martes, 4 de julio de 2023

El Imperio del Sol Ardiente (Rock Imperium 2023, domingo 25-06-23, Parque del Batel, Cartagena)

Llegó el tercer día de Rock Imperium, y la impresión fue exactamente la misma que en la primera y segunda jornada. Un festival que, sin llegar a ser ni mucho menos perfecto, sí había limado muchísimos de los defectos de los que adoleció en la anterior edición. Nosotros, por nuestra parte, seguíamos sin dar tregua. Ni el sofocante calor (que hoy domingo, apretaría más que nunca), ni el destroce físico que llevábamos ya a las espaldas (y a los pies, y a las piernas, y…) podría privarnos de ver casi todas las bandas posibles. De nuevo, el reposo en la casa donde nos quedábamos fue total, tomándonos la mañana con mucha calma, almorzando con tranquilidad, comentando anécdotas recientes… como dije, un ambiente formidable. Una lástima que la noticia que nos llegaba de buena mañana ensombreciera un poco nuestros ánimos. La esperada, pero igualmente temida cancelación de Nestor se hizo al fin oficial, dejándonos con una gran sensación de ‘bluff’… aunque nada comparable a lo que fue la criminal caída de Whitesnake el pasado año. Al menos, pude verles por partida doble el pasado año, pero desgraciadamente, su primera visita a nuestro país tendrá que seguir esperando. La parte positiva fue la inclusión de 91 Suite, hecho que para mí suavizo mucho el golpe. Dejando esto a un lado, la tercera jornada volvió a ir como la seda, con horarios bien cumplidos, sin problemas graves de sonido (salvo quizá, ciertas partes de Lordi), ni incidentes remarcables. La gran duda, sobre todo teniendo en cuenta la actuación de KISS casi a última hora, era si la ampliación de capacidad del recinto resultaría suficiente, o por el contrario, volveríamos a estar tan apretujados que no podríamos ni respirar, como sucedió el año pasado.

El viernes ya había tenido dos buenas dosis de Power Metal de la mano de Blind Guardian y Helloween. Unas semanas antes del festival, escuchando a bandas que no conocía, di con Frozen Crown, y la verdad, me sorprendieron muy gratamente. Así que me dije, qué cojones, ¿por qué no comenzar la última jornada un poco antes, y hacerlo a golpe de doble bombo, épica a tope y apoteósicos solos? Pues, tal cual, lo gocé.

Por una parte, bastante machacado por el calor y tantas horas de no parar quieto en los conciertos, pero por otra, con cierta tristeza por la llegada del fin de este grandioso festival, sensación que a muchos nos aporta una dosis extra de ganas y resistencia para disfrutar y exprimir cada minuto que quede por delante. Pero si hasta el momento Rock Imperium nos había cubierto de alegrías, eran todavía muchas las que faltaban por llegar.

Empezábamos tempranito la jornada, a ritmo de Power Metal europeo, con el regreso a la península de los italianos Frozen Crown, que a pesar de su juventud como formación, ya nos han visitado en unas cuantas ocasiones. Pero esta en particular debió ser especialmente importante para ellos, porque no todos los días una banda tiene el privilegio de abrir para nombres tan grandes como The Winery Dogs, Skid Row, o los mismísimos KISS. Una ocasión de oro para darse a conocer por todo lo alto, y a pesar de ocupar una posición incómoda en los horarios, supieron aprovecharla al máximo.

Para mí, al menos, han sido un gran descubrimiento, y aunque implicase aguantar una hora más de calor, no pensaba perderme temas, precisamente, como Neverending, con la que arrancaron la marcha, irradiando energía y decididos a ir por todas, desplegando su gran calidad, patente ya de primeras en ese fulgurante solo de Federico Mondelli, guitarrista, fundador y verdadera alma de la banda. Melodías clásicas, muy musicales y motivadoras que buscan recuperar ese espíritu del Power clásico europeo de finales de los 90 / principios de los 00. Para aderezar su show todavía más, tiraron de partes orquestadas pregrabadas, como en The Water Dancer, de corte más medieval, en donde vimos levantarse de su asiento a Niso Tomasini para seguir castigando su batería. Temas muy cañeros en general, con bases muy recargadas y veloces al mismo tiempo, en los que podemos encontrar muchísima inspiración de otras formaciones de Power Metal, incluso sin salir de Italia, uno de los países que más bandas de este estilo ha visto nacer. El bombo de Fire in the Sky retumbaba en las murallas del recinto al tiempo que Federico adoptaba esa pose tan épica y característica. De innegable inspiración ‘Rhapsodyana’, el virtuosismo fue palpable, incluso en el bajista, quien por cierto, ejecutó algunas de sus partes de rodillas. También hubo lugar para la participación del público en varias partes. A decir verdad, no éramos demasiados los que nos habíamos acercado a ver su concierto, pero ya lo creo que le pusimos ganas.

Continuaba con ese ataque letal de doble bombo In the dark, esta vez con Federico dedicándose más a los coros, dejando las partes más veloces para una de las grandes revelaciones del show, la guitarrista Fabiola Bellomo, que nos dejó alucinado con su técnica, alternando punteos y tapping de forma tremendamente ágil, y también en Far beyond, junto a su compañero de instrumento, unas grandes armonías de cuerdas. Sí era la primera vez que se acercaban a nuestro país con su último trabajo bajo el brazo, y Call of the North fue una inmejorable carta de presentación (tras Fire in the Sky), con unos agudos muy afilados por parte de Giada Etro, su carismática vocalista, que además, no cesó en su empeño por animar. Si bien no era el tipo de vocalista que no para de correr de un lado a otro (el calurón tampoco invitaba demasiado a ello), sí fue generosa en gestos y teatralidad, y por encima de todo, cantó y afinó de maravilla, y el constante acompañamiento vocal por parte del resto de músicos añadió solidez a su trabajo. De hecho, Federico Mondelli cantó unas cuantas estrofas (tal como suena en disco) de I Am the Tyrant, poderosa, enormemente épica, con ritmos y partes con un puntito folk más saltarín, que nos puso a casi todos con el headbanging, en parte gracias al contundente bombo de Tomasini.

De sus cuatro discos, un currículum excelente, por cierto, para ser una banda con seis años de carrera, hicieron una selección muy equitativa. La preciosa Giada Etro, cada vez más habladora, presentaba temas y automáticamente se metía de pleno en ellos, moviéndose con arte y, en el caso de Kings, fácilmente mi favorita del concierto, haciendo uso de registros medios, que subirían hasta notas imposibles en la siguiente y última de su repertorio, The Shieldmaiden, un tema que prácticamente estuvo destinado al lucimiento de todos y cada uno de los músicos, ostentosidad vocal por parte de la cantante con gritos, y crudos guturales de parte de Federico, un solo vertiginoso clavado por Fabiola, e incluso una parte con sabor progresivo llevada al directo con mucha precisión. Respecto al sonido, tuvo puntos mejorables, algo menos de saturación en la batería, o un pelín más de volumen en la voz no habría venido nada mal, pero para nada ensombrecieron la actuación, con la que quedé muy satisfecho y saciado de headbanging.

La caída del cartel de Nestor, tras muchas dudas sobre la salud de su vocalista Tobias Gustavsson, aquejado de una sinusitis desde hacía unas semanas, fue una puta jodienda, no lo voy a negar, y más tratándose de su primer acercamiento a la península. Afortunadamente, para mitigar el disgusto, la organización tuvo a bien poner en su lugar a los murcianos 91 Suite, que participaron también en la fiesta inaugural del festival. Y teniendo aún en la memoria el tremendo bolazo que se marcaron en la edición del 2022, para mí difícilmente podrían haber escogido mejor sustituto.

A pesar de lo lejanos que quedan ya los malditos tiempos de pandemia, parece que siempre tiene que haber algún imprevisto, o algún cambio de última hora, que suponga un bajón anímico en casi todos los macrofestivales. En determinados casos, es perfectamente comprensible: son muchas bandas las que componen el cartel y la salud a veces no perdona. Así, con Nestor no hubo tanta suerte como con Evergrey, y su primera visita a nuestro país quedó frustrada por una sinusitis de su vocalista. Por suerte, 91 Suite se sumaron a la fiesta como sustitutos, y al menos para mí, el golpe quedó amortiguado, a sabiendas de la enorme experiencia y calidad que los murcianos son capaces de transmitir.

Y por qué no decirlo, también es una banda por la que siento innegable devoción. Un verdadero diamante nunca lo suficientemente reconocido en nuestro país, con más de 20 años de carrera a sus espaldas y tres discos en el mercado que son, cada uno de ellos, auténtico caviar para los paladares más selectos y degustadores del mejor AOR, que absolutamente nada tiene que envidiar a las bandas foráneas de la actualidad. El escenario Estrella Levante, con la batería flanqueada por dos fieras negras, fue testigo de la entrada de los músicos, y rápidamente, el gran Jesús Espín se adelantó para empezar a cantar Times they change, lleno de energía, pisando fuerte, con mucha seguridad y, sobre todo, muchas ganas de hacer bien las cosas. De momento muy concentrados en sus instrumentos, es un verdadero placer fijarse en todos ellos, en todas sus filigranas, en su enorme elegancia, en la cantidad de detalles musicales que aportan a los temas, por ejemplo, en esos coros durante Seal it With a Kiss, en el brillo de los punteos de Iván González, y en la perfecta modulación en la voz de Jesús, quien poco a poco iría calentando las cuerdas para regalar nuestros oídos con unas notas muy elevadas y gritos sostenidos, siempre con esas influencias y matices en su tono que recuerdan, sobre todo, al mejor Bon Jovi. Por el rollo que practican, obviamente no fue un concierto para montar circle pits, pero sí para disfrutar y sentir hasta el alma esas melodías tan ochenteras, esas armonías tan maravillosas e inmersivas que saben crear como nadie, y que el teclado de Dani Morata termina de bordar por todo lo alto. Starting all over, en donde Jesús dio otro recital de altura, o el irresistible ritmo de All for love y sus apuradísimos coros, con segundas melodías entrelazadas con la principal, fueron dos perfectos ejemplos.

La pareja formada por Paco Cerezo e Iván González es pura fluidez, compenetración al milímetro, y clase magistral, en tempos ligeros y partes suaves y aterciopeladas como las de Give me the Night (de su primer álbum). Melodías como la de su estribillo le transportan a uno, casi sin darse cuenta, a otro momento, a otro lugar. Es un grupo que me encantaría ver de noche, para que esas deliciosas teclas y, en general, esa ambientación tan arrulladora que logran plasmar cobre toda su magnitud. Tampoco podemos olvidarnos de la sección rítmica formada por David Koto (que se incorporó a la banda en 2017 tras la salida de Mario Martinez) y Antonio Muñoz al bajo, tan exactos como un reloj, dándole caña pero también melodía extra (ojo a esos punteos y líneas tan guapas de Antonio) a cortes como Sunrise of your love, otro estribillo, por cierto, que me vuelve loco de aquí a la luna, con un feeling que se sale del mapa, especialmente por parte de Jesús Espín al interpretarlo y que, por cierto, fue uno de los pocos temas que no tocaron en la pasada edición, y sí en esta. El vocalista no dejó de recorrerse el escenario, pero parte del subidón también fue culpa de ese pedazo de solo de Iván González. Y lo que vendría a continuación, ya ni os cuento. Tal vez aprovechando que el día anterior visitaron Madrid, o tal vez por pura coincidencia, la versión de Animal de Def Leppard levantó pasiones, incluso a la otra punta del recinto, donde se podía ver a gente cantarla, con unos magníficos coros que no desentonaron para nada con la obra original.

Tres temas nos separaban de un final que, personalmente, no quería que llegase. Pero antes de continuar, Jesús se dirigió a nosotros, sonriente, pletórico, hablador y con la confianza absoluta de jugar en casa, nos invitó a cantar y a disfrutar a pesar del tórrido sol en Perfect Rhyme, y también lo hicimos muchísimo con ese dueto de Dani a las teclas e Iván a las seis cuerdas, fabuloso, tal como lo fue el que posiblemente es mi tema favorito de la banda, Wings of Fire, y uno de los máximos estandartes de sus conciertos, en donde todo el público se vuelca con ellos entonando su melodía. Y al tanto con esa espectacular apertura que tuvo. Antes de ir a por el último cartucho, Jesús tuvo el detalle de dirigirse en inglés a los asistentes de fuera para agradecer su presencia, y pidió aún más colaboración del público en general para Hard Rain, poniendo ellos unas bases de teclado con un rollazo tremendo, y acompañándonos Antonio Muñoz con su bajo en esas repeticiones del estribillo, cuya presencia, clase y elegancia, por simplificarlo y resumirlo de alguna manera, es ni más, ni menos que puro AOR. Necesito volver a verles, y necesito que sea pronto.

Elegant Weapons llegaban a Rock Imperium 2023 avalados por los ríos de tinta que ha hecho correr, tanto su distinguida formación (una súper banda por pura definición), como su primer álbum, “Horns for a Halo”, aparecido hacía un mes escaso, y que ha recibido unas críticas bastante positivas. Pero incluso sin leer ninguna de ellas, salta la vista al escucharlo que sus 9 temas (y la versión, aunque es quizá lo que menos me gusta) están muy trabajados y enganchan rápidamente. A mí me ha encantado, y estaba impaciente por ver cómo sonaba en directo.

Con esa introducción, el tema central de Terminator 2, que siempre es un valor seguro para ir segregando adrenalina, y con esa enorme batería presidiendo el escenario, comenzaron a desgranar el citado álbum con un trallazo llamado Do or die, que fue el primer ejemplo de lo bien que iba a sonar el concierto, sonido compacto, potencia considerable, y volumen elevado, como tiene que ser. A Richie Faulkner no le hicieron falta más excusas para soltarse desde el principio, agitando y elevando continuamente su guitarra con posturas del verdadero rockstar que es, abriendo con esos punteos tan ‘Judas’ la siguiente Dead man walking, mejor todavía, sin dejar de fijarnos en ese modelo guapísimo de bajo, ni en la imponente figura, por supuesto, del gran Ronnie Romero, que salió al escenario dispuesto a pisotearlo y demolerlo, con un control de su voz que impresionaba tanto como su pasión al cantar los temas. Hasta en los pequeños parones, se esforzaba al máximo, presentando los temas a grito pelado y mostrándose muy comunicativo, siempre en español. Si algo me ha gustado del disco, sobre todo, han sido algunas de las melodías de sus estribillos, y Blind Leading the Blind me parece una de las mejores. Veíamos a Faulkner apuntando hacia arriba con su ‘flecha’, y tras degustar ese combo de platos que se marcó Christopher Williams en el tema, Ronnie nos hacía reír, robando una púa a espaldas del guitarrista. Tras arrojarla al público con gran simpatía, continuaron con la pesada Horns for a halo, y en ella, un rotundo 10 para la interpretación de Faulkner, derrochando actitud. Lo cierto es que no eché en falta una segunda guitarra. El agudo del final de Ronnie, también nos puso los pelos de punta. Cambio de guitarra para Faulkner que precedía a Lights Out, una de las más vitoreadas, seguramente por ser la más conocida (cover de UFO). El guitarrista tuvo ligeros problemas con su instrumento, que se solventaron rápido, y una vez más, Christopher Williams nos flipaba con esos compases tan precisos y espectaculares, tal como lo hizo en Dirty Pigs, con una grabación de un cerdo gruñendo al principio, y sonó de las más potentes de todo el concierto, dando más cuerpo a las voces de Ronnie esos coros por parte de Richie.

Tras un discurso positivo pero… un tanto forzado, el vocalista volvía a recorrerse de izquierda a derecha y viceversa el escenario, imparable, y con una seguridad total, inclinándose, retorciéndose, arrodillándose… en Downfall Rising, inicio muy ‘blacksabatthero’ y un bajo latente y duro También vimos un tercer modelo de guitarra durante ella. Ronnie es un vocalista al que sigo con atención desde aquella obra de arte llamada Jose Rubio’s Nova Era, del 2012, y hay que decir que a nivel escénico y vocal, si bien ya era un portento entonces, ha crecido una auténtica barbaridad. Un currazo enorme en este concierto junto a sus compañeros. Y a pesar de que no pudimos disfrutar de la presencia en directo de Scott Travis y Rex Brown (que sí grabaron el disco), Christopher Williams (Accept) y Dave Rimmer (Uriah Heep) lo hicieron de fábula, imponiendo una base rítmica prácticamente perfecta y que, además, sonaba que asustaba de bien. Entre Faulkner y Williams la liaron, bromeando con el inicio de Man On The Silver Mountain (Rainbow)… y la broma se convirtió en viral, con un montón de voces pidiendo que la tocaran entera, hasta que Ronnie detuvo la avalancha antes de que fuese a más. En su lugar, tocaron Bitter Pill, cuyo ritmo rápidamente nos puso a todos con el headbanging, y es que lo gruesas que sonaban esas guitarras, y la profundidad en los registros de Ronnie invitaban a ello sin mesura. Por mi parte, podrían haber tocado algún tema del disco de los que se quedaron fuera, como la casi bluesera Ghost of you (una de mis favoritas) o White Horse, pero escogieron terminar conquistando a todo el mundo sin marearse en exceso, tirando de la célebre War Pigs, coreadísima, y que se ajustaba al estilo de la banda al 100%. Y es que la influencia que la música de Black Sabbath ha ejercido sobre la grabación del disco, es innegable. Un concierto enormemente sólido y con muchísimo atractivo, que ofreció más incluso de lo que esperaba, también arropado por ese gran sonido reinante en gran parte del festival.

¡Y que no decaigan los ánimos! No es precisamente una de mis bandas favoritas… pero Lordi siempre saben dar un espectáculo a la altura de su reputación. Y tampoco era lo que más me apetecía en ese momento, pero por otra parte, hacía 10 años que no les veía en directo, y quise comprobar a qué nivel continuaban.

Hay bandas que, aparte de en sus discos y sus canciones, han puesto especial ímpetu en vender también imagen. KISS, sin ir más lejos, son una de ellas, y por supuesto, en el mismo conjunto entrarían también estos Lordi, frente a quienes me volvía a encontrar tras más de 10 años sin verles en directo. Los hardrockeros finlandeses estaban a punto de desplegar todo su espectáculo y parafernalia para deleite de sus fans, y tal como ocurrió con Europe en el día anterior, el número de público creció con ellos de forma exponencial, pero todavía sin llegar a límites absurdos.

Primero el batería Mana y la teclista Hella, y después, de uno en uno, todos los componentes restantes, el escenario se llenó de monstruosidades (literal). Solo faltaba que todo comenzase, y la escogida para poner banda sonora a aquella película de horror de serie B fue Dead Again Jayne, un tema bastante movidito que les valió para lucir sus estrafalarios disfraces, que todo hay que decirlo, cada vez molan más. Particularmente me encantó la del bajista Hiisi, muy divertido cuando movía la boca para cantar. Entre guitarras cañeras y buenos coros vocales, el concierto fue avanzando con paso firme y solidez, The Riff fue iniciada con un pequeño solo de teclado, Thing in the cage bien recibida, y la gente estaba completamente de su lado, abarrotando ya las primeras filas, y los músicos, especialmente a través de Mr. Lordi, supieron captar y mantener esa atención a pesar de que, en mi opinión, el setlist tuvo sus altibajos… pero también sus sorpresas en forma de temas poco habituales. Lo que pecó claramente de ir de mejor a peor fue el sonido, que sin ser realmente malo, fue emborronando un poco algunos instrumentos, al menos desde el punto en que me encontraba. El primer gran clásico de la tarde vino de la mano de Blood Red Sandman, con ayuda de voces disparadas que se integraban más o menos bien, y en donde Mr. Lordi esparció entre el público centenares de papelitos color sangre. La teclista Hella, con esa mirada de psicópata, hizo una apertura fantástica, metiendo algunas notas disonantes.

De su último trabajo, “Screem Writers Guild” nos llegaba Lucyfer Prime Evil, que no impactó tanto como Hell Sent In The Clowns,en la cual, a la par que esa melodía inquietante de teclado, aparecían en escena dos payasos, que iniciaron una pelea a muerte. Los shows de Lordi es lo que tienen, que nunca sabes lo que puedes esperar a nivel de atrezo / escénico, y eso es un plus. Mr. Lordi se acercaba a nosotros, intimidante pero cargado de buen humor, para contarnos sus historias y detalles sobre los temas. Y This is Heavy Metal, fue dedicada a todas las principales influencias de los componentes de la banda, con un falso Dee Snider pavoneándose por el escenario. Simplona pero divertida, sin más. Muchísimo mejor It Snows in Hell, esto sí que es un verdadero temazo de Hard Rock ochentero, con esas teclas dominantes, esa cadencia adictiva, y esa melodía tan evocadora, y precisamente es justo la faceta musical que más me gusta de Lordi. El vocalista reapareció ante nosotros con una máscara plateada y empuñando el micro con sus afiladas garras para volver a la carga con They Only Come Out at Night (sí, aquella en la que colabora UDO en disco) y Scarecrow, en la que volvieron a abusar alegremente de voces pregrabadas. Eso sí, me gustaría dejar claro que, aparte de estos detalles más o menos comunes, y según lo que yo escuché, no me pareció que hubiese ningún instrumento en playback o cosas raras por el estilo. En general no son músicos que destaquen especialmente por su versatilidad, pero como show, no hubo nada que objetar, todos bien metidos en sus respectivos papeles. Me flipó, como eterno fan de los Masters del Universo, que interpretaran Let's Go Slaughter He-Man, y sobre todo, que apareciera de la nada un Skeletor amenazando al público. Se ponían en plan irreverente, haciéndonos corear a nosotros ese ‘Fuck you asshole’ de Sincerely With Love... pero en estos momentos, los problemas de sonido empezaban a hacerse más patentes.

El petardeo constante, que en un momento dado pensé que podía ser parte de algún tema, ya resultaba bastante molesto en algunas partes. Por suerte, se suavizó para los bises. Con el demoníaco guitarrista Kone entreteniéndonos con su solo, pronto dieron rienda suelta a sus mejores apuestas, comenzando por la gran Devil is a loser y siguiendo con Who's Your Daddy?, las cuales impactaron en el público y se materializaron en saltos y griterío, sobre todo en la primera mitad del recinto. Durante esta última, Mr. Lordi se sacó ‘de la manga’ una pistola que disparaba humo a chorros, y nos dedicó unas últimas palabras, una historia bastante cachonda, de hecho, antes de Would you love a Monsterman?, otro corte de la vieja escuela con buenas armonías vocales (hasta qué punto grabadas o no, ya es difícil decirlo) y batería machacona, con la que nos echamos unos buenos bailoteos, para llegar de su mano hasta la introducción de órganos (interpretada por Hella) de Hard Rock Hallelujah que, como era de esperar, fue la mejor recibida de todo el concierto, con más papelitos rojos, saltos, móviles grabando a mansalva, y Mr. Lordi esgrimiendo en alto ese palo de micro en forma de hacha.

P.D. Las fotos de Lordi presentes en este blog me las prestó Mary McGun. ¡Muchas gracias, guapa!

Y seguidamente, uno de los mayores y más especiales conciertos de todo el festival, uno que llevaba esperando desde la primera jornada con ansias, y que me hizo estallar de emoción. The Winery Dogs en toda su inmensa grandeza.

Lo cierto es que, si bien el concierto de Lordi que acababa de ver me resultó divertido, también se me hizo un tanto largo, y me dejó hecho tabaco. Pero las incontenibles ganas de ver a una de mis bandas favoritas del domingo hacían contrapeso. Mientras todos esperábamos a que arrancaran The Winery Dogs, vimos pasar a sus tres componentes por detrás del escenario, y el subidón de la gente nada más verles presagiaba un concierto que, aunque no apto para todos los públicos, se iba a vivir con gran intensidad, especialmente por parte de los amantes de los pasajes más técnicos y complicados.

Una verdadera exquisitez para degustar con calma, como un menú de cinco tenedores, con todos los sentidos. Tres músicos de élite, tres hombres que saben lo que es pertenecer al Olimpo del virtuosismo técnico… tres dioses de la música cuyas habilidades parecieron no tener fin durante la hora y media aproximada de la que disponían para desplegarlas ante nosotros. La cosa es que la asistencia fue menor de la esperada, sin duda, porque la gran mayoría hacía ya tiempo para ver a KISS en el otro escenario. Ellos se lo perdieron.

Muy celebrado ese comienzo con Gaslight, y además, acertadísimo, cañera a más no poder con esa batería de Portnoy cabalgante, que por muy cansado que uno estuviese, levantaba los ánimos hasta las nubes. Las ostentosidades y virguerías técnicas no se hicieron esperar, el concierto estuvo a reventar de miles de detalles, solos, tempos imposibles, un nivel avanzadísimo para cualquier mortal, y por descontado, la celestial voz del señor Richie Kotzen, infinita, inalcanzable en cortes como Xanadu, con una profundidad y una cantidad de registros que le dejan a uno con los ojos como platos. El guitarrista, de hecho, y a pesar de los colosales músicos que le acompañan, se erigió como una de las máximas figuras del power trío. Y es que además, ¡¡parecía mejorar por minutos!!, siempre con esa mirada casi perdida, pero expresando a través de su voz un torrente inabarcable de emociones, en esos gritos extremos de Captain Love, rebosantes de soul, a lo que hay que añadir los coros de una verdadera deidad del bajo, el Sr. Billy Sheehan, muy activo y apasionado durante todo el show, pasándoselo como un chaval, puro nervio que no dejaba de moverse, levantando su bajo y tocando de todas las maneras posibles, con una facilidad tan pasmosa, con una fluidez tan imposible, que parecía cosa de magia. Sin embargo, allí, delante de nosotros, no había trampa ni cartón… pero sí auténticos magos en sus respectivos instrumentos. Locuras como ese inicio de Hot Streak, con armonías entre Billy y Richie, te metían el fuego en el cuerpo.

Tema que, aprovechando bien el tempo, pararon a mitad para reunirse con uno de los técnicos. Por lo visto no terminaban de estar contentos con el sonido que estaban teniendo. Afortunadamente todo fue muy rápido, y continuaron tocando justo donde lo habían dejado, para seguidamente, continuar con Time Machine, y también con ese repertorio de virguerías técnicas (la interpretación de la parte central fue para volverse loco), cruzándose entre ellos, rompiendo compases… el más estático de los tres era el propio Richie, pero su descomunal talento compensaba este hecho, mientras que Billy no dejaba de mover la cabeza y acercarse al micro para cantar, y Portnoy, hecho un diablo, sus los pies a cien por hora y la precisión casi enfermiza de siempre. Respecto al guitarrista, lo digo desde la ignorancia artística, pero no me explico cómo puede interpretar solos tan kilométricos y meticulosos como el que se marcó en The Other Side, tocando de esa forma, sin emplear púa en ningún momento. En cierto momento, vimos a los tres músicos formando corro, como vacilando entre ellos. Otro solo deslumbrante (y ya van…) fue el de Stars, posiblemente de los más espectaculares de la tarde, con grandes coros por parte de los tres, incluido Portnoy, que hacía un continuo uso del mecanismo para acercar y alejar su micro. Pero no todo fueron temas cañeros, también hubo tiempo para aquellos más suaves como Damaged, una vez más, con un trabajo de Kotzen asombroso, poniendo sobre la mesa todos sus registros.

Enésimo cambio de guitarra para The Red Wine, y uno de los máximos momentos de lucimiento para Billy Sheehan. Como el bajo fuese una extensión misma de sus brazos, punteaba, tiraba de tapping, con cambios exactos y fugaces, e incluso estiraba las cuerdas de su instrumento. Lo que se dice un dominio absoluto y técnica perfecta. Por mi parte, estaba tan absorto, tan alienado con el concierto, que ni siquiera me fijé en hasta qué punto estaba disfrutando el resto de gente. De forma imparable (poquitos descansos o pausas hicieron) continuaban casi empalmando los temas, I’m no angel, la casi Funk Desire, ampliando todavía más el ‘colorido’ del concierto… y llegado el momento, Oblivion, una de mis preferidas, intensamente progresiva y explosivamente técnica desde su mismo inicio, con un despliegue de habilidades cósmico y la batería de Portnoy a toda mecha.

Animaba este último tras su batería, de pie, para que pusiésemos toda la carne en el asador nosotros también, y la razón podría ser que, aunque lo desconocíamos, el concierto iba a terminar casi 20 minutos antes de tiempo, poniendo con Elevate el punto y final. Y no sé a vosotros, pero a mí me dejaron con muchas ganas de más. Y es que fue otro de esos conciertos que me hicieron subir tan alto, que después me costó volver a bajar al mundo terrenal. Me descubro eternamente ante ellos.
Si el momento cumbre de la anterior edición del Rock Imperium fue la salida al escenario de Scorpions, en esta ocasión correspondió a la llegada de los neoyorquinos KISS, con todo lo que ello conlleva: masificación, histeria colectiva, apretujamiento inhumano, miles de fans acérrimos con las caras pintadas (desde mediodía, ojo) y gente que solo les vio por decir “he visto a KISS y molo más por ello”. Sea como sea, también era la prueba de fuego que determinaría hasta qué punto fue efectiva la ampliación del recinto. Y sí, había decenas de miles de personas viéndoles. Y sí, el agobio fue monumental… pero en ningún momento llegó al mortal clímax de Scorpions. Y puesto que KISS atrae a mucha más gente que los alemanes, podemos decir que las modificaciones fueron un relativo éxito.

A mí personalmente, eso de ver un concierto de cerca, por el simple hecho de estar cerca “por qué si”, pero empotrado cual Ducados en un paquete, sin poder casi ni respirar, ni moverme, ni bailar… no me interesa en absoluto. Nosotros (mi colega Elena y yo, a quienes en seguida se unió Popi), preferimos quedarnos lejos, viendo a los músicos pequeños, pero con libertad de movimiento. Y disfrutar, disfrutamos una burrada, de ello doy fe. Cuatro muñecos hinchables gigantes, con el aspecto de Gene, Paul, Tommy y Eric, guardaban el escenario. Durante todo el día, vimos ya las siete pantallas octogonales que colgaban del techo. Y todo ello era parte del fenomenal espectáculo que nos aguardaba.

A partir del estallido, la caída del telón, y los primeros acordes de Detroit Rock City, teníamos por delante dos horas de diversión, fiestaca y alardes escénicos. Paul, Gene y Tommy, los tres en fila, avanzaban para recibirnos a todos, como diciendo, aquí estamos, ¡alabadnos!, secundados por la enorme pantalla que, por el momento, iba mostrando imágenes del grupo en vivo. Fuegos y petardazos al compás de las baterías de Eric Singer, todo muy visual y ostentoso, dieron paso a Shout it out loud, con los fans de las primeras filas volviéndose tarumba, saltando sin parar y gritando como si en ello les fuese la vida. Sonido muy recio, y unas guitarras de Tommy y Paul en primera línea. El último, se tomaba un tiempo para saludar al público. ‘No hablo en español muy bien, pero comprendo tus sentimientos, y mi corazón es suyo’. Algo que ya le he escuchado decir cuatro veces en directo, palabra por palabra. Y esto se puede extrapolar al resto del show. Eso sí, mola un puñao, es increíble verlo todo en movimiento, incluidos los miles de trucos y filigranas de atrezo y escenario. Pero diría que las tres últimas veces (o todas, incluso) que les he visto, han hecho exactamente lo mismo, mismo setlist, mismas paradas, mismo teatrillo… Pero vaya, solo es un apunte. Que yo estaba disfrutando como el que más, ojo, de temas como Deuce, con imágenes antiguas de la banda en pantalla y Tommy Thayer despatarrándose en el solo, o algo menos, en War Machine, más atraído por los dragones y el fuego del vídeo que por el tema en sí mismo. La que sí fue un chorrazo de adrenalina fue Heaven’s on fire, cuyos coros por parte del gentío se elevaron hasta el cielo cartagenero. Paul, al menos, estuvo bastante decente en ella, pero de lo que no se puede dudar siquiera es de su estado físico, siempre enérgico, siempre transmitiendo con sus movimientos y con el nervio a tope. Otras cosas se pueden disimular u ocultar, pero esta en particular, no. Junto con I Love it Loud fue una de mis partes favoritas del concierto, esta última, con un sonido de batería apabullante a cargo del gran Eric Singer que, como músico y como cantante, estuvo a un nivel superior al de la mayoría de sus compañeros.

Unas buenas armonías de coros en Say Yeah, y ese sabor añejo que tanto mola en Cold Gin (de su primer álbum homónimo), dieron paso a una de las partes más extravagantes del concierto, un solo de Tommy Thayer durante el cual fueron ‘estallando’, una a una, las pantallas octogonales del techo. Me sorprendió más la primera vez que lo vi, pero no se puede negar que es la hostia. Volvía a dedicarnos unas palabras Paul Stanley antes de volver a desatar la locura entre las primeras filas, y más allá, con la cachonda Lick it up, alargada en sus partes de guitarra, entre el mar de luces laser que flotaban sobre nosotros, y que combinabas con el humo del ambiente, creaban un efecto visual guapísimo. Por cierto, teníamos justo a nuestro lado a Ronnie Romero (Elegant Weapons) pasándolo de alucine con los KISS. Con discursitos, carisma y chulería innegable, Paul intentaba continuamente mantener el nivel de intensidad, algo muy visible en Makin’ Love, que Eric terminó de pie tras su kit, y Calling Dr. Love, con voces a cuatro bandas desde el escenario, y unas 20000 más desde abajo. Ahora era el protagonismo de las dos fieras de las seis cuerdas, Paul y Tommy, para lucirse y desafiarse mutuamente en la consabida parte del solo. Psycho Circus me dio algo de bajoncete pese a no ser mal tema, culminada con otro solo de guitarra de Tommy, mientras este ascendía sobre una plataforma. Como podéis leer, hubo gran cantidad de solos, pero fueron entretenidos, muy aderezados con trucos escénicos, y no se hicieron demasiado pesados. Y ante el brusco cambio de iluminación en el escenario, con un predominante verde oscuro, y una atmósfera casi de terror, envuelta en relámpagos y truenos, muchos sabíamos que se acercaba uno de los momentos más brutales del show, aquel en el que Gene se pone a vomitar sangre mientras se eleva por los cielos para meter caña con su bajo-hacha a God of Thunder. Y joder, qué recuerdos me trae este tema de cuando solo era un moco… y cómo me mola verla en vivo.

A partir de este punto, todo fue a más, y comenzaron a sacar del baúl su artillería pesada en cuanto a parafernalia. Sirviéndose de una tirolina (previa invitación), Stanley cruzo medio recinto por los aires, hasta una plataforma dispuesta para la ocasión en la torre de sonido, y desde allí, con su guitarra cubierta de oro, arrancó una Love Gun que todos gritamos a lo bestia, hasta perder la poca voz que nos quedaba en el intento. Eso sí, las pistas pregrabadas de las voces… cantaban por soleares, valga la redundancia. KISS siempre fue música y show a partes iguales, como volvían a demostrar los petardos al final del tema, que continuó sin mucha demora con Black Diamond. Paul volvía al escenario a mitad de esta, y Eric Singer nos regaló las primeras estrofas cantadas por él. Pero si realmente destacó como vocalista en algún tema, cantando maravillosamente bien, tocándola al piano (supuestamente), y con una base disparada, fue en la lacrimógena Beth, que nos puso a todos con la lagrimilla de emoción. Tal vez como final hubiese sido magnífico… pero sabíamos que quedaba cosa gorda por llegar, y nos pedían ayuda, a nosotros, para cantar I was made for loving you, a lo que evidentemente aceptamos, y no solo eso, sino que nos metimos unos bailes de aúpa a ritmo de discotequeo setentero. Otro tema que me trae recuerdos inolvidables, y que disfruté especialmente, mientras caían globos blancos sobre nuestras cabezas. Y por supuesto, Rock and Roll All Nite puso la nota final y al mismo tiempo, subió la temperatura a alturas impensables: todo el recinto botando, gritando el estribillo y soltándose la melena sin complejos, mientras millones de papelitos blancos ocultaban, literalmente, el cielo. Llegado el final, Paul destruyó su guitarra entre llamas y chispazos varios, Tommy continuaba por las alturas… y se lanzaron varios minutos de fuegos artificiales, que se reflejaron en nuestros rostros elevados y sonrientes, mientras sonaba la celestial God gave rock 'n' roll to you. Ni siquiera hace falta ser fan de KISS, basta con que te guste el Rock, en cualquiera de sus variantes, para que momentos como este se te queden para siempre en la memoria.

A pesar de que encaré el concierto hecho astillas por el cansancio, sobre todo después de aquel torrente adrenalínico que fueron los The Winery Dogs, finalmente se me terminó pasando (y creo que a mis colegas también) en un suspiro, gracias en parte al hecho de ser tan variado, tan vistoso y tan dinámico, con un setlist bien distribuido y cortos pero constantes guiños a los fans. Casi ni nos dimos cuenta de las dos horas que habían pasado.

Las fotos más guapas de KISS son cedidas por mi amigo Popi. ¡Gracias!

Pero confieso que en estos momentos me encontraba reventadísimo, completamente hecho puré, y la idea de tener que coger el coche dos horas y pico para volver a casa cuando terminase el festival me atormentaba bastante. Los pies me ardían, mi cuello sacaba chispas ya, y me temblaban las piernas. Solo me quedaban tres miserables euros, que invertí en un refresco para no caer rendido al suelo. Cualquiera habría dicho que, después de un espectáculo de ensueño como el de KISS, todo el pescado estaba vendido ya y, de hecho, muchos abandonaron el recinto. Pero nada más alejado de la realidad. No saben lo que se perdieron.

Porque ni la más potente droga me habría hecho subir tan alto, a pesar de todo lo dicho, como lo hizo el puto conciertazo que se marcaron los Skid Row. Aquello fue literalmente increíble, apoteósico, y se convirtió por derecho propio, y con la mayor de las contundencias, en el mejor concierto de todo el domingo para mí. Una puta LOCURA, adrenalina en estado puro que me hizo salirme del mundo y sacar fuerzas de la nada para desmelenarme como pocas veces lo he hecho en mi vida en un concierto.

Abrieron con las revoluciones ya a tope, tras el toque de sirena que sirvió de introducción, con Slave to the grind, caña burra con un Erik Grönwall muy, pero que muy subido de humos, agitando descontroladamente la melena y pateando el escenario a saco, y que nos dejó, de primeras, pasmados con su interpretación, en esta, y en la siguiente The Threat, donde ya expuso a las claras su increíble rango vocal, con esa rabia al cantar y esos gritos salvajes que en nada tuvieron que envidiar a los del mismísimo Bach. No solo Erik se mostraba al 100%, radiante y entregado a muerte. Ese trío de oro formado por Rachel Bolan, Dave Sabo y Scotti Hill, bajo y guitarras respectivamente, ostentaba una actitud de miedo, tajantes, agresivos en sus movimientos y en su forma de tocar, desmadrados en los solos, como fue el caso de la vacilona e irreverente Big Guns, con guitarras gritonas tan marca de la casa. 18 and Life sonó como siempre debería haber sonado. Y es que gran parte de la ‘culpa’ de que la banda esté en una forma tan grandiosa se debe a la entrada como cantante de Erik. Skid Row necesitaba a Erik, y Erik nació para cantar con ellos. En aquel concierto, lo vi más que claro. Su actitud gamberra y ‘misfit’ en cortes como la potentísima Not Dead Yet (primera en sonar de su último disco “The Gang’s All Here)” fue un chutazo de energía eléctrica, acompañado como siempre por la pared sonora que formaban los insistentes coros de Rachel, Scotti y Dave, que además, sonaban como un puñetazo en la nariz, añadiéndole todavía más furia a la voz de Erik. Literalmente, sonaba como si estuvieses escuchando el disco. Y una de tantas diferencias entre Skid Row y KISS es que estos lo llevan todo el riguroso directo, son aguerridos y callejeros, y precisamente esa fue la sensación que transmitieron durante todo el show.

Más guitarras chirriantes y explosivas en Piece of me, donde mi colega y yo no pudimos aguantar más, y nos acercamos hasta las primeras filas del recinto para vivir aquello todavía con más intensidad. Y entonces llegó mi tema favorito de toda su discografía, Livin’ on a Chain Gang, y me eché las manos a la cabeza de incredulidad. Nunca soñé con poder verla en directo por las evidentes limitaciones de otros vocalistas. Pero con Erik todo vuelve a ser posible… y literalmente, me sacó de mis casillas, me partió por la mitad, clavada al disco, arrolladora, como si un torbellino pasase por mitad del Rock Imperium y lo levantara hasta sus cimientos. Y si alguien pensaba que iban a amilanar su ritmo, estaba muy equivocado, porque Makin’ a Mess volvió a entrar al trapo, con una actitud a-co-jo-nan-te de Scotti Hill, que daba carreras por el escenario, melena al viento, saltaba, daba giros, tiraba púas sobre la marcha… ver para creer. Y obviamente, la altura que estaba cogiendo el concierto era para caer de rodillas. Sacando su vena más punk, fue el bajista Rachel Bolan quien se encargó de cantar, con toda la desfachatez posible, la ramoniana Psycho Therapy, corta, directa al cuello, y con Rob Hammersmith dándolo todo tras los parches, y también culpable del aplastante sonido de la banda aquella noche. Pero también habría sido un crimen que no tocasen alguna de sus medios tiempos, especialmente los de su “Slave to the Grind”, que le dan un color muy particular a ese disco. Podría haber sido Wasted Time, podría haber sido In a Darkened Room… pero finalmente (cosa que me pareció ideal), fue Quicksand Jesus la que representó el gran momento de emotividad del concierto, y al menos a mí, escucharla me puso los pelos de punta hasta el final, con ese desgarrador grito de Erik, que llegaba hasta donde le salía de los cojones. Otra elección de su reciente “The Gang’s All Here” la tuvimos en Time Bomb, con toda la banda dejándose el cuello al mismo tiempo, esas partes de bajo y batería en solitario escuchándose de fábula y un Erik muy cómodo en cualquier registro, aunque lo cierto es que yo habría preferido, por ejemplo, Hell or High Water. Pero todavía nos quedaba un tema del citado álbum.

De momento, pasaban a otro momento idílico, con I Remember You, una de esas que hay que escuchar a partes iguales con los oídos y el corazón. Cada arpegio con la guitarra acústica presentada para la ocasión, cada punteo, y cada estrofa fueron magia. Ahora sí, hacían un pequeño parón para que el vocalista se dirigiera a nosotros… y también supongo que para que respirara antes de comenzar a dar gritos en la descomunal Monkey Business. Esto era un no parar, para volverse loco. Parecía que de un momento a otro se me iba a partir el espinazo con tanta cera. Aprovechó Erik para presentar a sus compañeros en la parte que llevaron adelante Rachel y Rob, pidiendo palmas sin parar, para desgañitarse por completo en el final. Todavía les quedaba guerra por dar, y no cedieron a la hora de seguir reventando el escenario con la también punkarra y directa Riot Act, un auténtico tiro esa guitarra de Dave "The Snake" Sabo, sobre todo en el solo, casi empalmando con The Gang’s All Here, que ahora sí, fue acierto total en mi opinión, siendo los coros de Dave, Rachel y Scotti una auténtica sobrada de fuerza bruta. Solo quedaba una bala en la recámara. Podría ser Sweet Little Sister, podría ser Psycho Love, pero había concretamente una que era imprescindible, el detonante del estallido nuclear, el terremoto que asoló el Rock Imperium sin piedad. Los que no estuvisteis allí, en las primeras filas, no podéis haceros ni una vaga idea del desfase y locurón que se vivió allí con Youth Gone Wild, saltos y empujones por doquier, sudor, polvo, estribillo a mil voces y mil puños más levantados, guitarras haciéndonos entrar en éxtasis, Erik lanzándose al foso y todos los músicos con la actitud más fogosa que podáis imaginar. Tras el gran final, griterío, oes, y alabanzas infinitas hacia una banda que nos había regalado uno de los mejores shows de todo el festival. Un show que a buen seguro no olvidaré nunca, y es que todavía me entran escalofríos mientras lo recuerdo.

Ahora sí podíamos afirmar aquello de ‘no va más’. Tras innumerables horas, de sol a sol, empalmando escenarios, 20 conciertos completos (más algunos fragmentos)… El Rock Imperium 2023 llegaba a su final, y como siempre, atravesé su puerta de salida con cierta tristeza, algo que en una edición tan increíblemente maravillosa se acentuó todavía más. Cuando me senté en el coche, pensaba que no duraría ni 10 minutos conduciendo, pero a pesar del atasco de la salida, del largo tramo de obras que nos tuvimos que comer, y del extremo cansancio, llegamos a mi casa de una sola pieza. He tenido la suerte de vivir muchos festivales, y algunos de ellos, por distintos motivos, me han marcado para siempre. Ahora estoy seguro de que puedo añadir, tranquilamente, este Rock Imperium 2023 a ese grupo de experiencias tan selectas.

Esta crónica va para vosotros, Kolega, Popi, Elena, que tuvisteis gran parte de la ‘culpa’ de que esto haya sido así.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Rock Imperium Festival 2023, domingo 25-06-23, Parque El Batel, Cartagena

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