Salimos desde Salou sobre las 19:00 de la tarde, a tutiplén, con una botella de Puerto de indias en el maletero y confiando en llegar a tiempo para el primer concierto de la jornada. El tiempo no era el único factor en contra, ya que el clima amenazaba con serias tormentas desde hacía días en la previsión del viernes. Afortunadamente, desde su página de Facebook, la organización lanzaba un mensaje bastante tranquilizador: probablemente no habría lluvia y el montaje y las preparaciones continuaban adelante. Llegamos a nuestro destino sobre las 20:30, tras haber sufrido alguna que otra retención de tráfico, y aparcamos bastante lejos del festival, en una zona ya conocida de otros años. Allí nos echamos el primer cubata de la tarde para amenizar el largo camino que teníamos por delante.
A la broma, esta es la quinta ocasión consecutiva en la que acudo ya, y aunque todavía me considero un novato en el festival (lo dicho, son nada menos que casi 30 las ediciones que se han celebrado hasta la fecha…) lo cierto es que año a año le cojo más cariño por el gran ambiente que siempre se percibe dentro de su enorme recinto. Una ocasión siempre especial a la que espero poder seguir acudiendo durante muchos más años. A parte de lo dicho y de las grandes bandas, otro aliciente enorme para estar allí el pasado viernes fue la compañía. Mano a mano con mi chica (que tuvo que hacer verdaderas cabriolas con su trabajo, horarios, etc. para poder asistir), nada más llegar nos encontramos con mi gran colega Elena (Girona), Marcos, y Elena (Valencia), que fueron, como siempre, unos compañeros de festival inmejorables con quienes siempre es un placer compartir noches de este calibre.
Vimos junto a ellos los primeros compases del primer bolo de la noche, hablando sobre conciertos y demás, mientras los barceloneses Evnen descargaban sus enfurecidos temas sobre los primeros minutos de aquella cálida noche. A decir verdad, y aunque llegamos a buena hora para verles (comenzaron su actuación justo cuando entrábamos al recinto), entre charlar con l@s colegas y hacer la kilométrica cola que nos encontramos para pillar tickets, no pude presenciar demasiado de su actuación, pero eso sí, lo que vi, lo disfruté, y estoy seguro de que ellos hicieron lo propio con su concierto, dados los agradecimientos que lanzaron al público y lo contentos que se les veía por poder tocar, al fin, en el gran Ripollet Rock, en casa. Desplegaron todo su talento escénico desde el minuto uno, para desgranar temas incluidos en sus dos trabajos y también en el sencillo que lanzaron en 2021, y del que se sienten tremendamente orgullosos a tenor de lo leído en diversas entrevistas. Incursus, si no me equivoco, fue una de las primeras en caer, con las potentes guitarras de Diego y Jordi a degüello, y aunque el sonido que tuvieron estuvo lejos de ser realmente bueno, sí pudimos apreciar esas características melodías de su estilo tan personal. Tuvieron un percance con el sonido, que apenas duró unos minutos, y que afortunadamente se solventó rápidamente, quedando tan solo en un susto. Signati, tema que cierra su “Act II”, nos devolvió a los Evnen más oscuros y cabreados, con mucha carga de batería / doble pedal por parte de Yann Parés, cuyo trabajo fue uno de los que más me gustó del concierto, muy activo, con gran actitud y apasionado. Bastante movimiento y melenas al viento durante todo el show, aunque el vocalista Jonathan Plaza y el bajista Daniel las llevaron todo el concierto cubiertas con una capucha, algo también muy simbólico en su imagen. Buenas melodías, mucha tralla pero sin renunciar a estructuras más modernas en algunos de sus cortes, especialmente los del “Act II”, algo que no me terminó de convencer en las escuchas de sus discos, pero que ganó bastante en directo. Suffering, en su versión regrabada para el EP “Amygdala” (no dejéis de escucharlo si os mola el Death ennegrecido con algún toque más contemporáneo) fue recibida con los brazos abiertos, tal vez la canción más reconocida del set y Falling into darkness, con esos punteos / arpegios tan guapos y atmosféricos en su parte central, terminaron de alegrar la noche a los seguidores, tanto de la banda como de los sonidos más extremos en general.
Otros a quienes se vio la mar de contentos y emocionados por volver a tocar en casa fue a los barceloneses Kilmara, a quienes conocí precisamente en otro festival catalán, en aquel Rock Fest Barcelona del 2019. Entonces me dejaron una buena impresión, un Heavy Metal con muy buenas melodías mezcladas con riffs eléctricos y contundentes. Lamentablemente, en esta ocasión no pudimos disfrutar más que de los dos temas con los que cerraron su show, y mira que les tenía ganas… pero las opciones para cenar en el festival no eran nada viables para mí (por mucho que se trate de apoyar a un festival, jamás en la vida pagaré ocho euros y medio por un bocadillo, sea de lo que sea, ni precios desorbitados por porciones ridículas) así que nos desplazamos fuera del recinto hasta un bar cercano, donde sí pudimos llenar el buche a gusto y a un precio más humano. Ya bien saciados, volvimos todo lo deprisa que pudimos, para llegar ya con uno de los últimos temas, Power of the Mind, que la banda ha presentado ya varias veces en vivo, pero que todavía no está grabado, y que formará parte del nuevo trabajo que la banda ya está preparando. Me encantó tanto la melodía del estribillo (sobre todo a nivel vocal) y ese mensaje tan necesario entre los de nuestra especie. Con Out from the darkness… esta sí contenida en su última creación hasta el momento, “Across the realm of time” (y para la que grabaron un videoclip cojonudo), los músicos pusieron toda la carne en el asador, con Dani Ponce luciendo esos movimientos hacia atrás, animando al personal, y constantemente acercándose a su compañero John ‘Kilmara’, guitarrista y líder de la banda, al tiempo que el bajista Didac terminaba de rodillas en los últimos acordes, entre aplausos de sus seguidores y de todo el público que se acercó a las primeras filas para degustar mejor su actuación. De verdad que siento, por mí y por la banda, no haber podido verles de principio a fin, espero tener pronto otra ocasión y que sigan haciendo las cosas tan bien como hasta ahora.
Nos acercamos a la barra a refrescarnos con un litro de kalimotxo. Decir que este año fue, de entre los que he ido, el que menos he tenido que esperar para tener mis bebidas. El personal de la barra se lo curró a muerte, rápidos y eficientes, y la organización en este sentido estuvo muy bien coordinada (no tanto a la hora de despachar los tickets). Un saludo y agradecimiento para todos esos currantes que, año tras año, se dejan la piel para que todo salga lo mejor posible en uno de los festivales más emblemáticos de la historia del Rock y el Metal de Catalunya. La verdad es que los precios habían subido respecto a anteriores ediciones, pero siendo la principal fuente de ingresos para quienes montan todo esto, siempre con entrada gratuita, parece que no duela tanto pagarlos… hasta cierto punto.
Lo dije la última vez que les vi, no hace ni un mes, y me reitero ahora: Easy Rider eran, para mí, una de los principales atractivos en este cartel del Ripollet Rock 2022. No tengo tantas ocasiones como me gustaría de disfrutar de la que es una de mis bandas favoritas de Heavy Metal patrio desde hace… la tira de años, y verles sobre el gigantesco escenario del festival era algo que no podía perderme. Con este último bien iluminado y las pertinentes presentaciones hechas, corrí hasta las primeras filas, donde todavía había un buen hueco, para poder verles bien cerca, y con Perfecta creación, destaparon el tarro de las esencias, con esa gran actitud de la que siempre hacen gala. El trío original compuesto por los hermanos Javier y José A. Villanueva y el guitarrista Daniel Castellanos, forman el principal motor del sonido Easy Rider, son como una maquinaria perfectamente engrasada, y rápidamente saltaron hasta la primera línea de escenario como diciendo: aquí estamos, a los que se unió, tras unos segundos, la malagueña Dess, su actual vocalista, en quien han encontrado la perfecta combinación entre una espectacular frontwoman y una vocalista con un talento enorme y mucha hambre de escenario, como demostró sobradamente (en ambas facetas), en Lord of the storm, tirando de pulmones a la hora de resolver ese estribillo sobradamente conocido, pidiendo palmas al público y sin dudarlo, arrodillándose ante nosotros con actitud provocativa. Tuvieron que lidiar, sobre todo al principio, con varios problemillas técnicos que distanciaron un poco los temas, y también con un sonido que, desde luego, fue mucho peor del que merecieron, pero que se fue esclareciendo conforme avanzaba el concierto. Espectaculares las baterías de Seven a cargo de José María Roldán, otro de los más recientes fichajes de la banda, que durante todo el show se lució machacando su instrumento (uno de los que mejor sonó, de hecho) y aportando una fuerza considerable a los temas.
Recorría una vez más Dess el escenario, incansable, e incluso se arriesgaba a invitarnos a cantar los coros del tema. Y digo esto último porque a estas alturas del concierto, la gente en general se mostraba muy fría, casi impasible ante lo que ocurría sobre el escenario. Nunca he podido entender esa sangre de horchata. Afortunadamente, con el paso del tiempo fueron respondiendo más y mejor. Precisamente, Tiempo fue la siguiente en caer, con el escenario bañado en una intensa luz azul, perfecta para la cadencia del tema, y la figura de Dess, junto a la de Javier Villanueva (que se marcó una auténtica demostración de solo de guitarra) sobresaliendo en el borde del escenario. Junto a Dani Castellanos, y debido al pequeño parón obligatorio, tuvieron la oportunidad de marcarse unas virguerías a las guitarras para continuar, ya solventados los problemas (o eso parecía), con Changes, del “Lord of the Storm” que, por cierto, no cayó en el setlist del Leyendas por lo que fue una de las mayores sorpresas. La vocalista no dudó en emplear todas sus dotes escénicas para subir la temperatura, engatusando ya poco a poco a las primeras filas y mostrando un chorro de voz imparable, y es que tanto a nivel de rango como de potencia, me parece una cantante extraordinaria. Como muestra, el botón de Evilution, subiendo la complejidad instrumental, enorme currazo de Javier y Jose A. a las guitarras y sobre todo, destacando esos tempos marcados por José María, que seguiría incendiando su batería con The new Jerusalem, tema que también regrabaron en su EP “Metamorphosis”, con el motivo de la llegada de Dess a la banda, y hay que decir que todas en él suenan con una renovada potencia pero manteniendo, en mayor medida, la esencia de los temas tal como fueron originalmente concebidos. Asimismo, nos presentaron una de recentísima cosecha, esa The Deal (2022) con la que ya tuvimos el gusto de dejarnos el cuello en el Leyendas del Rock, seguramente una de las más cañeras que se han marcado en toda su carrera, con toda la banda tocando de lujo y ese bestial agudo de Dess en la parte central que nos puso a 100.
Pero no se demoraron demasiado, exprimiendo a tope el tiempo del que disponían, una hora escasa que ya sabía yo de antemano que se me haría muy corta. Dedicándonos Savage rage a todos los que estábamos allí gozándolo (a estas alturas se notó una mucho mayor participación por parte del gentío), Javier Villanueva lucía junto a la vocalista esa inconfundible presencia y actitud, con más intensidad incluso, como una señal de que asistíamos a los últimos compases del show y había que entregar hasta la última gota de sudor. Y entonces… precedida por la introducción Vampire prelude (pelos como escarpias por la fantástica interpretación vocal y ese contraste entre los bajos de José Antonio y las guitarras de Javier y Daniel), caía sobre el escenario ese relámpago de puro Heavy Metal llamado Stranger con la que el público, literalmente, explotó a headbanging y puños en alto, y es que siempre es un privilegio escuchar tan magno cañonazo en vivo, que tuvo su zénit en ese descomunal solo, con Javier, José Antonio y Daniel en línea coordinándose como un reloj, y este último quedándose ya solo con un punteo que redondeó el tema. Solamente eché de menos el primer agudo. Imaginaos cómo cambiaron las tornas, que la gente que estaba más parada que una estatua al principio, ahora pedía más temas a gritos. Por cierto, siempre me ha rondado una eterna duda sobre si las primeras notas que abren este último tema (Stranger), y más teniendo esa temática vampírica, no estuvieron en su momento inspiradas en la apertura del Theme of Simon Belmont de Super Castlevania IV. Sea como fuere, salí contentísimo del concierto, y no solo por la entrañable outro que llevan.
Se aproximaba, rápida e inexorablemente (qué rápido pasa el tiempo cuando lo estás pasando tan de puta mare) uno de los momentazos de la noche, probablemente el más esperado por la mayoría de los asistentes. Y es que, aunque los suecos Eclipse son una banda que nos visitan con mucha frecuencia (prácticamente todos los años), nunca es buena idea dejar pasar uno de sus bolos, pues la energía, casi disciplina diría yo, y la brillantez que demuestran en cada uno de ellos les hace más que merecedores del status que han alcanzado con los años en todo el mundo y también en nuestro país.
No creo que hubiese un alma en el Ripollet Rock cuyo nombre no le sonase a gloria. Con mucho entusiasmo fue recibida esa introducción, con fragmentos de distintos temas míticos de la historia del Rock, al menos desde el punto en que nos encontrábamos mi chica, las dos Elenas (jeje) y yo, bastante cerca del escenario. Ya cargando con esa gran guitarra blanca salió Erik Martensson, a tope, como siempre, envuelto en un halo de energía, para darnos las primeras dosis de Hard Rock melódico con Roses on your grave y Saturday Night (Hallelujah), dos temas que destilan excelentes melodías y buenas vibraciones a partes casi iguales, y que ya animaron considerablemente a todo el recinto del Parc dels Pinetons, triunfando esos movimientos tan virtuosos de Victor Crusner a la batería, que además de una pegada soberbia nos ofrecería un espectáculo visual por todo lo alto. La banda se ganó, ya de primeras, esos continuos vítores por parte del respetable, que continuaron agradeciendo con Run for cover y The storm, piezas casi clave en sus directos. La guinda la puso el bajista Philip (por cierto, hermano del batería), quien literalmente no paró quieto en todo el concierto, moviendo tanto la cabeza como el mástil de su bajo, dando vueltas, correteando atrás y adelante… un verdadero torbellino al que vi más activo y entregado que nunca. Para que os hagáis una idea del ambientazo que estábamos viviendo, la gente coreaba incluso hasta partes de los mismos solos, ante la inmensa y visible satisfacción de Erik que, acto seguido, presentaba a sus compañeros para, empuñando por primera vez su pie de micro de color rojo, seguir al trapo con Runaways y esa tremenda esencia ochentera en su melodía (que el vocalista dejó bordadita en directo) o la incluso más comercial Things we love, de nuevo correctísima a nivel vocal y reuniéndose delante del escenario Erik con su guitarra y el gran Magnus Henriksson, un dúo que se compenetró de película durante todo el concierto. ‘Time for some Heavy Metal’!! nos gritaba el vocalista para la potente The masquerade, relajándose después y dejando fluir sus registros más suaves (incluso más versátiles) en la balada Hurt, con unas partes altas estupendas y unas guitarras en su justo punto.
Decir que, aunque a estas alturas el sonido había mejorado bastante, adolecía de ser un tanto bajo y falto de una mayor cohesión, algo que, sin llegar a deslucir los temas, sí se notaba al compararlo con anteriores veces que les he visto. De nuevo un puñado de aplausos para la banda. Erik nos comentaba ahora que iban a tocar una de sus favoritas… muchos ya teníamos claro que era Jaded, y no es para menos, ya que posee un magnetismo enorme en sus puentes y estribillo, unas baterías tremendas… y para rematar, Magnus flipándose dándole vueltas a su guitarra por la espalda. Eclipse no es una banda que se duerma en los laureles a la hora de componer nuevas obras, y mucho menos el típico grupo que vive de rentas. Renuevan con frecuencia parte de su setlist, y si uno se fija, el 90% de los temas que llevan al directo son casi exclusivamente de sus tres o cuatro últimos discos. Esto, por una parte, hace que eche mucho de menos algunos grandes olvidados que me flipan como Breaking my heart o I don’t wanna say I’m sorry, pero como se superan trabajo tras trabajo y pulen tantísimo sus directos, es difícil encontrar alguna fisura en ellos, sea en el aspecto que sea. Nada mejor que un pequeño solo de batería (pequeño, pero contundente, al ritmo de Carmina Burana) para marcar el ecuador del concierto, para que el resto de músicos dieran un respiro, y poder continuar al 100% con un tema en el que nosotros participamos tanto como los propios músicos, en este caso, tan solo Erik (con su acústica) y Magnus sobre el escenario para interpretar la preciosa Battlegrounds, haciendo repetir una y otra vez el estribillo al emocionado público.
Subían de tono, con la banda ya al completo, con The downfall of Eden… ¡y todo el mundo a saltar! (es algo casi inevitable con este tema y esa cadencia de sus guitarras). Haciendo varios guiños a bandas como Pantera, con Walk, o AC/DC con el Thunderstruck, la banda lograba una comunión perfecta con los asistentes, que cada vez estaban más sumergidos en el concierto, y eso también se reflejaba sobre el escenario, con Victor dando vueltas sobre sí mismo en la enérgica Bite the bullet, o Erik haciéndolo alrededor de Magnus en Mary Leigh, del “Paradigm” (no sé si la he llegado a ver en directo antes). El ritmo no bajaba, y llegaban ahora tesituras más pesadas en las guitarras con Black Rain, o adictivas melodías como la de Never look back, ahora sí, con Erik paseando y dando vueltas a su pie de micro como nos tenía acostumbrados en las primeras veces que les vi en directo. Si la gente se desgañitó cantando, sobre todo en esta última, a partir del inicio de los bises es cuando lo dimos absolutamente todo, sudando a mares, cantando y saltando, después de un brevísimo descanso, en la maravillosa Twilight (una que por fuerza debería quedarse siempre en sus directos), en la que Erik nos dio una buena lección del ‘paso del pato’, y que terminó con multitudinarios ‘oeoes’, solamente hasta que llegó, ya para poner ese brochazo de oro… ¡¡Viva la victoria!!, triunfando a lo salvaje por todo el recinto, subiendo a miles de grados la temperatura y dejándonos a todos extasiados.
Nos acercamos a la barra, sorprendentemente despejada, para tomar el último litrito de kalimotxo de la noche (y que nos diera tiempo a sudarlo del todo), con tranquilidad, esperando el envite final de aquel Ripollet Rock. Y si antes he comentado que para mucha gente el momento álgido de esta edición sucedió con la llegada a escena de Eclipse, para mí eran, definitivamente, los alemanes Victory el mayor caramelo del cartel, sin duda alguna. Y es que, ¿quién me iba a decir a mí que algún día llegaría a ver en directo a aquella banda que descubrí, casi por pura casualidad, cuando solo era un pipiolillo? Muchos años han pasado desde entonces, pero gracias (infinitas) al Ripollet Rock, podíamos tenerles de nuevo en nuestro país. A pesar de llevar todo el día acumulado a las espaldas, del cansancio y del alcohol consumido, me encontraba pletórico, con unas ganas de que empezaran que no me cabían en el pecho.
El primer corte, extremadamente puntual, ya me hizo correr desde las afueras del recinto. Como tenía ganas de verles tranquilamente, sin agobios ni molestias ajenas, me quedé algo alejado del escenario, desde un punto que se veía perfectamente y estaba bastante vacío, para poder desquitarme a gusto. El sonido que mostraron, ya desde la inicial Are you ready fue, sencillamente y con muchísima diferencia, el mejor de todo el festival, lo cual todavía me puso más frenético. Guitarras crujientes y pesadas, un sonido inmejorable en las bases y una voz a cargo de Gianni Pontillo que fue, sin exagerar, de lo mejor de todo el concierto. Reconozco que, habiendo escuchado largo, tendido y con inmenso gusto ese discazo llamado “Gods of tomorrow” que sacaron el pasado año, tenía muchas ganas de ver cómo funcionaría Gianni en directo junto a la banda. Y os puedo jurar que, si existía la menor duda sobre el encaje, la calidad o su aguante vocal en vivo, estas se disiparon tanto como las nubes del cielo en aquel momento. Pero es que además, la banda al completo salió a escena afilada como una punta de lanza, con una garra y una energía radiantes, dispuestos a comerse la noche desde el primer segundo de actuación. Los agudos largos, potentes y sostenidos en Take the pace reafirmaron mi confianza en el vocalista, y ya podíamos ver ahí al inconmensurable Herman Frank encarado a su compañero a las guitarras Mike Pesin para ejecutar el solo, y sin perder un ápice del frenético y electrizante ritmo que llevaban hasta el momento, Standing like a rock, también del “Temples of gold” (mi disco favorito junto al “Culture killed the natives”, y el más representado en el setlist) sonó como un tiro entre ceja y ceja, directa al tímpano, con un sonido triturador de batería, contundente y grueso.
Con solamente esas tres canciones, ese inicio demoledor, ya me dejaron babeando, y aquello no había hecho más que comenzar. Gianni se dirigió, además, la mayoría de las veces en español hacia nosotros, calentando el asunto, preguntando si queríamos más caña y conectando casi de inmediato con sus ávidos seguidores. Nos contaba él mismo que era la primera vez que visitaba nuestro país (el pasado año se cancelaron sus conciertos en Madrid y Barcelona) y desde luego vino con ganas de ir a saco. Ese jodido pelotazo que es Rock the neighbours, adrenalina pura en directo que me puso más caliente que el palo un churrero, completó el primer triplete del “Temples of gold”, con unos exquisitos coros por parte de Frank, Mike y Malte Burkert al bajo. Y señores, ¡¡cómo sonaron esos coros!! De hecho, lo hicieron tan espectacularmente bien, que tengo mis dudas de que no estuviesen pregrabados. Si es así, tirón de orejas. Si no, mi más sentida reverencia, porque fue casi como escucharles en disco. Primer corte del “Gods of tomorrow”, de hecho un temazo de mis favoritos llamado Love & Hate en el que Gianni, como el gran frontman que demostró ser (aparte de poseer una voz verdaderamente alucinante), pedía palmas continuamente, y nunca permitió que los humos bajasen entre el público, a quien por otra parte, se le notaba algo cansado. Un cañonazo seguido de otro, y sin dejar tiempo ni para respirar, llegaba ahora el deslumbrante estribillo de Rock 'n' Roll kids forever, en el que el bajista Malte mostró chulería y despatarre a raudales, seguramente envalentonado más aún por el excelente sonido del que estaban disfrutando, y el solo esta vez correspondía a Mike Pesin, que también dio lo suyo a lo largo y ancho del escenario. Si para presentar la anterior se equivocó con el título, ahora sí que sí, ese puto CAÑONAZO llamado Power strikes the earth (coño, es que casi se me saltan las lágrimas) sonó como un derechazo a la mandíbula, una batería altísima, de las que te golpean en el pecho, y por otra parte, el señor Gianni volvió a dejarnos con un palmo de narices ante tamaño aguante vocal en los tonos altos, parecía que no tomaba ni aire, corriendo de un lado al otro del escenario pletórico, sin dejar de cantar.
Esto fue pura dopamina, que nadie se equivoque, un subidón mayúsculo al que seguirían unos cuantos más. Como podéis leer, el repertorio era básicamente un clásico empalmado con otro, para delicia y regocijo de sus fans, pero de vez en cuando colaban alguna más reciente, como fue el caso de Speak up, que en absoluto desentonó, y vuelta al “Culture killed the natives” con la ochentera On the loose, de nuevo dejándome de piedra esos coros (que insisto, creo que eran demasiado buenos para ser reales). Una de las favoritas de Gianni en la que Herman Frank se volvió a quedar a gusto con su solo ejecutado al límite del escenario y con una gran sonrisa de satisfacción. Me encantó, entre muchas otras cosas, el tono vocal y timbre del vocalista, y es que tal como se escuchaba en directo, era prácticamente clavado al de nuestro Fernando García, que militó 8 años en Victory, pero también niquelaba los temas que contaron con Charlie Huhn a las voces, como Feel the fire, otro subidón de esos que me puso los pelos como escarpias, con bases bien marcadas que incitaban enormemente al headbanging continuo y esa deliciosa melodía. En la esperada Check’s in the mail, Herman y Mike compartieron solo a medias, y el vocalista, empeñado en mostrarnos toda su simpatía, cambió la letra del estribillo por ‘quiero una cerveza por favor’ ante el descojone generalizado. Y de ahí, directos a los bises. Paroncete breve y a triunfar por la puerta grande, otra vez, con Don’t tell no lies, en una de las mejores interpretaciones vocales de la noche (y como restallaba la batería, ¡¡qué gustazo!!), y continuando, tras la última despedida y la promesa de volver el año que viene a la península, con algo tan directo y deseado como la misma Temples of gold, una auténtica golosina para un inmejorable final que, aunque me dejó con muchas ganas de más, al mismo tiempo me dejó muy feliz por poder haberles visto tras tantos años a la espera. Por esta y por mil cosas más, ¡¡grande el Ripollet Rock!!
Otro año en Ripollet, y otro triunfo de festival, que para mí ya es el sexto en lo que llevamos de año, y probablemente el último grande al que pueda acudir. Ahora solo falta esperar un añito para ver qué sorpresa, qué evento especial nos tienen preparado para la próxima edición, porque 30 añazos de celebración no se cumplen todos los días. Desde luego, si podemos, allí estaremos de nuevo dándolo todo. Ahora, bastante reventados, no encontrábamos a nuestras compañeras, y ya nos fuimos haciendo la idea de recorrer la hora y pico que nos separaba de casa, pasadas ya las 3 y media, con el fresquito de la madrugada ya cayendo sobre nosotros y la sensación indescriptible de haber disfrutado como locos de otro festival de verano… en versión original.
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Ripollet Rock 2022 (viernes 26-08-22, Parc dels Pinetons, Ripollet)
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