domingo, 20 de febrero de 2022

The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Día 2, 10/02/2022)

Nuestro camarote en el barco era bastante pequeño, no solo contando con las tres personas que dormíamos allí, sino también con todo el equipaje (también era el más económico, claro). Poco a poco nos organizamos para no parecer sardinas en lata, y de todas formas, tampoco lo usamos para mucho más que sobar. Al final, dos camas y una litera, más que suficiente, ya que cada día llegábamos más y más reventados a la habitación. La limpieza diaria era correcta (aunque a veces toqueteaban más de lo debido), y cada día nos encontrábamos con una nueva sorpresa en forma de animal hecho con toallas (sí, tal cual) sobre nuestras camas, al que además le ponían el primer par de gafas que encontraran por la habitación. Era uno de esos momentos que te sacaban unas buenas risas, de entre los muchos que encontramos durante el crucero, por ejemplo mogollón de gamberradas, como cambiarsto el número máximo de personas por ascensor de 5 a 100 (realmente se acercaba más a la realidad jejeje) o pegarles ojos de plástico a todos los cuadros que había por los pasillos. Amigablemente, la organización te incitaba a personalizar la puerta de tu camarote, y había auténticas obras de arte, desde complementos que podías tomar prestados para hacerte fotos con ellos hasta fotos con artistas, imágenes de otros años o publicidades varias. Lo cierto es que el ambiente que se respiraba era fenomenal, mucho colegueo y mucha familiaridad en tono alegre. Es algo que hubiese disfrutado mucho más de no estar tan abatido por las cancelaciones diarias… Sea como fuere, aquel segundo día llegamos a las Bahamas, a la paradisíaca isla de Cococay, y había que pegarse un madrugón de padre y señor nuestro, por si no fuera poco el cansancio acumulado que llevábamos ya.

La isla en sí no me dijo demasiado. Odio la playa, y a pesar de que el entorno era muy bonito y relajante, hacía mucho viento, y todo lo que alcanzaba la vista estaba meticulosamente organizado en plan turístico, demasiado artificial y frío para mi gusto. Había gran cantidad de comodidades, tumbonas, sombrillas y demás, bebidas exóticas y piscinas con barras para beber dentro. Nada que me llamase la atención, francamente, no es mi entorno predilecto. Mis compañeras sí disfrutaron mucho más de estas pijadillas. Yo preferiría haber invertido el tiempo viendo más conciertos, pero en fin, tampoco estuvo mal.

Bueeeeeno, que esto no es una jodida guía de viajes, así que vamos al grano, a lo que nos interesa de verdad. ¿Qué vimos aquel día una vez ya volvimos a embarcar? Pues mucho, y de muchísimo nivel. Hoy era uno de los días fuertes para mí (y lo habría sido mucho más con el cartel intacto…). Por una parte, un par de bandas que he visto numerosas veces, como Crazy Lixx y Eclipse, pero ante la calidad que rezuman sus directos… ¿quién puede negarse a verlas una vez más? Por otra parte, lo grueso estaba bien repartido durante el día, con Nestor, Slaughter y sobre todo, Tokyo Motor Fist y el gran Kip Winger, estas últimas dos de las más poderosas razones que todavía quedaban en pie para compensar el viaje desde mi punto de vista.

Los suecos Crazy Lixx, ocupando ya el escenario salvo el cantante, salieron directamente a matar en el escenario de la piscina. Su casi infinita energía quedó patente desde el primer tema, y es que el entorno animaba a desparramar todo lo posible, así salió su vocalista nada más sonar las primeras notas de Rise above, vibrante y derecho hacia el límite del escenario, recorriéndolo a saltos y zancadas con ese nuevo look muchísimo más ochentero y sus gafas de sol, al tiempo que Joél Cirera le daba duro a la caja para el inicio de uno de los mayores bombazos de su carrera, Hell rising women, para poner a todo el mundo con el puño en alto cantando los estribillos. Wild child, con los dos guitarristas súper compenetrados, me lo terminó de corroborar… ¡esto SÍ era un sonido como debe ser, joder! Potente, bastante nítido y a un volumen que te podía dejar sordo, ¡qué gustazo! Hasta los coros sonaban de puta madre en temas como este último o Girls of the 80s, otra reivindicación de la banda a nuestra década favorita, con Danny Rexon dándolo todo, igual que su compañero al bajo Jens Anderson, que se acercaba a nosotros con esa sonrisa semi-malvada, muy animado en todo momento, agitando su bajo de aquí para allá. Mucha gente decidió ver el concierto desde la piscina, o desde el jacuzzi, pero yo soy hombre de batalla y primera fila, pese a que había bastante gente allí amontonada.

El sonido potente continuaba siendo una constante, así sonaron de bien Walk the wire (con unas buenas voces) o Silent thunder, donde hasta el teclado disparado sonaba perfectamente encajado en el tema. De hecho, de las tres veces que hasta entonces les había visto, es la primera de todas en la que el sonido fue mucho más que decente: una pasada. Para la ya clásica XIII, Danny tiró de la máscara de Jason en Viernes 13 y un artefacto mitad micrófono mitad machete ensangrentado, dando el espectáculo, y les vino de auténtico lujo ese tema de su último disco, “Street Lethal” llamado Anthem for America, en la que el voceras sustituyó su machete por una enorme bandera americana con las siglas de la banda. Americanada total, sí, pero moló lo suyo. Cartuchos de dinamita bien guardados para el final explosivo, como Blame it on love (sin duda, de mis favoritas, no me quito ese estribillo de la cabeza), poniendo caliente al personal para rematar la jugada con la no menos adictiva 21 till I die de su “New religion”. Un setlist en el que de forma compensada tocaron temas de casi todos sus discos, quedándose fuera “Loud minority” y “Riot Avenue”, no demasiado distinto del de la última vez que les vi, pero eso no quita que no fuese 100% disfrutable. Y es que la pasión que se gastan sobre el escenario les ha llevado a estar donde están.

Nestor, banda también procedente de Suecia, no es un caso único, pero si uno de esos muy particulares que surgen de tanto en tanto. A pesar de que la banda se gestó a finales de los años 80, no ha sido hasta ahora que han sacado su primer LP, llamado “Kids in a ghost town”. Y decir que el susodicho trabajo ha arrasado absolutamente con todo… es quedarse corto. Muchos ya lo han etiquetado como disco del año 2021 en el terreno del Hard / AOR, y su popularidad ha subido como la espuma, imparables. Reconozco que he sido afortunado al poder verles en el Monsters of Rock Cruise, porque de momento no han pasado ni tienen parada en nuestro país. Lo suyo es un Rock muy melódico, con trazas de Hard, AOR y un puntito muy sutil de Heavy Metal, una combinación que ya hicieron muchísimas bandas antes, como Ten, pero que ellos han llevado a su máxima expresión en la actualidad al haber sacado un disco completamente sin fisuras, muy comercial y compuesto para entrar a la primera, pero además, de una calidad incuestionable. No son músicos excesivamente espectaculares a nivel de virtuosismo, pero cada cosa, cada nota y cada melodía, están justo donde debe estar, todo muy bien producido (por el propio vocalista Tobias Gustavsson) y grabado, reivindicando esos 80 perdidos, los 80 de los cielos degradados, las gafas de rejilla, las luces de neón… Tienen claro lo que quieren hacer, y han dado en el clavo. Ahora bien… ¿estamos ante una banda que será prolífica, o solo ante uno de esos bombazos que se desinflan tras sus primeros redondos? Eso el tiempo lo dirá. Ahora la pregunta clave es, ¿son realmente tan buenos en directo como para transmitir toda la esencia de ese discazo que han parido hace tan solo unos meses?

Yo, al menos, puedo dar fe de que así es. Aunque el concierto tampoco fue perfecto, sí rayó a un grandísimo nivel. Debido a imprevistos de última hora, llegamos ya con el concierto comenzado, pero a tenor del tiempo que les quedaba, suponíamos que todavía teníamos por delante la mayor parte de este. Con Stone cold eyes nos pusieron las cosas en su sitio. El tema sonó exactamente, tal cual suena en el disco, guitarras muy bien enderezadas y una voz a cargo de Gustavsson que es una auténtica delicia, no solamente llevando a cabo los registros del disco, sino además aportando detalles improvisados, una voz aterciopelada y de gran rango que también bordó, con el trasfondo creado por el teclista Martin Frejinger (uno de los protagonistas absolutos de la banda en cuanto a sonido se refiere), la preciosa Tomorrow, en la que además, en vivo y en directo, Tobías cantó junto a la artista Gabbie Rae a dos voces, enamorándonos a todos los que estábamos en el Royal Theater. Ciertamente las grandes expectativas se estaban cumpliendo. La combinación de guitarras con el bajo de Marcus Åblad en ese poderoso y original riff de These days dio los resultados esperados en directo, poniéndonos a todos a agitar la melena, cambiando Frejinger puntualmente los teclados por un cencerro para marcar el ritmo. El estallido de voces por parte del público llegó, como no podía ser de otra forma, con 1989, un tema que se ha convertido automáticamente en un nuevo clásico del Rock melódico, y el hecho de que absolutamente todo el recinto lo cantase a pleno pulmón me da la razón. No se puede negar, es una maravilla de la ingeniería comercial hecho música. Además me fffflipa la batería. La parte con más caña de todo el show llegó poco después, algo que también se convertiría en el mayor reto vocal de Tobias, que no estuvo del todo perfecto, pero sacó bastante provecho de sus recursos para dejarnos una grata impresión en Firesign, en la que las baterías de Mattias Carlsson tomaban mayor relevancia. Y ya. ¿YA? nos preguntamos todos. Ese fue el principal problema del concierto. Obviando el hecho de que llegamos con algunos minutos de retraso, terminaron como 10 minutos antes de cumplir el horario. No sabía exactamente por qué, pero pensaba descubrirlo en la próxima actuación, ya que me había quedado con unas ganas incontenibles de más.

Encontrar un ratito libre para descansar era algo que no sucedía con demasiada frecuencia. Nos habíamos marcado unos objetivos diarios que, al menos yo, pensaba cumplir aunque tuviese que ir a la carrera todo el día, dejando las comidas como algo secundario. Pero obviamente, disfrutar de unas buenas bebidas en el recinto de la piscina siempre que encontrásemos ese ratito era algo casi imperativo. En este caso, aprovechando que Lit tocaba en dicho escenario, nos acercamos a las barras para surtirnos de unos cubatas mientras veíamos su actuación, pero de pasada. Lo cierto es que su estilo no encaja demasiado en el rollo general del festival, pero curiosamente, han acudido durante un montón de años a la cita con su punk / alternativo de esencia noventera, y el público parecía disfrutar de lo lindo. No conozco su discografía ni realmente es mi estilo, pero no podría decir que estuvieron nada mal. El batería era un auténtico animal, y el frontman sabía muy bien cómo meterse al público en el bolsillo. La actuación fue aumentando de revoluciones hasta llegar a unos temas tralleros como ellos solos que volvieron a convertir la piscina en una auténtica fiesta americana. El sonido también les acompañó en aquel su primer concierto del crucero.

El jueves, de momento, parecía ser algo así como el día de las bandas suecas. Hasta el momento, era casi todo lo que habíamos visto, y dentro de este conjunto, sin duda hay un nombre que destaca por su propio peso: Eclipse. No negaré que les he visto en alguna que otra ocasión ya (concretamente, esta era mi sexta vez frente a ellos), pero también he comido muchos espaguetis a la carbonara y no por ello me canso de degustarlos. Para lo bueno, no hay excusa que valga, así que no nos íbamos a negar a acercarnos al Studio B, el escenario de pista donde iban a actuar de forma inminente. Con su clásica introducción disparada que contiene varios fragmentos de temas, dio comienzo, entre luces y jolgorio, la actuación de Erik Mårtensson y los suyos, con ese empuje y torrente de energía que siempre les ha caracterizado. De especial interés para mí era vivir en directo los temas de su nuevo disco, que fue lanzado a finales del año pasado, y supone, si cabe, un paso adelante en el nivel de calidad al que nos tienen acostumbrados. De hecho, sé de buena tinta que Eclipse siempre tienden a tocar material nuevo en sus directos, pero tampoco esperé tal avalancha, ya que los tres primeros cortes en sonar pertenecieron a este disco, como fueron Roses on your grave, en la que el vocalista ya se colgó su guitarra de primeras, Saturday Night (Hallelujah), con ese deslumbrante tono festivo y Run for cover. Parece que cada disco suena más potente que el anterior, esa es una de sus principales bazas, y desde luego estas en directo se llevaron la palma. ¡¡Alucinantes!! Y también muy acompañadas por el público, señal de que el disco está rodando a base de bien. La melódica The storm nos trajo mucho guitarreo a cargo de Magnus Henriksson, siempre con esa actitud tan firme pero divertida, mientras Erik se centraba exclusivamente en las voces, un tema bien conocido que jamás defrauda, tal como es I don’t wanna say I’m sorry, que nunca ha dejado de formar parte de sus setlist desde la primera vez que les vi. Momento de bajar las revoluciones con Hurt, también muy apreciada y cantada por la gente, pero la temperatura seguía bien constante, y es que siempre dan en la clave a la hora de distribuir los temas. El buen ritmo es algo siempre presente en sus bolos. El mismo Erik lo dijo: The downfall of Eden es uno de los mejores temas que ha compuesto jamás, y razón no le falta. Ese estribillo, esa melodía… es perfecta para tocar en vivo, y como siempre, tanto a nivel de bases como de guitarras y voz, quedó bordada.

Aunque nos tenían enganchadísimos, y a pesar de que se habían cumplido más o menos los horarios, a estas alturas tuvimos que ir moviéndonos hacia el Royal Theater, situado en la planta nº5 para ver a otro de mis imprescindibles absolutos, una de las pocas bandas fundamentales que quedaron en pie y evitaron que para mí el cartel se convirtiera en una total ruina respecto a lo que llegó a ser. Damas y caballeros… ¡¡WINGER!!

Esta vez ya teníamos la medida cogida a las colas, y fuimos con el tiempo suficiente para no agobiarnos ni ir demasiado justos. Tras una breve espera, pronto pasamos al teatro y cogimos localidades bastante cercanas y con buena visibilidad. La gente, directamente, se quedó de pie, expectante ante la inminente salida del legendario bajista y su banda de auténtico lujo. Y para lujazo, un hecho impresionante: la formación actual del grupo es exactamente la misma que aquella que grabó el primer disco “Winger”, como anunció el presentador: ‘solamente músicos tocando sus temas, sin artificios y con la formación original’. Dicho así suena incluso menos espectacular que lo que tuvimos el honor de presenciar. Saliendo ya con su guitarra echando humo en Battle stations, el inconmensurable Reb Beach se posicionó en las primeras filas, con gran sed de protagonismo, y demostrando rápidamente y casi sin esfuerzo que es, sencillamente, el puto amo. Su actuación fue puro éxtasis, movida, actitud, técnica y personalidad. Impresionante, y seguía sin poder parar en Rat Race. Personalmente, y creo que a la gran mayoría de los presentes, me flipan los dos primeros discos de la banda, pero “Better Days Comin” también me enganchó mucho, y lo vi algo desaprovechado en directo, pero uno no puede quejarse en absoluto del setlist, con una retahíla de temazos que me hicieron hervir la sangre, ese rollazo tan americano a la batería de Rod Morgenstein, que no dejaba de machacar y hacer cabriolas, o ese forma de marcar el inicio de Can’t get enuff del propio Winger con su bajo fueron un auténtico caramelo, siguiendo con Hangin’ on o la grandiosa (de mis favoritísimas) Easy come easy go. Cantidad de material antiguo para contentar a sus fans de siempre y hacer honor a este festival tan extremadamente ochentero. De momento, una auténtica pasada, especialmente como digo por la inolvidable actuación de Reb Beach, pero también por el hecho de encontrarme con un Kip Winger fabuloso a las voces… ya quisieran muchos artistas de la época seguir cantando como él. Apenas se le escaparon tonos, y demostró muchísima pasión en todo momento, además, dando de vez en cuando esos giros completos que caracterizan su estilo.

Además, como puntazo extra, las tres guitarras simultáneas, pues Paul Taylor, que además fue compañero de Winger en sus discos con Alice Cooper, cogía las seis cuerdas tan pronto soltaba las teclas. Cuando le tocó el turno a los teclados, os juro que se me pusieron los pelos como escarpias al escuchar las primeras notas de Miles Away. Emoción a borbotones. ¿Quién me iba a decir que algún día podría ver esto, una de mis baladas favoritas de todos los tiempos en directo? Difícil de cantar para el bajista, pero que sacaron entre todos gracias a los estupendos coros. Intensa hasta el límite, fue quizá mi momento favorito del concierto. Tras este aluvión de grandes sensaciones, llegó un medley, encabezado por Billion Dollar Babies que el gran John Roth comenzó cantando, y fue una auténtica gozada, conteniendo trocitos de Any way you want it (Journey), In my dreams (Dokken) o Still of the night (Whitesnake), recibiendo al terminar una sonada ovación de varios segundos. Otro solo de infarto por parte de Reb hizo que Headed for a heartbreak luciera todavía más, con esa ligerísima inclinación progresiva. La gente estaba encandilada. Se respiraba mucha felicidad en el ambiente. Tras presentar el bajista líder a su banda, continuaron con el único tema del “Pull”, Down incognito, que no está nada mal, pero no llega al nivel de sus grandes clásicos. Con ese súper equipo, podrían haber hecho alguna parte instrumental o virguerías varias en formas de solo y demás, pero decidieron acertadamente aprovechar el tiempo para meter cuantos más temas mejor. Así, Seventeen reventó el Royal Theater, con la gente completamente levantada de sus asientos y dejándose la garganta al cantarla (servidor incluido) y por supuesto, ese inmenso hit de su primer “Winger” llamado Madalaine, que marcada por unos excelentes coros y unas partes instrumentales de órdago, nos dejó un sabor de boca absolutamente exquisito. Lo tenía claro, quería volver a verles aunque no pudiera ser el segundo concierto completo.

Ahora mismo, releo el texto que escribí en su momento para la crónica que hice del bolo de Slaughter la primera vez que le vi en vivo, y si no me equivoco, la única que ha venido a España, ya que aquella gira posterior del 2012 se canceló definitivamente. Fue en el legendario Atarfe Rock, y terminaba la crónica diciendo que fue el mejor show de todo el festival y que estaba ansioso por verle de nuevo. Pues bien, de eso han pasado ya la friolera de 14 años. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero lo que sigue igual o todavía más intensa es mi pasión por los conciertos. Y por fin me volvía a encontrar cara a cara con el guitarrista americano. Otro imprescindible del día que seguramente no volveremos a ver en nuestro país ni en pintura. Fue salir al escenario y comenzar una gran fiesta de Hard Rock con Mad about you. A pesar de que salieron extra-motivados, el sonido empezó siendo bastante regulero tirando a malillo. La batería de Blas Elias no sonaba del todo mal, pero las guitarras estaban muy distorsionadas, el bajo muy escondido y la voz totalmente disipada, apenas se entendía una palabra. Precisamente Blas fue uno de los protagonistas de la célebre Burnin’ bridges, jodidamente espectacular a nivel de estilo y forma de tocar, absorbió mi atención largo rato mientras sonaban otras míticas como Spend my life, ahora con Mark cogiendo su guitarra y dedicándose también a ese gran solo, desatándose cada vez más sobre el escenario y desplegando cada vez más esa energía que ya me transmitió hace mucho tiempo.

Hablando de su voz, en aquel 2008 le encontré en una forma envidiable, tanto a nivel físico como vocal. Los años no pasan en balde, y su voz ha perdido bastante limpieza con el tiempo, mucho más rota a día de hoy, pero sigue siendo un destacadísimo cantante, como demostró de sobra al atreverse con Immigrant song, primera y única cover de la noche correspondiente a Led Zeppelin. Tanto los primeros agudos como las partes más altas en general, bastante correctas, desde luego, se notaba a la legua el esfuerzo del sr. Slaughter. Al tiempo que Dana Strum (miembro fundador de la banda junto al vocalista, que no sabía parar quieto un solo segundo) y el guitarrista Jeff Bland intercambiaban posiciones a paso ligero en el escenario, The wild life y Days gone by (preciosa) sonaban con un poquito más de claridad. Como tercera opción ganadora de su “The wild life” (curioso que tocara las tres seguidas), el medio tiempo Real love me gustó muchísimo, fue como un momento casi hipnótico viendo a los músicos interpretarlo. Tal vez fue muy arriesgado tocar tres semi-lentas seguidas, pero arriesgaron con Fly to the angels. Sabían a lo que jugaban, y es que de hecho esta última fue de las más celebradas, cantadas y aplaudidas, y aunque la voz de Slaughter no llegó al 100% ni de lejos, de nuevo la experiencia, los recursos y sus compañeros ayudaron mucho. Ahora sí que sí, fiestón por todo lo alto con Up all night, incitándonos el vocalista a cantarla y a cumplir su mensaje… aunque no podíamos permitirnos el lujo de dormir todo el día jeje. Con todo, se me hizo un concierto muy corto que, efectivamente, duró menos de una hora, pero la sensación general fue muy positiva. Espero que nos queden muchos años más de Slaughter por delante.

Se puede usar la palabra juventud si hablamos de Tokyo Motor Fist, una superbanda que nace, casi para sorpresa de todo el mundo, a finales del año 2016, lanzando su primer trabajo en el año posterior. Pero desde luego, sus integrantes no son para nada unos críos. A la guitarra, el elegante e impresionante Steve Brown (Trixter), conjugando las bases rítmicas están Greg Smith, que ha tocado junto a gente como Ted Nugent o Alice Cooper) e inicialmente a la batería Chuck Burgi (Blue Oyster Cult entre otros). Y por supuesto, no se puede obviar a mi favorito, el gigantesco Ted Poley (ex–Danger Danger) a las voces cuya presencia, fuerza escénica e inmensa actitud hicieron de las actuaciones que vimos algo completamente inolvidable. La exuberante Youngblood, extraída de su segundo trabajo “Lions” abrió el show, poniéndome la carne de gallina ya de primeras con esos coros por parte de Greg y Steve y la inconfundible voz de Poley, quien para colmo está en una forma física alucinante, como demostró con sus incansables movimientos durante todo el festival, saltando, arrodillándose, tirándose al suelo, acercándose a nosotros, corriendo de punta a punta del escenario… un torbellino imparable que nos dejó boquiabiertos de principio a fin. Ya lo pude apreciar en el corto rato que vimos de su actuación sorpresa, pero verle ya de cerca me dejó pasmado. Casi no me podía creer que estuviese viendo aquello. La superior clase de S. Brown en el solo de Shameless o el paso firme de Greg en Done to me… joder, ¡¡qué puta maravilla!! Sabía que bajo ningún concepto me iban a decepcionar, pero aquello fue la hostia bendita. Continuaban con la extremadamente pegadiza Monster in me, también de su “Lions”, y aquí he de detenerme para hacer un inciso.

Chuck Burgi fue el batería inicial de la banda, pero justo en esta actuación, su sustituto hacía el primer bolo con ellos. El músico en cuestión era Jordan Cannata. Y que conste que lo que digo a continuación, lo digo con plena conciencia: es uno de los baterías más impresionantes, animales y apasionados que he visto tocar en toda mi vida. No es de extrañar la apabullante cantidad de artistas con los que ha hecho música. Verle en directo es, sencillamente, un alucine. Desde el primer momento se me cayeron los huevos al suelo. Una fuerza de pegada y técnica colosales. No daba dos golpes igual, haciendo virguerías continuamente, soltando los palos, cambiando de posturas, levantándose, girándose y ante todo, un afán por, literalmente, destruir su instrumento en pedazos que pocas veces en mi vida he presenciado. Una puta salvajada con todas las letras. Buscad vídeos, os lo digo en serio. Solo por verle ya mereció la pena esperar al que fue el último show del día para nosotros, pero hubo más, muchísimo más por lo que este concierto será uno de esos que no olvidaré mientras viva. El discurso pro-animalista de Ted Poley no hizo sino aumentar exponencialmente mi ya de por sí infinita admiración por este hombre, transmitiéndolo también en ese precioso y emotivo medio tiempo llamado Love. No satisfecho con esa aproximación hacia nosotros, ni corto ni perezoso bajó del escenario para darse un garbeo entre nosotros mientras seguía cantando el tema, dando abrazos, chocando los cinco, en toda una demostración de cercanía y sencillez, que días después volveríamos a comprobar todavía más de cerca. El bestiajo de Jordan Cannata seguía haciendo de las suyas en Decadence on 10th street, y os prometo que, de forma literal, la cubierta del barco temblaba como ante un verdadero terremoto, hecho también dado por el volumen brutal de la actuación.

Es que no falló absolutamente nada. Nos acercábamos ahora a la parte de las versiones, cada una de ellas correspondiente a las bandas anteriores de cada miembro, comenzando por Just what the doctor ordered (Ted Nugent), en la cual Greg Smith demostró sus buenos dotes vocales cantando el tema y, tras ese inciso con Put me to shame (Cannata volvió a salirse con ella, maltratando sin piedad las cajas), One in a million de Trixter fue íntegramente cantada por el gran Steve Brown, siempre con esa alegría latente y esa sonrisa en su rostro. Y eso es precisamente lo que los temas de Tokyo Motor Fist transmiten, esa frescura, esas melodías tan cautivadoras y positivas por las que, principalmente, me vuelven loco y me engancharon para siempre con su disco debut homónimo, que compartió protagonismo en el concierto, a partes casi iguales, con “Lions” del que sonaría a continuación una de mis favoritas. Coros deslumbrantes, de nuevo, para Around midnight, con un estribillo que me flipa cosa mala y ese puntito punk en su inicio. Los primeros acordes que inmediatamente reconocí de Bang Bang ya pusieron la guinda al pastel. A pesar del indescriptible dolor en la planta de los pies que sentía y las altas horas que eran, no pude evitar dejarme llevar y saltar como un poseso con ella y es que qué queréis que os diga… Danger Danger siempre fueron mi debilidad. Como era previsible sin haberlo escuchado todavía, ese segundo single del primer disco llamado Pickin’ up the pieces nos hizo cantar a todos, lo que junto al éxtasis que casi se podía respirar en el ambiente, le dio al concierto un final deslumbrante con este último corte. Lo dicho. Hasta aquí la crónica de otro de los mejores 3 directos del festival entero que posicionan todavía más a Tokyo Motor Fist como una de mis bandas contemporáneas favoritas. Si tenéis ocasión de verles, no hacerlo sería el mayor error que podríais cometer.

En principio, había otra actuación prevista, pero de hecho, fue la única de todas ellas que me perdí en el festival, la de Killer Dwarfs, que me gustaron muchísimo en disco a pesar de que les conocí muy recientemente. Estoy seguro de que su directo estará a la par en cuanto a calidad pero tenía tales pinchazos en las plantas de los pies (10 días pateando sin parar casi de sol a sol no salen gratis…) que apenas podía mantenerme derecho. Aún así, me alegro de haber podido disfrutar del resto, de los increíbles conciertos de Winger, Tokyo Motor Fist, Nestor… y mañana sería otro día, con muchas ocasiones de ver bandas que hasta ahora no he podido, como Dangerous Toys, Lillian Axe o los tremendos Faster Pussycat, que la liarían a gustito en el escenario de la piscina. Me dejé caer exhausto en mi cama de litera, que no era demasiado cómoda, pero cuando el cansancio es tal, quiera o no uno acaba cayendo a peso muerto.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Día 2, 10/02/2022)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!

2