En vistas del desagrado que me llevé, en determinados aspectos, con el
Rock Imperium 2022, me tomé esta segunda edición como una nueva oportunidad,
como una prueba para ver si habrían sido capaces de pulir esos defectos tan
molestos que nos lo pusieron tan difícil el año pasado, y si a partir de aquí,
me merecía la pena seguir yendo, principalmente los temas del espacio del
recinto y del escenario secundario. El año pasado hubo momentos en que lo pasé
francamente mal, porque al horroroso calor había que añadir el hecho de que, ya
a media tarde, estábamos todos como sardinas en lata, y hasta ir al baño se
convertía en una odisea a causa de la insufrible aglomeración, provocada entre
otras cosas por el efecto pasillo del recinto. Por otra parte, lo del escenario
pequeño era un caos. El pateo que uno debía darse hasta allí, implicaba
perderse, al menos, 10 o 15 minutos de una actuación. Pero durante el tiempo de
preparación para esta celebración en 2023, la organización apostó fuerte por
resolver esos problemas, y he de decir, antes de meterme de lleno en las
crónicas de las bandas, que por mi parte, estoy contentísimo de las soluciones
que se les ha dado. La ampliación del recinto terminó notándose bastante,
especialmente en el domingo, que era el día supuestamente más concurrido. El
tema de los precios… bueno… todos sabemos cómo está. Barras tanto de bebida
como de comida para ricos, pero a mí eso tampoco me atañe demasiado. Cobrar dos
euros por una botellita de agua sí me parece, y lo digo sin pelos en la lengua,
un atraco a mano armada, tratándose de una necesidad absolutamente vital con
ese calor. Pero al igual que digo esto, también quiero remarcar que la
inclusión de varias fuentes por todo el recinto me parece digna de aplauso.
De momento, la jornada del viernes fue una de esas que te dejan huella,
y todo nos estaba saliendo a pedir de boca. Incluso más allá del tema del
festival, el alojamiento también fue un auténtico lujo. Vista la cantidad de
caraduras sin ningún tipo de escrúpulo que triplican el precio de un año para
otro (y me refiero sobre todo a los particulares) y que la opción de camping
ofrecida por el festival dejaba muchísimo que desear (por emplazamiento y
precio), tuvimos una suerte inmensa de poder volver a alojarnos en casa de
Maya, un lugar casi idílico y tranquilísimo, a media hora del festival y en
primera línea de playa, que fue para nosotros como un oasis en el desierto para
descansar y reponer fuerzas.
De los tres días, el sábado era sin duda mi favorito. Mucho Hard Rock,
mucho AOR y, en general, cantidad de rollo melódico, del que tanto me mola. Al
traspasar por segunda vez las puertas del festival, escuchamos unos últimos
temas de The Big Deal, que para nada desentonaban con el rollo predominante, y
me hubiese gustado ver su actuación entera. Me los apunto para la próxima
ocasión que tenga de verles. Como primer grupo absolutamente imprescindible del
día, estaba Chez Kane, otra de las
grandes razones por las que acudí a este festival.
Por la
carga de Hard Rock / AOR y, en general, sonidos más clásicos y/o melódicos, el sábado
era el día que con más ansias esperaba. Personalmente, creo que elecciones como
The Big Deal, Chez Kane, The Night Flight Orchestra o H.E.A.T (y eso, solo en
la segunda jornada), estilos más complicados de ver en los grandes festivales
de por aquí, el Rock Imperium se ha apuntado un buen tanto, consiguiendo un plus
de distinción, exclusividad y sobre todo, a favor de la variedad respecto a los
demás, dejando un cartel que fue una auténtica golosina para quienes nos
encanta este rollo.
Y qué
mejor botón de muestra que Chez Kane,
una de las artistas revelación de los últimos años en lo que a Hard melódico se
refiere. Ya militó unos cuantos años en la banda Kane’d, pero no fue hasta hace
unos años que el sello de Frontiers posó su mirada sobre ella… y su carrera,
literalmente, salió disparada en esta nueva andadura en solitario. Si bien
realmente no ha hecho nada que no hiciesen en su día infinidad de artistas de
los 80, ha sabido aprovechar la ola de la corriente nostálgica que este género vive
desde hace unos años, y además, lo ha hecho con un gusto extraordinario. A la
vista están algunos datos: dos discos en dos años, y levantando una expectación
que ya quisieran bandas con décadas de carrera, algo que por una parte se debe
al potente apoyo que lleva detrás, pero por otra, no se puede negar que sus dos
discos, y su figura en sí misma, poseen un gran atractivo. Por supuesto, se
erigió como la gran estrella del concierto, con el público de su parte, y
parecía que ya lo tenía todo ganado. Pero no por ello dejó de pelear para
conseguirlo.
Salto
como una flecha al escenario, acompañada de los buenos músicos que la rodean, cargada
de energía y dando los primeros agudos de I just want you, que de forma
casi instantánea nos encandiló con su gran melodía, que contrastaba con la potente
forma de tocar de su batería Jay Haines, con el sonido a su favor. En
general, fue bastante suave, sin estridencias, y algo bajito si nos ponemos
tiquismiquis, pero totalmente apropiado. Lo que sí me faltó fue un sexto
músico, para dejar de llevar todas las teclas disparadas y, tal vez, un mayor
volumen en las guitarras. James Ready fue, quizá, el segundo en la lista a la
hora de atraer las miradas. Con gran actitud y pisando fuerte, en primera línea
de escenario, disfrutó desarrollando sus solos en temas como Too late for
love o All of it, levantando esta última todas las voces posibles
del recinto en el estribillo, sin olvidar los buenos coros… y alguna que otra
voz pregrabada. El bajista Keiran Ready, más discreto al principio, también iba
cogiendo ánimos, y se ponía frente a su hermano James en la parte del solo. Lo
de Chez Kane son melodías
refrescantes, inmediatas, temas que son puro azúcar y entran directas, incluso
aunque no las hayas escuchado en tu vida. Y para eso, también hay que tener un
mínimo de talento. Algo que se puede aplicar a cortes como Nationwide o especialmente,
a Better than love, en la que la cantante conectó con el público tirando
de encanto, de sus gestos, miradas y magnetismo, pero muy por encima de eso,
con su amplio registro, capaz de
alcanzar notas altísimas, sonando prácticamente idéntica al disco.
La
vocalista galesa abandonaba unos segundos el escenario, para reaparecer en
seguida llevando unas gafas descaradamente ochenteras, mientras sonaba la
introducción de (The Things We Do) When We're Young in Love, paseándose y
contoneándose con mucha gracia por el escenario, acercándose a sus compañeros,
y afinando realmente bien, lanzando unos notables agudos en Love Gone Wild,
de cuyo solo, por cierto, se encargó esta vez Harry Scott Elliott. Pero si hubo
una que me flipó a lo bestia, uno de esos momentos que quisieras que no
terminaran, fue la “desmondchildiana” Ball N’ Chain, con Chez cantando
de auténtico lujo esa melodía que te secuestra hasta no poder parar de bailar
con ella, pura esencia 80s tanto en la música como en atuendos y movimientos.
Algo más floja, para mi gusto, la siguiente Get it on, demasiado
comercial y falta de fuerza. Había opciones mucho mejores para el directo, como
Guilty of love o, casi en la misma línea empalagosa, Rock you up. Pero fue solo
un desencanto puntual (y personal, claro), porque lo de Powerzone, a
continuación, volvió a ponernos a 100, ardiente, Heavy, con ambos guitarras ya
haciendo coros, ya dando armonías codo con codo, y allanó en terreno para el
último cartucho, la facilona pero eficiente Rocket on the radio, durante
la cual Cheryl presentó brevemente a su banda, nos hizo cantar a conciencia, y
se despidió de nosotros con sonrisas y miradas penetrantes. Por mi parte,
bravísimo, un concierto divertido y disfrutable, justo lo esperado, una
inyección rápida de melodías edulcoradas, de esas que te dejan bien motivado. En
su recientemente anunciada gira, para principios de 2024 en nuestro país,
pienso volver a verles de cabeza.
Hoy tocaba intentar descansar, aunque fueran unos minutos, en cualquier
rato que nos lo permitiera. Así pues, nos acercamos a la izquierda del
escenario Estrella Levante, donde había algunos cipreses que daban una escasa
pero reconfortante sombra, y desde allí vimos parte del concierto de los Metalite, en plan relax. Tengo que
confesar que no les tengo muy controlados, pero los pocos singles que pude
escuchar en disco no me apasionaron demasiado por su estilo tirando a moderno y
su carga de teclados tan apelmazada. Sin embargo, en directo, lo que pudimos
presenciar no me desagradó en absoluto. Un directo en donde la energía de sus
músicos fue la nota predominante, vocalista con una voz tremendamente potente
(cada vez que gritaba, casi nos hacía levantarnos del susto) aunque poco
cuidadosa a la hora de mantener la distancia del micrófono, y algunos temas que
sí reconocí como Far from the
Sanctuary o Peacekeepers.
El sonido fue altísimo en volumen y muy contundente en potencia, con melodías
de sabor casi ochentero y teclados mucho menos empalagosos en directo de lo que
imaginaba.
Y ahora sí que sí, y tengo que decirlo
abiertamente, llegaba mi MOMENTO del festival. Literalmente, la banda cuya
confirmación fue el detonante para pillar mi entrada del festival. Y es que mis
ganas de ver en directo a The Night
Flight Orchestra eran casi una obsesión, tanto, que me encontraba hasta
nervioso, impaciente, esperando que comenzara la actuación sin poder parar de
mover el pie.
La mañana, a pesar del insoportable calor (y gracias a esas
regadas desde el foso que nos aliviaban un poco de vez en cuando…) iba a dar
otro paso in crescendo. Llevo ya unos cuantos años enamorado de estos suecos, y
hay ocasiones que, sencillamente, no se pueden dejar pasar. De hecho, si
tuviese que nombrar solamente a una banda por la que me decidí inmediatamente a
acudir a este Rock Imperium, esa sería, de todas todas, la de los majestuosos The Night Flight Orchestra, un viaje en
el tiempo, con pasaje de solo ida, hasta el corazón de los años 70 y 80.
La asistencia no fue demasiado concurrida, pero ya se notó
un aumento considerable, respecto al anterior concierto, y respecto al viernes
en general. Y la expectación era bastante alta, se respiraba en el ambiente,
había muchísimas ganas de verles en directo. No tuvimos que esperar demasiado
hasta que Björn Strid, ataviado con una capa dorada, y sus huestes, se hiciesen
con el escenario para desplegar toda su magia, y acto seguido, sonase una intro
grabada antes de meterse de lleno en Midnight Flyer. A primera vista,
las dos coristas, Anna Brygård y Åsa Lundman y el teclista John Manhattan
Lönnmyr, sentado ante su instrumento, ya imprimían al conjunto un aire clásico,
añejo, elegante, de la escuela de bandas como Toto, Strangeways o Survivor, y
precisamente por ahí van los tiros en cuanto a lo musical. Pero no quedó ahí la
cosa ni mucho menos, ya que la actuación fue un desfile interminable de
detalles y sorpresas, como precisamente esas ‘azafatas’ dándonos la bienvenida
al ‘vuelo’ llenando sus copas de champán y brindando con nosotros en Sometimes
the World ain’t Enough, todo muy 70, los integrantes vestidos con trajes
blancos, motivos dorados en instrumentos y vestimentas… una auténtica gozada.
Muerte al falso AOR, que dirían ellos mismos.
El primer gran clásico de la tarde fue Divinyls, con
apertura de teclas y punteos, que nos puso a absolutamente a todos a bailar,
pero a bailar de verdad, dejándonos llevar por su ensoñadora melodía, por esos
compases tan rítmicos. Tal vez en cuanto a sonido se echaba de menos algo más
de fuerza en las guitarras, pero por otra parte, los platos de Jonas Källsbäck
sonaban de maravilla. Hay que decir que la banda llevó una ecualización muy distinguida
y personalizada respecto al resto de las bandas, de ahí ese sonido tan
particular. Gran sorpresa en el setlist la inclusión de The sensation,
single más reciente de la banda de la que, si no me equivoco, tuvimos el
privilegio de ver su primera presentación directo. Armonías vocales muy en
primera línea y un buen solo de Rasmus Ehrnborn, que les acompañaba en directo.
Su vocalista demostró un gran carisma y capacidad de comunicación con el
público, presentando algunos temas como Burn for me, uno de los pocos
cortes que sonaron del “Aeromantic II”, un trabajo que me vuelve loco, y que
para mí estuvo demasiado poco representado. Eso sí, consiguieron hacer vibrar,
de nuevo, a todo el mundo, casi al mismo nivel que con Gemini, en donde
el vocalista se lució con un gran agudo, aclamado incluso por las coristas. Y
es que, si en disco va sobrado de voz, en directo es impresionante en cualquier
registro, desde los más exigentes hasta los más suaves y dulzones, como sucedió
interpretando Something Mysterious, otro viaje en el tiempo a esos 80 de
luces de neón.
Por
supuesto, las teclas jugaron un papelón en esas ambientaciones, en se rollo tan
AOR de temas como Satellite, con desparrame de clase incluido por parte
de los guitarristas Rasmus Ehrnborn y Sebastian Forslund. Este último, además,
se escapó a tocar los bongos durante Paralized, otra de las grandes
triunfadoras del momento, con ese rollazo disco tan guapo que forma parte indivisible
de la amalgama de sonidos que toca el conjunto, reflejado también en los hipnóticos
y adictivos movimientos de sus coristas, también conocidas como las “The
Aeromanticas”. Hasta de pie se ponía el teclista para tocar uno de sus grandes
últimos hits, momentazo inolvidable con la (extremadamente) bailable White
Jeans. Todo deslumbró, los imprescindibles bajos de Mats Rydström y su
contagiosa forma de bailar, los detalles y parones por parte del batería Jonas
Källsbäck, y sobre todo, el grandioso chorro vocal de Björn Strid, siempre al
frente del escenario, siempre ganándonos un poco más. Más que merecido ese
‘oeoe’ desde el respetable antes de la marchosa Stiletto, que ya
anunciaba el final del concierto, aunque era más que obvio que nadie quería que
eso sucediese. Antes de sonar esa última West Ruth Ave, en la que las
coristas se pasearon alegremente por todo el escenario, Björn volvió a tirar de
más alardes vocales, presentando el corte a ritmo de puro soul, con frases
cantadas y habladas que, al menos a mí, me dejaron estupefacto. Uno de esos
conciertos de los que es imposible salir sin una sonrisa de oreja a oreja, una
evasión total de cuyo viaje costó regresar.
Y visto lo visto, tal como se planteaba el resto
del cartel, no iba a haber ni un solo segundo para volver a sentar el culo, ya
que ni quería, ni podía perderme un solo minuto de las bandas restantes, oro
puro para mí.
Y por descontado, ni muchísimo menos la actuación
de mis idolatrados H.E.A.T, cuyo
concierto, ya lo adelanto, fue para muchos el mejor del día, y uno de los
mejores de todo el festival. Algo que me alegra enormemente, pero que no me
sorprende demasiado, ya que sé de buena tinta, tras haberles visto (contando
esta) ocho veces en directo, que son pura dinamita, y que no dejan piedra sobre
piedra allá por donde pasan. Se les esperaba, se les deseaba, y no defraudaron
en absoluto.
Con los ánimos por las nubes y una energía perceptible
a kilómetros, salieron a escena saludando efusivamente, atacaron con Back to
the Rythm, y rápidamente todas las miradas se centraron en Kenny Leckremo
que, cual fiera desatada de su prisión, arrasó en escenario de punta a punta en
tan solo los primeros minutos de canción, pero también hubo otros detalles que
indicaban que la banda estaba pero que muy arriba de humos, como los baquetazos
y cabriolas con las baquetas de Crush, o ese bajo apuntando al cielo de Jimmy
Jay, el padre de toda esta movida imparable que son H.E.A.T. Y todo lo grande que son actualmente, y todo lo que han
crecido desde su formación, son fruto de ofrecer unos discos con unas melodías
que te absorben, y unos directos que te dejan masacrado. Siempre ha sido así
cuando he estado frente a ellos, pero este concierto, sin duda, es uno de los
mejores que les he visto dar nunca. El conjunto desprendía electricidad, aura
de rotundos ganadores, y cada uno en lo suyo no se andaba con menudencias. Dangerous
ground, un pepinazo que bien podría haber sido guardado para el final, me
volvió completamente loco, con coros que se escuchaban de lujo, una chulería
radiante de Dave Dalone y un ritmo que nos dejó los cuellos hechos astillas,
como los pies de tanto botar en Rock your body, en la que guitarrista se
contoneaba en el mismo centro del escenario dando su solo. A estas alturas,
Kenny ya estaba sudando a mares, pero sin embargo, no se cortó un pelo a la
hora de correr, saltar, y agitar esa envidiable melena. Come clean fue un
tema que no esperaba, y tal vez por ello (y por ser uno de mis favoritos del
“II”), me volvió a poner del revés, gritando la letra como si no hubiese
mañana. En ocasiones si se echa en falta una segunda guitarra, por temas de
armonías y tal, pero Jona Tee a las teclas suplió muy bien ese hueco, con ese
sonido ‘synth’ tan característico. Un cambio de modelo de bajo para Jimmy nos
llevó en seguida hasta Redefined, mucho más melódica y experimental
(como todo ese “Into the Great Unknown”), pero que volvió a levantar
headbanging y locuras varias entre el público, llevando este aspecto al límite
en Hollywood que, aunque no sea uno de sus grandes temas clásicos, es
tan jodidamente adictiva que se escuchaban mucho más nuestras voces que la de
Kenny.
Ese era el nivel, para que os hagáis una idea. A la
carrera entraba Tainted blood, mientras Jimmy y Dave intercambiaban sus
posiciones en el escenario, y Kenny se desgañitaba en un agudo que nos heló la
sangre, no dejaba de ir a más y más, ¡¡estaba imparable!! Y ojo lo que se nos
venía encima. No tardaron ni un segundo en volver a ponernos a saltar (a miles
de personas al mismo tiempo) con One by one, coreando con mucha actitud
Dave, y el vocalista llevándose consigo el palo del micro en su particular ‘no
parar’, o Beg beg beg, cuyo ritmo casi sexual nos dejó extasiados. A
pesar del gran esfuerzo que le costó llegar a las partes más altas, Kenny lo
consiguió con la ayuda de las voces de todo el recinto, y motivadísimo, se
volvió loco a dar vueltas sobre sí mismo durante el solo y terminó lanzándose
al foso. De verdad que este hombre es un portento de la naturaleza, y no es de
extrañar que en este momento, todo el mundo les brindase unos cuantos ‘oeoe’,
porque nos estaban dejando con los ojos en blanco de gusto. Llegados a esta
parte, fue como iniciar otra vez la subida rítmica, volviendo a la carga con
algo más relajado y de aires bastante AOR como 1000 Miles, con mogollón
de teclas guapas a cargo de Jona, y escalando paso a paso con Breaking the
Silence (como crujía su batería el puto Crash…) para llegar de nuevo al
clímax con Livin’ on the Run, invitándonos a cantar a todos en su mitad,
Kenny echándose unas carreras de aúpa y lo más impresionante, sin perder en
ningún momento el tono ni las fuerzas. Curiosa elección la de Nationwide,
pero su ligereza rítmica la convirtió en un corte idóneo para dar el carpetazo
final con A Shot of Redemption, no sin antes regalarnos Kenny otra
exhibición vocal de llevarse las manos a la cabeza, arrodillado en medio del
escenario, vacilón, provocativo y con una actitud que hacía sudar con solo
verle. Eché de menos bastantes temas, algunas de mis favoritas como In and out
of trouble, Emergency no sonaron, lo que hizo que todavía me quedase con más
ganas. Un concierto impecable, imprescindible, electrizante, que a muchos de
nosotros se nos marcó a fuego en la piel. ¡¡H.E.A.T nos volvieron absolutamente LOCOS!!
Con una cantidad que asusta de clásicos de la historia del Hard Rock a
sus espaldas, y aunque nos hayan visitado en incontables ocasiones, siempre es
un privilegio poder contar con los míticos Europe
en cualquier festival.
El año pasado, la cancelación de Whitesnake por motivos que
todavía nadie parece tener claros del todo, fue un brutal varapalo que a muchos
nos arruinó gran parte del festival. Sin embargo, una de las bandas que
consiguió reavivar ese espíritu que muchos teníamos tan tocado fueron los suecos
Europe. Alargando su concierto,
posicionándose como cabezas de cartel, y con una selección exquisita de temas,
nos hicieron olvidar en gran parte el desgraciado incidente. Este año, doy fe,
volvieron a triunfar por todo lo alto.
El primer trío de temas en sonar, Walk the earth, la
frenética Seven doors hotel y el eterno hit Rock the night,
fueron como una perfecta muestra sintetizada de lo que nos iban a ofrecer a lo
largo de su actuación, desde lo más actual (aunque en verdad, hace 6 años que
no nos traen novedades discográficas) hasta lo más clásico y reconocido, pero
también algún caramelito en forma de tema menos habitual. Tras jugar con el
público en el último corte mencionado y tomarse unos minutos para saludarnos, Scream
of Anger llegó como un aluvión de caña y doble bombo, desde su etapa más
Heavy, desde un “Wings of Tomorrow” que volveríamos a disfrutar más adelante.
Nunca me apasionó su etapa post-hard rock, pero he de decir que con el tiempo
he aprendido a apreciar y disfrutar mucho de temas como Last look at eden
(presentado con su misma introducción). Pero nada es comparable, desde mi punto
de vista, a ese impulso en la espina dorsal que provocan las primeras notas del
teclado de Mic Michaeli en Sign of the times, una sensación increíble al
escuchar esas guitarras tan contundentes y la espectacular tanda de solos que
Norum se marcó, adelantando su posición y con el mástil en alto. Pero también
Joey Tempest sabe vacilar sobre el escenario, aunque siempre dentro de la
elegancia, como lo hizo en Firebox, cogiendo posteriormente su aro para
terminarla.
En principio, tenían mucho a su favor. Un sonido excelente y
alto, una cantidad de público que, literalmente, se triplicó respecto al
anterior concierto y por supuesto (esto lo traen de casa) unos músicos
descomunales. Pero no todo iba a ser caña. Carrie puso la primera nota
romántica en el setlist, e incluso dio pie a bailes en pareja, ante miles y
miles de voces cantando su estribillo. La interpretación de Tempest fue
especialmente sentida, y es que, pese a los tonos que le ha ido robando el
tiempo, sigue teniendo una voz envidiable. No es que sea una de mis favoritas,
pero reconozco que Love is not the Enemy me motivó mucho por lo inesperada
que resultó, y es que hacía tiempo que no les veía tocar nada del “Secret
Society” (aunque me habría molado más un Always the Pretenders). John Levén,
bastante quieto hasta ahora, comenzó a acercarse al público y a dirigirle
algunos gestos. Una vez más, las teclas de Mic Michaeli se hicieron dueñas y
señoras del momento con Heart of Stone, que en directo sonó muy
contundente, con sus memorables riffs tan bien ejecutados por Norum. La
pantalla de fondo proyectaba imágenes bastante espectaculares, como sucedió
durante War Kings. Y es curioso, porque a pesar de la clarísima
diferencia de tono y sonido entre los temas de ambas épocas, en directo cada
cosa está en su sitio, y aunque Norum sí suele cambiar su instrumento, no hay
un salto incómodo de tesituras. Dicho esto, Stormwind sonó como un
auténtico cañonazo, y la actitud más Heavy de Tempest se hizo de notar,
balanceándose con ese eterno soporte blanco de su micro, y peleando con esos
tonos altos.
El mismo, nos contaba, a propósito de la siguiente actuación,
su gran experiencia con Deep Purple y sus recuerdos de la gira del Perfect
Strangers, justo antes de colgarse la guitarra acústica, en la que posiblemente
sea mi balada favorita de la banda, una Open your heart que me puso los
pelos como escarpias con sus arpegios y en el solo, durante el cual ambos
guitarristas se encararon. El humo que invadía el escenario se disipaba
lentamente mientras sonaban los primeros golpes de batería del astro Ian
Haugland para Let the Good Times Rock y todos alzábamos el puño al ritmo,
suponiendo una contagiosa bocanada de energía, y escuchándose de fábula los
bajos de Levén y ese shredding de John Norum, brillantes cada uno con su
instrumento. Todavía tenían tiempo para explayarse, como lo hizo Joey Tempest
con su guitarra eléctrica colgada, antes de meter cera con Ready or not,
y vaya si se notaron, gracias una vez más al excelente sonido, esas cuerdas
extra. En ella, tiraron a tope de coreografías y posturas de lo más Heavy,
especialmente Norum, que se vino muy arriba. Y no se limitaron a tocar Superstitious
sin más (aunque sabemos que habría triunfado igualmente), sino que la
introdujeron debidamente con una parte instrumental y metieron en mitad del
tema snippets de otros como el With or Without You de U2, el Here I go Again de
Whitesnake y el No Woman no Cry de Bob Marley.
Unos
minutitos de descanso, y volvieron ya con los bises, en los que el concierto
alcanzaría una intensidad que no se vive todos los días. Y es que a ver quién
es el guapo que se resiste a cantar un Cherokee con toda la energía
acumulada de tamaño conciertazo, y por supuesto, el tema que por el que todos
babeábamos: The Final Countdown. Y es que, por muy manido que esté, es
imposible que no te invadan miles de sensaciones y recuerdos a través de esa
letra, de las poses de Norum, y por supuesto, por esos legendarios teclados de
Michaeli que les encumbraron y les hicieron sonar en las radios de todo el
mundo. Sobró, eso sí, la insufrible marabunta de móviles grabando el momento,
pero igualmente, fue un final de fiesta de apoteósico.
Cabezas de cartel del sábado, y concierto soñado por muchos de los que
se agolpaban, desde hacía literalmente horas, entre las primeras filas del
escenario Estrella Levante, Deep Purple
fueron una de las primeras bandas que se anunciaron para esta edición del Rock
Imperium, y sin duda, uno de sus principales reclamos. ¿Cuántas veces o durante
cuánto tiempo podremos seguir disfrutando de estos, literalmente, dinosaurios
del Rock en directo? Eso nadie lo sabe. Pero es lógico pensar que, desde hace
ya bastantes años, cualquiera de sus actuaciones puede ser la última. De hecho,
desde aquel Rock Fest 2016, ya me hice a la idea de no podría verles por cuarta
vez. Y miren ustedes por donde…
Sin embargo, en esta ocasión, fue un concierto un tanto… ‘difícil’ de asimilar,
que tuvo un ritmo muy particular, una cadencia general algo rota y
descontinuada, debido tal vez a las, por otra parte, lógicas y comprensibles limitaciones
de su vocalista, el gran Ian Gillan, al que le caen nada menos que 77 tacos. Dicho
esto… ¿Fue realmente buena idea abrir con un tema tan exigente en lo vocal como
Highway star, en lugar de permitirle calentar la voz antes? No hay duda
de que Ian Gillan expuso toda su elegancia, su infinita clase, y su experiencia
encima de las tablas, pero sus gritos sonaban casi inaudibles y apagados. No
obstante, aquí terminan los ‘peros’ del tema. Como el legendario hit que es,
logró levantar miles de manos desde el público, y hacernos vibrar con ese duelo
entre Don Airey y Simon McBride, guitarrista que muchos descubrimos en directo
aquella noche y que demostró ir sobradísimo en cualquier registro que se le
pusiera por delante. Chutazo de adrenalina, ya de primeras, al que sucedió otro
gran clásico, y sin salir del “Machine head”, como es Pictures of home,
con una interpretación muy mejorada por parte de Gillan en esas subidas de tono.
Tremendísimo Roger Glover, también, en sus partes, que sumaba fuerzas, hombro
contra hombro, con su compañero de toda la vida Ian en No need to shout,
saltando esta vez a su último trabajo de estudio llamado “Whoosh!” (dejando de
lado el “Turning to Crime”, que es de versiones). Hasta ahora, todo hay que
decirlo, ni un solo descanso, empalmando los temas a piñón. Into the fire
nos trajo una mejor versión todavía de Gillan, que iba mejorando a marchas
forzadas, con un buen grito agudo, y estuvo aderezada con una parte instrumental
alargada, brillando, además de Simon McBride con su solo, ese Ian Paice, una
leyenda viva, un verdadero semidios tras los parches que, con su inconfundible
estilo e inmersión total en el concierto, dejó el pabellón a un nivel ciclópeo
en cuanto a solidez y elegancia.
También Don Airey tuvo su gran momento de protagonismo, aunque ya habrá
tiempo de hablar de muchos de ellos más adelante. Un pequeño parón, ahora sí,
pero no demasiado largo, antes de Uncommon man y sus múltiples tesituras
musicales, la inmensa compenetración entre Roger y Simon y el solo de este
último, y estuvo dedicada a su querido y tristemente fallecido compañero, el no
menos legendario John Lord, maestro entre maestros de las teclas. Se cernía
otra lluvia de clásicos, y al mismo tiempo, un recital de instrumentos digno de
ver una vez en la vida, tal como nos ofrecieron la última vez que les vi.
Aunque tengo que decir que esta vez estas partes me parecieron un tanto menos
inspiradas, las disfruté con los ojos como platos. Muy acertadamente,
reanudaron con Lazy, y de paso, permitieron a Gillan descansar sus
cuerdas vocales. La opulencia instrumental y técnica no se hizo esperar.
Haciendo uso de la iluminación como una parte más del espectáculo, esta
cambiaba de tono según el ritmo, y el bueno de Don Airey se ‘sobró’
exageradamente con el teclado, improvisando, alternando partes vertiginosas con
otras en las que dejaba vibrar a gusto su Hammond, sirviéndose incluso una copa
de vino mientras dejaba una nota sostenida. Para culminarlo como se merecía, ahí
estuvo Gillan con su armónica, y Ian Paice de nuevo demostrando ser un maestro
del ‘menos es más’. Momento tremendamente emotivo donde los hubiese, cargadita
de feeling llegó When a Blind Man Cries, creando un ambiente muy íntimo,
con iluminación algo más suave y focos sobre Simon durante su solo, no me
equivoco si digo que nos llegó al alma. Poderoso riff de Simon, marcha ‘in
crescendo’, y sabor clásico a raudales con Anya, envuelta en buenos
teclados, antesala al gran solo del concierto, que ocupó una parte muy
destacada en tiempo.
Con distintos amagos a temas más que conocidos como Mr. Crowley, otras
partes más folclóricas (supongo que adaptadas para la ocasión) y otras más
clásicas, Don Airey se convirtió en el dueño del escenario, con todas las
miradas puestas en su Hammond de varias alturas, pero fueron las primeras notas
de Simon McBride para esa brutal Perfect Stranger las que nos sacaron de
nuestra evasión para meternos en otra. Exacto como un reloj con cada punteo,
cada riff y cada movimiento, su trabajo en ella fue memorable. Una lástima que
no fuese un disco más interpretado, aunque los fans del “Machine Head” tampoco
tuvimos queja alguna. Hasta siete temas sonaron en general, y Space Truckin’,
con esa luz multicolor reflejándose en la batería de Paice, sin duda nos supo a
gloria, gritando todo el mundo, más despierto ahora, aquello de ‘C’mon!!’ sin
parar. Pero la verdadera explosión de histeria colectiva llegaría, como era de
esperar, y tras un guiño de Don Airey a The Final Countdown, con la grandiosa Smoke
on the water. En ese momento, todos tuvimos una guitarra en la mano, o un
micro para hacer que la cantábamos. Al igual que el citado tema de Europe,
supone un momento que se queda para siempre marcado en la memoria. Subidón
máximo que nos dejó con las energías justas para echarnos un bailoteo con la
siempre bien recibida Hush, ese himno de Joe South que hicieron suyo
hace más de cinco décadas, con un Gillan más que correcto a las voces y la
banda volviendo a destacar en la parte instrumental que prolongó el tema. Me
flipó, sobre todo, esa parte de Roger Glover en solitario, que también sonó de
puta madre durante la última de su actuación, Black Night, en perfecta
armonía con las guitarras de Simon que, a su vez, se soltaba un poco, tratando
de interactuar con sus compañeros y con el público. Molaría que desarrollase un
poco más esa faceta. Sea como sea, las vibras setenteras que se adueñaron del
escenario hasta el último compás fueron algo muy especial, como un paréntesis
dentro del festival, que a muchos encantaron, y a otros tanto dejaron
indiferentes. Yo claramente me quedo dentro del primer grupo de opiniones, pero
si es verdad que no me gustaron tanto como en anteriores ocasiones.
Gracias a Anna por algunas de las fotos de Deep Purple :)
Y en cuanto a finales de jornada, como tal, sin
duda la del sábado fue para mí la más especial, ojo, no necesariamente porque
fuese la que más disfruté, pero no se puede negar que fue algo completamente
diferente y arriesgado. Por una parte, ahuyentó a mucha gente (por
desconocimiento o por inapetencia de ese estilo a aquellas horas), pero creo
que muchos de los que nos quedamos supimos valorar la colosal sensibilidad y la
pulcra técnica instrumental en la música de los suecos Soen.
Ante la inminente salida a escena de Soen, tuve cierta sensación de Deja vu con el año pasado. Relegarles
al último lugar del horario del sábado fue un movimiento tan temerario como
resultó serlo el cierre del viernes de la pasada edición con Leprous. Grupos
cuya calidad técnica está fuera de toda duda, pero que se disfrutan más a otras
horas menos intempestivas, sobre todo por lo complejo de su propuesta y la
cadencia de sus temas. Si con los noruegos, a pesar de todo, tuve una de las
experiencias más inolvidables del año pasado, Soen me dejaron sensaciones más irregulares, a pesar de que me
encantan como banda.
domingo, 2 de julio de 2023
El Imperio del Sol Ardiente (Rock Imperium 2023, sábado 24-06-23, Parque del Batel, Cartagena)
De hecho, aunque sí poseen temas muy movidos, con gran carga de batería, y pueden llegar a sonar muy poderosos, optaron por canciones muy íntimas y melancólicas en general, lo cual no es algo negativo en absoluto, pero a aquellas horas, y con tanto cansancio acumulado… ya se sabe. Pero eso sí, dejando a un lado estos hechos circunstanciales, tengo que aclarar firmemente que la banda se portó fenomenal, lo dieron todo dentro de sus rangos musicales, y a nivel técnico fue algo magnífico y digno de ver. Una fuerte sirena anunciaba el inicio del show, parte del corte que serviría para abrir fuego, Monarch, ante un público bastante escaso, pero con un sonido muy depurado, algo bajito pero que permitía apreciar bien cada instrumento, aspecto clave en una banda de este tipo. Así, sonaban muy potentes esas baterías del ex-Opeth Martín López, ostentando un nivel técnico incontestable, con todo tipo de virguerías y súbitos cambios de compás que se hacían especialmente patentes en temas como este o Deceiver (impresionante su dominio del doble pedal), al tiempo que Lars Åhlund, como tantas veces haría, silenciaba su guitarra para dedicarse exclusivamente a los teclados, dejando todo el peso de las seis cuerdas sobre su compañero Cody Lee Ford, al que se veía bastante motivado.
Joel Ekelöf, miembro fundador junto a Martín López, posee una personalidad vocal inmediatamente reconocible, versátil y aterciopelada que pide a gritos sonar de noche (aunque igual no tan tarde, jeje) para levantar todavía más esa etérea atmósfera que consiguen crear en vivo. Dejando aparte los momentos de dirigirse a nosotros, no estuvo demasiado activo, pero eso sí, en lo que a cantar se refiere, bordó cada nota de temas como Lunacy o Martyrs, al principio de la cual nos incitaba (sin demasiado éxito) a ponernos todos a saltar. Me cautivó esa parte formada solamente por teclado, y con el humo inundando cada rincón del escenario. Momentos puntuales, pero que llegan adentro, como otros que nos regalaría la banda. Con Savia sí consiguieron subir unos cuantos peldaños la cadencia del concierto y la temperatura del público, especialmente gracias a esas partes tan técnicas de doble bombo que, a pesar del dolor de cuello, hacían difícil resistirse a meter los últimos headbanging de la noche. Pero tras ella, dieron otro arriesgado giro con Lucidity, un tema muy lento (pero precioso) de su “Lykaia”, presentado por Joel como una nana, con un vaivén de ensoñadoras armonías vocales y suaves líneas de Hammond, guapísimos dibujos en el bajo de Oleksii Kobel, pero sobre todo (otro de esos detallitos que se me grabaron a fuego), ese efímero parón en el que, durante un microsegundo, no se escuchó absolutamente nada, ni público, ni instrumentos, permitiendo al silencio de la noche formar parte del tema.
Les costaría remontar el ritmo del concierto y del público tras ella, pero tampoco parecía ser su intención. Su música es así, y estaban muy orgullosos de ello. El intenso solo de Cody en Modesty, o los pesados ritmos progresivos de Martín en Antagonist (una de las más cañeras del setlist) fueron más ejemplos de la pulcritud con la que ejecutan sus temas, y también esta última nos dejó una escena con Lars y Cody apoyándose, hombro contra hombro, para meter caña a sus riffs. Quedaba, en teoría, mucho concierto por delante, y continuaron desfilando joyitas como Illusion, con Lars de nuevo al teclado y Cody desplegando toda su pasión punteando, o Lascivious. Y si por una parte Joel tiene un comportamiento muy calmado en directo, por otra tampoco podía esconder en sus ojos cómo vive por dentro cada momento del show. Pero casi treinta minutos antes de la hora, nos dijo que Lotus iba a ser el último corte en sonar, lo que nos dejó algo desconcertados. Así pues, solo nos quedaba disfrutar hasta el final de esas deliciosas atmósferas que creaba el Hammond de Lars, y despedirles con el gran aplauso que se ganaron.
Segundo día finiquitado de la forma más transcendental posible. De camino al coche, nos cruzamos con un montón de colegas que no parecían tener intención de retirarse ya, vista la actitud desmadrada que llevaban jeje, pero ante un calor tan asfixiante y jornadas tan duras, yo prefiero apurar todas las horas posibles de descanso para poder afrontar el siguiente día con garantías de aguantar hasta el final sin que me dé un ictus. Así pues, otra vez, nos hicimos el pequeño trayecto entre el Parque del Batel y la casa donde nos alojábamos, dando por último un relajante (y cargado de humor) paseíto por la costa para llegar allí.
_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_

Rock Imperium Festival 2023, sábado 24-06-23, Parque El Batel, Cartagena
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