miércoles, 29 de agosto de 2018

Degustación de exquisiteces (Ripollet Rock 2018, Viernes 24/08/18, Parc dels Pinetons, Ripollet, Barcelona)

La diferencia entre el Ripollet Rock del año pasado (2017) y el de este es la misma que hay entre un concierto apetitoso y recomendable a uno totalmente imprescindible. Si el año pasado nos trajeron dos joyitas como Jaded Heart y Loudness (y a unos fallidos por culpa del sonido Crystal Viper), para esta edición los organizadores nos tenían preparados unos platos principales exquisitos, de auténtico lujo, un cartel variado, con Hard Rock canalla de la mano de Hard Buds, algo más melódico de parte de Crazy Lixx, y sobre todo, la suprema clase, técnica y capacidad de emocionar de los daneses Royal Hunt, a quienes siempre he considerado una banda terriblemente menospreciada e infravalorada, capaces de transmitir un aluvión de sensaciones con cada uno de sus temas, no importa el disco que elijamos. Como guinda del pastel, una de las confirmaciones más esperadas, la de los powermetaleros austriacos Serenity. No son bandas que pisen por primera vez la península, aunque tampoco precisamente las más habituales en los festivales, un aliciente añadido para un cartel que me encantó a primera vista ya con las primeras confirmaciones. Uno de los mejores, sin duda, de los últimos años. Para empezar, aquella semana ya me sentía plenamente recuperado del Leyendas (parece una tontería, pero estuve más tiempo ‘cascao’ de lo que pensaba) y con muchísimas ganas de volver a ver frente a mí un escenario. Así pues, tomamos el día con calma y nos fuimos a dar un voltio por la feria, esta vez mi chica y yo sin acompañantes, una cena cutre a precio módico y unas cuantas birras más de la cuenta. A destacar el enorme aparcamiento habilitado para los coches (ya lo hubiese querido el Rock Fest…). Finalmente llegamos al recinto, donde la entrada, como ha sucedido en las 26 ediciones, era gratuita.

Llegamos y nos infiltramos entre la multitud, y ya rugían las guitarras de los Hard Buds, banda de Rock’n’Roll llegada desde la bonita tierra de Girona con una propuesta tremendamente enérgica, eléctrica, guitarrera y salvaje. Una lástima que llegamos ya pasadas unas cuantas canciones, pero lo que importaba era disfrutar del resto. El ritmo del concierto era ya imparable, y a la banda se le veía muy crecida. Robert, voz y guitarra rítmica, levantaba las manos en el borde del escenario para comenzar Take it easy, como la mayoría de las que cayeron aquella noche, gritona y rockera a más no poder ante un público extremadamente tímido que parecía desubicado, nada que ver con la fiesta que se vivía sobre el escenario, con las largas melenas de Robert y Txus cruzándose mientras Álex al bajo adoptada las más retorcidas posturas. Las voces chillonas vinieron de perlas para continuar con una versión que arrancó los primeros gritos a mi alrededor, el Runnin’ Wild de los Airbourne, banda con la que tienen más de un aspecto en común, empezando por esas guitarras tan marcadas y predominantes. También vi mucho de los Motörhead en ellos, grandes dosis de macarrería y Rock’n’Roll puro y desgarrador, sin tapujos ni aderezos. Cuentan en el mercado con dos discos, el último del 2016, del cual escuchamos, en la última parte del concierto, la mayoría de los temas, como It’s Rock’n’Roll, una vez más, pura filosofía de su sonido rudo y una gran motivación para dar espectáculo sobre las tablas. Cantando en inglés y comunicándose en catalán, cogieron la medida justa para no desatender a su público mientras seguían dando muestra de su calidad con temas como Wake me up. Poco a poco aunque muy discretamente, el movimiento se fue notando y muchos nos sorprendíamos conforme pasaban los minutos. Una banda entregada, dándolo todo, con unos solos que despuntaban en las guitarras de Txus y Robert, y mucha simpatía que invitaba a mover el cuello y los pies sin parar. De nuevo, y para lanzar el ataque final, Robert se encaró a la peña mientras los primeros guitarrazos de Fireball, con ese sabor a AC/DC inconfundible, rasgaban el viento en uno de los cortes más cañeros del concierto, perfecta para decir adiós.

Amenazaban peligrosamente las grandes y negras nubes que cubrían todo el cielo de Ripollet con descargar la del pulpo, con unos relámpagos que, de haber cumplido su amenaza, habrían dado al traste con el festival entero. Por suerte, la lluvia no acababa de llegar salvo cuatro gotitas, y entre esta banda y la siguiente tuvimos buena música con Héroes del Silencio que también nos distrajo bastante del temor a una catástrofe. Creo que los horarios estuvieron muy bien dispuestos, con un orden correcto de estilos para que el cambio no resultara demasiado brusco entre los grupos.

Así pues, nada mejor que un poco más de Hard Rock, pero este de escuela más ochentera y con el inconfundible sello de Suecia en su música, los Crazy Lixx, que sí nos han visitado en varias ocasiones a lo largo de los últimos años. Les pude ver en el último Kalos Festival, en Madrid, donde a pesar de que su actuación no fue la más afortunada, tienen dotes y mucho gancho en el “cuadrilátero”. Con una colección de temas de órdago y muy buenos músicos, aunque sin hacer mucho ruido al principio, se presentaron en el escenario, abriendo con el tema de la introducción de la película 1997: Rescate en Nueva Cork, una de mis favoritas del maestro Carpenter, lo cual me dio muy buenas vibraciones, y continuando con la ochentera Wild child, que nada tiene que ver con la homónima de W.A.S.P. Con ese buen rollo y muchas ganas de pisotear el escenario, los suecos estuvieron resplandecientes desde el primer momento, con un setlist muy acertado que continuaba con Hell raising women, pero con un hándicap muy gordo: al igual que les sucedió en Madrid, sufrieron un sonido bastante pobre, sobre todo en volumen. El conjunto no era catastrófico, pero el mínimo volumen al que sonaban impedía a los temas transmitir toda su esencia, algo que por otra parte los músicos intentaban con todas sus fuerzas. Danny Rexon, con su pelo medio rapado habitual, se colocó una máscara de Jason para interpretar XIII. La relación estaba clara. Fue en este tema donde se empezaron a extraer signos vitales de entre un público que, ante tal despliegue de energía por parte de la banda, solo demostró tener puta horchata en las venas.

Una vez más, tanta gente casual en los conciertos baja muchísimo la intensidad, ya que los que nos estábamos dejando la melena estábamos muy dispersos y apenas se apreciaba movimiento. El medio tiempo Children of the cross, pese a sus coros guapísimos y a su atmósfera, tampoco ayudó precisamente a animar el cotarro. Y eso que entre Chrisse y Jens, gran pareja de guitarristas, le metieron un feeling y actitud tremendas en los riffs y los solos. Pusieron de nuevo el modo macarra ON con Lock up your daughter (súper gamberra, me encanta) y Blame it on love, con ese pedazo de rollo y esa melodía flipante. Danny también pareció tener algún problema con su micro, ya que la voz se cortaba en los gritos largos. Invitándonos a tomar unos tragos, y ya con los dos Jens (bajista y guitarrista) a pecho descubierto (máxima chulería barata), sonaba Whiskey Tango Foxtrot para deleite de quienes adoramos este tema y, por cierto, la única en todo el concierto del “Riot Avenue”, uno de mis discos favoritos del grupo. El sonido, particularmente el de la batería, mejoraba poco a poco, podíamos apreciar mejor el curro de Joel Cirera, aunque quedando muy lejos de la perfección. Hubo para todos los gustos, especialmente de su último trabajo, destacando en mi opinión Walk the wire y Killer, de esos cortes que tienen una cadencia adictiva, con esos coros, con ese trasfondo… (recordándome a ciertos Def Leppard), me encantaron pese a no ser las más adecuadas para un concierto que necesitaba más caña, más acción, del palo de las que vendrían a continuación, ya a modo de bises, la implacable Rock and a hard place, que consiguió algo más de respuesta por parte del público, o los ‘uouos’ de 21 Til I Die aunque sobre todo por las primeras filas, donde nos encontrábamos. Eso sí, os puedo asegurar que esa apatía fue justamente lo contrario a lo que los suecos transmitieron: agallas y fuego en cada tema.

Aunque Dinamarca no es el primer país que a uno le viene a la mente cuando hablamos de Metal, han salido grandísimas bandas de allí, evidentemente comenzando por el Rey King Diamond / Mercyful Fate o mis siempre adorados Pretty Maids, junto a otras bandas que suben día a día como Volbeat (aunque de momento, yo no entiendo este fenómeno…). Pero si para mí ha surgido un nombre realmente especial de allí, esos son Royal Hunt, banda a la que sigo desde hace un porrón de años y hasta ahora, hasta que el Ripollet Rock me los ha traído, nunca antes había podido ver en directo. Mi más sincero agradecimiento al festival por ello. Llegaba la hora de dejar a un lado el Hard Rock y meternos en aguas más técnicas, sinfónicas y progresivas con ellos. De todas formas, no os voy a engañar. La primera impresión fue una clara decepción. De la cantidad de matices y detalles que se pueden extraer de un temazo como Last goodbye (que destapó el tarro de las esencias), nos quedamos con muy pocos, y la mayoría bastante distorsionados por culpa, una vez más, del horrendo sonido que tenía el escenario. Incluso con Royal Hunt fue peor todavía, el volumen se redujo más todavía, y temas como A million ways to die, que hubiesen brillado con luz propia, pasaron bastante desapercibidas. A pesar de la tremenda compostura y talento de los músicos. Tampoco estos estuvieron demasiado movidos al principio. El instrumento que mejor se escuchaba, casualmente, era el de André Andersen, padre y fundador de la banda, que sudaba tinta con sus cinco, sí, nada menos que 5 putos teclados juntos tocados a dos manos… ¡¡¡Impresionante!!!. Otro grande, y ya apartándonos del tema del sonido (muy penoso, como digo) fue D.C. Cooper, quien estuvo absolutamente descomunal a la hora de transmitir, animar y generar ilusión entre el público. Sus juegos de manos, sus movimientos y su actitud y simpatía sobre el escenario salvaron sin duda la papeleta en los siguientes temas como Wasted time o la primera GRAN canción para mí del concierto. Cuando escuché esos punteos / riffs de Tearing down the world… joder… ¡¡no me pude contener!!

Ya, a parte de mí, también cantaba gente a mi alrededor, y la cosa se iba animando, aunque el volumen continuaba tan bajo que dificultaba la apreciación en los detalles del bajo de Andreas Passmark y especialmente, el solazo de guitarra de Jonas Larsen en Hard rain’s coming (¡agüita! ¡Cómo toca el tío!). Otra de las que me puso a hervir la sangre fue Half past loneliness, de su “Show me how to live”. La calidad de una banda se pone en evidencia cuando, tras tantos años de carrera consiguen seguir componiendo auténticos TEMAZOS como este. Aunque el sonido seguía siendo malo, su ritmo y sus primeros acordes de estilo inconfundiblemente neoclásico fueron algo muy directo de reconocer. Como yo, muchísima gente se emocionó con esta gran canción (una de las mejores que han compuesto en toda su carrera sin duda). Los coros, protagonistas absolutos del estribillo, sonaron prácticamente perfectos, dejando en un segundo plano a la voz de Cooper. De hecho, extrañamente perfectos… pero no le di más importancia tras el aluvión de sensaciones que acababa de recibir. Sin abandonar ese toque neoclásico que es marca y seña del sonido de la banda desde siempre, reconocimos también la cañera The last soul alive, que conjugó una batería veloz y técnica con unos solos de guitarra y teclado impresionantes. El dueto Andersen / Larsen funcionaba a pleno rendimiento, coordinándose que daba gusto. A quien le tocó lucirse en Until the day fue a D.C. Cooper, que es un vocalista cuyos registros agudos son bastante… peculiares, y a quien este tema con tonos más operísticos le quedó como anillo al dedo. Ya tendría ocasión más tarde de gritar y sobre todo, afinar bien en Cold city lights, donde nos hizo cantar varias veces el estribillo y bromeó sobre los que no movían ni un dedo para animar el cotarro, casi durmiéndose de pie. A parte de cantar bastante bien en general (superando bien los agudos, tan solo con algún gallito que otro), hizo un enorme show a nivel escénico, con carreras, saltos, poniéndose de rodillas y ejecutando espectaculares movimientos y giros sobre el escenario. En este sentido, ‘chapeau’, se nota que está en una forma física excelente.

Pero desgraciadamente muy poca gente supo apreciar la tremenda actuación de Royal Hunt como merecían, algunos ante el desconocimiento o la incomprensión hacia un estilo más técnico y neoclásico. Y mira que el vocalista intentó por todos los medios levantar al personal, agradeciéndonos infinitas veces el hecho de estar ahí, demostrando mucha empatía y proclamando mensajes optimistas, como el anterior a Message to god, con esos toques descaradamente progresivos y con Passmark y su bajo en primera línea del escenario, junto a la gente. Quizá el palique se alargó excesivamente antes de A life to die for, de nuevo con más agradecimientos y palabras positivas por parte de Cooper. Justo en esta última, fue cuando se notó de forma muy obvia el playback en los coros, cosa que no me hizo ni puta gracia, al contrario que las últimas estrofas, cantadas por D.C. Cooper con una profundidad operística que a muchos nos dejó boquiabiertos. Se despidieron, se abrazaron, y nos hicimos las fotos de turno. Pero, cuando ya me había ido a sentarme en la parte del césped, pasado un rato… ¡¡Inesperadamente volvieron a salir!! Y nada menos que con Fistful of misery, sin duda uno de los mejores cortes de su último disco, el “Cast in stone”. No tuve más remedio que salir pitando hostias a terminar de verles en toda regla. Por suerte, tras esta última, sí que fueron aclamados como merecieron, como los musicazos supremos que son, con oeoes y gritos de ‘we want more’. Vaya espinaza me he sacado de cuajo. ¡¡¡Enormes!!!

Una vez más creo que me he excedido en longitud jeje, pero es que necesitaba explayarme a gusto con la sensación tan brutal de haberles podido ver por fin en directo después de tanto tiempo. Y a pesar de todo, del horrible sonido y demás detalles que no me gustaron, salí muy contento de allí, aunque todavía la fiesta continuaba. Solo me tomé un ratito para descansar, dar un voltio por la barra y volver al punto de partida, donde pronto iba a comenzar el concierto de Serenity banda a la que sinceramente apenas había escuchado, pero que resultó ser la mayor sorpresa (por lo inesperado) de todo el festival.

Tampoco es habitual que desde un país como Austria llegue una banda de Power Metal sinfónico con esta ambición y calidad en sus melodías, coros, y con momentos potentes y tralleros, que les diferencian del estilo habitual, aunque con clara herencia de algunos grandes como Angra, Dark Moor, Masterplan o por supuesto, Helloween.

La introducción escogida para abrir es la misma que abre “Lionheart”, su más reciente plástico, de donde extrajeron gran parte de su setlist, alternando estas últimas con muestras de su ya respetable discografía fruto de 14 años de carrera dando caña por todo el mundo. Estaba claro que la épica iba a estar presente en cada uno de sus temas, y así lo demostraron, comenzando con United, también de su “Lionheart”, llamada a convertirse en un clásico de sus directos, con una pegada muy directa, igual que la mayoría de estribillos que ha compuesto la banda. Eso sí… a su favor tuvieron el factor que había fallado durante todo el festival. De repente, nadie sabe cómo ni porqué… de momento estábamos disfrutando de un sonido claro, fuerte pero sin estridencias, potente y a un volumen que multiplicaba x 10 el de los anteriores. La excusa de no molestar a los vecinos había caído por su propia ilógica. Repito… ¿qué cojones pasa entonces en todos los festivales? Siempre los últimos suenan mejor, y mientras, me tuve que tragar la mierda de sonido de Crazy Lixx y Royal Hunt. Sentía una mezcla de rabia y alegría. Sin embargo, rápidamente dejé de pensar y continué sintiendo cada uno de los temas como siempre hago. Spirit in the flesh fue la siguiente, y sacaron su primer as de la manga, que no era otro que la voz de su bajista Fabio D’amore… y vaya tela, ¡¡menudo vozarrón!! Casi tan buena como la de Georg Neuhauser, empastando ambas perfectamente y sorprendiendo gratamente al personal. Y sobre todo, que gustazo de sonido (por fin…). En estas condiciones tan refrescantes (y no hablo de la brisilla que corría en Ripollet) y motivadoras, siguieron desfilando Iniquity y Hero, con ese comienzo tan trallero y el bajón instrumental, un tema de grandes contrastes.

La voz de Neuhauser tiene un timbre bastante curioso. En tonos altos sin falsete, recuerda a ratos al vocalista de Axxis, aunque sin llegar a sus límites, y a Alfred Romero (Dark Moor) en cuanto a la modulación de la voz y la elegancia del timbre. Es más versátil de lo que parece a primera vista y aunque nunca se sobre-exalta en el escenario, comunica muy bien y sabe cómo atraer a las masas. Más temas del último disco como The Fortress (of Blood and Sand) se alternaban con obras de sus primeros años, como Rust of coming ages, brillando con luz propia gracias al buen sonido, a los potentes cambios de ritmo del batería Andreas Schipflinger y al añadido de los teclados a cargo del pianista Franz-Josef Hauser. Cada canción tenía un detalle, un momento, una melodía, que acababa encandilando, y yo cada vez disfrutaba más con ellos. El propio vocalista aseguró que en sus 17 años de carrera jamás habían tocado tan tarde, pero ni por un momento se notó el cansancio mientras caían Lionheart, Follow me o Velatum, juntando melodías fantásticas y épicas y algún punto progresivo, pero mucho menos de lo que esperaba, también coros brillantes, como en Reduced to nothingness (si no me falla la memoria, fue esta en la que más destacaron). Y resulta que para el postre, aunque sin salir ni parar un segundo, dejaron Legacy of Tudors, un tema suyo basado en la vida del rey Enrique VIII, una de las más saltadas que me gustó muchísimo. El problema es que comenzado el concierto era el más multitudinario de toda la noche, pero la peña fue desapareciendo poco a poco hasta quedarse los mismos 4 gatos de siempre. A pesar de todo, la banda se dejó la piel en la hora y pico que tocaron e incluso, reuniendo a todo el mundo en las primeras filas, el vocalista no dudó en hacerse un crowd surfing con la peña, que le llevaron en alto de nuevo hasta el escenario y todos ellos fueron despedidos con gran intensidad.

Pesaba casi más el hecho de tener que volver a Reus, desde donde nos separaba hora y pico de viaje, que las propias piernas, acostumbradas en estos meses a tanta calamidad y tanto sufrimiento en festivales. Pero la vigésimo sexta edición del Ripollet Rock daba carpetazo, y tocaba volver, ya sin más festivales a la vista hasta final de año. Pero sin duda fue una gran despedida, la garra de Hard Buds, la fiesta (poco concurrida, eso sí) de Crazy Lixx, las toneladas de técnica, temazos y buen hacer de Royal Hunt (para mí los ganadores de la noche) y el Power sorprendente de Serenity lograron dejarme un grandísimo sabor de boca. Un saludo, por cierto, al colega Alberto, que estaba por allí junto a su gente y con quien solo pude hablar unos minutos. ¿Nos veremos en el próximo Ripollet? ¡Esperemos que sí, y que sigan trayéndonos grupazos de este nivel!

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