Leyendas
del Rock… ¡¡cómo te echábamos de menos!! Ahora que he completado mi ciclo de
festivales veraniegos (aunque todavía hay muchas posibilidades de presentarme
en el Ripollet Rock) puedo decir lleno de alegría y deleite que, ahora sí, mi
vida (y la de todos los que amamos la música en directo por encima de casi
todo), ha vuelto a la normalidad. Y es que dos años enteros sin festivales de
verano han sido demasiado duros de soportar. En realidad, aunque he acudido a
todos los conciertos que he podido, y mayormente tengo predilección por las
actuaciones en sala, los veranos de 2020 / 21 no han sido, ni de lejos, lo
mismo sin sus correspondientes festivales. Los he echado a todos en falta, pero
si he de ser sincero, este Leyendas del Rock era el que más ansiosamente
esperaba. Y ha vuelto. Hemos podido volver a disfrutarlo, y la emoción de
haberlo hecho, por fin, es difícil de expresar con palabras y sin que a uno se
le pongan los ojitos tiernos. Nuestro Leyendas. Nuestro festival de casa. El
festival de los amigos, de los reencuentros. El festival familiar por
excelencia en nuestro país, sin duda uno de los más queridos que han acontecido
nunca. Por eso y por mil cosas más, esta vuelta a las tierras de Villena ha
sido, si cabe, más especial y disfrutada. No ha tenido el mejor cartel de su
historia, ni el mejor sonido, ni las mejores condiciones. Pero lo
necesitábamos. La gran mayoría lo esperábamos con muchísimas ganas, y estoy
seguro de que lo hemos vivido con más intensidad que nunca. Espero que me
acompañéis en esta serie de crónicas en las que intentaré plasmar, de la forma
más vívida y pasional posible, todo lo que ha supuesto, desde mi punto de vista, esta magnífica
experiencia.
El
Leyendas del Rock 2022 ha sido el más extenso en los nada menos que quince años
de existencia del festival. Lo que siempre fue la fiesta de presentación del
primer día (el día zero, como siempre me gustó llamarlo), se ha convertido
gradualmente, con el paso de los años, en un día más de festival, y en esta
edición creo que ha llegado a culminarse como otro día completo con todas las
de la ley. Con una ilusión y unas ganas que se nos salían del pecho, mi amigo
(y compañero de la mayor parte del festival) Kurro y yo nos plantábamos a las
10 de la mañana del miércoles en la zona de acampada para empezar a montar el
tenderete, la furgoneta, un toldo recién adquirido y para completar la jugada y
elevarla al nivel de lujo y ostentosidad, un sofá que fue nuestro lugar de
reposo cuando flaqueaban las fuerzas.
El
miércoles de este Leyendas del Rock 2022 comenzó inusualmente temprano, a las 3
de la tarde (como ya digo, ha pasado de ser una fiesta de presentación a otro
día completo), pero a pesar de que tanto Celtian como Làndevir me molan en
directo (les he visto ya alguna vez a ambos), francamente no me apetecía bajar
a horas tan intempestivas en plena ola de calor. Decidimos, pues, que los Porretas serían el primer objetivo de
la tarde y del festival. Llegamos a eso de las 16:00 a nuestra zona, echamos
unos vasitos de tinto, y listos para la fiesta definitiva del verano. Los
madrileños congregaban a un número moderado de asistentes, y anduvimos hacia
ellos con toda la energía positiva y el buen rollo que transmite Joder qué
cruz, ya con unas ganas incontenibles de ponernos a bailar entre el
mogollón. Tiraron prácticamente de clásicos de todas sus épocas, desde sus
primeros discos, con Si los curas comieran chinas del río, a temas más
recientes pero que ya se han convertido en imprescindibles de sus directos,
como la cachonda Tripis, que sin los vientos quedó más vacía, pero
igualmente muy animada. Realmente, no sé si a día de hoy, sin haberles
escuchado durante tantos y tantos años, sabría apreciar su rollo, ese
Rock’n’Roll desenfadado, sencillote y protestón. Pero reconozco que cada vez
que les vuelvo a ver, de tanto en tanto, sus temas (Última generación,
por ejemplo) suponen todo un aluvión de recuerdos de colegas y grandes fiestas,
puntito de nostalgia al que contribuyen otras como Y aún arde Madrid,
muy bien interpretada por Bode, y como siempre dedicada al tristemente
fallecido Rober, la eterna voz de los Porretas. Al fin y al cabo, no deja de
ser Rock’n’Roll, y a nadie amarga un dulce. Me sorprendió bastante esa versión
de Resistiré, del Dúo Dinámico (aunque la aborrecí hasta el extremo
durante la puta pandemia), en la que se notó más que nunca el contraste entre
las voces de Pajarillo y Bode (y el apoyo de Manolo). La del fútbol
rebuscó ya entre el fondo de los grandes clásicos del grupo, continuando con Jodido
futuro (una letra que sigue igual de vigente, o más que nunca) y la
bailable Marihuana, posiblemente el tema que los llevó a otro nivel de
reconocimiento en los tiempos de “Baladas pa un sordo” (ahhhh, qué grandes
recuerdos…). A toda leche con la batería, Luis abría para el gran himno de la
banda, Nos llaman Los Porretas, la última de un concierto que no fue el
mejor que les he visto en los últimos años a falta de demasiados clásicos como
El abuelo fue picaor, El deudor del condado de Hortaleza, Si lo sé me meo… pero
aun así, muy divertido e ideal para abrir nuestra jornada particular.
Algo de
una envergadura muy superior para mi gusto llegaba a continuación. Un
concierto, de hecho, casi histórico en el sentido estricto de la expresión, ya
que los míticos Legion, fundados en
Barcelona a finales de los 80 y pioneros indiscutibles junto a otras
formaciones como Fuck Off del Thrash Metal en nuestro país, estaban a punto de
pisar el escenario del Leyendas para dar su primer concierto en casi 25 años. Me
encantaría decir que la expectación y la asistencia fueron rotundas, pero
desafortunadamente esperaba más apoyo por parte de la gente ante tan magno
acontecimiento. Sea como sea, os aseguro que los que estuvimos allí lo gozamos
como perros, y de hecho, para mí fue el mejor concierto de la primera jornada
por méritos propios. Estando ya sobre el escenario Jonathan Dolcet y Quimi
Montañés (fundadores de la banda) acompañados por los nuevos miembros Miguel Ángel
Rodríguez y Toni Rodríguez a la batería y guitarra rítmica respectivamente,
abrieron realmente duro con Lethal Liberty, como casi todos esperábamos
y deseábamos, con un sonido cojonudo, un solo a toda mecha que ya nos puso las
cosas claras y muchas voces que, desde el público, reforzaban esos temas que
han estado demasiado tiempo apartados del directo, como Dark Force, sin
cambiar de disco, o Beyond betrayal, que abría el “Labyrinth of
problems” en aquel lejano 1992. Presentada como ‘vieja y nueva al mismo tiempo’
(debido a que es uno de los temas que han regrabado para el EP “Legionized”) Eternal Youth mostraba
ese carácter old school y ese estatus de mítica que le ha dado el tiempo. Y
ojo, me encantó la forma de tocar el bajo de Jonathan, con los dedos y de forma
muy dinámica, a parte, se le veía muy metido en el rollo y muy contento. Sin
duda era el miembro que más reticencias levantó por su extraña trayectoria tras
abandonar la banda y renegar del Metal hace ya muchos años.
A pesar
del tremendo calurón que caía sobre Villena, corrían ráfagas de airecito muy
agradables que nos ayudaron a disfrutar todavía más de aquel bolazo, que
continuó sin tregua con A matter of greed, con otro espectacular solo de
Quim de esos que te dejan absorto, con toneladas de actitud y acercándose al
público. Lanzaban ahora su particular versión (que sin duda también les
ayudaría en su carrera en su momento) del We will Rock you de los Queen,
muy celebrada, y con Quim y Toni juntos a la hora de ejecutar las más
complicadas partes de guitarra. La rebeldía y la reivindicación siempre estuvo
presente en sus letras, y uno de los máximos exponentes fue Mili K.K.,
en donde se acercaban más que nunca al Punk estatal. Aquí, mientras Miguel
Ángel aporreaba el bombo, el vocalista nos contaba que se estaban grabando
partes para un documental, al tiempo que hacía referencias políticas y nos
envalentonaba a gritar el título del tema. Una lacra social que, esperemos, no
vuelva nunca. Parecía que aquello tocaba a su fin cuando todos reaparecieron
sobre el escenario tras un breve adiós. La intro disparada precedía a They call
me war, uno de los temas que han regrabado recientemente, y nos volvieron a
poner a machacar las vértebras bien a gusto con ese shredding a toda hostia de
parte de Quim. Otra versioncita, directamente extraída de su último
“Legionized”, nada menos que un Level Yell de Billy Idol (Rebel Yell)
ultra-acelerado y machacón, que dio paso a la deseadísima Possessed, arrancando
muchas ovaciones, y fue uno de los mejores trabajos vocales de Jonathan, a
quien se le veía muy feliz por volver a estar sobre un escenario.
Marcado
como ‘prioridad baja’ en mi horario, lo cierto es que llegado el momento no
había ningún plan mejor que quedarnos a ver el concierto de Obús. Durante muchos años no me los
perdí ni en una sola ocasión, aunque confieso que desde que Fortu comenzó a
meterse en el rollo mediático y la telebasura para subnormales (paso de
eufemismos), les fui abandonando. Hacía, con todo, bastante tiempo que no me
plantaba a ver un concierto entero, pero también sé de buena tinta que son
capaces de dejarme con la boca abierta si el concierto es de los guapos. Sin
mediar palabra, y ya con el doble pedal de Carlos Mirat funcionando, Juego
sucio fue la primera en colarse en el setlist, perfecta por cadencia para
abrir el show, y siguiendo con las increíbles virguerías del batería, Necesito
más ya recurrió a guitarras más Heavys. Cuando Fortu se frota la nariz, con
esa sonrisa malvada que ostenta, uno ya sabe que La Raya está a punto de
entrar bien directa (jeje), y al ser una de mis favoritas, definitivamente me
hizo volver a la intensidad con la que antaño vivía cada show de los
legendarios madrileños. Y es que es muy fácil disfrutar de esos clásicos
acompañados de la suculenta clase de Paco Laguna, las ostentaciones y flipadas
de Luisma al bajo y por supuesto, del carisma y chulería máxima de nuestro
Fortu. De nuevo (como la mayoría de veces, por cierto) abriendo Carlos, El
que más (esa letra tan quinqui jeje) ya puso a medio Leyendas a saltar
cantando el estribillo, y otro que no le fue a la zaga fue el de Te visitará
la muerte, otra de mis favoritas, que siempre es un placer disfrutar en
vivo. Fortu se arrodillaba para santiguarse ante sus pecados y a partir de aquí
el concierto fue perdiendo el ritmo tan frenético que había mantenido hasta
ahora. Alabando al Leyendas y recordando los horribles tiempos de pandemia, la
siguiente en caer fue la contundente Que te jodan, puños en alto y voces
del público que acompañaban a la de Fortu, que no estuvo a la altura de otras
ocasiones en las partes más elevadas. Los años no pasan en balde… aunque eso no
quiere decir que no diese el callo de principio a fin como el incomparable
frontman que es.
Otro
parón (quizá excesivo) para dirigirse al público, interactuar con las primeras
filas y soltarnos alguna que otra salvajada tan hilarante de las suyas. Y
vuelta al ruedo con Autopista, otro himnazo como la copa de un pino que
rara vez ha faltado en sus setlist. Tremendas las partes de Mr. Paco Laguna, y
sobre todo, de Carlos Mirat, sobre quien nunca he dudado que se trata de uno de
los mejores baterías de este puto país. A la vista está, y solo hace falta
verle machacar en directo ese doble bombo con Pesadilla nuclear. Tras la
primera parte de Dinero, Dinero, volvió a hacer partícipe al público, y
tal vez esto ya se pasó de la raya. Demasiado parón que bajaba mucho el ritmo
(pese a que Fortu no es manco animando, ni mucho menos). Los primeros
guitarreos de Laguna para Va a estallar el Obús nos prepararon para
crujirnos a botes con algo tan mítico y tan simbólico de nuestro Heavy Metal… también
trajo una parte musical que no gustaría a todo el mundo, pero no se puede negar
que fue espectacular, ver a Luis marcarse ese pedazo de solo al bajo (me
encantan, en general), a Fortu quedarse solo tras la batería (y haciéndolo muy
bien, oigan), o a la bestia Carlos Mirat haciendo música con tan solo un par de
baquetas y una escalera (sí, una escalera). El ya clásico pino de Fortu arrancó
grandes aplausos, que la banda convirtió en grandes saltos y un jolgorio que
casi se podía cortar con tijeras gracias a Vamos muy bien, esa canción
de ‘borrachos y orgullosos’ que es el fin de fiesta perfecto para cada
concierto de Obús. Lo pasé muy bien
tras unos cuantos años sin verles, pero por otra parte, me quedó el sabor de
boca agridulce de un concierto demasiado fraccionado e interrumpido.
Otra
actuación que no quería perderme era la de otro grande de nuestro Rock’n’Roll,
el ex–Barricada Enrique Villarreal Armendáriz, más conocido por todos los que
amamos el Rock nacional como El Drogas,
que con su majestuosa presencia y su setlist bien cargado de nostalgia y temas
de su discografía más actual venía a marcar, para muchos, uno de los puntos
álgidos de la jornada del viernes. Personalmente, no sabía demasiado bien a qué
iba a enfrentarme. Pero la ocasión de poder verle sin tener que pagar los 35
euros aproximados que suelen valer sus entradas… la pintaban calva. Obviamente,
de lo que más ganas tenía era de volver a revivir todos esos himnos de
Barricada que son parte de la banda sonora de mi vida (y la de muchísimos más
de los allí presentes), pero de paso, escuchar material de el artista en
solitario, algo que no había hecho hasta el momento. Tras un breve saludo, y
nada más empezar con la narración, no os exagero si os digo que el inicio de En
la silla eléctrica me puso absolutamente frenético. No podría haber deseado
un mejor inicio del concierto, complementado con Esperando en un billar,
otro tema no tan conocido pero que seguro ha sonado alguna vez en los hogares
de cualquier rockero con unos añitos ya de ‘carrera’. La hardrockera Así,
con esos guitarreos tan guapos por parte de Txus Maraví y Frío viraron
hacia un dueto de Txarrena, con lo que ya imaginé que la idea de El Drogas era hacer un setlist lo más
ecléctico posible contando con temas de todos sus trabajos, desde principios de
los 80 (toda una carrera, sí señor…). Pasado En punto muerto, otro
subidón de esos que marcan por sí solos un concierto con Barrio conflictivo,
que todos cantamos a pulmón, junto a la divertida e incisiva Come elefantes
y Víctima, otra de mis mayores alegrías, un tema que hacía mil que no
escuchaba y cuya melodía me hizo volar de nuevo. Ni una sola frase olvidó el
vocalista. Y tampoco olvidemos quien se encuentra, desde hace ya un buen puñado
de años, tras los parches de la banda, nada más y nada menos que el inmenso
Brigi Duke, que aporta gran contundencia y una furia a todos los temas que los
ensalza todavía más en directo. Muchas ganas de volver a verle, aunque no sea al
frente de mis adorados Koma.
Muy chulas
las armonías de voces en Debajo de aquel árbol o el sonido de la
acústica en Cordones de mimbre, para pasar a recordar Bahía de Pasaia
(ufff, ¡¡hacía siglos que no la escuchaba!!). Las partes de Brigi molaron lo
suyo, pero todavía más en A toda velocidad (intensísima), y a partir de
aquí, empalmaron una buena retahíla de temas de Barricada, como Campo amargo,
Cuidado con el perro o la grandiosa Animal caliente. El
recibimiento fue tan clamoroso que el mismo Enrique nos dejó cantar la mayor
parte de la letra en esta última, ante las miradas sonrientes de Txus a las
seis cuerdas y Eugenio ‘Flako’ Aristu al bajo, este último con esa actitud e
imagen marcadamente Punk. Un fragmento que fue una auténtica pasada, pero
todavía quedaba mucho rollo guapo. La cachonda Peineta y mantilla
(alguien tenía que decirlo jeje) nos devolvieron al mejor Brigi, apasionado y
bestiajo, y ese reverb en la guitarra de Txus hizo acto de presencia en La
hora del carnaval. Hasta ahora, un concierto con algún altibajo de
intensidad, que dependiendo del momento se me hacía algo denso, sobre todo por
desconocer tantos temas, aunque me gustaron la gran mayoría. Pero si alguien me
pregunta por mi gran ‘momentum’ de la actuación, sin duda le diría que fue con Todos
mirando, del “No sé qué hacer contigo”. Subidón bestial de nostalgia, y un
millón de recuerdos cruzando mi cabeza mientras sonaba, tan potentes, que me
llegaron a emocionar, mientras saltaba sin parar cantando el estribillo junto
al buen número de personas que ya se habían acercado al concierto. ¡Qué mágico!
Recta final, con un crecimiento exponencial de intensidad a partir de Oveja
negra, uno de los más celebrados singles de Barricada, unida a otra
absolutamente imprescindible, ya no de la banda, sino de nuestro Rock en
general, como No hay tregua, en la que El Drogas nos animaba continuamente a cantar, a movernos, a
levantar los puños. Si debía haber algo de Txarrena en este último sprint de
clásicos, esa debía ser Azulejo frío, temazo donde los haya. Aprovechó
para presentar a esa sólida banda que le acompaña y nos dijo ‘hasta la próxima’
con Blanco y negro… pensándolo bien, hacía mil que no la escuchaba con
la voz original. Ni que decir tiene que fue la más bailada de todo el show, esa
parte vacilona, ese solo tan chulo de Txus, y otra vez un montón de recuerdos
con este inmortal tema de fondo.
Ante la
llegada de otros legendarios como Ñu,
las cosas no me salieron tan bien. Me acerqué hacia el coche a ‘aligerar
equipaje’ y luego nos quedamos un breve momento en nuestra zona de camping,
pero entre un mal cálculo del tiempo y la nefasta idea de hacer cola para
cenar, me perdí prácticamente toda la actuación. Encima, después de 20 minutos
de cola para los bocatas, me entero de que solo se podía pagar con tokens (un
ataque de retraso mental de los míos jejeje), así que tampoco sirvió de nada
porque no llevaba encima. Grandes himnazos de nuestro Rock sonaban, como El
tren, El flautista o Más duro que nunca, muy musicales
gracias al elenco de artistas que acompañan al gran José Carlos Molina y su
sempiterna flauta, incluidos un violín eléctrico y una voz femenina que apoyó
al líder en uno de los últimos temas. Al menos, desde mi posición, todo sonó
aceptablemente bien. Lo que más me jodió, sin duda, fue perderme la actuación
de Manolo Arias, uno de los guitarristas de los que más admiro y respeto en
este país. A la próxima tendrá que ser…
Le pese
a quien le pese, por nombre y envergadura, Powerwolf
eran las máximas estrellas, y seguramente, el principal gancho para este día de
bienvenida en el Leyendas del Rock 2022. Y aunque dicho así pueda parecer lo
contrario, no soy el mayor fan del mundo de la banda. Para muchos,
grandes visionarios del estilo. Para otros, impostores del Power Metal. Yo me
quedo en un punto entre medias. Ni me vuelven loco, ni me desagradan, pero eso
sí, siempre que les he visto en directo, he disfrutado lo suyo, y esta vez no
fue una excepción, aunque el show me cansó un poco más de lo que esperaba por
repetición. Y es que les he visto ya muchas veces en relativamente pocos años,
y no se puede decir que su setlist, o su forma de interactuar con el público, o
su manera de actuar hayan cambiado un ápice, lo que mata bastante el factor
sorpresa. Caía el telón de golpe, y lo que sí fue una novedad, de hecho, fue el
tema con el que abrieron setlist. Faster than the flame, de su trabajo
más nuevo, que todavía no había salido la última vez que les vi, y no encajó
nada mal en su repertorio. Muy pronto el público comenzó a meterse en faena
gracias a las constantes referencias y peticiones de colaboración del vocalista
Attila, y esto último es algo que se le da fenomenal. Las llamaradas emergentes
del escenario contribuyeron a ir subiendo el calor, ya de por sí bastante
presente, en la noche de Villena, a la par que temas como Incense & Iron,
o Army of the night, estribillos ya sobradamente conocidos por todos sus
fans, que corearon de cabo a rabo. El montaje, tal como nos habían prometido,
era absolutamente espectacular (eso tiene que valer pasta…), con varias alturas
y recovecos para que los músicos dieran rienda suelta a sus facetas más
teatrales. La mano derecha de Attila, el teclista Falk Maria Schlegel ponía
todo de su parte para complementar este último aspecto, esgrimiendo una enorme
bandera y haciendo ademanes para animarnos más aún, como en Amen &
Attack (otra que cayó como una alegría entre la peña), pidiendo palmas cada
vez que se dirigía a nosotros. La siguiente en caer del “Call of the wild”, y
que me gustó más que la primera, fue Dancing with the dead, con unos
hermanos Greywolf muy venidos arriba y buenos agudos por parte de Attila que, a
nivel vocal, dio el do de pecho en todo lo que cantó.
Su voz es muy particular
y levanta opiniones enfrentadas, pero no se puede negar que dentro de su registro
lo hace estupendamente bien, y a nivel de frontman (de nuevo con el apoyo del
teclista) nos instaba a cantar cada uno de los estribillos (ahí estuvo, entre
ellos, el de Armata Strigoi), si bien a veces puede resultar demasiado
insistente y repetitivo. De nuevo vuelvo a quedarme con el detalle de que no
llevan bajista en directo, desde hace algún tiempo, de hecho, pero sí suenan
sus pistas disparadas. Curioso. Al menos, dentro de la sensación de repetición
que me dan sus bolo, esta vez hubo temas que no había visto, como Beast of
Gévaudan, y ese espectáculo con las llamas y la cruz de fondo iluminada en Stossgebet
también son de agradecer. Una de mis favoritas en sus setlist suele ser Demons
are a girl's best friend, durante la cual se meten a las féminas en el
bolsillo, con esa letra y esa melodía tan guapas y resultonas. Guitarras muy
Heavys desembocan en Fire and forgive, con más fuego, más sorpresas
escénicas, y solos espectaculares desde el centro del escenario, donde
precisamente, tras un breve apagón, se colocaría un órgano enorme, desde el
cual el teclista Falk iniciaría las suaves teclas de Where the wild wolves
have gone, del “The sacrament of sin”, algo parsimoniosa para esas horas de
la noche, pero personalmente me gustó. De nuevo Attila reclamaba nuestra presencia
para interpretar los coros de Werewolves or Armenia, haciéndonos aullar
como lobos (al tiempo que otro telón volvía a caer, revelando una nueva imagen
de fondo) para dar caña con una de sus más adictivas creaciones, que nos
hicieron mover el cuello a base de bien. Los guitarristas Charles y Matthew nos
observaban con cara de pocos amigos, pintados y encapuchados, desde las alturas
del escenario, y justo antes de entrar en los bises, Blood for blood fue
la escogida. No hay duda de que confeccionan el setlist cuidadosamente para que
la intensidad y la participación del público vaya en aumento. Escuchábamos
ahora la introducción de Sanctified with dynamite, una prueba de que,
además, la peña estaba de todo menos cansada, viendo el mosh que se llegó a
formar. Cáliz en mano, Attila y su banda nos mandaban muestras de
agradecimiento, se despedían hasta la próxima, pero no sin soltar el último
cartucho, We drink your blood, que ya es casi un himno de sus directos
en sí misma.
No voy a negar que el concierto se me hizo un pelín largo,
pero a pesar del cansancio que acumulaba ya a esas horas, lo pasé de auténtico
lujo cantando esos estribillos facilones y pegando algún que otro bote,
contagiado por la pasión del público, especialmente entre las primeras filas.
Una lástima que el recinto estuviese TAN abarrotado a esas horas y tuviese que
verles tan de lejos, lo cual resulta más agotador todavía.
Me hubiese encantado quedarme para Saurom, una banda que con
los años, me han cautivado con sus magníficos directos, de hecho, me llegué a
hacer la idea de descansar un rato y volver, pero los Mojinos Escozios (con
quienes nunca he podido) terminaron por quitarme las ganas de esperar casi una
hora y media a que su espectáculo terminara. Decidimos, de esa forma, ir
tirando hacia casa, a reposar de una jornada que fue más cansada de lo que
esperaba en un primer momento. A mitad de camino, y no es la primera vez, un
grupo de picoletos nos esperaban con unas inmensas ganas de joder que, por
suerte, no pudieron satisfacer con nosotros. Llegué a casa de una pieza, hice
planes a grandes rasgos para el día siguiente y ya lo único que quedaba era
descansar del primer día de batalla.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!