Por la tarde, tuve una previa al concierto con mi colega murciano Aníbal, en la que disfruté a piñón de una buena viciada retro, mi otra gran pasión. Ya a las puertas de la Garaje, esperé impacientemente a que se acercara el gran momento. La verdad, no esperaba encontrar a ninguna cara conocida por allí. Siempre he dicho que Paradise Lost es una banda para oídos selectos, para gente con criterio. Y verles en sala por primera vez fue una experiencia increíble, y mucho más gratificante incluso que hacerlo en festival, por el simple hecho de saber que todos los que se congregan allí van a disfrutar exclusivamente de sus temas, se respira mucho más ambiente, calor, pasión y ganas de vivirlos. Las ganas infinitas estaban presentes, las expectativas por las nubes, ya solo faltaba sacar la entrada del bolsillo, traspasar el umbral de la sala… y a gozar por todo lo alto, tocasen lo que tocasen, estaba impaciente por ver qué setlist nos tenían preparado.
Sin embargo, no nos lancemos todavía, porque para calentar bien motores, teníamos a unos catalanes que llevan ya más de 15 años de carrera a sus espaldas. Su nombre es Obsidian Kingdom, y su concierto fue, a nivel musical y escénico, uno de los más impactantes y experimentales que he podido disfrutar en muchísimo tiempo. Si considero que el sonido de Paradise Lost no es apto para todos los oídos, esta apreciación se eleva hasta el infinito si hablamos de la banda que abrió para ellos. Su estilo es totalmente inclasificable, no hay etiquetas que valgan… o viéndolo de otro modo, más bien las aglutinan prácticamente todas. Hay cantidad de esquemas progresivos, una técnica instrumental pasmosa, hay retazos de Black / Death, hay pinceladas de Noise, de Djent, de Groove, de Sludge y de industrial, también hay toques modernos bastante evidentes… una amalgama de tesituras e inspiraciones que escapan a cualquier esquema preestablecido, casi interminables, que solo pueden disfrutarse al 100% con la mente de par en par. E incluso aunque eso no suceda, ya advierto que, solamente por el hecho de poder disfrutar de músicos de ese nivel tan elevado, ya merece la pena acudir a cualquiera de sus conciertos. Pero antes de meterme de lleno con la crónica, tirón de orejas para la sala por el tema del aire acondicionado. No es que se estuviera fresquito. ¡¡Es que era una jodida nevera!! No entiendo la necesidad de ponerlo a tope, no tiene sentido estando a finales de octubre y menos en plena crisis energética. Además, intenté salir a coger una manga del coche (yo no puedo permitirme comprarme una, así por las buenas) y tampoco me dejaron salir. Si no pesqué una pulmonía, será de milagro.
Ahora sí, con la sala felizmente llena, comenzó a saturarse de humo el escenario, con una iluminación muy apagada, creando el caldo de cultivo perfecto para la ambientación de pesadilla y locura en el que nos sumirían Obsidian Kingdom con su música. Tras una intro oscura y ruidosa, y con unos arpegios acústicos, daba comienzo el primer tema llamado MEAT STAR, con un posterior contraste brutal, que sirvió para prepararnos para lo que vendría: choques rítmicos, tempos imposibles, riffs machacones, cambios a porrillo, voces desquiciadas… y estas últimas, apoyadas puntualmente por coros. Su vocalista, guitarrista y alma de la banda, Rider G Omega, se sinceraba con nosotros: venía muy tocado de la voz, y de hecho, las fechas posteriores a esta habían sido, directamente, canceladas. Era evidente, ya que le costaba incluso hablar. Pero qué queréis que os diga. Creo que ese esfuerzo de echarle huevos, de arriesgar, y de ir a por todas aunque no sea en las mejores condiciones, es parte de la valía de un grupo, y creo que solo por ello ya merecieron nuestro respeto. Además, creo que hizo un trabajo más que digno, al menos por lo que pude escuchar desde mi posición, que por cierto tuve que retrasar en el segundo tema unas cuantas filas debido al brutal y desmesurado volumen e intensidad con la que sonaron al inicio. Ya más cómodo, continué disfrutando, cada vez más y más metido en el concierto, de temas como Last of the light (nótese que muchos de ellos tuvieron una intro narrada) y, literalmente empalmada, la instrumental Haunts of the underworld, como una forma de alargar el primer tema, y por supuesto, demostrar de qué pasta estaban hechos los músicos, sacándose de la manga unos ritmos aplastantes, destacando una batería tremendamente técnica, espectacular por momentos, de Basil de Virgo, que forma parte de la banda desde hace un año. No sería la única vez que nos ofrecerían varios temas empalmados, sin descanso, pero perfectamente compactados y sin desentonar en absoluto, ganando por goleada en representación su primer LP (“Mantiis - An agony in fourteen bites”).
Una de las partes instrumentales que más me gustó de todo el show fue la de Endless wall, mientras la banda al completo metía headbanging, con estructuras y ritmos totalmente hipnóticos que cada vez contagiaban más al público, y un doble bombo cada vez más presente que terminaría ametrallándonos, muy bien complementado con el bajo de Zero Ale Rik, la entrada más reciente en la banda, pero a quien ya se le vio muy entregado. Fingers in anguish rompió completamente el patrón del concierto. A pesar de las dificultades, Rider G Omega hizo un gran trabajo con esas voces limpias, casi sin acompañamiento, unos sutiles arpegios, un bajo marcando el ritmo y poco más, un tema corto y tranquilo que continuaron, sin detenerse un segundo, con Ball-Rooms. Las luces, que al principio resultaban algo molestas (sobre todo la roja vertical), ya eran una parte más del espectáculo, dejándonos percibir tan solo las siluetas de los músicos y reforzando ese clima tan bizarro, profundo, y casi claustrofóbico que consiguieron crear. Exprimiendo su tiempo de actuación al máximo, la atronadora batería (por momentos, casi Black) de Basil nos devolvía a la cara más cañera de la banda en la siguiente Cinnamon balls, ya casi llegando al final. Muy apreciable esa sincronía entre las guitarras de Viral Vector Lips y Rider G Omega, y esos ritmos matemáticamente perfectos que recuerdan a bandas como Meshuggah o Leprous (para que veáis el nivel), y que terminaron por poner a todos los asistentes a doblegar el cuello. Dejaron ya un espacio para presentar la segunda y última en sonar de su último trabajo “Meat Machine”, llamada THE PUMP (por favor, no dejéis de deleitaros con ese videoclip tan deliciosamente enfermizo), en donde Rider se liberó de su guitarra, posicionándose al frente del escenario con toda la entrega del mundo y mostrando todo su elenco de registros vocales. Finiquitado el concierto, me quedé con una gran impresión (tal como otros me comentaron), la de un gran descubrimiento en vivo, aunque es uno de esos conciertos que uno necesita tiempo para asimilar del todo, por su explosividad en cuanto a ritmos y esa amplia mezcolanza de estilos y registros que nuestras, a veces, encorsetadas mentes, no son capaces de digerir inmediatamente. Siento no poner fotos del concierto, pero todas las que hice salieron horribles debido a la iluminación.
Puesto que, como digo, no se permitía la salida de la sala hasta que no terminase el concierto principal, me arrimé a la zona de fumadores. Una gran sorpresa encontrarme por allí a Edu, de Elche, (guitarrista de War Dogs y Chantrice) y, de Valencia, a Félix, y a su colega Antonio, con quienes compartí unos ratos muy entretenidos e hicieron que los tiempos muertos pasasen de forma mucho más agradable. La sala durante los teloneros ya estaba considerablemente llena, pero a partir de ese momento, pasó a estar absolutamente abarrotada de gente. Por una parte, me alegra que siendo un miércoles la gente haya respondido tan bien a un concierto, en verdad, tan apetecible, pero por otra, las cosas se me habían puesto difíciles para avanzar entre la multitud, puesto que todos estaban ya como sardinas enlatadas. Poco a poco fui buscándome un buen sitio antes de que los Paradise Lost salieran a escena. Afortunadamente, estuve bien acompañado entre gente que vivió el concierto a tope desde el primer segundo. Y el hecho en sí, aunque no conociera a nadie, ya es todo un placer, puesto que nunca he visto un concierto de los ingleses junto a nadie que supiese apreciar su grandeza.
No podría habérseme ocurrido un tema mejor con el que abrir que no fuese Enchantment, apuesta segura que inmediatamente puso a todos los asistentes a cantar y dar muestras de alegría, y donde además ya intuimos que, salvo ligeras irregularidades, el sonido iba a ser fuerte, sólido y bastante claro. Así, Forsaken sonó incluso mejor, con todos los instrumentos equilibrados, y flipándonos ese solo del siempre apasionado Greg Mackintosh, luciendo sus rastas a la diestra de su señoría Nick Holmes. El ritmo, subió varios enteros con Blood and Chaos, único exponente pero muy bien seleccionado de “Medusa”, amparada por esas rojas luces del escenario, con el vocalista todavía mostrándose muy estático, cosa por otra parte habitual en él en los primeros cortes. La electricidad en el ambiente, gracias a esos temas tan selectos y al excelente sonido, estaba ya por las nubes, y para mí, Faith divide us – Death unite us fue uno de los puntos álgidos de todo el show, con esa melodía vocal decadente, angustiosa, desgarradora… tan bien interpretada por Nick, con efecto oscilante de voz incluido en el inicio. Una imprescindible en sus conciertos que nos sumergió a todos en su particular universo de oscuridad. Tras la batería, Waltteri Väyrynen (que ha pasado a engrosar las filas de Opeth) fue sustituido hace un mes escaso por Guido Montanarini, que hizo valer su experiencia y pegada, especialmente en temas más brutos como Eternal (¡del “Gothic”!), que sorprendió y a propios y extraños, para relajarse bastante en One second, otra de las que puso patas arriba la sala, con intro de piano pregrabada, guitarras más gruesas (en directo mola mucho más) y esa flipante melodía que nos encandiló a todos, quizá con la virtud de la nostalgia, de otros tiempos, de otros caminos musicales que tomó la banda y que, afortunadamente, supieron reencauzar correctamente.
Muy animado también, durante todo el concierto, Aaron Aedy, disparando a degüello esos riffs contundentes de Serenity u otra imprescindible (que anteriormente empleaban para despedirse), The enemy, que puso ipso facto a toda la sala a cantar esos coros pregrabados, y en la que Nick nos mostraba su faceta vocal más limpia y melódica. Otro temazo gigantesco que hace aflorar cientos de emociones en unos pocos minutos. Continuaban repasando su discografía, y esta vez se detuvieron en el “Shades of God”, posiblemente el disco que más ayudó a definir su sonido, con As I die, otra muestra de que apostaban a ganar, sin arriesgar demasiado pero soltándonos de vez en cuando alguna joya no tan fácil de ver en sus directos. Aquí destacaría el potente e intenso sonido del bajo de Steve Edmondson, aunque a veces resultaba demasiado alto cuando quedaba expuesto. Por cierto, impresionante que, salvando los múltiples cambios de bateristas, los cuatro componentes restantes sigan siendo exactamente los mismos que cuando comenzaron su carrera, en 1988. Muy pocas bandas tan longevas pueden enorgullecerse de ostentar tal integridad. Nick comenzaba a mostrarse un poco más activo, inclinando el palo de su micro, y animándose especialmente con los guturales. Muy lenta entró The devil embraced, otra de las que nos regalaron en la noche de su “Obsidian”, agónica y casi Doom, y sin embargo, una de aquellas en la que más virguerías se permitió el batería Guido Montanarini, cuyo instrumento, por cierto, sonaba como un trueno. Esa base rítmica impecable formada por este último y Steve Edmondson llegó a uno de sus máximos niveles de calidad en The last time, que volvió a encender la sala, con todo el público levantando las manos, cantando y demostrando amor por la banda. A mi alrededor ya sonaban frases como ‘¡vaya conciertazo!’, ‘están sonando increíbles’ o ‘van temazo tras temazo’. Y dichas afirmaciones, todas ellas, eran completamente ciertas.
Nos estaban ofreciendo un concierto para chuparse los dedos, en donde el perpetuo movimiento del dúo Greg / Aaron contrastaba con el más sosegado Nick Holmes, pero este, a su vez, desplegaba todo su carisma y clase sobre el escenario, cantando muy bien, presentando casi todos los temas y mostrándose un poco más comunicativo que de costumbre. Potente y machacona (y con crudos guturales), No hope in sight fue la única en sonar del “The plague within”, posiblemente una de las más representativas de su sonido, y la más gótica Say just words, con gran parte de la sala botando en su inicio y un bajo retumbante, nos llevó hasta la salida de la banda del escenario… y a los bises. Desde luego, era todo un reto adivinar qué vendría a continuación. Habían utilizado ya sus mejores ases, las canciones más conocidas y celebradas (aunque faltaron muchísimos temazos, lógicamente). Inexplicablemente, mucha gente abandonó la sala en este punto, y eso me dejó más margen para aproximarme al escenario y más espacio para moverme. Un momento calmado, íntimo, fue el comienzo de Darker thoughts, luciéndose Nick Holmes con un registro más melódico y con unos arpegios acústicos disparados (por qué no los interpretó Aaron, es algo que se me escapa), iluminación oscura y una gran ovación, para pasar a Embers fire, en la cual tal vez disfrutamos del solo más largo y espectacular por parte del inquieto Greg Mackintosh, doblándose ante el límite del escenario. Daban el último respiro, mientras el frontman agradecía y se despedía, para regalarnos el que, a mi entender, es uno de los grandes temas de “Obsidian”, Ghosts, con la que Guido Montanarini terminó quedándose a gusto machacando su batería, casi tanto como la mayoría de nosotros con la actuación de aquella noche. Aunque hubo también aquel que quedó un tanto despagado con los bises, para mi gusto, no obstante, fueron un acierto, ya que me moría de ganas por ver cómo sonaba su último disco en vivo. Lo único que realmente eché de menos fue poder escuchar algo de su “Tragic Idol”, completamente olvidado, y es que me parece quizá el mejor disco que han sacado en los últimos 10 años. Afortunadamente ya tuve el placer de verles con dicha gira en Francia y Eslovenia.
Y poco más que contar, el subidón que me inyectó el concierto era más que suficiente para soportar bien despierto la hora y media de vuelta a casa solo. Me despedí de Félix, Antonio, Rubén, a quien me alegré mucho de ver tras tanto tiempo, y fui ‘haciendo carril’, muy contento por haber visto al fin a una de mis bandas favoritas de todos los tiempos en sala, con su público, con todo el arropamiento que este les dio, y con un setlist que para mí fue grandioso. Entrada cara, sí, pero por mi parte, pagada bien a gusto. Y es que noches así, que se quedan bien grabadas, al final no tiene sentido medirlas por el gasto.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Darkness awaits... (Paradise Lost + Obsidian Kingdom, miércoles 19-10-22, Garaje Beat Club, Murcia)
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