De nuevo junto a mi amigo Kolega, y junto a su mujer y Gremlin, los cuatro pusimos pies en polvorosa desde el pueblo hacia Sedaví con una ilusión desbordante, sabiendo desde hacía semanas que esta iba a ser una de las noches más intensas del año y habiéndola planeado meticulosamente. Aún a sabiendas de que el Paberse abriría sus puertas a las 19:00 y que el primer concierto daría comienzo al menos una hora después, a las 17:30 ya íbamos con el coche a tope y con la mente ya en el concierto, un viaje súper agradable compartiendo opiniones e ideas musicales y por encima de todo, unas ganas inmensas de vivir y disfrutar la noche. Y no es que dentro del Metal extremo esté mi estilo favorito, pero siempre he pensado que es lo suyo tener los oídos acostumbrados a cualquier sonido, y ya tocaba engrasar bien el cuello a base de doblarlo, tanto al son de riffs oscuros y malvados como de blastbeats y brutalidad sin límites. Lo que ya estaba claro de antemano es que lo íbamos a pasar de destripe, y así fue. Una noche que nadie, especialmente los amantes del Metal extremo, debería haberse perdido bajo pena máxima.
Tras unos birrazos en el bar Nicolas, a escasos pasos de la sala (por alguna razón que desconozco, el Darkness estaba chapado), y siendo casi las 20:00, nos dirigimos a la sala donde ya nos encontramos con bastantes caras conocidas, como Diego Harris, Franky o Marisol. La apertura se había retrasado un pelín, pero ya estaba todo listo para empezar las frenéticas descargas de Metal que nos esperaban. Los de la terreta Dawn of Extinction serían los encargados de destapar el tarro de las esencias. Y he de decir que afrontaba su bolo con algo de escepticismo, ya que su estilo mezcla sonido clásico de Death Metal con bastantes ramalazos de Metalcore moderno (que es algo que nunca pude soportar), pero indudablemente el resultado final superó mis expectativas y terminaron molándome mucho más en directo que en disco. Construyeron un setlist cañero y equilibrado apoyándose, sobre todo, en su nuevo trabajo, el EP “Welcome to the New Century, Slaves”, desgranando todo un abanico de estilos en sus temas que van desde motivos más thrashers hasta ritmos y sonidos muy modernos que nos pueden hacer recordar bandas como Trivium.
Pero si hubo algo por lo que definitivamente el concierto me gustó más de lo que esperaba fue por el énfasis que mostró, en todo momento, su vocalista y guitarrista Cristian, uno de los pilares de la banda desde sus inicios junto a su hermano Daniel. Arrancaron fuerte con Behind the Mirror, en la que el mismo Cristian ya hizo gala de su variedad de registros, desde los más bestias a los más melódicos, de momento ante un público reducido y bastante distante. Esto no amedrentó a la banda, que continuaron repartiendo estopa con The fall of the human race, sonando esta vez bastante técnicos, sobre todo en esos solos que compartieron Daniel y el vocalista, aunque los de este último apenas se escuchaban. Desafortunadamente, el sonido fue el gran punto débil de la actuación, ya que algunas partes que merecían brillar más, no lo hicieron. Sin embargo, al menos en los primeros compases, el bajo sonaba atronador y muy por encima del resto, casi junto a la batería de Alexis Gálvez. Esto, obviamente hizo que las bases contundentes fueran las dueñas del sonido.
Tras un cambio de guitarra por parte del cantante, nos animaron a cantar a gritos contra el maltrato de género, alto y claro, con Motherfucker, sonando unos bajos especialmente poderosos, y seguidamente, con Everything shall die, también de su primer LP “Rebirth of hate” nos atraparon con su agresivo estribillo aderezado con unos coros de Daniel que se escuchaban lo justito, pero le daban más cuerpo al tema. Como digo, la banda continuaba empeñada en animar el cotarro, pidiendo que nos acercásemos una y otra vez, lanzando gritos para envalentonarnos o animándonos a cantar partes de los temas. Nos prometieron que a partir de cierto punto, la caña iría ganándole terreno a la melodía, y así lo cumplieron, sonando cada vez más contundentes, haciendo uso de breakdowns y armonías más deathmetaleras como sucedió en The Heresy, donde ambos guitarristas se acoplaron para tocar a dos bandas las partes de solos. Esta fue una de mis favoritas, en la que toda la banda, desde Marcos hasta Alexis junto a los dos hermanos hicieron toda una demostración de virtuosismo con ritmos entrecortados y estructuras de guitarra bastante complejas (una vez más, lástima que no las pudimos apreciar como merecían debido al confuso sonido). En este punto, agradecieron a la sala por haber contado con ellos, al público y a sus compañeros de las otras bandas. Pero no terminó ahí la cosa, porque la casi thrasher (al menos en su inicio) Decadence todavía nos procuró una buena dosis de tralla, con algunos de entre el público gritando su estribillo y terminando Marcos, Daniel y Cristian con los mástiles en alto. Apocalypse, si no me equivoco, puso el punto y final desde aquella demo que grabaron en 2015 y que fue una de las más reconocidas. Aquí sí que desapareció casi por completo la melodía para darnos, a guitarrazo limpio, un final bastante satisfactorio salvo por el tema del sonido, que podría haber sido mucho mejor.
Disfrutando de buen Death Metal entre banda y banda, la fiesta seguía en el Paberse aunque no hubiese conciertos sonando, con la peña cada vez más animada y un ambiente de buen rollo absoluto. Para mucha gente era su primer concierto en meses, y eso se plasmaba en muchas ganas e ilusión, era algo que se podía percibir sin mucho esfuerzo en la sala. Cada vez el número de asistentes era mayor, y eso daba mucha vida. Salimos a tomar el aire y hacer un poco de humo y, para cuando les tocó el turno a los Obscure, el Paberse había experimentado un llenazo considerable que todavía se haría más patente con los siguientes Noctem.
Los legendarios Obscure hacían acto de presencia de nuevo en el Paberse, donde precisamente les vi por última vez. Aunque actualmente solo conserven en la formación a dos de sus miembros originales, es de rigor admitir que su actual line-up es de una calidad inmensa, y la mejor forma en que defendieron esta afirmación fue con el pedazo de concierto que nos dejaron el sábado. Una banda que desafortunadamente nunca llegó a despuntar como mereció, pero que en los últimos tiempos (pre-pandemia, claro) ha pisado el acelerador, e incluso en 2019, tras treinta años en el ajo, sacaron su primer álbum, un “Darkness must prevail” que es pura crema y para mí de los mejores trabajos nacionales del estilo en ese año. Ahora les teníamos frente a nosotros y, aparte de dejar bien claro que también se puede sonar como un cañón en el Paberse, nos demostraron de primeras que venían a destruir nuestros tímpanos y cuellos. Abriendo con Curse of my race, haciendo honor a su último trabajo, Beleth se posicionó ya con el pie sobre el monitor, sobrado de voz y mostrándose a gusto y suelto a más no poder, cómodo y muy seguro de sí mismo al frente. Los últimos golpetazos del tema, como si de campanas de la muerte se tratase, dieron paso a Blessing of malignancy, donde la locura definitivamente se desató entre el público, con los primeros mosh ‘serios’ de la noche mientras, a golpe de cuerda, tanto Boris a la guitarra como Anselmo al bajo, miembros fundadores de la banda, nos miraban desde la distancia viviendo a saco el momento y entregándose como si de su última noche se tratase.
El sonido nos estaba dejando pasmados a pesar de no ser estrictamente perfecto, la potencia de todos los instrumentos golpeaba duro, y las guitarras de Boris, y a nuestra izquierda Rafa, creaban una muralla imposible de atravesar en temas como Skunk into oblivion, bajo esos ritmos demenciales de Enri Sanchis que se encabronaba más y más con cada golpe, o Through self repulsión, cuyo riff de apertura sonó guapísimo, muy claro y potente para desembocar en otro torbellino sonoro. La actitud de Beleth fue intachable de principio a final, agresivo, con muchísimo aplomo y letal. No solo bordó cada tema, sino que además dejó hecho añicos el escenario a base de pateárselo. La coordinación entre los músicos fue casi de libro, tanto en lo musical como en lo escénico, con buenas sesiones de headbanging al compás y una actitud de hierro forjado. Sirvan como ejemplo también los tajantes cambios de ritmo de After life (sin duda una de mis favoritas) o Into utter darkness, iban y venían como guantazos en toda la jeta mientras a golpe de cuello nos íbamos dejando las cervicales entre el público con baterías que pasaban del frenetismo a caer al más profundo de los abismos, densas y agobiantes. Las luces también arropaban convenienemente el escenario, entre el humo y las tonalidades rojas, el ambiente infernal era una verdadera delicia. Mientras Xavier Beleth se encaraba con Enri, este empezaba a dar cera de nuevo arropado a saco por el bajo de Anselmo para End destination, otro cremazo de tema que hizo temblar (y de forma literal) el suelo de la sala, y no solamente lo digo por los mosh que provocaron. Decididos a poner toda la carne en el asador tras todo ese atracón de ritmos oscuros y atmósferas enfermizas, nos endiñaron un último trallazo, el que da nombre a su último disco Darkness must prevail, frenético, a un volumen atroz y con uno de los mejores solos de guitarra de la noche, hasta el mismo Beleth bajó del escenario para repartir estopa junto a público.
Mis colegas y yo fuimos unánimes: un concierto atronador en todos los sentidos, que demuestran a las claras que Obscure todavía tiene muchísimo que decir en la escena y que funcionan en directo como una máquina recién estrenada a pesar de su más que inmensa carrera de 30 años. Personalmente diría que me gustaron incluso más que la última vez que les vi, lo cual no deja de ser una buena señal.
Salimos un momento hacia el coche para avituallarnos y pegar un muerdo al bocata, pero no queríamos retrasarnos demasiado para entrar de nuevo a la sala. Charlamos con algunos colegas de por allí y aprovechando que la sala no estaba todavía petada a tope (como lo estaría minutos después), pillamos un buen sitio entre las primeras filas. El oscuro ambiente que se respiraba aquella noche dio un paso más con la llegada de los Noctem. Una banda que a base de currar, no parar y dar unos directos impresionantes tanto en España como en el extranjero, ha llegado sin duda a lo más alto de la escena Black/Death Metal en nuestro país. Una actitud inmensa, una cuidada puesta en escena y esas destrucciones masivas que son sus conciertos les han proporcionado lo que ellos mismos se han ganado con sudor.
Dos candelabros sobre las gárgolas posicionadas en el escenario creaban un ambiente malsano, una oscuridad tenebrosa que les vino como anillo al dedo para sembrar la destrucción en el Paberse. Tras unas pequeñas pruebas de sonido, y el escenario sumido en la total oscuridad y silencio, Varu (bajista), Moss a la guitarra y la nueva incorporación a la banda, el guitarrista Tobal, se encaraban al batería Voor en una especie de ritual de iniciación… y tras unos segundos, estalló la guerra con The black consecration, con Voor abriendo e inmediatamente escupiendo unos blastbeats llenos de odio, un temazo de casi 9 minutos que además de dar título a su más reciente trabajo, dejó bien claras sus intenciones: no iba a haber piedad para nadie, ni para nuestros oídos, un para nuestros pescuezos, que se volvieron a doblegar ante la barbarie llamada Eidolon, que los cuatro músicos volvieron a comenzar de cara a su batería. Aquí empezó el máximo grado de desboque del personal, volviéndose casi un peligro permanecer cerca del escenario, tal fue la agresividad que este corte levantó en la multitud. Una brutalidad extrema y para colmo, un volumen elevadísimo y un sonido potente a más no poder. Su vuelta a los escenarios valencianos no podía plantearse mejor.
Varu se dejaba la melena (literalmente) en el clavijero de su bajo mientras la agitaba continuamente a un lado y a otro, sorprendiéndome en más de una ocasión con unas líneas guapísimas que se salían del esquema. The submission discipline, con esa introducción tal cual del disco, desembocó en el máximo momento de locura de toda la noche, con la gente repartiendo galletazos a diestro y siniestro que dejaron baldado a más de uno (lástima que algún que otro imbécil no entienda que hacer moshpits, por muy violentos que sean, no significa ir dando hostias sin control a todo el mundo). Tras esta somanta de palos, el concierto no bajó un ápice el nivel de intensidad. Beleth se largó a mitad de Court of the dying flesh, pero no tardó en regresar para verter una lata de cerveza sobre su testa y acto seguido, patear el monitor para seguir vociferando violentamente. La verdad es que este hombre tiene una presencia y un saber hacer sobre el escenario que, de tenerle delante, imponen muchísimo. Y esa es precisamente la actitud ganadora. Sumergirse en su papel, interpretarlo hasta el final y con toda la veracidad posible. Tanto en Obscure como en Noctem, un trabajo incuestionable, sobresaliente. Incluso volvió a bajar a repartir manteca entre nosotros mientras sonaba Sulphur a toda hostia, calentando todavía más al personal, avivando el fuego de la locura que se vivía en el Paberse.
Cuando llegó el turno de The dark one (otro temazo rebosante de brutalidad), el vocalista se empalagó de ‘sangre’ hasta los huesos, salpicándonos a todos con ella y dando una cera tremenda mientras metía headbanging junto a los guitarristas Moss y Tobal, rápidos ambos como un relámpago a la hora de ejecutar esos riffs tan mortíferos. Otro corte de su “Haeresis”, del 2016, aunque el que más predominó fue el “The black consecration”, con cuatro temas en total descargados. Y creo que tocar Let that is dead sleep forever fue una elección magnífica, siendo esta fácilmente mi favorita de su último LP, corta, intensa, demoledora y con unas melodías de guitarra y bajo acojonantes, un bofetón con la mano abierta, plagada de cambios de ritmos y registros en la que todo el mundo berreó, puños en alto, ante la petición del vocalista. En los primeros minutos del bolo, me pareció escuchar que hubo algún desfase rítmico en los blastbeats de Voor, pero eso es todo lo que duró, ya que a estas alturas estaba armado y engrasado como una máquina de matar, una ametralladora despiadada que nos volvió a hacer crujir las vértebras con A cruce salus, mostrando una gran técnica y variedad de palos… ¡impresionante!. Llegaba el momento en que todo eran melenas sobre el escenario, headbanging, molinillos… actitud (y que envidiaza la melena de Varu, joder). Para terminar definitivamente con la masacre, los honores recayeron sobre Through the black temples of disaster, que dejó la sala hecha cenizas, pero en la banda no se atisbaba la más mínima muestra de cansancio, y mantuvieron la mismísima actitud del primer minuto hasta el final, atormentando, con un Beleth cabreado y desafiante durante un bolo que en general dejó diversas opiniones, al menos entre mis colegas, pero que a mí me pareció exquisito de todas, todas.
La clásica foto finish con la banda dio por terminado tanto el concierto como la noche, de la que sobrevivimos con una alegría enorme. Si el dolor de cuello es síntoma inequívoco de haberlo pasado de muerte, solo ese hecho ya puede dar fe de que así fue, porque del mío salían chispas. Tenía más ganas incluso de las que pensaba en un principio de ver algún bolo de Metal extremo, y aquella fue la ocasión perfecta. Una Paberse llena hasta las trancas, un sonido irregular pero bastante bueno si hacemos una media, muchísimo movimiento y actitud, buen rollo, colegas, la alegría de muchos al volver a una sala, ya sea encima o debajo del escenario… vamos, todo lo que se le puede pedir a una noche, y más contando con la delicada e inestable situación en la que nos encontramos actualmente. No vale que te lo cuenten. Hubo que estar allí, y punto.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Dawn of Extinction + Obscure + Noctem, Sábado 04/12/21, Paberse Club, Sedaví
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