martes, 5 de julio de 2022

Metal, calor y medias verdades (Barcelona Rock Fest 2022, jueves 30-06-2022, Parc de Can Zam, Santa Coloma de Gramenet)

Nada más finalizar el Rock Imperium 2022, celebrado en Cartagena, cogí un tren hasta Salou sin tiempo casi ni para respirar. Disponía de tres días por delante para escribir las correspondientes reseñas, teniendo que compaginar el escaso tiempo, además, con el trabajo. No voy a repetir lo que dije en la entrada con mis primeras impresiones, pero las ilusiones para acudir a este Barcelona Rock Fest 2022 estaban muy mermadas desde que se anunció, definitivamente, la caída de Manowar del cartel, banda por la que compré mi entrada exclusivamente. Mi principal acompañante durante todo el festival, Kolega, llegaría el miércoles por la noche, para de ese modo, poder arrancar el jueves de buena mañana e ir tirando hacia Santa Coloma de Gramenet, localidad donde siempre se ha celebrado el evento desde su primera edición en el 2014, y al que llevo asistiendo rigurosamente desde entonces. También mi chica se nos uniría en esta primera jornada. Nuestra primera parada, sin embargo, fue en Sabadell, donde saludaríamos a los que fueron nuestros anfitriones durante los momentos de descanso del festival, Mª Dolors y Josep, que se portaron fenómeno con nosotros. Allí, dejamos todo el equipaje no imprescindible para sobrevivir y en unos 15 minutos de nada, nos plantamos en Santa Coloma para empezar a respirar ya ambiente de Metal y Rock. Nada más llegar, nos encontraríamos con Elena y Marcos, quienes nos advirtieron que en esos momentos apenas había cola para colocar las pulseras, así que a la carrera nos dirigimos a las puertas del festival. La pulseración fue rápida… pero entrar al recinto de los conciertos ya fue cosa muy distinta. Como siempre, la organización fue nefasta en este aspecto, y tuvimos que chuparnos casi una hora de cola kilométrica bajo un sol demencial mientras ya escuchábamos desde lejos tocar al primer grupo.

Desgraciadamente, no llegamos a tiempo. Por suerte, no era un objetivo fijo del día (nunca he escuchado a Blackowl, la verdad) como sí lo fue aquel año en que nos perdimos el concierto enterito de Pretty Maids. Aquello fue una puñalada rastrera por parte de la organización. Con Stormzone, a la par que ‘estrenábamos’ día y edición de Rock Fest, me resarcía, por fin, de no haberles visto nunca, a pesar de que tuve alguna ocasión en el pasado. El jueves, claramente y tras el despropósito de Manowar, estaba claro que iba a ser el día menos concurrido, y a pesar de los infortunios, intentamos sacar provecho de la situación. Nos adentramos prácticamente hasta las primeras filas donde, por culpa de la inmensa cola que se había formado a las puertas del recinto, estuvimos muy anchos y cómodos para disfrutar de nuestra primera actuación. Y los de Reino Unido nos ofrecieron un concierto tremendamente disfrutable, con un ritmo ideal para ir calentando motores poco a poco ante lo que vendría después. No lo vimos entero, pero sí la mayor parte. Poca gente, como digo, pero muy dispuestos, cantando Another rainy night junto a la banda, a quienes ya se les notaba ‘gozar’ del ‘calorcillo’. Redobles y ritmos cruzados de la mano de David Bates para entrar con The pass loning y posteriormente, Coming home, que nos sorprendió con unos coros por parte de los tres músicos de cuerdas. No les costó demasiado ponernos a saltar con algunas canciones, o hacer que brotaran palmas y gritos al ritmo de la motera Ignite the machine, en la que el vocalista John Harbinson hizo un buen papel, aun sin destacar en su estilo, si se le vio entregado y en buena forma física y vocal para no parar de cantar mientras se recorría el escenario. Mucha energía, sobre todo por su parte, que continuó fluyendo desde el potente solo de Dave Shields en Albhartach, o gracias a lo bien que sonó You’re not the same, con una batería de lo más potente. En aquel momento, se juntaba el vocalista J. Harbison con sus tres colegas David, Steve y Graham en primera fila para mover la melena al ritmo de uno de sus más reconocidos clásicos, Death dealer (todo el mundo gritando aquello de ‘fight’!!) y como postre final, The legend carries on, acelerada exponencialmente en su última parte a modo de traca final, con unos grandes coros por parte del bajista y mucha interacción con el público, algo que fue constante durante todo el bolo. Muy disfrutables.

Antes de meternos a saco con los suizos Gotthard, banda que no veía precisamente desde el último Rock Fest en el que actuaron, nos acercamos hasta la barra, confiando en que coger dos simples botellitas de agua sería coser y cantar. Crasísimo error. La única barra que había disponible (vergonzoso), bajo un calor insoportable, tenía a su alrededor cientos de personas intentando conseguir en balde sus bebidas… y el poco empuje del personal tampoco ayudaba. Resultado: media hora intentando pillar una puta agua y viendo el concierto desde allí, con el pie que no podía parar quieto de ganas de irme hasta las primeras filas. Y todavía peor cuando Every time I die hizo que la cosa pintara bien de primeras, tema cañero, sonido más o menos decente aunque peor que el de Stormzone, y muchísima más gente viéndoles. Con su particular versión del Hush de Joe South, que con el tiempo han hecho prácticamente suya como hicieron en su momento Deep Purple, la gente respondía más y mejor, mucho desparpajo por parte de Nic Maeder y esa seguridad que muestra Leo Lionni, el verdadero motor del grupo junto a su compañero al bajo Marc Lynn. Lástima que a este último apenas se le escuchase… en algunos conciertos los bajos estaban excesivamente superpuestos y en otros demasiado por debajo del resto de los instrumentos. Cuando saltó esa Top of the world, casi arranco a correr hacia el escenario, una de mis favoritas del setlist, a la que siguieron Feel what I feel o What you get, con menos gancho, que restaron algo de dinamismo al concierto.

Ya con Master of illusion llegamos a posicionarnos, habiéndonos ‘fumado’ la mitad del bolo… aunque a estas alturas, me dio la impresión de que por mucho que se entregara su nuevo batería Flavio Mezzodi o Nic tirase de todo su carisma, faltaba algo de cohesión en el concierto que no llegaron a recuperar. Obviamente, tirando de los grandes clásicos, la cosa subió algunos enteros, y One life, one soul (esta vez con una pantalla que solamente mostró la portada de su disco “13”, sin homenaje a Steve Lee), a pesar de su tranquila cadencia, nos puso a todos con las manos en movimiento en el aire, formando una bonita estampa. Maeder se hacía ahora con su guitarra acústica para formar equipo con Lionni y Scherer a las seis cuerdas, y cayó Remember, it’s me, otra relajante (quizá demasiado) balada de su “Firebirth”. En ella, Nic se sintió como pez en el agua y, sin cambiar de disco pero sí de acústica a eléctrica, el rollo sureño de Starlight dominó por completo el ambiente, muy bailable y con mucha improvisación sobre el escenario. Pero cuando llegaron los temas exigentes, quizá al vocalista le faltó algún que otro tono (obviamente, ni rastro de All we are), y es que aunque las comparaciones son odiosas, Steve Lee rayaba a otro nivel vocal. Aun así, es innegable que Lift U up (que abrió el batería Flavio Mezzodi y que hizo lucir el guitarrista Leo Lionni con ese solo de espaldas) y todavía más, Anytime, anywhere, armaron un buen bullicio entre el público y fue una recta final más que digna que nos dejó con ganas de más temas de aquella época.

Jinjer nunca me han gustado (es así) y la alternativa me era poco apetecible, así que mi chica, el Kolega y yo salimos del recinto hacia las carpas de fuera, a pedirnos algo de beber y celebrar nuestro encuentro y el poder estar en un festival más, después de dos agónicos y exasperantes años sin grandes eventos de este tipo (aunque en realidad, ya es mi tercer macrofestival en lo que llevamos de año). Unos buenos cubalitros nos pusieron en órbita, estuvimos charlando y echando unas risas hasta el momento antes de que empezasen los Accept.

Los germanos, y esto es evidente, están abonados al Rock Fest, tanto que ya he perdido la cuenta de las veces que nos han visitado en este festival. Pero por muchas que hayan sido, por innumerables veces que les haya visto en directo, esto no importa lo más mínimo cuando cada una de sus descargas es un auténtico tiro de Heavy Metal y adrenalina a partes iguales. Traían un setlist parecido a anteriores ocasiones, aunque con algún que otro tema de esos que, por no esperarlo, te pegan fuerte entre pecho y espalda. Directamente desde su último discazo, “Too mean to die”, llegaba Zombie apocalypse para ir haciéndonos mover el pescuezo a lo bestia, con los guitarristas, bajista y el sr. Tornillo haciendo piña al borde del escenario y coordinando esos movimientos. Continuarían con material nuevo, sonando a continuación Overnight sensation, pero la primera en hacernos estallar realmente la cabeza fue Restless and wild, siempre deseadísima para saltar y cantar a grito pelao su estribillo en medio del ambientazo que se vivía en esos momentos, mucha ilusión, muchas ganas y mucho calor, frente a una banda que por su parte, lo estaba dando todo. Wolf Hoffmann estuvo especialmente simpático y cercano aquella tarde / noche, sin dejar de gesticular o tener esa impepinable actitud en sus riffs y solos. Los clásicos empezaron a desparramarse por todo Can Zam, llegó esa ardiente Midnight mover, con un Christopher Williams a la batería al que se le veía pasarlo en grande, y seguidamente, el punteo barroco adelantado de Princess of the dawn ya anunciaba el desmadre con uno de los temas bandera del grupo.

El concierto fue a más con un ritmo imparable, y volvieron a elevar nuestras voces al máximo con la introducción de Fast as a Shark, que derivó en unas sesiones intensas de headbanging a todo trapo, incluyendo ese insuperable solo a tres guitarras (Hoffmann, Uwe Lulis y Philip Shouse sacando pecho juntos en el centro del escenario) que nos dejó los cuellos calentitos. Y cuando Accept se ponen en este plan, son imparables, y cada show suyo se acaba convirtiendo en una auténtica fiesta. Mark Tornillo, además de ser un vocalista ‘chapeau’, es un frontman impagable que sabe conquistar y atraer a las masas con su enorme capacidad para empatizar. Pero en esta ocasión, no le hizo falta ni abrir la boca para que Metal heart fuera coreada a mil voces, también ese punteo ‘Beethoveniano’ que es pura esencia Accept. Clásicos inmortales que nunca dejarán de gustar en directo, por muchas veces que se toquen. Pero es que incluso saliéndose de ellos, tirando de la artillería pesada del “Blood of the nations” con Teutonic terror (coño, cómo me flipa esta canción en vivo) o Pandemic, ya tienen al público metido en el bolsillo, una marea de manos levantadas rindiéndoles merecida pleitesía. Descansito de unos pocos segundos, y a por el envite final, con la machacadísima pero igualmente enorme Balls to the walls, que alargaron valiéndose de las voces del público, y la ‘felizoide’ i casi punk I’m a rebel, en la que Mark Tornillo terminó de poner toda la carne en el asador para dejar una actuación bordadísima. Aunque en realidad… ¿cuándo no ha sido así? Los alemanes nunca, nunca defraudan.

Se acercaba la hora de cenar y, habiendo pasado por la pesadilla de la barra antes (y durante) de la actuación de Gotthard, ya nos temíamos lo peor, así que optamos por salir fuera, a las carpas del exterior, para ver si de esa forma podíamos aligerar un poco el asunto. Pero ni por esas. La masificación ya en aquellas horas, a la hora de pedir cualquier cosa, ocasionaba que la espera fuese una tortura. Os aseguro, y no es ninguna broma, que aún tengo una herida en el codo de tanto tiempo apoyado en la barra como una sardina en lata. Casi una hora entera intentando pedir cuatro míseros bocatas y algo de beber (encima, a precio de oro). Tuvimos que sacrificar entero el concierto de Dropkick Murphys, y aún así, zamparnos el bocadillo a toda hostia para poder llegar al inicio de Nightwish.

Fue un buen concierto con muchos momentos de disfrute, una ejecución impecable por parte de los músicos y un escenario y presentación absolutamente deliciosos… pero creo que pensándolo ahora me gustaría haberlo cambiado por el de los Dropkick. Temarrales como I'm Shipping Up to Boston o Good as gold no se ven tampoco todos los días en vivo.

Para la actuación de los finlandeses, la asistencia se había multiplicado por diez, lo que ya nos ocasionó severos problemas para llegar a una posición decente. Por suerte, viniendo del Rock Imperium y conociendo ya de primera mano la mala distribución de sus escenarios, aquí no nos importó quedarnos un poco lejos, porque el concierto se veía bien desde cualquier punto razonablemente alejado. Y más contando con que el escenario que tenían montado era realmente impresionante y vistoso. Un concierto con aires de superproducción desde el primer asalto musical, que vino de la mano de Noise, que junto a Planet hell, hicieron ya un buen uso de la enorme pantalla situada al fondo, mostrando imágenes de naturaleza entremezcladas con retratos de la propia ciudad de Barcelona, todo un detalle. A la izquierda del maestro Holopainen se situaba el quinto miembro del grupo, Troy Donockley, integrado ya desde hace muchos años, que domina desde las gaitas eléctricas, las flautas, las cuerdas… y hasta colabora con los coros. Y lo hace todo fenomenal. Este fue el encargado de abrir temas como Tribal o la preciosa Elan, en la que la flauta sonó como un auténtico canto celestial. Posiblemente, uno de los fragmentos más emotivos del concierto, también de los más folclóricos, aunque esta vena está ya muy presente en la banda desde hace tiempo, especialmente en toda la etapa post-Tarja. Hablando de vocalistas… aquí la figura y la voz de Floor Jansen se podría decir que fue la reina absoluta de todo el concierto. Un currazo impresionante. Una personalidad ya insustituible que carga y puede con todo, desde los registros más limpios a los más líricos, y con unos agudos en estos primeros temas que, al menos a mí, me dejaron boquiabierto: igual alcanza tonos de locura como se desvía por registros más rasgados y agresivos…

Ya desde After forever, siempre dije que en cuanto a vocalistas femeninas del Metal, Jansen es una de mis favoritas sin ninguna duda, incluso diría que mucho más versátil que las dos cantantes anteriores. Su fluidez y simpatía es total a la hora de dirigirse al público, y su fortaleza escénica intachable, a la hora de bailar sutilmente, liarse a hacer molinillos (como en esta última, o en el potente inicio de Storytime, mientras Kai Hahto machacaba sin piedad su batería) o tirar de artes teatrales como hizo en How’s the heart? que, por cierto, es una de mis favoritas del “Human. :||: Nature” y sonó de muerte. No hay absolutamente nada que se le resista. Una Diosa del escenario. En contra, decir que el sonido, desde la parte central y algo alejados como estábamos, no era demasiado bueno. La voz de Jansen, aún tira que va, pero en ocasiones, los teclados se escuchaban muy tenues, o faltaba fuerza en las guitarras. Incluso tardé unos segundos en reconocer la magnífica Dark chest of wonders, uno de los highlights de un setlist que, por otra parte, pudo ser mucho mejor, al menos a nivel de temas conocidos. Reconozco que les tengo un poco dejados de la mano en los últimos discos, pero sin cortes del “Century child” o “Wishmaster” me resultan mucho menos atractivos. Es muy extraño… y me huele a cosa de derechos. Aún así… también dejaron en el tintero grandes singles más cercanos en el tiempo (Amaranth, no sonó, por ejemplo). De todas formas, solo por el nivel interpretativo y de calidad que tiene esta gente ya mereció muchísimo la pena estar allí. Siempre es un placer ver a Emppu Vuorinen dominar la guitarra, con esa actitud tan Heavy que siempre tuvo sobre el escenario, o al maestro Holopainen crear esas ambientaciones de cuento, subido arriba, en el centro de la gran plataforma. Un detalle muy feo esos fallos constantes en las pantallas laterales. Por suerte, desde nuestra distancia el escenario se veía bastante bien.

Ahora fueron retrocediendo poco a poco en su discografía, pasando por I want my tears back (creo que la primera vez que la escucho cantada por Floor) o la celebradísima Nemo, uno de los grandes triunfos del concierto que, según bromeaba Emppu (y en aceptable castellano, ¡ojo!), fue grabada en un submarino jejeje. Holopainen luciendo orgulloso en el centro del montaje, dio comienzo con sus teclas a Sleeping sun, del “Oceanborn” (única en caer del disco, y demos gracias), momentazo de pelos de punta lleno de sensibilidad. Shoemaker a estas alturas se me hizo algo larga… aunque su duración no fue nada comparable a lo que vendría a continuación. De su “Imaginaerum” (el disco desde el que empecé a prestarles menos atención) sonaba la más cañera y movida Last ride of the day, que volvió a estar acompañada por imágenes muy bonitas. A pesar de las carreras, saltos y constantes bailes y agudos, Floor parecía fresca como una rosa. Ni se atisbaba cansancio en ella, ni dejaba de sonreír en todo momento. Si ya admiraba a esta cantante, después de este concierto mi respeto por ella ha aumentado varios puntos. Y atención… palabras mayores. Con orquestación disparada y teclas sonando bien altas (a veces más que el resto de instrumentos, otras veces casi mudas), hacía su rimbombante aparición la grandiosa Ghost love score, con sus 10 minutazos de duración que se interpretaron íntegros. Incluso durante una parte, el guitarrista Emppu Vuorinen se sentó para darle ese toque de cercanía extra a este bestial temazo. Es innegable: esta gente tiene un nivel estratosférico. Entre grandes aplausos, los colores de Ucrania asomaron por la pantalla, y con los focos puestos en Holopainen y Donockley, estos fueron los encargados de abrir, nada menos, que The greatest show on earth, un tema de 20 minutos de los cuales interpretaron aproximadamente la mitad, es decir, las tres primeras partes. Espectacular, pomposo y con una lujosísima producción, pero… ¿realmente era apropiado tocar un tema de tal envergadura a estas alturas? Supongo que, como siempre, depende del conocimiento de cada uno y del nivel de fanatismo, pero yo hubiese metido algo más reconocible de sus primeros álbumes. La gran explosión tras el final del tema dio también por culminado un concierto que, si bien fue muy disfrutable, pulido a nivel escénico y de altos $medios$, por setlist no es el mejor que les he visto.

Desde donde estábamos, avanzamos en dirección lateral para meternos hacia delante, y poder disfrutar el concierto de Avantasia, el más esperado del día para mí, desde una posición más cercana. Después, solo quedaba dejarse llevar por la excelencia y por el privilegio de poder ver, una vez más, a este inigualable súpergrupo, una de las bandas más grandiosas que han nacido nunca en el Power Metal melódico. Y ya van 20 años con Tobias Sammet como capitán del barco. Impresionante.

Pensar que Avantasia eran, concretamente, los sustitutos de mis idolatrados Manowar… era como sentir cien navajas clavándoseme en el corazón. No podía evitarlo, era demasiado doloroso. Pero desde luego, lo que está clarísimo es que esto puede ser culpa de cualquier parte, pero nunca jamás de Avantasia ni de Tobias Sammet en particular, el hombre tras el sueño, el genio absoluto que preparó repertorio, consiguió cuadrar agendas, buscó un bajista que se aprendiera dos horas de setlist en tres días, y le echó huevos para tocar por segunda semana consecutiva en nuestro país y montar un show de una magnitud inalcanzable para otras bandas. Y cuando uno tiene algo así delante, es casi imposible amargarse por ningún motivo. Sí, a pesar de haberles visto hacía tan solo seis días, eso no cambiaba nada para mí. Al contrario, es un puto honor. La ilusión y las ganas estaban tan altas como el viernes pasado, y despertaron todavía más cuando se escucharon, aún tras el telón, los primeros acordes de Sascha que marcaban el inicio de Twisted Mind. Estábamos en una buena posición, la noche era muy agradable y el ambiente inmejorable, mucha gente pero todavía sin agobios. Cayó el telón y el tema arrancó los primeros headbangings de la recta final de la noche. Tobias y los suyos estaban preparados para dejar el listón bien alto a pesar de lo precipitado que fue montar todo el concierto. Pero ese mérito no quita la gran parte negativa, y es que, sobre todo en el primer tercio del show, el sonido fue horrible, quizá uno de los peores de todo el festival. En mi vida he tenido que hacer eso, pero los bajos sonaban tan dolorosamente estridentes que tuve que ponerme tapones en los oídos para mitigar tan insoportable ruido. Una lástima, porque Reach out for the light, que sonó durante esos momentos, y siendo unos de mis temas favoritos en la historia del Power Metal, quedó bastante deslucida, los coros femeninos no se escucharon, la voz de Sammet y del coloso Ralph Scheepers quedaron por debajo de lo merecido y sin embargo, el doble bombo de Felix Bohnke sonaba demasiado saturado, algo muy parecido a lo que sucedió con la novísima The wicked rule the night. Había que tocar muchas teclas si se quería devolver todo a su sitio, de otra forma, aquello iba a ser una tortura auditiva.

Con The scarecrow siempre llega uno de los momentos más especiales de cualquier show de Avantasia, 10 minutos de pura pasión, sobre todo por el papelón que se marcó Jorn Lande en ella. Si en Cartagena perdió un poco el compás, aquí bordó el tema con hilo de oro, destacando también los teclados de Miro Rodenberg en la parte central, que ya empezaban a asomar, señal de que alguien estaba metiendo mano en la ecualización. En este punto, Tobias nos explicó la situación del por qué y el cómo habían llegado a formar parte del cartel (básicamente, lo mismo que comentó a través de las redes sociales). Afortunadamente, en la melódica y cautivadora Dying for an Angel, que contó con la impagable presencia del grandísimo Eric Martin, el sonido ya no era tan sangrante, y podíamos distinguir los potentes riffs de Oliver y Sascha, y por supuesto, el imprescindible teclado, y con la powermetalera Invoke the machine (que grande Ronnie Atkins, cojones, qué voz más impresionante) el contundente doble pedal ya estaba más o menos al mismo nivel que el resto de instrumentos. Seguía estando lejos de sonar perfecto, pero al menos no taladraba los oídos. Book of shallows fue, posiblemente, el corte más agresivo de todo el show, reforzado por la penetrante y thrasher voz de Adrianne Cowan y una mortífera batería a toda hostia Felix Bohnke, que con cada concierto demuestra con creces que es un auténtico bárbaro. Pasando de 100 a 0 en cuanto a caña, la salida a escena de Bob Catley, entre grandes ovaciones, marcó otro punto del concierto profundamente emotivo. The story ain’t over me llega de pleno al alma y por algún motivo, siempre me hace reflexionar en que todo lo que pueda sacrificar y padecer por ir a un concierto merece la pena por instantes como este. Ina aportó su dulce voz y Sascha remató el tema con un solo lleno de pasión en primera línea de escenario. Convenientemente presentada y acompañado por un equipo de lujo como Jorn Lande, Ronnie Atkins, Herbie Langhans, junto a Ina y Adrianne, nos volvieron a emocionar, a hacernos saltar y vibrar con los 10 minutos de Let the storm descend upon you para continuar con la siempre imprescindible Promised land, a la que se unió Eric Martin.

El tiempo volaba, literalmente. Cuando estás ante un espectáculo de tan gran magnitud, deseas que nunca termine, pero el primer gran clásico de la banda, Avantasia, marcó el principio del fin, poniéndonos a todos a botar con una sonrisa de oreja a oreja y gritando a pulmón el estribillo… no sin antes descojonarnos con la hilarante conversación entre Tobi y Mr. Big Martin. Brutal la respuesta del público en Farewell, miles de personas moviendo los brazos en el aire al compás que marcaba el gran director de orquesta, Tobias Sammet, cuya voz, por cierto, estuvo a la altura deseada en todo lo que cantó, esta vez acompañado por los registros melódicos de Adrianne Cowan. Eso sí, eché mucho de menos a Michael Kiske en esa parte final de voces dobladas. Y aun así, os aseguro que se me pusieron los pelos como escarpias con este tema. Miles de recuerdos que continuaron con Shelter from the rain, a cuyo ritmo nos dejamos el cuello ante las voces de Ralph (en las partes más agudas, un puto monstruo), Bob y Herbie, y Mistery of a blood red rose, que nos llevó al descanso previo a los bises. Mención especial para el bajista que acompañó al grupo en esta noche en concreto, que hizo un trabajazo descomunal. Tras su reaparición, Tobias intentó con toda la ilusión que cantásemos un pequeño fragmento en alemán, pero como siempre, el palurdismo español con los idiomas salió a escena y la cagamos mucho. Una pérdida de tiempo (aunque simpática) en donde podría haber metido un tema más. Sea como fuere, Lost in Space nos llevó por parajes futuristas y psicodélicos imaginarios, también gracias a esas armonías femeninas ambientando el tema, y tras presentar a la banda, arrancó Sign of the cross en toda su gloria, un tema que para mí es nostalgia pura y ante la cual siempre doy todo lo que me queda, para finalmente acabar todos saltando como locos, delante del equipo completo de músicos que forman parte de Avantasia, con ese delicioso estribillo de The seven angels. Entre miles de papelitos cubriendo el cielo de Santa Coloma, me quedé como embobado, degustando los últimos segundos de aquel jueves que terminó de la mejor de las maneras.

Así pues, primera jornada, en la que terminé más fresco de lo que me esperaba a pesar del calor, la cantidad de distancias que andamos, las actuaciones tan intensas y los desánimos que tuvimos que afrontar. Volvimos a nuestra casa provisional en Sabadell donde tuvimos un buen descanso después de planear lo que será el segundo día de este Barcelona Rock Fest 2022. Porque lo gordo aún estaba por llegar.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Barcelona Rock Fest 2022 (jueves, 30-06-22, Parc de Can Zam, Santa Coloma de Gramenet)

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