos entre Midori y Miyako, y partes de batería realmente complejas, en lo que a precisión se refiere.

Pero no fallaron, y la compenetración entre todas ellas fue de libro. En cuanto a sonido, tal vez faltaba algo de brillo en las melodías, y en la definición de la voz. Aun así, el estruendo que armaron fue considerable, gracias al buen volumen con el que contaron. Asami nos dedicaba unas palabras, llena de gracia, y con la sonrisa siempre presente. Su timidez contrastaba poderosamente con la cera que metía en los temas, y ahora sí, llegaba el momento de comenzar con unas sesiones de agudos extremos que la coronaron como una de las mejores vocalistas del día en estos registros. Stand and Deliver (Shoot 'em Down), de su último CD llamado “Judgement Day” asaltó nuestros tímpanos con una batería fortísima, unos riffs que vibraban de potencia, y grandes coros a cargo de Midori, Miyako y Fami al bajo, a quien también disfruté mucho viendo tocar sus cuerdas a toda velocidad. Sus voces combinadas creaban armonías y una buena musicalidad. Y ojo con esos punteos de bajo iniciales. Su arrebatador encanto japonés era indiscutible, y también nos conquistaban con gestos y detalles: los besos que Haruna nos lanzaba desde su batería, el plato con forma de estrella en su batería que ella misma hacía girar, la simpatía desbordante de Asami… y todo ello sin dejar de meter una tralla considerable, que parecía subir en intensidad con cada nuevo tema.

En Shadowmaker se adelantaban ese dúo de hachas, pisando los monitores e intercalando solos a toda pastilla. Además de ser grandes músicos, también tenían muy bien planificada la actuación escénica. La sincronía entre ellas fue total, y eso también nos llegó. Judgement Day, también del último trabajo, contó con virguerías de bajo muy notorias desde el principio, abriendo y cerrando el tema. Y entre medias, otro aluvión de partes ultra aceleradas pero perfectamente medidas, incluso alguna grabación que complementó el tema. Asami se paseaba por el borde del escenario, saludando y hechizándonos con su sonrisa, y su voz seguía siendo absolutamente portentosa (aunque la pronunciación del inglés, bastante mejorable). Presentaban a continuación Don’t Bite The Dust, un corte que, según ellas, no suele ser nada habitual en sus conciertos, así que estábamos de suerte. Agudos y notas cada vez más alargadas, los bailes de la bajista Fami, y una batería que fue una pasada, resaltaron más aún el momento. Nos estaban dejando el pescuezo frito a base de headbanging, pero también nos incitaban cada dos por tres a dar palmas, a levantar los puños y a corear partes, como fue el caso del inicio de Rising. Una bonita melodía, perfectamente ejecutada, que contó con una verdadera muralla de doble bombo gracias a Haruna.

No solo tocaba como una diablesa, también se permitía el lujo de hacer juegos de manos con sus baquetas entre medias… ¡impresionante! Llegaba una de las más coreadas de todo el bolo, M.D.O., perteneciente a “Clockwork Immortality”, su segundo LP. Alentados por la vocalista, repetimos, puño en alto, esas tres letras bajo otro aluvión de tecnicismos y caña bruta, tanto, que en ciertas partes recordaban fuertemente al Thrash Metal. La dureza en los gestos de Midori, que se venía arriba, y las subidas de mástil de Fami, echaron todavía más leña, dejando el fuego bien encendido para el envite final. Eché bastante de menos uno de mis temas favoritos, Soldier Stands Solitarily, y confiaba que dieran el carpetazo final con ella, pero en su lugar, se tocaron Holy War, que no solo no estuvo nada mal, sino que además, aprovecharon para desquitarse a lo bestia. Con los cuernos en alto, Asami dio el 100% desde la primera nota, con unos registros increíbles, y detalles como el de Miyako, que pasaba del shred al tapping con una facilidad alucinante, o esas cuatro ‘princesas’ en medio del escenario dejándose el cuello, fueron de lo mejorcito de su actuación. Al grito de ‘We are Lovebites, and we play Heavy Metal’, y con la ya habitual sonrisa en sus rostros, dejaron un pabellón muy, pero que muy alto.

Spidergawd:

Por recomendación de un colega, bastantes meses antes de que les confirmaran para este festival, les conocí y me fueron enganchando rápidamente. Por tratarse de una banda bastante técnica en el fondo, y con un sonido muy propio, ya imaginaba que me iban a gustar en directo. Procedentes de Trondheim, Noruega, era otra de esas propuestas completamente distintas, únicas, que brillaban con luz propia en el cartel de esta edición. Y aunque no todo el mundo supo apreciarles (fue uno de los conciertos más vacíos de toda la jornada en los escenarios principales), se arremangaron y lo dieron absolutamente todo para los pocos que les disfrutamos. El sonido no les acompañó demasiado al principio, todo hay que decirlo. Los graves devoraban el resto de frecuencias, y eso es algo bastante peliagudo para una banda que tiene la especial característica de contar con un saxo barítono entre sus instrumentos principales. Así pues, intentamos disfrutar de lo que se nos ofrecía de momento. Las varias voces participantes en The Tower, y las líneas del saxo barítono a cargo de Rolf Martin Snustad en Your Heritage, que sin duda fue una de las estrellas del concierto con sus acompañamientos y solos, nos fueron acostumbrando los oídos a tan particular sonido. Sobre la plataforma elevada veíamos también al guitarrista Brynjar Takle Ohr, que combinó sus funciones con su compañero Per Borten, además de poner ambos también sus voces. En realidad, todos los músicos hacían las veces de cantante en un momento u otro, y esta es otra seña de identidad de Spidergawd.

Por ejemplo, el bajista Hallvard Gaardløs cantó muy bien en What you Have Become, aportando también su timbre el saxofonista, que se adelantó a primera línea para tocar con gran pasión. A su lado pasó a estar Per Borten en At Rainbows End, mientras el solo corría a cargo del otro hacha de la banda, que se encargó de la mayoría de ellos. La gente estaba algo fría, y ni siquiera esas partes más técnicas, magistralmente interpretadas, les hicieron entrar en calor (lo cual es un decir, claro, porque posiblemente, fue el momento más asfixiante de todo el día). En Oceanchild, Kenneth Kapstad le daba con saña a su batería, también apostando por levantar los ánimos generales. De todas formas, y por suerte, poco les importó el moderado interés que la gente demostraba por ellos, centrándose en sus temas y sacándolos adelante con la mayor de las ilusiones. Las casi siempre compartidas labores vocales dotaban de unas armonías, un colorido y una versatilidad únicas a cada tema, al igual que lo conseguían esos punteos simultáneos de bajo, guitarra y saxo que escuchamos en Heaven Comes Tomorrow. Rolf, sin dejar ir su saxo en ningún momento, se dirigía ahora al público, para dar paso a Ritual Supernatural, muy precisa y cañera, sobre todo en las partes de batería, cuyo músico se mostraba muy ensimismado y concentrado, dando unos cambios rítmicos bastante marcados con mucho dinamismo. Una de las más rápidas del setlist que ahora sí conseguía levantar varios cabeceos entre el público.

Volvió a destacar Hallvard, tanto por su picardía y movimientos sobre el escenario, como por su voz en la siguiente Afterburner, situándose en el centro, mientras a su diestra, Rolf seguía soplando y contoneándose con todas las ganas del mundo. El estilo de Spidergawd es amplio y bastante inclasificable. Hay jazz, hay rock, hay estructuras bastante progresivas, y claro, también mucha experimentación. Incluso entre unos discos y otros existen grandes diferencias en tesituras y sonido. Los balanceos de Hallvard, y la fuerte pegada del batería continuaban echándole un pulso al calor y a la apatía generalizada (aunque yo me lo estaba pasando realmente bien, he de decir), y por suerte Sands of Time fue una de las mejor recibidas del bolo. Aceleraban aún más con Do I Need a Doctor... ?, con un arranque frenético en donde todo ya sonaba un poco mejor que al principio, apreciándose bastante bien los tres tonos de Per, Brynjar y Hallvard al cantar codo con codo. La recta final del tema, desde luego, fue algo muy intenso. De ahí, saltaban a All and Everything. Con el fin de meter un poco más de variedad Rolf se tocó para nosotros un pequeño solo con su saxo antes de meterse en faena con el tema, con mucho entusiasmo, y bastantes tonalidades, aunque la verdad, cuando bajaba mucho el tono resultaba bastante molesto por el tema de los todavía excesivos graves. Despidiéndose ya de nosotros, no se marcharían sin tocar antes Is This Love..?, que tuvo una de las baterías más pesadas del concierto, mucho garbo por parte de Hallvart, y un voz de Per Borten muy impetuosa. Creo que lo hicieron bastante bien, pero no tuvieron el viento a favor. El extenuante calor, y el regulero sonido no fueron buenos compañeros.

Green Lung:

En aquellos momentos, me encontraba al límite. Los cuatro grupos seguidos a pleno sol, desde primera hora, fueron la hostia, pero me sentaron como un tiro al terminar el último de ellos. Y no veáis si me jodió. Porque Green Lung han supuesto, para mí, uno de los grandes descubrimientos del festival, y no lo digo por decir. Desde que les escuché por primera vez, no me los he podido quitar, ni del reproductor, ni de la cabeza. Unos ‘nuevos’ magos del Stoner / Doom, con unos riffs y unas melodías auténticamente flipantes, y siempre con ese fuerte regustillo a culto, deudores de algunas de las más grandes bandas que parieron estos géneros.

En cualquier caso, no pensaba perderme ni un minuto del concierto, pero lo tuve que hacer desde lejos, con sombra y tranquilidad, porque veía peligrar seriamente mi estabilidad física en esos momentos (y lo digo de forma literal). Es por esto que no puedo dar muchos detalles escénicos del concierto salvo lo que pude apreciar a distancia, y en parte, gracias a las pantallas. Pero os aseguro que se me caía la baba deseando que empezasen ya. Lo hicieron con el Prologue, que abre su último disco “This Heathen Land”, ante la que recé al Dios Crom para que continuaran con la siguiente… y afortunadamente, así fue. The Forest Church, y vaya un puto temazo, inició aquella fiesta pagana de bosques, rituales y sombras, a lo que apuntan sus letras y su particular universo musical. Si empezaban de esta guisa… esto iba a ser algo de alto standing, con fenomenales bases de Hammond, guitarras muy personales, cambios de ritmo bien clavados… Y desconozco cómo se escucharía en las primeras filas, desde mi posición sonaba bastante irregular, pero eso sí, el volumen… era de lo más exageradamente elevado de todo el festival. Stoner, Doom, sí, pero con mucha alma y esencia de Heavy Metal en esas guitarras más electrificadas y con menos fuzz de lo que suele ser habitual en el género. Casi más directa todavía, Woodland Rites puso en evidencia lo grandes músicos que son, y lo entregados que estaban, con un control perfecto en los tonos de Tom Templar, una de las estrellas del show por su gran talento, estando muy inquieto en las siguientes Maxine (Witch Queen) y Leaders of the Blind, currándose unas buenas armonías vocales, y yendo de un lado para otro sin parar. Lástima que como digo, desde mi posición todo sonaba un poco engorrinado.

Menos volumen y más claridad habrían sido muy de agradecer. Me encantó Mountain Throne, sobre todo en lo referente a sus bases, que sonaban muy duras y cañeras, y también por esas guitarras gritonas. Song of the Stones fue… un mundo aparte. Su atmósfera lenta lo envolvió todo de principio a fin, corte arriesgado para el directo. Gran parte de las voces correspondieron a su batería Matt Wiseman, que ahora empuñaba sus mazas para darle ese sonido tan particular a la percusión. No sería la última curiosidad musical. Mientras el potente Hammond continuaba vibrando que atronaba en Old Gods, el guitarrista Scott Black se desmelenaba a gusto en ella, viniéndose arriba por momentos, y durante Hunters in the Sky, contaron con otro percusionista (el teclista John Wright), a parte del batería, lo cual le insufló una sonoridad especial al tema. Otra de mis grandes favoritas del set, por cierto. El sonido… no llegaba a estabilizarse en ningún momento, por desgracia. Lo único que parecía era subir más y más de volumen a cada tema. Ojo, insisto, al menos desde donde yo estaba. One for Sorrow y Let the Devil In continuaban acercándonos al final a golpe de riffs profundos y setenteros, brevemente presentadas por el vocalista, y ejecutadas con pasión, soltura, y precisión, hasta la llegada de Graveyard Sun. En esta, definitivamente Scott Black se desmarcó para regalarnos un solo de lo más espectacular, y con sus cambios intensos, casi ensoñadores (que resultan geniales para esa letra tan sombría), dejaron atrás un concierto que, de haber tenido un mejor sonido, hubiese rozado la más absoluta perfección. Mil gracias, Rock Imperium, por contar con ellos, y decir que me encantaría repetir, esta vez en mejores condiciones físicas sonoras, lo antes posible.

Riverside:

Si tuviese que elaborar un Top 3 de entre las bandas que vi aquel último día de Rock Imperium, Riverside entraría en él sin duda. Aunque en principio también me atraía la idea de acercarme a ver a los Riot City, que tocaban de forma solapada en el escenario cubierto, mi vena progresiva terminó ganando terreno. Además, después del mal rato de calor que pasé al final del concierto de Spidergawd, y con el ‘Lorenzo’ ya casi escondido tras el edificio contiguo al recinto, me apetecía mucho disfrutar de tesituras más calmadas y armónicas. Hacía la friolera de 11 años que no volvía a coincidir con los progresivos polacos, y constatar su evolución en directo era uno de los grandes alicientes. El concierto se pudo ver con comodidad y sin agobios, prácticamente desde cualquier punto y ángulo del recinto, y contaba con no poca expectación de ver a estos cuatro monstruos de la música más técnicamente enrevesada, cuya carrera ya supera los 20 años de existencia. Pasada la introducción pregrabada, y una vez su nombre ya relucía en pantalla, aparecían entre el humo del escenario los Riverside, abriendo sin más dilación con #Addicted, un corte bastante movidito para lo que viene a ser su estilo, con teclados sintetizados a porrillo, una batería que sonaba, por el momento, extremadamente suave y algo escondida, y sin embargo, un bajo muy potente.

En ella, ya nos hicieron entonar los primeros cánticos. Diría que esa ecualización fue intencionada, ya que no es una banda que necesite de una batería estruendosa. Con un seco, pero al mismo tiempo socarrón ‘Hola’ por parte de Mariusz Duda, terminaron las presentaciones (por ahora), y pasaban a una 02 Panic Room que coqueteó con sonidos más electrónicos, nacidos del equipo que manejaba en teclista Michał Łapaj. El músico se debatió durante todo el concierto entre este y su teclado, y lo hizo, además, con mucha compostura, con constantes miradas hacia el público y bromeando continuamente, incluso marcándose unos bailes como si estuviera en una rave. También mostraba mucho humor su vocalista, bajista y fundador Mariusz, y por el momento, lo único que nos pidió a viva voz es que disfrutásemos de los temas y lo pasásemos en grande, recordando que en su última visita a nuestro país, varios de los músicos terminaron al borde de la insolación. Su voz sonaba limpísima, cristalina, bajo esas líneas instrumentales tan progresivas y subyugantes, que poco a poco nos iban imantando a su universo sonoro tan particular. Maciej a la guitarra, y Mariusz Duda se recreaban entre ellos, y el sonido Hammond fue uno de los protagonistas en esta Landmine Blast, tanto como ese kilométrico punteo de bajo en Big Tech Brother.

Los tempos eran apurados y muy bien cuadrados, y todo avanzaba como la seda, con una coordinación milimétrica entre ellos, sin llegar a las alturas del Rock matemático que nos ofrecieron Plini o Einar Solberg. De hecho, ellos mismos dejaron claro que no les gusta que les comparen con ningún otro grupo, aunque evidentemente, pertenecen a la escena progresiva. En cuanto al sonido, lo que sí comenzó a molestar seriamente eran esas bases graves que el teclista disparaba desde su panel de samples. Posiblemente ellos no se daban cuenta, pero en ocasiones resultaban insufribles, eclipsando al resto de instrumentos. Lost tuvo ese mismo problema, aunque fijarse en la forma de tocar de los músicos continuaba siendo una delicia absoluta. Piotr Kozieradzki continuaba inmerso en su mundo, clavando cada golpe y cada cambio, mientras las partes más técnicas de cuerdas levantaban ovaciones del público, incluso en medio de los temas. Curiosamente, estos iban aumentando en duración conforme avanzaba el setlist, dejando algunos de los más tochos para el final. Sea como sea, a mí el concierto se me estaba pasando fugaz, ya que la cadencia y la naturalidad con la que todo transcurría me hacían perder la noción del tiempo. Salvo puntuales problemillas de sonido, todo estaba saliendo sobre ruedas. Músicos contentos y entregados, muchísima calidad en cada tema, un setlist bien escogido, y unas partes instrumentes tan bien ejecutadas que lograban transportarnos.

A continuación, antes de proseguir con Left Out, nos pedía colaboración, pero ya avisaba de que no llegaría antes de los 5 minutos, tratándose del tema más largo del concierto. Para mí, fue el mayor de los placeres. La afinación en la voz, como de costumbre, fue impecable, destilando sutileza y elegancia a kilotones. El acompañamiento de teclas y guitarras limpias fue soberbio, y todo bajo ese constante sonido galopante que emergía del sampler, como si de un metrónomo se tratase. Ahora sí, les llegaba el momento de nuestra colaboración, y de triunfar a lo grande, con todo el mundo siguiéndoles a viva voz. Y seguían las virguerías dejándonos atónitos en Egoist Hedonist: maravillosos teclados atmosféricos, sonidos cósmicos, ritmos progresivos ensoñadores (¡esas teclas!...), crecidas y bajadas de intensidad que generaban una montaña rusa de emociones, e incluso la guitarra de Maciej pareció crecer en consistencia. En definitiva, un virtuosismo que fue auténtico caviar, en uno de mis temas favoritos, con sus casi 10 minutos. Dejar para el final Friend or Foe? creo que fue todo un acierto, al menos para nosotros, que lo pasamos de fábula bailando con su marcada cadencia ‘retrosynth’, predominando esos samples que le dan personalidad (y a cuyo ritmo fluían los bailes del teclista), y unos tonos bastante graves de parte de Mariusz, que en la recta final, por algún motivo, se puso la capucha de su sudadera, antes de retirarse definitivamente.

Warlock:

Tener a la inmensa Doro Pesch de paso por los escenarios de nuestro país, no es que sea precisamente una novedad, pero sigue siendo, y así lo será siempre que quiera visitarnos, un enorme placer. Otra vocalista femenina, la cuarta, que tenía el privilegio de ver aquella misma jornada. Si en el 2022 la tuvimos presentando su carrera en solitario, en este 2024 nos visitó… también en solitario, pero contando con la presencia de Tommy Bolan, guitarrista que grabó el “Triumph and Agony” en 1987, y usando, a petición de los promotores / organizadores, el nombre en grande de Warlock, supongo que cuestiones de marketing, para intentar captar más atenciones…

…Porque, en cualquier caso, al final, su setlist siempre contiene una buena dosis de aquellos añorados Warlock, aunque es justo decir que aquí lo acapararon un poco más, si cabe. Fue el mismo Johnny Dee quien presentó a la indiscutible Reina del Metal. Poco después, firmes y desafiantes, se adelantaban en fila los cuatro hachas que defenderían esos temas que todos conocemos, dispuestos a dejar el escenario en cenizas. Los primeros guitarrazos de I Rule the Ruins no se hicieron de rogar más, justo cuando la gran Doro salía, a la carrera, desde el fondo del escenario hasta primera línea, ante la emoción del público, pidiendo las primeras sesiones de palmas que le condecimos gustosamente. Los coros rudos de Bas Maas, su guitarrista habitual desde hace años, y el bajista Stefan Herkenhoff, endurecieron un tema que enlazaron con otro clásico de la talla de Earthshaker Rock, que golpeó como un puñetazo desde el principio, arropado por un sonido potente y un volumen bastante alto, como los sucesivos temas. El buen nivel vocal de Doro era evidente, y de hecho, lo necesitaría si quería sacar adelante temas más complejos. Tommy no se limitó solamente a cumplir y prestar imagen. De hecho, dio la impresión de estar por encima de todos en cuanto a ánimos, demostrando una motivación frenética. East Meets West, tampoco podía faltar. Bill Hudson y Tommy Bolan flanqueaban a la vocalista, ostentando toda clase de poses y headbanging.

En ese mismo instante, se escuchaban unas voces muy elevadas probando desde el escenario contiguo, sin duda, toda una falta de respeto con quienes estaban actuando. La cosa es que los contundentes baquetazos de Johnny Dee pronto eclipsaron esa molesta intromisión. Ni corto ni perezoso, Tommy se cargaba a Doro a hombros, y así terminaron el tema. Burning The Witches fue una de las pruebas de fuego para la vocalista, que controló muy bien las partes a las que ya no puede llegar con garantías, y continuó empatizando con su público, dedicándonos gestos y miradas, acercándose por un lado y por otro, tan activa como estaba. Como siempre, hubo momentos demasiado largos para interactuar con el público, pero también otros en los que fueron a gatillo, empalmando temas, como fue el caso de esta última y Fight for Rock. El solo de Bas Maas fue uno de los mejores que se marcó, y la euforia de Tommy seguía viento en popa, dando golpes al aire, agitando su guitarra, incluso tocando algunas notas con los dientes. Tampoco la sonrisa de Doro, siempre tan cercana y amable, dejó de brillar en su rostro. Tiempo para otra de mis grandes favoritas, y una de las que no suele tocar bajo su propio nombre en solitario, la súper exigente Three Minute Warning, en la que me tengo que quitar el sombrero ante la vocalista. Sin llegar a los picos vocales, mostró una resistencia verdaderamente asombrosa, cantando súper rápido, sin saltarse una sola frase ni ahogarse en el intento.

Posiblemente, su mejor interpretación en el concierto, llevando su voz al límite, pero solventando la papeleta con sobresaliente. La misma no dejó pasar la ocasión de presentarnos algo de su último disco, y la escogida fue Time for Justice. Bill fue quien se encargó del solo en esta, y la rubia vocalista volvió a estar pletórica en cuanto a movimiento. Für Immer siempre marca un punto de inflexión en sus conciertos, y es que es perfecta para relajar el ambiente (con el posterior subidón), y también para que colaboremos con nuestras voces. Un momento con una atmósfera mágica, sin duda, aunque tal vez se alargó demasiado. Me encantó el trabajo de Dee, cuyos golpes parecían truenos, y las luces moradas que se emplearon en el tema. También me fijé en que Bas Maas abandonaba el escenario de forma puntual. La vuelta a registros más cañeros y poderosos se hizo por todo lo alto, con Metal Racer del “Burning The Witches”, y un auténtico baile de melenas por doquier. Los tres guitarristas dieron mucho juego en el plano escénico, coordinándose, ocupando bien el espacio, y empleándose a fondo con los instrumentos. Un solo de batería muy clásico, con un necesario discurso de apoyo a la escena, terminó casi donde empezaba otro temazo inmenso como es el True As Steel, una declaración de principios en lo que a actitud se refiere, y otro de los que no siempre figura en los setlist de Doro.

Aunque posiblemente, la elección más sorprendente fue la de Evil, un tema algo más escondido en su discografía, que sonó a toda hostia, muy intensa, con las tres guitarras rugiendo como bestias salvajes. El gran clásico de los Judas Priest, Breaking the Law, les vino que ni pintado, un valor seguro con el que subir otro escalón los ánimos. Curiosamente, la letra casi entera fue interpretada primero con guitarras acústicas, y luego a muerte con toda la electricidad, parte en la que resaltó la gran actitud y energía de Tommy Bolan. A la batería, Johnny Dee marcaba el ritmo del For Whom The Bell Tolls, aunque no cayó ninguna otra versión, sino el tan socorrido All We Are, en el que solicitaron de nuevo nuestra colaboración, o lo que es lo mismo, cantar unas 20 veces seguidas el estribillo, mientras los tres guitarristas, apiñados en la parte derecha del escenario, esperaban al final para salir a liarla. No hubo más… de momento. Para los bises, nos hicieron echarnos unos bailes con su particular Metal Tango, y tras un sentido y amoroso agradecimiento por parte de Doro, le ayudamos a encargarse del último tema, un All For Metal que me resultó bastante desaborido para ocupar tan privilegiada posición. Y no tendría por qué haberlo hecho, pero la última demostración de que Doro siempre lo da absolutamente todo hasta el final, fue el hecho de quedarse cantando con nosotros mientras que, a modo de outro, sonaba el Living After Midnight de los Priest.

Yngwie Malmsteen:

Existen conciertos que, incluso antes de que se lleven a cabo, y por consabidas razones, no van a estar exentos de polémica. Y concretamente en este Rock Imperium 2024, el del maestro Yngwie Malmsteen tenía todas las papeletas para ocupar ese puesto. Para unos, un genio eterno, un maestro compositor incomparable que se convirtió hace ya unas cuatro décadas, en el adalid por excelencia del virtuosismo a la guitarra, plasmando el espíritu de la época dorada la música clásica barroca a nuestro Heavy Metal de una forma que nunca nadie lo ha conseguido. Para otros, un egocéntrico crónico, cuyo talento es ampliamente superado, incluso eclipsado, por su ciclópeo ego, repetitivo y sobrevalorado hasta la nausea.

Yo, personalmente, me meto de lleno y sin pensarlo en el primer grupo. La música del sueco siempre fue pura inspiración para mí, una genialidad casi sin límites, y tesoros como sus, al menos, ocho primeros discos, me parecen de ley indiscutible. Mi admiración por él tiene pocos límites, así que os podéis imaginar cuantísimo ansiaba la llegada de este último día de festival, en el que iba a verle, después de tantos años esperando el momento. Esto no implica, en absoluto, que fuese el concierto de mis sueños. Su show fue, en sí mismo, un verdadero puzle lleno de momentos absolutamente geniales, pero también otros muy caóticos, incluso surrealistas, un mosaico musical a veces indescifrable, fusionando varios de sus temas instrumentales, intercalando solos ‘porque sí’, incluyendo muy pocos de sus temas míticos, y recortándolos considerablemente. Aunque él jamás lo reconocerá, el no llevar un músico dedicado solo a cantar en el escenario, y su propio rango vocal, condicionan enormemente sus conciertos, y esto fue uno de los grandes lunares en este. La espera entre las primeras filas, con los nervios, se me hizo eterna, pero mereció sobradamente la pena. Sobre todo, si nada más aparecer en el escenario, entre humo, una iluminación saturada y un auténtico Everest de amplificadores a su espalda, empieza a entonarse todo un Rising Force, acompañado, y con mucha calidad además, por las voces del teclista Nick Marino. Yngwie se hacía el amo y señor del escenario inmediatamente, levantando su mástil ostentosamente. Su guitarra sonaba perfectamente definida, muy potente y altiva, y poder presenciar ese solo en directo fue, más que una ilusión, casi un objetivo vital.

Aunque hay que decir que sus dedos todavía estaban algo fríos, y su ejecución fue regular. El tema, por otra parte, quedó incompleto, empalmando a la mitad de este el primer medley, que se compuso de una parte de Top Down, Foot Down, seguida de las escalas descendentes del No Rest for the Wicked. Mientras sus músicos quedaban relegados un tercio del escenario, el gran Malmsteen recorría con altanería el resto, regalándonos sus poses, haciéndose de admirar, volteando su guitarra por la cintura… Cambiaba de modelo, y hasta para probarlo tenía que ser ostentosamente virtuoso, pero eso es algo también flipaba a los fans. Minutos después, arrancó con Soldier, cantada por él mismo. Al igual que la guitarra, la batería también sonaba explosiva, casi intimidante, con ese bombo rebotando en nuestro pecho y la gran fuerza de pegada de Brian Wilson en directo. Hay que decir que Yngwie se fue calentando rápidamente, y sus solos cada vez eran más precisos y pulidos, y aunque falló más notas de lo que esperaba, para mí el simple hecho de verle en acción fue casi un sueño en sí mismo. Los ánimos entre el público, cada vez que se dirigía a nosotros, no faltaron tampoco, con esos ¡‘eh eh’! que marcaron el inicio de otra unión de temas instrumentales como fueron Into Valhalla (con los correspondientes coros disparados) y un fragmento del final de Baroque & Roll, algo cambiado y recortado, pero que fue uno de los máximos exponentes de una técnica y velocidad que muy pocos guitarristas en este mundo pueden alcanzar.

Su mano volaba, por encima y por debajo del mástil, haciendo continuas virguerías y gestos de ‘sobrado’, acompañado por el sonido clavicordio de Nick Marino. Like an Angel (For April), con acompañamiento de piano (cómo se echó de menos la voz de Mats Levén…), fue un momento más relajado, donde ya podéis imaginar dónde se centraban todas las miradas, y Relentless Fury nos devolvió los registros más clásicos, con Yngwie desperdigando porte y elegancia, y una magia cada vez mayor en sus cuerdas. Siempre con su cruz colgando en su muñeca derecha, no dejaba de hacer esos movimientos que mil veces hemos visto en videoclips, cruces de piernas, pasos atrás y adelante con mucho arte, moviendo su guitarra de forma oscilante, y echando ‘polvos mágicos’ sobre sus cuerdas con la mano. De repente, llegó otro de los puntos álgidos del show con Now Your Ships are Burned, limitando al mínimo exponente las partes cantadas por Marino, alargando el solo, e incluyendo una parte con poca distorsión, donde callaron todos salvo su guitarra y una suavísima percusión. Empalmaba la última parte con Wolves at the Door, brindándonos otra parte de majestuoso virtuosismo, y al terminar, hacía la primera parada ‘oficial’ del show. En determinados momentos, vimos trazas de ese duro comportamiento con su personal por el que es conocido, incluso durante (Si Vis Pacem) Parabellum, le indicó a su bajista, el rubio Emilio Martínez, dónde debía colocarse exactamente, para marcarse unos duelos de cuerdas con él. Tampoco faltó una buena coordinación con el teclista, y mucha, mucha cera desde la batería, ni esos gestos tan personales del sueco con los que hacía babear a sus fans.

Emilio se encargaba de llenar el tiempo, comunicándose con mucha cercanía, mientras el astro cambiaba otra vez de guitarra, aunque siempre portando esa legendaria Yngwie Malmsteen Stratocaster que va inseparablemente unida a su imagen. En este fragmento del concierto, se intercalaron temas y partes propias con piezas inmortales de la música clásica. Con ese sonido de órgano, abrían las teclas de Marino para Badinerie, de Johan Sebastian Bach, con unas notas de Paganini en medio, y una parte del muy sentido Adagio de Albinoni, que me puso los pelos de punta por la sensibilidad y pasión con la que fue interpretada, tanto por Yngwie, como por Nick Marino. La guitarra con efectos de eco, las patadas en el aire y la aplastante seguridad de la estrella fueron algunos de los momentazos antes de Far Beyond the Sun. Y piezas de tan indiscutible majestuosidad como esta fueron las que le merecieron la calificación de ídolo de la guitarra. Contó con mucho acompañamiento de teclas, duelos frenéticos entre ambos, incluso Yngwie se lució tocando alguna nota con los dientes, y quedándose en el suelo, con esa pose tan característica con la pierna estirada. Estallaba el público con Seventh Sign, que aunque muy bien ejecutada y cantada por Marino, supo a poco por su rápida transformación en Evil Eye, que a su vez, trajo consigo otro pique entre cuerdas y teclas. Claramente, el “Rising Force” fue el disco más representado en el setlist (puestos a pedir, un As Above, So Below habría sonado a gloria bendita), y se reservaría su pieza estrella para el final.

Por el momento, seguiría sacando humo de su guitarra en su cover del Smoke on the Water de Deep Purple, con un solo muy prolongado y loco, al que se acopló también el teclista al final. Mientras volvía a cambiar de guitarra, Emilio volvía a pedir alabazas para el Sr. Malmsteen, que profesamos de mil amores. A esto, siguió una parte en la que su talento musical volvió a brillar por todo lo alto, empleando efectos de violín, y solos a toda pastilla mientras no dejaba de patear el escenario. Los dedos de Marino eran prácticamente imposibles de seguir dada su velocidad, tal como los de Yngwie, que incluyó en esta larga y frenética tormenta de notas un fragmento de la Tocata y fuga en re menor, de su máxima influencia, Bach, haciéndonos gritar de entusiasmo, y culminó la jugada dejándose llevar por su vena más ‘bluesera’ en el cover de Jimi Hendrix, Red House, donde ahora sí, su registro vocal encajó a las mil maravillas. Bajo un colchón de música clásica pregrabada, se dio un paseo por su particular Fuga, quedándose solo en el escenario, y la sucedió con un solo de notas extremadamente agudas. En un arranque de locura (o de genialidad), giraba la guitarra a su alrededor, la aplastaba contra los monitores, se la restregaba por el trasero, nos dejaba atónitos (y sordos) experimentando con el reverb y distintos efectos cíclicos y por último, ya con los humos muy arriba, la lanzaba directamente por los aires para que terminase estrellándose contra el duro suelo. Tal cual.

Entre el público se veía de todo, desde aquellos que se descojonaban ante tales gestos, miradas de incredulidad, y otros a quienes tal derroche de excentricidad les pareció de lo más vulgar. Abandonaba el escenario, dejando paso a un contundente solo de batería, para volver por la puerta grande con You Don’t Remember, I’ll Never Forget, sin duda la más coreada de todo el concierto, con esos teclados sonando de fábula, y ese solo (algo modificado) que desató incontenibles emociones. Para variar, nos dejó con la miel en los labios, cortándolo, y a continuación, más acciones que levantaron polvareda. A su vuelta al escenario, tenía preparadas ya dos guitarras, pero al parecer, una de ellas no era del agrado de su majestad, así que con todo el desprecio posible, la levantó y la dejó caer contra el suelo, sin más. Mientras el técnico la cambiaba, aprovechó para demostrar su infinita maestría con la acústica, preludio a una de sus interpretaciones más orgásmicas y deseadas con Black Star, en donde se le vio disfrutar como nunca, elevando y zarandeando su guitarra, lanzando patadas, acercándose a nosotros con actitud vacilona, y claro, alargando el solo hasta el infinito. Añadir, por último, que empezó su actuación varios minutos tarde, y terminó casi 20 antes de lo previsto. Damas y caballeros… Yngwie Malmsteen. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

The Darkness:

Dejar a una banda de Rock’n’Roll como son los The Darkness para culminar el último día de los cuatro del festival… podría parecer bastante arriesgado, dada la discreta acogida que tuvieron los conciertos de similar género en el festival. Pero quienes les seguimos de cerca y les hemos visto ya en varias ocasiones… sabemos que nadie puede quedarse parado ni indiferente ante el fiestón que montan. Con ellos, me pasó algo similar que con Skid Row el año pasado. Me encontraba tan hecho mierda que apenas podía ponerme de pie, y sin embargo, tras aguantar un buen rato estoicamente ante el escenario, el primer tema me infundió una energía que me puso a tope de adrenalina.

Las luces bajaron, la gente empezó a gritar, y el nombre de The Darkness aparecía en pantalla, intensificando la algarabía. De repente, como un rayo, abordaban el escenario con Black Shuck, saltando a ‘primera plana’ un cada vez más curtido Justin Hawkins, luciendo pecho… y toda su ‘mala folla’ y humor inglés, como siempre. El ambientazo entre las primeras filas, a pesar de las horas, fue instantáneo. Cambiaban modelo de bajo, y Justin empuñaba su guitarra para una de mis grandes favoritas, Growing on me (en serio, adoro este puto tema). El estallido de guitarras inicial me puso la sangre a arder, Rufus Taylor reventaba su batería con saña, y la peña se volvía aún más loca. Paraban unos segundos y Justin nos lanzaba un sincero ‘Te Quiero’, antes de meterle cera a uno de sus grandes clásicos, de los cuales la noche estaría bien surtida, como es Get your Hands Off my Woman. Liberado en ella de su guitarra, y mientras su hermano Dan no dejaba de dar saltos, el vocalista, con un desparpajo cósmico, paseaba palmito cerca de nosotros, y al rato, le vimos haciendo el pino, sobre la tarima de la batería, moviendo las patas en el aire. Al final, jugando con nuestras voces, terminó ganándonos definitivamente. La enérgica One Way Ticket, para abrir la cual el bajista Frankie Poullain empleó un cencerro, nos hizo estallar de gusto, incluso entonarnos un ‘oeoe’ musicalizado por ellos mismos.

El aplomo de Justin con su guitarra también es total, toca de lujo y con mucha pasión, moviéndose sin parar por todo el escenario, y terminando el solo sin púa. Cambiaban ahora las dos guitarras, y tras la más cañera Motorheart, para la que contaron un invitado que golpeó el cencerro, explotaba Givin’ Up, con la que los omnipresentes cánticos desde el público llegaron a eclipsar hasta los del frontman, que nos miraba pletórico, sonriente, y cogía la guitarra a mitad de tema para dar en el blanco con su solo. Apenas les dejamos continuar con nuestros insistentes gritos de ¡The Darkness!. De momento el ambiente estaba al rojo vivo, así que decidieron suavizarlo un poco con Heart Explodes, otra jodida maravilla de tema que nos hizo cantar y dejarnos llevar a todos. También coordinamos nuestras palmas con ellos, al ritmo que marcaba Rufus Tiger Taylor, que tuvo un gran peso en el tema. Otra vez Justin dejaba la guitarra, y se la volvía a cargar a mitad de Barbarian, conjugándola a la perfección con la de su hermano Dan, quien se ponía a dar saltos de forma espontanea. Bajaba otra vez el pulso con la ultra azucarada Love is Only a Feeling. Me faltó, creo, algún coro, pero qué bien la cantó Justin… ¡y qué bien sonaron esas guitarras en sus distintas tesituras! A estas alturas, ya me perdí con tanto cambio de instrumento, pero lo cierto es que cada vez sonaban mejor, y quedaba mucha tralla que dar.

Stuck in a Rut, nos devolvía a su “Permission to Land”, el disco con el que saborearon las mieles de un éxito desorbitado, y que por suerte sigue teniendo muchísimo protagonismo en sus conciertos. Por supuesto, también junto a otros temazos como la rocanrolera Solid Gold, con la que J. Hawkins se movía con un descaro asombroso por nuestras narices, o Japanese Prisioner of Love, también del del “Pinewood Smile”, dedicada a un niño que aguantaba el envite entre el público. Los baquetazos de Rufus (por cierto, hijo del mismísimo Roger Taylor, de Queen), la cuidada iluminación, y la imagen de Justin arrodillado, dieron paso a un pequeño fragmento (coros, y poco más) del Immigrant Song de Led Zeppelin, que le vino que ni pintada a la voz de Hawkins. El tono festivo, lógicamente, creció mucho más con I Believe in a Thing Called Love. Frankie Poullain destilaba clase a cada paso, se situaba junto a Dan, y se marcaban unos ‘cruces’, siempre tan divertidos. Aunque para divertido, ese pedacito de la tan entrañable Christmas Time (Don't Let the Bells End), pequeño respiro que precedió al subidón de Love on the Rocks With No Ice, que me terminó de volver loco, igual que a todo el mundo, agitando las manos de un lado a otro, y viendo atónitos como la energía de Justin continuaba siendo inagotable. Alargaron el solo, se presentaron, y continuaron hasta un final en el que Justin, con gran frenesí, estrelló el palo del micro contra el suelo. La locura que se formó para despedirles… en fin… hubo que estar allí para verlo.

Y de esta forma tan contundente… el Rock Imperium 2024 llegaba a su fin. Por una parte, con una alegría desaforada por todo lo vivido y los momentos que, en ese preciso instante, desfilaban a modo de resumen por mi cabeza, por otra parte, con la lógica tristeza de la despedida. Pero por si acaso faltaba algo para que la sensación de buen rollo fuese sencillamente insuperable, nos dejaron con el (I've Had) The Time Of My Life sonando, momento mágico en el que todos nos echamos los últimos bailes de aquel maravilloso y memorable Rock Imperium Festival 2024, donde, como reza dicho tema, habíamos pasado algunos de los grandes momentos de nuestra vida.

No quisiera despedirme sin mandar un grandísimo abrazo a toda esa peña guapa que, en algún momento u otro, formó parte de mi ‘Imperium’ personal. Popi, Guillermo, Vicent, Aitor, Jose, Porti y Doria, Diego y Juani, Anna (una birra, te debo, jeje), Inma y Bolilla, Pablo y Ángela (mil gracias a los cuatro últimos por el increíble momento pre-Beast in Black), Cristina y Manu, Juan y Ana, Carlos y Nicole, Alberto, Rubén, Fran (Orihuela), Suni, Alicia, Fernando, Esteban, Leandro, Kevin, Jose ‘Vallecas’, Raúl, Borja y Sandra, Jolius, Alejandro Alapont y Rafa Basa, Gorka y Patricia, Roge, Josevi, Pedro (gran sabio), Jesús, Perales, Alan, Jose, Dani y por último, pero no menos importante, al notas borracho que me regaló un litro de birra entero por la patilla durante Warlock. A todos, muchiiiiisimas gracias por vuestra compañía, nos vemos pronto (y perdón a quienes pueda haber olvidado, también pertenecéis a esta lista). Gracias también a los que habéis leído toda esta experiencia.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Rock Imperium 2024 (Sábado 22/06/24, Parque del Batel, Cartagena)

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