En los últimos años cada vez me acerco a la capital con más frecuencia, a sus distintas salas, para ver conciertos, porque últimamente la cosa está que arde. Lo cierto es que no son viajes baratos precisamente (entre comidas, gasolina, alojamiento y entradas de concierto la broma se puede ir a más de 200 euros), pero también es cierto que al final, y especialmente en la zona donde vivo, o mueves el culo, o te pudres en el sofá esperando a que esa gran gira pase cerca y al final nunca acaba por llegar. O eso, o te acabas volviendo un pringao panoli que suelta frases como “yo cuando era heavy…” “yo cuando iba a conciertos”… algo que me resulta patético a todas luces. Al final, siempre merece la pena echarse los kilómetros y vaciar el bolsillo para vivir los espectáculos que, desgraciadamente, nunca veremos por Alicante o alrededores; que no sea todo amargura en el trabajo. Pero especialmente el evento que aconteció el pasado sábado 27 era, literalmente, para mear y no echar gota. Un cartelón de auténtico lujo para los amantes del rock en general y del hard rock en particular, pero que en cualquier caso nadie debería haberse perdido. Un evento único e irrepetible que era sin duda un auténtico caramelo, de los que se repiten cada mucho, mucho tiempo (lo último tan bestia que recuerdo fue aquel legendario concierto de Europe + Whitesnake + Def Leppard en el poble espanyol de Barcelona). Dentro siempre del hard rock, el festival contaba con bastante variedad para todos los gustos, desde hard rock más actual (que no moderno, ojo), algo más de clase por allí y algo más macarra por allá. Pero junto a las bandas, lo mejor de todo fue sin duda el gran ambiente reinante con gente que tenía muy claro de lo que iba a disfrutar: hard rock en vena.
Para ir entrando en faena, he aquí una rápida descripción del flamante cartel. Atlas son muy difíciles de ver (desgraciadamente e incomprensiblemente…), Crazy Lixx es una banda que tampoco se prodiga mucho por aquí, sangre joven para el hard rock sueco. Treat son, sin duda, auténticas leyendas cuyas visitas a nuestro país se pueden contar con los dedos de una mano a pesar de sus más de 30 años de existencia (con largos parones, eso sí). Hardline es, sencillamente, la segunda vez que nos visitan en más de 20 años de carrera (y la banda que más ganas tenía de ver) y bueno, Michael Schenker no necesita siquiera presentación alguna, aunque sí la distinguida formación que le acompañaba.
El festival recibió duras y no pocas críticas (algunas, francamente, bien merecidas) desde poco después de anunciarse. Por suerte, algunos de los motivos de dichas acusaciones fueron mejorados notablemente al final, y de la mayoría era la sala la mayor culpable. De los precios de la bebida, mejor ni hablo, porque son dignos de un atraco a punta de pistola, una verdadera estafa. Yo ante estas ocasiones lo tengo claro: si me apetece beber, petaca entre culo y cojón o directamente, a comprar “chinolatas” en la calle. Ni un puto duro extra les pienso dar. Y quien piense que con estas prácticas perjudico a la sala y/o a la escena, se puede joder bien jodido, que mi fortuna me cuesta llegar hasta allí como para que me estén robando por querer echar un trago. Los principales problemas fueron los siguientes: la caída repentina de Snakes in Paradise (bien sustituidos por Atlas, en mi opinión), la imposibilidad de salir en todo el concierto (lo que se traduce en más de 6 horas seguidas sin poder salir de la sala), que se remedió con cuños y pulseras, dejándonos salir solamente a la parte trasera de la sala. Pero sobre todo, la gran marranada fue sacar entradas limitadas muy baratas a falta de 2 semanas para el festival. Esto último… pffff, no hay por donde cogerlo, de verdad, ¿Por qué tengo yo que pagar más que el que pilla una de estas, si yo la compré con más antelación? En fin… cutreces made in Spain, seguramente para paliar las bajas ventas iniciales (cosa que tampoco entiendo, viendo el cartel, pero hay gente para todo).
Pero vamos allá con lo que verdaderamente importa, que son los conciertos, las bandas, la música, el rollo… ¡el gran espectáculo de noche que tuvimos! Porque eso sí, es de justicia decir que, a pesar de los fallos y desaciertos de la organización, el meollo principal de la noche salió a pedir de boca, y yo disfruté hasta quedar completamente exhausto. En este sentido, un fuerte aplauso para ellos y para las bandas, que a su vez, los recibieron merecidamente.
Llegamos con el tiempo (demasiado) pegado al culo tras echar los cubatitas de rigor pre-concierto en un bar cercano a un precio más que razonable. Entrada en mano, corrimos todo lo que pudimos a la entrada principal, donde ya se podía ver a gente entrando desde lejos. Tras una sesión de cacheos, entramos a la sala escuchando el primer tema de Atlas. Mi primera impresión, tras colocarnos debidamente un buen hueco desde donde se veía de lujo, fue que el sonido era absolutamente brutal. Más tarde, ya clavados al suelo, pudimos apreciar realmente cómo se las gasta la banda en directo. Hacía mucho, mucho tiempo que no les veía, pero las sensaciones que recordaba de sus bolos renacieron en mí aquella noche. Ver a Atlas es, prácticamente, como ver a Niagara (una de las bandas de hard/glam más grandes que ha dado la historia de este país), pero con un vocalista mucho mejor y con temas propios. En resumen: todo un privilegio. Si hablo del mítico José Martos y los no menos legendarios hermanos Arias, Manolo y Ángel, dos figuras que han recorrido incontables bandas en la historia del rock español, no hace falta decir mucho más, salvo que Ignacio Prieto es, por derecho propio, un auténtico artista, un cantante con una voz que deberían envidiar la mayoría de bandas nacionales. Muy poco o nada puede fallar en sus conciertos con este incomparable line-up. Como digo, entramos ya sonando uno de los pocos temas a los que tenían derecho, para, tras una breve presentación para simpatizar con el público, siguieron con Esperaré, con una gran melodía, muy pegadiza, que abre su último trabajo (discazo, por cierto, no dejéis de escucharlo). En esta actuación, la clase y la elegancia de los miembros más clásicos se dieron la mano con el estado salvaje en el que se encontraba Ignacio, contentísimo, súper animado, cantando como los dioses, con un grandísimo aguante en su voz, ofreciendo continuas demostraciones de sus agudos y del feeling que desprende, e incluso tirándose al suelo y pataleando en varias ocasiones. La mentalidad con la que salió la banda a escena, seguro que fue: tendremos solo media hora, sí, pero lo vamos a reventar. Mientras Ignacio seguía girando sin control sin perder ni un ápice de su afinación, Ángel se despatarraba en los monitores, con una gran actitud y contundencia. Manolo, es cierto que no nos deleitó con tantas cabriolas y “figuras” como en otras veces, pero sí que se cargó el concierto a las espaldas con su infinita clase y su técnica admirable. Un guitarrista magistral, con unas tablas con las que otros solo sueñan, que encabezaría un hipotético Spanish hall of rock’n’roll.
Gritaremos no muestra la faceta más reivindicativa de la banda. Comenzó con una suave guitarra de Manolo y frases con mucho feeling por parte de Ignacio, y a partir de ahí, más caña, con riff 100% Atlas y macarreo musical con mucho mensaje dirigido a toda esa basura del poder… y ¡pedazo de estribillo! Otro temaco de su último disco. Pero no se olvidaron de aquellos que somos fans suyos desde su nacimiento, regalándonos el primer tema del primer disco: Unidos, cuyas letras también me encantan, grité a pleno pulmón aquello de “una forma de vivir, nuestra música es así”. José y Ángel, tremenda base rítmica, beneficiados por el, como digo, grandioso sonido, potente, de los que llegaba directo al estómago. Ignacio terminó de dar todo lo que tenía sobre el escenario, siempre agradecido y con mucha simpatía, empleándose al 110%, y Manolo de nuevo nos deleitó con un gran solo. Eso sí, tengo que decirlo o reviento: la gente desde el minuto 1 hasta el final, completamente congelada, como si tuviese horchata en las venas (algo exagerado, oigan). Tienen un tesoro en casa y no lo valoran, pero esto desgraciadamente pasa mucho en estas tierras. Por mi parte, “chapeau” por Atlas, que se marcaron un concierto de la hostia, cortísimo, muy poca cosa, pero con una intensidad aplastante. Tengo muchas ganas de verlos de nuevo.
Tan punto terminaron, y muy a gusto gracias al aire acondicionado de la sala, salimos a tomar un poco el sol que todavía lucía con fuerza en la calle. Pillamos priva a un latero que andaba por el lugar (fiel proveedor durante toda la jornada) y nos sentamos a descansar. Ahí conocimos a una gente de puta madre, pamplonicas, peña con la que intercambiamos batallitas, opiniones y gustos, y con la que nos reunimos en todos los descansos. Un placer siempre conocer a gente tan sencilla y divertida y sobre todo, que vive tanto por el Metal.
Los ratos de descanso fueron cortos, entre media hora y tres cuartos para todas las bandas, por lo que no podíamos encantarnos mucho. Hasta día de hoy, lo que he escuchado de Crazy Lixx me ha encantado. Hard rock melódico, fresco, juvenil (que no para niños), descarado y rebelde. Forman parte de la última década de la New Wave of Swedish Sleaze, y se han convertido con los años en uno de sus máximos exponentes. Otra banda a la que nunca había tenido oportunidad de ver en directo. Con ellos como ejemplo, la verdad es que este año está siendo muy fructífero en ese sentido. El concierto en general fue lo que uno puede esperar de ellos, gran selección de temas bastante variados, mucha chulería y buenos músicos… pero creo que más de uno, entre los que casi me incluyo, no quedaron del todo contentos. Pero, desde luego, esto no tuvo nada que ver con la banda y con su actuación, sino más bien con el sonido. El volumen y potencia que llevaron, y más aun en comparación con como sonaron Atlas, era prácticamente de broma. La intensidad brillaba por su ausencia, y muchos de los temas, que requieren un extra de volumen para llegar bien directos al tímpano, quedaron bastante deslucidos. En absoluto se puede culpar a la banda, que nos dieron un gran concierto a nivel escénico y musical, pero sinceramente, esperaba que todas las bandas sonaran igual de bien que el primero. De hecho, tras una arrolladora Wild Child, no esperaba que Don’t blame it on love cayera tan pronto, uno de los mejores cortes que he escuchado de ellos, con una de esas melodías que te llegan a la sangre.
Los coros, al menos, sí se escucharon con fuerza acorde al resto, ni por debajo ni por encima de lo deseado, dando mucha vida en vivo a este y a otros temas como XIII o la divertida Whiskey tango foxtrot. Con una estética muy glam, inundaron La Riviera con un enorme buen rollo, y estás que paraban quietos. Los dos guitarristas hicieron una pareja perfecta durante todo el concierto, apoyándose el uno en el otro, dando grandes solos ambos y demostrando mucho desparpajo. Parece que poco a poco, al ir acostumbrándonos al bajo volumen, empezó a cuajar más la actuación, y por fin se podían observar atisbos de vida entre el público (cuando a estas alturas yo ya estaba sudando la camiseta a saco), algunos saltos y algunos headbangings. Pero sin duda mi tema favorito de aquellos escasos 45 minutos llegó con Walk the wire, mucho más AOR, con unas guitarras supliendo extraordinariamente la falta de teclados, una melodía genial y con el cantante ya on fire, comiéndose el escenario (y eso que hablamos de un medio tiempo) y conectando a tope con la peña. Con el bajo volumen, la batería también resultó algo perjudicada. Con un buen sonido de pegada, este tema hubiese sido más maravilloso todavía. Con la banda entera recorriendo el escenario, no dejaron ni un segundo a la improvisación (bueno, alguna broma del propio Danny Rexon pero poco más), había muchísima acción, mucha melena al viento, y eso siempre es una buena demostración de ganas y energía, porque de esto la banda va sobradísima. Su impetuosidad y sus ganas de gustar estuvieron fuera de toda duda, y la gente acabó respondiendo muy bien. Me encantaría poder volver a verles con un sonido más fuerte y más tiempo, porque encima les recortaron 5 minutos (lo que me sentó como el culo). Por cierto, tienen un disco prácticamente acabado de sacar del horno llamado “Ruff Justice”, que está para chuparse los dedos, con melodías guapísimas y mucho feeling ochentero del bueno. Después de ver como se las gastan, a uno deja de extrañarle porqué han cosechado tanto éxito y se han hecho con un nombre tan grande dentro de la escena. ¿Por pedir? Me hubiese gustado escuchar alguna más del “Riot Avenue”.
Tras un buen rato de risas, curiosidades y recomendaciones con nuestros colegas pamplonicas, que ya estaban bastante más animados por el alcohol (jejeje), retornamos a toda prisa a la sala, un poco antes de que los Treat hicieran su aparición en escena, y es que especialmente de ellos no quería perderme ni la subida del telón. Unos auténticos cracks, leyendas de los 80, pero suecos. Que si llegan a ser americanos, vamos, se comen el mundo. Probablemente eclipsados por Europe en su día, puede que su nombre no suene tan grande, pero realmente son unos monstruos del género. Tuve mi época de adicción a ellos y desde luego pensaba vivir este concierto como su fuese el último. Tiempo ahora para cardarse el pelo y ponerse maquillaje y tachuelas, porque tocaba hard rock en sangre, del bueno, del de teclados, del de melodías con esencia 100% ochentera del que me vuelve loco. Los de Ernulnd / Wilkström entraron pisando fuerte a escena, y nosotros estuvimos allí para ver el magno evento. Para comenzar con su setlist, con gran expectación por parte del público, abrieron con dos temas de su último álbum, que apenas he escuchado, pero diciendo a la cara que ellos no han cambiado, que continúan con el rollo que siempre les ha hecho tan grandes. Lo primero que sorprendió a primera escucha fue el casi inmaculado estado de la voz de Robert Ernulnd, para regocijo de los que queríamos escuchar intactos los temas antiguos. En el primer tema, Ghost of Graceland, de potente factura pero con un gran estribillo, aunque algo más actual, daba un poco de miedo ciertos petardeos que salían del micro del vocalista. Para la siguiente, Better the devil you know, la cosa mejoró bastante en este sentido… porque el resto era prácticamente perfecto. Aun se echaba en falta algo más de volumen, pero ni punto de comparación con el concierto anterior. La enorme pegada de Jaime Borges y los oscilantes movimientos de un 100% reconocible Pontus Egberg (también en King Diamond) paliaban cualquier defectillo que se pudiera apreciar, y con su contundencia y su actitud, creaban un ambientazo increíble, casi de ensueño. Muy vacilona y macarra, Ready for the taking fue mucho más valorada, y muy bien cantada por Robert. Las teclas de Patrick Green, pese a no sonar todo lo altas que deberían, le daban ese toque inconfundible a los temas en las partes menos cañeras. Con este estribillo salté casi hasta tocar el techo, y de nuevo Borges triunfando a los palos con ese desmelene.
De hecho, con Papertiger, el desmelene fue generalizado con esos pedazo de teclados y todo el feeling que desprende Robert al cantar. Sin destrozar el escenario a carreras, pero con toneladas de elegancia, se movía por las tablas sabiéndose el puto amo. Porque “Coup de Grace” (su penúltimo disco, de hecho) es sorprendentemente uno de los mejores de su carrera, en pleno 2010, con temas como este o la que protagonizó el que para mí fue uno de los mejores momentos de la noche con We own the night… ¡Qué puto temazo colegas! ¡Qué estribillo! Puro AOR del que me pone cipotón, esto sí que es conservar los 80 en la sangre. No sé como mi garganta aguantó tanto maltrato con aquella canción (y el que le quedaba jeje). La cadencia de la batería, las atmósferas de teclado, los coros tan de puta madre… me puso a cien, pero aun llegarían otros grandes momentos con los suecos, como la clásica y asalvajada Love stroke o la vuelta al “Coup de grace” con Roar (fue el disco más representado), en la que Anders Wikström se permitió cambiar de guitarra. Hay que decir que ver a este hombre, con toda su presencia y su talento, fue un inmenso placer durante todo el show. Sus solos fueron brillantes y acaparó gran parte de las miradas. ¿A quien, a estas alturas de la noche, no la apetecía un Get you on the run? Otro de esos grandes singles olvidados en la historia del hard rock que sonó tremenda, coros geniales de nuevo, más los aportados por el público, que ya bien despierto, vivió este clásico con gran intensidad. Lo que yo echaba de menos ya a estas alturas era una buena balada de las que tan bien se le dan al grupo, pero lo cierto es que nunca llegó. En lugar de ello, más caña de otra llena de feeling ochentero y buena tecla como Conspiracy, y aun quedaba algún as en la manga. La banda no daba muestras de cansancio (a pesar de que ya tienen su edad), y seguían conservando todo su saber estar. Skies of Mongolia es el perfecto ejemplo de cómo la banda se ha adaptado un poco con el tiempo al sonido del New Wave Of Swedish Sleaze (que cada día me chifla más). Podría pasar perfectamente como un tema de Eclipse o HEAT, pero con el añadido de la inmensa clase que tiene esta peña. Para “le grand finale”, contaba con algo grande, y World of Promises me volvió a poner a 100 revoluciones. A mí y a todo el mundo, por poder ver aquel temazo en directo, con el empuje y el entusiasmo de Robert moviéndose por el escenario, la actitud enorme de Pontus y su estilazo, Wilkstrom haciendo de las suyas… ¡y no veáis que porrazos se llevaba la batería! Con los teclados hechizando de nuevo, fue otro momento mágico, y desgraciadamente, el último de la noche con los Treat. Una actuación absolutamente redonda, tanto, que mucha gente se preguntaba si Robert no había tirado de playback en algunos momentos. Puede que hubiese algún coro disparado… pero lo dudo muchísimo. Simplemente fascinante. Ojala pueda repetir alguna vez en la vida.
Y ahora sí, señores, llegaba el momento dorado de la noche, la principal razón (aunque no la única) de que estuviésemos allí esa noche. Ya me los perdí en su primera visita a España (con los madrileños Stranger de teloneros), pero me dije a mí mismo: eso no va a volver a pasar. El momento de la anticipación fue puro nervio. No todos los días se ve a una banda con esta calidad y estatus, y aquella noche fueron varias juntas. Pero Hardline desde que les conozco siempre me han perdido. Una banda con una carrera algo inestable, pero con mucho reconocimiento. Con varias idas y venidas, cambios y deserciones, entre todos, destaca un hombre que es el auténtico pilar de esta: el incomparable Johnny Gioeli. Su movida está entre bandas más de los noventa, con la potencia de Skid Row y las grandes melodías de otras como Tyketto. Para el que no les haya escuchado, ya está tardando, ¡que hay que escuchar más música, hostias!. Americanos de pura cepa, esto se puede apreciar de primeras en el aspecto de su cantante (aunque le vi un poco más relleno de lo que recordaba. En cualquier caso, una banda de su clase no necesita empezar a saco con temazos para triunfar, pero ellos igualmente lo hicieron. Where will we go from here, que abre su último trabajo hasta la fecha “Human nature”, también inauguró el concierto con muchísima fuerza, con un volumen atronador y con un Gioeli que se comía el escenario con sus gestos, sus guiños, sus carreras y por encima de todo, su grandiosa voz y su compenetración con el público. Tener un frontman así es tener media batalla ganada. Pero no solo de Johnny (también vocalista de Axel Rudi Pell, una banda que me encanta) vive Hardline. El resto de miembros también se lo trabajaron con sudor en los siguientes temas, como Taking me down, que puso la sala al rojo vivo, pero tan solo con escuchar el comienzo a la guitarra de Josh Ramos (inconfundible) para Dr. Love esto solo fue a más y mejor. Uno de sus temas estandarte, de los que todo el mundo quería escuchar. Ahora sí la gente se comportaba como debía, saltando y cantando a piñón. Gran pegada la de su batería, que creo un sólido muro en el que se apoyaron el resto de músicos. Tan solo me faltaron los coros del estribillo, los eché mucho de menos. Personalmente fue casi un sueño hecho realidad escuchar este temazo en todo su esplendor.
Cuando la peña ya estaba metida a saco en el bolo, hicieron un arriesgado movimiento al atreverse a tocar dos baladas seguidas. Al que Human nature no le pusiera los pelos de punta, es que no tiene sangre en las venas, con ese piano de fondo y Johnny cantando a capela, cuya voz fue ganando en fuerza (y no tiene poca, precisamente). No es una de las típicas voces, no utiliza falsete nunca, pero tiene un rango y sobre todo una potencia realmente impresionante, que no deja indiferente a nadie por su personalidad. La parte mala es que bajaron un poco la intensidad del concierto, pero la gente continuaba viendo el show con los ojos como platos, siempre expectantes. Le siguió Take you home, igualmente emotiva pero más pegadiza si cabe. Una vez más, Johnny emocionó con toda su magia, y Alessandro Delvecchio con su teclado, y toooodo el mundo levantaba sus manos y cantaba la melodía. Además, el propio Delvecchio cantó gran parte del tema, añadiendo armonías a la línea principal. De auténtico lujo ambas, las bordaron y quedaron como los putos amos. No por la lentitud de los últimos temas el concierto dejó de ser vibrante, pero la electricidad volvió con fuerza a la guitarra de Josh Ramos para desmadrarnos de nuevo a todos con el rollo más ochentero de Fever Dreams. Y por supuesto, si hablamos de actitud no podemos olvidar la caña y saber hacer de Anna Portalupi, la bajista del grupo, que además demostró mucha técnica (por lo que pude fijarme en numerosas ocasiones). La actuación de Gioeli fue soberbia, aguantando como un portento los tonos altos y entonando de cojones.
Life’s a bitch (que recuerdos, joder) nos devolvió al que mucha gente sigue considerando su gran trabajo por excelencia, el “Double eclipse”. Cadencia pesada y de nuevo un batería que se salió por todos lados en cuanto a contundencia. El propio Johnny nos habló (a través de un discurso muy bonito, por cierto) del significado y nacimiento del siguiente tema a raíz de los consejos que le daba su padre, muy emocionado, y de aquí salió In the hands of time, una de sus más célebres baladas, seguramente a modo de reposo para la infinita caña que vendría a continuación. Porque hablar de Hot cherie es hacerlo del que era sin duda su tema más esperado, su más deseado single que algunos esperaban como perros babosos, 100% ochentera, comercial en el buen sentido y “bonjoviana”. Acto seguido, toda la peña se pilló un desmelene de la hostia, gritando a pleno pulmón y haciendo el animal. Las voces a coro casi eclipsaban a la banda, se notaba la alegría flotando en el ambiente, y al fijarnos en la parte derecha del escenario, tras las cortinas, pudimos ver al vocalista de Treat pasándolo de miedo, cantando y sonriendo con este jodido temazo. Pero a mí me gustó incluso más el final, con esa brutalísima Rhythm of a red car, con un ritmo frenético en su cortante y agresivo riff, en la que un par de cuerdas vocales me saltaron por los aires. ¡Cuánto tiempo deseando ver esto en vivo! Lo cierto es que Johnny hizo un papelón (y también el solo fue tremendo), pero no pudo llegar a los picos de agudos del tema, algo de lo que nos encargamos entre todos a base de dejarnos la voz. Muchísima caña para despedirse tras los agradecimientos oportunos y sobre todo, un ensordecedor mar de aplausos, de gritos de “otra otra” y de oeoeoes varios. Lo que viene a ser TRIUFAR pro todo lo alto. Tan solo un par de apuntes: no me gustó que pasaran totalmente de su disco “II”. Y por pedir, que no tocaran When love leads the way. Pero por supuesto, paaaasote increíble de concierto, del que terminé absolutamente feliz y extasiado. Pasará mucho tiempo hasta que vuelva a lavarme los ojos.
Y todo esto contando con que todavía quedaba el plato fuerte, un Michael Schenker que mantiene su juventud a nivel musical y técnico, ya olvidados por suerte sus enormes problemas con la bebida que a punto estuvieron de cargarse su carrera. He de confesar que para mí el máximo atractivo del show eran Treat y Hardline, que además nunca les había visto. Pero, manteniendo esto al margen, a parte del rubio vocalista alemán había otro elemento que me interesaba muchísimo de este bolo, y era nada más y nada menos que el grandísimo Robin McAuley. Hasta el momento, había visto al Schenker con Doogie White y con Gary Barden. Y sinceramente, tengo que decir que, en las condiciones actuales (no vale comparar épocas distintas) McAuley se los come vivos a los dos juntos. Fue algo verdaderamente impresionante comprobar el estado de su voz en temas de casi toda la carrera del guitarrista, incluyendo a UFO. McAuley, que formo parte de una de sus etapas más cortas (con la banda llamada McAuley Schenker Group), tiene verdaderos discazos, de los que interpretó muchos (la mayoría, de hecho) temas, aunque hay que aclarar, antes de nada, que técnicamente este NO era un concierto de McAuley Schenker Group como tal, sino de Michael en solitario. Sea como sea, y tecnicismos a parte, lo que estaba claro es que nos iba a hacer disfrutar como enanos. Y así fue que llegamos a la sala, un pelín tarde (tras el primer o el segundo tema, una putada) para encontrarnos con la marcha de Attack of the mad axeman, uno de mis temas favoritos de hecho, en el que ya pude flipar con la voz de Robin, haciendo y llegando hasta donde, hoy por hoy, Gary Barden no puede. Y no creáis que parecía esforzarse mucho. Bueno momento también para disfrutar por primera vez de la extraordinaria técnica, ahora en solitario, del grandioso Schenker con toda una curiosidad, Captain Nemo, que creo una gran atmósfera apoyada por el resto de músicos (muy notables los teclados de Steve Mann, también de McAuley Schenker Group). Los focos del escenario estaban descaradamente centrados en el maestro de la guitarra, que hizo un trabajo formidable sin desconcentrarse ni un segundo.
Inyección de caña con No time for losers, con un vocalista muy bien apoyado por los coros de sus colegas, una formación clásica y sorprendente que incluía miembros de la historia pasada del alemán. Robin mantenía su presencia con clase, con la chupa en ristre y con una pinta de lo más true, con su pelo alborotado y cardado (eso sí que es actitud y no la mierda de peinados de nenaza llevan otros) y como digo, cantando como los ángeles, llegando a todo, y sin despeinarse. Llegó, como no, una remesa de temas de UFO, las siempre bien recibidas Shoot Shoot y Lights out, en las que claramente se vio un aumento en la pasión del público (este año en el Leyendas también voy a flipar yo). De Scorpions tan solo cayó la instrumental Coast to coast, con el consiguiente lucimiento personal de Michael con su flamante y eterna Flying V, pero me quedé con las ganas de ver a Robin marcándose un Big city nights o un Bad boys running wild. Pero casi casi (por título jeje), porque al poco llegó Bad Boys, de un “Save yourself” del que cayeron, al menos, 3 canciones seguidas. ¡fantástico!. Tanto el cantante como el resto de la banda demostraron su faceta más “macarronica” salvo quizá al bajista Chris Glen, al cual vi un poco pasado de peso a sus 66 tacos. El que estaba hecho un puto flecha fue TedMcKenna, aporreando y sudando la batería como si no hubiese un mañana. Con una fantástica ambientación de teclado y su grandísima melodía, This is my heart fue uno de los grandes momentos de la actuación, una de las que más me gustó, sobre todo por el feeling de Robin (y eso que tampoco es un tema tan inmenso). Parecía que de nuevo el guitarrista iba a tomarse un tiempo para un nuevo solo, pero tras unas cuantas notas, capté que se trataba del inicio de Save yourself, con el mismo sentimiento y la misma voz ligeramente rasgada de McAuley (que aquí tuvo que “apretar” mucho más) pero con mucha más tralla y la omnipresente guitarra de Michael desatando toda su furia. Este hombre sigue siendo fulminante a la hora de tocar, y especialmente con este temazo arrasó completamente en los solos.
Muy pocos son capaces de hacerle sombra ni por clase, ni por técnica ni por elegancia y maestría. Está tan delgado que parece que se lo vaya a llevar el viento, pero ese gorro que siempre lleva le hace parecer más joven. Otro single con muchísimo sabor ochentero, el Love is not a Game (con gran voz y coros) precedió a otra tanda de clasicazos de UFO, como Natural Thing (¡¡menudo subidón!!, y qué ganas de verles…) y Rock Bottom con absolutamente todo el mundo echando el resto con su contundente estribillo, alargada con un kilométrico solo entre medias, para terminar despidiéndose ante una enorme ovación. Algo fallaba, y pensaba que uno de los primeros temas que me había perdido era Doctor Doctor, pero para algarabía de mi persona, sonó al poco rato de volver a colgarse los instrumentos. Así que… ¡¡a saltar de nuevo!! ¡¡Aquella noche tenía las piernas rotas!! Vivir para ver, en aquel momento el clamor de la peña era tan enorme que el propio McAuley no podía competir con ellos, pero su sonrisa al mirarnos indicaba que lo estaba pasando teta. Pero tampoooco terminó ahí la cosa, porque tras otro amago de despedida, aun nos regalaron dos temazos como Only you can rock me (muy fresca con Robin a las voces) y sobre todo, un caramelito como Too hot to handle para que todo el mundo disfrutase como cosacos. Me pareció una excelente opción para terminar, por su duración, calidad, melodía y porque musicalmente dio mucho de sí. Al final, y a pesar de que esperaba estar más cansado (5 grupos seguidos sin tregua no son moco de pavo), Schenker y compañía me hicieron vibrar, y ya tengo claro, después de varias veces de haberle visto en momentos no demasiado favorables, que un concierto suyo es un jodido valor seguro, toque con quien toque.
Ahora era tiempo para valorar cuál era el siguiente paso a seguir, tras salir de la Riviera completamente eufórico, tras una intensa jornada de Hard Rock del que muy pocas veces se tiene la ocasión de vivir. El Bastard en Argüelles era una buena opción, aunque ya había bebido bastante durante el día, y la última vez que fuimos salí hecho un infame de allí. Aunque me quedé un poco con las ganas, decidimos zamparnos unas telepizzas e ir de vuelta al hostal, que por cierto, recomiendo desde aquí (Casa de huéspedes Cuenca), limpio, silencioso, muy agradable y con un precio más que razonable (no como la mayoría de hostaluchos-zulos de Madrid). No tuvimos tiempo de despedirnos de nuestros colegas de Pamplona, pero espero que terminaran aquella fiesta como se merece.
Ahora, sí no sale nada entre medias, el próximo objetivo es, en unas pocas semanas, el Rock Fest Barcelona 2017, con un cartel de puro lujo y despilfarro. Solo espero que pase rapidito el tiempo que me separa de él. ¡Nos volvemos a leer entonces!
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