jueves, 17 de febrero de 2022

The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Pre-Party, 08/02/2022)

No todo el Rock que vivimos en esta colosal experiencia fue a lomos de un crucero en alta mar. Para nuestra inmensa alegría, y en lo personal para aliviar el insoportable mono de conciertos que llevaba sufriendo desde hacía casi dos meses, el festival Monsters of Rock Cruise organizó una fiesta de bienvenida la jornada anterior al embarque, concretamente el martes día 8, en el Magic City Casino de Miami, así que no tuvimos que esperar a estar navegando para escuchar rugir las primeras guitarras. El evento no era exclusivo para asistentes al crucero, obviamente nosotros teníamos el pase gratis por medio de una pulsera, pero también se podían adquirir pases solamente para los conciertos de aquella noche. El lugar es un casino inmenso (donde por cierto, ya de primeras nos dieron el toque de atención por echar fotos), con cientos de máquinas tragaperras varias y, como es costumbre, muy acicalado y con un despliegue de seguridad considerable. La organización puso a disposición de los asistentes tanto puestos de comida (típicos food-trucks americanos) como de priva, con precios que, sorprendentemente, tampoco eran demasiado elevados (el cubata andaba entre 7 y 10 dólares). Así mismo, en los bajos cubiertos del local, también encontramos las primeras piezas de merchandising en un stand bastante grande y esta vez sí, con unos precios de ponerse a sudar (las camisetas de manga corta entre 35 y 40$). Sea como sea, yo iba bajo mínimos de efectivo, así que me abstuve de todo. Tras darnos la cordial bienvenida al casino, apenas podíamos esconder nuestra enorme ilusión por estar allí, por saber que nos esperaba un auténtico cartelón para esa noche, y sobre todo, porque al día siguiente sobre aquellas horas ya estaríamos zarpando hacia el mar del Caribe con Hard Rock a toda hostia.

No tuvimos que esperar demasiado tiempo para la primera actuación. Ni siquiera nos dio tiempo a darnos un garbeo de placer por el casino o por los alrededores. Parecía que la organización se tomaba bastante en serio el tema de la puntualidad... o eso nos hicieron creer de primeras. Nuestro primer contacto con la música (la música buena, no la bazofia que se escuchaba por los garitos de la Calle 8, la zona donde tuvimos la casa alquilada) fue, como poco, bastante particular y curioso. Por lo visto, el combo que vimos a continuación es algo ya relativamente habitual en el festival. Se trata, nada más y nada menos, que de Jason Bieler (guitarrista de Saigon Kick, entre otros tantos proyectos) y una de las mejores voces de la historia del Rock / Metal, indiscutible, incomparable, no necesita más presentación el grandísimo Jeff Scott Soto (con quien me pude hacer una foto días después, para mi regocijo). En cualquier caso, la verdad es que no fue exactamente lo que esperaba. Con dos grandes talentos como Bieler y Soto uno espera virguerías y espectáculo. Pero sorprendentemente, tan solo una acústica y un cajón rítmico eran los instrumentos con los que contaron. No puedo obviar el hecho de que les acompañase el magnífico percusionista Howard Goldberg, un músico experimentado con una larguísima carrera a sus espaldas. Y es que cuando hay calidad, esta debe ser uniforme. Con un cachondeo tremendo entre ellos desde el principio, arrancaron con algunos covers en acústico de Saigon Kick como All I Want y Hostile Youth, en las que tanto Soto como Bieler pusieron sus voces creando unas armonías chulísimas. También hubo varias covers externas a los miembros del combo, aunque sin duda la que más me gustó y sorprendió fue Alive, de Sons of Apollo (una banda a la que estoy enganchadísimo desde hace unos años).

La habilidad con la guitarra por parte de Bieler quedó fuera de toda duda, y qué decir de la voz de Soto… profunda, bien modulada, expresiva a tope… aunque he de decir que la sensación final es que estuvo un tanto desaprovechada, ya que prácticamente Bieler cantó más que él, y cuando Soto cogía protagonismo al dirigirse a nosotros, Bieler no tardaba ni 5 segundos en cortarle. Aunque supongo que todo eso ya estuvo preparado de antemano formando parte del show. Intercambiaron groserías, faltadas, muchas risas y por supuesto mucha comunicación con el público, animando e incitando a la fiesta. Nos hicieron pasar un rato muy divertido, aunque tanto parón a la larga terminaba cansando. Porque me hubiese flipado, ya que la incluyeron en el set, escuchar entera Just between us de Talisman, que me emocionó mogollón tras tanto tiempo sin escucharla, la cual estuvo seguida por (aprovechando el idéntico nombre) de esa alegre tonadilla de los Carpenters llamada Close to you, y seguidamente, por el Close to you de Saigon Kick haciendo la coña. Incluso el mismísimo Eddie Trunk, reputado periodista del mundo del Rock y el Metal en EEUU, hizo su aparición en el escenario en tono bromista. Hubo amagos de otros muchos temas, estribillos sueltos, y algún que otro medley con partes de, por ejemplo, el Don’t stop believing de Journey o Love will keep us together (Captain Tennille), pero sin duda el corte más chocante del bolo fue el More than words de Extreme pero con la letra de I am a viking de Yngwie Malmsteen (¿a quién cojones se le ocurriría tal genialidad / despropósito?) que ellos bautizaron como More than a viking. Ahora sí, posiblemente uno de los pocos momentos de seriedad musical del concierto para la hermosa Love is on the way de Saigon Kick (fantástica la percusión por parte de Howard), la conocida Superstition de Steve Wonder, y ya despidiéndose con una enorme sonrisa en el rostro, la cachondísima Fuck you it’s Christmas durante la cual bromearon con la condición judía de los miembros.

Soto / Bieler tocaron en un pequeño escenario situado a las puertas del casino, una pequeña tarima con la cabida justa para ellos dos y Howard que ya no se volvería a utilizar en toda la velada salvo para disparar musicón del bueno. Tras bajar una enorme zona de gradas, se ubicaba el escenario principal, muchísimo más grande y elevado, donde transcurrirían el resto de eventos. El clima, que durante nuestros primeros días de viaje en Orlando se comportó bastante bien (quien diría que estábamos en febrero…), en algunos momentos puntuales de la pre-party comenzó a hacer de las suyas con la lluvia. Al principio me acojoné, porque al fin y al cabo estábamos en área tropical, y temía que nos cayese encima la de Cristo. Pero por suerte todo quedó en eso, alguna regadita ocasional. No queríamos arriesgarnos a coger un resfriado, así que aprovechando las gradas, nos quedamos sentados para ver el siguiente concierto que, al fin y al cabo, no dejaba de ser una banda de versiones… con musicazos de nivel, eso sí. El nombre de la banda era United Metal Coalition, y sus integrantes eran nada menos que el bajista Dave Spitz (ex–Black Sabbath, Impelliteri, White Lion…) y hermano de Dan, de Anthrax, Patrick Johansson (ex–Yngwie Malmsteen), Dave Linsk (guitarra solista de Overkill en la actualidad) y Darrel Beach, voceras de los hardrockeros Salty Dogs.

Con una alineación así, uno tenía ya claro que podían tocar lo que les viniera en gana a un nivel estratosférico, y contentando a los primeros fans de Iron Maiden, abrieron su actuación bajo una ligera lluvia con Wrathchild y la cañera Madhouse de Anthrax no tardó tampoco en salir a palestra. A pesar de ser, en esencia, un simple tributo a todas esas bandas, la gente les acogió con ganas, y Hell bent for leather de los Priest no hizo sino animar todavía más el cotarro, con solos perfectamente ejecutados (no fue tanto así con el de Creeping death, que me sonó algo incompleto) y una batería que sonaba de perlas. Volumen muy elevado en general, algo que vino de lujo para el Believer de Ozzy Osbourne y sobre todo para el Balls to the walls de Accept, que todos vivimos puño en alto y a cabezazo limpio. Como podéis leer, no se devanaron excesivamente los sesos escogiendo los temas, y es que el objetivo era claro: distraer a todo el mundo con grandes himnos de la historia del Heavy Metal, lo más cañero de aquella noche, aunque me fastidió que no metiesen nada de Overkill, ya puestos. Disfrutar del bolo mientras los aviones despegaban y volaban, como quien dice, a unos metros de nuestras cabezas fue una auténtica gozada, algo que por la emoción y la impresión del momento, te hacía venirte arriba, y darlo todo mientras sonaban el Symptom of the Universe de los Sabbath (con un excelente trabajo de Darrel a las voces y unos adictivos movimientos de “la bestia” Dave Spitz al bajo) o Mob rules, en la que esta vez Darrel se quedó algo corto, y es que a sus cuerdas vocales ya se les notaba un poco el cansancio. Siendo así, buen tema se habían guardado para el final… nada menos que el Painkiller, que abrió Patrick J. a toda mecha, y terminó siendo uno de los mejores del set, con Darrel volviendo a dar el 100% de una forma sorprendente que pocos esperábamos. Una actuación muy justita de tiempo pero que tampoco daba para mucho más allá de los clásicos de nuestro rollo, muy bien ejecutados, claro que sí.

Entre banda y banda hicimos nuestras primeras coleguillas, Emily y Erika, a quienes por cierto no volví a ver ya una vez sobre el barco, pero que nos aseguraron que si era nuestro primer Monsters of Rock Cruise, lo íbamos a pasar “crazy as fuck”. Prometedoras expectativas, sin duda. Lo cierto es que si nuestro primer contacto con EEUU fue con gente que nos puso más cara de perro que otra cosa, en todo el festival la cosa cambió radicalmente. La amabilidad de todo aquel con quien entablamos alguna conversación o preguntamos algo fue enorme.

Para la tercera actuación, llegaba a escenario una de las bandas que más ganas tenía de ver aquella noche. Venían ya, de hecho, los tres platos fuertes, y el primero de ellos eran los angelinos Rhino Bucket, con Georg Dolivo y Reeve Downes al frente y la imponente presencia y personalidad de Brian "Damage" Forsythe a las guitarras, que fue uno de los mayores protagonistas del bolo (así como, días más tarde, lo sería en su banda madre, KIX). Los americanos atacaron fuerte de salida, con un sonido regular / bueno que iría mejorando paulatinamente con el caer de los temas. Con una energía latente en las guitarras y voces de Forsythe y Georg, y ese potente deje setentero en los ritmos de Dave DuCey, dispararon sus primeros cartuchos One night stand y Hardest town, guitarras sin excesiva distorsión y un groove rítmico de esos que automáticamente se mezcla en tu sangre para ponerte a bailar sin poder parar ni queriendo. Mientras la lluvia prácticamente había amainado, era el momento perfecto para darlo todo con su directo, que yo presenciaba aquí por primera vez. Los cortes de los primeros álbumes (y hubo un buen montón) triunfaban por sí solos, Beat to death like a dog o Hey there, de su segundo disco, fueron una buena muestra, con ese derroche de personalidad que es Brian Forsythe a los solos o esos golpes de bajo de Downes en Welcome to hell, AC/DCiana a más no poder, o lo que es lo mismo, toda la peña a saltar y a moverse como descosidos.

La voz de Georg sonó bastante bien, pese a que la braga que llevaba en el cuello pudiese hacernos pensar que padecía algún resfriado, lo cierto es que se mostró enérgico (dentro de su rango) y se esforzó por mantener el tipo al 100% durante todo el concierto, ocupándose también de la guitarra rítmica que muy ocasionalmente soltaba para cantar, abriendo con soltura el tema She’s a screamer, canela fina de su segundo álbum, que fue el más representado, y saltando posteriormente a I was told, de su tercer trabajo en el que grabó las baterías el mismísimo Simon Wright. A la parte izquierda, las mirabas se centraban en Brian Forsythe que, aunque algo alejado del resto de la banda, desplegaba todo su arte y su saber estar sobre un escenario. En un pequeño descanso, un bonito detalle por parte del vocalista fue pedir a la gente que apoye a las bandas y a los conciertos, especialmente ante la situación que vivimos, antes de volver al ataque con las guitarras dando cera en Hammer & Nail y posiblemente la gran triunfadora del show, Ride the Rhino, ahora sí, caña desatada en la batería de Dave y un feeling sin límite que nos llegaba desde el escenario, donde ya se habían puesto todas las cartas boca arriba. Si os digo la verdad, me quedé con muchas ganas de escuchar en vivo material de sus dos últimos discos, de “Who’s got mine?” pero ante todo “The Last Real Rock N' Roll”, que me pareció un trabajo soberbio en todos los aspectos.

Fuimos a tomar unos tragos, siempre recalcando al encargado de los puestos “el cubata del precio barato”. No estábamos como para ir derrochando viendo la que se nos venía encima con el crucero, y tampoco era plan de amanecer con una resaca espantosa, así que nos moderamos bastante.

Justo ahora, a unos minutos de comenzar el siguiente concierto, empezaba a llover de nuevo, y esta vez de forma bastante constante. Mal asunto. Pero Vixen era mi banda predilecta de la noche, y esta vez sí me mereció la pena estar al raso, al pie del cañón junto a mi chica y a nuestra colega Elena, preparados para la acción. Y una vez las chicas ya habían subido al escenario, dicha acción se materializó, sin más preámbulos, en Rev it up, ese temazo que todos conocemos y que abre su segundo álbum homónimo, y que en directo se traduce en una poderosa batería de Roxy Petrucci y unos tajantes guitarreos por parte de Britt Lightning, la miembro más joven de la banda y militando en ella desde el 2017. Abrir así ya es todo un valor seguro, pero la mayor sorpresa de todo el show me la llevé con el segundo tema. Fue algo que había pensado otras veces, pero no imaginé que terminaran tocando algo de Femme Fatale, y ahí estaba… ¡¡Waiting for the big one!! Movidón y rollazo ochentero, momento absoluto de lucimiento de su cantante original, la despampanante Lorraine Lewis, que bordó el tema tanto a nivel vocal como escénico. En este y otros temas, como la cañera Cruisin’, se comportó como el animal sediento de escenario que fue en los 80, merendándoselo a bocados, aunque sin embargo, como cantante se la vio algo floja en How much love, otro de los estandartes de la banda, algo que siempre intentaba compensar con esa flamante energía que todavía guarda desde hace 30 años. Gritando ¡make some noise! se ganaba poco a poco al público, algunos entregados a ella, otros echando de menos, sin duda, a Janet Gardner, pero lo que no se puede negar que se curró el concierto a pulso. Comenzando con las teclas el único integrante masculino de la banda, Tyson Leslie (que ojo, colaboraría posteriormente nada menos que con los Faster Pussycat), Cryin’ uno de sus grandes himnos que siempre es un privilegio escuchar con ese tono tan suave y melódico que te atrapa fuerte y para siempre.

Y ese estilo bestial de Roxy Petrucci a la batería es tan único e incomparable que uno se podría pasar todo el concierto atento a sus movimientos (yo casi lo hice). Me encanta. Ya sea dando cera con sabor americano del palo de I want you to rock me, o acercando temas populares a su rollo, como el deRay Charles I don’t need no doctor (entre otros fragmentos como Stranglehold de Ted Nugent), es ahora mismo, pienso yo, la pieza clave en la banda, y muy pronto será la única integrante ‘original’ (aunque si nos ponemos puntillosos, ya nadie lo es), pues en la recta final, la bajista Share Ross, visiblemente ‘contentilla’, anunció que a partir de ese punto, sería Julia Lage la que se haría cargo del instrumento (quien por cierto, es la esposa del gran Richie Kotzen). Lo cierto es que mostró una técnica y soltura sobre el escenario, fruto de su experiencia, realmente plausible, todo hay que decirlo. Tan solo estuvo realmente en los tres últimos temas, el primero de ellos fue Streets of Paradise, que hacía mucho tiempo que no escuchaba, y en el que Lorraine se las vio putas para llegar a los tonos, fue una recta final algo dura para ella. Cada vez se la veía más agotada vocalmente. Y estoy convencido que como presencia es la integrante perfecta para el grupo, pero emular a la Janet de los 80 es una tarea al alcance de solo un@s poc@s. Aún así, dio como pudo el callo en ese pedazo de tema (mi favorito del grupo) que es Love made me, en la que Petrucci volvió a salirse con ese puto rollazo ochenter que tiene, y con unos buenos coros, sospecho que en parte disparados, Edge of a broken heart dio cierre a un setlist que, al igual que me sucedió la primera vez que las vi… me resultó algo seco, mucha versión (solo me quedaría con la de Femme Fatale) y mucho fragmento suelto teniendo dos discos que son auténticas joyas, y también excesivamente corto. Al menos, esta vez sonó mucho mejor, no perfecto, pero a años luz de la experiencia que tuvimos con ellas en el Rock Fest Barcelona 2018.

Vandenberg es un guitarrista de élite conocido por formar parte de varios proyectos, pero sobre todo, por aquellos primeros discos de los años 80 y por supuesto, por haber formado parte de la grabación de uno de los mejores discos de la historia del Rock, el 1987 de Whitesnake. Como banda, no es precisamente fácil verles por aquí, así que no podía desaprovechar la ocasión de verles aquella ya más calmada y cálida noche de febrero en el Magic City Casino. Era el conjunto que cerraba la velada, además, así que prometía ser algo muy especial. Como primera sorpresa que me llevé, fue ver al frente del escenario a un vocalista alucinante como Mats Leven (yo de hecho esperaba a Ronnie Romero), uno de los cantantes más polivalentes que ha dado el Metal / Rock, capaz de adaptarse a bandas tan dispares como Yngwie Malmsteen, At-Vance o Candlemass y por supuesto, ideal para cantar los temas del rubio guitarrista. Al bajo, uno de los protagonistas de la noche por su técnica, sus movimientos y su actuación en general, el enorme Randy Van Den Elsen (Tank), complementado por el holandés Koen Herfst, que tiene un bagaje impresionante a la batería. Con esta formación, era prácticamente imposible fallar, y se permitieron el lujo de abrir con el tema Shadows of the night, de su reciente álbum, “2020”, que sale tras 35 años de sequía discográfica, se dice pronto, y proseguir con Freight train y Your love is in vain, primer tema ochentero en caer, arropado por unos grandes coros de Van Den Elsen. Su segunda vez en los Estados Unidos fue, precisamente, la primera para mí, y flipé, entre muchas otros aspectos, con la cohesión que mantiene la banda, lo bien que funcionan en directo sus temas de todas las épocas y lo fabulosa que resulta la voz de Leven cantando lo que en su día hizo Bert Heerink. Un concierto que fluyó como la seda de principio a fin. Volvía el protagonismo al “2020” con un tema que creo que se desmarca del resto del álbum por esa ligera esencia 70s, llamado Hell and high water, que nos atrapó de lo lindo, y precedió una de las grandes sorpresas de la noche, cuando el guitarrista y Mats se sentaron en la tarima de la batería para interpretar no uno, sino dos clásicos de Whitesnake.

Vandenberg abrazaba ahora su guitarra acústica, y esos primeros acordes de Sailing Ships (muy apropiada) me pusieron la carne de gallina, y en general, toda la interpretación, que bajó el ritmo pero subió la intensidad emocional al máximo. Lo mismo se puede decir de Judgement day, tocada en la misma tesitura aunque algo más movidita. A estas alturas sacaron a relucir Skyfall, single del último trabajo, para ir escalando progresivamente en intensidad sonora, bastante pesada y a la vez con ese punto melódico tan guapo en la voz de Leven. Diría que este fue el concierto más concurrido de la noche. La gente estaba cada vez más a gusto y prácticamente todos en el recinto disfrutábamos a saco del show, un ambiente guapísimo en una noche que, curiosamente, era más templada cada vez. Tanto el batería como su colega bajista aprovecharon Ride like the wind, o más concretamente un interludio a mitad de tema, para lucirse, tanto en esas notas alocadas de bajo como en el pequeño solo de batería que se marcó Koen Herfst, demostrando de qué madera está hecho. Volviendo Adrian al escenario, y para que veáis cuánto protagonismo le dio a su última obra, Light up the sky inició el tramo final del concierto, mostrando de nuevo con un solo pulido y elegante marca de la casa, y es que ver al sr. Vandenberg tocar en cualquier registro es una pura delicia. Meter el Here I go again de los Whitesnake en cualquier actuación ya es un valor 100% seguro, pero si además está interpretada por un ex–integrante de la banda, mejor que mejor. Ni una sola alma sin botar con un tema que le dio una nueva vida al concierto, seguida por ese gran single de su carrera, probablemente la cima del éxito discográfico, Burning Heart, que volvió a levantar pasiones y voces por todo el recinto. Aquí Vandenberg demostró de pleno sus habilidades alternando entre guitarra acústica y eléctrica, y finalmente, se quedó con esta última para volarnos la cabeza (y los pies) con el Rock and Roll de los Led Zeppelin, versionada de forma magistral como cabía imaginar.

Mañaba iba a ser un día muy especial. Por fin, después de tantos meses planeándolo y concienciándonos, de inseguridades e incluso de rumores de cancelación total, íbamos a embarcar en el Freedom of the Seas. A pesar de que a estas alturas yo ya estaba un poco tocado anímicamente por las cancelaciones (y eso sin tener ni idea de la catástrofe que sobrevendría…), lo cierto es que este pequeño festival pre-crucero me había dejado un sabor de boca excelente. Si tengo que escoger, en general me quedo con la actuación de Vandenberg por el setlist, por la brillantez de los músicos y por el ritmo general del concierto, aunque Rhino Bucket también consiguieron encenderme la sangre hasta el final, otra actuación digna de aplauso. Vixen no me dejaron del todo satisfecho por los motivos que he argumentado antes, pero las disfruté mucho igualmente. Así pues, volvimos a la casa de la Calle 8 de Miami a descansar todo lo que fuese posible para zarpar lo más frescos posibles al día siguiente. Nos esperaba el festival más lujoso de nuestras vidas.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_



The American Dream (Monsters of Rock Cruise 2022, Pre-Party, 08/02/2022)

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