miércoles, 17 de julio de 2024

Somos Legión (Zurbarán Rock 2024, Viernes 12/07/2024, Parque de San Agustín, Burgos)

Con el Zurbarán Rock, este año en concreto, me ha pasado lo mismo que con el Monsters of Rock Cruise… ¡quién me iba a decir a mí que volvería, y sobre todo, tan pronto! Y es que el año pasado, todo salió prácticamente rodado, tanto el viaje, como el tema del alojamiento y el propio festival. Lo pasamos de lujo, compartí el fin de semana con mogollón de colegas y nuevas amistades, y lo vivimos muy intensamente. Me dejó un sabor de boca inmejorable, pero he de decir que esta edición del 2024, en lo personal, superó a la anterior en todos los sentidos. La cosa es que hasta unas pocas semanas antes de su celebración, para mí era algo poco menos que inaccesible por falta de medios y compañía. Sí, miraba una y otra vez el cartel, babeaba ante él por la espectacular variedad y calidad que había logrado reunir este año, deseaba fervientemente poder asistir… pero no dejaba de ser una ilusión a fondo perdido, así que con el tiempo, me lo fui quitando de la cabeza por motivos de fuerza mayor. Sin embargo, sorpresas te da la vida, acercándose las fechas, mi gran amigo Popi (que es un liante nato jeje), me acabó convenciendo para ir. Y como ya digo, ganas no me faltaban, así que… blanco y en botella. Al grupo se unieron rápidamente otro viejo colega, Alan (vocalista y letrista de Perversió), y Pedro, quienes fueron también imprescindibles en las buenas sensaciones que me dejó, en general, este inolvidable viaje, y a quienes me faltaría espacio en todo este blog para agradecerles su compañía, amabilidad y generosidad. El mismo viernes, tras un madrugón considerable, nos pusimos en marcha con muchas ganas de plantarnos en Burgos y empezar a disfrutar del festival, del aluvión de conciertazos que estaba por llegar.

Lèpoka: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

Otro año más, y ya van siete ediciones (que se dice pronto), arrancaba el Zurbarán Rock en pleno centro de la preciosa capital burgalense, en el Parque de San Agustín. Regresar allí de nuevo fue un soplo de aire fresco, volviendo a sentir las mismas vibraciones que me embargaron el año pasado. Y puesto que el festival tiene un claro aire festivo, qué mejor banda para calentar al personal (junto al tórrido sol que ya de por sí se encargaba de ello) que los castellonenses Lèpoka, que han demostrado ya durante muchos años que son sinónimo de desmadre. Llegué por los pelos al final del primer tema, pero ya me puse a tope de energías con el segundo, con muchas ganas de disfrutar desde el principio. Correspondió a Antes del Amanecer, en donde ya veíamos a la banda fluir con mucha naturalidad sobre el escenario y levantar palmas multitudinarias, aunque me llamó la atención que saliesen sin sus habituales túnicas. Ellos son muy de levantar las copas, y con Brindo por verte lo hicieron a lo grande. La pantalla de fondo mostraba imágenes que cambiaban con los temas, y la banda iba cogiendo vuelo rápidamente, destacando especialmente algunos de sus músicos en el plano escénico, como el animadísimo Daniel Fuentes, que aparte de encargarse de su instrumento, no dejaba de bailar por todo el escenario con mucho ahínco, o el guitarrista Dio, siempre dando brincos muy metido en los temas. El sol nos alumbraba de forma cegadora a esas horas, pero no fue óbice para que todos nos contagiásemos de esa fiesta que emanaba del escenario. En Pandemonium saltó a la palestra el multinstrumentista Zarach, animando aún más el cotarro con sus melodías de flauta, entre los chorros de humo que emergían del escenario, al tiempo que a Popez y a Dionís se les veía disfrutar cantidad con sus guitarras, misma actitud con la que continuaron interpretando ¿Dónde vas?, pero no sin antes intentar crear conciencia social de la mano de su vocalista Dani Nogués.

No fue la única vez que esto sucedió. Antes de arrancar con A las Calles, la dedicaron con mucha emotividad al fallecido Adán Moreno, reivindicando un sistema sanitario justo, digno, y de calidad para todos. Parece que la respuesta que tuvo les insufló todavía más energía, y se marcaron todo un subidón festivo, quedándose solos, en cierta parte del tema, ambos guitarras, el bajista Zaph y el batería Jaume, para regalarnos un fragmento instrumental del Enter Sandman, con las letras de Lèpoka ‘Metallizadas’ en pantalla. El mismo Zaph nos hablaba y animaba, e incluso se marcó una sesión de beatbox al amparo de las gaitas de Zarach. Bailábamos todos al ritmo de la épica melodía del Tetris (pregrabada), antes de que arrancasen con El Baile de los Caídos, con muchos ‘¡eh eh!’ acompañándoles desde el público, algo que la banda despertaba cada vez con más facilidad. Y es que, como digo, con ese buen rollo que transmiten desde el escenario, es muy sencillo disfrutar de ellos. Un Año Más, en la que el vocalista nos grababa con su cámara, y Daniel Fuentes bailaba con mucha alegría, precedió a la que fue mi favorita del concierto. Y es que realmente me tocó la ‘patata’ escuchar allí en Burgos algo cantado en mi lengua natal como La Nit es Nostra. Además, fue una de las grandes triunfadoras del concierto por su endiablado y saltón ritmo a cargo de Jaume y Zaph. Zarach hacía lo propio con su flauta, juntando hombros con su compañero Daniel, todo de forma muy divertida y espontanea. El tema al que José Andrëa prestó su voz en disco, Contando Al Andar, supuso un paso más en la intensidad del show, con más juerga, más violines y melodías celtas, más chorros de humo, Dio lanzando patadas al aire, y sobre todo, muchísimo movimiento entre el público, tendencia ya se prolongó hasta el final.

Tras la típica broma alcohólica (que no puede faltar en sus conciertos), continuaba, a tope de energía, Seguimos en Pie. En ese momento, Dani Nogués consiguió, con pocas palabras, que gran parte del público nos agachásemos de rodillas, y justo cuando una nube nos aliviaba del sol (una de esas coincidencias que tanto molan). Tras unas voces disparadas, brotaba el griterío de entre la peña, arropando a la banda, en Contra Viento y Marea, con un sonido mejorado respecto al principio. Aunque la batería seguía adoleciendo de poco volumen, las guitarras sonaban bastante presentes en ciertas partes, y con todo, fue bastante bueno en general. Fueron a piñón fijo para aprovechar el tiempo que tuvieron, a pesar de que el vocalista nos contaba que llevaban un buen tute, viajando de Gandía a Burgos sin apenas descansar. Desde luego, esto no repercutió en absoluto en su actuación, y Yo Controlo fue una buena muestra, con Zarach (que ahora empuñaba su gaita) dejándose la melena, y Jaume metiendo una cera tremenda desde su batería. Una verdadera fiesta encima y debajo del escenario con carreras, cruces entre Zarach y Dio, y unas armonías que este último y Popez se marcaron delante del todo con mucha altanería. Sobra decir el sarao que montaron en el respetable, y que coronaron con el tema que da título (y abre) a su más reciente álbum, Dios está Borracho, con tralla y desmelene hasta el último minuto. Muy divertidos Lèpoka, con una carrera cada vez más triunfadora cuya música no deja de expandirse hasta todos los rincones de la península… y más allá.

Heavy Pettin’:

Lo de Lèpoka estuvo muy bien, un show movido, bien trabajado y divertido. Pero lo de Heavy Pettin’… fue sencillamente la hostia. Para muchos amantes del Heavy Metal más clásico, este era uno de los grandes puntos de interés del festival, y la explosión masiva de caña que nos lanzaron a la cara les hizo quedar como una de las grandes bandas de todo el festival, al menos, para mí. Todavía se me acelera el pulso cuando recuerdo la bestial actuación que nos dieron en el Leyendas del Rock 2022, sin duda, una de las más grandes de aquel año. Los suertudos maños (como el colega Jose Antonio Armero, que también andaba por Burgos, y a quien fue un placer inenarrable encontrarme por allí) tuvieron ya su dosis el jueves, y en este día, era nuestro turno de disfrutarles.

Ante un público bastante abultado, que en su mitad se refugiaba todavía a la sombra del escenario, hicieron su gran aparición con Victims of the Night, sin apenas decoración escénica, pero con una actitud que se podía medir por toneladas, montando ya un estruendo de mil demonios gracias al espectacular sonido y volumen del que gozaron. En primera línea de escenario, Stephen Hayman se movía y pavoneaba con total naturalidad, y pudimos darnos cuenta también de que los coros sonaban geniales. En cuanto al setlist, fue un clásico tras otro y a un ritmo imparable que no nos dejó respirar ni dejar quieta la melena. Rock Ain’t Dead solo fue un ejemplo. Con gran chulería, y con ese aspecto casi ‘ramoniano’, el bajista David Boyce no se nos acercó demasiado, pero era un gustazo verle actuar, con sus movimientos y su gran coordinación con la otra mitad de la base rítmica, a la batería, el gran Mick Ivory, ambos fundamentales para hacer que el concierto rodase como lo hizo. Proseguían con Roll the Dice, con las cuerdas del melenudo Dave Aitken rugiendo que daba gusto (es que todo sonaba, de verdad, fenomenal), y una caña tremenda en la batería que empezó a volvernos a todos locos. Los coros, de nuevo, fetén. Momento breve para saludar y presentarse, antes de meterle caña al que fue el primer single de su primer LP, llamado Love Times Love.

Los perfeccionistas detalles en la batería, y ese mano a mano entre Boycee y el guitarrista Richie “St. James” (que también fue sobradísimo de actitud), levantaban cada vez más palmas de entre el público. El volumen era muy alto, perfecto para que cada tema nos llegara hasta los huesos, y las guitarras restallaban en Shout It Out, aprovechando el solo Aitken para elevar su guitarra por las nubes. La gente lo estaba pasando en grande, tanto propios como extraños, que a buen seguro hicieron uno de los grandes descubrimientos del festival con ellos. Y es que es imposible quedar indiferente ante tal directo, calidad y colección de pepinazos. “Rock Ain't Dead”, su segundo álbum, volvía a hacer acto de presencia (aunque me habría gustado escuchar más de este) con Sole Survivor, uno de los temas que más me flipan de toda su discografía, con ese rollazo más hardrockero, ese estribillo que nos hizo volar, y un Hayman que no solamente clavó hasta la última nota, sino que también se comió el escenario, atrayendo gran parte de las miradas. Una jodida pasada que me puso la sangre a hervir ya hasta el final. El vocalista nos pedía que le echásemos una mano en Rock Me, y así lo hicimos con nuestras voces y palmas, mientras Richie se curraba un solo de la hostia, apuntando con su mástil al personal. Hayman, que volvía a ocupar las primeras posiciones del escenario, brindaba con un mini (o un cachi, como le llaman allí) de birra.

Se abalanzaban dos de los mejores temas, como fueron In and Out of Love, con un Stephen “Hamie” Hayman, para variar, glorioso, corriendo de lado a lado y dando vueltas por el escenario mientras St. James le daba caña al solo en primera línea, y literalmente empalmada, la adictiva Hell Is Beautiful, con un sonido de doble bombo que nos machacó el pecho. Impagable ese solo de St. James, con las piernas bien despatarradas, y ese final estruendoso… que fue tal como arrancó Break it Down, la única extraída del “Prodigal Songs”. Se estaban tomando muy en serio lo de darlo todo para regalarnos un final demoledor, especialmente Hayman, que se comía el escenario, y Richie, que a pesar de llevar poco tiempo en la banda, para mí fue una de las estrellas por detalles como la grandísima pasión con la que interpretó ese último solo, prácticamente fuera de sí mismo. Y para dejar niquelado ese gran final de fiesta, pocos temas como la calentorra Throw a Party, en la que el cantante no dejó de provocarnos, y esta vez, era Dave “Davo” Aitken quien se marcaba un solo de rodillas. Terminaron el tema entre oes y vítores, pero no sin antes presentar a los miembros de la banda. Aun con todo lo dicho, me faltó ahí mucho concierto, no por calidad o proliferación de temazos, sino de tiempo, lo que a su vez les habría permitido expandirse más en su discografía, y regalarnos cosas como Heart Attack, Dream Time o Northwinds.

Nightmare:

Amenazaba tormenta… y no me refiero a que fuese a caer la de San Quintín, sino a una tempestad de puro acero como la que descargaron sobre nosotros, a continuación, los ya longevos franceses Nightmare. Una banda a la que solo tuve la ocasión de ver en su misma tierra, en el Hellfest del 2014, aunque en verdad, nos han visitado con bastante asiduidad. Sin embargo, 10 años no parecen tanto para el brutal cambio que se ha producido en el sonido de la banda, tanto, que en los primeros compases del show, mi cerebro llegó a dudar sobre si se trataba de los mismos Nightmare. Evidentemente, sí lo eran, pero me dejaron descolocadísimo, especialmente, con el primer tiro en sonar, The Blossom of my Hate, segundo de su recentísimo “Encrypted”, que todavía no había escuchado entonces. Ambientación muy oscura, guitarras gravísimas… blast beats… ¡guturales! ¿Pero qué es esto? Me dije a mí mismo con sorpresa. Poco a poco fui acomodándome al sonido, y lo cierto es que los temas nuevos me gustaron bastante en general, muy cañeros, y con muy buenos estribillos. De hecho, seguramente estemos ante un nuevo punto de inflexión en la carrera de la banda. En Divine Nemesis, su nueva vocalista, Barbara Mogore, seguía destapándose como una de las grandes sorpresas y atractivos que tendría el concierto, sin sobreactuar, y fluyendo como el agua por el escenario, aunque desafortunadamente su voz sonaba un poco emborronada. Estuvo amparada, por supuesto, por el par de hachas que actualmente toman sus posiciones en el grupo, Florian Iochem (que parece haber sustituido, no sé si solo de forma temporal, a Franck Milleliri), y Matt Asselberghs.

Fueron protagonistas en Ikarus, uno de ellos apoyándose espalda contra espalda con Barbara, y otro metiendo punteos constantes con el pie sobre el monitor. Barbara se dirigió a nosotros, en casi todo momento, con un más que aceptable español, presentando canciones como la siguiente Voices from the Other. También Matt Asselberghs nos ofreció en ella una buena serie, tanto de voces limpias como de guturales. El sonido en la batería de Niels Quiais era bastante bueno, potente, pero sin comerse la mezcla. En lo que sí me fije es que en los breves espacios en los que Asselberghs no tocaba, la guitarra de su compañero se escuchaba muy bajita. Sea como sea, todo estaba más o menos equilibrado, y seguía el chorreo de temas con Saviours of the Damned, también nueva, y la gran sorpresa del set para mí, esa Eternal Winter del que es uno de mis discos favorito del grupo, el “Insurrection” del 2009. A pesar de esto último, de algún modo el show no terminaba de engancharme del todo. Una buena interpretación, sí, mucho movimiento y caña, también, pero le faltaba algo para llegarme a las tripas. Tal vez fuese ese nuevo sonido más cafre y bestiajo, o los temas nuevos que, aunque buenos, no me transmitían una barbaridad. El bajista Yves Campion, líder de la formación y único músico superviviente en ella desde sus inicios, no dejaba de asomarse al borde del escenario, nos dedicaba gestos, y cambiaba constantemente de posición, aportando dinamismo escénico.

Para que os hagáis una idea del cambio, White Lines me recordó en su melodía vocal a bandas como Lacuna Coil (que no son precisamente santo de mi devoción). Downfall of a Tyrant, y su subidón de caña, nos obsequió con más guturales y unos detalles muy trabajados en la batería de Quiais, que castigaba gustosamente sus parches, pero más todavía en Aeternam, una de las más tralleras e intensas de su actuación. En verdad, Barbara había logrado conquistar hasta ahora a gran parte del público con sus movimientos y su destacable voz. No harían nada mal reclutándola indefinidamente, siendo ella ya la décima persona que coge el micrófono en la carrera del grupo… ¡casi nada! Continuaban (y corregidme si me equivoco), con Serpentine, en la que ambos guitarristas volvían a lucirse, pateando sus monitores y echándole muchas agallas al asunto, y para concluir, tras un necesario discurso a favor del apoyo a las bandas, tiraban del primer tema del “Encrypted”, la pesadísima Nexus Inferis, que alternó momentos más calmados con otros realmente brutales. Barbara se vació del todo con ella, aireando su melena con headbanging, y con su voz arropada por buenos coros de Matt y Yves. El setlist apenas hizo una concesión a los discos anteriores al 2016, señal de que la banda está muy viva y confía en sus nuevas creaciones, lo cual está de puta madre. Pero al menos yo, habría agradecido un poquito más de old school.

Ronnie Atkins:

El final del viernes de este Zurbarán Rock 2024 prometía ser un auténtico torrente de emociones con mis dos bandas favoritas del día. Tras un inicio muy Heavy y potente, sobre todo de la mano de Heavy Pettin’ y Nightmare, tocaba levantar el pie del acelerador y apostar fuertemente por melodías y temas, si cabe, con más clase todavía. Bandas como estas fueron el motivo principal de que este cartel fuera un auténtico regalo. A Ronnie Atkins no le pudimos ver con Avantasia en el Rock Imperium, pero sí tuvo la bondad de honrarnos con su presencia en Burgos, y lo hizo de una forma que será imposible de olvidar. Tengo muchísimas ganas de volver a ver a Pretty Maids, no lo voy a negar, pero en el fondo, deseaba que el vocalista se centrara en su carrera en solitario a la hora de confeccionar el setlist. Y salvo inclusiones puntuales de temas de su banda madre, así lo hizo. Tres discos que son un auténtico tesoro, llenos de mensaje, sentimiento, y temas capaces de hacerte vibrar con tan solo unas escuchas. Fue el caso de la primera en sonar, Rising Tide, ante miles de espectadores. El vocalista no tardó en convertirse en la auténtica estrella del show, pidiendo palmas, animando, creando vínculo continuamente con nosotros, y cantando realmente bien, economizando al inicio, pero despegando como un cohete ya tras los primeros temas. En I Prophesize todavía no había nadie tras el teclado, pero el instrumento estaba allí por algo. En esta, Chris Laney se marcó unos coros de lujo, y terminaría siendo otro de los grandes valores del concierto.

Los primeros aplausos, casi tímidos, se convirtieron ahora en un tsunami, justo antes de arrancar con el tercer corte, If You Can Dream It (You Can Do It). La batería, aparte de sonar contundente y definida, estaba manejada por un verdadero portento como es Allan Sørensen, cuya forma de tocar fue un espectáculo. Ronnie nos contaba que el viaje hasta nuestras tierras fue un tanto problemático, pero que mereció sobradamente la pena por estar allí. Tras sus palabras, cayó un bombazo de la talla de We Came to Rock, una de mis grandes favoritas de Pretty Maids, muy cantada, y con Chris subiendo a la tarima para combinar sus funciones de guitarra y teclista, algo que a partir de ahora sería la norma. Lástima que a dichas teclas les faltara volumen, al igual que a los coros del bajista Pontus Egberg, pero fue un pasote escucharla y disfrutarla. Montaña rusa de emociones, entre la caña de esta última, y lo sosegado de Make it Count. La voz de Ronnie, ya bastante caliente y con más cuerpo, rebosaba feeling y entusiasmo, adueñándose del escenario, y con un foco alumbrándole. Una enorme y merecida ovación precedió a dos cortes de su último álbum “Trinity”. Estribillos con mucho ‘punch’, y una ejecución impecable gracias también al soberbio equipo de músicos que rodea al cantante. Solo había que fijarse en la tremenda pegada de Allan Sørensen (mientras hacía virguerías con las baquetas, entre golpe y golpe), o la actitud del recientemente incorporado guitarrista Marcus Sunesson, luciendo el solo en primera línea de batalla.

De ellas, Paper Tiger fue la más coreada, y Soul Divine fue dedicada a los nietos del propio Atkins, que no cabía en sí mismo de vanidad. El hecho de que haya estado tiempo luchando contra una grave enfermedad, también puso ese punto extra de fuerza emotiva. De nuevo, veíamos cómo se salía del puto mapa cantando, lo mismo que en Godless, iniciada por Sunesson en solitario, al que en seguida se unieron sus compañeros. Una pequeña incitación a ello, y todo el Parque de San Agustín se llenó de los más calurosos ‘oes’ por parte del público, que ya comía de su mano. Y es que a base de su enorme carisma, y su infinito buen hacer, nos conquistó irremediablemente. Unsung Heroes, con chulerías varias de Sunesson y Pontus Egberg, nos llevó hasta la parte más comercial del show con Real, y de hecho, es una de mis grandes favoritas de su carrera en solitario. Pontus se mostraba cada vez más activo, blandiendo melena, y acercándose a nosotros. Iluminados por los focos, Sunesson y Chris Laney abrieron para Trinity, bajo una tenue luz lila entre la que se paseaba con gran porte el Sr. Atkins, que volvió a deslumbrarnos con su elegancia, su simpatía, y por supuesto, su vozarrón, por el que la mayoría de veces parece que no haya pasado el tiempo. En A Place in the Night, por ejemplo, aguantó de lujo el tirón, segundo corte de Pretty Maids de la noche, una elección del “Red, Hot and Heavy” que fue toda una sorpresa.

El tema desató una nueva oleada de ‘oes’, ante la cual, Ronnie sonreía de satisfacción y agradecimiento. El tema que da título a su primer disco, One Shot, también tuvo cabida, con Chris dedicado exclusivamente a las teclas, Sunesson abiertísimo de piernas en su solo, y unos tonos altos bien capeados por el vocalista. Pero si hubo algo que no esperaba en absoluto, fue esa maravillosa y celestial Little Drops of Heaven (Pretty Maids), que fue como un calambrazo en la espina dorsal, y literalmente me rompió en pedazos. Mucha, pero muchísima emoción ya en las primeras teclas pulsadas por Chris, en el solo de Marcus, y hasta en los ecos de la profunda voz de Ronnie. Todo ello protagonizó el que, para mí, fue el momento más mágico de todo el festival. Solo por esos 5 minutos, ya merecieron la pena las 12 horas de viaje. Allí mismo también tuve el placer de conocer a muy buena gente de Benidorm. Y creedme que, además, el envite final fue de traca, destrozando la calma con la alborotada Future World, y la banda envalentonada hasta el límite. La batería nos golpeaba el estómago como nunca, Marcus nos regaló un solo arrodillado en medio del escenario y Ronnie, de esta misma guisa, también se marcó un grito de aúpa. Rodeo le costó un poco más de cantar, pero siempre contó con la ayuda de nuestras voces y coros, y por supuesto con una banda que, como digo, brilló a un nivel monumental, bordando por última vez Chris Laney esas melodías de teclado. Fue uno de los conciertos más largos, y aun así, me quedé con ganas de más.

The New Roses: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)

El Zurbarán Rock, al igual que otros años, puso la nota distintiva en su cartel aportando mucho Hard y Rock más clásico, contrastando con la predominancia de estilos más metaleros en otros festivales. Y para un servidor, eso vale millones. De hecho, una de mis bandas Top de aquella primera jornada, junto a Ronnie Atkins y Heavy Pettin’, eran sin duda los alemanes The New Roses. Afortunadamente, las tres bandas dieron respectivos conciertazos para quitarse el sombrero. Sin más dilación, paso a relataros el que fue, posiblemente, el mejor concierto de todo el festival. No voy a engañar a nadie si digo que la caída de The Warning no me supuso un disgusto, pero el subidón de ver a The New Roses sustituyéndoles en el cartel compensó sobradamente. Ya les había visto con anterioridad, pero sin duda, esta fue la mejor de todas. Con el Oh, Pretty Woman de Roy Orbison sonando a modo de intro, la expectación era considerable. Los alemanes venían a por todas, siendo conscientes en todo momento de que tenían que dar el 100% para mantener alejado el cansancio, que ya pesaba tras tantas bandas. Y no solo mantuvieron el fuego encendido: arrasaron el Zurbarán hasta sus cimientos. Nada menos que con The Usual Suspects dieron el cañonazo de salida, gozando de un sonido potente, un volumen muy elevado, y una ecualización sublime que permitía fijarse en los detalles de cada tema. Y qué decir de los músicos.

Cada uno de ellos, con una actitud gigantesca, se metieron al público en el bolsillo desde los primeros compases, con el desparpajo por bandera, y destilando calidad a raudales. Breve saludo y presentación, y no perdieron ni un segundo más en continuar con It’s a Long Way, con el bueno de Timmy Rough merendándose el escenario a bocados, recorriéndolo de un lado a otro, dándole vueltas al soporte del micrófono, desparramando carisma… y todo ello con una soltura pasmosa. También cantó increíblemente bien durante todo el concierto, clavando cada nota por difícil que fuese, y tras ese final bien cargadito de soul, continuaban con la cañera Nothing but Wild. Y ese flow tan especial persistía, se respiraba, nos llegaba directo a los huesos para hacernos vibrar y saltar hasta caer de rodillas. Los puntuales coros de Dizzy Daniels, que se unía en cuerpo y alma a su compañero de las seis cuerdas, adornaron aún más el tema. Bajaron un poco las revoluciones (que no la intensidad emocional), con la bonita y melosa All I Ever Needed, con esos primeros golpes marcados por Urban Berz, y cientos de pantallas iluminadas elevadas por parte del público, que crearon una atmósfera de esas que tarda en olvidarse. El vocalista ya nos incitaba, desde el principio de 1st Time for Everything, a cantar esos coros que llenaron cada centímetro del Parque de San Agustín, y fue Dizzy quien se encargó del solo con gran talento.

La mayor novedad y sorpresa en cuanto al line-up fue la presencia del guitarrista Heiko Elger, que sustituía a Norman Bites en esta ocasión en particular (ya que en el anterior concierto de la banda, en Langeln, Alemania, sí tocó el rubio). Es curioso que en las dos veces que les he visto, nunca haya coincidido con él. Sea como sea, lo cierto es que le echó actitud y huevos a partes iguales, adelantándose en el escenario, luciéndose con sus riffs, y coordinándose de perlas con Dizzy, algo que seguimos viendo durante la versión del Rockin' in the Free World de Neil Young. Hubo mucha implicación por parte de ambos hachas, cuyas cuerdas, además, sonaban afiladísimas. Incluso la banda se permitió un pequeño parón para hacernos gritar a gusto, lo que les propició unos ensordecedores ‘oes’ con los que Timmy Rough quedó alucinado. Fue un punto de inflexión en un concierto que no hizo sino subir una marcha más, a ritmo de boogey, con esa Gimme Your Love, dedicada especialmente para las mujeres presentes. Esencia clásica pero guitarras poderosas, junto a una batería cuyos golpes sonaban de lo más tajante… y bailes, muchos bailes encima del escenario, sobre todo por parte de Timmy, que continuaba dando un espectáculo vocal y escénico que nos exaltaba cada vez más. A pesar del considerable fresquito que hacía a aquellas horas, el vocalista se desmangaba para terminar de darlo todo, comenzando esa recta final con un temazo como es Glory Road.

De hecho, bajó al foso y terminó cantándola entre el público, con la libertad que le proporcionó el no tener que llevar colgada su habitual guitarra, mientras sus compañeros no se amilanaron precisamente: el bajista Hardy marcando el paso, y ambos guitarristas arrimándose el uno al otro. Los temas de The New Roses, comerciales y con mucho gancho, dan mucho juego a las colaboraciones, y ahí nos tenían de nuevo, acompañándoles con nuestros coros en Forever Never Comes, que desató un fiestón de locura, un ambientazo sin igual, con cientos de manos en el aire, allanando el terreno para otra de las grandes de su setlist, la arrolladora Down by the River. Un pelín ralentizada respecto al disco, aunque sin perder el compás ni por un segundo, gracias a la excelente labor de Hardy y Urban, fue uno de los puntos álgidos para mí, ya no del concierto, sino de todo el festival. Timmy, por su parte, se lució a tope cantándola y llevándonos de nuevo a su terreno sin ninguna dificultad. Como guinda a tan acalorada actuación, Thirsty fue perfecta, poniendo a absolutamente todo el recinto a saltar (y lo digo de forma literal), con Urban tocando a todo trapo, y Timmy grabándonos con el móvil. Su gran entusiasmo se reflejaba en su rostro, e incluso después de haber terminado, se quedó cantando con nosotros un ratito. Recomiendo a todo el mundo que no se los pierdan en el próximo Leyendas del Rock, porque tienen un directo que es una auténtica bomba.

Con una actuación de esas que, por muy cansado que estés, te sube la adrenalina hasta los topes, terminaba la primera jornada, y no podría haber imaginado un mejor final. Afortunadamente, habíamos cogido un hostel que estaba a 10 minutos escasos a pie del festival, así que sin hacerme demasiado el remolón, fui tirando, porque tras aquel maremágnum de temazos, después de tanto cantar, saltar, bailar y disfrutar, me sentía completamente exhausto, sin olvidar el kilométrico viaje de aquella misma mañana. Había que intentar descansar todo lo posible, ya que al día siguiente, el cartel se presentaba increíble, y pensaba exprimirlo al máximo.

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Zurbarán Rock (Viernes, 12-07-24, Parque de San Agustín, Burgos)

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