Pero casi como cada mañana nada más despertar, cuando echaban el horario del día por la TV de las habitaciones (algo que, por otra parte, estuvo genial), llegaban las decepciones y las malas caras. Veíamos que, para nuestra mayor desgracia, muchas de las bandas habían desaparecido sin ninguna explicación en absoluto, como Little Caesar, Great White, XYZ… y no os podéis ni imaginar cómo se me comía por dentro la rabia y la frustración. Era como tener que hacer borrón y cuenta nueva ‘emocional’ cada mañana. Lo que uno esperaba de cada día podía cambiar radicalmente en un segundo, dejándome bastante hecho polvo. Aun así, le eché todas las ganas que pude al asunto, haciendo de tripas corazón y sumergirme en cada bolo al 100% para olvidar todas aquellas putadas tan rastreras.
Así pues… ¡vuelta a empezar! Por la mañana, nada más atiborrarnos salvajemente en el buffet libre, nos fuimos derechos a la piscina a coger desde el principio la actuación inicial del día, que correspondería a Álex. Álex, sin más. No tenía ni idea de quién era, y sigo sin saberlo. Fuimos por pura curiosidad y poco más (aunque me sé de unas que fueron más por el jacuzzi que por otra cosa jeje). Pronto apareció el artista sobre el escenario, equipado con una guitarra acústica y comenzó con el setlist. Y, hasta donde yo vi, todo fueron versiones. Debía haber algo más, alguna sorpresa o más componentes. Pero no. Primero cayó Have you ever seen the rain, un tema que se escuche donde se escuche, siempre trae buenos recuerdos, pero un mensaje repentino del capitán por megafonía la cortó en seco. Prosiguió con Help! de los Beatles. Hay que decirlo, el chico tenía buena voz y registros adecuados. Pero aparte de esto y una cara bonita… no le vi nada especial, así que, mientras tocaba el Somebody to love de los Queen, pensé ‘esto no da para más’ y me largué con viento fresco buscando más emociones que los típicos covers en acústico.
Y ya lo creo que encontré emociones, un torrente de ellas de la mano del más que mítico guitarrista Pat Travers y los soberbios músicos que le acompañaban. Esto ya era otra cosa. Uno de esos artistas que uno piensa que no va a poder ver nunca, y de repente se presenta la gran oportunidad. En el Royal Theater, esta vez la gente se lo tomaba con mucha más calma, sentados, en silencio y dispuestos a disfrutar de un pedazo de concierto con aires de Rock’n’Blues sureño de la mano de un artista que a mediados de los 70 ya escribió su nombre con letras doradas en la escena. Rock ‘n’ Roll issue, a modo de presentación, ya puso nuestros pies en marcha, un rollazo guapísimo que te hacía moverte aunque no quisieras, previa al primer saludo del guitarrista, que con Life in London ya se secaba la frente con una toalla. Lo cierto es que hacía bastante calorcete. A partir de aquí, también empezaron a coger soltura los músicos acompañantes, he de decir que de una calidad suprema. Al bajo, la pulcra y refinada técnica del inmenso David Pastorius fue algo digno de degustar con calma y admiración en temas como Crash and burn o la mucho más bluesera I’ve got news for you, que creó un clima fantástico de club nocturno (a pesar del entorno). La pasión del guitarrista al interpretar esta última fue total, saltaba a la vista lo cómodo que se encontraba sobre el escenario. Me encantan las formaciones de power trio porque uno puede dedicar más tiempo a apreciar a cada músico mientras escucha los temas. Del tercer disco, de allá por el ’77, nos llegaba Gettin’ betta. Supongo que tiene que ser complicado confeccionar un setlist cuando se tienen alrededor de 30 discos, pero de momento estaba siendo intachable, con un buen ritmo general, haciendo a la gente disfrutar (también, por supuesto, a todos los que estaban de pie en las primeras filas) y con unos músicos que eran oro puro.
A modo de tributo a su compañero de música y amigo Ronnie Montrose, le mandó saludos allá donde estuviese y también nos presentó un nuevo tema en su honor, llamado simplemente Ronnie. En él, por cierto, Pastorius me volvió a dejar absorto con esas líneas de bajo y esa fluida y perfecta forma de tocar. Y no quiero olvidarme del que es su nuevo batería, habiéndose unido a la banda desde hace menos de un año, Alex Petrosky que a pesar de su aspecto templado, era un batería más contundente de lo que cabía esperar, que nos deleitó pasando de partes suaves a otras en que aporreaba con ganas. También desde el “Crash and burn” ese tema también versionado por otros artistas llamado Born under a bad sign hizo su aparición, con partes de bajo y guitarra exquisitas. Pat conserva todo el feeling en su voz, ese que se te mete rápidamente en el cuerpo y hace que las horas pasen como minutos. Yéndose más atrás todavía, nos contó que Makes no difference fue el primer o segundo tema que compuso para su primer trabajo homónimo, y tras este, un tema instrumental que fue single en 2019, Racing the storm, con el que, una vez más, disfruté como un cosaco viendo tocar a estos tres músicos de élite. La divertida y macarrona Snortin' Whiskey dio paso, para terminar, a la más cañera del set, Boom boom (out go the lights) en la que vimos a Pat más agitado, al batería Petrosky dándolo absolutamente todo y a un público de lo más colaborativo en ella. De verdad, qué puto placer de concierto, para degustar tranquilo, despacio y apreciándolo, a como un bourbon añejo.
El abrasador sol de Febrero de Miami me esperaba de nuevo en cubierta, al aire libre, donde se venía una actuación que afrontaba con ilusión y curiosidad a partes iguales, la de los texanos Dangerous Toys. No tenía la más mínima idea de qué me iba a encontrar exactamente a nivel escénico, pero esperaba que cayesen muchos temas de los dos primeros álbumes, que son los que realmente conozco. Y al final, fue como cantar bingo en ambos aspectos, porque todo fue rodado. A pesar de llevar unos cuantos años ya pisoteando escenarios, y a pesar de que no tengan ya ese aspecto jovial de sus primeros años, la banda actúa con una pegada y una entrega impresionantes, todos y cada uno de ellos. De hecho, y esto es algo que para mí le da un valor añadido enorme a cualquier banda, mantienen una formación con prácticamente todos los miembros originales que grabaron el primer álbum “Dangerous Toys”, que para mí gozo, sería protagonista indudable del concierto. Las guitarras cabalgantes de Outlaw arrancaban con fuerza al tiempo que el carismático Jason McMaster hacía aparición en escena, conservando un aplomo y sobre todo, una voz que no esperaba encontrar, pero también un ansia de directo palpable, viendo como se recorría el escenario. Ambos guitarristas compartieron solo por turnos, y en primera línea de escenario para Take me drunk, en toda una muestra de chulería y ostentación de virtuosismo, y no sería la última. El sonido era fortísimo, pero desafortunadamente no todo lo nítido que uno desearía disfrutar con Sugar, leather & the nails o Gimme no lip, muy colaborada por la peña, especialmente esta última que nos puso a todos a dar palmas. Entre tanto, Jason saludaba en las primeras filas a su colega de Rhino Bucket.
Hubo sorpresas, varias. Hold your horses fue un tema reciente que incita a pensar que pronto podríamos tener nuevo trabajo de esta gente tras nada menos que 27 años en dique seco a nivel discográfico. ¡Y no sonó nada mal, que digamos! Pero cuando más me llegaban era con los temas de su “Dangerous Toys”, siendo además Bones in the gutter una de mis favoritas, u otro clásico como es Ten boots. Ojala el sonido hubiese sido más uniforme. Era de esos que hacen daño a los oídos en cuanto a volumen, pero demasiado emborronado. El rollaco de Queen of the nile nos devolvía a aquellos 80, en los que nos sumergimos y disfrutamos de principio a final del crucero, y mientras Paul y el bajista Mike Watson no dejaban de ‘coquetear’, Jason se acercaba más y más al borde del escenario, pavoneándose con toneladas de chulería que no tienen nada que ver con su aspecto más serio y adulto, y con esa voz tan gritona como siempre. Esa es la actitud correcta sobre un escenario, sí señor. Otra sorpresa / novedad, nos anunciaba el mismo Jason con otro tema nuevo, Hangman boogie, que igualmente celebramos por todo lo alto, para tras un breve paso por el Pissed, en Sport’n a woody de repente el sonido comenzó a hacer cosas raras, y el bajo se quedaba solo por momentos, ensordeciéndonos de una forma muy molesta. Por suerte, no fue más que un lapsus, y para la fiestaca final, la rockandrolera Teas'n, pleas'n volvió a ponernos a bailar bajo el ardiente sol que casi quemaba, terminando por dedicar el tema Scared a Alice Cooper, a quien todavía tardaríamos un par de días en ver. En conjunto y salvando algunos problemillas con el sonido, me gustaron muchísimo, incluso más de lo que esperaba, y es que hay bandas que, al contrario que otras, maduran estupendamente pero sin perder su estilo y personalidad. Dangerous Toys es una de ellas.
Saliendo del Pool Stage sucedió algo inesperado. Vimos a bastante mogollón de peña concentrada en la misma puerta, y en medio, el que estaba no era otro que el mismísimo Ted Poley. En cuanto le vimos, nos acercamos por si caía una foto, pero justamente en ese momento se iba… pero no se marchaba huyendo de los fans, sino que se hacía a un lado con el séquito para no taponar la entrada. Allí nos trató con una amabilidad y una dedicación enorme, siempre poniendo su mejor sonrisa y comentando alguna anécdota a cada uno de nosotros, incluso me dio una púa, según me dijo, ‘por llevar su cara en la camiseta’. Para mí, poder saludar, acercarme y echar una foto con un artista de la talla de Ted Poley, a quien tanto admiro… fue casi como un sueño hecho realidad. Encima, luego nos dijo que era él el que nos tenía que dar las gracias a nosotros por estar allí. Qué maravilla.
Nuestro primer encuentro con los suecos HEAT sobre el escenario fue, a todas luces, demasiado incompleto para quedar conformes. Que sí, que ya les he visto la tira de veces, pero otra más nunca sobra. Así, a pesar de que apenas pudimos descansar, nos acercamos al Studio B donde llevarían su show, un show que, ahora sí, brilló con luz propia en todos los sentidos. Aprovechando esa gran aceptación que ha tenido su sexto disco de estudio (“H.E.A.T. II”) abrieron con One by one, que nunca pensé que podría resultar tan explosiva para comenzar el concierto, y Rock your body, con la que ya de primeras nadie pudo quedarse quieto. Ahora, en el Studio B, había mucho más espacio y mejor visibilidad para disfrutar de pleno. Para completar el triplete inicial, ese auténtico hitazo llamado Dangerous ground, con sabor a los primeros discos y con un puntito casi Heavy en algunas partes, terminó de encender las llamas. Aquello no paraba, tema tras otro no hacían sino triunfar descaradamente, y es que esta gente en directo tiene pocos rivales. Un placer enorme escuchar cortes como Emergency de la voz del gran Kenny Leckremo, de vuelta en la banda al poco de lanzar el último disco, así como ver ese dúo formado por Dave Dalone y Jimmy Jay coordinándose como un reloj para esa parte instrumental tan guapa. A este último, alma matter de la banda, se le vio muy contento y suelto al ejecutar sus partes, más que en el anterior show. Redefined nos brindó la vertiente más synth de la banda, endurecida por esas bestiales baterías de Crash, y Straight for your heart fue, seguramente, la gran sorpresa del setlist, fantástica escucharla con el vocalista que la grabó, del cual en esta ocasión sí pudimos disfrutar de su gran voz. ¿Mejor que la de Erik Grönwall? Ese es un debate en el que no entro porque depende de gustos, pero lo que no se puede negar es que Kenny también tiene unas dotes escénicas fantásticas, que engatusan a la mínima (también a las nenas cuando luce palmito jeje), y un talento vocal incuestionable, que tal vez el tiempo haya mermado un poquitín, pero sigue siendo completamente capaz.
Por cierto, el tío se bebía las botellas enteras de Coronita como si fuera agua. Me fijé que Late night lady le costó un poquito, u otras que cantó el mismo en su día, como la ardiente y frenética (e infalible) Beg beg beg, de la cual, por cierto, no hicieron esa subida de tono para el estribillo en la última parte, algo que me extrañó bastante. Entre una y otra, Come clean de su reciente “H.E.A.T II” con unas guitarras flipantes, y el que está entre mis tres temas favoritos de la banda, y es muy rara de ver en vivo: In and out of trouble!! No veáis el alegrón que me pillé, aunque al principio me costó reconocerla por la ausencia del saxo y es de ley decir que en directo pierde un poco, pero no por los músicos, que estuvieron brillantes, sino porque se pierde en parte esa solidez instrumental y ese rollo AOR que tiene en el disco. Tras matarnos a saltar en Beg Beg Beg, Rise (que regrabaron con Kenny) sirvió de enlace, entre baile y baile, para el exitazo Living on the Run. Ya podéis haceros una idea de una sala enorme y todos, absolutamente todos, dando botes al son de esas teclas disparadas y las contundentes baterías de Crash. Tal fue la recepción del tema, que el propio Kenny se emocionó al límite, agradeciéndonos el apoyo y derramando alguna que otra lágrima ante nosotros. Nada que agradecer. Ellos mismos se lo han ganado. Otra pequeña sorpresa rescatada de su primerísimo álbum fue 1000 miles, no es mi favorita, pero estuvo cojonuda, antes de meternos en el mismo final con A shot at redemption, con una despedida de éxtasis, con Kenny tirado completamente en el suelo mientras la sala entera les despedía a gritos de H.E.A.T!! H.E.A.T!! H.E.A.T!!
Volvíamos a la zona de las piscinas en el piso 11 para pillar algunas bebidas fresquitas e hidratarnos. Casualmente, en aquellos momentos Crazy Lixx estaban tostándose al sol en el escenario y dando las últimas notas de su segunda actuación, solapada casi por completo con la de H.E.A.T, así que, ¿a quién le amarga el dulce de volver a ver temas como ese pelotaaaaazo que es Blame it on love o dar los últimos botes con 21 til I die? ¡¡Ojala esto se pudiese hacer todos los putos días!! Además, nos echamos unos bailoteos con la canción de despedida, esa simpática Crazy Crazy Lixx deliberadamente fusilada de los KISS jeje.
Había un montón de bandas en el cartel, especialmente todas esas nacidas en los 80 que han cambiado tantas veces de formación y dado tantos tumbos musicales hasta quedar prácticamente irreconocibles… de las que no sabía exactamente qué esperar en directo. Black’n’Blue o Faster Pussycat eran dos de ellas, la tercera en discordia eran estos Lillian Axe que estaban a punto de empezar su actuación en el Studio B. Solo el hecho de que tan solo queden de la formación original su guitarrista y líder, Steve Blazey, y su bajista Michael Darby, y peor aún, que desde hace décadas han renunciado al rollo que les dio un nombre en la escena… me hacía desconfiar muchísimo, y sobre todo, tenía miedo de que no sonara ni un solo clásico de discos imperecederos como “Love + War” o “Psychoschizophrenia” (aunque os sorprenda, diría que mi álbum predilecto). Afortunadamente, aunque el directo no me llegó a fascinar como tal, sí tuvimos un buen aluvión de temas ochenteros. Me consta que decepcionaron a mucha gente que no les había visto, pero ante la peor de las previsiones, les afronté con la mente abierta y ciertamente me gustaron. Misery loves company y la guapísima Deepfreeze fueron dos ejemplos de su comportamiento actual en los escenarios, sonando bastante bien y con una estética que me chocó bastante y me costó de asumir. Pero de momento el concierto, sonando True believer (me encanta ese rollo festivo, con las guitarras de Steve y Sam Poitevent brillando con el solo incial) o Crucified, con órganos disparados al principio, llevaba buen ritmo, buena conexión con el público y unos músicos que demostraron ser bien solventes, por supuesto ahí estaba el gran Michael Darby haciendo de las suyas, sin parar quieto un segundo, lo cual contrasta con su aspecto más adulto y esa melena de color blanco.
El miembro que más me desencajó, sin duda, fue el vocalista Brent Graham, en la banda desde hace un par de años, y que no se parecía demasiado vocalmente a los anteriores, por tanto la personalidad de algunos temas fue difícilmente reconocible. Ganas le echó, en All’s fair in love and war sonó muy acertado, y el tema bastante Heavy, de hecho, y se movía bastante bien, arrastrando el micro con él de lado a lado y de vez en cuando dirigiéndose a nosotros. Cambiaban ahora de modelo de guitarras tanto Steve como Sam para Dream of a lifetime, sucedida por Hard luck del primer trabajo (“Lillian Axe”, 1988) y nos ofrecieron un pequeño solo a las seis cuerdas antes de volver a la marcha con la sosegada pero magistral Ghost of Winter (baladón donde los haya). Para darle un añadido extra al bolo, se marcaron una bien reciente, I am beyond, que como esperaba, nada tuvo que ver con el rollo Hard / Sleazy que practicaron en su momento de mayor esplendor, con guitarras bastante duras y líneas chulas desde el bajo de Darby, pero algo insípida a primera escucha salvando algunas partes de coros. Y no podían terminar el show de otra forma que con ese grandísimo HIT tan vibrante que nos puso a todos de vuelta y media llamado Show a Little love, luciendo especialmente esos coros en todos los micros disponibles, y con toda la peña danzando y cantando su estribillo genial. Lo cierto es que tampoco éramos demasiados en el concierto, así que Elena, Meri y yo lo vivimos prácticamente entero en primerísima fila, lo cual también le dio un aliciente extra al poder disfrutar por primera vez de ellos en una posición y lugar tan privilegiados.
Aquello era un puto no parar. Aun a pesar de la ‘despejada de bandas’ y los huecos prácticamente vacíos que se encontraban de vez en cuando en los horarios, no teníamos un solo minuto de descanso. Ahora corríamos hacia el ascensor hacia la zona de la piscina para pillar toda la molla posible de lo que quedase del concierto de Winger. La verdad es que me hubiese gustado ver mucho más (a ser posible todo), pero los solapamientos es lo que tienen. De todas formas, con lo visto quedé muy satisfecho, un nivelón de locura y un setlist en el que, por suerte, pude ver algún tema que no formó parte del anterior, como la primera justo al llegar, esa gran Time to surrender. La noche ya nos había alcanzado, y el ambiente no podía ser mejor, calor tanto desde el clima como desde el público, que abarrotaba todo el espacio delante del escenario. Nosotros preferimos quedarnos un poquito más atrás, en un punto en el que se veía bastante bien, a ese Reb Beach tocando con Dios, a Rod Morgenstein con un estilo depurado y muchísima actitud al zurrar la batería… también llegamos a tiempo de ver el medley, que básicamente fue el mismo de la primera actuación, siendo su colofón el Still of the night que todos cantamos hasta dejarnos la garganta, que a estas alturas, ya estaba bastante maltrecha (al menos la mía). Recta final y clásico tras clásico, Headed for a Heartbreak cantada de puto lujo, incluso las partes más elevadas, y el tito Winger mostrando una elegancia y un rollo inalcanzable a día de hoy para muchos de su generación. El jodido astro de Reb se volvió a quedar solo, literalmente, tras la provocativa Seventeen, que tantas pasiones levantó, y nos ofreció una lección aplastante de cómo ser un auténtico master de la guitarra, absorbiendo protagonismo y ganándose la merecidísima ovación del respetable. Impresionante verle en vivo. Y si aún nos quedaban fuerzas para cantar, el temazo que es Madalaine nos hizo sacarlas todas. De nuevo una actuación de libro (a nivel vocal, especialmente) de Winger, y posteriormente, una parte instrumental alargada que terminó de bordar aquel show, que vimos incompleto, pero que nos calentó la sangre a base de bien.
Ahora sí, teníamos un buen hueco por delante, aunque tuvimos que sacrificar las actuaciones de Geoff Tate, que según nuestra colega madrileña Mary, se tocó nada menos que el Empire de los Queensryche de cabo a rabo, cuando normalmente es el Operation: Mindcrime el que ejecuta con su banda. Una verdadera lástima, de haberlo sabido habría sacrificado la cena. También, por ende, tuvimos que prescindir de la segunda actuación de Richie Kotzen, aunque esta última casi se solapaba entera con nuestro siguiente objetivo, los Faster Pussycat, que no pensaba perderme bajo ningún concepto. Esta vez fuimos al restaurante de lujo a cenar en lugar de los dos o tres cachos de pizza habituales. Nos lo tomamos con mucha más calma, y la forma en la que nos trataron allí fue de auténticos ricachones, con un nivel de detalle en la atención y la educación abrumadoras. Hasta me llegué a sentir una persona respetable y todo jajaja. Bromas aparte, lo cierto es que la comida era todo un manjar exquisito, platos refinados y deliciosos y un postre que ni os cuento. Como cerdos.
Una de las más divertidas anécdotas del festival: cuando subíamos al Pool Stage, el ‘bueno’ de Jens Anderson, que nos acompañaba junto a su compañero Jens Lundgren, en un ascensor a reventar donde nos fumamos a la torera el límite de cinco personas, como siempre, troleó el ascensor pulsando todos los botones de los 13 pisos, provocando así que el ascensor se parase en cada uno de ellos, mientras todos nos partíamos de risa y el bajista bromeaba con que ‘iba a ser una larga, larga noche’. Casi nos matan a reír, los muy cabrones.
Con la tontería, aún se nos hizo un poco tarde, y nos perdimos los dos primeros temas del show, a pesar de que fuimos a toda mecha hacia la piscina, donde los Faster Pussycat la liaban ya con su Pool Party. Con los primeros temas que pudimos vivir ya al 100%, Slip of the tongue y Don’t change that song, respiré aliviado. No sabía exactamente qué me iba a encontrar delante de las narices, y por suerte esas vestimentas, ese sonido y esa actitud me relajaron al encontrarme a unos Faster Pussycat ‘casi’ puros y duros, macarras, desafiantes y destrozones, los que nunca debieron dejar de ser con sus absurdos experimentos y tejemanejes industriales. Al frente, el incomparable Taime Downe, la única figura en pie desde la formación original que se separó allá por el 94, con una apariencia un tanto desmejorado, pero con su chaleco, sus gafas y su gorro militar, y con bastante energía a tenor de cómo manejaba el micro, escupía las letras sin piedad, y se repasaba la primera fila del escenario en cada tema. En estos últimos y recientes años, la banda ha experimentado un par de cambios más, abandonando sus puestos los dos guitarristas que acompañaban a Downe desde el 2001, y siendo sustituidos por Sam "Bam" Koltun y Ronnie Simmons, quienes por cierto mostraron muchas tablas sobre el escenario, y una actitud digna de una banda de tal calibre, dando guerra a saco, haciendo coros y encargándose de sus respectivas partes con mucho nivel. Al fin y al cabo, estos Faster básicamente se cimientan con la sola figura de Taime Downe, y mientras el resto sean músicos solventes, la banda será disfrutable. Muy vacilona sonó You’re so vain y, de su segundo álbum, ese inmortal “Wake me when it’s over”, Ain’s no way around it, tremenda, guitarrera y con unas bases bien sólidas, que casi fue lo que mejor sonó en todo el show.
La prescindible Number 1 with a bullet dio paso a sus dos temas más recientes, producidos hace tan solo un año, llamados NOLA (que no me terminó de convencer al 100%, pero que afortunadamente suena relativamente a los Pussycat de toda la vida) y la cara B de dicho single, Pirate Love, que es un cover de Johnny thunders and the heartbreakers. En la primera de ellas, se unió al grupo de forma puntual, y sorprendentemente, el teclista de Vixen, Tyson Leslie, metiendo unas notas fabulosas e incendiarias para el tema. Con todo, de momento un show muy sólido y homogéneo en cuanto a sonido, que no demasiada gente se acercó a ver, lo cual nos dejó cierta libertad para bailar y hacer el capullo a ritmo de su Rock’n’Roll macarrónico de tatuaje y mala vida. Sin duda, el punto álgido del show fue lo que vino a continuación. No importa cuántas veces la haya escuchado a lo largo de mi vida. House of pain es una canción MUY especial, de esas que llegan al alma, y en directo sonó de categoría, con unos coros muy bien ejecutados, tanto por ambos guitarristas como por el bajista Danny Nordahl, otra figura que dio el callo al 100% durante todo el show. Es una canción que, de algún modo, me relaja muchísimo, me evade, y verla en directo me trajo unas sensaciones difíciles de describir, además con todo el público con las manos en alto y cantándola (a ello nos incitó el mismo Taime). Qué maravilla. Momentos así son de los que se quedan. Pero de esa parte de relax, pasaron de golpe al descaro y la irreverencia de Bathroom wall, locura máxima que se reflejó en las ganas de aporrear de Chat Stewart y, en general, en cómo se movió todo el mundo, de forma provocativa y descontrolada, incluyéndonos a nosotros. Tras meter tras ella, casi con calzador, esa Shut up and fuck, que al fin y al cabo también nos hizo desparramar lo suyo en directo, soltaron a placer ese bombazo de su primer álbum, Babylon, que supuso una despedida por todo lo alto en un concierto que superó, con mucho, mis confusas expectativas, y me lo hizo pasar en grande como pocos otros.
Tuvimos, tras la vibrante actuación de Faster Pussycat, uno de esos raros e inusuales momentos de descanso, el cual disfrutamos bebiendo y relajándonos para afrontar con energía el último tramo de esta tercera jornada, con otra de esas actuaciones bastante dudosas hasta el momento de empezar. Tuff es una banda americana formada en Phoenix, Arizona, fervientes defensores en su momento del Glam Rock con cardados, maquillaje, y temas gamberros y festivos. No obtuvieron un éxito desmesurado, pero tuvieron su momento.
Pero a raíz de lo visto aquella noche tengo que decir, como opinión personal, que su momento pasó hace ya demasiado tiempo. Tenía mucha curiosidad por verles, les metieron a ultimísima hora en el cartel en un intento por rellenar lo que ya había desaparecido… pero a mí me dejaron bastante frío. A nivel musical, la cosa empezó francamente bien, con una animada God bless this mess que todo el mundo conocíamos, y vivimos con bastantes ánimos en general. Eso sí, cuando digo ‘todo el mundo’, me refiero a los cuatro gatos que estábamos viéndoles, algo bastante sospechoso, ya que en esos momentos no existía, que yo sepa y recuerde, ningún solapamiento activo. Lo más probable es que muy poca gente les conociese, y otros muchos se habían marchado ya a descansar, aunque también es cierto que a la misma hora se celebraba un ‘All Star Jam’ al que los que quedaban en pie es probable que acudieran. Sea como fuese, esperaba que el concierto fuese arrancando poco a poco. Su vocalista no dejaba de dirigirse a nosotros, moviéndose bastante durante los temas y cantando de forma más o menos aceptable, pero la verdadera bestia en el escenario era el bajista Todd Chaisson, un animal descontrolado que pateaba con furia el escenario a cada paso que daba, cantaba con mucho aplomo los coros y maltrataba su bajo, con una actitud que se acercaba más al punk que al glam.
De hecho también fue protagonista en otra cosa: su instrumento se escuchaba notablemente más que el resto, haciendo que la mezcla general sonase bastante horrible. Y esto duró la parte que vimos (que prácticamente fue todo el concierto). Entre este hecho y que las sobrias y cotidianas vestimentas y aspecto de sus miembros (tal vez con la excepción de Billy Morris), el interés que el concierto tuvo para mí fue diluyéndose a pasos de gigante, a pesar de que los temas eran buenos, como Spit like this, Ruck a pit bridge (que el sonido se cargó entera) o especialmente In dogs we trust, cañerísima, con una batería a toda hostia por parte de Tod Burr' que les acompañaba en este bolo. El vocalista Stevie Rachelle intentó por todos los medios animar el cotarro, con ese humor tan típicamente americano, incluso mostrándonos algún objeto de su colección privada, pero se notaba el cansancio en general del público, y no llegó a cuajar demasiado. Nombrar a algunas de sus bandas favoritas fue el reclamo perfecto para llevar al directo Good guys wear black, y tras ella, volver de nuevo a las anécdotas y al palique, que al final terminó rompiendo por completo el ritmo del show. Ese humor a deshoras me estaba cansando, y ya con I hate kissing you good-bye decidí buscar a mis compañeras para retirarme definitivamente.
Pero en el preciso momento en que me reuní con ellas, caímos en la cuenta: estaban actuando en su segundo show los Buckcherry, de nuevo en el Royal Theater, así que no nos lo pensamos ni un solo segundo a la hora de volver allí para coger todo el tiempo de concierto que pudiéramos, a pesar de estar deshechos por el cansancio.
Tan solo entrar, tan solo posicionarnos y encontrarnos con la brutal energía latente que los californianos habían plasmado ya en el ambiente, supimos a qué caballo debíamos haber apostado desde el principio. Estos salvajes lo estaban dando absolutamente todo con su directo, eléctrico, explosivo, con el dúo Billy Rowe y Stevie D. partiendo la pana, cada uno en su movida, y el incomparable Josh Todd, completamente cosido a tatuajes como un carcelario y ya descamisado y comiéndose el escenario, pavoneándose con toneladas de chulería mientras interpretada Hellbound, que da título a su más reciente y flamante disco. Nos perdimos un par de temas o tres (entre ellos Lit up, lástima), pero por suerte llegamos a uno que no tocaron en su anterior concierto, dos días antes, como es Porno star, en la que Stevie nos miraba provocativamente con esa media sonrisa mientras agitaba su cresta como un demonio. Entonces, recordando la decepción de los Tuff, me dije a mí mismo: ‘esto sí es un puto concierto, joder’, al tiempo que mis ganas de dar cera volvieron a subir al 100%. A pesar del dolor de cuello y pies, no tuve más opción que ponerme a dar cabezazos, de pie en mi localidad, completamente contagiado por la intensidad de su directo, ante delicatesen sonoras como Too drunk… que incitan a la fiesta de forma casi inevitable, desembocando en la más personal y melódica Sorry que, no obstante, para mí fue otro de los grandísimos momentos que nos deparó el show, viendo la faceta más tranquila y vocalmente sorprendente de Todd. Los zamarrazos de Francis Ruiz le daban ese toque extra de potencia al sonido, igual que a nivel escénico lo hacía la amenazante presencia del bajista Kelly LeMieux. La desvergonzada y gamberrísima Gluttony les hizo volver de nuevo a los sonidos más guitarreros y canallas, con Josh de nuevo moviéndose como pez en el agua y mirándonos de reojo desde el escenario mientras lo pateaba entero y saltaba repetidamente. Ante la pregunta de ¿qué coño queréis oír? Muchos ya presentíamos que Crazy Bitch era la siguiente, pero solo fue una maniobra de despiste para regalarnos una de las sorpresas más agradables que me llevé en toda la jornada, así, de repente, sonaba el Summer of ’69 de Brian Adams que me volvió… ¡jodidamente loco! Y es que son incontables recuerdos con este tema, y verla interpretada por ellos, con esa pasión y forma de moverse, fue como una patada que revolvió muchísimas emociones. Y por supuesto, ahora sí que sí, esa Crazy bitch sonó alto y claro para contentar a todos los que gritaban por ella, esforzándose enormemente Josh por llegar a todos sus tonos, y metiendo en su parte central un pequeño medley formado por Jungle boogie (Kool & the Gang), Proud mary (Credence Clearwater Revival) y Bad girls (Donna Summers) mientras hacían ese espectacular número de deslizarse a un lado y a otro, que nos condujo, poco después, a volver cantar ese delicioso estribillo ‘hey you’re a crazy bitch‘ a todo lo que daban nuestras voces mientras Josh giraba descontroladamente sobre sí mismo. De hecho, lo estuvimos cantando hasta que llegamos a nuestras habitaciones jeje. Vaya final de noche… ¡¡de puta locura!!
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Día 3, 11/02/2022)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!