Llegar y aparcar fue casi lo mismo, por suerte. El parking a esas horas (sobre las 15:00 de la tarde) todavía tenía buena cabida. Fuimos a la furgo, a nuestro espacio lujoso y privado, y tomamos un buen trago en el jodido sofá antes de comenzar esta última recta final que prometía grandes emociones. Sin dejarnos amedrentar por el horroroso calor de Villena de media tarde, la emprendimos hacia el escenario Jesús de la Rosa, donde, sin exagerar, casi habían colocado lo mejor de todo el día para mí.
Unos Wig Wam que me moría de ganas de ver, de tenerles delante y poder saborear todos esos temazos de Hard Rock que a buen seguro iban a desgranar en su directo, que además presenciaba por primera vez. La cosa empezó de un modo casi inmejorable. Un sonido excelente, rotundo y muy claro, equilibrado, para ir abriendo boca con Never say die, donde la banda ya desplegaba todo su inmenso glamur sobre el escenario. Podría decir que fue una de las actuaciones que menos público congregó de todo el festival, algo que por una parte lamenté (a veces creo que la gente no sabe apreciar lo bueno), pero que por otra nos ofreció la posibilidad de coger una posición cojonuda respecto al escenario. Mucha actitud del bajista Bernt Jansen en el arranque de Hypnotized, gran trabajo del batería Øystein al comenzar con toda la energía del mundo Rock my ride, y los noruegos que poco a poco iban viniéndose arriba y conquistando a un público, en su mayoría, bastante reticente y todavía medio parado, que no hacía honor a la fiesta que se vivía en el seno del grupo. Por su parte, el vocalista rayó a gran nivel, teniendo sus más y sus menos pero en general cantando muy bien como en este último tema, también interactuando, dedicándonos su mejor sonrisa y demostrando un buen dominio escénico, al tiempo que iban cayendo otros caramelos como Non stop Rock’n’Roll, que dio un buen subidón al ritmo del show, o Wall street en otra fantástica interpretación vocal, siempre llevando al viento todos esos pañuelos y parafernalia tan habituales en el cantante. Música refrescante para combatir el insufrible calor, como con su último single, que me parece un temazo: Kilimanjaro, otra que puede quedarse fija en sus directos.
Agitando una maraca de color amarillo y ante la chulería de Bernt al bajo, Dare devil heat, intensamente bailable (para mí era imposible dejar de hacerlo) dio paso a un tema que la peña ya dio indicios de conocer bastante, aumentando el calor en general, como fue la festiva Do you wanna taste it. Uno podría creer sin demasiadas dudas que Wig Wam es una banda que proviene de los mismos años 80, por esas melodías, por esa planta encima del escenario y por su forma de actuar, pero en realidad su historia es mucho más corta. Aun así, han compartido cartel con bandas legendarias de la talla de Europe, Scorpions o los mismísimos Deep Purple, llegando incluso a participar en Eurovisión (aunque detesto ese circo, que conste) con el tema que llegaría para el cierre. Pero aun quedaban unas cuantas para llegar ahí. Del “Never say die” caía Shadows of eternity, y aunque no fue tan celebrada como la anterior, caló bastante, y empecé a escuchar comentarios a mi alrededor en plan: ‘oye, ¡pues molan mucho!’. Y lo flipamos todavía más con la ‘desmondchildiana’ Gonna get you someday, que me atrapó a lo bestia, y con los coros, uno de los aspectos fundamentales en la música de Wig Wam, sonando de puta madre, tanto por parte del bajista como de Trond Holter a la guitarra, que también se marcó uno de los solos del concierto. Una auténtica delicia. El vocalista, Glam, se dirigía a nosotros para comentarnos que su próximo disco, “Out of the dark”, se está ya gestando, así que prometen continuar dando guerra. Por último, un saludo, un agradecimiento y, ahora sí, el tema que les hizo saltar por un tiempo al panorama mainstream, In my dreams, que levantó manos en el aire y más de un salto ante ese comercial y adictivo estribillo, que el cantante nos hizo cantar a pleno pulmón, sus guitarreos, sus coros y el buen rollo que desprende a raudales, bordado con un solo muy rápido.
Conciertos de esos en los que se sale con una amplia sonrisa de satisfacción, y si cabe, con ilusiones renovadas para afrontar el resto del día. Afortunadamente, para no empezar demasiado a saco, tenía el único momento de respiro en todo el día. Porque desde luego, pasaba olímpicamente de quedarme a ver a las Butcher Babies (ya les vi ‘medio engañado’ una vez y me horrorizó su Nu metal…). Así que, sin perder un segundo, me volví al sofá que teníamos en nuestro campamento base. Me lo tomé con calma, charlé un ratillo con el Kolega pero no perdí la noción del tiempo para no faltar un solo minuto al show de los Ensiferum, a los que de repente, me entraron ganas renovadas de ir.
Con el propósito de exprimir hasta la última gota del Leyendas, estaba seguro de que su actuación iba a tener momentos bestiales, como siempre ha sido. Y es que ese Epic / Death Metal, si se enfrenta con el estado anímico adecuado, puede ser una bomba de fiesta y diversión. Dicho y hecho. Ahí estaban los moshpits a pleno rendimiento, desde el principio, ocupando gran parte del recinto mientras la banda daba una cera brutal como Rum, women, victory con la banda bien envalentonada, Janne Parviainen a todo trapo con la batería y Sami Hinkka tocando las notas de su bajo por delante y por detrás del mástil, aparte de lucirse con los coros. Llegaría inmediatamente Token of time, sin bajar un ápice el ritmo, y una introducción narrada nos metería de lleno en Twilight tavern, uno de los cortes más festivos que sonaron, con un tempo hiper-acelerado al final con esos riffs mega-cortantes. Fácilmente, este es el concierto de Ensiferum (al menos de los que he visto, creo que han sido todos) que mejor ha sonado en la historia del Leyendas, haciéndonos olvidar el despropósito de su actuación en la edición de 2016. Con los instrumentos disparando como cañones y una ecualización más que notable, los temas se disfrutaron infinitamente mejor.
Volvieron a liarla parda con Run from the crushing tide, con las voces de Petri Lindroos y las de sus compañeros (limpias y ásperas) combinándose a la perfección en aquel trasfondo vikingo-medieval-festivo en el que lo estábamos pasando a lo grande, teniendo que estar incluso demasiado al tanto de los moshpits, que cada vez se nos acercaban más, al tiempo que la gente coreaba, puño en alto, el estribillo de uno de los grandes baluartes del grupo en directo, In my sword I trust. Cantada por el bajista en su primer fragmento, Midsummer Magic, del último disco de la banda “Thalassic” (posiblemente uno de los más variados de su carrera en cuanto a sonidos) nos mostró la cara más folklórica de la banda, otra fiesta garantizada. Otra de las más deseadas fue la infalible From Afar, 100% espíritu Ensiferum guerrero y ultra épico, del disco homónimo, creando un circulo masivo de lo más destroyer, con blast beats, y con el mismo bajista correteando enloquecido por el escenario para subir más, si cabe, el calor del ambiente. Bajaron un poco los pistones con la también folk Lai Lai Hei, aunque cayó tan en gracia entre el público que muchos de los que estaban allí viéndoles se pusieron, sentados en el suelo, a remar sin descanso, todo un espectáculo. Andromeda fue, quizá, la única que me desentonó en el setlist, sobre todo a esas alturas, pero como cartucho final, tenían guardada una Iron épica y furiosa a más no poder, con voces profundas y muchísima tralla, con la que abandonaron triunfales el escenario.
En el Rock Imperium tuve la ocasión de ver y disfrutar de la escisión de la mítica banda italiana Rhapsody of Fire, pasándomelo a lo grande con músicos de una calidad intachable, la increíble voz de Giacomo Voli y el virtuosismo de Alex Staropoli, entre otros alicientes. Sin embargo, hubo algo que eché de menos: los grandes clásicos de la banda original, esas canciones que me han acompañado y me han hecho vibrar a lo largo de mi vida, una de las bases, sin duda, de mi gran afición al Power Metal. Sin embargo, ha estado de lujo poder disfrutar este verano de ambas versiones del grupo, ya que en el Leyendas sí estarían Luca Turilli, Fabio Lione, Patrice Guers, Dominique Leurquin y mi siempre idolatrado Alex Holzwarth sobre el escenario, desgranando un setlist, además, que todos conocíamos de sobra. Y tengo que decir que la confianza que la banda depositó en sus temas fue visible ya desde el imparable inicio del concierto, con dos de ellos que siempre que les he visto han dejado para el final. Tras la introducción In Tenebris, Dawn of Victory nos hizo ponernos inmediatamente en pie de guerra y agitando los puños. Si bien el sonido comenzó siendo bastante malo, con una batería de Holzwarth que se comía totalmente el resto de instrumentos, fue mejorando poco a poco, y pudimos degustar ese tremendo solo entre Turilli y Leurquin, junto a un agudo extremo de Lione para el final, que casi enlazaron con otro estandarte de la banda, Emeral Sword… ¡nada menos! ¿Qué dejarían, entonces, para el final? Mientras tanto, la guitarra de Turilli seguía emergiendo de la maraña sonora que cada vez se estabilizaba más, y ahora sí, Alex pudo darnos una lección impresionante de dominio del doble bombo sin que los demás instrumentos desaparecieran tras él. Como tan solo dos temas ya llevábamos un subidón que pa qué. Fabio es un frontman que sabe rápidamente ganarse a su público, y además, lo hizo dirigiéndose a nosotros en un español más que aceptable, en un esfuerzo que supimos agradecer, dándolo todo en Wisdom of the kings, otro de esos temas que me puso la piel de gallina con su estribillo tan jodidamente épico, la orquestación disparada pero no demasiado prominente, y el Leyendas entero retumbando al ritmo del doble pedal de Alex, uno de los mejores baterías que ha dado la historia del Power Metal sinfónico.
Ahora las bases sinfónicas incluso quedaban por detrás ante la inmensa tralla de Knightrider of doom (qué pasote de tema, y que ganas de volver a escucharlo…). Todo un ‘tour de resistance’ para Fabio Lione que, empapado en sudor, da la impresión de que los años no pasen por su voz, es realmente de admiración, aunque no solo con los tonos más agudos, sino también dando esos graves tan fabulosos en temas como The wizard's last rhymes, que además, nos trajo un pequeño solo con slaps y virguerías varias a cargo de Patrice Guers, un bajista con una calidad que se sale del mapa, y uno de mis principales puntos de atención cada vez que les he visto en vivo. Pero ahora a Fabio le tocaba ponerse las pilas de nuevo, porque una de las mayores sorpresas del set, Land of immortals, descaradamente épica y bombástica, exigió lo mejor de él, mientras Turilli / Leurquin se marcaban un duelo de 10. Pero para jodidamente épica, esa Lamento Eroico que a más de uno nos hizo estremece ante los tonos más operísticos y profundos de Fabio Lione, descomunal. Un tema con muchísima potencia emotiva. A estas alturas es cuando uno entiende que, aun comenzando con dos hitos como Dawn of Victory o Emerald Sword, la banda puede seguir con la cabeza bien alta el ritmo gracias a otras como Holy Thunderforce, con esa batería atronadora, esas armonías en las guitarras y ese solo que nos puso frenéticos, o Riding the winds of eternity, del venerado “Symphony of enchanted lands”, piedra angular del Epic Symphonic Hollywood Metal, como se auto-describían en sus inicios, esta última dedicada al gran Christopher Lee, con constantes miradas al cielo por parte del vocalista, gran amigo del actor, y visiblemente emocionado. Miradas de complicidad también entre Lione y Leurquin para terminar de darlo todo en Unholy warcry, temarral donde los haya, en el que Turilli, más emocionado que nunca, tocaba con gran pasión cada una de sus notas sin dejar de moverse arriba y abajo, desprendiendo maestría como pocos. El final fue un poco extraño. Los músicos se quedaron tocando mientras sonaba la outro y el vocalista abandonaba el escenario. Todos pensábamos que reaparecería con un último as bajo la manga… pero no fue así, todos pasaron a despedirse (eso sí, muy cercanos) y nos dijeron hasta pronto.
Pero como decía Rainier Wolfcastle, la hora de las risas se acabó. Porque llegaban vibraciones de destrucción masiva al Leyendas ante la impaciente espera de los titanes del Thrash Metal Overkill, y es que todos los que les hemos visto en varias ocasiones ya, sabemos de sobra cómo se las gasta esta gente en directo. Para mí, son siempre imprescindibles. Siendo mi banda favorita del género, mis Dioses del Thrash Metal, este era ya mi séptimo encuentro con ellos, pero las ganas de disfrutarles eran las mismas tal como si fuese mi primera vez. Y es que, incluso más que en disco, es en directo donde los americanos despliegan todo su poder ofensivo de un modo que muy pocas otras bandas consiguen. Estando ya todo el equipo al completo sobre el escenario, y a falta de algo de cohesión en el sonido (tal vez demasiado flojo) con Wrecking crew empezaron a repartir estopa de la buena, envalentonando al personal, hasta que la verdadera explosión fue la salida del inconmensurable Bobby "Blitz", agarrándose a su micro como una lapa y lanzando sus miradas asesinas mientras la potencia sonora iba subiendo enteros, ya a pleno poder con Electric Rattlesnake, uno de los temas más rabiosos y cabreados que ha compuesto la banda en toda su carrera, y sin la cual ya casi no puedo concebir ninguno de sus directos. Abrasadora, lacerante y encabronada… y vaya somanta de hostias nos soltó el batería. Lo de Jason Bittner es increíble. 52 tacos y sigue pareciendo un chaval, no solamente por su aspecto físico, sino a la hora de golpear sus baquetas, con un virtuosismo y una pegada que te dejan el cuello hecho añicos. El circle pit en el que muchos giraban descontroladamente se había hecho inmenso, y casi continuo… y a Bobby esto le encantaba.
La pareja de guitarristas formada por Derek Tailer y Phil Demmel (que sustituye desde hace ya un tiempo a Dave Linsk, retirado temporalmente de la banda por cuestiones personales) también fue de lo mejorcito del show, con una actuación calculada al milímetro, clavando solos y además sonando muy agresivos en cortes como Hello from the gutter o la salvaje Rotten to the core, con un Bobby gritando como un cosaco, con toda esa furia que es una de sus grandes notas de personalidad. Al ritmo de los coros por parte de los guitarristas y el bajista original D.D. Verni, puños levantados entre el público y cada vez más peña entrando en el circle pit. En Bring me the night, otra que nos enceró el pescuezo a base de bien, el gran Jason Bittner era un auténtico caballo desbocado. Bobby salía y entraba al escenario continuamente, y cada vez que reaparecía, lo hacía con más energía, pegándose al micro e inclinando el palo, con muchísima mala hostia y pidiendo cada vez más sangre, con In union we stand o la violenta Ironbound, que tuvo una parte instrumental colosal. Con Elimination, llevaron el bolo a un nuevo nivel de destrucción. Tralla sin piedad ni miramientos con nuestros tímpanos, y un bajo que, cuando se asomaba entre las guitarras / batería, era una auténtica ametralladora, muy distorsionado y agresivo. Overkill están más fuertes que nunca, y como muestra, cualquiera de sus últimos cinco discos, absolutamente descomunales. No voy a negar que eché de menos algo del Horrorscope o incluso del más flojillo W.F.O., pero solo con temas más recientes podrían hacer un concierto de 10, sobre todo si son todos de la altura de Welcome to the Garden State, con aires medio Punk, desfasada y animal al máximo, que ya, tras un mini descanso, dio continuación y carpetazo al setlist con ese cover de The Subhumans que hicieron suya hace muchísimo tiempo, esa Fuck you con la que Bobby lanzó sus últimos desafíos para sacarnos todavía más de quicio.
Con el cuello sacando chispas y la tensión por las nubes (y es que los putos Overkill para mí no tienen rival en lo suyo), el cambio de tercio que vendría a continuación sería muy marcado (tal como comentaba con mi colega Jesús jeje). Independientemente de esto, Opeth era una de MIS BANDAS absolutamente clave de todo el festival y además hacía demasiado tiempo que no les veía, nada menos que ocho años. Entre todos estos factores, y lo que me comentó mi colega Rulor (a quien tuve el placer de saludar al principio de los T/L Rhapsody, qué tía más grande), sencillamente ardía en deseos de sumergirme en su particular mundo de sueños, tristeza y magia. Y precisamente, les cogí con tanta ansia, viví su concierto tan intensamente, que casi lo recuerdo como un sueño.
Luces intensas invadiendo el escenario, creando una ambientación lúgubre para recibir a los portentos suecos, que nunca dejan indiferentes a nadie, pero que siempre hacen las delicias de quienes gustamos de música más enrevesada, ecléctica y casi surrealista. No demasiada gente frente al escenario, lo que por suerte me permitió ver el bolo desde una posición muy cómoda y, sobre todo, alejado ya de los constantes circle pits que ya me tenían hasta los cojones, y terminaron resultando extremadamente molestos durante todos los conciertos, especialmente los del sábado. La presentación estelar fue con Hjärtat vet vad handen gör, el tema que abre su último disco hasta el momento “In Cauda Venenum”, cantada íntegramente en sueco, y a pesar de que faltó algo de volumen en general, el sonido fue muy nítido. En sus casi 9 minutos, la banda se explayó a gusto con sus virtuosismos, mil registros y excentricidades musicales, algo que para mis oídos son palabras muy mayores y una voz increíble por parte del genio indiscutible y maestro de ceremonias Mikael Åkerfeldt, también arropada por la del bajista Martín Méndez. En la segunda parte del tema, mucho más relajada, se pudo apreciar lo bien que sonaba ese particular timbre de la guitarra de Mikael, idéntico al disco. Perfecta para abrir, y para poner en situación a aquellos que no conocían a la banda, de la cadencia y misticismo de los que íbamos a gozar durante todo el concierto, haciendo, sin embargo, alguna concesión a sus trabajos iniciales, más inclinados hacia el Death Metal progresivo. Y para algarabía de todos, metieron también esa maravillosa Ghost of perdition, introducción ambiental incluida, con los esperadísimos y siempre reivindicados guturales que Åkerfeldt ha abandonado por completo con el tiempo. Sin embargo, las partes más cantadas por el público eran las de voces limpias. Desde mi sitio, estaba rodeado de auténticos fans de la banda, que se emocionaban tanto como yo con cada nuevo tema o con esas partes musicales más rebuscadas y extasiantes, esas que te llevan a un nuevo nivel de entendimiento musical. El líder y guitarrista cambiaba de instrumento, ligera mutación de sonido para el tema siguiente, mientras a todo el mundo le dio por gritar su nombre como ‘Miguelito’, a lo que contestó con una sonrisa, comentando que quizá debería cambiarse el nombre. De hecho, pocas veces le he visto tan animado a la hora de conectar con el público.
Volvían a hacernos volar las inconfundibles y trabajadas melodías de Cusp of eternity, con unas partes progresivas absolutamente descomunales, y la sobradamente conocida The devil’s orchard, del “Heritage”, el disco en el que empezó a notarse más claramente ese cambio a sonidos menos cafres y más melódicos. El teclado tuvo mucho protagonismo en ella, sonando de cine, pero sobre todo me fijé en su bajista Martín Méndez y en esas partes ejecutadas a la velocidad de la luz. Profesionalidad, maestría y una coordinación espectacular entre todos los músicos fueron las notas dominantes en el concierto, la pasión, el buen sonido y la soberbia técnica de todos ellos pusieron el resto. Armonías a tres voces (por parte de Åkerfeldt, Fredrik Åkesson y el teclista Joakim Svalberg) le dieron un tono de lo más onírico a The drapery falls, que nos llevó directos a uno de los momentos más intensos de la noche, de esos que invitan a cerrar los ojos y a perderte completamente entre los fragmentos más sensitivos de In my time of need, una de mis favoritas, marcada por la impecable cadencia de Sami Karppinen, batería actual de Therion, que les acompaña en directo, y ese ensoñador y vibrante Hammond. Cuando Åkerfeldt dejase de cantar, nos tocaría hacerlo a nosotros, esa era la condición que nos puso el vocalista. El mismo Sami y el teclista abrían de forma muy progresiva Sorceress para continuar con aquel ambientazo que todavía seguíamos disfrutando con total entrega. Aquellos que no supieron entender esta música tan profunda y extremadamente matizada ya habían abandonado el lugar. De nuevo Åkerfeldt se posicionó como el gran cantante que es sin necesidad de dar berridos. Para despedirse, tenían que hacerlo por todo lo alto, y la pieza escogida fue nada menos que Deliverance… casi 15 minutazos de pura droga opiácea, adictiva hasta el límite, otra de esas que incitaba a cerrar los ojos y dejar que la música te envolviese y penetrase en tu interior, retornando Åkerfeldt con oscuros y profundos guturales para abrir el tema, con arpegios, ambientaciones y bases espectaculares y una última parte súper progresiva con virguerías alucinantes de batería con la que terminé alcanzando el puto nirvana. Sin duda… esta gente está, sencillamente, a otro nivel. Si acaso, eché de menos algo del “Watershed” o de alguno de los cinco primeros álbumes, pero hicieron un gran repaso por casi toda su discografía y épocas, en donde la hora y veinte de actuación se esfumó como si hubiesen sido 10 minutos.
Tras el subidón de Opeth, llevándome a alturas sensoriales a las que muy pocos grupos son capaces, la verdad es que las restantes bandas del cartel, a priori, no me apetecían demasiado. Habría sido, de hecho, un final inmejorable para este Leyendas del Rock 2022. Pero como dije, hoy fue el día de ‘las bandas que no tenía pensado ver y al final acabé viendo’, así que, en pos de continuar exprimiendo el festival hasta los topes, hice un esfuerzo y me acerqué, pasado un ratito, al concierto de Epica, donde además estaban mis colegas Kurro y Momo. Tras acercarnos a por los últimos cubatillas de la noche al contundente ritmo de temas como Victims of Contingency o Storm the sorrow, nos paramos a centrarnos ya en el concierto y a partir de Unchain Utopia, desmelenándonos ya muy gusto y muy animados, y el gran culpable de esto, en parte, fue el grandioso sonido que tuvo en aquel concierto el escenario Jesús de la Rosa, posiblemente uno de los mejores de todo el festival. Batería aplastante, guitarras sólidas y con mucho punch, y la celestial voz de Simone Simons con un traje tan bombástico como de costumbre, deleitando nuestros oídos. El escenario, guardado por dos gigantescas cobras de metal que se alzaban casi más allá del techo ya garantizaba un concierto muy visual, plagado de humo y fuego que salían por la boca de estas. Mark Jansen, auténtica alma compositiva en Epica, le metía al headbanging con la poderosa The skeleton key mientras su compañero, Isaac Delahaye, se situaba en la altura superior del montaje, también muy metido en faena. El repertorio fue algo distinto a las últimas veces que les he visto, lo cual en cierto modo es de agradecer, porque ya han sido muchas veces frente a ellos. Particularmente abonados al Leyendas del Rock, esta era la quinta vez que pisaban el festival. Y lo extraño no fue que tocaran Cry for the moon, lo que fue inusual es que lo hiciesen a mitad de concierto, a sabiendas de que es uno de sus grandes hits. Comenzada tan solo con el teclado de Coen Janssen y la dulce voz de Simone, le metieron un buen punto emotivo, y finalmente, se explayaron con ella hasta llegar casi a los 10 minutos con el motivo de celebrar los 20 años de existencia de la banda, que no son moco de pavo.
Hablando de teclados, una pasada por varios motivos, primero por el original y llamativo keytar que portaba el teclista mientras se paseaba por el escenario, y segundo, porque un segundo teclado, con raíles incluidos para su desplazamiento, se alzaba en la parte alta del escenario. El imparable ritmo y los contundentes baquetazos de Ariën van Weesenbeek en la batería (quien también puso su granito de arena en los coros) para Sancta Terra nos pusieron de nuevo a doblar el lomo… a nosotros y a todos los de la banda, lo cual daba una sensación de compenetración total. De hecho, hubo muchísimo movimiento encima del escenario, con todos los músicos pasándoselo en grande y transmitiéndolo. The obsessive devotion es una de esas que nunca pueden faltar en sus setlist… ¡¡y cómo sonó!! de principio a fin, apabullante, gracias a la pulcritud y potencia sonora que estaban teniendo. Simone, situada en el mismo centro del escenario (y de las atenciones), hizo una interpretación que fue un auténtico deleite en los 7 minutos del tema, voces rasgadas, líricas, limpias… y todo ello, enamorándonos continuamente con sus dotes escénicos y su belleza, por la que parece que no pasen los años. Cabría todavía algún clásico, pero también alguna de su “Omega” del 2021 como la étnica Code of life, con el escenario envuelto por unas intensas luces amarillas y una potencia desmesurada en la batería, especialmente en la parte final. La intención de Mark Jansen de ponernos a todos a saltar con Beyond the matrix funcionó a la perfección, y de nuevo vimos como la banda predicaba con el ejemplo, en un maremágnum coordinado de botes en el que participaron todos los músicos. Buenos guturales también, de Mark Jansen, y prácticamente de todos sus compañeros. En tal punto estaban los ánimos de la gente que, visto lo visto, la vocalista llegó a pedir un wall of death para rematar el concierto por todo lo alto, con Consign to oblivion (otra de mis favoritísimas del grupo), que recibimos de mil amores, y que pronto se transformó en un mar de melenas al viento hasta donde alcanzaba la vista. Un placer como siempre volver a verles en nuestro querido Leyendas del Rock triunfando.
Con muchos otros grupos, uno podría llegar a dudar de si conseguirían levantar al personal tras tantas horas de conciertos y estando bien entrada ya la madrugada. Con Angelus Apatrida, jamás. La potencia y la agresividad que es santo y seña de su música la llevan consigo hasta el fin del mundo, sea en casa, o a la otra punta del país, o al otro extremo del mundo. Y con un discazo tan brutal como es ese homónimo “Angelus Apatrida” bajo el brazo, debíamos prepararnos seriamente para la masacre final y definitiva del Leyendas del Rock. Siempre cercanos, siempre tan divertidos, pero sin perder ni un solo segundo, salieron al trapo, a piñón fijo con varias de este último ‘retoño’, como Bleed the crown y la rabiosa Indoctrinate, provocando ya una liada entre la peña de padre y muy señor nuestro, y lo que es peor, estando ya la hierba del recinto totalmente aniquilada, una polvareda que pasados unos cuantos minutos de concierto, haría prácticamente imposible respirar con normalidad. Nunca les he visto en un solo concierto (de las más de 15 veces que he estado frente a ellos) en que no se mostraran a gusto y confiados, pero en esta ocasión, prácticamente en casa y en un festival que siempre les ha tratado de lujo y ha contado con ellos en infinidad de ocasiones, la sensación se acentuó todavía más. Así nos lo contaban, antes de seguir con la tralla burra de One of us, retumbando a muerte la batería de Víctor Valera, un jodido portento a los parches que nunca, nunca se cansa de aplastarlos con violencia. Tras ella, venía el saludo de rigor, las desternillantes bromas y discursos de Guillermo ‘fucking’ Izquierdo pero también esas palabras más serias refiriéndose a los daños que la pandemia ha causado, tanto en la gente como en el mundo de los conciertos (en mi caso, ambas cosas fueron íntimamente ligadas)… y de la alegría que es poder volver a vivir sin esas cadenas. Retahíla de destrucción con Vomitive (y ese pedacito que se dejaron caer del Hollow de Pantera, si mal no recuerdo), Of men and tyrants (que presentaron como un tema para ‘echarse un bailecito’) y otra de su “Angelus Apatrida”, tremendísima y arrasadora Chilhood’s End con unas mortíferas guitarras / solos a toda hostia por parte de Guillermo y David G. Álvarez.
Y es que poco se habla de la calidad como guitarristas de esta pareja de titanes. Su velocidad, su actitud y la forma en que se complementan son sencillamente de libro. Violent dawn es otra fija desde hace mucho tiempo en directo, pero es que es perfecta, una salvajada sónica que te echa los pelos p’atrás. We stand alone (me flipan esos riffs…) estuvo dedicada, una vez más, a las víctimas de la pandemia, y a lo mucho que han tenido que luchar las bandas y la industria musical en general para pasar el mal trago. Así, como auto-recargados de energía por esas palabras, volvieron a subir las revoluciones al máximo, al nivel de bombardeo atómico con Give’Em War, con unos bajos y al mismo tiempo, unos coros de José J. Izquierdo que daba gusto verle. Y además, todavía más acelerada de lo que suena en disco. Con este pelotazo continuaba agrandándose el circle pit y todos gritábamos como condenados el estribillo, puños en alto. Incluso hubo de aquel que lanzó su gorra de la Caja Rural hacia el escenario jajaja. A pesar del cansancio, muy corto se me estaba haciendo el concierto, dándome cuenta de que los bises estaban al caer. Eso sí, cuando escuché ese característico crujido de huesos, antesala de Sharpen the guillotine, supe me iba a dejar el puto cuello con ella, con el mayor de los desprecios, y es que este corte, como ya he dicho infinidad de veces, me vuelve loco. Esa agresividad en las baterías y esas voces limpias me flipan una bestialidad. Claro que la polvareda ya era insoportable, y tras terminar el corte nos tuvimos que echar a un lado para poder respirar, porque Serpents on parade, tampoco iba de broma, con Guillermo desplegando toda su furia vocal y esa incontenible actitud para la recta final del bolo. Con esa pasión y energía, desde luego, siempre serán imparables, imbatibles, y para mí ya hace muchísimos años que ocupan, en mi clasificación personal, el título de mejor banda de Thrash Metal nacional de la historia. La última bala, apuntando entre ceja y ceja, y con la banda ya despidiéndose, fue You Are Next, último tema del Leyendas para mí, vivida hasta el límite y además, como fue la tónica de todo el concierto, sonando impecable. Brutales es poco.
Y hasta aquí, al menos por mi parte, fue lo que dio el Leyendas, que no fue precisamente poco, con 26 actuaciones presenciadas y prácticamente los cuatro días al pie del cañón de principio a fin, dejándome la piel (si no es así, no es un festival como está ‘mandao’) y desquitándome todo lo que he podido de estos dos años de mierda que he pasado sin nuestro más querido festival. En este último día, me tocó también volver solo a casa, pero ni rastro de cerdos en la carretera. Lo que no tuvo precio si me permitís un último detalle, fue abandonar la zona de aparcamiento y ver como los encargados de la vigilancia de la zona, a pesar del cansancio acumulado que llevarían y de las horas que todavía les quedaban por delante, nos despedían, a todos y cada uno de los vehículos que pasaban por su lado, con un adiós y una sonrisa. Son pequeños detalles que terminan de alegrarte el festival.
Este ha sido, un verano complicado para los festivales, que han recibido más críticas que nunca, y todo hay que decirlo, bien merecidas. El Leyendas no ha escapado de ellas, destacando las que hacen referencia a la subida de precios (que lo sitúan ya prácticamente al nivel de los más caros, y lo de la comida de los foodtrucks ya es directamente un atraco), a la escasa higiene de los servicios, de la ausencia de gradas o las cancelaciones de última hora, en algunos casos, con paupérrimas o nulas reposiciones. Desde luego, son aspectos que se han de corregir tan pronto y de la forma más eficiente que sea posible, porque lo que no puede ser es que año tras año el precio de la entrada suba de forma considerable y no la calidad de las instalaciones o el caché del cartel. Sin embargo, creo que los aspectos positivos han ganado por goleada a los negativos. Una buena organización (salvando lo dicho), una zona de sombra más amplia, los tokens de regalo (aunque a mí no me hicieron mucho papel…) y la amable atención del personal, pero sobre todo, lo más importante para mí en un festival por encima del resto, un sonido más que digno (aunque parezca imposible, este año ha superado al Barcelona Rock Fest de lejos). Espero ansioso ya las confirmaciones para el año que viene, y comprobar si realmente va a merecer la pena haber pagado por una entrada casi duplicada de precio respecto a la última vez. Al menos, este año la ha merecido de sobra. El buen rollo, civismo y ambientazo familiar que hemos vivido la gran mayoría siempre fueron algunos de los grandes valores del Leyendas que en este año, tras soportar una larga agonía sin festivales, han estado más presentes que nunca. De hecho, de entre los cinco que me he metido pal cuerpo este año (Monsters of Rock Cruise, Rock Imperium, Barcelona Rock Fest, Rock Arena y este Leyendas) y haciendo balance de disgustos / alegrías, diría que ha sido del que más contento he salido.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Leyendas del Rock 2022 (sábado 05-08-22, Villena)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te ha gustado la crónica, estuviste allí o quieres sugerir alguna corrección, ¡comenta!