Después de un fin de semana intenso hasta el límite como lo fue el del Rock Imperium en Cartagena, disponía tan solo de unos días para terminar las crónicas correspondientes y recuperarme en la medida de lo posible para afrontar con garantías de salir vivo este Barcelona Rock Fest 2022. Todavía con la voz cascadísima y algún que otro dolor muscular que se resistía a desaparecer, casi sin darme cuenta, el jueves, primera jornada del gran festival de Rock y Metal que se celebra en Santa Coloma de Gramenet, estaba ya a un tiro de piedra. Y supuestamente, como todos los años, iba a ser una experiencia de lo más ensoñadora y también destructiva físicamente. Pero desde hacía unos pocos días, la caída del cartel de Manowar dio al traste con mis grandes ilusiones de ver en directo, por décima vez, a mi banda favorita de todos los tiempos, por lo que las expectativas y las ganas nunca volvieron a ser las mismas ni de lejos. De hecho, fue tal el varapalo que incluso llegué a buscar compradores para mi entrada, pero ya había muy poco tiempo de por medio, y de hecho, mucha gente tenía la misma intención de recuperar su dinero por un cartel por el cual no había pagado. No voy a negar que Avantasia, la banda que sustituyó a los colosos americanos, hicieron un show formidable e inolvidable. Tampoco voy a esconder que en general lo pasé de puta madre durante los tres días de festival. Pero yo compré mi entrada exclusivamente por Manowar, y de hecho, ni siquiera pensaba acudir a esta edición hasta que les confirmaron. Pero todos sabemos cómo se las ha gastado esta organización a lo largo de los años y, al final, lo único que les importa es vender entradas y llenarse bien los bolsillos.
Imaginaos lo que supone para una persona de medios limitadísimos como yo tener que pagar alojamiento, una entrada de casi 200 euros, un viaje desde Alicante (y más teniendo en cuenta cómo está el precio de la gasolina…), provisiones de tres días, gastos imprevistos, etc. cuando ya sabes de antemano que la banda por la que compraste exclusivamente la entrada no va a tocar. La frustración, la rabia y la sensación de estafa que eso me generó llegaron hasta niveles peligrosos. Pero si esto hubiese sido lo único en lo que el festival nos dio gato por liebre… casi podría haberme dado con un canto en los dientes. La llegada y primera vuelta de reconocimiento por el festival no pudo ser más desoladora. El césped parecía una puta broma respecto a otros años, pedazos de tela hechos polvo sin apenas hierba artificial y encima mal colocados en forma de parches por casi todo el recinto, y digo casi, porque prácticamente la mitad de este estaba simplemente con tierra. ¿Las gradas? Desaparecidas en combate. ¿El castillo del terror o cualquier otra atracción que tuviesen otros años? Ni rastro. Tampoco la decoración había sobrevivido a los recortes, ni ese gran diablo rojo que nos daba la bienvenida en otras ocasiones. Y esas pantallas verticales a los lados de cada escenario… sencillamente horribles y fallando más que una escopeta de feria. Todo daba aspecto de mal cuidado y de haber sido dispuesto a ultimísima hora y deprisa y corriendo.
Nada que ver con otros años. Para colmo de males, los Saxon y Insomnium (a estos últimos les tenía también muchísimas ganas…) habían caído del cartel… ¡tan solo unas horas antes de celebrarse la primera jornada! Pero ahora viene lo mejor: fueron sustituidos por Medina Azahara, hasta que repentinamente, ¡¡estos también ‘volaron’ del cartel, y metieron a Obús!!. Sí, ya sé que esto parece un chiste malo, pero os aseguro que es la pura realidad. Para rematar, el festival tuvo el peor sonido de su historia. Mientras en otras ediciones casi siempre defendí el espectacular nivel de ecualizaciones, volumen, producción, sonido, etc., en esta se pudieron contar con la mitad de los dedos de una mano aquellos grupos que sonaron realmente perfectos. Estoy absolutamente convencido de que todo esto no vale 200€ de entrada. Un festival del cual no me he perdido ni una sola edición desde que nació en 2014, y este año ha sido, sin duda y con diferencia, la peor de todas. Lo de no dejar entrar comida al recinto (algo ya de por sí totalmente ilegal) cuando los precios dentro son un auténtico ROBO a mano armada, o la general incompetencia en el tema de las barras, no es otra cosa que un ‘suma y sigue’ más. Y el hecho de que estemos ya casi acostumbrados no quita que sea una atrocidad que un evento de este tipo que no posea ni zona de acampada, ni siquiera zona de aparcamiento (y no me digáis que ese camino maloliente lleno de agujeros y piedras es una zona de aparcamiento) es algo en lo que deberían de ponerse serios y tratar de solventar como sea, porque es una auténtica vergüenza.
En estas condiciones (y algunas de ellas, todavía ni las sabía), me arrepentí de no haberme esforzado más para vender mi entrada… y ya ni os digo de haberla comprado en su momento. Pero en el momento en que cruzamos la entrada, ya no había vuelta atrás. Teníamos que hacer de tripas corazón e intentar disfrutar todo lo que pudiésemos de este Barcelona Rock Fest ‘edición barata’, y esto último lo digo por la inmensa cantidad de recortes que hubo en todos los aspectos, salvo, por supuesto, en el precio de la entrada: el festival no hizo el más mínimo esfuerzo por proponer soluciones económicas a tal descalabro, y ni siquiera tuvo (faltaría más) la menor voluntad de ofrecer una compensación o indemnización de ningún tipo a los asistentes.
En la parte positiva, aunque esto no es mérito en absoluto ni del festival ni de la organización, unas interpretaciones increíbles (y no me refiero a cómo sonaron, sino a la performance en sí) como las de Avantasia, Mercyful fate (posiblemente, el mayor caramelo de esta edición), UFO o Judas Priest, que se salieron de madre, junto a otras muy potentes, como la de Blind Guardian, Accept, Blue pills o KISS. La cercanía de los escenarios principales con la carpa es algo que te ahorra grandes caminatas, y este año no se pisaron los unos a los otros en cuanto a sonido. También hay que aplaudir que el precio del botellín de agua (aunque sea de 50cl…) se haya mantenido siempre a un euro, ya que el devastador calor que hace allí por el día puede fácilmente freírte el cerebro. Por lo menos, los aseos estaban medianamente decentes (según momento, claro), la fuente de agua (no potable) aún se mantuvo y las carpas centrales con sombra y mesas continuaban presentes. Por supuesto, algo que siempre tendrá el festival de su parte es el maravilloso entorno y recinto de Can Zam, con su lago, sus zonas de hierba con sombras, sus fuentecitas en el exterior… idílico perfecto para relajarse cuando una banda no te mola o quieres hacer un descanso.
La entrada al recinto de los escenarios siempre ha sido motivo de jolgorio, pero este año fue muy distinto. Con el ceño bastante fruncido, lo único que salvaba la papeleta en ese momento eran mis compañeros, mi chica Meri, y mi amigo Kolega, que fueron una compañía inmejorable y un apoyo para pasar el mal trago, porque hubo momentos que mi mala hostia se estaba empezando a desbordar. Gracias igualmente a toda la gente con la que nos encontramos y / o compartimos el festival, especialmente a Elena y Marcos, también a Juanmi, Edu, Vanesa y Enrique, Marian, Mel, Alan, Cris y Joan, a toda esa peña de Valencia de puta madre, Vicent y compañía (y quienes se me puedan olvidar o no recuerdo sus nombres)… Normalmente siempre digo que lo primordial y fundamental en los festivales, muy por encima de todo, son los conciertos, pero en esta ocasión, disfrutar de toda esa peña guapa también fue un añadido brutal. También, como es habitual, diría que nos vemos en el 2023, pero esta vez, sinceramente, lo dudo horrores. Desde el primer año, siempre he defendido a capa y espada al Rock Fest, y lo he tenido como el referente absoluto en cuanto a macrofestivales de Metal y Rock en este país. Pero este año, en mi opinión, ha caído directamente del trono a la mediocridad.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
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