Arranqué el motor un par de horas antes de las 23:00 de la noche, hora estipulada para la actuación. Saliendo con tiempo de sobra, pensé, al igual me daría tiempo a ver alguna cara conocida por allí, y charlar un rato antes de entrar en faena. Ingenuo de mí. El concierto se celebraba en Picassent como parte del programa de les Festes Majors del pueblo, lo cual ya era un indicio de que el lugar iba a estar bastante concurrido, y no solamente la zona del polideportivo. Y no voy a andarme con eufemismos: encontrar aparcamiento fue un puto infierno, una odisea que acabó con mis nervios. Literalmente, más de una hora dando vueltas con el coche para encontrar una jodida plaza, incluso en las afueras. Finalmente, a más de un kilómetro y medio de distancia, en una calle de dudosa seguridad, dejé el coche conforme pude, y a paso muy ligero, me dirigí al recinto. Maldita sea mi puta suerte, me repetía a mí mismo, mientras aceleraba cada vez más el paso. El concierto debía haber empezado hacía rato. Sin embargo… ya en las inmediaciones, no se escuchaba música, y fue justo cuando ya me dirigía a la misma entrada del polideportivo, cuando sonaron las primeras guitarras. Pasaban 20 minutos de las 23:00, y al final, gracias a esos 20 minutos de retraso, tuve una potra de dos pares de cojones. Entonces, el paso ligero se convirtió en carrera a la desesperada, y finalmente, me metí en todo el ajo.
Y dejándonos ya de rollos, el concierto arrancó a fuego vivo con Rock Rápido… y madre mía… ¡cómo sonaba aquello! ¡¡como un puto cañón!! A toda hostia, cada cosa en su sitio, y con una potencia impresionante, algo que, por otra parte, no es extraño en los conciertos de esta banda, que siempre le sacan un partido excelente al equipo y a todos sus instrumentos. Con unos buenos arreglos de guitarra, y la banda ya bien asentada en el escenario, continuaban con ese tono desenfadado y festivo tirando de No Pain No Gain, por supuesto, también luciendo esas continuas poses con las que Álvaro y Ovidi nos deleitaban. Tras un cambio de modelo de guitarras (el primero de muchos), soltaban a continuación el que fue el primer single de su último disco “Acantilados”. Aullando en el desierto fue, tal vez, la más cantada y celebrada de este primer tramo, poniendo ya a muchos a bailar y a soltarse la melena, a pesar de la evidente pifia de Ovidi con la letra. El sonido continuaba siendo prácticamente perfecto, espectacular a todas luces. Natxo Tamarit también iba entrando en calor, y señalando a algunos conocidos entre el público, y ni que decir tiene, sobresaliendo a cada paso con sus magníficos coros. Ambos guitarristas volvían a cambiar sus instrumentos para pasar a meter cera de la buena, de la eléctrica, de la que te dispara la adrenalina, de la que fue santo y seña en los inicios de su carrera. Hablar, Hablar, Hablar… cayó como un tiro entre las cejas, demoledora, con esas guitarras que nos cortaban la piel, y que callaban solo para que gritásemos sin descanso el estribillo a capela.
Sin saltar de “Los Zigarros” (su primer LP), Cayendo por el Agujero fue otro chute de energía, sobre todo cuando llegó esa tormenta de notas que Álvaro expulsó por su guitarra, viniéndose muy arriba en el solo y agitando el mástil. Tanto gracias a su enorme calidad como músicos, como al portentoso sonido del que gozaban, la base rítmica, formada por dos grandes como Natxo Tamarit y Adrián Ribes, sonaba de auténtico infarto, contundente, muy marcada, muy viva. Por todo ello, los temas, la noche iba subiendo de temperatura por momentos. Y no dejó de hacerlo con las siguientes Resaca, muy coreada, y con mucha entrega y resistencia vocal por parte de Ovidi al cantarla, y Voy a Bailar Encima de Ti, siempre una delicia escucharla en directo, y particularmente, esa estruendosa batería de Adrián que te revienta los tímpanos con redobles bestiales, cambios, y un ritmo abrumador. Qué bueno es, el jodido. Haciendo un pequeño parón, el cantante nos saludaba, presentaba a banda y técnicos, y después, se sentaba al piano que ya tenía allí dispuesto desde el principio del show. Esto trajo profundos cambios, algunos encomiables, y otros no tanto. Para empezar, el instrumento sonó bastante bien, en su justa medida, y encajó de maravilla en los temas (imprescindible, de hecho, en algunos). Por otra, algo me decía que la intensidad ya no iba a volver a ser la misma. Escogían Desde que ya no eres mía, la primera con este formato, que fue interpretada a capela por Ovidi, solo con piano y voz, para terminar siendo bordada por todo el equipo.
Lo que menos me gustaron fueron las melodías vocales, totalmente improvisadas (demasiado, creo), y que no siempre encajaron bien. Con mucho más entusiasmo le metió a 100.000 Bolas de Cristal, que extendió por todo el recinto ese rollo disco con el que fue imposible parar de bailar. Con una guitarra de Álvaro petada de wah hasta los topes, y una colaboración masiva, terminamos todos cantando y palmeando ese nanana, con el solo apoyo de Adrián y su batería. Se colgaba Álvaro otra guitarra, y con Ovidi todavía al piano, proseguían con Por fin, también de su último “Acantilados”. Gracias a los pianos, a los coros, y a los tan cuidados detalles, sonó realmente fiel al disco, aunque he de decir que no es de mis favoritas. La que sí nos llegó realmente cambiada fue No sé lo que me pasa. Aun sin perder ese irresistible aire funky, presente sobre todo en la guitarra de Álvaro y en el siempre elegante bajo de Natxo, fue demasiado irregular en cuanto a interpretación. A pesar de la mastodóntica pegada de Adrián, el parón (con unas frases muy cachondas del tema de El Príncipe de Bel Air de por medio), no le sentó demasiado bien, sucedido por una parte instrumental que bajó mucho las revoluciones. Lo mejor, esos constantes y creativos punteos de Natxo, demostrando lo que ya sabemos de sobra: que es un bajista extraordinario, un jodido superclass.
Tras volver a coger la guitarra, Ovidi presentó el siguiente corte, una de las imprescindibles en sus directos como Dispárame. Las guitarras volvieron a rugir a gusto, tan solo ante luces blancas y toneladas de humo. Álvaro, muy contento, se aproximaba al borde del escenario, señalando al personal, y mostrándose muy efusivo. Estuvo absolutamente llameante en este tema, y a mitad de este, así por las buenas, nos escupieron todo un zafarrancho de ritmos punks aplastantes y guitarras sucias que nos hicieron saltar los plomos, tirándolo todo por el aire. Bajando un poco el pulso, ambos hermanos se hicieron los amos y señores del escenario, cara a cara, luciéndose con sus cuerdas, bajo una sosegada base rítmica, antes de que volviera a caer otro bombazo del calibre de A todo que sí, de innegable sabor AC/DCero, que subió de nuevo los humos del respetable, sus voces, y sus manos. Esos coros de Natxo, como siempre, pulidos hasta el extremo, al igual que los escuchamos en Cómo quisiera, otro de esos temas con los que se han desmarcado notablemente de su estilo primigenio. Precisamente, y en la recta final, esas armonías vocales conjuntas entre Ovidi y Natxo volvieron a brillar, eso sí, prolongándose demasiado para mi gusto. El apasionado solo de Álvaro, y los pianos de Ovidi (que la volvió a liar con las letras jeje) completaron la oferta. El cantante, siempre tan escueto (pero al mismo tiempo, cautivador) a la hora de dirigirse al público, lanzaba besos por doquier, sentado al piano, aunque no tardaría demasiado en volver a colgarse la guitarra.
La parte instrumental que vino a continuación, como no podría ser de otra forma, estuvo impecablemente ejecutada, aunque tal vez fue demasiado suave, cargándose en parte la excitación general. Pero como demostraron, también son expertos en reanimar de golpe y porrazo los ánimos, con temazos de la talla de Tenía que probar, una de las que más me gustaron de todo el concierto, gracias entre otras cosas a la pasión y forma de retorcerse de Ovidi con el solo, a los coros, y a esos focos rojos que alumbraron al vocalista, creando un ambiente súper íntimo antes de que Adrián reventase a gusto su batería. Del descanso de los bises, no demasiado prolongado, volvieron todos chupito en mano, brindando y saludando al personal. Apaga la Radio volvía a ponernos en órbita, levantando puños en el aire, bailes y entusiasmados cánticos, todo un hit sin duda, y también Malas Decisiones, sin cambiar de tercio ni de disco, con su letra tan canalla, un entregadísimo Álvaro en el solo, y unos bajos que resonaban de fábula. Dos interpretaciones de las más espectaculares y moviditas de la noche, e iban a por la tercera, que abrió Ovidi a guitarrazos. Así, sin vaselina, Dentro de la Ley desató la locura, las melenas, las palmas... De nuevo Álvaro (que se mostró imparable durante todo el concierto), volvía a perder los papeles, dejándose el cuello al frente del escenario, mientras su hermano lo acompañaba con un ardiente solo de teclado. Y viendo cómo estaba el patio ya, directamente nos dejaron cantar las primeras frases, a capela, de Qué Demonios Hago yo Aquí, ante una banda que ya lo dio todo hasta el final entre contagiosos riffs, coros de libro y mucha coordinación y energía.
Buen concierto, no absolutamente magistral debido a ciertos detalles, como su ritmo a veces irregular, los olvidos en las letras, o su brevedad (lo normal es que toquen dos horas, y no una y media), pero en el que disfruté como un enano y del salí completamente agotado, y esto sí que no es ninguna novedad cuando me encuentro con Los Zigarros. Si bien les vi algo despistadillos en ciertas partes, y obviamente tiraron de mucho tema nuevo en el repertorio, también es cierto que su calidad como músicos es totalmente incuestionable, su gran clase y chulería inunda el escenario de principio a fin, y por supuesto, sonaron de la hostia, y al final estos últimos aspectos fueron los que mandaron en esta noche tardía de verano.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_

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