La primera banda en actuar en el escenario Rock no me hacía demasiada gracia, y casi a última hora, por problemas logísticos, los Diamond head no pudieron actuar según el horario previsto, por lo que nuestro primer objetivo serían Evil Invaders. Hoy no iba a ser un comienzo suave de festival como lo fue el jueves, hoy iríamos a muerte de principio a fin en el sentido estricto de la expresión. No tardamos demasiado en encontrarnos con nuestros colegas Elena y Marcos, que se apuntaron a disfrutar del que sería nuestro primer bolo.
Con un EP y tres discos en el mercado, los belgas Evil Invaders nos hicieron sudar la gota gorda ya de buen mediodía, y nos dieron una demostración implacable de lo que es hacer Thrash / Speed, con una violencia sonora y una actitud que nos dejaron pasmados. No se anduvieron por las ramas y, desde luego, no tuvieron piedad alguna. Arrancaron el motor con Hissing in crescendo, que ya desató la locura encima del escenario, con los músicos a la carrera, Max y Joeri al bajo y guitarra respectivamente cruzándose a lo loco y Joe escupiendo toda su rabia frente al micro, una tralla que aceleraron todavía más con Mental penitentiary, y parecía imposible, pero en ella Senne Jacobs todavía tocó más rápido, más fuerte, más agresivo. Como no esperaba de otro modo, los mosh empezaron a fluir de forma cada vez más peligrosa y salvaje, la peña viviéndolo a saco mientras atronaban As life slowly fades o Pulses of pleasure (una de mis favoritas de todo el concierto), despertando berridos de placer entre el público. Un poco (un poquito, nada más) de deceleración con In deepest black, acercándose a terrenos más heavys pero sin perder Joe esa mirada homicida hacia nosotros, y de nuevo vuelta a la carga con barbaridades sonoras de la talla de Sledgehammer justice, en la que se formó un circle pit de auténtico terror, o Tortured by the beast, en la que la banda continuaba machacando nuestros tímpanos con ese Speed Thrash de pata negra. La peña, ensanguinada, no paraba de echarle leña al fuego, retroalimentando esas ansias de destrucción de la banda, y bajo la carpa se había formado una polvareda que estaba resultando cada vez más y más incómoda. El sonido, desafortunadamente, no acompañó a la calidad de la banda en directo, saturado y completamente emborronado, hacía bastante difícil distinguir los temas. Un lastre que por desgracia ha sido la constante en muchos de los conciertos de todo el festival. Otro nuevo arranque de ultra violencia con Broken dreams in isolation, seguidita de Feed me violence y Die for me… y a continuar con los mosh y los empujones en una batalla campal que cada vez abarcaba más espacio en la carpa. Los belgas tenían cuerda para rato, y no se amilanaron en ningún momento. La asesina batería de Senne la emprendió con Eternal darkness, una de las más desmadradas de todo el set, y terminaron a todo trapo con Raising Hell, en la que vimos a Joe darle unas buenas hostias a su guitarra, completamente extasiado por la vorágine destructiva que él mismo había creado.
La semana pasada, mi colega Popi me advirtió encarecidamente que no me los perdiera en directo por nada del mundo, y ahora comprendo exactamente el por qué. ¡Menudos animales de acequia!
A lo tonto, daban ya las 17:00 de la tarde y nos acercamos al Condis (¿lo he dicho bien? jeje) a por manduca y a por algo de privar, aprovechando que teníamos una horita libre en los horarios. Nos pegamos un rulo por ahí y dimos un bocado… que sería el último hasta el mediodía del día siguiente. Nos excedimos un poco con el tiempo y llegamos un poco avanzada ya la actuación de los Orange goblin, también en el escenario pequeño. Una banda que conocí hace tan solo unos años, en plena pandemia, vía concierto en streaming de aquellos que servían de consuelo cuando no podíamos ir a las salas (esperemos que no vuelvan nunca esos tiempos de mierda).
Ahora tocaba, por fin, disfrutar a lo grande y en directo de verdad de una de las más grandes bandas que ha dado el Stoner en 25 años. Desde la misma Inglaterra, Ben Ward y sus secuaces nos tenían preparada una buena cera que supo a gloria, pero eso sí, si con Evil invaders el sonido fue malo con ganas, aquí diría que todavía fue peor, llegando a lastrar en parte una actuación tan deseada. Y cuando se han pagado casi 200 pavos de entrada, estas cosas al final acaban cabreando, y mucho. Nos encontramos a Ben presentando a la banda antes de meter caña, con esos ritmos que nos hicieron doblar el cuello a gusto con They come back (Harvest of skulls). Aunque su instrumento no se escuchaba demasiado, el bajista Harry Armstrong, que lleva muy poco tiempo en la banda, se entregaba al 100%, sabiendo que sus cuerdas son una de las claves en el sonido de este estilo. The devil’s whip sacó a la palestra todas esas innegables influencias de Motorhead en los guitarrazos machacones de Joe Hoare y sobre todo, en las líneas vocales de Ben Ward. Posteriormente disfrutamos de Blue snow (¿con un pequeño toque progresivo?) o The fog, más reconocida por la gente, que se soltó mucho en ella. Encima del escenario no había exagerado movimiento, pero sí mucha actitud, con el desmelene de Harry / Joe y Ben, que se nos acercaba cada dos por tres, y muy buen hacer musical, lástima que la abarrotada mezcla de sonido nos impidiese disfrutar de muchos de los detalles que sí lucen en disco. Remataron la jugada, poniéndonos a todos de nuevo a doblar la espalda con Red tide rising, estruendosa y guitarrera, y se despidieron entre grandes aplausos. Tenía muchísimas ganas de verles, pero no fue el concierto ni el lugar perfecto para disfrutar de ellos, así que continúan en mi lista de preferencias a la espera de poder vivir su directo en mejores condiciones…
Varias alternativas, en este momento: irnos a ver a Alestorm y empalmar ya hasta el final de la noche (esto último no era opcional) o tomarnos un ratito de descanso, ya que daba miedo solo con mirar la retahíla de conciertos imprescindibles que teníamos por delante, nada menos que cinco bandas literalmente empalmadas unas con otras hasta que diesen las 3:30 de la madrugada. Salimos del recinto a pillar unas latas fresquitas para hidratarnos un poco. La idea era concedernos un respiro para afrontar con garantías la kilométrica recta final, pero entre la caminata y todos los colegas con los que nos encontramos (¡ese Vicent y esa peñaaa!) al final consumimos más energía de la que ahorramos. Pasando de Alestorm, tan solo vimos los últimos tres temas desde lejos, ya situados en el escenario contiguo. Es una de esas bandas que, con solo haberles visto una vez, ya tuve más que suficiente, pero saltaba a la vista que sus fans disfrutaban a piñón de temas como Pirate Metal drinking, Fucked with an anchor o Ship boat, tremendamente animadas, fiesteras y humorísticas. Demasiado para mi gusto.
Y damas y caballeros… puedo decir que UFO era, para mí, la actuación más esperada de todo el día. Tras su anuncio de retirada hace unos años, y más todavía con las cancelaciones que ha habido en medio, pensaba que nunca más volvería a verles, y su incorporación al cartel del Rock Fest 2022 fue una de mis mayores alegrías. Ha llovido ya mucho desde que les vi por primera vez en 2008, todavía con el majestuoso Pete way en la banda, y también Paul Raymond, ambos tristemente fallecidos. Sus puestos actualmente son ocupados por el guitarrista Neil Carter (de una clase absolutamente suprema, como comentaré más adelante), y Rob de Luca al bajo, fundador de Spread eagle, que ha compartido escenario con artistas de la talla de George Lynch o Sebastian Bach. Comenzaba en este punto la gran e imparable recta final del viernes, y particularmente, un concierto del que pensaba degustar cada puto segundo. UFO ya salieron al escenario derrochando clase y elegancia a raudales, hasta tal punto que solamente Vinnie Moore llevaba manga corta. El resto, incluido Rob embutido en cuero, iban de riguroso largo. No hizo falta ni tocar el primer tema para que Neil nos pusiese a todos a dar palmas, acompañando el inicio de Fighting man y haciendo que inmediatamente todos nos sumergiésemos en el concierto de forma inevitable con los primeros guitarrazos de Only you can Rock me, con Carter cambiando por primera vez guitarra por teclas, y Vinnie Moore ostentándose al máximo en el centro del escenario. Un guitarrista increíble, espectacular y con un talento fuera de órbita que nunca me canso de ver. También Rob puso su arte al servicio de los punteos de bajo en Cherry, demostrando que en su persona no solo hay actitud y chulería, también es un músico de gran nivel. Momento siempre inolvidable el que nos hace sentir Love to love, no importa el concierto que sea, y es que ver a Phil Mogg interpretándola con esa voz tan única y sentida… es algo jodidamente mágico, rodeado de una calidad musical que casi me hace saltar las lágrimas.
Ahora sí, lo tengo que decir alto y con todas las letras. El sonido de su actuación fue PERFECTO, para mi mayor regocijo en la que fue, posiblemente, la última oportunidad que tendré para verles. Que gustazo. Qué aplomo y qué saber estar se gasta Neil Carter, al teclado, a la guitarra, o simplemente interactuando con el público, verle en directo es como probar el mejor caviar del mundo. Y qué decir de Vinnie Moore, virtuoso enloquecido de la guitarra que nos dio a probar su medicina en temas como Too hot to handle (con una sobrada de solo de espaldas) o Lights out, que calentó todavía más al persona, al tiempo que Phil Mogg pedía más y más palmas, voces y ánimos. Y eso que no fue un concierto demasiado espectacular a nivel de escenografía o iluminación (el sol iba cayendo conforme avanzaba la actuación), pero aquí el show lo dieron estos pedazo de músicos a base de experiencia y un nivel de compostura y perfección que tiraban p’atrás. En Rock bottom, vimos a Neil cambiar a medio tema de su guitarra al teclado, y posteriormente pudimos disfrutar de un casi interminable solo de Vinnie Moore, que para mí fue un verdadero puntazo, dejando tiempo suficiente para interpretar dos clásicos mastodónticos, y no digo solo respecto a UFO, sino a nivel de historia del Rock’n’Roll. No hay nadie, repito, nadie en este puto mundo que se pueda resistir a botar y emocionarse con Doctor Doctor, con la batería del gran Andy Parker retumbando a gusto y Mr. Mogg, con su sombrero y su chaleco estrictamente negros, dando una repasada de clase y distinción colosal, y llevando su palo de micro con él allá donde iba. Cuando muchos pensaban que no habría bis, ahí estuvo Shoot shoot, con más vaciles del descomunal Vinnie Moore, más pegada en la batería de Parker y un millar de brazos levantados celebrando aquel gran final que, como digo, probablemente no podamos volver a ver. Por muchos años que pasen, y estén o no en activo, UFO continuarán siendo para mí una de las más grandes bandas de Rock clásico de este puto planeta.
Los que han visto alguna vez en vivo algún show de Alice Cooper, saben de sobra que el espectáculo más cabaretero y teatral está sobradamente garantizado. Lleva 50 años haciéndolo, y nunca jamás, en las cuatro ocasiones en las que he tenido el placer de verle, ha fallado en un solo tema, o un solo número de sus flamantes actuaciones. Ya con un Rock Fest bastante abarrotado, tuvimos que pelear un poco para buscar una posición bastante decente entre la marabunta de gente. Voy a intentar reducir la crónica lo máximo posible, pero creedme, no es nada fácil con la cantidad de sorpresas y genialidades que nos brindó el sr. Cooper y su banda. Para empezar a lo grande, los coros pregrabados y los primeros baquetazos de Glen Sobel para Feed my Frankenstein (uno de mis temas favoritos, ya de primeras) nos pusieron a todos a mover el cuello mientras un monstruo con la cara de Alice Cooper rondaba el escenario, y con No more mr. nice guy y esa esencia tan psicodélica, los tres guitarristas que componen actualmente la banda salieron a lucirse. Nita Strauss, de hecho, terminó su solo a los pies de Alice en Bed of nails. La escenografía era una maravilla, una recreación parcial de un castillo, con su muralla, sus torreones, y aprovechando la pantalla para completar el decorado, que dio mucho juego a todos los músicos. Por su parte, y para variar, el sonido no era del todo bueno. Los instrumentos no se percibían del todo mal, pero faltaba darle unas cuantas vueltas al botón del volumen para darle más ‘punch’ al conjunto. Hey stoopid siguió esa senda ochentera que mayormente llevaba el concierto hasta este punto, pero en general cayeron temas de todas las épocas y estilos. Paroncete musical, con Tommy Henriksen punteando y Alice Cooper tocando su armónica, momento que enlazaron con Fallen in love, que se intuyó algo más moderna (de uno de sus últimos discos, el “Paranormal”) y Be my lover, de mi adorado “Killer”.
Sin abandonar aquel formidable álbum del 71, llegaba un bombazo como Under my wheels, que disfruté a saco a pesar de lo apretujados que estábamos todos, y tras ella, una de las mayores sorpresas de todo el setlist que me volvió loco. Hasta ahora, el concierto era prácticamente idéntico (salvando escenografía y tal) al que dieron en el Monsters of Rock Cruise el pasado febrero, pero He’s back (The man behind the mask) rompió con eso… ¡¡Y ME FLIPA!! Además, con Jason de Viernes 13 dándose un rulo por las escaleras y Cooper luciendo un atuendo rojo guapísimo. El resto de músicos pusieron su colaboración a los coros. A sus 74 añazos, Mr. Cooper está en una forma envidiable. No para quieto, sigue haciendo sus rituales, sus gestos, incluso se permite algún que otro grito, con una voz y una forma de cantar más que aceptables, y sin parar de involucrarse en sus números de teatro, cogiendo también las maracas para Go to hell (al tiempo que una dominatrix saltaba a escena agitando su látigo). En este punto, y por suerte, subió el volumen, pero el sonido continuó adoleciendo de uno de los peores defectos en todo el festival, la excesiva carga de bajos que llegaban a hacer daño en el pecho. Durante I’m Eighteen llegó uno de los principales momentos de lucimiento de Nita Strauss, y es que la forma en que se acercó a nosotros, ejecutó su solo, lanzó su púa e inmediatamente volvió a su lugar dando vueltas sobre sí misma… es todo un espectáculo digno de presenciar. Por supuesto, también prestaría su voz para los coros de Poison, ganando muchos enteros un tema que ya de por sí fue de los más celebrados del show… como cabía esperar.
Cientos de ‘billetes’ volaban por el aire en Billion dollar babies, otra de las grandes triunfadoras. Los detalles a la batería de Glen Sobel y su coordinación con el bajista Chuck Garric fueron sublimes. Otro parón de esos en los que uno nunca sabe qué va a suceder nos trajo de nuevo a Nita Strauss en toda su grandeza, encapuchada y encima de la torre, donde se marcó otro solo tremendo antes de volver a bajar junto a sus compañeros y seguir con un intervalo del concierto mucho más relajado y psicodélico, pero petadísimo de sorpresas, como esa novia ensangrentada (Sheryl Cooper) que salió durante Roses on White lace, seguida de My stars, y una jam instrumental de la banda en solitario que incluyó trozos de Black Widow y Devil’s food. Personalmente, esta parte se me hizo un pelín más cuesta arriba, sobre todo por esos bajos sobresaturados que taladraban los tímpanos sin piedad. La dama oscura con su bebe a cuestas, interactuando con Cooper, tomó protagonismo en I love the dead, y a continuación, el maestro de ceremonias, atado con una camisa de fuerza, fue decapitado en una guillotina ante la incredulidad del público. Para completar el cuarteto de temas seguidos de su mítico “Welcome to my nightmare”, el reconocible y bien ejecutado riff de Escape casi desembocó en School’s out, con los guitarristas Tommy y Ryan Roxie luciendo palmito en uno de los extremos del lateral, globos gigantes surcando el aire, sorprendentes burbujas de humo, papelitos por doquier… un espectáculo grandioso al alcance de muy pocas bandas de Rock. Tras presentar a su equipo, incluida Sheryl Cooper, y meter un fragmento del Another brick in the wall de los Pink Floyd, descargaron el resto del tema y nos dijeron ‘hasta pronto’. Sin duda alguna, uno de los más grandes y amplios shows, en todos los sentidos, de todo el festival.
Y aunque el cansancio por tanto tiempo de pie y tantos conciertos seguidos empezaba a pesar en este último ‘tour de force’ del viernes, no podíamos dormirnos en los laureles, porque desde el mismísimo infierno emergía su majestad satánica, el inigualable King Diamond, para ofrecernos el que se quedó como el show más exclusivo de esta edición del Rock Fest: los Mercyful Fate, una banda que es historia pura del Heavy Metal clásico. Y de hecho, creo que deberían haber aumentado considerablemente su tiempo de actuación, porque se me pasó en un suspiro. Eso sí, lo disfruté como si no hubiese un mañana. Capitaneados también por el guitarrista y fundador Hank Shermann, esta es la tercera reunión en firme de la banda desde su nacimiento, y había creado unas expectativas por las nubes que, para la gran mayoría de asistentes, se cumplieron de cabo a rabo.
El escenario era una auténtica pasada. Plataformas, escaleras, y además una iluminación tenebrosa e inquietante, ante la cual fueron desfilando uno a uno los músicos de la formación actual… hasta llegar el gran Rey Diamante, luciendo un tocado con cuernos demoníacos y una toga de lo más llamativo, gritando ya como un poseso en The Oath, pistoletazo de salida que enloqueció al personal de primeras, y es que abrir con cualquier cosa de su “Don’t break the oath” es salir a ganar, sencillamente. Buena voz y buenos agudos por parte del vocalista, que se movía con bastante soltura por el escenario, aprovechando tanto la tarima como estando bajo la cruz invertida y frente al símbolo de Satán, que gobernaban las partes elevadas. Muy extraño, pero al mismo tiempo sorprendente, fue presentar un tema completamente nuevo a estas alturas del show, el primero en más de 20 años (que ya han tocado en otros eventos contemporáneos) llamado The jackal of Salzburg, y a decir verdad, me encantó. Posee todo lo que se puede esperar de un tema de Mercyful fate, buenas armonías en las guitarras de Hank y Mike Wead, baterías súper heavy y muchos cambios de ritmo repentinos. Una pasada que formará parte del nuevo disco que la banda está preparando actualmente. Esperemos que este no se demore demasiado, porque hay muchísimas ganas de material nuevo, y más después del soberbio concierto que se marcaron. Canela fina, todo un manjar para los sentidos poder verles, en mi caso, por primera vez. Viajando a inicios de los 80, sonaba desde su primerísimo EP A corpse without soul, con un sonido no totalmente pulido (una lástima) pero que sí hizo las delicias de todos los fans acérrimos, espectacular, deslumbrante Bjarne T. Holm a la batería, uno de los grandes músicos del concierto, cuyo instrumento y habilidad pudimos observar a placer, ya que estaba situado casi a la misma distancia que el resto de los músicos. De nuevo, al menos desde donde yo estaba, tuvimos que lamentar un sonido demasiado confuso, con un bajo excesivamente saturado que se comía la mayor parte de los otros instrumentos, incluida la voz de King. Este último volvió a salirse de madre con esos agudos tan extremos, y los cambios de registros en Black funeral. Y tal como cambiaba de registro, cambiaba de indumentaria, siendo cada vez más vistosa, ritualista, con esa gran corona negra que ostentaba ahora el cantante.
Aunque a Mike Wead y a Joey Vera se les observó un poquito más apáticos que al resto, mostraron mucha coordinación entre ellos, a la hora de tocar y moverse, y no dejaron de subir y bajar peldaños por aquellas escaleras malditas, mientras la profunda iluminación en tonos uniformes (nada de colorines o luz blanca) continuaba creando una ambientación maravillosamente oscura. Nos incitaba Shermann a armar escándalo a base de gritos, y no nos pudimos resistir a ese ‘Eh! Eh!’ mientras sonaban ya los primeros acordes de A dangerous meeting, casi empalmada esta con Doomed by the living dead, tras la correspondiente presentación. Por si esto aún no nos hubiese puesto la sangre a hervir, todavía quedaban muchos caramelos en el setlist, y sin duda, Melissa fue uno de los highlights de todo el concierto, cuyo estribillo, entre el calor de multitudes, gritamos todos al unísono. Mientras el dúo Wead / Vera unían mástiles en plan vacilón, Hank se marcaba un solo brutal justo en la otra parte, en una de mis favoritísimas: Curse of the Pharaohs. Y la cosa no iba a parar ahí. La batería sonó como un puto trueno en las dos siguientes, excelente selección para dar fin a un concierto redondo. Evil, con King Diamond en el estrado superior, agitando esa cruz invertida de su micro, que nos provocaba para que sacásemos toda la energía que nos quedaba, y como colofón, Come to the sabbath (estaba deseando oírla como un perro famélico). Salida a camerinos entre un millón de aplausos… ¡y vuelta al escenario! Nos dijeron que todavía cabía un tema más en el setlist, y literalmente, fue solo uno, pero nada menos que los más de 10 minutos de Satan’s Fall (“Melissa”), en donde volvieron a sacar todo un elenco de solos, agudos, y la cabalgante batería que podíamos ver con todo lujo de detalles, apareciendo K. Diamond con su indumentaria clásica y dejando al público muy contento, pero diría que con ganas de más. Y es que una hora y cuarto supo a poco. Al final, muy bonito el detalle que tuvo King de untar la camiseta de un fan con la pintura de su rostro y devolvérsela. Estoy seguro de que esa prenda nunca más tocará una lavadora.
Yyyyy ¡¡vuelta al escenario de la izquierda!! Eso sí, antes pasé a por un botellín de agua, porque me encontraba totalmente deshidratado del conciertazo que dieron Mercyful fate, en el que no paré quieto un solo segundo. Francamente, tenía los pies hechos polvo después de seis horas seguidas sin descansar empalmando conciertos. Me dolían a rabiar, y tenía mis dudas sobre si Blind Guardian conseguirían ponerme a tono, siendo una banda a la que he visto tantas veces, con conciertos guapísimos y otros un tanto aburridos. Afortunadamente, esta vez tocó uno de los buenos, pero sobre todo, por el brutal setlist que nos descargaron.
La introducción War of Wrath ya pronosticaba algo grande, muy grande, y cuando por fin estalló esa grandiosa Into the storm fue tal el subidón (la verdad es que hacía tiempo que no les veía y eso también influyó), que se me pusieron todos los pelos del cuerpo como escarpias, sonando además bastante potente a pesar de la falta de uno de los guitarristas. Me sentía, de repente, pletórico de energías, y es que esta gente cuando quiere puede levantar a los mismos muertos. ¡Es la magia del Heavy Metal! Así es, por enfermedad Marcus Siepen no pudo participar en aquel bolo, tal como explicó Hansi al principio, lo que ocasionó algún cambio en el setlist. También nos comentaba, como algunos ya intuíamos, que el setlist iba a estar basado mayormente, para nuestro regocijo y alegría, en su majestuoso “Somewhere far beyond” del 1992, cuando Blind Guardian eran pura dinamita a punto de explotar. Y de hecho… ¡cayó casi enterito! Sin embargo, en lugar de ponerse a dar caña en seguida, el vocalista continuó hablándonos, y este momento se hizo un poco pesado, sobre todo por las horas y por el cansancio. La siguiente, precisamente, no fue del “Somewhere…”, sino del “Tales from the twilight world” (mi DISCO de los Guardian), así que recibí también con mucha alegría Welcome to dying. Aquella noche Frederik Ehmke, actual bataca del grupo, iba a tener que sudar tinta, aunque de momento estaba dando el callo de lo lindo. Así pues… vértebras preparadas para la destrucción, ¡y allá vamos! La primera en abrir el setlist del “Somewhere far beyond” (y a saco) fue Time what is time, seguida de Journey through the dark, con toda la caña, los solos guapos y también, por qué no decirlo, los recuerdos y nostalgia que ello conlleva. Ni que decir tiene, que tras estos dos temas la temperatura volvió a subir varios grados, y es que todo el mundo estaba viviendo el bolo a lo grande, incluso un poco atrás donde estábamos nosotros. Siguiendo el orden, Theatre of Pain debería haber caído a continuación, pero ya nos explicó Hansi que sin Marcus este tema ‘le resultaba aburrido’. Pero no veo ningún problema cuando la cambiaron por… ¡Time stands still (at the iron hill)! con un montón de detalles a la batería (se nota que ya es un tema más técnico), que se tradujo en otro subidón de euforia generalizada, puños en alto y voces coreando hasta el punto que casi se nos escuchaba más que al propio vocalista.
A decir verdad… su papel al frente de la banda (aunque no es nada raro) no fue demasiado… dinámico. Cantó lo justito, bajando una octava los tonos elevados, y sin desgañitarse demasiado, lo justito para no llegar a sufrir. Por ejemplo, en The quest for Tanelorn se le vio muy suelto y cómodo, disfrutando la cadencia. A todo esto, la formación cuenta también con Mi Schüren a las teclas para el directo, así como con Johan van Stratum al bajo, que batía la melena a gusto en este último corte y durante la mandanga de Ashes to ashes, que nos dejó con el cuello ‘desatornillao’. Ahora tocaba relajarse un poquito con uno de los temas más hermosos que ha compuesto nunca la banda, junto con Mordred’s song, estoy hablando de The bard’s song (in the forest). Los primeras notas salidas de la guitarra acústica de André Olbrich volvieron a erizarme la piel. Nunca he podido ver de otro modo este tema en directo, con esa atmósfera tan increíble y la gente cantando por encima del propio Hansi. Un concierto intensísimo, pero no solo a nivel de caña, sino también de momentos emotivos como este, que continuó con más cera de la buena de la mano de The bard’s song (the hobbit) y el reprís The piper’s calling con gaitas pregrabadas, introducción perfecta para la traca casi final de Somewhere far beyond y su espectacular solo, por no hablar de que Hansi sí apretó esas cuerdas vocales en ella más de lo que lo hizo en el resto del bolo. Definitivamente se había propuesto guardar reservas para el final, y con Mirror Mirror volvió a cantar, sino todas, la mayor parte de las estrofas por arriba. Canción sinónimo de fiesta, de colaboración del público y de todas nuestras voces cantando absolutamente todo, incluso las partes sin letra (imposible reprimirse, jeje). Con el “Somewhere far beyond” finiquitado, todos sabíamos básicamente qué tema faltaba, esa gran Valhalla a todo trapo, con solos de infarto pero con un Hansi ya mucho más apagado, al que tuvimos que echar una mano con el tema, que en mi opinión, alargaron demasiado con la historia de siempre de hacernos cantar el estribillo. Por cierto, tenían una hora para tocar y terminaron rozando la hora y media. Que ojo, por mí, y más con este repertorio, ningún problema, ¿eh?
A estas alturas, hechos tabaco como estábamos, lo de Ross the Boss ya fue quedarse casi por puro orgullo. El bolo de los Blind Guardian me había succionado hasta la última gota de energía, y la verdad, ver al ex-ManOwaR me iba a recordar demasiado la ausencia de la banda por la que pagué mi entrada. Aun así, y sabiendo que la mayor parte del repertorio iban a ser temas de ellos, me quedé a disfrutarlos. Al menos, verlos interpretados por el guitarrista original y compositor siempre es un privilegio. Con una gran pantalla de fondo con el nombre del astro de las seis cuerdas envuelto en fuego, fueron desfilando esos clásicos inmortales, imprescindibles para entender la esencia del Heavy Metal más puro y ortodoxo. Blood of the kings ya mostró a un Marc Lopes muy entregado a nivel escénico que hizo todo lo que estuvo en su mano (y en sus magníficas cuerdas vocales). Larga, intensa, poderosa y seguida por The Oath, un tema que nunca les vi a ManOwaR en directo. También, el hecho de poder ver temas más escondidos de la discografía tiene su gracia, y es una de las principales razones por las que me quedé, aunque tampoco faltaron grandes himnazos inmediatamente reconocidos como Sign of the Hammer (con un agudo final estremecedor). Al bajo, el gran Dirk Schlächter, de Gamma Ray, que sustituye temporalmente a Mike LePond, cuyas cuerdas se notaron especialmente en cortes como Dark Avenger, mientras Ross cogía el teclado en la parte central. Uno de mis temas favoritos de ManOwaR, con una de las mejores y más violentas letras jamás escritas.
Volvía la caña al trote con Thor (the powerhead), y aun sin estar Rhino a la batería, Steve Bolognese se dejó los brazos para que sonase lo más fiel parecida a la interpretación original de Scott Columbus, tal como lo hizo con la bestial Wheels of Fire. La voz de Marc se mantenía firme, pero los inhumanos agudos empezaban a pasarle factura, y la banda, pese a sus grandes esfuerzos, no convenció a según qué espectadores. Para mí estaba siendo un concierto divertido, gozando sobre todo de esa actitud salvaje y contundente que nunca perdió Ross the Boss, y de temas intensísimos como Blood of my enemies, Black wind fire and steel (Marc confundió parte del segundo fraseo) o la grandiosa Battle Hymns, destacando de nuevo el bajo de Dirk en una tarea bastante complicada de coordinación con Ross Friedman. Por supuesto, no es mi intención menospreciar el trabajo de nadie. Pero para mí… ‘no Eric Adams = no ManOwaR’. Nadie como Eric puede cantar esas canciones, por timbre, por entonación, por pronunciación, por la fuerza que les inculca. Marc las canta en la tonalidad original (cosa que Eric, lógicamente, ya no puede hacer a sus 69 años), y eso es muy loable, pero para mí no es suficiente. Me suenan demasiado frías y carentes de personalidad. Tiene un rango enorme, pero sin una gota de la pasión que siempre destiló Adams, y eso para mí es la mitad de esos temas. Y lo digo con todo respeto y desde mi opinión personal. Sea como sea, recta final ya del concierto, Kill with power y su doble pedal a toda hostia, Fighting the world coreada a cien voces y por supuesto, Hail & Kill, en donde se vieron varias señales del Martillo en alto, fueron un excelente punto y final, tanto para el concierto como para la jornada del viernes. Al menos, tuvimos despedida con auténtico Heavy Metal.
Vuelta al parking donde teníamos el coche apalancado, a la espera de la posible sorpresa. A pesar de tener pagados tres días de aparcamiento desde Marzo, un empleado nos dijo la noche anterior que estaban devolviendo el dinero de las reservas para volver a cobrar la estancia a precio de Rock Fest, es decir, el triple de caro Atajo de sinvergüenzas. Por suerte, al final salimos sin ningún disgusto de allí y sin tener que recurrir a los Mossos. Pero aviso desde aquí, tened mucho cuidadito con el parking Promoparc Cúbics de Santa Coloma, porque podéis llevaros alguna sorpresa muy desagradable, como el chico al que le cobraron, delante de nosotros, 30 euros por 4 horas de uso. Sin más percances, llegamos completamente triturados a nuestro hogar provisional, en Sabadell, y caímos rendidos nada más tocar la almohada. A pesar del extremo cansancio y dolor de pies, me ilusionaba pensar que al día siguiente todavía quedaba un día enterito para disfrutar como cosacos.
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Barcelona Rock Fest 2022 (viernes 01-07-22, Parc de Can Zam, Santa Coloma de Gramenet)
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