viernes, 14 de julio de 2017

¡¡Muerte o Gloria!! (Rock Fest Barcelona 2017, Domingo 02/07/17, Santa Coloma)

Muy pocas horas de descanso, como es habitual, aquella noche, aunque con un sueño muy profundo. Al final con el extremo cansancio acumulado, no hay más cojones. Sin embargo, abrí los ojos muy ilusionado por el hecho de que todavía me quedara un día entero para disfrutar sin concesiones. Además, por suerte, este festival tuvo una distribución de cartel justo como a mí me gusta: cada día mejor que el anterior, algo perfecto para mantener las ganas y la ilusión intactas, y afrontar el día con todas las fuerzas posibles. De hecho, ojala todos los días hubiesen empezado como este. No teníamos especial interés por ninguna de las dos primeras bandas, y al ser domingo, todos los comercios estaban cerrados con lo que, a parte de tener que sobrevivir con lo que nos quedaba, nos tomamos la mañana con mucha tranquilidad. A las 12, “como está mandao”, nos “echaron” del hotel, muy agradecidos, eso sí. Emprendimos nuestra ruta hacia Santa Coloma por separado, esperando encontrarnos con Guille, Gorka y Manu allí. La llegada fue triunfal, y encontramos un sitio cojonudo en el parking (gracias al buen trabajo de algunos de los de seguridad de allí) y bien a gusto nos pillamos un par de birrazos fresquitos que entraron solos. A continuación nos dirigimos a las mesas del parque, en la zona exterior del recinto festivalero, en donde mi chica y yo nos dimos todo un homenaje de relax, charlando y dándole a la cerveza, con el culo bien sentado y escuchando el buen rollo setentero que transmitía una banda llamada Imperial Jade. La verdad es que uno podría pensar que esos momentos se hacen cortos, pero yo ya tenía unas ganas tremendas de entrar y volver a darle guerra al cuello como es debido que al fin y al cabo para eso se va a los festivales (a no ser, insisto, que tengas la mentalidad de un jodido octogenario).

El año pasado, en este mismo festival y en el Leyendas del Rock correspondiente, tuvimos el placer de ver a Refuge, una banda en la que el maestro Peavy Wagner reunió a miembros de formaciones pasadas de Rage para hacer una gran gira con ellos e interpretar temas selectos tan solo de unos cuantos discos. La experiencia fue cantidad de guapa, poder ver canciones que rara vez toca con su banda principal. Pero en este Rock fest íbamos a vernos las caras con los auténticos Rage, o al menos, con la formación que llevan ahora, que por cierto, no tiene desperdicio. Hace ya varios años que ni Mike Terrana ni el gigantesco Victor Smolski acompañan a Peavy. La renovación fue completa, pero es innegable que al grupo le sentó mucho mejor de lo que algunos pensaban, ¡y es que están que muerden! Allí estábamos, junto a no demasiada gente todavía, para disfrutar de grandes composiciones, y la primera de ellas fue la familiar Don’t fear the winter, que ya pudimos ver en la otra formación de Peavy. Sin embargo, la segunda fue un sorpresón que me puso la tensión a 100… ¡¡Great old ones!! En mi opinión, uno de los trallazos más potentes y con mejor melodía al mismo tiempo que han parido. Empecé a dejarme la poca voz que me quedaba y a sudar como un cerdo ya de primeras mientras, junto a alguna nueva como Blackened karma (también con un estribillo genial), sonaron Spirits of the night y la magnífica End of all days, la más conocida hasta el momento. En cuanto le vi en acción pensé: uf, este tío es un puto crack, refiriéndome a su nuevo guitarrista, el venezolano Marcos Rodríguez que, a parte de comunicativo al 100%, tocaba que daba gusto, con auténtico fuego en las venas, corría aquí y allí y nos ofrecía sus solos con toda la simpatía del mundo. Además, por sus comentarios, se le veía un ferviente seguidor de la misma banda Por cierto, en cuanto a gira, están que lo petan, ya se han recorrido medio mundo en unas cuantas semanas. Parece que su setlist iba orientado un poco más hacia la segunda mitad de su carrera, pero hubo de todo, una retahíla fácilmente disfrutable por todos, desde la pesada y sinfónica From the cradle to the grave (de su grandísimo “XIII”), la vacilante Straight to hell (con la gente dejándose el cuello) o My way, un tema de novísima factura. La voz de Peavy puede haber perdido en rango, pero desde luego ha ganado en consistencia… y su carisma es indiscutible. A todo esto, muy grande el batería, especialmente en las partes más cañeras, era una locura. El vocalista nos anunció el que sería el último tema, pero, cual huevo Kinder, contenía sorpresa. Así, mientras todo el mundo cantaba emocionado el Higher than the sky (por supuesto), hicieron un interludio para meter la versión, en honor al jefe Dio, de Holy Diver, pero no fue Peavy quien la cantó, sino Marcos Rodríguez… ¡¡dejándonos a todos congelados!! La forma en la que imitaba el timbre y la forma de cantar de Dio fue absolutamente perfecta, era como cerrar los ojos y escuchar al ídolo! Y claro, esto alentó todavía más a la gente para vivir a muerte la última parte del Higher than the sky, ofreciéndonos Rage, en definitiva, un show corto pero muy compacto que gustó mucho a todo el mundo.

La idea a continuación era meternos entre las primeras filas del escenario derecho, todavía despejadas, para mantenernos allí hasta que empezara la batalla con los guerreros Hammerfall, que era para mí de lo mejorcito de aquel día. Hoy el día no era nada amable. Salvo el primer rato de relax en las afueras del recinto, una vez entramos ya no había vuelta atrás: había que soportar con valentía las altas temperaturas. No había ni una sola nube en el cielo, con lo que ya sabíamos que iba a ser bastante duro. A esas horas, caía una para derretirse vivo. Todavía quedaba por concluir la actuación entera de Black Star Riders, que comenzamos a ver desde el otro extremo. Sonaban de puta madre y les podía ver muy bien desde aquella posición. La gente empezó a hacer una sentada en espera de los suecos, pero yo me quedé de pie bajo el sol infernal viendo los primeros temas. La cuestión es que, poco a poco, me fueron enganchando más y más y al final se me olvidaron las ganas de sentarme y me metí de lleno en el concierto. Le energía tan intensa que transmitía la banda junto al inequívoco espíritu de Thin Lizzy que se percibía en cada una de sus notas me fue atrapando más y más, hasta el punto de terminar haciendo el cabra (incluso el gran Scott Gorham me señaló y me levantó un pulgar, viéndome solo bajo el sol jeje). Por otra parte, que cada uno de los temas esté imbuido con la magia de los irlandeses era algo que entraba dentro de lo normal, ya que la banda está formada por ex músicos que en una época u otra formaron parte de la legendaria banda. Su vocalista y el citado Scott Gorham, los músicos más destacados, sobre todo por el contraste que se creaba en ellos. Mientras la parte más clásica, más elegante y con más aplomo le correspondía a Gorham, Ricky Warwick desprendía fuerza por cada uno de sus poros, al cantar con potencia, al tocar la guitarra con ese empuje, y por supuesto al moverse por el escenario, con cierto aire de macarrería que no obstante, le quedaba como un guante a cada uno de los temas. Algunos de cosecha propia me gustaron mucho, como Finest hour o Bound for glory, pero por supuesto, nos tenían que obsequiar con algo más clásico, más nostálgico, si se prefiere. Y ahí, pasada la mitad del concierto (y con un calor abrasador que me derretía los sesos) cayó como una bocanada de aire fresco Boys are back in town, canción que adoro por su capacidad para transmitirte cosas positivas, en la que siempre creo ver a Phil Lynott tras el bajo. Y una lástima que tan solo hace unos meses Jimmy DeGrasso abandonara la formación, me hubiese encantado verle, pero su sustituto, desde luego, dejó el pabellón bien alto con un furioso solo de batería, además de uno de los papeles más principales en uno de los temas más agradecidos, como fue Whiskey in the jar.

Bajo el sol ardiente, la gente ya empezaba a agolparse en las primeras filas para ver a Hammerfall, por lo que tuve que ponerme también en mi sitio: cuanta menos gente se colara mejor. Ante un sonoro aplauso (de las ganas que había por verles) fueron desfilando sobre la pasarela los músicos de la formación sueca, y no se lo pensaron demasiado (el tiempo apremiaba) para lanzarse con Hector’s Hymn, que ya levantó los primeros puños del público. Curioso que, pese a estar prácticamente en primera fila, el sonido no alcanzaba la potencia que debía (supongo que desde un poco más lejos se escucharía mejor, nos pudo la codicia jeje). Riders of the storm destiló potencia por los cuatro costados, ese riff que en alguna ocasión nos marcó a todos con la bandera del auténtico Metal es un himno que no puede faltar. Y si la tocaron tan pronto, es porque lo que quedaba era aun más grande. Creando más y más lazos de sangre con sus fans, en Bloodbound la banda empezó a esparcirse por todo el escenario, haciendo un total aprovechamiento de la (a veces molesta) pasarela que Aerosmith hizo poner para su concierto. Sin embargo, también tuvo su gracia, para que por ejemplo los dos guitarras se pusieran codo con codo a hacer solos, o que el vocalista Joacim se fuese al extremo a saludar a sus fans. No había duda, cuando cayó Any means necessary, que el setlist estaba más orientado a la segunda mitad de la carrera del grupo, con temas más actuales (que no modernos) como este, que no estuvo nada mal pero que nunca me ha parecido ninguna maravilla. Aun recuerdo la primera vez que les vi, con sus corazas y armaduras a pleno sol… y por supuesto con pelotas de acero, como las que demostraron en Renegade, una patada en la cara llena de Metal a piñón, que es lo que mejor saben hacer. Joacim se bajaba del escenario y se acercaba tras la valla a nosotros, así que le pudimos ver con todo lujo de detalles, mientras saludaba y bromeaba con un niño pequeño (4 o 5 años) que tenían aupado en las primeras filas. Sorprendentemente, poco protagonismo se le dio a su último trabajo, llamado “Built to last”, eso sí, geniales todos, como Dethrone and defy. El que sí se hacía por momentos con el completo protagonismo era el guitarrista y líder de la banda Oscar Dronjak con sus solazos y su sólida actitud de guerrero, ya fuese en medio de la pasarela o con sus compañeros, haciendo movimientos coordinados con Pontus Norgren y Fredrik Larsson, quien también hizo buenos coros. El single Last man standing tampoco es de mis temas favoritos (prefiero esos más guerrilleros y épicos, aunque estén más manidos), aunque quien más y quien menos, todos disfrutamos cantando a viva voz el estribillo. Otra cosa bien distinta es Let the hammer fall, auténtico símbolo para la banda, para sus fans, y en general el camino a seguir para todo metalero que se precie. Pero es que con la grandiosa Hammer High estamos hablando de un nuevo himno, tan repentino como efectivo, que seguro cubrirá para los restos alguna de las últimas posiciones en los conciertos de la banda. No había más que ver el ímpetu con el que todos gritábamos su letra. Vi a Joacim Cans mucho mejor que en sus últimas actuaciones, tanto a nivel interpretativo como vocal, con buenos agudos, y en general lejos queda esa época en la que se les veía algo quietos y con menos ganas. Espero que con este nuevo y fantástico disco sigan por el buen camino, del que se desviaron un pelín con obras como “(R)evolution” o “Infected”. Extraño, por cierto, que Bushido (sin ser un mal tema ni mucho menos) sirva casi para cerrar, pero después, en cuanto empieza Hearts on fire… sobran las palabras, hay que dejarse llevar por el sentimiento de uno de los temas más grandes que se han parido en la historia del Metal. La banda emocionada y la peña más todavía, tocando el solo de forma imaginaria y destrozándose la voz al mismo tiempo que saltábamos. Un par de cosas mejorables: no haber tocado más tarde (cosa de la organización, me imagino) y no haber incluido más temas de sus primeros discos como “Legacy of kings” o “Glory to the brave”. En cualquier caso, vi a una banda muy resurgida, más fuerte que nunca, diría yo.

Sepultura fue una de las bandas que ya escogimos de antemano para poder tomarnos un respiro, especialmente para poder pasar por el merchandising (al menos, aun no cobran para entrar a la zona, ya veremos…) para hacer unas cuantas compras compulsivas que molaron mucho. Sin embargo, me es difícil resistirme a esta banda, una de las más brutales que escuché en el inicio de mi disciplina en el Metal. Ahora la verdad es que poco tienen que ver, pero en cuanto escuché que una de las primeras en caer era Kairos, me dije a mi mismo: para paaaaaaara, venga va, un ratito de los brasileños jejeje. Por muy destrozado que estuviese, no podía parar de mover el pie o meter headbanging. También iba a aprovechar para escuchar los primeros temas del “Machina Messiah”, del que aun no tenía referencias. Lo cierto es que Sworn oath me gustó bastante, con un inicio muy lento y distinto de lo que suelen hacer y un riff destrozacuellos, a lo que contribuía el impresionante batería, Eloy Casagrande. En el 2011, Sepultura hicieron uno de los fichajes de su vida con este tío. La forma en que le mete a la batería, la técnica, rapidez y mala hostia con la que utiliza los palos y el doble bombo son, sencillamente, de otro puto planeta. Y si ya da de sí en medios tiempos, imaginaos en una brutalidad de tema como Inner Self, de vuelta ese estilo thrasher, tan afilado y criminal que practicaban…

También Andreas Kisser se salió, y es que siempre me ha encantado la forma de tocar que tiene este hombre, las posturas, la actitud, la melena al viento… solo por verle tocar y actuar ya vale la pena asistir a sus bolos. Cuando empezaron a cebarse con los ritmos más agresivos, empezó a verse mandanga entre las primeras filas. Nosotros, por nuestra parte, nos retiramos (que yo si me engancho más aun les veo enteros y no como jeje).

Vimos cosas bastante interesantes por el mercado, camisetas bastante raras y cantidad de vinilos guapos, al mismo tiempo que empezaban los tambores del Territory. Nos tomamos un buen rato “libre” (aunque en general, para mí estar allí ES ser libre en todo momento). Tras las compras, nos permitimos el lujo de ir a comprarnos algo para papear, esta vez con calma y tranquilidad, y unos helados que sentaron de muerte. Pasadita por la gasolinera, comprar hielo, y trincarse un buen litro de vodka con limón, refrescante como él solo. De vuelta, entonces encontramos un pequeño rincón semi-escondido, un par de sillas en la zona externa a la sombra, con un aire muy agradable y un clima fresquito, ideal para terminarnos la bebida y comentar cosas sobre el festival y demás. Fue un momento de inmensa paz entre tanta batalla campal, y nos sentó de maravilla, aunque el precio a pagar fue perdernos la actuación de Thunder, una de las bandas más clásicas (literalmente) que había en el cartel. Una pena, la verdad, pero lo cierto es que he escuchado bien poco de ellos. Hoy por suerte las bandas que “podíamos permitirnos perdernos” estaban muy bien distribuidas, en momentos clave para reposar el culo y coger fuerzas para lo que estaba a punto de suceder, para mí sin duda el momento más ansiado y deseado de todo el festival.

Imaginaos la papeleta: por delante, y según mi running order personal, quedaban tres bandas de auténtico nivelazo, dos míticas y otra que ya se ha ganado suficientes puntos como para llegar a serlo. Y además… ¡¡tres bandas de hard rock!! Y es por la concentración de este estilo por lo que tanto me gustaba el cartel de esta edición.

Entramos bastante justitos al recinto para Airbourne, después de un merecido descanso y de nuevo ante mis oídos… el tema principal de Terminator 2… ¡me encanta! Este dio paso, sin más preámbulos, a la salida a la carrera de los hermanos O'Keeffe, Harri Harrison (que sustituye al recientemente fugado David Roads) y Justin Street para, literalmente, arrasar con todo con su hard rock 100% australiano, enérgico, frenético y devastador. La emoción se mascaba en el ambiente por las ganazas de verles, y una electricidad casi palpable se hizo patente con sus primeros temas. La apertura fue bestial con Ready to Rock (tema con que normalmente empiezan) y con Too much, too young, too fast, la gente comenzó a saltar sin control en las primeras filas, dejándose llevar por el entusiasmo y la jovialidad de la banda. Y es que todos y cada uno de los músicos por separado, con su actitud y su energía, son capaces de cautivar en cuestión de segundos. En temas como Girls in black o It’s all for rock and roll, en sus distintas tesituras (una más desenfrenada y otra más rítmica) en ningún momento pueden esconder sus raíces ni su influencia directa de bandas como AC/DC o Krokus. Su espíritu indomable se hace más que patente cuando ves lo que ocurre en el escenario. Los músicos dando unas carreras tremendas, saltando al mismo tiempo que aporrean sus instrumentos, y la frescura y fiereza de sus riffs y ritmos. Imposible dejar de mover el pie y el cuello en un concierto que conforme avanzaba me iba poniendo a 100. Joel canta como dios, toca la guitarra y mete unos solos de alucine, y se carga a la banda a las espaldas en general con un trabajo magnífico, depurado, auténtico, y aun le sobra energía para dar y vender. Justin al bajo engendra movimiento cuando le ves desmelenándose sin parar y con ganas de reventar el escenario, y ojo con Harri, porque llega a la banda con mucho espíritu y pegando fuerte. Parece mentira, pero la formación acumula ya 10 años de discografía (parece mentira, la primera vez que les vi eran unos novatillos jeje) y con todo este tiempo se han ganado el respeto de todos los buenos aficionados al rock, la llama que permanecerá viva cuando los monstruos se retiren, el relevo de fuerzas de los grandes nombres. De su reciente trabajo pudimos disfrutar unas cuantas, a parte de las que ya he nombrado, como Breaking outta hell (homónima), donde no bajan el listón ni la velocidad, pero cada vez van adquiriendo más personalidad. Lo que sí noté en varios cortes (y no fue mi imaginación) fue que a Joel le empieza a costar mucho gritar los tonos altos de varios temas, como por ejemplo, la siguiente Stand up for rock’n’roll… y aun así ¡jodido temazo! Cuando empezó a sonar, se me pusieron los pelos de punta, y me dieron ganas de dar un salto hasta las primeras filas y liarla (por desgracia, estaba demasiado lejos jeje), pero desde mi sitio, sí que lo viví con total intensidad, puro frenesí hecho canción. Antes de meterse con Live it up, sacaron a escena una sirena manual, y el vocalista no dejaba de darle vueltas a la manivela para que sonara más y más fuerte. Este toque de espectacularidad, junto al bestial ritmo de este tema y Runnin’ Wild (con la que me desgañité definitivamente) dejaron a la gente extasiada. ¡Vaya coros y vaya fuerza! No me extraña que siga siendo su tema estrella. Sé que acabo de hacerlo pero… ¡qué ganas de verles otra vez! Se me hizo cortísimo.

Reunidos con Guille, nos apalancamos un ratito para tomarnos nuestro primer y último kalimotxo de todo el festival (la organización no se hará rica conmigo, desde luego y menos con esos precios de auténtica estafa), charlando sobre bandas y organizándonos sobre cómo terminar el festival. Yo ya lo sabía de antemano… ¡A MUERTE!

De fondo sonaban unos Alter Bridge que me resultaban bastante desconocidos, y al escucharles descubrí porque. Desde luego, a los aficionados al sonido de los 90 pero con toques más actuales fijo que les encantan, pero a mí, francamente, no me dijeron nada. Sin embargo, hay que reconocer que había bastante gente viéndoles y gozando su actuación, y desde lejos y en buen lugar, la verdad es que no estaban tan mal, mejor de lo que esperaba incluso, pero desde luego no es mi rollo. Finalmente, mi chica y yo volvimos a despegarnos del grupo para ir cogiendo sitio, y no para Europe, que serían los siguientes en actuar, sino directamente ya para los grandes vencedores del Rock Fest 2017: AEROSMITH. Fueron momentos muy duros, ya que el 90% de la gente tuvo la misma idea que nosotros. E incluso viendo a Europe de lado, desde el otro escenario, el agobio de gente era tal que, unido al inhumano cansancio, costaba incluso respirar (y no va en broma…). Nos lo tomamos con mucha filosofía, sacamos fuerzas de donde pudimos, y por supuesto, disfrutamos de muchos clasicazos.

Al principio se nos hizo un poco cuesta arriba, porque yo ya sabía por experiencia que la mayor parte del setlist iba a ser material nuevo, con el nuevo estilo que ello implica. Muy alejados del hard rock y abrazando el stoner más puro y duro, la elegida para empezar fue War of kings, con un riff bastante guapo (todo hay que decirlo) que arrancó los primeros aplausos y manos en alto. Su densidad no fue fácil de llevar, pero de la manga se sacaron, de repente, un Rock the night que avivó la intensidad del público en un 200%. El hard rock melódico les sigue sentando de maravilla pese a que hoy en día lo hayan dejado de lado. Incluso el rollo más Heavy de sus inicios tuvo algunos momentos de protagonismo, ideales para desengrasar a base de bien el bombo de Ian Haugland, que sonaba de puta madre, al igual que todos los instrumentos. En este sentido les estaba saliendo redondo. La guitarra de John Norum se escuchaba con una claridad casi inédita y por supuesto los teclados de Mic Michaeli, que tan importantes fueron y son. Así, con la desenfrenada Scream of anger, continuó la fiesta, y el no esperármela me puso a desmelenarme a saco y a gritar con la poca voz que me quedaba. El solo fue perfecto, y la actuación de Joey Tempest, auténtico protagonista hasta ahora, “chapeau”. Solo hay un pero bastante gordo. En temas como Firebox o Last look at eden (por cierto, esta última me gustó muchísimo por su ritmo y su estilo más sinfónico), nada que objetar a la voz del sr. Tempest. Su timbre y tono actual se adaptan a la perfección a los temas y os aseguro que los borda. El problema es cuando le toca lidiar con temas de los 80/90: su voz no da la talla. En la citada Scream of anger o en la guapísima Sign of the times (mi favorita de la historia de la banda, sin duda), aun estando muy, pero muy bajadas de tono, le costaba sudores llegar a las notas más altas, y solo lo hacía tímidamente y de puntillas, algo que deslucía ligeramente los temas. En esta última canción se me pusieron los pelos como escarpias al escuchar las primeras notas de Mic Michaeli, y todavía más al escuchar, perfecto, el solo de Norum. Vaya clase y vaya técnica tiene este hombre, para quitarse el sombrero. Le falta movimiento, pero convierte en oro puro todo lo que toca. Tiraron a por otro clásico como Ready or not… ¡la cosa no estaba yendo nada mal! Un poco ralentizada, bajadísima de tono pero igualmente vibrante. Otra cosa a tener en cuenta que da mucho valor a la banda es que mantienen exactamente la misma formación original con la que triunfaron en todo el mundo. En lugar de, por ejemplo, Nothin’ to ya, hubiese preferido Days of rock and roll, que SÍ me encandila con su buen rollo, o incluso algo de los olvidadísimos “Start from the dark” o “Secret society”. El final se avecinaba con algo grande: Superstitious, cantada a saco por todo el mundo, casi más que por el bueno de Joey, que se las vio verdaderamente putas para sacar el tema decentemente. Pero eso es algo que todo el mundo olvidaría cuando empezaban a sonar las primeras notas de The final countdown… ¿quién puede resistirse a este temazo, a este emblema del hard rock melódico? Un tema que dio la vuelta al mundo y a algunos nos alcanzó de pleno cuando éramos muy pequeños sigue siendo igual de válido hoy en día. Su épica y su cadencia emocionan a la gente, que les despide por todo lo alto.

A última hora, cuando la gente no dejaba de grabar con su puto móvil la última canción (miles de jodidos móviles…), yo ya estaba con la mirada y el corazón atentos al otro escenario. Ahora sí, por fin, iba a volver a cumplir todo un objetivo en la vida. Volver a ver a quienes siempre fueron mi banda de Hard Rock favorita, únicos, incomparables, genios absolutos, músicos excepcionales… y los toxic twins en plena acción: AEROSMITH. Todo eso para mí es como un sueño hecho realidad, que ya pude cumplir hace unos años, pero esta vez iba a ser todavía mejor en cuanto a situación y compañía. Rock, diversión, cachondeo, desmadre… sabía que el concierto tocaría todas estas emociones y muchas más. La banda se encuentra inmersa en lo que insisten en decir que será su gira de despedida, titulada con el ingenioso nombre de Aero vederci Baby. La presentación para tan magno evento no pudo ser más acertada: en la gigantesca pantalla de fondo se nos empezaron a mostrar imágenes de la banda, imágenes nostálgicas cargadas de buen rollo, acompañadas por trozos de temas con sus portadas, recorriendo toda su carrera. El video llegó a su fin y empezó la aventura. Estaba muy nervioso y emocionado, pero no confiaba plenamente en mis fuerzas, que se agotaban hasta el límite. Sin embargo (que poco me conozco a veces jeje) en cuanto Tyler (llevando unas estrafalarias gafas de aviador) y Perry salieron al escenario con Let the music do the talking… por el tema, por la espectacularidad, y por ELLOS, casi me vuelvo loco. En un momento, a pesar de lo apretujados que estábamos, empecé a hacer hueco a base de saltos y meneos de cuello jeje ¡Una vez más Aerosmith frente a mí! Apenas podía creer lo que estaba viendo. Y si con esto no tuve bastante para empezar, llegó lo que sería la mayor sorpresa, cuando Steven Tyler empezó, con su micro en el centro del escenario, a maullar: ahí me di cuenta de que iban a tocar Nine Lives, un tema al que le tengo muchísimo cariño por los viejos tiempos, y que fue otro enorme chute de adrenalina directamente en la espina dorsal. El vocalista tuvo que bajar el tono en algunos trozos, pero aun así no cambió ni un ápice su velocidad. A pesar de tener los pies destrozados, la espalda literalmente reventada y el cuello casi inmóvil, era imposible no dejarme llevar por el frenesí del momento, ¡¡no podía evitarlo!! Y como yo, casi todo el mundo, aunque como digo estábamos tan enfrascados que apenas podían moverse. La cachondísima Love in an elevator es uno de sus puntos culminantes en cuanto a definición de su rollo. Divertida, original y sobre todo con un feeling que te lleva a tres metros bajo tierra. Aquí Tyler tuvo también un poco de ayuda con los coros disparados, pero solo de apoyo, nada de playback. Con un estilo casi sureño (del que tanto les gusta) comenzó otro gran éxito, Livin’ on the edge. Aquí la banda estuvo especialmente pletórica. Los que aun no habían destacado especialmente, como Brad Whitford (bastante mayor) o Tom Hamilton (con su espectacular forma de tocar) se lucieron en este corte. Fue una de las que más gustó de esta primera parte. El escenario era un auténtico espectáculo de luces, sonido e imágenes, algo irrepetible y mágico. La noche era templada y el setlist hasta el momento rozaba la perfección… ¿qué más se podía pedir? ¿Qué sonara Rag Doll? ¡Pues ahí estaba! La atracción y feeling que tuvo este tema fue desmesurado, brillante, un sorpresón en mayúsculas. Vimos a Tyler fresco como una rosa, haciendo todo tipo de cabriolas, cantando como el puto dios y poniéndose enfrente del ventilador y dejándose llevar, precisamente, cual muñeca de trapo. En este tipo de temas es cuando puede darlo absolutamente todo, y es que hay gente que tiene sangre, (otros, ni eso) pero Tyler solo tiene puro ritmo y música en las venas, y a un nivel de sentimiento lejos, muy lejos de cualquier otro vocalista que yo haya escuchado nunca. A parte, pudimos ver a Joe Perry (otro figura… que puto amo) tocando su guitarra tumbada ayudado por dos cilindros. Recorrido por todas sus épocas, volviendo a su “Nine lives”, desde el que ya ha llovido bastante, con el Falling in love (it’s hard on the knees), una melodía genial y un Joey Kramer dándole con muchas ganas pese a que también está bastante mayor y Steven actuando como la puta superestrella del rock que es, inigualable e incomparable. No puedo sino deshacerme en elogios ante un hombre que no solo conserva ese rollo tan característico y único, sino que se mueve, se tira al suelo, se levanta y nos anima, vuelve a correr y abraza a su compañero Joe mientras sigue cantando… y verle cantar es un espectáculo inmenso, como lleva su voz a donde le da la real gana, como grita y como improvisa, como baila y como VIVE cada nota, cada canción. Y todo esto a la edad de, ojo, casi 69 años. ¡¡Es cagarse!! Mientras cantantes con unos años menos parecen unos espárragos encima del escenario, este no puede parar quieto, sus pies y el ritmo en su sangre no se lo permiten. No actúa, simplemente vive y disfruta, y eso no se puede fingir. Pero también Joe Perry quería su momento de protagonismo, y lo tuvo con su versión del Stop messin’ around, que le quedó del todo brillante, y es que su voz es absolutamente perfecta para estos temas. No tiene tantos recursos ni tanto rango, pero su chulería y su planta encandilan al más pasmao. Y es que menudo jefe, a pecho descubierto como si tuviera 20 años, con toda la chulería y estilazo que tiene… De hecho, me pareció mucho menos mayor que en otras fotos o videos que he visto últimamente. A partir de este momento, cayeron unas cuantas versiones de las que tanto les molan, de bandas clásicas (algunas de su disco “Honkin’ on bobo”), y en alguna de ellas salieron dos chicas a cantar con Tyler (menudo privilegio). Se puede considerar como un interludio y quizá la parte más floja del show, aunque sin desmerecer a los músicos, tanto Joey, Brat y Tom hicieron una actuación fantástica en tonos más blues.

Ahora, muchos de los que por detrás de mí decían que si eran unos moñas o unos blandengues, demostraron su más pura hipocresía cuando llegó I don’t wanna miss a thing. Siendo una de las baladas más comerciales, la cantaron entera como nenazas histéricas, y además fue la única canción entera que supieron cantar, cuando yo o una chica que había a mi izquierda nos sabíamos el 90% de las letras. En cualquier caso, fantástico momento, muy sentido, perfecto para pasar con tu pareja o con quien sea.

La que más gustó de las versiones anteriores, sin duda, fue Come together (que ya nos tocaron los Gotthard antes), en las que más se escuchó la gente, un tanto descolocada en estos momentos. Pero regresaron fuerte a sus temas propios con Sweet emotion, coreadísima y muy bien recibida, mientras Tyler se acercaba a nosotros y nos pedía manos en alto con una gran sonrisa, o se volvía a poner frente al ventilador, sin parar ni un segundo. Si antes imitaba a un gato, ahora lo hacía con un pájaro, para dar comienzo a uno de los hits mas sonados de aquella noche: Eat the rich. Con toda la pasión del mundo por parte de Perry, sonó tan eléctrica como en disco. No se podrían quejar los más duros del lugar: muy pocas baladas hasta el momento, así que ya tocaba otra, quizá demasiado cerca de la anterior. Cryin’ volvió a sonar, y por mucho que se esforzaba Tyler, la voz del público le superaba. ¡¡Que guapo poder ver esto en vivo!! Y hasta ahora siendo un concierto bestial e inolvidable, no podía pensar que me podía volver tan loco como cuando empezó a sonar Dude (looks like a lady)… ¡¡¡y es que el rollo, el ritmo y la letra de este tema me descontrolaaaaaaaaaa!!! Buah… si hubiese tenido más espacio, me pongo a dar vueltas hasta caer de rodillas. ¡¡Pero que ROLLO más guapo, y que directo tan genial!! Es que no podía faltar, fue llegar y triunfar, y claro, Tyler se crece en estos momentos con su infinito carisma.

Después de esto, la banda se tomó un corto descanso, pero les tocaba trabajar a los pipas. Esta vez no hubo sorpresa tan grande como la primera vez cuando sacaron un piano de cola blanco en medio de la pasarela. Pero sabía que la emoción del momento sería tan grande o más, cuando Tyler se acercó a el y empezó a tocar las primeras teclas de Dream On, una de las mejores y más profundas baladas de este jodido mundo, a quien se le unió Perry, subiéndose al piano y acompañando esas mágicas notas con su guitarra y creando un ambiente asombroso, que enmudeció a todo el mundo y empañó los ojos de muchos (entre los que me incluyo). Estos momentos tan intensos y emotivos son los que dan especial valor a la vida, no se puede decir otra cosa. Pero como el tema tiene cierto regustillo triste, no nos iban a dejar irnos así, y la fiesta se reactivó de nuevo con Walk this way y ya podéis imaginaros, de repente absolutamente todo cristo saltando hasta tocar el cielo, gritando, desmelenándose… ¡¡una locura!! Con un Tyler pletórico y un Perry que se apoyaba continuamente en él como casi hermanos que son, aquello terminó como una fiesta salvaje y desenfrenada, con millones de papeles, grandes columnas de humo y, tras la despedida (no nos iríamos de allí hasta el último de ellos cruzase el telón), un glorioso “Barcelona, you are number 1” que ocupaba toda la pantalla.  El griterío y el desfase no terminó hasta pasado un buen rato y es que, si Aerosmith no conseguía revivirnos de nuestras cenizas… nadie podría.

Contentísimo y orgulloso de haber podido contemplar este espectáculo de nuevo, juré no volver a lavarme los ojos nunca más. Al mismo tiempo, mucha tristeza, porque seguramente sea la última vez que les vea, y por que de la mano también nos llevaron al fin de un festival que, como todos los Rock Fest, formará parte de la historia del Metal y del Rock en este país.

Parece que, a pesar del destroce físico que llevábamos, nos resistíamos a irnos, como si alguna fuerza interior nos impidiera abandonar el recinto. De hecho, al final pensamos: ¿porqué no ver un rato al tan renombrado tributo de Queen God Save the Queen? Pues sí, que cojones, ¡que siga la fiesta! Escuchando temazos de la talla de Another one bites the dust o Under pressure, fuimos a comprar una de las últimas camisetas que quedaban del festival (para que luego no se diga) para volver al mismo sitio y poder apreciar más a la banda. El doble de Freddie Mercury parecía no tener límites, su voz era extremadamente parecida a la del fallecido vocalista, con todo lo que eso implica, un rango impresionante, una afinación exacta y también a nivel escénico lo imitaba que daba gusto verlo. Lo mismo podemos decir del doble de Brian May y de todos los que formaban la banda. El ritmo directo en el cuerpo con Somebody to love o I want to break free, himnos de toda una generación, clavados a los originales. Con Bohemian Rhapsody lo pasamos de lujo canturreándola (imposible no hacerlo) y con We will rock you incluso nos volvimos a levantar para desmelenarnos por última vez. Muy emocionante, para terminar, ese We are the champions, el único corte al que vi que el imitador de Mercury no llegaba al 100% de las notas y aun así... ¡¡espectacular!!

Ahora sí había que hacerse la triste idea de volver al coche. Y lo que más jodía no era el tramo hasta este, sino que ya no volveríamos a entrar en el recinto. La vida rutinaria nos llamaba de nuevo y no podíamos negarnos. Aquella noche me costó mucho dormir, pensando en todos los bolos, en los grandes músicos y las grandes sensaciones que se quedaron en mí. La mañana siguiente sería más dura, pensando en que en menos de 24 horas tocaría volver al trabajo y a la pesadez del día a día.

¡¡El año que viene más!!

Hasta muy pronto, nos leemos en el Leyendas del Rock 2017 :)

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_

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