lunes, 14 de julio de 2025

Fire & Ice (Avalanch y Vhäldemar, Rock Arena 2025, Sábado 12-07-25, San Fulgencio)

El Antro del Metal - Vhäldemar Portada
Trece largos años han pasado ya, que se dice pronto, de la primera celebración del festival Rock Arena. Aquel cartel ya apostó fuerte, albergando a bandas tan reconocidas como Centinela, Sphinx o Koma, y desde entonces, la localidad alicantina de San Fulgencio se ha convertido en un punto de parada casi obligatorio, año tras año, para todos aquellos aficionados al Heavy Metal deseosos de disfrutar de una noche de ambiente caluroso, familiar, al aire libre y, para redondear la jugada, siempre gratuito, salvo en la edición del 2013. Sin ser un festival de grandes masas (algo que incluso se llega a agradecer), el Rock Arena casi siempre cuenta con su público fiel. El que suscribe no ha estado en todas las ediciones, pero sí en la mayoría, y algo que siempre han tenido en común dichas noches, ya sea solo o con distintos colegas, es que siempre me han dejado un montón de grandes momentos, siendo testigo, además, de su evolución, sus cambios de recinto, sus distintos formatos, y de la gran cantidad de grupos, de tan diversa índole, que han pasado por allí. Otro de sus grandes alicientes, es la garantía casi total de encontrarse, a cada paso, con caras conocidas. Obviamente, ha habido carteles que me han gustado más que otros. Sin embargo, en este 2025, cuyas noticias, por cierto, llegaron bastante tarde, vi un cartel realmente interesante que no me quería perder, sobre todo, por esos dos pesos pesados que son Avalanch (a quienes hacía tiempo que no tenía la ocasión de ver) y los siempre triunfales Vhäldemar, que para mí eran el auténtico valor añadido de este año. Más vale tarde que nunca, dicen, así que con tan solo unos pocos días de antelación al evento, mi colega Kurro y yo decidimos que tocaba acercarse un año más.

Puesto que ambos teníamos nuestras movidas este sábado, los primeros grupos no nos hacían demasiado ‘tilín’ (con todo respeto para ellos), y por mi parte, ya me he cansado de chupar tanto sol y calor este verano (lo del Rock Imperium fue para morirse), acordamos ir tan solo a los dos últimos conciertos, aunque finalmente, vimos un buen trecho de la actuación de los implacables Morphium. Ya les vi allí mismo en 2022, y sin ser para nada mi estilo, reconozco que supieron hacer temblar el escenario a lo bestia y cautivar a un numeroso y entregado público, que acabó rindiéndose a sus pies. Pero poco más puedo decir, ya que para hacer una crónica digna, lo mínimo es conocer más o menos bien a la banda y haber presenciado todo el concierto.

Las predicciones se cumplieron. A los pocos minutos de llegar, y prácticamente durante toda la noche, nos fuimos encontrando con un montón de colegas: Popi, Guillermo, Anna, Diego, Juani, Vicent, Suni, Aitor, Leandro, Quillo, Porti, Doria, Jose, Vanessa, Enrique, Esteban… etc., a quienes, como siempre, fue un putísimo placer saludar. Ya terminado el show de Morphium, y tras echar unas espumosas, fuimos cogiendo sitio para Avalanch, una de las bandas nacionales que más marcaron mi post-adolescencia. La noche era más bien templada, en parte debido al viento que soplaba, algo que, si bien en parte fue hasta agradable, estropeó todavía más un sonido que fue uno de los puntos flacos de este festival. Ya sé, ya sé, es un festival gratuito y no se le pueden poner demasiadas pegas, pero todo hay que decirlo.

Avalanch:

Lo tenían todo a favor para triunfar. Era una actuación muy esperada, debido entre otras cosas a su formación actual, y a la gira conmemorativa de su 30 aniversario, y eso era algo que se reflejaba en el abundante público que se reunía a los pies del escenario. Sin embargo, el concierto no fue lo que muchos esperaban, incluso más allá de los problemas técnicos que tuvieron que padecer. La introducción narrada indicaba que todo estaba a punto, con la banda ya sobre el escenario calentando motores. Sin embargo, terminada la grabación, todo quedó en un silencio bastante incómodo, y los músicos se retiraron del escenario. Algo no marchaba bien. Pasado un rato, volvieron a la palestra, ahora sí, para dar caña con Horizonte Eterno. El sonido resultó ser bastante flojo y blandengue, incapaz de transmitir esa pasión que, por otra parte, le echaban sus músicos, con las chispas ya brotando del escenario. Con una apertura en el teclado del gran Manuel Ramil llegaba El Dilema de los Dioses, que fue engalanada con esos ritmos progresivos y unos buenos coros del bajista Nando Campos, que sin lugar a dudas, se destacó como el músico más activo de todo el concierto. Lilith trajo registros un poco más heavys, en la que José Pardial, cada vez más inmerso y suelto, se atrevió con algún pseudo-gutural, y sus compañeros Nando y Manuel, complementaban su voz con coros que sí sonaban bastante sólidos.

Sin embargo, la cosa no terminaba de encenderse del todo en este primer tramo. La gente estaba ahí, sí, pero pocos cantaban o se movían demasiado. Xana, cuyo estribillo José nos hizo corear a capela antes de arrancarla, llevó el show a otro nivel. Aunque faltaba dureza en esas guitarras del maestro Alberto Rionda, los desmelenes y constantes despatarramientos de Nando, las oleadas de humo, y el cantante, ahora sí, dominando el cotarro, llegaron mucho más al público. José nos avisaba de que ‘se venían sorpresitas’, y conversaba con la peña, haciendo tiempo mientras se intentaba ciertos problemas técnicos. Muchos ya sabíamos por dónde iban los tiros, pero tendríamos que esperar otra canción más para confirmarlo. No fue otra que La Flor en el Hielo, magnífica, por cierto. Los bajos se escucharon muy claros en ella, y el batería Bjørn Mendizábal estuvo preciso en las partes más técnicas, y pegándole duro cuando más caña requería. José tal vez abusó de esos agudos gratuitos sin ton ni son al final de cada tema, pero también su trabajo fue encomiable. Pero fue la salida a escena de Ramón Lage, ante la que muchos quedaron ojipláticos, uno de los momentos más triunfales de la noche, sobre todo, para quienes no sabían que actualmente forma parte de la banda como miembro fijo. Fue él mismo quien se encargó de llevar el timón vocal de los siguientes temas, como Lucero, que no lo voy a negar, me puso los pelos como escarpias, tanto por lo inesperada, como por escucharla con el cantante que la registró en aquel maravilloso “Los Poetas han Muerto”.

A pesar de la suavidad de los temas, la gente por fin empezó a cantar y a venirse arriba. Y es que Ramón siempre tuvo tanto carisma en su voz y en su forma de actuar, como química con su gente. Sé que muchos habrían preferido cosas más clásicas y/o cañeras, pero para mí, Niño fue uno de los momentos álgidos, y no solo del concierto, sino de toda la velada. De una extrema sensibilidad, las cuerdas de Rionda, y los teclados de Manuel, en pluscuamperfecta conjunción, fueron sus protagonistas absolutos, especialmente en esa parte central que me tocó muy, pero que muy hondo. Todo un subidón emocional que, tras unas palabras del propio Ramón sobre lo insólito y a la vez mágico de la situación de volver a verse allí tras tantos años, continuó con Mil Motivos. Fue el único corte escogido de “El Ladrón de Sueños”, uno de mis discos menos favoritos de su carrera, pero aún, así disfruté especialmente de esos alardes rítmicos entre Bjørn y Nando, y ese continuo headbanging de Ramón, que al igual que hizo con anteriores cortes, lo bordó. Su magnífica actuación levantó de entre el público, aparte de aplausos, varios gritos de ‘¡Ramón quédate!’ o ‘¡Ramón no te vayas!’. Aquello me hizo recordar cierta situación, hace muchos años, en cierto festival de cuyo nombre no quiero acordarme… lo curiosas e impredecibles que son las vueltas que da la vida. Aún Respiro fue recibida con un espontáneo y gran aplauso.

En ella, Nando lo dio absolutamente todo, cabeceando, agachándose, levantando el mástil de su bajo… contrastando con la sobriedad de Rionda, que muy concentrado, eso sí, clavaba cada nota. Este último se quedó solo en el escenario, iluminando, y haciendo hablar a su guitarra con la preciosa Santa Bárbara. Pero si estas últimas me trajeron grandes recuerdos, la nostalgia me inundó por completo en Alborada. Fue, sin duda, el momento más emotivo del show gracias, entre otras cosas, a una interpretación sublime de Ramón y Alberto, y a las palabras de este último (‘lo que la música ha unido, que no lo separe el hombre’), culminadas con un gran abrazo entre ambos. Volvía Jose a escena, siendo adulado por Ramón, y volvieron a remontar el ritmo con Otra Vida, de uno de mis discos preferidos de cuantos han sacado Avalanch (“Muerte y Vida”). Ahora con tres columnas de chispas en el borde del escenario, ambas voces conectaron y empastaron de maravilla, a pesar de (o gracias a) sus alturas y timbres completamente distintos. El teclado de Ramil brilló con especial fuerza, y Ramón se acercaba a todos sus compañeros, antes de que llegase Baal, en la que este último se encargó de las partes en inglés, mientras Jose hacía lo propio con las cantadas en español. En el inicio de Pies de Barro (¡temazo!) la banda demostró con creces su nivel técnico. Ambos vocalistas saltaban al unísono, contagiándonos esas ganas, y para nuestra sorpresa, fue Ramón quien se encargó de ese gran agudo, dando a entender que no ha perdido sus facultades en esos registros.

También gustó mucho Alas de Cristal, con mucha presencia de teclado, y unas geniales armonías vocales. Hasta ahora, fue de las más cantadas, pero aún faltaba el grueso de los bises. En Lágrimas Negras, Ramón mostró su faceta más agresiva (aunque entró tarde en algún estribillo), y nos cedía la palabra en ese momento en el que, solo con la batería en marcha, cantábamos nosotros la letra. Nando, por cierto, continuaba con la misma energía con la que empezó el concierto. Jose, de parte de toda la banda, agradeció al público su calor y al festival su presencia allí, y simplemente presentó la siguiente a través de Manuel Ramil, que nos daba esas primeras notas de la esperadísima Torquemada. Fue, con bastante solvencia, José Pardial quien se encargó de cantarla, al tiempo que Ramón respaldaba con coros, de nuevo, en un trabajo muy coordinado entre ambos. Currazo también de Rionda en sus partes, sin fallar una sola nota, comedido, pero siempre elegante. Un final que fue, con mucho, lo más animado a nivel de público, que despidió a la banda con un sonoro aplauso, mientras José nos lanzaba un ‘¡hasta siempre!’ de todo corazón.

No llegó a cuajar en todo el mundo, y puedo entenderlo por el ritmo que el setlist escogido dio al concierto. Pero para mí fue muy de menos a más, y me acabó atrapando, dejándome momentos de grandes temas, muchas sensaciones y recuerdos, tirando de unos grandísimos músicos y su ya habitual sensibilidad a la hora de hacer las cosas. Y sin desmerecer a nadie en absoluto, la presencia de Ramón fue de lo mejorcito, y de lo más sorprendente y aclamado del show.

Aunque tampoco negaré que me quedé con muchas ganas de más, sobre todo en lo que respecta a temas de su primera etapa. Su particular elección de temas, flojillo arranque, y sonido irregular, fueron los culpables de que no podamos estar hablando de un concierto redondo. Pero por la parte de ver las grandes interpretaciones de los músicos (algo fundamental para mi gusto), me despedí de ellos bastante satisfecho. Sin embargo, el punto realmente fuerte de la noche, para muchos, entre los que me incluyo, llegaría desde la otra punta del país hasta nuestras tierras alicantinas: el huracán Vhäldemar.

La cosa es que me sorprendió, muy para mal, que por lo menos la mitad de gente se pirara antes de su actuación. Ahí se aprecia el desconocimiento que se tiene, o las pocas ganas en general de descubrir o dar la oportunidad a bandas menos conocidas, ya que de otra forma, no puedo entender esta desbandada. Porque si hay algo indiscutible, es que cuando ves a Vhäldemar en directo por primera vez, nunca más puedes dejar de hacerlo. Más que un concierto de Heavy Metal, es toda una experiencia.

Vhäldemar:

Situados en rigurosa primera línea de combate, minutos antes de que empezase aquel desmadre, ya escuchábamos bramar a Carlos Escudero, que ni a la hora de probar su micrófono deja a un lado ese humor tan canalla. Se lanzaron de pleno al ruedo con la poderosísima Dreambreaker. Doble bombo a toda hostia… ¡y a rodar! Los fulgurantes y kilométricos solos del grandioso Pedro Monge nos iban encendiendo la sangre a paso de gigante y Carlos se plantaba en nuestras narices con unas maneras muy desafiantes, gritando y retorciéndose. Aunque desgraciadamente, ya en este punto, tengo que hablar del sonido. Puede que sea una visión totalmente subjetiva de lo que se escuchaba desde primeras filas, puede que más atrás la mezcla llegara a más volumen y más compacta… pero desde nuestra posición, apenas se escuchaba un barullo indescifrable y casi muteado. A pesar de todo, el sonido tan flojo, y la poca asistencia, Carlos no iba a permitir, ni por asomo, que no nos dejásemos la vida en cada tema. Porque si hay algo en Vhäldemar que nunca ha fallado, esa es la tremebunda actitud de sus músicos, y su capacidad para ponernos calientes en cuestión de pocos minutos. Devil’s Child, acompañada por cánticos y gritos de ‘¡a muerte!’, fue un auténtico chorreo de tralla, especialmente, a la batería del implacable Jandro Tukutake, una auténtica bestia de los parches y platos que parecía querer destrozar su instrumento a cada golpe.

La tensión fue aumentando, llegando ya a casi a su máximo apogeo con Metalizer. Mientras Raúl le metía sin piedad al headbanging, y también daba sus coros con esa gran voz que más tarde nos regalaría de pleno, Carlos Escudero, ese showman, ese animal indomable, ese loco revestido de cuero hasta los huevos, bajaba de un salto al foso, encarándosenos y gritando, y más tarde, saliendo de la zona para mezclarse entre nosotros, cogiéndose del cuello con la peña, pasándonos el micro, e incluso navegando sobre las cabezas de los demás sin dejar de cantar. Este era el nivel. Tratando de solventar algún problemilla con el bajo, el cantante aprovechó para lanzar la primera tanda de agradecimientos, con su particular estilo tan descarado y corrosivo, haciendo que nos partiésemos de risa. Death to the Wizard! levantó no pocas pasiones, apreciándose muy bien, en ciertos momentos, las teclas de ese corredor de fondo llamado Jonkol Tera, una pieza imprescindible en el sonido de la banda y que, además, aporta un virtuosismo de locura. Por su parte, Raúl y Pedro hacían buenas migas, apretándose entre ellos y mostrando sus mejores habilidades. Con un doble bombo atronador, y un posterior duelo flipante entre Pedro y Jonkol (joder, es que menuda pareja…) llegaría Old King’s Visions (Part VII). El comportamiento de Carlos en ella, tan gamberrazo como siempre, inclinándose sobre el micro, elevando el palo, y lanzándolo después al suelo con todo el desprecio posible.

Cantó de puta madre, y además, cada vez que abrió la boca entre tema y tema, fue para matarnos a reír, siempre incitando al desmadre y al escándalo, como sucedió en 1366 (Old King's Visions Part V). Siendo uno de mis grandes temas favoritos, me dejé las putas cervicales en ella, lo mismito que pretendía el bajista, cuya melena no paró en todo el tema, deleitándonos con unos punteos rapidísimos. Maltratando su soporte una y otra vez, Carlos alternaba su voz con la de Jonkol a las teclas, pasándole el micro cada dos por tres. ¡¡Sois todos unos putos bastardos!! Nos piropeaba a continuación. Y aquí hubo una de mandanga que no se salvó ni el Papa, siempre a partes iguales de cariño y mala folla. Encaraba en primera línea esa Bastards, dando golpes al suelo con ese soporte tan guapo, al tiempo que el astro Pedro Monge nos dejaba alucinados con uno de sus solos, esos de dificultad imposible que ejecuta como le sale de la polla. Sin duda alguna, uno de los mejores y más impresionantes guitarristas que uno puede ver en directo. Bajando un poco el ritmo, pero sin prescindir de ritmos pesados, guitarras lacerantes, teclados base o coros armónicos, llegaba Fear, en la que vimos cantar a un galáctico Raúl Serrano. El bajista se lució en sus dos facetas, con su siempre enaltecida pasión y su perenne sonrisa… aunque no tan diabólica como la que Carlos ostentaba al frente del escenario.

Ya empuñando su botella de JB (madre mía…), el vocalista nos presentaba otro de los grandes temas de la noche, también de aquel colosal “Against all Kings”, que creo que es el mejor disco que han grabado en su carrera. En su introducción, llamada Vulcano, la gente seguía y silbaba la melodía tocada por Jonkol, hasta que llegó esa gran explosión llamada Howling at the Moon, secundada por incombustibles ‘¡eh! ¡eh!’. Entre los pateos y gritos de Carlos, y ese virtuosismo incandescente de Pedro, poco podíamos imaginar que el tema subiría aún más de intensidad con la subida sorpresa de Aitor Navarro al escenario. Gran cantante, mejor amigo, frontman insuperable, y uno de los tipos más auténticos con los que uno se puede topar en la vida, colaboró en las voces con Carlos, y encandiló inmediatamente al público con su descomunal actitud, carreras, empatía y fuerza escénica. Los gritos desde el público, que ya se había hecho bastante más numeroso, sonaban casi tan estruendosos como la devastadora batería de Jandro, que de nuevo, me dejó con un palmo de narices. Esto ya iba a ser un no parar, con la llegada de The Old Man, una de las favoritas del cantante, que la vivió a muerte (nunca mejor dicho). El escenario no era suficiente para él, y otra vez se paseaba entre la gente, yéndose hasta casi las barras y volviendo, conectando con sus fans, y derrochando carisma y autenticidad a cada zancada.

Hay gente que tiene Heavy Metal en lugar de sangre en las venas, y Carlos es uno de ellos. Sus compañeros seguían repartiendo cera en el escenario, y descojonándose ante tan suculento despropósito. Las guitarras de Pedro restallaban más que nunca en Breakin' All The Rules, y situándose en el centro, se marcó un auténtico duelo de cuerdas / teclas con su compañero Jonkol que fue digno de ver, virtuosismo desmedido y calidad a mares. Después de repartir unos buenos tragos de whisky entre las primeras filas, Carlos subió hecho un auténtico energúmeno, dando patadas a su palo de micro, e incluso haciendo moshpits con el resto de músicos. Nunca deja de sorprendernos, y tampoco lo hizo en la siguiente Energy, que según él mismo, siempre tocan al final ‘porque les sale de los cojones’. Y visto cómo funciona en directo, no les falta razón. Con mil puños levantados en el aire, su estribillo fue coreado por todo el recinto, y en su último envite, fue un auténtico desfase. Carlos se encaramaba a la estructura del escenario, para terminar dando volteretas por el suelo, y en una última sacada de chorra, Raúl y Pedro intercambiaron sus instrumentos, el guitarrista pasó a ser cantante, y Carlos llegó a tocar bajo, guitarra, e incluso batería a medias. Un solo a la velocidad de la luz (parcialmente de espaldas) por parte de Pedro J. Monge nos volvió a dejar con el culo torcido, y delante de una ensordecedora ovación (la que se ganaron), la banda nos daba el último adiós.

Haber visto a un grupo ya tantas veces en directo, y no dejar de sorprenderte, ni venirte arriba, ni flipar con su talento y actitud en ningún momento, como si fuera la primera vez… es señal inequívoca que siguen por el camino correcto. Aun con todo, se merecen mucho más de lo que tienen. Si fuesen otros tiempos, y tal vez otro lugar, estarían llenando enormes recintos. Pero lo mejor de todo, lo que les hace invencibles, es que, ya sea ante 100 personas como ante 3000, la banda da absolutamente todo lo que tiene, cada gota de sudor, y cada ramalazo de pasión. Y solo eso, ya les convierte para mí en unos gigantes. El sonido, repito, desde donde yo estaba, fue muy malo, y se pasaron de su hora, pudiendo haber tocado al menos un par de temas más. Pero al final todo forma parte de su show, un show que, como todos los que he visto hasta la fecha, valió su peso en oro. ¡Larga vida a Vhäldemar! ¡A MUERTE!

Entre retraso, despedidas, trayecto, y toda la pesca, en casa pasadas las 4:00, molidos, pero tremendamente contentos. No quisiera despedirme sin mandar un abrazo a todo@s l@s que estuvisteis por allí dándolo todo hasta el final, y por descontado, a mi colega Kurro por la compañía y las risas hasta última hora. Hasta el año que viene, Rock Arena (si me mola el cartel, claro).
¡Salud!

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_

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