Más allá de algunos tributos aquí y allí, tanto en Valencia como en Alicante y Murcia se celebraran eventos a los que, si hubiese podido partirme en 4 o 5, habría ido sin dudarlo, a riesgo de quedarme sin comer para todas las navidades jeje. Por una parte, teníamos en la sala Babel un espectacular cartel (el festival K.Pit.All Extreme Metal Fest Spain) formado por bandas como Wormed, Barbarian Prophecies o Perennial Isolation que ningún fan del Metal extremo debería haberse perdido. Pölvora, la nueva y flamante banda valenciana de Rock’n’Roll, formada por gente de Jolly Joker, Uzzhuaïa, 13 Millas, Capitan Booster… a la par que estrenaban disco, daban su primer concierto en el Loco Club de Valencia (en los próximos meses ya hablaré largo y tendido sobre ellos, porque les tengo unas ganas que no me aguanto). Y para rematar, los mismísimos Los Zigarros actuaban en la parte grande de la Repvblicca, justo al lado de donde finalmente nos encontrábamos mi chica y yo. Y eso por nombrar solo los más destacados ¡¡Casi nada!! Era uno de esos fines de semana en el que, fueses al que fueses, acertabas, y al mismo tiempo, te quedabas con remordimientos por no haber ido a otro.
Con tantas y tan variadas opciones… me temía que la Repvblicca II quedase algo desangelada, pero afortunadamente, y para mi inmensa alegría, fue totalmente al contrario. Aunque también es cierto que cada banda tiene un público bastante distinto. Sea como fuere, llegamos al polígono industrial de Mislata poco antes de la apertura de puertas. Hacía años (casi no recuerdo ni cuantos) que no pisaba esta parte de la sala, y de primeras me invadieron un montón de recuerdos. Nos encontramos con el gran fotógrafo Pedro J. Delgado, con quien estuvimos charlando un buen rato, y con mi colega Porti, a quien no veía desde el Rock Imperium, otra alegría más para la noche. Como digo, la sala ya presentaba una buena entrada desde el principio, y eso ayudó a entrar en calor rápidamente, faltando ya pocos minutos para que empezase la primera banda, los también valencianos Astral Experience, que nos ofrecieron una antesala para chuparse los dedos.
Cambiando la introducción del “Emovere” (gira en la que les vi por primera vez) por una pieza instrumental, la banda salió a escena inmediatamente después, apostando por su recentísimo último trabajo, el EP llamado “Esclavos del Tiempo - Clepsidra, Pt.1”, concretamente con el primer single que se desveló de este, Marioneta de cristal, en donde ya se pueden apreciar muchos signos de evolución, un sonido algo más endurecido, una instrumentación todavía más pulida y, sobre todo, lo que fue una auténtica lección de técnica por parte de todos sus integrantes, algo que iba a ser la constante de la noche en ambos conciertos. Buena recepción por parte del público, donde se encontraban amigos de la banda y mucha gente, en general, deseando verles en concierto tras tanto tiempo en este arranque de su Clepsidra Tour. Renacer fue un buen paso adelante, potente y progresiva especialmente en su parte final, y con un pedazo de solo de Rubén Albaladejo que volvió a demostrar que las seis cuerdas no guardan ningún misterio para él, rápido, ultra técnico y letal. En este concierto, presentaban a un nuevo miembro de la familia, el bajista Javier, cuya forma de tocar fue para mí uno de los grandes atractivos de la actuación, sin duda un gran fichaje, con una técnica y una precisión muy dignas de la banda, como no podía ser de otro modo. Seguían presentándonos su primera parte del “Esclavos del tiempo” con Mil batallas, que en directo relució mucho, incluso diría que salió ganando, con el vocalista Ovidi Bea cada vez más suelto, entregado, y acertado vocalmente, clavando las notas.
Muy sorprendente también la inclusión de esa balada / medio tiempo (tal vez el tema que menos me esperaba), Ella, en la que, a pesar de su relajado tempo, la batería de Juan sonó con una fuerza tremenda y las teclas de Héctor nos conquistaron a todos, creando una ambientación fantástica. Y todo esto, a pesar de que el sonido no era el mejor, y tampoco sería realmente perfecto durante el concierto de Opera Magna. Volviendo a registros más contundentes, El momento de volar fue una de las grandes del concierto para mí, casi el zénit de este, y su ejecución fue impecable. Rubén, en primera línea, nos dejaba alucinados con sus cambios, su velocidad y su exactitud, la coordinación con su compañero Héctor al teclado fue una verdadera delicia. Nos dejaron cantar casi a capela un fragmento y, como colofón, su vocalista Ovidi repartió cazalla a granel, entre el público y entre sus colegas de banda. Para ese arranque final del tema, abría Juan con su atronadora batería, antes de emprenderla con mi favorita del último EP, Reloj de Arena, melodía de lujo, Javier regalándonos esos dibujos de bajo tan suculentos (muy suelto, para ser su primer bolo con la banda) y el pobre Ovidi que casi se mata al tropezar por la falta de iluminación, sin duda, el aspecto más negativo de aquella noche. Había momentos, de hecho, que era casi imposible ver a algunos componentes de los grupos (de ahí la catastrófica calidad de mis fotos). En la combativa Grita, una furiosa batería por parte de Juan, una cantidad exagerada de humo y los coros de Rubén (que al final cantó también unas frases) pusieron el punto final entre merecidos aplausos y ovaciones. Un conjunto de grandes canciones, músicos de un nivel enorme y un ambiente muy cercano que nos hicieron pasarlo de lujo.
Salimos fuera, bajo la fresca noche valenciana, a echar un cigarrito. Mucha gente a las puertas de la sala. Un nivel de asistencia, como digo, muy digno, y mucho mayor de lo que esperaba en un primer momento. Descansando un ratito antes del gran concierto que nos esperaba (tratándose de Opera Magna, uno ya puede apostar con antelación), nos apalancamos en uno de los numerosos sofás con los que cuenta la sala, todo un detalle, por cierto. Veíamos a los músicos ir y venir, y yo ya me estaba frotando las manos. Cuando vimos que todo el mundo se agolpaba ya, ocupando casi toda la sala, buscamos un buen sitio, esperando que las luces y el humo no entorpecieran demasiado la visibilidad. Con las habituales luces rojas con las que siempre abren sus conciertos, Opera Magna al completo se encontraban ya sobre el escenario, dispuestos a hacernos disfrutar a lo grande. Con una intro suave y armoniosa (si mal no recuerdo, la que abre su tercer acto de “El amor y otros demonios”, Réquiem por un vivo), arriesgaron llevando al directo, y como primer corte, los más de 10 minutos de Lo soñado y lo vivido, una gran sorpresa / alegría en el setlist, que no sería ni mucho menos la única de la noche, con una parte instrumental que ya nos hizo segregar serotonina a borbotones gracias a la astronómica calidad y técnica de todos los músicos, mientras el gran José Vicente Broseta retaba a J. Nula a tocar más y más rápido sus partes de guitarra. Conectaron rápidamente con el público, y nos ofrecieron su mejor cara desde el principio, a pesar de que todavía quedaba ajustar un poco el sonido.
No había hecho más que comenzar y ya nos tenían comiendo de su mano con otra grandísima sorpresa que nos puso a 100, de lo más nuevo, nos llevaban a los orígenes con la grandiosa Tierras de tormento, atronando la Repvblicca con poderoso doble bombo ‘made in’ “El último caballero”, un solo veloz y apuradísimo de F. J. Nula (que se venía arriba con cada nota) y un aguante vocal de Broseta con los fraseos de auténtica reverencia, culminando además con un agudo sostenido de varios segundos. Muy contentos y deseosos de volver a tocar, todos ellos subieron a echar toda la carne en el asador, mostrando la misma ilusión que el primer día que les vi. De hecho, parecen estar más fuertes que nunca, y lo siguieron demostrando con creces con Por un corazón de piedra, otro repaso magistral de solos… y no únicamente del guitarrista, porque Alejandro Penella siempre nos ofrece un verdadero espectáculo de velocidad y aplomo con su instrumento, empleando los dedos la mayor parte del tiempo, concentrado, y clavando meticulosamente cada una de sus complejas partes. Siempre es un privilegio verle tocar, y digo sin exagerar que para mí es uno de los mejores bajistas de este país, un auténtico engranaje de precisión. También a Enri, gran guitarrista y mejor compositor todavía, se le veía pletórico, muy animado, sin parar con el headbanging, acercándose a su compañero Alejandro durante Donde latía un corazón. Entre solos brutales y coros disparados que ahora sí, sonaban bastante bien, Broseta demostró un dominio total tanto de las partes más bajas y suaves como de los agudos más extremos. Excelente sesión de su segundo disco (y mi favorito hasta el momento), “Poe”, nos tenían preparada, empezando a la velocidad de la luz con una que hacía tiempo que no tocaban en directo.
Creo que no veía “El entierro prematuro” desde aquel Leyendas del Rock 2015, y supuso otra de las grandes inesperadas de la noche. Los cambios exactos y medidos hasta el extremo en la batería de Adrià Romero (otro que tal, menuda bestia) le dan ese toque único al tema, que casi empalmaron con El corazón delator, otro verdadero reto para el mismo Adrià y, sobre todo, para José Broseta. Rápida y directa al cuello, Alejandro hizo sus partes con púa, mientras Broseta me confirmó, una vez más, que hay muy pocos vocalistas en el mundo capaces de hacer lo que él hace, esas subidas, esas notas extremadamente altas capaces de helarte la sangre y todo, absolutamente todo, clavado a como suena en disco. Y lleva más de 20 años con el mismo nivel. Ver para creer. Horizontes de gloria llegó algo antes de lo acostumbrado, deseadísima, un golpetazo de Power Metal puro y duro, descaradamente épico y solemnemente triunfador que hizo temblar los cimientos de la Repvblicca II, brillando con luz propia esos teclados de Nacho Sánchez en la parte central, que desembocó en un torbellino de solos, iniciados por el gran Enrique Mompó, inmejorablemente acompañados por las virguerías de Alejandro y sus cuerdas verde fosforito y rematado por ese de F. J. Nula que nos hizo llorar de placer. La no menos épica, pero en otros registros, Hijos de la tempestad, fue una de las más coreadas, acompañando a Broseta en esas melodías tan bien ejecutadas, y esos contrastes rítmicos tan sobresalientemente coordinados, dando paso a otra de mis favoritas de toda la discografía, Después de ti (del primer acto de “El amor y otros demonios”) en la que, sin abusar, también tiraron de partes pregrabadas, coros y orquestaciones, endurecidos por esa muralla de guitarras formada por Enrique y Nula. Muchas sorpresas nos tenían programadas para la recta final.
Un poderoso tema instrumental sirvió también para dejar reposar durante unos minutos la voz de Broseta (que llevaba un ritmo, literalmente, imposible), y que volvió al escenario para seguir deleitándonos con el medio tiempo Una piedra en dos mitades, iniciada por los techados de Nacho, dando un respiro a nuestras cervicales con esa soberbia melodía. De nuevo, volví a flipar con esos bajos de Alejandro. Lo que vino a continuación fue, a partes iguales, una ostentación cósmica de técnica instrumental, y al mismo tiempo, un insuperable homenaje a John Williams y a todas esas legendarias películas como E.T., Star Wars, Superman, Encuentros en la tercera fase, Jurassic Park… a las que ha puesto banda sonora, llevando al directo, íntegro, ese single que sacaron a mediados del año pasado llamado John Williams Tribute y dejándonos con un palmo de narices ante tal orgasmo de calidad. Todavía recuperándonos de la sorpresa, en In Nomine nos invitaban a saltar, a dejarnos la piel, y las palmas de ánimo hacia la banda se extendieron por toda la sala, y con Para siempre llegaba otro de esos grandes desafíos para Broseta, cerrando ya el círculo en el setlist de “El amor y otros demonios”, quien parecía, a estas alturas del concierto, estar todavía al 100%, dándole al headbanging cuando dejaba de cantar ante las poderosas bases de Adrià y Alejandro, coordinados como un reloj. Y por supuesto, destilando esa simpatía y humor que le caracteriza entre tema y tema. La condición para continuar fue que lo diésemos absolutamente todo, mientras también se escucharon ecos de un nuevo disco ya gestándose, y la grandiosa El Pozo y el péndulo, mi gran FAVORITA de la banda, llegó para triunfar a lo grande, con ese solo ultra-técnico de Nula a lo Malmsteen y unos agudos de auténtica locura que le hacen a uno volver a preguntarse dónde está el límite de este inigualable vocalista, una voz privilegiada, un verdadero portento. Como es habitual, La herida cerró su setlist, con multitud de puños en alto desde un público que no cesaba de corear el estribillo, doble bombo a piñón y rapidísimos punteos en primera línea de escenario.
La anterior vez que les vi, en el Rock Imperium, dieron una actuación espectacular, pero de una escasísima media hora que, evidentemente, me dejó con muchas ganas de más. Fue este pasado sábado cuando al fin pude desquitarme con una de mis bandas favoritas del panorama nacional, pero aun así, espero poder volver a verles muy pronto, y a ser posible, también con ese material nuevo del que estoy ansioso por conocer más. Que nadie lo dude, Opera Magna en directo es toda una experiencia musical, con mayúsculas, y en el sentido más amplio y satisfactorio del concepto. Todavía con los temas rondando por la cabeza, poco más nos quedaba por hacer en Mislata, así que tras despedirnos de Pedro y Porti (¡¡hasta pronto, compadres!!), fuimos tirando de vuelta al pueblo. Dos fines de semana sin concierto ya picaban, pero fueron sobradamente compensados por estos dos conciertazos del sábado.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_
Opera Magna + Astral Experience (Sábado 17-12-22, Sala Repvblicca II, Mislata)
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