Pero finalmente me levanté, con una cara muy larga y muy malas pulgas, eso sí. En ese momento, preferiría no haber visto a nadie ni hablado con nadie. Me sentía completamente vacío, desolado. Los meses y meses de lío, de aburrido papeleo, de sacrificios de conciertos por tema Covid, de esperas, de angustias e incertidumbre… definitivamente arruinados por una mierdosa organización de pacotilla que en ningún caso hizo absolutamente nada por explicar esas desapariciones de bandas ni compensarnos de alguna forma. Y no podía hacer nada, ni siquiera destrozar el camarote a patadas para mitigar mi rabia, porque al final el daño iría para Royal Caribbean, que tan bien se portaron en todo momento. El 99% de las bandas por las que decidimos hacer este viaje no habían tocado, así de claro, punto y final, y no quedaba otra que comerse la frustración con patatas.
El desayuno me revitalizó un poco. Intenté, como siempre, abusar todo lo posible del exquisito buffet libre y coger energías para afrontar el día. Físicamente volvía a estar casi al 100% tras semejante comilona, pero psicológicamente seguía sin tenerme en pie. Hicimos una breve planificación del día, nos codeamos con alguna que otra estrella de las que se dejaban ver por el barco, y ante la caída (para variar, pero esta vez por motivos justificados de salud) de Chris Holmes, acordamos que nuestro primer concierto sería el de los Stop Stop!, que por suerte, nos alegrarían el inicio de la mañana.
En lugar del Star Lounge (donde al final solamente vimos su primer concierto y nada más), nos dirigimos al Royal Theater, con un escenario muchísimo más grande y adecuado… ¿demasiado grande para tan solo los tres músicos que conforman la banda? ¡Error! Los Stop Stop! se hicieron rápidamente dueños y señores de este, mostrando sus mejores cartas, su mejor actitud y movimientos ya en Toilet party, el tema que cogimos empezado, que confío y espero que fuese de las primeras, en donde Danny ya daba rienda suelta a su desmelene, desquitándose a palos con su batería y luciendo esa tremenda actitud de la que siempre hace gala, acelerando un poco más si cabe con Renegade, caña a destajo. En esta ocasión éramos muchos más los que estábamos disfrutando del concierto de los barceloneses, establecidos desde hace ya muchos años en Birmingham. Ironías de la vida, he tenido mogollón de oportunidades de verles, y tenía que ser en este Monsters of Rock Cruise, al otro lado del mundo, donde fui testigo, por fin, del arrollador directo que tienen. Se apreciaban bien los solos de Vega a las seis cuerdas, incluida esa genial melodía de inicio de Big vaccine, pero desafortunadamente el sonido no era del todo bueno, y el volumen extra-fuerte del bajo se zampaba parcialmente al resto. Aun con esto, no era algo que pudiera con la energía y la entrega de estos tres colegas, que cuando se ponen serios, son capaces de conquistar hasta el público más exigente, como sucedió allí. Y es que de tablas y recursos van totalmente sobrados, solo había que ver a Vega, que se puso en plan provocador en primera línea de escenario rasgando las cuerdas, o ese Jacob, girando sobre sí mismo en Join the party!
Tenían al respetable de su parte, y eso ya es una batalla ganada, algo que se vio claramente en Let me fill your void, en la que nos dejaron completamente sin música durante una parte para que cantásemos a capela el estribillo de esta composición tan AC/DCera, complementada por unos enérgicos riffs del guitarrista. Fantástica esa Banana, con una coordinación en las coreografías, en el ritmo y en los pasos de Vega y Jacob que incitaba a la fiesta, mientras Danny metía coros adicionales, tanto como Turned my life around, a mí parecer, uno de los mejores temas que han compuesto en toda su carrera, descaradamente fresca y con una melodía de las que entran y no se van nunca. El código era el siguiente: cuando ellos nos gritaran ¡motherfuckers!, nosotros debíamos responder con un sonoro ¡fuck you! De nuevo, y como ya sucedió el miércoles, un puto orgullo sin fin el poder ver esto allí y gritarle al mundo que esta gente son paisanos. Que nadie diga que aquí nunca nacieron bandas de Hard Rock de calidad. Como nueva incorporación al set, la cachonda y provocativa Viva Satanás sonó y nos regaló nuevas coreografías, algo que Jacob y Vega dominaron al 100%, marcando el paso, al igual que con In 'n' out, cuyo estribillo gritamos a más no poder. La deliciosamente rockanrolera The last call, de su penúltimo disco “Get selfied”, acompañada por unos excelentes coros (Danny cantándose ese ‘nanana’) y una chulería imparable en primera fila de Vega y Jacob AM, nos llevó a cabezazos hasta la parte final, el punto definitivo de espectáculo en aquel show, en el que los tres músicos se fueron ‘de ruta’ por todo el teatro hasta rodearlo, al son del Knocking on heaven’s door, para volver a reventar el escenario con Stop Stop! y acabar todos despatarrados en el suelo ante un millar de aplausos. ¡Pero qué grandes!
El siguiente objetivo no era ver el concierto de Firewind, era simplemente intentar coger alguno de sus temas finales para poder saborearles al menos durante los 10 últimos minutos. Tan punto entramos al Studio B, nos dimos cuenta de que lo que estaba sonando no era otra cosa que su versión del Maniac de Michael Sembello, que no siempre que les he visto han tocado, así que fue un buen contacto, con los primeros bailes y la peña muy animada. A pesar de que era una banda que claramente desentonaba con el estilo reinante en el festival, la acogida pareció hacerles honor. Ya rugiendo las guitarras de Gus G y sin teclista de carne y hueso, sonaban seguidamente las primeras notas de Falling into pieces, y la banda tiene un ritual imprescindible en ella: nos pidieron que saltásemos tanto como pudiésemos en su inicio, y así fue, toda la pista alzando las manos y cantando ante un Herbie Langhans cuya presencia y voz se hicieron bien de notar. Un solo con mil notas por segundo puso el punto final su actuación, con el que al menos degustamos esos segundos de su incomparable técnica y velocidad. De nuevo, una lástima no haber podido verles de nuevo, pero como ya dije, los solapamientos es lo que tienen…
En un ratito libre que tuvimos, y aunque tampoco nos dio demasiado por explorar las actividades extra que ofrecía el crucero, nos fuimos a dar un garbeo por la sala en donde se celebraban las exposiciones de cuadros pintados por artistas varios que estaban por allí. Uno de ellos era el gran Rick Allen. No pudimos hacernos una foto con él porque (como nos dijo el encargado de seguridad) estaba muy ocupado, pero solo con tener delante al batería de una de mis formaciones favoritas de toda la historia ya fue suficiente premio de consolación. Había algunos cuadros guapísimos, por cierto, aunque los precios de 5 cifras en el caso de la mayoría de ellos los convertían en algo prohibitivo para la inmensa mayoría.
Un poco más animado me sentía ya, sobre todo a escasos minutos de otra de las actuaciones imprescindibles del día, por segunda vez, los grandísimos Tokyo motor fist iban a inundar el escenario de la piscina con su Hard Rock melódico de altos quilates. Y es que esta formación, aunque relativamente joven, está formada por músicos como Greg Smith, Steve Brown y por supuesto, uno de mis vocalistas favoritos de los 80, Ted Poley, con el que disfruté a raudales. Saliendo todos ellos al escenario, este se comportó como un verdadero terremoto ya desde el primer segundo, saludando a todo el mundo, mostrando una enorme simpatía y cantando como los ángeles en Youngblood, arropado por los constantes coros de sus colegas Greg y Steve que, al igual que Shameless entre otras, desprende un halo de positividad que te invita a sentir el concierto todavía con mayor intensidad, al tiempo que Ted se tira y se revuelca por el suelo, frotándose con los monitores, mientras no deja de gesticular… ¡el tío está hecho un toro aún! Un torrente inacabable de energía y buen rollo, siempre con su mejor cara, que desplegó no en una, sino en las tres ocasiones en las que pudimos verle actuar. Hablando de los temas que cayeron, no hubo una gran diferencia entre este y el anterior concierto, continuando con la más relajada Done to me, con unas guitarras y unos detalles flipantes de Steve Brown, y el atractivo estribillo de Monster in me que, aunque melódica y pausada, estuvo endurecida, de nuevo, por la bestial y devastadora actuación de ese animal llamado Jordan Cannata, un verdadero salvaje con una actitud totalmente destructiva a la batería que ponía los pelos de punta en ocasiones solo con verle atizar. Muy pocas veces, así os lo digo, he visto a alguien tocar de esa forma, y más en una banda que no se centra en la tralla. Con el mensaje por parte de Ted en defensa de los animales, dirigiéndose a nosotros con absoluto cariño, arrancaba esa maravillosa Love de tesituras casi AOR, que disfruté todavía más que en su segundo show.
Ni corto ni perezoso, el bueno de Ted se subió a las espaldas del encargado de seguridad para que lo llevase, sentado sobre sus hombros, en medio del gentío mientras seguía cantando el tema para algarabía de sus fans, que pudimos tenerlo a un palmo de distancia. Me enamoraron en su primer bolo, y no fue distinto en este. Esas notas llenas de clase de Greg, o el comportamiento tan espectacular de Steve y su talento con la guitarra ponían el resto. La diferencia en el setlist estuvo precisamente los covers, y tras esa Decadence on 10th street, de sabor profundamente clásico, sonaba la inconfundible Street of dreams de Rainbow, que Greg cantó con gran aplomo, Put me to shame, de cosecha propia, y después la gran sorpresa (para mí) del bolo, esa Monkey Business de los Danger Danger que me enloqueció, sintiéndome afortunado una vez más por poder ver algo así. Puto gustazo, oigan. Around midnight es una de mis favoritas de entre sus dos álbumes, una que aún no he podido dejar de escuchar casi desde que salió el “Lions” y es que tiene un feeling y una energía contagiosas. Los coros fueron de lo mejorcito, acompañando de fábula a Poley y, por supuesto, Cannata se despachó a gusto también con ella. Steve Brown nos explicaba que la guitarra que llevaba, visiblemente gastada, fue un regalo del mismísimo Eddie Van Halen, y con ella y su gran voz tuvo su merecido y casi necesario momento de protagonismo con Give it to me good, que trajo al directo de sus Trixter. Y para finalizar aquella gran fiesta que me llegó al alma, por segunda vez, estuvo Pickin’up the pieces, ese gran y pegadizo single que empujó hacia arriba su carrera desde el principio. Repito, por si alguien no se enteró en la primera crónica: no cometáis el error de perdéroslos si alguna vez tenéis la ocasión. Esto es lo que se llama clase y pasión a raudales.
Con nuestro pase de color azul, imprescindible para poder asistir a la actuación de Alice Cooper (y que nos dejaron en el camarote unos días antes) entramos a un Royal Theater ya bastante concurrido, pero en donde todavía pudimos escoger unas localidades con muy buena visibilidad. Y es que, solo por ese hecho, este era sin duda el mejor de los cuatro escenarios. La que se presentaba como la actuación principal e icónica de este Monsters of Rock Cruise 2022 estaba a punto de empezar. A la hora convenida, justamente, se veían luces tras el telón que cubría el escenario, sonando de repente las voces pre-grabadas que abren el Feed my Frankenstein… ¡¡comenzaba la fiesta!! Con los solos combinados de Ryan Roxie y Nita Strauss, lo primero en que uno caía en la cuenta era el pulcro y perfecto sonido del que íbamos a disfrutar, como no podía ser de otra forma en un show tan remarcado. El setlist, especialmente la primera parte, fue de lo mejorcito, y no solamente se dedicó a tocar grandes clásicos de la historia, como No more mr. Nice guy, sino también otras como Bed of nails de su época más ochentera que, para mi inmensa alegría, me encanta y nunca había podido ver en las dos veces anteriores en que les he visto actuar. Me habría encantado ver más material de esta época, pero con tantísimos discos de dónde escoger… ya os podéis imaginar. Aún así, la selección fue muy acertada. Hey stoopid continuaba por la misma senda, con Tommy Henriksen con una actitud y movimientos que daban gusto, muy dados al espectáculo visual. El propio Alice, que de momento había cantado muy bien, hacía armonías vocales con Tommy en Fallen in love, y todo subía a un nuevo nivel de intensidad con Under my wheels, pasando entre medias por esa canción de su reciente “Detroit stories” llamada Go man go, sorprendentemente punk, tanto en las baterías aceleradas de Sobel como en la voz del astro Cooper.
A la fuerza, el perpetuo movimiento de cinco personas (más el batería) ha de armar el debido espectáculo, y el escenario era un auténtico hervidero de carreras y cruces de músicos alrededor de la mítica figura de Alice Cooper que ya lleva en este mundo del Rock, alucinen, ¡¡casi 60 años!! Verdaderamente impresionante. Muleta en mano (pero no porque la vejez empiece a hacer estragos en su persona), el vocalista y maestro del shock-rock nos amenazaba ahora al tiempo que sonaba otra clásica donde las haya, I’m eighteen, para dar paso al tema con el que todo saltó por los aires, esa deseada Poison, pura esencia en sí misma del Hard de los 80, que salió bordada además con unos preciosos y suaves coros por parte de la guitarrista Nita Strauss. Otro aspecto que impresiona es la importancia y el protagonismo que su figura ha cogido en los shows de Alice Cooper. Su presencia se hace casi imprescindible ya en cada tema, en primera fila de escenario, siempre compartiéndolo con Tommy, Chuck o Ryan. Mucha excitación en el ambiente a estas alturas. Con el escenario inundado en tonos verde oscuro (muy bonito, ciertamente) y la correspondiente portada de fondo, llegaba Billion dollar babies, con Alice cambiando la muleta por un sable y viendo aparecer tras él a un gran muñecote de bebe maligno y deforme, señal de que el show iba a ir cada vez ofreciendo más y más espectáculo. Sin esperarlo, todo el mundo se giró hacia las puertas de salida, desde donde apareció Nita para volver al escenario, cubierta con una manta, para ejecutar un plausible solo, dando paso a Roses on White lance con la aparición estelar de ‘la novia ensangrentada’, que no era otra que Sheryl Cooper, la esposa del showman. A partir de ahora, podía suceder cualquier cosa.
La mucho más relajada y psicodélica My stars creó el caldo de cultivo perfecto para seguir con esta onda durante un buen rato, con Devil’s food y The black widow empalmadas en toda una orgía instrumental que, si bien a la larga costó un poquito de digerir, dio su momento de lucimiento a cada músico, que demostraron de qué pasta están hechos. Primero Glen, un solo con una iluminación de locura, al que se unió el bajista Chuck Garric y posteriormente Ryan, Nita y Tommy Henriksen (también, por cierto, en Hollywood Vampires), todos ellos espléndidos tanto en la parte del solo como en las setenteras Is it my body y Be my lover, que contrastaron con ese punto de modernidad de Lost in America, y no obstante su estribillo nos hizo cantar hasta perder la poca voz que nos quedaba. Por suerte Alice iba mucho mejor que nosotros en este sentido jeje. Curiosas las elecciones de su “Welcome to my nightmare”. En lugar de las más habituales Only women bleed, Cold Ethyl o la propia Welcome to my nightmare, optó, aparte de las mencionadas anteriormente (Devil’s food y The black widow) por esta Escape que cayó a continuación, y tan solo por el Teenage Frankenstein de su célebre “Constrictor”, durante la cual emergió un enorme y horripilante muerto viviente de entre bambalinas, completando así un final algo extraño e inesperado a nivel de setlist. Por otra parte, espero que ambos shows fuesen más o menos idénticos, porque era el único en el que no podías escoger entre dos. Por supuesto, no nos iba a dejar con las ganas de ese legendario himno, que tantísimas veces hemos escuchado en mil sitios distintos, School’s out, y que tan buen rollo me trae, aderezada por un gran espectáculo (aparte del que ofrecieron los propios músicos) con globos gigantes, serpentinas, papelitos varios, una gran iluminación e incluso, a mitad del tema y tras presentar a la banda, un amago de la maravillosa The Wall de los Pink Floyd.
Como nos habían jodido sin ninguna compasión el show de Tom Keifer (que, por cierto, tampoco tocó en la pre-party, algo que de primeras ya nos olió a pescado…), tuvimos ahora un inesperado rato libre, que por supuesto encontramos la mejor forma de llenar con el show de Slaughter, que además nos vino de perlas por la hora a la que terminó Alice Cooper.
Segunda vez frente a la icónica figura del Hard Rock americano de mediados / finales de los 80 y su banda. El show fue bastante similar al del jueves, incluyendo setlist, nivel de asistencia e incluso la calidad de sonido, que no fue precisamente la mejor pero que no nos impidió disfrutar de los grandes temas que se nos venían encima. La primera con la que pudimos echar unos bailes fue Burnin’ bridges, también una de las más conocidas de su carrera que nos ofrecía bien temprano para caldear los ánimos. Para lo confusa que se escuchaba la voz de Mark, se podía adivinar que estaba en bastante buen estado, teniendo en cuenta claro el paso del tiempo, que le ha dado bastante ‘callo’ a su, por otra parte, todavía inconfundible timbre. Así, sonaron muy bien sus agudos en la melódica Spend my life (que curiosamente contrastaba con la movidita actuación del batería) e Immigrant song (de nuevo, tirando de los Zeppelin). Y hablando de Blas Elias, la verdad es que tiene una forma de tocar de lo más espectacular. No llegará a los increíbles malabarismos de Zoltan Chaney, anterior batería, pero es el original desde 1988, así que fue un privilegio poder verle dar cera a lo grande. Saltándose Eye to eye, desafortunadamente para quienes nos encanta el tema, pasaron al medio tiempo Days gone by, con Mark empuñando su guitarra para hacer las partes junto a su compañero Jeff Bland.
La peña estaba bastante por la labor, se movía, cantaba y animaba sin parar en un ambiente de los que dan gusto estar. El sonido seguía estando lejos de ser perfecto, pero cuando el oído se acostumbró ya se percibió mucho mejor la voz de Slaughter e incluso los coros en Real love de su “The wild life”, ese baladón enorme que me transportó directamente a los tiempos de los cardados y las excentricidades ochenteras. De hecho, salvo la versión, no se salieron en absoluto de esos dos primeros discos (“Stick it to ya” y “The wild life”), así que solo por eso el concierto ya era un caramelito. Cuando comenzó a sonar Fly to the angels, me pareció increíble que el concierto estuviese ya en los últimos compases… ¡se me había pasado en un pestañeo! por ello intenté disfrutar lo más intensamente posible de este temazo, que puso más allá del límite a la voz de Mark, y el gran fiestorro que se lió con Up all night, con una lluvia de púas hacia el público y toda la peña brincando a saco, incluso Mark destacándose con un gran solo final que terminó tocando de espaldas. Nos divertimos mucho cantando ese estribillo facilón pero que es un triunfo asegurado en directo. Corto pero bastante guapo e intenso. No sé si alguna vez podré volver a verle en vivo, así que intentaré atesorar estos dos conciertos que vi junto al de hace 14 años en Granada.
Todavía teníamos un ratito para ver la actuación de John Corabi, reputado cantante que tal vez no ha tenido la mejor de las suertes, ni la más espectacular de las carreras en su vida (aunque ha formado parte, durante escasos periodos de tiempo, de Motley Crue, Ratt o la superbanda Union), pero quien lo haya visto en directo (en mi caso, junto a Dead Daisies) sabe que tiene dominio del escenario y un fuerte carisma. En esta ocasión, y tras darnos una cena de auténtico gourmet, íbamos a presenciar algo muy distinto que nos chocó un poco. Tan solo acompañado con una guitarra acústica, le vimos con tranquilidad desde el Royal Theater aprovechando para descansar nuestros maltrechos pies. Aquello fue algo muy íntimo, casi una conversación entre artista y público, con un ambiente distendido en el que fue intercalando temas, desde aquellos de cosecha propia, como la bonita If I had a dime, registrado en su “Unplugged”, que cantó con mucha más fluidez y mejor voz que otras como Dead (se su época con Union) o sobre todo, With you and I y Dead and gone, de los Dead Daisies, que no salieron demasiado bien paradas en vivo porque las pasó canutas para cantarlas, aunque sí estuvieron bien adaptadas e interpretadas con la guitarra. El motivo de esto es que Corabi estaba bastante afónico, con la voz muy cascada (según nos dijo allí, de tanto hablar con la gente las primeras noches del festival). Dejando a un lado los temas, que solo fueron una parte del show, no dejó de bromear amablemente con el público sobre anécdotas y ocurrencias de los fans, sobre otras épocas de su carrera e incluso nos habló de sus proyectos de futuro. No se puede negar que pasamos un buen rato, nos echamos unas carcajadas, y disfrutamos de los temas, pero nos salimos del teatro antes de terminar: había otras cosas que hacer.
Y es que, según nos anunciaron, al día siguiente tendríamos que dejar el barco a una hora que nos acortaba el margen de tiempo, sobre todo si queríamos aprovechar el último desayuno: habría que madrugar de nuevo. En esos momentos, curiosamente, actuaban Black ‘n Blue en el Pool stage, aprovechando la media parte de juego de la Super Bowl (como lo oís) que se estaba emitiendo allí. Pero dado el poco tiempo que tendrían disponible, decidimos buscar una alternativa. La mejor de ellas era, sin duda, acudir al bolo de The Quireboys, pero de primeras, al poco de comenzar el festival, ya tuve reticencias al enterarme de que habían llegado al barco y actuarían sin Spike, su vocalista de toda la vida, y no me apetecía demasiado. Más tarde, me di cuenta de que pensar esto fue un gran error, y me habría arrepentido de no haber visto el pedazo de concierto que se marcaron.
Y así fue, colegas, como despedí definitivamente el crucero a nivel musical, por la puerta grande con The Quireboys, en el Studio B. Supe en seguida que había sido la decisión correcta cuando me encontré con un ambiente súper cálido y plagado de buen rollo, a pesar de las horas y el cansancio, con las teclas de I love this dirty town ya dando caña. El guitarrista Guy Griffin fue, finalmente, quien se hizo cargo de las voces, y mentiría si dijese que no eché de menos a Spike en más de una ocasión, pero aquí lo verdaderamente importante era que le habían echado cojones al asunto (no como otros llorones) y a pesar de esto y de las situación Covid, ahí estaban, dando el callo como debe ser. Y no sé si fue por el festival, para compensar esta ausencia o simplemente por darle a la gente lo que más quería, pero el protagonismo de esa obra maestra del Rock’n’Roll llamada “A bit of what you fancy” tuvo un protagonismo y una representación casi total dentro del setlist, algo que si he de ser sincero me puso las pilas como nunca esperé a esas alturas, poco a poco, cada vez más encendido y con más ganas de bailar (al igual que sucedía con el guitarrista Paul Guerin o el bajista Nick Mailing, a quienes cada vez se veía más contentos y sumergidos en el show conforme caían clásicos de la talla de Misled (vaya puto rollazo tiene, imposible parar con ella), Whippin’ boy, para paladear más tranquilamente, o la explosiva There she comes again, en la que al igual que pasó con la anterior, las teclas de Keith Weir se escucharon de putísima madre, sin duda uno de los mejores músicos de la noche, creando unos ritmos alucinantes con los que no bailar era casi pecado.
Varios cambios de guitarra por parte de Guy entre Roses & rings y Long time comin’, que continuaba dando lo mejor de sí mismo, sin moverse demasiado, pero sintiendo cada tema hasta el tuétano: su voz fue un gran reflejo de esto último, y cuando se hacen bien las cosas, hasta los temas más suaves como Mona Lisa smiled (deliciosa melodía) se convierten en momentos de evasión ante las luces del escenario y ese inmenso ambiente. No éramos una barbaridad, pero todos estábamos allí por ellos, y eso se notaba. Aquí volví a saludar al madrileño David y comentar con él lo cojonudo que estaba saliendo el bolo. Desde su “Amazing Disgrace” caía Original black eyed son, en la que particularmente la batería de Pip Mailing se escuchó muy, muy bien, con el volumen justo y un sabor totalmente clásico, con la intensidad justa. Los coros también destacaron en esta última, así como las soberbias teclas de Keith, que en Hello, junto a las guitarras de Guy y Paul formaron un conjunto perfectamente indivisible. Este último se colocaba la cejilla para comenzar el tema This is Rock’n’Roll, para darle más movida si cabe. El último momento de la noche para las lentas fue I don’t love you anymore, que tal vez bajó demasiado súbitamente de revoluciones (eso no quita que sea un temarral de cuidado)… pero recuperarlas no fue ningún problema cuando Guy, con toda la coña, presentó la bestial 7 o’clock (según él, la hora de acostarse) y seguidamente, Sex party arrasó para ponernos bien calientes y dejarnos con ganas de más. Con ese movidón tan guapo y el ambiente tan perfecto, no le hubiese dicho que no a otra hora de concierto.
De esta forma, con Rock’n’Roll de altísimo octanaje, di por terminada la jornada (ya me había vuelto a quedar solo a esas alturas jeje), el festival, y prácticamente, la aventura en el océano, posiblemente la más loca en la que me haya embarcado en toda mi vida. Como siempre, escribir estas crónicas ha sido gratificante, y me ha servido para revivir todos esos momentos inolvidables, tanto para bien como para mal, ya que aquí ha habido también muchos negativos. Obviamente, no queda más remedio que quedarse con todo lo bueno, las anécdotas, las grandes paridas, y las brutales fiestas que nos hemos corrido en general. Comentárselo a nuestra colega Elena fue lo mejor que pudimos hacer, lo pasamos de puto miedo junto a ella en todo momento (y menos mal que de tres había dos personas inteligentes y centradas en el grupo jajaja). Al día siguiente desembarcamos en Miami, donde tuvimos que esperar casi 12 horas para poder coger el avión que nos traería de vuelta a casa, más las 10 horas del propio vuelo, así que más valía cogerse el asunto con serenidad… aunque después apenas pude pegar ojo en el avión. Llegamos al aeropuerto de Madrid, nos hicimos otras 4 horas de trayecto en coche hasta casa, turnándonos mi novia y yo como buenamente pudimos al volante (nos estábamos quedando literalmente fritos con los ojos abiertos, reventados de cansancio), tirando de grandes dosis de cafeína y azúcar. Llegamos, por fin, deshicimos maletas, dormí mis 13 horas seguidas del tirón y… en fin, me puse a escribir esta crónica hasta el día de hoy, que espero os haya gustado y os haya dado una ligera idea de cómo se viven las cosas en ese festival de ensueño. Como siempre, gracias por leerme. Nos vemos a muerte en los conciertos.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Día 5, 13/02/2022)
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