
Un cartelazo de auténtico lujo, del que pensaba saborear intensamente cada minuto. Empecé, a las 2 del mediodía, a ver qué me podía ofrecer la banda local Punto&Final, no sin antes despedirme de Enrique y Vanessa, con quienes pasé un rato de puta madre, y a la sombrita.
Punto&Final: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)
Con la desaparición del tercer escenario, el Rock Imperium reservaba las primeras posiciones del horario en cada jornada para bandas locales y/o emergentes. Punto&Final encajan en el primer conjunto. Una banda murciana que, aunque no ha presentado excesiva actividad, llevan ya 12 años existiendo como formación, aunque esta última haya ido acumulando múltiples cambios.
Visiblemente contentos por la oportunidad de poder estar en un escenario tan grande (casi con total seguridad, el mayor donde han tocado nunca), saludaron con especial énfasis a sus seguidores, y comenzaron con Escápate, soltándose poco a poco, con el vocalista Yayo Hernández dándose los primeros garbeos sobre el escenario, y las teclas escuchándose bien. Contra todo pronóstico, gozaron de un sonido más que aceptable, también en esas guitarras y coros protagonistas de Dueño del Rock and Roll. Se presentaban debidamente, pedían gritos y ánimo, e incluso nos invitaban a cantar a capela su final. Su ejecución fue correcta, aunque con alguna que otra ligera descoordinación rítmica, muy puntual, eso sí. Continuaban con Crisálida, que da título a su único disco hasta el momento, despuntando las bases al inicio, el solo del guitarrista Borja, y las teclas que asomaban al final del tema. Su cantante, muy volcado en su papel, nos hablaba lleno de orgullo, presentando no solo la siguiente Hijo del Sol, sino a un invitado de auténtico lujo como fue el gran José Cano, una de las mejores voces del Heavy Metal en nuestro país. Es cierto que olvidó alguna frase del tema, pero entre ambos vocalistas, tirando de elegancia y apoyo mutuo, dejaron un trabajo bien hecho que también contó con coros del bajista Manolo Molero, personalidad muy conocida en los círculos locales del Rock.
El estremecedor agudo de Cano al final le valió calurosos aplausos, abandonando ya el escenario para dejar paso a Lazos de Rock, que cuenta, básicamente, la historia de la banda. En este caso, fueron ritmos saltones casi cercanos al folk, con bajos cabalgantes y un solo de Willy López-Acosta que levantaron bastante los ánimos y algún baile entre los escasos asistentes. Sin perder excesivo tiempo, Yayo al frente nos preguntaba si lo estábamos pasando bien, reconociendo que, aunque se mueven poco por los escenarios, y que todavía les falta mucho por definir en su estilo musical, es el amor por la música lo que les lleva a continuar el camino que iniciaron años atrás. Al tiempo, y con una risotada por parte del mismo, disparaban el último cartucho, un tema más épico, histórico y cercano a lo que hacen Tierra Santa llamado La Leyenda de la Mano Negra, que puso a la banda a botar entre humo, narraciones, y una parte central marcada por los redobles de Fran Iniesta a los parches. No sé hasta qué punto este concierto reavivará la carrera de Punto&Final, pero desde luego, se lo pasaron en grande, y eso ya no se lo quita nadie.
Strangers: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)
Muchos, muchos cambios ha habido en el seno de la banda desde que Miguel Martín y Abel Ramos, sus fundadores, decidieron emprender esta aventura musical. Pero sin duda, el último de ellos ha sido el más marcado, y no solo a nivel de formación, también en el plano musical. Si bien no han dejado totalmente de lado ese sonido Hard – AOR que practicaban en sus inicios, ambos músicos han decidido caminar ahora, con un disco del que ya se han presentado varios singles, por una senda de modernización de su estilo y sus melodías. Y van con todo en su apuesta.
Ya tuve el placer de verles descargando hace un par de años en la ciudad de León, en uno de sus primeros conciertos que dieron con esta formación, y me quedó claro que uno de sus principales baluartes en esta nueva andadura recae sobre su nueva y flamante vocalista, Celia Barloz, cuya voz es la que más aporta esos aires de renovación. Luciendo espectacular, y rápidamente dominando el escenario, Worth a Shot fue el primer tema con el que nos demostró sus cualidades. Si bien en algunos momentos muy concretos le faltó un puntito de afinación en esta fase de calentamiento, se reveló como una auténtica fiera indomable, posando, arqueándose, saltando, corriendo por toda la superficie, y quedándose con gran parte de las miradas del público. Actualmente bajo el paraguas del sello Frontiers Music, en octubre del pasado año lanzaron un EP llamado “Whispers”, con cuatro temas, y sin embargo, en este concierto quisieron ir más allá, y presentar también algunos que todavía no han registrado, como fue el caso de My Dream. Strangers se iban ganando ya las primeras manos en el aire desde el público, gracias a la elegancia y talento que mostraban a cada paso y en cada nota. Luciéndose delante de la cámara, Miguel se tiraba de rodillas con gran actitud, mientras Celia nos regalaba unas sesiones de tonos increíblemente altos, y perfectamente ejecutados.
Sin parar demasiado entre tema y tema, entraban de lleno ahora en Languaje of Love, otra nueva que nos hizo aumentar las ganas de escuchar el que será su cuarto disco, “Boundless”. Guapísima y sexy, la vocalista hacía del movimiento escénico y la provocación un arte, acercándose al respetable y, de tanto en tanto, juntándose con cada uno de sus compañeros, bromeando con César al bajo, y también con Miguel, con quien tuvo especial química. Este último, que abrió el tema desde la plataforma derecha, también la empleaba como trampolín en cortes como Still the One. La carga de doble bombo en la batería de Abel Ramos subió los niveles de potencia, así como los riffs más pesados del guitarrista, contando también con coros muy graves pregrabados. Los tempos y cortes rítmicos estuvieron llevados con exactitud, y Celia, definitivamente, nos demostró hasta donde podía llegar con su privilegiado rango. A Flames ya la conocemos del EP “Whispers”, donde esta vez los coros vinieron de parte de César, a quien vimos muy inmerso en el show, punteando con pasión y elegancia. También esta última resultó de las más cañeras del setlist, aunque el honor de ser la más disfrutada y bien recibida le correspondió a With You, probablemente, el single más exitoso de su carrera.
Haciendo gala de un flow tremendo, Celia nos invitaba, con mucha simpatía y energía, a corear partes del estribillo mientras sus movimientos eran un no parar que nos tenían absortos. Miguel se subía un buen rato a su plataforma, que le dio bastante juego y visibilidad en Into the Night, el corte que abrirá “Boundless”. Desde ahí, nos regaló sus vibrantes solos, constantes poses, y ese ondeante wahwah que sonaba desde su guitarra en Enemy, el último tema de su concierto. Aprovechando la intro disparada, Celia nos animaba (en inglés) a cantar todo lo arriba que pudiésemos en el que es a la vez uno de los temas más modernos, y una de las melodías más trabajadas que pudimos escuchar. Ni a ellos, ni a nosotros nos impidió disfrutar el sofocante calor. Practicando el salto de altura, Miguel tocaba suelo antes de que finalmente llegase ese último y espeluznante agudo de Celia, y con él, la despedida de unos músicos que no podían ocultar la alegría en sus rostros. Lo cierto es que me gustaría haber escuchado, aunque fuese como complemento, algún tema de sus primeros y más clásicos discos, pero también entiendo que poco a poco quieran enfocarse únicamente en su nuevo sonido, que espero les traiga muchos éxitos en su carrera.
FM:
Tras el muy buen sabor de boca que me había dejado el concierto de los madrileños Strangers, me froté las manos, preparándome para la que sería una de las actuaciones más esperadas de todo el festival. Con los FM y su melodic Rock de muchos, muchos quilates, uno sabe ya que se enfrenta a una apuesta 100% segura. Una banda que, a mediados de los 80, redefinió el sonido AOR llevándolo a su propio terreno, y que a día de hoy, continúan sacando unos discos tan rotundamente buenos, y tan pulidos, como hace 40 años. Prueba fehaciente de ello es su último trabajo, “Brotherhood”, cuyos adelantos hasta el momento nos lo presentan como otra muestra de su infinita elegancia a la hora de componer esas melodías en las que siempre fueron maestros.
En realidad, no catamos nada de este. Tampoco el setlist fue el mismo que llevaron en su reciente gira acústica, que me habría encantado ver, pero que solo se realizó dentro de Reino Unido. Por ello, nos quedamos sin muchas rarezas… pero desde luego, tampoco nadie le puede hacer ascos a un setlist tan lleno de clásicos de su discografía, porque será que no los tienen a patadas. El concierto fue muy compacto. De hecho, una sola hora, y empezando a las 16:30… me parece poco respetuoso para una banda de tan distinguido calibre. Sea como fuere, no iba a permitir bajo ninguna circunstancia que ni el horario, ni el insufrible calor me aguaran la fiesta. Tal como le dije a mi amiga Inma, cuya compañía en aquel concierto fue un auténtico lujo, ‘yo he venido aquí justamente por cosas como esta’.
Y vaya que no decepcionaron, pero ni haciéndolo adrede. Todavía guardo cantidad de imágenes y momentos en mi cabeza de aquella soberbia actuación que, con el nombre de FM en grande a sus espaldas, y nada más de escenografía, nos conquistaron de primeras con su principal arma: la CLASE. Y en ella nos introdujo de lleno ese estallido en forma de de escala de teclas que se produjo justo en el comienzo de Digging Up the Dirt. La magia de los comandados por dos grandes como Steve Overland y Merv Goldsworthy empapó por completo todo el escenario y sus alrededores, y además, con un sonido a la altura de su calidad como músicos. La simple visión de Steve y su guitarra, moviéndose, cantando, manejando el instrumento… con tantísima elegancia, ya te deja prendado. Su voz, siempre maravillosa e inconfundible, hizo las delicias de todos los asistentes con I Belong to the Night, mientras el humo del escenario le infundía ese toque añejo, y definitivamente, las teclas de Jem Davis terminaban de crear la magia. La tremenda pasión con la que Jim Kirkpatrick encajaba su solo, muy cerca del público, nos dio todavía más gula de FM. Con Killed by Love, ya empezamos a atisbar el clasicismo que iba a reinar en el setlist. Sencillamente imposible no ponerte a cantar su melodía, que Steve apuntalaba con muchos matices, y un auténtico señor como Merv Goldsworthy respaldaba con sus coros.
Jem Davis no solo es un teclista de la hostia, también es puro nervio sobre el escenario, un músico que se lo pasa tan bien como toca, que se retuerce, baila y canta los temas, que nos regala gestos y poses, y cuyo trabajo, por descontado, engrandece todavía más el status de la banda. Un auténtico privilegio poder escuchar en vivo y en directo, y en versión original, esa Someday (You'll Come Running), con la que continuaban esa exquisita retahíla de temazos. Liberado por unos momentos de su guitarra, Steve continuaba derrochando carisma y porte a raudales, pero esta vez repartiéndolo por todo el escenario y contagiándolo a los pocos pero acérrimos fans, entre quienes nos encontrábamos nosotros, al igual que hizo con Let Love Be the Leather. Deliciosa la apertura de teclas por parte de Jem, a la que siguieron unos cuantos cánticos desde el público con los que Steve nos instaba a elevar la voz, mientras sus compañeros Merv y Jim intercambiaban posiciones. Ambos guitarristas pegaban espaldas justo antes de que cayese el único exponente del “Aphrodisiac”, que no sería otro que All or Nothing. Y ahí, en la parte derecha, volvíamos a fijarnos en el teclista, que llevaba una fiesta encima impresionante, cabeceando y marcando teclas con un estilazo de miedo, casi tanto como el de Pete Jupp, que igualmente, lo vivía a tope.
Una nueva erupción de humo llenó el escenario antes de Don’t Stop, un tema que no esperaba en el repertorio, uno de los muchos que, por fortuna, cayeron aquella tarde de su insuperable “Tough It Out”. Y eso para mí son palabras mayores, tratándose de uno de mis discos favoritos de la historia del Rock melódico. Y hablando de este, y de sus trabajos más clásicos en general, lo que vino a continuación, sin ser una gran sorpresa, me hizo segregar toneladas de serotonina. Arrancaban la recta final con dos hits descomunales, el primero de ellos, That Girl. Pura magia ochentera, con su intro y todo, Steve dio en ella lo mejor de sí mismo, como si el tiempo no pasase por él, clavando cada tono y cada melodía, algo que entre otras cosas le valió al grupo prolongados gritos de ¡FM! ¡FM! desde el público. Como digo, y seguramente debido a las horas, no éramos todos los que la banda merecía tener como espectadores, pero sí muy volcados en el concierto. Merv, punteando de auténtico lujo, con su soltura y refinamiento habituales, se daba unos garbeos por el fondo del escenario hasta el final del tema. Si esta última ya me encantó… Bad Luck me volvió loco. ¿Cómo no hacerlo, si es mi tema favorito? Viví al máximo cada segundo, desde esas suculentas armonías de guitarras iniciales, hasta esas prominentes pulsaciones de Merv, que ahora formaba equipo con el teclista dando coros a dos voces.
Por supuesto, también me desgañité cantándola hasta la afonía, siguiendo a un Steve que con esa profunda y preciosa voz marcaba la diferencia, incluido ese final con tanto soul. Demasiado rápido, a pesar de la eléctrica intensidad con la que lo paladeaba, se me estaba pasando el concierto, dada la llegada de Tough It Out. Al inicio pregrabado, pronto se unieron las luminosas teclas de Jem y los potentes bajos de Merv, poniéndonos a bailar automáticamente a todos, y no solo eso, también a corear el final del estribillo, como mandan los cánones. Steve volvía a disfrutar de más libertad sin su guitarra, que se volvió a colgar para mostrarnos su talento con ella, y con las líneas vocales más elevadas de Turn This Car Around. El final fue una comunión entre Merv, Steve y Jim con sus seguidores, invitándonos a cantar bien alto, mientras relucía ese siempre bienvenido colchón de teclas. Desafortunadamente, no hubo respuesta ante los gritos de ¡otra! ¡otra!, porque no había tiempo para más. Pero eso demostró lo entusiasmados que nos tuvieron hasta el final gracias a su impecable trabajo. Por cierto, vergüencita debería darme (y me da) no haber hecho ni una sola foto.
La carrera de fondo que empezó con Strangers, y después pasando por FM, debía seguir su curso. También fue un inmenso placer, en estos últimos, encontrarme con dos grandes como Anna y David, que hacen que momentos insuperables, lo sean todavía más. En los pocos minutos entre cambio y cambio, fui a refrescarme la cabeza en las fuentes, y de vuelta raudo hacia el escenario contiguo, donde poquito después, se iba a desatar una tempestad que ni en mis mejores sueños hubiese podido imaginar. Porque lo del señor Michael Monroe… fue algo para no volver a lavarse los ojos nunca más.
Michael Monroe:
A la hora convenida, sin ningún extra escénico, y una intro de lo más ‘southern’, teníamos ya ante nosotros al genio y figura. Un auténtico rockstar de la cabeza a los pies. Un artista histórico, sinónimo de glam, de sleazy y de actitud de manual. Un tío que es capaz de brillar con solo dar un paso o mover un dedo. Y un concierto que, ya desde la primera Dead, Jail or Rock 'n' Roll, nos auguraba una auténtica fiesta de desparrame sin límites, en donde íbamos a sudar hasta la última puta gota. Agitando su abanico con un glamur desmedido, muy pronto Michael lo arrojaría con mala leche hacia el público, para empezar a dar un recital de carreras, saltos, posturas y movimientos como pocas veces he podido ver sobre un escenario. Al grito de ‘Hey Motherfuckers!!’ en mitad del tema, compartía micrófono con el bajista Sami Yaffa, dejándonos estampas puramente ochenteras, y sin parar ni a respirar, se acercaba a Rich Jones soplando su armónica, para finalmente, en un arrebato adrenalínico, saltar, dar una patada en el aire, caer COMPLETAMENTE abierto de piernas, y quedarse allí un rato mirándonos con su perturbadora sonrisa. Y todo esto, concentrado en los escasos 4 minutos que duró el primer tema. Os juro que no podía dar crédito a lo que estaba viendo. La sangre me empezó a arder de mala manera, y abriéndome camino me situé entre las primeras filas para ver más de cerca I Live Too Fast To Die Young.
Puesto que el micrófono de Steve Conte fallaba, este se acercaba al de sus compañeros a la carrera, dejando unos efusivos coros, mientras Monroe, que parecía enloquecer a cada movimiento, se ahorcaba con su propio cable del micro, sin dejar de dar saltos ni patalear a lo bestia. Euforia que también se contagiaba al bajista Sami Yaffa, visto cómo le metía al headbanging en sus punteos. Aquello fue un viaje en el tiempo, era como estar viendo un jodido videoclip, y no lo digo porque todo estuviese prefabricado, sino por el perpetuo movimiento y descarada actitud que la banda mostraba allí arriba. Last Train to Tokyo avanzó en el setlist, con fuertes coros de Rich y Sami pegándose al mismo micro, moviendo sus cabezas, agitándose con cada riff, y pateando con una soltura el escenario que era para flipar. No tardarían en llegar los clásicos de Hanoi Rocks (a quienes, por cierto, tuve el privilegio de ver allá por el 2006 en Lorca), dándonos como adelanto la frenética Motorvain’, que empalmaron con la anterior para que no decayese el ritmo. De nuevo Michael se abanicaba, pero sin dar dos pasos seguidos en la misma dirección, completamente desbocado, incluso bajando al foso, erigiéndose sobre la valla, y tocando su armónica con frenesí entre las cabezas de la gente. También I Can’t Get It fue rescatada de las leyendas finlandesas de Andy McCoy y compañía.
El fuego seguía creciendo, y no me refiero solo al demencial calor de aquellas cinco de la tarde, sino al que se iba avivando cada vez más encima del escenario. A paso militar, el vocalista iba de lado a lado, desatándose de repente, comenzando a saltar, y mandando a la mierda el palo del micro con el máximo desdén posible. La solemne presencia de Steve Conte también se hacía de notar a lo grande, avanzando ahora para dedicarnos su solo, y también metiendo algunos fraseos en el tema. Y si pensábamos que la actitud y el desparpajo estaban ya en su punto álgido, estábamos equivocados… hasta que Michael se calzó su gorra en Not Fakin’ It, desmelenándose y haciendo piruetas como un puto crío de 15 años, llegando a tirarse y restregarse por todo el suelo, sin soltar su micro. Aquello era una puta locura. Añadiendo unas gafas de sol a la oferta de su atuendo, sus compañeros, por otra parte, también se iban envalentonando cosa fina, abriendo Rich y Steve para Man With No Eyes, con un sonido, además, que les estaba resultando prácticamente perfecto. Cada uno de los instrumentos sonaba pulcro y definido, lo cual nos hacía llegar una mezcla inmejorable, salvo por los susodichos problemas en el micro de Steve. Tal vez esta última bajase el ritmo, pero jamás la intensidad. Ya se encargarían de mantenerla los desternillantes movimientos de Michael, los cabeceos constantes de Sami Yaffa, o la frenética forma de tocar del batería Karl Rosqvist, a quien tampoco pudimos quitar la vista de encima.
Y para compensar, hicieron estallar en nuestras narices aquella putísima barbaridad de tema llamada Soul Surrender, una auténtica punkarrada que terminó de volverme completamente majara. Cantar y saltar al ritmo al que lo hacía Michael era algo casi sobrehumano, y os podéis imaginar bajo el escenario la vorágine de movimiento que había. Con un calor infernal, era difícil seguirle el paso, pero al mismo tiempo, era imposible bajar el nivel de adrenalina ni por un segundo. El vocalista mostró un comportamiento casi esquizofrénico, poniéndose a correr en las partes más enloquecidas, y sentándose en el escalón, con mirada socarrona, para cantar las de bajada. Terminado el tema, con muchísima cara dura, le gritaba al de seguridad: ‘reparte agua entre la gente, ¡haz algo útil por una vez en tu vida!’, mientras estampaba sin reparos el micrófono en el suelo. Sí, esa era la ACTITUD. Stained Glass fue uno de los pocos medios tiempos del setlist, pero qué queréis que os diga… a mí me puso la carne de gallina. El desmesurado feeling con el que ambos guitarristas la interpretaron, la clase suprema de Karl Rosqvist a la batería, o esos coros tan bien traídos, fueron algo realmente especial, dando paso a Old King’s Road, melódica y punkarra al mismo tiempo, en la que Monroe volvió a tener uno de sus ‘chispazos’. Como un animal enloquecido, se paseaba por todo el escenario, pateando el suelo, volteando sobre sí mismo, jugando con el cable del micro, encorvándose… La energía que nos transmitían esos violentos guitarrazos de Rich Jones, no enfriaron precisamente el asunto.
Y ojo. Poquita broma con lo que vendría ya de aquí al final del show. 78 fue un hostiazo sonoro en toda la cara, sucia, macarra y peligrosa. Todos entre el público gritábamos esos ¡EY! del tema, y entre una banda a la que se veía a gustísimo, sin pensárselo dos veces, Monroe se encaramó a uno de los pilares del escenario y escaló unos metros… ¡para seguir berreando desde allí! Con los ojos como platos, y las orejotas bien abiertas, no nos dejaban ni recuperarnos, atacando ahora sin piedad con un tema que fue una explosión completamente desmedida de fiesta: Ballad of the Lower East Side. Aunque empezó con Michael, Rich y Steve sentados en el escalón del escenario, tocando de tranquis, muy pronto se desbocaron los caballos, los riffs guarros y las baterías aceleradas, y el concierto alcanzó unos picos de furor e intensidad sencillamente inimaginable para quien no estuviese allí, incluso llegando después esa balada llamada Don't You Ever Leave Me, que ante el ondear de manos de Monroe, fue una de las más coreadas. En ella, Rich Jones narraba sus partes, cambiando posteriormente de guitarra, y metiéndole cera con ganas a Back to Mystery City. Y para desfase, esa última parte del tema (también de Hanoi Rocks), ¡a toda hostia! Monroe no se cansaba, no se detenía, no perdía el aliento. Bajaba de nuevo a la valla de seguridad, lanzaba sus gritos a pleno pulmón, volvía a subirse, seguía dando patadas en el aire y volteretas… lo suyo no tiene nombre.
Y como dice la letra, hacía mucho, muchísimo tiempo que no me divertía tanto como lo hice en Hammersmith Palais, único interpretado de Demolition 23, pero vaya un temazo. Estaba hecho migas y completamente deshidratado, pero me resultaba literalmente imposible parar de saltar con él, dejarme las amígdalas, y gozar de la rabia con la que algunos músicos, como el bajista Sami Yaffa, animaban a ello. El comportamiento de Michael no tuvo precio. Con sus pelos cardados a la laca, maquillaje, y aspecto de rata barriobajera, se comió a bocados el escenario como el jodido rockstar que es, lo mismito que en la esperada Malibu Beach Nightmare, pero ahora colgándose su saxo (por primera y única vez), y haciéndolo gritar hasta la extenuación, al tiempo que daba golpes al aire y no dejaba de pedir palmas. Llegaba el momento de la despedida, aunque a pesar de cómo lo estábamos pasando, no fue triste gracias a su cover del Up Around the Bend de Creedence Clearwater Revival, y a la soberbia actuación de la banda en sí. Rich y Michael compartían de nuevo micro, antes de que este se lanzase a por su armónica, se subiera en lo alto del bombo de Karl Rosqvist (mientras este le metía unos buenos pisotones), y para bordar el tema y el concierto, cayese volando al suelo.
Os prometo que he sudado escribiendo esta crónica, solo de rememorar momentos que me han vuelto a poner los pelos de punta. Y lo voy a decir con total rotundidad. Para mí, so solamente fue el mejor concierto del día, y con diferencia, de todo el festival. Pensaba que, pasados unos días de tal subidón de euforia, y viéndolo con más perspectiva, igual no sería para tanto. Pero eso solo me ha confirmado que, además de todo lo dicho, ha sido uno de los mejores conciertos que he visto en toda mi vida. Y lo sentí por todas las bandas que quedasen por delante… pero esto no era humanamente superable.
Leprous: (crónica también disponible en RAFABASA.COM)
Llegaba la hora de una de las actuaciones más controversiales del cartel en cuanto a gustos musicales. Leprous es, con frecuencia, esa banda que puedes amar, o puedes odiar, pero sus composiciones, estilo y forma de llevarlas al directo nunca suelen dejar indiferente. Se trataba de una de esas agrupaciones que contribuían a que el sábado tuviese, con mucha diferencia (para mi gusto personal, ojo), el mejor cartel de todo el festival.
Unos músicos cuya matemática perfección se sale a la hora de dar a luz contrastes, melodías, ritmos y registros que, hay que reconocerlo, no son ni muchísimo menos para todos los gustos. Desde luego, las 19:00 no era la mejor hora para su propuesta, todavía a plena luz del día, pero la intro ya fue la encarnación musical de la oscuridad misma. Entre una gran expectación, los músicos se desplegaron en formación, sonando ya los primeros acordes de Silently Walking Alone, una de mis favoritas de ese “Melodies of Atonement” cuya portada adornaba el telón. Al frente de la banda, y especialmente motivado, Einar Solberg nos deslumbraba con sus primeras coreografías y una voz que ya dio el 100% desde el minuto uno. Los acordes de Tor y Robin en el estribillo, acompañados por esos samples marca de la casa, eran puñaladas crudas, llenas de amargura y atronadoras gracias al nítido sonido y volumen del que iba a gozar la actuación. Tocando Einar las últimas notas en el teclado, no se separaría de él en los primeros compases de The Price. Muy coreada por la peña, entre contratiempos perfectos y excentricidades rítmicas, Tor brilló con luz propia con su guitarra de 8 cuerdas, mostrando unos movimientos rápidos e implacables, desafiando esos cambios con una habilidad pasmosa. En mitad del tema, Einar nos preguntaba en español ‘¿Cómo están?’, y posteriormente, intentó comunicarse en nuestro idioma.
La música de Leprous es un maremágnum de contrastes brutales. Así, al tiempo que veíamos al colosal Baard Kolstad meterle con fuerza a los parches en Illuminate, también podíamos apreciar esa infinita sensibilidad de Einar, sobre su plataforma, susurrando las partes más sutiles con mirada casi perdida. Robin subía unos instantes junto su compañero Harrison White, teclista para directos de la banda, quien desempeñó un papel espectacular. Como cabía esperar, ambos guitarristas bordaron también las armonías corales. Creo que nunca vi a Einar tan comunicativo y simpático, hasta bromista, dedicándonos unas palabras segundos antes de que la melódica y emotiva Alleviate, del “Pitfalls”, entrase en escena. El dúo Robin / Tor se deslomaba a golpe de cuello sin permitirse fallar una sola nota. Trabajo descomunal de Baard en esos estallidos de caña, y el público, salvo quienes fueron allí a contarse su vida más que a ver el concierto, estaba cada vez más atrapado por el concierto. No creo que nadie esperase una tralla desmedida tratándose de Leprous. Los temas más melódicos seguían predominando, como Like a Sunken Ship, aunque ese crescendo de intensidad también tuvo su miga. Pero sobre todo, encandiló la fabulosa actuación de Einar Solberg, que parecía abrirse más y más a nivel emocional con cada tema.
La gran sorpresa del set estaba al caer, una Forced Entry que por sí sola, ya le dio un valor enorme al concierto, pues no es habitual que toquen temas tan antiguos. Un disfrute absoluto: dos teclados a ambas manos, redobles fulgurantes de guitarra, cambios y estructuras imposibles de batería, partes progresivas de ensueño, y lo mejor de todo, a la cuenta de 3, ese completo desboque que se vivió sobre el escenario, con todos los músicos corriendo de un lado a otro, cruzándose, saltando, retorciéndose, y en el caso de Einar, ejecutando bailes muy parecidos al ballet clásico, todo ello con una coordinación increíble, dejando claro que para ellos la perfección estricta es algo innegociable. Un temazo de casi 11 minutos que nos dejó sin aliento. La batería suave, cambiante, y los movimientos cortantes de Tor Oddmund, dieron mucha vida al segundo tema de “Pitfall”, Below. Por otra parte, Nighttime Disguise nos dejó una soberbia parte cantada a capela, secundada por palmas e interminables ‘¡eh, eh!’ desde el público, así como nuevas coreografías medidas hasta la obsesión y partes extremadamente complejas a cargo de Tor, Robin y el bajista Simen Daniel, de un nivel intocable. Fue la única del que sonó del “Aphelion”, y me habría encantado escuchar otras como Out of Here o On Hold. ¿Temas excesivamente deprimentes, que dirían algunos? Por supuesto que sí. La vida no es solo de color de rosa, y pocos plasman esas sensaciones, y las hacen penetrar en los sentidos, como Leprous.
Aún nos quedaba un buen rato de disfrutarles, continuando con temas melancólicos, lentos y cortos, como From the Flame, tras la cual recibieron una buena ración de ‘oes’ por su excepcional interpretación, o más largas y progresivas, como Slave, que en su parte media, y sobre todo gracias a ese portento llamado Baard Kolstad, fue una auténtica locura de sutileza, contundencia y técnica demencial, todo junto y revuelto. Robin se incorporó al rato de comenzar, y alineándose con sus compañeros, nos dieron a probar su virtuosismo bien de cerca. Atonement se apoyó bastante en samples, teclas, guitarras extremadamente graves que volvieron a apalear nuestros adentros, y un estribillo que coreamos a viva voz. Los bailes de Einar, que parecía volar de punta a punta del escenario, protagonizaron otro de esos deliciosos momentos de caos ordenado entre los músicos, en los que parecía que todo iba a venirse abajo. Me fijé también en ese extraño método de Robin, empleando cilindro, y tocando a la altura del mástil con los cinco dedos. De locos. Como gran conclusión (aunque ojalá la hubiesen tocado íntegra), nos regalaron la parte final de The Sky Is Red, sorpresa que no vi venir, iniciada por Einar desde el teclado, que nos miraba con ojos tétricos, mientras su compañero Harrison golpeaba un tambor. Pronto volvieron el resto, desatando esos truenos musicales cada vez más agresivos y tenebrosos, con el mayor desfase de saltos, sprints, y hasta empujones planificados que habíamos visto hasta el momento en escena.
Blind Guardian:
Tras meter los dedos en una toma de corriente alterna, o lo que es lo mismo, quedar atónito y paralizado con esta última bestialidad de concierto, la verdad, no me encontraba del todo motivado para ver el concierto completo de Blind Guardian, sobre todo, teniendo en cuenta que llevaba 5 conciertos a espaldas, 4 de ellos literalmente empalmados, y dándolo absolutamente todo. Necesitaba un pequeño respiro, y aunque no dejé de ver los primeros temas, busqué unos buenos palmos de hierba para sentarme.
Inauguraron su particular fiesta de bardos con The Ninth Wave, de su “Beyond the Red Mirror”, cosechando un moderado éxito, más o menos buena acogida del público, y sobre todo, un sonido muy contundente y pesado, en donde guitarras y percusión fueron los primeros protagonistas. Siguiendo esta tónica acústica, y tras el primer breve saludo de la tarde por parte de Hansi Kürsch, prosiguieron con Blood of the Elves, esta vez centrándose en su más reciente “The God Machine”, un auténtico bofetón sonoro, con un solo cargado hasta los topes de electricidad, y un sobresaliente y abrumador doble bombo de parte de Frederik Ehmke, que se encarga de las baterías desde hace ya 20 años. En su intención de presentar muchos de los temas, e ir ganándose de esa forma al público, lo Hansi lo hacía ahora con Nightfall. Las primeras notas de bajo, bien resaltadas, de tan gran tema, me hicieron plantearme que ya estaba bien de hacer el vago: era hora de volver al campo de batalla. Así pues, y con el alegrón añadido de encontrarme con mis amigos Pablo, Ángela, Vanessa, Enrique… me puse a agitar la melena al ritmo que marcaba el mítico guitarrista Marcus Siepen con la suya propia en Tanelorn (Into the Void). Un músico al que, por cierto, vi mucho más activo que las últimas veces que he estado ante ellos, y casi tan sembrado escénicamente como el bajista Johan van Stratum, que aunque ocupando siempre una posición trasera, daba mucho juego con sus movimientos y su poderosa forma de tocar.
Momento justo de subidón, ya con la banda entregada al 100%, en Time Stands Still (At the Iron Hill), una de mis favoritas de directo, en la que saben transmitir toda la épica de la que tantas y tantas veces hemos percibido en el “Nightfall in Middle‐Earth”. Puños en alto en todo el recinto, y Hansi que, al final, se acercaba a recibir nuestros gritos y aplausos con los brazos abiertos. Su pasividad en algunos de los temas (aunque no sin perder en ningún momento su carisma), contrastaba enormemente con la furia con la que Frederik le metía a los parches sin piedad, y a buen seguro acabaría sudando tinta en Violent Shadows, antes de relajarse en A Past and Future Secret, del “Imaginations From the Other Side”. Disco al que, por cierto, se le dio poca cabida en el set. No se les puede recriminar, por una parte, que quieran ensalzar sus más recientes obras, pero lo cierto es que, tras tantos años repasando una y otra vez los mismos clásicos en directo, estos últimos tienen un peso imprescindible. Y aunque no suelen cambiarlos demasiado, siguen siendo los más vitoreados. Tanto André Olbrich como Marcus empuñaban sus guitarras acústicas, y Frederik hacía uso de sus mazas para darle la cadencia especial a este último tema.
Pasando a Deliver Us From Evil, en la que fue André quien se encargó del solo, llamaba la atención que solo la batería estaba iluminada por una llamativa luz. Sin embargo, fue la siguiente la que desató la primera gran locura del concierto. Con su intro incluida de aires circenses, Majesty nos puso las cervicales al rojo vivo, bajo las luces que parpadeaban a todo gas, y una caña desenfrenada, en la que por cierto, noté algún pequeño fallo de coordinación en la batería. Con todo, encendió mucho unos humos que The Bard's Song - In the Forest hizo volver a caer en picado, aunque con esto no quiero decir que no fuese uno de los momentos cumbres del show. Sobre todo, lo fue a nivel emotivo, con cientos de voces cantando su letra, y hasta algunas notas que salían de las guitarras acústicas de Andre y Marcus. Un corte que siempre consigue crear una atmósfera íntima e inigualable. Precisamente, tras unas breves palabras por parte de Hansi, volvió el “Imaginations From the Other Side” a la palestra, con la no tan típica And the Story Ends, que personalmente me alegré mucho de escuchar.
Hansi la cantó realmente bien, esquivando con habilidad las partes más difíciles (es lo que tiene la experiencia), y al bajo, Johan llevaba su énfasis y motivación a otro nivel. Ahora, con el escenario inundado de tonalidades rojas, preparaban, de nuevo con dos acústicas sobre el escenario, otro de esos momentazos de comunión total entre público y banda con Lord of the Rings. Apreciamos aquí, como en ninguna otra (lo cierto es que sonaban bastante bajas), las teclas del músico que hace poco que les acompaña en directo, Kenneth Berger, y decir que fueron una parte muy importante. Ya avisaban de que el tiempo se les echaba encima, así que sin demasiados preámbulos, sacaron la artillería pesada con Valhalla, a toda velocidad, retumbando a gusto esos bombos de Frederik mientras desde abajo nos sabíamos toda la letra de pe a pa. Sin embargo, a pesar de la urgencia, no prescindieron del clásico numerito de hacérnosla cantar durante varias estrofas a capela, y esto terminó por cansarme un poco. Puesto que quería ver a los The Cult desde bien cerca, aproveché esa parte para ir a los baños y a por agua, y a la vuelta, marcarme unos bailoteos con esa mascada pero infalible Mirror Mirror, que volvió a montar un fiestorro de aúpa.
Como me ha pasado con esta banda durante los muchos años que llevo viéndoles en directo, ha habido épocas, después de muchas actuaciones seguidas, en las que he necesitado un pequeño descanso de ellos para volver a afrontarlos con todas las ganas del mundo, y creo que ya va tocando uno de esos paréntesis. Pero por otra parte, lo cierto es que es muy difícil resistirse a esos grandes himnos, aunque en esta ocasión, nos los soltasen de forma más dosificada.
The Cult:
Lo mío con The Cult ha sido pasar de no haberles visto nunca, en su dilatadísima carrera, con lo que siempre me han molado, y con todas las veces que han visitado nuestro país, a verles en dos años consecutivos. Cosas de la vida. El pasado Julio visitaron la capital valenciana en el Parc de Vivers, y con toda la emoción del mundo, vi un concierto realmente bueno, pero no sabría cómo explicarlo, le faltó un puntito para ser una auténtica genialidad. En esta ocasión, no cambió demasiado el setlist, más corto, obviamente, y con añadidos de temas menos habituales en detrimento de algunos grandes clásicos que quedaron en el tintero. Pero sin duda, la gran diferencia fue la calidad de actuación de sus músicos, especialmente, y contrastando con el susodicho concierto, la del gran Ian Astbury, que se marcó un bolazo de impresión, casi como en sus mejores tiempos.
Para mayor gloria de su lucimiento, el Parque del Batel llegó a estar mucho más concurrido de lo que pensaba ante su llegada. Aunque no estábamos tampoco como sardinas en lata, ya era mucho más difícil llegar a las primeras filas. Por suerte, guardé sitio durante un buen rato para poder verles de cerca. Un ritual muy espiritual precedió a la salida de los músicos. Emplearon tres intros, Song of the Siren (This Mortal Coil) y Falling, de la banda sonora de Twin Peaks, que como fan enfermizo de la serie que soy, me puso los pelos como escarpias. Con una última intro, mucho humo en el escenario, y la consiguiente purificación de este mediante incienso, al fin comenzaba la tralla.
In the Clouds fue calentando ya a marchas forzadas el ambiente, y tan solo con unos minutos, ya entendimos que iba a ser una de sus noches buenas, pero buenas de verdad. Ian Astbury, que en el anterior concierto en que les vi se mostró bastante apagado hasta pasar unos cuantos temas, estuvo on fire aquí desde el principio, agarrando y golpeando su aro, y paseándose con mucha seguridad por el escenario, incluso dando algunos saltos cogido del palo del micro. Su voz no sonaba realmente clara, lo que unido a su particular vocalización, hacía un poco difícil captar sus melodías. Pero poco a poco, lo primero se fue subsanando. Muy poderosa Rise, con unas guitarras realmente crudas y contundentes, se fue abriendo paso en el repertorio, provocando ya los primeros desmelenes entre el respetable, hasta llegar al primer paroncete, donde Ian nos saludó. Se le adivinaban muchas ganas de darlo todo, estaba en forma, y cantaba muy bien, lo cual sobresalí aún más en Wild Flower, sin dejar de zarandear su aro, aportando un groove muy especial, y compaginándose a la perfección con un Billy Duffy que hacía brillar los riffs. Había muy buenas vibraciones en el ambiente. La purificación había funcionado a las mil maravillas, el sonido era más que bueno, y la cosa fluía como la seda con unos The Cult a quienes se veía especialmente granados. Con arreglos más electrónicos y un ritmo y melodía mucho más oscuras, The Witch supuso una ruptura importante en el sonido. Entre los samples y las marcadas bases sonoras, Ian batía sus maracas, mientras que Billy le daba un baño de wah a esas notas en su guitarra.
Con cada inicio de cada canción, se escuchaban cada vez más gritos de alegría al reconocer los temas, como sucedió con Hollow Man, considerablemente ensalzada por el gran tute que le metía John Tempesta a sus tambores. Un batería que no puede negar su ascendencia metalera, entre otras, con partes muy bestias y mucha velocidad de cambio a la hora de clavar totalmente esos ritmos. Billy Duffy disparaba sus riffs, tan cercanos al stoner, en War (The Process), del “Beyond Good and Evil”, otra no tan habitual. Un solo guitarrista, pero que montaba el barullo de cuatro juntos, y todo ello derrochando clase y saber estar, siempre situado a la izquierda del vocalista, y siempre haciendo retumbar esos rudos zarpazos que propinaba a sus cuerdas. ¡Tengo calor!, bromeaba Ian en español. Y no tuvo nada que ver con el día, sí es cierto que las temperaturas seguían siendo bastante intimidante de noche, sobre todo entre la acalorada multitud de quienes veíamos el concierto. Para mí, uno de los grandes Momentazos (con letra grande) del show vino con la maravillosa Edie (Ciao Baby), que solamente había visto en tesituras acústicas. Aquí, seguido de su suave inicio, con batería y poco más, Billy alardeaba de su preciosa y enorme G7593T Billy Duffy Signature Falcon, de sello propio, que sonaba acojonante en esos punteos del tema. Como era de esperar, también fue una de las canciones más cantadas de todo el concierto, aunque todavía les quedaba mucho trabajo a nuestras cuerdas vocales.
Durante C.O.T.A., presenciamos la faceta más mística de Astbury, que cantó y domó el tema con tanto feeling como calidad, adaptándolo y renovando alguna de sus melodías, siempre tan inquieto como al principio, mientras el bajista Charlie Jones tampoco se cortaba a la hora de regalarnos algunas de sus mejores poses. Otro músico cuya elegancia es difícilmente mesurable. Fue él mismo quien se encargó de abrir con sus notas Lucifer, alumbrado exclusivamente por un foco cuya luz se extendería más tarde por todo el escenario en apropiados tonos carmesí. El constante y denso humo, los pateos de Ian, y esas elevaciones de mástil por parte de Duffy en su ardiente solo, dieron un fuerte colchón al tema, que precedió a Resurrection Joe. Single relativamente escondido, de inconfundible aroma Death Cult, contó con toda esa fuerza indómita de John Tempesta, que la hizo sonar de alucine. A partir de aquí, todo fue cogiendo una velocidad y un desenfreno tremendos, gracias a la ristra de clásicos que The Cult tenían bien guardados para el final. Ante un estruendoso griterío de los asistentes, las primeras notas de Rain nos hacían enloquecer, cantando cada frase de Ian, que ponía el alma en su esfuerzo y sus gestos, y casi cada nota de Billy, que empleó una buena dosis de wah en sus cuerdas. Temas que no se le escapaban a nadie, y que sonaron a gloria bendita, como la siguiente Spiritwalker. También hicieron su trabajo las luces, los fogonazos que nos deslumbraban tras el escenario, y esos tubos de led instalados para la ocasión.
Ian parecía estar en su mejor momento del show, incluso después de todo lo visto, bailando imparable, caminando encorvado junto al palo de su micro, e inundándolo todo con su gigantesco carisma. Y de repente, como una chispa que enciende esas brasas que han estado candentes durante todo el concierto, She Sells Sanctuary volvió loco a todo el recinto, quienes paladeábamos el momento, degustábamos cada contoneo de Billy Duffy, cada firme pulsación de Charlie, y cada golpetazo de John, mientras Ian adaptaba a la perfección las partes que se le podrían haber hecho cuesta arriba. El descanso no se prolongó demasiado. A Ian le costó poco incitarnos a toda una oleada de ‘oes’, muy contento y comunicativo, pero sin pasarse en esta última faceta. Si hablamos de que, le pese a quien le pese, ha sido una de las bandas más influyentes de la historia del Rock, es gracias a temas como estos últimos, o la gigantesca Fire Woman que vino a continuación. Gracias al potente sonido, tanto las partes de bajo como las de batería, y hasta los aros de Ian, encumbraron al tema a la altura que merece, por supuesto, con la multitudinaria colaboración de la peña, ya completamente engatusada. El último cartucho, como era previsible, correspondió a la bestial, bestial, bestial Love Removal Machine, cuyo tramo final, pasados ya esos grandes coros entre Charlie y Billy, y esa preponderante energía que todavía le sobraba a Astbury, nos puso la sangre a hervir, y el cuello a sacar humo. El guitarrista nos dejaba con esa viva imagen de la portada del Sonic Temple antes de darnos el adiós definitivo.
La verdad es que me quedé con muchas ganas de más, y no solo por el hecho de que el concierto terminase 15 minutos antes de lo previsto (tirón de orejas, ahora sí). No todas las reseñas que he leído de sus conciertos han estado exentas de duras críticas, pero desde luego, aquella noche The Cult nos mostraron su mejor cara, y una declaración firmada de que, si se esfuerzan siempre por seguir este camino, les quedan todavía muchos más años por delante de esos 40 que precisamente están celebrando actualmente.
Me encontraba un poco machacado ya a aquellas altas horas, pero nada que ver con el primer día. Y obviamente, ante la llegada de los ‘oh todopoderosos’ Rhapsody of Fire, marcharse ya habría sido casi un sacrilegio para mí. Los que en sus inicios, y durante muchos años, fueron una de mis grandes bandas favoritas de todos los tiempos, asaltarían en unos minutos el escenario Thunder Bitch.
Rhapsody of Fire:
Conscientes de que el cansancio empezaba ya a apretar seriamente a la mayoría de asistentes, los italianos comandados por Alex Staropoli apostaron fuerte por un setlist de temas muy cañeros, que incluyó algunos de los clásicos infalibles, bien distribuidos para mantener un ritmo bastante constante e intenso. Los todavía cientos de personas que nos quedamos a verles, sabíamos a lo que nos enfrentábamos, y no obstante, para servidor hubo algunas sorpresas casi olvidadas en su setlist que, por lo inesperado, me hicieron disfrutar del concierto a muchos más niveles de lo que esperaba, a pesar de haberles visto ya infinidad de veces.
La poderosísima y estremecedora voz de Christopher Lee nos hablaba a todo volumen desde el más allá en la introductoria The Dark Secret, y no sería la última vez que escucharíamos al legendario actor y compositor. Y para ir sobre seguro, nada mejor que presentar el set con la grandilocuencia infinita de Unholy Warcry, en cuyos primeros compases, Giacomo Voli, ya nos dedicó ya el primer y desgarrador agudo de la noche, ostentando una fuerza, una resistencia, y un rango vocal absolutamente impresionantes, que todavía se harían más patentes con el transcurso. Los celestiales coros disparados acompañaban a los músicos, y Alex, siempre con muchísima pasión, extendía esas bases de teclas tan necesarias. Tal como terminó la anterior, a toda pastilla con el doble pedal, abría Paolo Marchesich para Rain of Fury, un verdadero crack que no tiene nada que envidiar a anteriores baterías que hayan pasado por la banda. Confieso que por norma general estos ritmos tan saturados y tan abrumadores ya no me atraen con la misma obsesión que antaño, pero joder, es imposible resistirse a agitar la melena y a levantar el puño cuando los escuchas a través de un escenario, y con unos músicos de tan alto bagaje. Les seguíamos con nuestros coros en las melodías de teclado, en las épicas frases de Giacomo, e incluso en algunos punteos del Roberto De Micheli. Este último juntaba hombros con su compañero Alessandro Sala, formando un dueto de innegable virtuosismo. La siguiente I’ll Be Your Hero es uno de los mayores éxitos que la banda ha conseguido en esta segunda etapa, ya sin más miembros originales que el propio Staropoli.
Melodía fresca, pegadiza, y por otra parte, un montón de detalles en el bombo de Paolo y en las teclas de Alex, manteniendo las fortalezas que les vieron convertirse en uno de los máximos exponentes del Power Metal a nivel mundial, muchísima caña, y un aura exageradamente épica. Los tonos que Giacomo alcanzó al final de la última, fueron para echarse las manos a la cabeza. Y también me las eché cuando presentaron la siguiente The March of the Swordmaster, que hacía mucho que no escuchaba, y me subió la tensión de golpe. ¡Los pelos de punta, colegas! Resaltando en este caso las guitarras duras de Roberto y las aplastantes baterías de Paolo, Giacomo se aseguró de que no quedaba nadie sin cantar esa pomposa letra, o sin dejar meter headbanging ante esos tajantes riffs. Incluso en determinado momento, vimos a todos sus músicos de primera línea saltando al unísono. Para algunos el concierto estuvo muy falto de clásicos, pero Rhapsody of Fire es una banda que nunca ha querido vivir de rentas, y nunca ha dejado de sacar buenos discos con excelentes temas que, aunque no han cosechado la repercusión de sus inicios, también merecen ser presentados en vivo. Muestra de ello tuvimos desde este punto, hasta casi el final del concierto, empezando por Challenge the Wind, y su doble bombo sacando chispas a una velocidad de locura. Hacía pocos minutos, Giacomo jugaba con nuestras voces, y ahora, le echábamos una mano que, en realidad, no necesitaba: es un vocalista que te deja planchado en cualquiera de sus registros, con un tono 100% natural para tonos altos, que lanza con una facilidad asombrosa.
Además de un timbre especialmente bonito y reconocible, cuyo rango, seamos sinceros, es muy superior al de Fabio Lione. Pero no solo sería su voz la que nos maravillaría a continuación, en registros a veces más operísticos. También la de Christopher Lee, ante un Giacomo visiblemente emocionado, retronaba a través de los altavoces en uno de los cortes más deliciosos de todo el set: The Magic of the Wizard's Dream, todo un regalazo para los fans. Con las teclas de Alex llevando al directo sonidos de varios instrumentos, y una sensibilidad general a-pa-bu-llan-te, tanto en ese inicio entre voz y teclas, como en esos estallidos de épica que, una vez más, me ponían los pelos como escarpias. Escuchar cosas así me hace recordar el porqué para mí llegaron a ser insuperables durante tantos años. Tremendo currazo de a la batería de Paolo, y montañas de feeling en el rostro y dedos de Roberto De Micheli a la hora de marcarse esa Chains of Destiny, que volvió a disparar la cadencia del concierto a lo bestia, dejando headbanging por doquier, y suculencias habilidades técnicas allá adonde uno mirase, algo que no cambiaría en Warrior Heart, del “The Eighth Mountain”, su penúltimo disco de estudio. Apertura impecablemente medida a cargo de Staropoli, quien mostraba una gran pasión en su rostro al pulsarlas. Casi sin proponérselo, pero aprovechando la pausada cadencia, lograron levantar cientos de manos ondeando en el aire, que Giacomo contemplaba henchido de orgullo.
Kreel’s Magic Staff, la segunda y última en caer de su último “Challenge the Wind” (2024), y que curiosamente me recordó bastante a los Blind Guardian más actuales, no pareció llegarme tanto como al resto de la gente, que disfrutó a lo bestia de ella, entre bailes y coreos. Definitivamente, tendré que ponerme en serio a desgranar con calma este último CD, porque de hecho, el anterior “Glory for Salvation” me gustó mucho más de lo que esperaba en su momento. Llegaba el último tramo, e imposible encontrar algo mejor con lo que pincharle fuego a todo que la trallera Dawn of Victory, volviendo a acercarse a su era más clásica. El subidón no se hizo de esperar, con esas trompetas épicas que ya sonaban. Fiestaca bajo el escenario, y sobre este, mucha empatía entre los músicos, unos Alessandro y Roberto que se pegaban, un vocalista que se giraba de vez en cuando hacia sus compañeros, y un apartado instrumental bordado, aunque sí es justo decir que Roberto falló en el solo más notas de lo deseable. A New Saga Begins no estuvo del todo bien posicionada, rompiendo demasiado el clímax, aunque a golpe de potencia y velocidad volvieron a alcanzarlo con la mítica Land of Immortals, uno de mis temas favoritos de toda su carrera. Flipándose, y alternando sus teclas y guitarras, Alex y Roberto se coordinaban de miedo en esas partes tan extremadamente virtuosas que nos hacían segregar la necesaria adrenalina, entre ‘oe’ y ‘oe’, para afrontar otro himnazo de la talla, como no, de Emerald Sword. Tras presentarla, Giacomo dedicó una sentida despedida a su gente, antes de darle mecha, incitando a cantar, y hasta provocando un pequeño wall of death que los poderosísimos bombos del tema consiguieron encolerizar más aún.
No negaré que me gustaría haber escuchado algún clásico más (o al menos, algo de uno de mis discos favoritos como es el “The Frozen Tears of Angels”), pero tampoco digo que esto desmereciese en absoluto el concierto. La formación actual de Rhapsody Of Fire demuestra ser cada vez más sólida e imparable en conciertos como el que dieron ya casi al final de la tercera jornada, con muy buenos temas recientes, y mucho futuro por delante. Hacía algún añito que otro que no les veía, y esas ganas renovadas jugaron muy a mi favor, empleando todas las fuerzas que me quedaban en vivir a muerte su concierto. La mejor inversión posible.
Puesto que Manticora me interesaban entre poco y nada, y vistas las toneladas de inconfesable felicidad que me había proporcionado esta tercera jornada, petada de Hard Rock de alto nivel, pero sin despreciar el épico Power de dos bandas magistrales como Blind Guardian y estos últimos Rhapsody of Fire, pensé que era hora de retirarse después de tantísimas horas sin parar. El cartel del cuarto día, para mi gusto personal, ya era otra historia. Con mucho, me parecía el más flojo de todo el festival, aunque eso no me privaría de volver a disfrutar de grandes momentos.
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