Aprovechando el todavía bajo nivel de asistencia, entramos raudos hacia la actuación de las leyendas de la NWOBHM Diamond Head, que ya estaban dando caña en el escenario Fest. Nos situamos muy delante, entre los afortunados que habían llegado a tiempo al inicio, bajo un calor mortal pero con ganas de disfrutar de lo que se suponía, sería todo un ramillete de temas clásicos. Y nada mejor para empezar a entrar en calor que Lighting to the nations, tema que daba título a su añejo y clásico primer disco del 1980, cuando el Heavy Metal todavía daba sus primeros pasos. De hecho, aunque Diamond Head no han podido, o no han sabido mantener en el transcurso de la historia ese estatus de banda mítica y pionera, sí han sido una formación que en su día influenciaron a multitud de bandas, incluidos a los mismísimos Metallica. Rasmus Bom Andersen, el vocalista que lleva en el grupo desde el 2014, hizo bastante bien su papel, comunicándose continuamente con el respetable, pidiendo coros para los temas y no permitiendo que nadie dejara de moverse en temas como In the heat of the night o Belly of the beast, de discos mucho más recientes, que sonaron algo más modernas. Pero no olvidemos que, a pesar de que la formación ha cambiado infinidad de veces, el verdadero núcleo que es el guitarrista Brian Tatler sigue estando presente, y eso ya da más sensación de clasicismo en sus directos. Su experiencia y su nivel de tablas saltaban a la vista cuando se contoneaba ejecutando los solos de It’s electric, o Helpless, y se acercaba al borde del escenario para mirarnos cara a cara. La estruendosa batería de Karl Wilcox, segundo miembro más antiguo de la banda (y que al menos, sonó más que decente) también fue uno de los elementos destacables en el show, y a estas alturas, habiendo dado un set muy cañero y animado, solo les quedaba por desgranar esa pequeña obra maestra llamada Am I evil?, que cayó como una bomba ante nosotros, y en la cual, durante el primero de los dos solos, Brian Tatler se hizo el amo del centro del escenario, pavoneándose en él mientras todos nos dejábamos las voces con el estribillo. Predominaron los temas de su primer y más reconocido disco, “Lighting to the nations”, que por cierto, regrabaron hace un par de años en todo un ejercicio de innecesariedad y falta de originalidad, o bien en un desesperado intento por intentar volver a la primera división del Metal, de la que, hace 40 años, formaron parte.
Los Mind Driller fueron la única banda de ‘la terreta’ presente en el cartel del Rock Fest. Y aunque no es exactamente mi estilo predilecto, me apetecía apoyarles, aunque solo fuese por el mérito que ellos mismos se han ganado de tocar en esta edición del Rock Fest. Y precisamente una de las cosas que me hizo cambiar de opinión entre quedarme solo un rato y acabar finalmente viendo el concierto completo, fue su arrollador directo. Contundentes, imparables, enloquecidos y enormemente entregados, los Mind Driller demostraron por qué son una banda que en los últimos años ha crecido como la espuma e incluso han llegado a pisar varios escenarios europeos, en una actuación plagada de sorpresas, escenografía y mucha profesionalidad. Y eso que la cosa en Rock Fest (para variar…) empezó con mal pie. Con la encargada de abrir el setlist, Ritual, padecieron un sonido horroroso, que casi sonaba a local de ensayo, con la batería muy baja, las guitarras prácticamente inaudibles y lo poco que sonaba, muy enmarañado. El enfado de Estefanía Aledo, una de las principales estrellas del show, era visible. Pero afortunadamente para todos, el sonido fue mejorando paulatinamente al tiempo que caían las siguientes composiciones, The Game (con un Reimon fuera de sí tras los parches), My own law, rescatada directamente de su primer trabajo, que ya sonó bastante íntegra, o la modernísima Zero, en la que la batería de Reimon se podía ver temblar por los hostiazos que este le propinaba sin piedad al tiempo que Javix tiraba de un incesante headbanging. El movimiento sobre el escenario es perpetuo, y claro, eso se contagia, sobre todo cuando te das cuenta de la pasión y las ganas que le ponen.
Si ya habíamos visto cambios de máscaras e indumentarias, en M4n1k1 el vocalista Dani hizo el papel de juez en un tema contra los prejuicios sociales hacia nuestro rollo, y el mismo terminó por el suelo, ‘pateado’ amigablemente por sus compañeros. Me encantó ese detalle de Pharaoh, tocando su bajo con el mástil contra el suelo. Un show delicioso. La coordinación entre los tres vocalistas, V, Dani y Estefanía es de libro, cada uno con su propio registro, guturales, las voces melódicas de Estefanía, registros más rasgados… Siempre se mostraron muy humildes y comunicativos, pero al mismo tiempo pisando fuerte y haciendo gala de las tablas que poseen. En Prophecy, Estefanía nos invitaba a cantar con ellos parte del tema, que estuvo acompañado por los samples que el mismo Reimon se encargaba de programar desde su instrumento, y durante Psycho, Dani insistió en rociarnos con una pistola de agua. Los cambios de atuendo (máscaras de lo más estrafalario, delantales ensangrentados, etc.) y virguerías escénicas seguían sucediéndose para alimentar la faceta teatral del concierto, incluso tirando de una cruz y cuerdas de marioneta para ‘manejar’ al vocalista Dani. The last drop (no os perdáis ese pedazo de videoclip inspirado en Mad Max) o Calling at the stars ocasionaron todo un desmadre de saltos entre el público, incluso la banda llegó a pedir un wall of death, aprovechando que la carpa estaba ya mucho más llena que al principio durante Rotten, que comenzó con fraseos en alemán por parte de Dani. Como punto y final, quedaba Ich Bin Anders!, que nos puso a todos a mover el esqueleto levantando una gran polvadeda, incitados también por el contoneo del propio Javix a la guitarra, que se mostró imparable durante todo el show. Si te mola el Metal industrial, absolutamente imprescindibles. Y si no, nunca dejes de darle una oportunidad a su directo, merece muchísimo la pena.
Los Blues pills eran, para mí, una de los grandes alicientes en este tercer día de Rock Fest. Siendo el cartel del sábado el de los grandes dinosaurios de la historia del Rock y Metal, nunca está de más ver en él a una banda relativamente joven pero que ha pegado muy fuerte desde su formación, con ese rollo tan de los 70 que siempre llevan presente en su imagen y su música. Un plato suculento que no dudé en devorar. Aunque ya habían comenzado su actuación cuando llegué (y mira que fui corriendo de un escenario a otro…), debí coger, si no el primer tema, el segundo del setlist.
Low road presentaba, en toda su elegancia y sensualidad, a una Elin Larsson absolutamente espectacular, embutida en un atuendo rojo de pies a cabeza y merendándose el escenario a manos llenas con ese carisma y, sobre todo, con esa voz tan descomunal que posee. Rápidamente la banda nos conquistó con Dreaming my life away, uno de los grandes estribillos del concierto, siempre con ese inconfundible sabor a blues que es uno de los principales signos de identidad de la banda. El wahwah de Zack Anderson, asumiendo actualmente el papel guitarrista, nos llevó hasta los mismos años 70 de la mano de Kiss my past goodbye. Un rollazo increíble, guapísimo, con muchas notas resaltadas de bajo y una voz de Elin prodigiosa, con ese deje tan bluesy del que siempre hace un uso magistral. Porque incluso lo sexy y provocativa que puede llegar a ser encima de un escenario se queda corto cuando lo comparamos con su impresionante talento a la hora de cantar. Lo de Astralplane fue un auténtico momentazo que nos sumergió aún más en el concierto, con multitud de detalles a la batería de André Kvarnström, que se metió un curro tremendo durante todo el concierto y bajo el abrasador sol. Durante unos segundos Elin cogió el aro de sonajas para introducir con mucha soltura y desparpajo esa High class woman, mostrándose especialmente provocativa con el público, incluso acercando una de sus botas hacia uno de los atónitos espectadores. Flipé con su aplomo, flipé con sus movimientos, y es que con cualquier gesto llenaba el escenario, dejando a sus compañeros atrás a nivel de protagonismo.
Pero aunque todos dirigíamos nuestras miradas hacia el mismo sitio, mis oídos también se centraron en ese descomunal feeling de Zack Anderson en la extra-bluesera No hope left for me, o en Lady in gold, uno de esos temas que te hace chascar los dedos y mover el pie, sin parar, y casi sin querer, con un estribillo repleto de fuerza. Tremendos. La faceta más psicodélica y ensoñadora de la banda se hizo presente de nuevo en Dust, y aunque pensé que les podría haber disfrutado mucho más siendo de noche, la verdad es que fue algo casi hipnótico. Después, las baterías casi progresivas y ascendentes en caña de de André en Bye bye birdy nos devolvieron a la realidad, ostentando la bellísima Elin algunos de los tonos más elevados del concierto… ¡vaya chorro vocal, joder! La calma antes de la tormenta final se llamó Little sun, saltando ahora a su primer disco (“Blues Pills”) del 2014, muy tranquilita, de esas para dejarse llevar y sentir a raudales, escuchando la flipante interpretación de Elin y esas líneas de bajo tan chulas. Gozaron, afortunadamente, de un sonido que, sin ser el mejor, sí nos permitió el poder fijarnos individualmente en cada instrumento. Lo de Devil man ya fue pura droga psicodélica, para terminar por todo lo alto un concierto que me dejó impresionado por la calidad de todos y cada uno de sus músicos, la potencia escénica que transmite Elin Larsson y el hecho de que no tienen un puto tema malo o flojo. Juro volver a verles a la mínima ocasión que se me presente.
En este punto, me alegré millones de ver a mi gran colega Juanmi, con quien hacía siglos que no coincidía. Qué tío más grande y auténtico. Además, pude saludar también a las guapísimas Mel y Marian que estaban con él, justo antes de emprender mi marcha hacia el escenario de la carpa, donde otro de los grandes conciertos del día, más allá de los nombres multimillonarios, me esperaba.
Igual que con Blues Pills, por mucho que me esforcé no conseguí llegar al inicio de la actuación de los alemanes Hardrockeros The New Roses. Intuyo que los horarios llevaban cierto descontrol, ya que yo siempre fui puntual para ir de un lado a otro. Sea como sea, muchísima ilusión al ponerme frente a ellos por primera vez y disfrutar con la maquinaria ya a pleno rendimiento de It’s a long way, donde se notaba que la banda, a pesar del poco tiempo que llevaban allí tocando, ya tenían al público comiendo de la mano, seguramente en gran parte debido al enorme carisma y empuje escénico que mostraba su guitarrista y vocalista Timmy Rough. Ante un público ya muy animado que daba ya los primeros saltos y gritos, la más comercial Gimme your love fue recibida con los brazos abiertos, Timmy continuaba en plan gallito, y aunque tenga esa carita de niño bueno, sabe echarle mucha actitud, chulería y por supuesto, zarandear con ganas su instrumento, y no menos se puede decir de su compañero a las seis cuerdas, que para mi sorpresa, no era Norman Bites, sino Dizzy Presley, miembro fundador de The New Roses, que sustituye al anterior de forma provisional, y esto por supuesto era toda una garantía de que no iba a fallar. Un privilegio poder haberle visto en directo. Continuaban el setlist con la enérgica Whiskey Nightmare, presentada por el mismo Timmy, y para subir todavía más la temperatura y el ambientazo que estábamos viviendo (aunque no había excesiva gente y se podía respirar bien), el frontman nos invitó a todos a quitarnos la camiseta y ondearla al ritmo de la macarra y cañera Devil’s toys, ante la sonrisa y cabeceo del bajista Hardy, y es que temas como este daban para mucho movimiento en el escenario… pero también debajo de él.
Y creo que verles en sala tiene que ser una experiencia todavía mejor. Aquí, sonido demasiado fuerte, o más bien demasiado saturado por momentos, que llegaba a incomodar los oídos. Timmy continuaba mostrándose cercano y comunicativo, preparándonos para el gran momentazo del concierto y uno de los más intensos para mí de todo el festival, tras The usual suspects, estallaba la gran triunfadora del concierto, Down by the river, con prácticamente todo el mundo saltando y cantando en las primeras filas, disfrutando de ese fantástico tema de su último trabajo “Nothing but wild”, probablemente lo mejor que han hecho en toda su carrera. A pesar de ser alemanes, lo suyo es el Hard Rock con marcado regustillo americano, y eso se refleja en temas como Forever never comes, y en esas guitarras casi sureñas a cargo de Dizzy y Timmy, que nos hizo cantar esos coros y mover las manos en un estribillo adictivo y enérgico hasta decir basta. Y para el final, se guardaron en la recámara Thirsty, guitarrera y ruidosa, algo deslucida por el terrible sonido del que adolecieron, pero igualmente disfrutada a tope, con buenos coros y muchas ganas por parte de la banda, que puso en esta recta final todos los medios para cerrar un concierto guapísimo, que mereció celebrarse en alguno de los escenarios principales.
Éramos conscientes de que, si no descansábamos durante el concierto de Doro y parte del de Angelus Apatrida, se nos harían ya las 2:30 de la madrugada. Porque lo que vendría a continuación ya sería el gran maratón, el ‘grand finale’ del día y de todo el festival con los auténticos monstruos del festival, comenzando por Megadeth, continuando por los colosos Judas Priest y KISS, y terminando con D-A-D, a cada cual más imprescindible. Y no podía permitirme ni de broma perderme a ninguno de ellos. Aun sabiéndome mal, volví a prescindir del concierto de la Metal Queen para echar un respiro y nos reunimos con Marcos y Elena (nuestros mejores compañeros durante todo el festival). Pero antes de pirarnos, me quedé con ellos viendo el final de Phil Campbell and the bastard sons, que no fue otra cosa que un surtido de los clásicos más celebrados y míticos de los Motörhead. Y más allá de la imponente presencia del incomparable Phil Campbell, ejecutando a muerte los solos y con esa postura tan característica, me encantó su vocalista Joel Peters, que para llevar apenas un año en la banda, mostró una actitud y unos dotes escénicos de alucinar, y por supuesto, algo similar se puede decir de los instrumentistas bajo la tutela de Phil, que no son nadie más que sus propios hijos Todd, Tyla y Dane a la guitarra, bajo y batería respectivamente, que se lucieron interpretando temazos de la talla de Going to Brazil, Killed by death (me encantó Joel especialmente en esta) o Overkill, que re-arrancaron hasta en tres ocasiones para dejarnos el cuello bien caliente.
Nos fuimos, ahora sí, a por algo de comida barata y a papear relajadamente en un tranquilo parque de la ciudad. Pasamos un ratito súper agradable (muchísimas gracias a Marcos por el pedazo de regalo que me hizo), donde literalmente el tiempo voló. Ya escuchando los primeros ‘garrotazos’ de los titanes manchegos Angelus Apatrida, fuimos tirando hacia los escenarios, y solo podríamos salir de allí triunfales, o con los pies por delante.
Y es que un concierto cualquiera de esta gente, dónde y cuándo sea, es siempre apostar a caballo ganador con la (para mí) mejor banda de Thrash Metal que tenemos en este país. No importan las innumerables veces que les he visto ya en directo (si no me fallan las cuentas, esta fue la decimoquinta), sabes que te van a dar p’al pelo de lo lindo. Yendo a buscar un buen sitio, el cuello no podía estar quieto con esos riffs machacones y llenos de rabia de Of men and Tyrants, además, calculo que tan solo nos perderíamos tres o cuatro temas como mucho. Los Angelus se sienten cómodos en cualquier lugar, y en este Rock Fest, donde ya han repetido varias veces, no fue una excepción. Además, vienen presentando un discazo que es una barbaridad, ese “Angelus Apatrida” homónimo del que nos desgranarían unos cuantos temas, como precisamente Chilhood’s end, que es mi rotunda favorita, en donde la banda se sale de madre, derrochando técnica y actitud, siguiendo con Violent dawn que, poco a poco, iba cabreando más a los asistentes (en el mejor de los sentidos) y otra bien reciente, tal vez la menos trallera y más ‘panterera’ del disco, sobre todo por ese estribillo que gritamos a pleno pulmón, que fue We stand alone. Guillermo, como es habitual, no dejaba de bromear e interactuar con la gente, y me encantó la forma en que nos vendió el merchandising de la banda, con ese humor cabroncete y rural que siempre saca a relucir jeje. Eso sí, cuando se ponen en faena, dan de todo menos risa. Menudos son. Cañonazos como Give’em war, con la puta liada que montaron con el wall of death, separando prácticamente toda su parte del recinto en dos mitades, no son para tomárselas a broma. Pensaba que la poca voz que me quedaba iba a morir definitivamente con ellos. Y no os digo ya con Sharpen de guillotine. Uno de mis temas favoritos de toda su carrera, un disparate sonoro que puede romperte las cervicales, y que puso a punto de ebullición a todos los que estábamos viéndoles, espectaculares solos de guitarra y una batería de la bestia Víctor Valera sacando humo por doquier. Nunca deberían quitarla del setlist, al igual que llevan ya años interpretando You’re next, perfecta para cerrar y dejarnos a todos sin aliento. Al día siguiente les tocaba destruir el Resurrection, y me consta que, quitando los problemas técnicos que tuvieron, así fue. Con un cordial ‘bona nit Santa Coloma’ se despidieron triunfales, como siempre.
Segunda sesión de Thrash Metal de la tarde, seguidita, para no perder los humos. Hacía ya algún que otro año que no me enfrentaba a Dave Mustaine y su horda, y a pesar de que no suelen cambiar excesivamente el setlist, siempre queda la duda del tipo de concierto que te van a dar. En este caso, me gustaron bastante… pero no fue ni de lejos el mejor que les he visto. Pero vayamos por partes, porque el inicio, sin duda, fue una pasada con Hangar 18, lo mejor que se les puede pedir. Con unas pantallas gigantes e imágenes nítidas como carta de presentación visual, y un James LoMenzo ya oficialmente integrado en la banda, se mostraba un equipo muy fuerte y capaz, que fue alternando grandes clásicos de sus discos más queridos con otras menos rodadas, incluso alguna que otra sorpresa. Muestra de ambos casos fueron, respectivamente, Dread and the fugitive mind, del menos apreciado “The world needs a hero” y Angry again que, como nos contó el propio Mustaine, formó parte de la banda sonora de aquel recordado blockbuster llamado Last Action Hero. Todavía habría algunas buenas sorpresas a nivel de setlist, y otras no tan buenas a nivel del concierto en general. Mustaine se mostraba algo mustio (valga la redundancia jeje), pero eso a quien le hemos visto tantas veces no debería sorprendernos. Parecía que iba cogiendo vuelo (porque su increíble habilidad a las seis cuerdas ya está fuera de toda duda de primeras) con Sweating bullets y con otra de las más recientes, Dystopia, donde Kiko Loureiro brilló con luz propia, y no sería la última vez que el guitarrista se adueñaría de la parte central para darnos una lección de maestría con su instrumento. Bases geniales y sonando bastante bien (tanto James como el experimentadísimo Dirk Verbeuren) y buenos coros redondeaban los temas. Tal vez faltó más garra y mala hostia en Trust, pero desde luego a nivel instrumental, fue disfrutable como pocas.
Justo en este momento, tras terminar el tema, ocurrió un hecho bastante surrealista. Los pipas de Judas Priest probaban guitarras en el escenario contiguo, y Mustaine quedó indignadísimo, diciendo que era la primera vez que le sucedía eso en toda su carrera, cada vez subiéndole más los humos para, finalmente, acabar insultando sin ninguna mesura a los susodichos pipas. Afortunadamente, y una vez el hombre quedó a gusto, continuaron con la tralla. Pero siendo Symphony of destruction, sin duda, la más celebrada de todo el concierto, al líder se le veía algo desganado y disgustado. Suerte que desde el público nos dejamos las voces (se escuchaba alto y claro aquello de ‘aguante Megadeth’ durante los riffs) y Kiko Loureiro tiró de pasión y calidad para dejar bien alto uno de los grandes hits de la banda, imprescindible en cualquiera de sus bolos. Ahora era el propio LoMenzo quien presentaba otra de las grandes, y con Peace sells (¡la única que cayó de ese disco!), el doble bombo de Dirk se desató a saco, montando un estruendo de locura, y se veía muchísimo movimiento en las primeras filas. Para mí, y creo que para muchos, la gran sorpresa de la noche fue Mechanix, que además, fue primicia absoluta en este tour (o eso nos dijo el pelirrojo vocalista), así que nos podemos sentir afortunados por haber visto este pedazo de historia del Thrash, más conocida por la grabación de Metallica ‘The four horsemen’, pero endiabladamente más rápida en este caso. Lo que pudiese quedar tenía que ser grande, y podían ser muchas que habían faltado hasta ahora. Holy wars… the punishment due vino a cubrir ese último hueco… ¡y de qué forma! La gente se encabritó de nuevo, castigando sus cuellos y ovacionando al grupo, resultando en una de las mejores interpretaciones de la banda en toda la noche. Terminar así es terminar a lo grande, y ellos mismos lo saben, pero tal vez me quedó la impresión de haber sido un concierto poco compacto y un pelín falto de rabia.
Y al loro… porque lo que vendría a continuación, aunque suene a topicazo ya con los Judas Priest… fue una hora y media para no volver a lavarse nunca más los ojos. Alguno podría pensar que, siendo esta la sexta vez que les veo en vivo, el factor sorpresa está bastante quemado, pero nada más lejos de la realidad. Me dejaron boquiabierto, y no porque llevasen un montaje brutalmente espectacular, o porque el sonido estuviese rozando la perfección, sino por encima de todo eso, por una interpretación IMPECABLE, sin una sola fisura, ni en cuanto a ejecución de los temas, ni en cuanto a setlist, absolutamente nada falló en aquel concierto.
Esta gente, a su edad, ya no se anda con zarandajas. Y comenzar luciendo un gigantesco logo de la banda, que se va elevando poco a poco e ilumina a todo el público al mismo tiempo, ya es una presentación colosal, digna de la mayor banda de Heavy Metal de la historia. El sonido, como digo, llegó a ser más que notable, pero no desde el principio. La falta de volumen hizo que la apertura con One shot at glory (del “Painkiller”, bien empezamos) no fuese todo lo rimbombante que debería haber sido, pero pronto se solventaron esos problemas. No podía faltar en la primera parte algo del “Firepower”, su último trabajo y del que pueden estar MUY orgullosos. Ya quisieran bandas con la mitad de años sacar algo la mitad de bueno que esto. Lighting to strike fue el primer (y único) representante de esa obra, que sonó machacona y contundente con un Rob Halford sacando bastante partido del efecto reverb, pero quedando al nivel del Metalgod que es. Y sí, los trucos y efectos también harán su papel, pero en casi 20 años que llevo viéndoles en directo, jamás le había visto cantar así. Un verdadero portento de la naturaleza que a sus 70 años habrá pasado temporadas más flojas, pero que actualmente parece milagrosamente rejuvenecido vocalmente, y no me refiero solamente en cuanto a agudos imposibles con falsete, sino a tonos limpios muy altos y al tremendo control que posee de su propia voz. Ian Hill, estrictamente el único miembro fundador que queda en Judas, se movía a un lado y a otro durante todo You’ve got another thing coming, y la colaboración del público a las voces era estruendosa. La cañerísima Freewheel burning (me encanta que con el tiempo no le hayan bajado ni una sola de sus revoluciones) dio paso a una de las más deseadas. Babeábamos ante Turbolover, y es que siempre marca uno de los momentos álgidos del concierto, con ese puto solazo a cargo de Faulkner, espectacular, vacilón y 100% seguro de sí mismo. Lástima que las pantallas laterales se jodieran en ese momento (como otras tantas veces durante el festival).
Hablando de Richie Faulkner, en directo es un guitarrista muy llamativo, sus poses, sus movimientos y esa chulería que nunca faltan siempre son un regalo para ojos y oídos, como lo fueron en Hell patrol (con una demostración vocal final apabullante por parte de Halford) o las armonías junto a Andy Sneap en Victim of changes. Desde luego, Halford tiene unos cojones enormes, no solo para atreverse a cantarla, sino además, para bordar el tema de una forma celestial con esos agudos imposibles para cualquier otro ser humano. Me gustó mucho Diamonds and Rust, iniciada por Faulkner en el centro del escenario, pero prefiero la versión balada que han hecho otras giras. Pero si lo que queríamos era caña (y me consta que sí), nadie quedaría decepcionado, y menos todavía cuando Scott Travis se dirigía en persona a nosotros para darle cera a la batería, con ese compás que cualquier metalero que se precie debe reconocer en medio segundo. Painkiller traería absoluta destrucción cervical y la canté con tantas ganas que casi escupo las amígdalas. Y más cuando a esta altura del concierto el sonido era pulido e impecable, del que te golpea duro pero puedes absorber y degustar en todo su esplendor. Y qué decir de la parte del solo. El dúo Faulkner / Sneap… una puta gozada. Demasiado pronto para terminar el show todavía. La salida de la banda del escenario no engañó a nadie, y al poco tiempo volverían a ocupar sus posiciones, reservándonos cuantiosas sorpresas.
Con The Hellion disparada, y con imágenes en pantalla tan espectaculares como los propios movimientos de baquetas del gran Scott Travis, Electric eye fue fulminante, de 0 a 100 en un segundo, y volvió a reactivar el headbanging, las voces y todas esas manos en alto que adoraban a estos dioses del Metal. Pero ese momento de Rob Halford, apareciendo en el escenario con su PUTA HARLEY DAVIDSON y portando una fusta entre los dientes para interpretar, enterita, y sin bajar de su moto, Hell bent for leather… pffff… os lo digo en serio, cuando se va a un concierto de Heavy Metal, esto es sencillamente lo más alto a lo que se puede aspirar, es imposible pedir nada más o mejor. Insuperable. Impresionante. Momento que se te queda grabado en el cerebro hasta el día de tu muerte. Con este subidón que ninguna droga del mundo puede igualar, recibimos con grandes aplausos a Glenn Tipton, con todo el cariño del mundo, que fue invitado a tocar con la banda los tres últimos temas, el primero de ellos, Metal Gods, en la que se hizo cargo del mítico riff que tantas y tantas veces interpretó antes de estar mermado por el jodido Párkinson, arropado por sus compañeros y por unos buenos coros graves de Richie, Andy y Ian. Obviamente, tampoco podía faltar ese himno protestón y reivindicativo, mil veces versionado, mil veces cantado, como Breaking the law, y la locura que se vivió entre el público, incluso en partes bastante alejadas… bueno, eso hubo que estar allí para poder hacerse una idea, celebrando cada nota y cada agudo de Halford, que volvió a dar el do de pecho. Y personalmente, creo que no hubo mejor elección para cerrar (aunque es lo más habitual en ellos) que con Living after midnight, ese corte que transmite juerga y desparrame a raudales, y con el que es imposible no ponerse a saltar. Nos bebimos hasta el último punteo, hasta el último golpe de batería y hasta el último grito, pero nos faltaron muchísimos temas. Aunque claro… cuando un concierto es de un nivel tan cósmico, tan soberbio… uno nunca tiene suficiente. En mi clasificación personal, uno de los tres mejores conciertos de todo el festival, junto al de Mercyful Fate y al de Avantasia.
El sábado, y por ende el festival, estaban llegando ya a su fin, pero todavía estaba por llegar el que para muchísimos era el plato principal de los tres días, el principal objetivo, el grupo por el que tantos habrían comprado exclusivamente su entrada. Cuando uno se enfrenta a un show de KISS, ha de tener dos cosas claras. Una es que la masificación de asistencia va a llegar a límites insoportables, tal como ha ocurrido en todos los sitios en donde les he visto. La otra, es que va a ver un show de alta categoría donde no se va a escatimar absolutamente ningún medio para que aquello sea difícil de olvidar, ya no tanto por la calidad de la propia banda, sino por las locuras y ostentosidades que va a presenciar. Gritos, silbidos y muestras de impaciencia llenaron el abarrotadísimo recinto del Rock Fest para dar la bienvenida a la, como dice la narración del principio, banda más caliente del mundo.
Así, tras estas icónicas palabras y con el enorme telón cayendo, amparada por el redoble de Eric Singer dio comienzo Detroit Rock City para empezar apostando un ‘All In’ ganador, durante los primeros minutos de la cual, Paul ya se quitaba su chaleco con toda la chulería del mundo. Y no dejaron que el ambiente se enfriara, sino todo lo contrario, con Shout it loud. Once lámparas hexagonales gigantes coronaban el escenario, y serían una parte muy importante en cuanto espectáculo visual. Y en esto, sabemos que los KISS son sencillamente insuperables. Paul Stanley se dirigía a nosotros con unas palabras en español (con la retahíla de gallos habituales que soltaría durante todo el concierto) antes de que Eric Singer machacara su batería al ritmo de Deuce, en donde la pantalla intercaló imágenes en blanco y negro de sus primeros tiempos con otras actuales. Mr. Simmons se convirtió ahora en protagonista con War Machine, haciendo sus típicos gestos de milhombres y ese movimiento lateral de cabeza. Ni que decir tiene que todo, absolutamente todo, estaba perfectamente medido, los maquillajes en su sitio, los fuegos de artificio, petardos o llamaradas haciendo aparición prácticamente durante o después de cada tema… De momento el setlist, hay que reconocerlo, estaba siendo la hostia, y si a continuación metieron esa deliciosa ochentada llamada Heaven’s on Fire… pues la cosa siguió sumando puntos exponencialmente, y continué flipando con I Love it loud, uno de mis TEMAS de KISS que a pesar del cansancio me puso frenético, a gritar ese estribillo ya sin voz, a ritmo de la poderosa batería de Singer, que sonaba alta, clara y contundente. El chorrazo de fuego que escupió Gene Simmons complementó la oferta. Say yeah, de un disco que no me llegó a molar mucho como “Sonic Boom” enfrió un poquito los ánimos, aunque a nivel escénico la cosa no paraba. El ‘spaceman’ Tommy Thayer nos alucinaba con sus poses y sus solos, y el termómetro subía de nuevo a tope con Cold Gin, que suelen llevar habitualmente en vivo, y que recuperan de su primerísimo disco. Curiosamente, la primera parte fue interpretada por Stanley a capela… bastante mal, todo hay que decirlo, pero bueno, hace décadas que su voz ya no es lo que era, algo comprensible, por otra parte.
De nuevo Tommy Thayer cogiendo la delantera con su solo particular, en un fragmento del show en el que, conforme completaba sus partes, iban ‘explotando’, una tras otra, las lámparas. De vez en cuando se permitían algún momento para comunicarse, para echar algún solo, o para soltar alguna excentricidad, pero la verdad es que el concierto tuvo un ritmo bastante homogéneo salvando partes muy puntuales. La vena más ochentera del Lick it up nos puso los pies de nuevo en movimiento, con un solo a dúo entre Thayer / Stanley y cantada regular por este último. Extendieron su setlist lo máximo posible por toda su discografía, tocando temas prácticamente de la mitad de sus discos, pero me jodió especialmente que no contasen con el “Crazy Nights”, que es uno de mis grandes favoritos. Sin embargo, me encantó cada vez que echaban la vista atrás hacia sus más tempranos discos, como esa Calling Dr. Love del “Rock and Roll Over”, la verdad es que los hacen sonar como si los años no pasasen por ellos, sobre todo cuando es Gene Simmons el encargado de cantarlas. Cuando le toca a Stanley… depende del tema escogido. En Tears are falling, por ejemplo, no estuvo nada mal, y Psycho circus no me emocionó demasiado (¿no hubiese quedado aquí mejor algo del “Crazy Nights” o del “Hotter than hell”? ¡Parfavar!) Pero por cada momento que me parecía más flojo, ya estaban tramando alguna, y de repente vimos como la batería se elevaba bajo un chorro de humo mientras E. Singer daba un solo espectacular. Continuaron con la sesión instrumental un rato más (incluyendo 100.000 years, con un retumbante bajo de Gene Simmons)… y la oscuridad se hizo en el escenario. Luces tenebrosas, inquietantes, de entre las cuales emergió Simmons aporreando su bajo en forma de hacha… y seguidamente lanzándose una bocanada de sangre por encima y dándole caña a God of thunder, mientras él mismo se elevaba por los cielos sin parar de tocar. Sencillamente… brutal.
Numerito ahora de Paul Stanley, que nos pedía gritar su nombre para pasar a la otra punta del escenario, y lo hizo nada menos que sobre una tirolina, que le llevó a la torre de sonido para interpretar, desde allí, dos temazos de órdago como Love Gun (otra de mis favoritas de siempre), jugando con las armonías vocales a su favor, y la siempre infalible, deseada e icono mismo de la propia banda, I was made for lovin’ you... ¡y todos a bailar discotequeo made in “Dinasty”!. Desde luego, no se puede negar que son unos auténticos maestros del espectáculo en todo su significado. Por fin, con el guitarrista ya en su sitio, escuchamos la maravillosa voz de Eric Singer (indudablemente, la mejor de cuantas sonaron en ese concierto) con Black Diamond. ¡Y más fuegos artificiales! ¡Y la batería por los aires! Pero mejor todavía fue Beth, una balada que siempre me pareció preciosa, también cantada por Eric Singer, y encima tocando el piano en uno de los momentos más emotivos de la noche. Stanley tenía una última (de tantas que hizo) pregunta, relacionada con el “Destroyer”, del que dijo sentirse muy orgulloso, así que Do you love me encabezó el doblete final de la velada, que como muchos ya imaginábamos, terminó con un fiestón de locura de la mano de Rock and Roll all nite, con tooooda la peña botando, cantando y con una sonrisa enorme en la cara, felices por haber podido presenciar algo de tal magnitud. Pero no contentos con las explosiones, los juegos de luz, los vuelos estrafalarios y demás, dos cañones a cada lado de la torre empezaron a lanzar papelitos. Y no hablo de cientos, ni de miles, hablo de MILLONES de papelitos que cubrieron por completo el cielo de blanco… y dejaron una capa por todo el suelo del recinto. Posiblemente, otro de esos grupos que seguramente no volveré a ver nunca, por lo que a pesar de estar completamente roto ya, disfruté hasta el límite de un concierto del que siempre guardaré un increíble recuerdo. Al fin y al cabo, algo así no se ve todos los días.
Casi cojeando del cansancio, me fui hacia la zona donde estaban los tenderetes de comida esperando pillar algo medianamente aceptable tras muchas horas con el estómago vacío, pero solo vi precios abusivos por cantidades de chiste. Y encima con media hora de cola. Pillé lo más baratero que pude y me fui rápido hacia la carpa, donde ya definitivamente esperaba el colofón de la noche, que no eran ni más ni menos que los daneses D-A-D. Peeero a mitad de camino, curiosamente, di justo en el clavo, y estaba empezando, de la mano de Obús (en el escenario principal) un tema al que no me pude resistir jeje, La Raya, me flipa, así que me quedé viéndola, pegué unos cabezazos, y cuando terminó, continué mi camino. Bajo la carpa, bastante gente aunque sin agobios exagerados y un sonido que, de primeras, diría que si no fue el peor que escuché en todo el festival, debió ser de los más insoportables. Qué putada, pensé, una banda tan enorme y con tanta calidad como los D-A-D… y a pesar de eso, y de que ya casi se me doblaban las rodillas y los pinchazos en los pies me estaban matando, decidí quedarme a ver la segunda mitad de su show (estúpido bocata…). Les cogí con Monster Philosophy, y creedme, me costó Dios y ayuda reconocer el tema, incluso siendo una banda que tengo bastante repasada. Pero lo que sí podría reconocer hasta un sordo es la brutal actitud, energía y entrega que esta banda se gasta en directo. Unos auténticos torbellinos desbocados, que se cruzaban, subían a la plataforma, saltaban de ella, tiraban los palos de los micros… y todo ello, ostentando una calidad como músicos que es de otra galaxia, con partes instrumentales alargadas, como hicieron si no me equivoco en esa gamberrada llamada Bad Craziness, donde Jesper Binzer se subió, de espaldas, a la plataforma donde estaba su compañero Laust Sonne volviéndose loco con los palos. Jesper dejó al bajista Stig Pedersen a las voces en Evil Twins para seguir haciendo el ganso por todo el escenario.
Qué mal que el volumen pésimamente calibrado y la nefasta ecualización de los instrumentos cada vez eran más y más incómodos, y me costaba meterme de lleno en el concierto a pesar del espectáculo que nos estaban ofreciendo estos grandes. Nunca había visto una guitarra ni remotamente parecida a cuando Jesper sacó la suya en forma de cruz, muy espectacular aunque probablemente poco práctica, mientras Stig Pedersen lucía un bajo transparente con cuerdas azules de lo más psicodélico. Lo de Laust Sonne en I won’t cut my hair nos dejó a todos, literalmente… sin aliento. Te pueden gustar más o menos D-A-D, pero te garantizo que no has visto tocar así a un batería en tu puta vida. De escuela súper clásica, su velocidad, su pegada, su ingenio y su capacidad de improvisación eran tan increíbles que me pasé el 90% del concierto mirándole a él. Era casi hipnótico, hasta sus mismos compañeros parecían alucinar con él. Este tío toca lo que le sale de los huevos, y estuvo de principio a fin demostrándolo, en una exhibición que te ponía los pelos de punta con solo verle. Tras alguna que otra parte más alargada (y con un sonido tristemente pésimo…) la banda sacó su gran arma secreta, esa Sleeping my dad away que es triunfo asegurado, momentazo grandioso e inolvidable, con Jesper dejándose las amígdalas en unos alaridos tremendos, provocando al público desde el borde del escenario y prácticamente obligándonos a dejarnos la piel en ella, acelerando el tema hasta el límite en su parte final. ¡¡Besssstiales!! El broche perfecto para el festival, sin duda alguna.
Con el alma ya partida en dos de agotamiento, me fui en busca de mi colega, a quien había perdido hacía muchas horas, para regresar a casa. Todavía nos quedaban 15 minutos para caer destrozados en la cama con la fatiga acumulada de tres días y 21 actuaciones presenciadas y vividas a saco. Los del parking volvieron a hacernos de las suyas, y el GPS nos jugó una mala pasada así que tardamos mucho más de lo previsto. Por fin caímos rendidos, buscando el justo reposo del guerrero, y con la enorme satisfacción de haber aguantado hasta el mismísimo final del festival y haberlo exprimido a tope. Pero a pesar del dolor de cuerpo, me costó dormirme, memorizando y recordando al mismo tiempo los grandes momentos y canciones del festival, esos que trascienden de edición en edición para quedarse por siempre anclados al corazón, y que a bote pronto, fueron estos, sin ningún orden en particular:
- He’s back (The man behind the mask), sorpresón en Alice Cooper.
- Down by the river (The New Roses).
- The story ain’t over, cantada por Bob Catley.
- El mosqueo de Mustaine (no es que mole o deje de molar, pero fijo que no olvido ese momento xD).
- El subidón con la entrada con Into the Storm de los Blind Guardian y su setlist en general.
- El love to love de los UFO, y en particular Neil Cartel.
- La espectacular Elin Larsson en todos los aspectos
- El cubatazo que nos echamos durante Jinjer.
- Beth, cantada al piano por Eric Singer.
- La interpretación vocal de Rob Halford, acojonante.
- El puto salvaje de Laust Sonne.
- La salida a escena de King Diamond con su atuendo clásico.
- La simpatía, pasión y cercanía de Wolf Hoffmann.
Para finalizar este tochaco, las pregunta del millón. ¿Volveré a pisar el Barcelona Rock Fest? Es más… ¿Habrá otro Barcelona Rock Fest? En esta edición, a la vista está, y no lo puedo negar, que he disfrutado como un puto enano con todas y cada una de las actuaciones que he visto. Los momentos arriba descritos han sido inolvidables, así como la compañía y el buen ambiente en general que se ha vivido. Pero también he salido muy decepcionado en muchos aspectos. La organización ha dejado muchísimo que desear, las instalaciones han sido solo una sombra de lo que fueron en anteriores ocasiones, el sonido ha sido terriblemente malo en general, y eso para mí es algo importantísimo. Mientras otros festivales se esfuerzan por mejorar, Barcelona Rock Fest cae en picado y va perdiendo esa reputación que hasta ahora se había ganado. Y por encima de todo, la cancelación de Manowar, estando anunciados desde hacía dos años, y por quienes me compré de forma exclusiva la entrada, fue un hostiazo demasiado difícil de superar que pesó mucho durante los tres días, y que me hará pensarme muy mucho el volver, no solo a este festival, sino a cualquier concierto organizado por Rock’n’Rock. Ya les hice la cruz en su momento... pero esta puede ser la definitiva.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Barcelona Rock Fest 2022 (sábado 02-07-22, Parc de Can Zam, Santa Coloma de Gramenet)
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