lunes, 21 de agosto de 2023

Leyendas a todo gas (Leyendas del Rock 2023, sábado 12-08-23, Polideportivo Municipal, Villena)

Para contrarrestar la siempre entristecedora sensación de que esto está llegando a su fin, el sábado, último día del Leyendas del Rock 2023, fuimos a por todas desde el primer minuto, desde la primera actuación, hasta donde aguantase el cuerpo. El descenso ligero de las temperaturas prometía un clima, teóricamente, más amable que en los dos días anteriores, aunque no había que bajar la guardia con el calor. A este respecto, algo de nuestro Leyendas que he aplaudido ya mil veces, y que continuaré haciendo mientras dure, es la orientación de los escenarios, que con su mismo revestimiento, van tapando el sol conforme avanza el día, y eso, en un festival de cuatro días en agosto, es algo sencillamente impagable. Y con el Mark Reale cubierto, a la hora de ver conciertos el sol directo no tiene por qué ser un problema si se coge la posición adecuada. Eso sí, el bochorno extremo no había quien nos lo quitase. Otra acción plausible, como novedad de este año, fue la instalación de una estructura de varios grifos, justo donde solo había una fuentecita. Plausible, ojo, pero totalmente necesaria, que ya era hora… Otro aspecto a resaltar fue el anuncio de que se podría entrar comida y agua al recinto, que nos alegró la vida, sobre todo a quienes no podemos pagar los desfasados precios de barra, foodtrucks y demás. Y esto más que una medida a elogiar, es algo a reivindicar para todos los festivales, ya que prohibir entrar sustento vital es abiertamente ILEGAL (ejem, Rock Fest Barcelona) y debería ser sancionado como corresponde. Atendiendo ahora al cartel, mis principales objetivos del día eran tanto bandas nacionales de la talla de Avalanch, Badana o Shalom, como internacionales, léase Michael Schenker, Diamond Head y por encima de todo, mi BANDA, con mayúsculas, de todo el festival, los trves americanos Virgin Steele.

Dragonfly:

El sábado se presentaba como un día muy intenso en el que habría que pelear contra el calor habitual de Villena en estas fechas, y añadir a este el cansancio acumulado de tres días repletos de Heavy Metal. Debido a imprevistos y vicisitudes varias de última hora (o más bien, de primera), no pude llegar a ver entero el concierto de Dragonfly, pero sí la mayor parte de este. Los valencianos, aunque pueden llegar a ser bastante cañeros, también combinan con mucho acierto partes más suaves, por lo que se me antojaba una elección muy apropiada para comenzar el último día de Leyendas, también por el hecho de tocar a cubierto.

Me metí ya de lleno en la actuación con sus primeros compases, concretamente, los de uno de sus temas más reconocidos, largos y celebrados, Ángeles con una sola ala, que fue precedida por una parte instrumental. En ella, Juanba Nadal, con un bajo muy chulo, de cinco cuerdas y sin clavijero, destacó bastante gracias a su gran habilidad con el tapping, pero también cantando varias estrofas del tema, alternándose con su compañero Pablo Solano. El hecho de que las primeras filas estuviesen llenas de fans de la banda, ayudó mucho a crear ambiente ya que, como contrapartida, la carpa estaba bastante vacía en general. Hacía un bochorno de mil demonios, así que, por esa parte, casi mejor en pos de la comodidad y el disfrute del concierto. El sonido, hasta el momento era aceptable, no demasiado nítido, pero las melodías de los temas se podían reconocer fácilmente, tal como las frases de Pablo, tan elegante como siempre en su forma de cantar y actuar, y con una voz por la que parecen no pasar los años. También hubo algún acople bastante fuerte al principio que por suerte quedó aislado. A Jorge Alcázar le vimos hace unas semanas, en el Zurbarán Rock, defendiendo los temas de Opera Magna como sustituto del fugado Adrián Romero (banda en la que, por cierto, también militó Pablo Solano durante sus primeros años).

Aquí se mostró mucho más cómodo y acertado, metiendo caña acelerada en El Peso del Mundo, pero bastante centrado y enfocado a su instrumento. La participación de los fans en el tema fue notable, un público bastante escaso pero decidido a cantar. En ese final, también Víctor González a la guitarra se animó con el headbanging, y Pablo nos obsequió con un grandísimo agudo. Llegaba ese momento más sensible de cualquier concierto de Dragonfly, escogiendo para él la balada Regresa a mí, de su primer CD, el “Domine”, que por cierto, regrabaron el año pasado, con muchos más medios y experiencia a sus espaldas. Al no llevar teclista, dispararon estas partes, y con todo, el tema les quedó con mucho feeling, en parte gracias a la aterciopelada voz de Pablo, que se entregó al 100%, haciendo un excelente uso de sus tonos graves y afinando muy bien. Pero también tuvo parte de la ‘culpa’ ese sentido solo de Víctor, que hizo hablar a su guitarra para nuestro deleite. Tal vez, dada su longitud y ligereza, se me hizo un tanto pesada, aplacando demasiado el ritmo del concierto, pero lo cierto es que fue bastante bien recibida y ovacionada en general. Para equilibrar de nuevo la cadencia, el concierto necesitaba de un buen subidón, bien proporcionado por el tema Soy, de su quinto disco, iniciada con un virtuoso doble pedal de Jorge que lo hizo realmente bien durante todo el concierto.

Para las partes que cantó Tete Novoa en el disco, Pablo, mientras se aferraba con pasión al soporte del micro e intentaba subir los ánimos del personal, contó también con la ayuda de su compañero Juanba (que cantó sorprendentemente bien esos tonos altos). Bastante actividad por parte de todos los músicos en esta última, con bajista y guitarrista apoyándose en sus monitores, y posteriormente encarándose para tocar esa parte más clásica. Lástima que le faltase algo de fuerza a esos riffs, sin duda, debido a la justita calidad del sonido. Preparándose ya para el bis, el conjunto abandonó el escenario durante unos segundos, mientras sonaba un fragmento grabado, y volvieron a arrancar a tope con el que posiblemente fue el mayor éxito de su carrera, No lo verán caer, bastante emocionados, con Juanba dando saltos y Pablo requiriéndonos sin parar esas palmas. Bastante cañera, y con esa letra que la gran mayoría del público entonamos, fue un final ideal para dejar a todo el mundo contento. Al terminar, tuvieron el detallazo de interpretar con sus instrumentos una parte de la Marcha Imperial de John Williams, mientras nos dedicaban un efusivo adiós, que les valió unos aplausos bien merecidos.

Avalanch:

Salí pitando desde el Mark Reale hasta el Azucena Stage, pero aun así, llegué con el concierto de Avalanch ya comenzado. Lo más extraño es que también terminaron antes de su hora… pero por suerte, fue de lo poco que no me cuadró demasiado en un concierto muy bien ejecutado, con mucha asistencia y un sonido bastante bueno en general.

Respecto al setlist… bueno, vamos a dejar su análisis a merced de los gustos personales de cada uno. Se notó la intención de tocar casi todos los estilos por los que ha navegado la banda desde sus inicios, desde los netamente powermetaleros, hasta aquellos más sensibles, pasando por su etapa más progresiva. También fue variado en cuanto a discografía, ejecutando temas de casi todos sus trabajos, sin centrarse especialmente en ninguno, como hicieron en su anterior paso por el Leyendas del Rock. Ahí me encontré, nada más situarme, con Pies de Barro, de su “Muerte y vida”, para mi gusto, uno de los mejores discos que ha parido la banda en toda su carrera. Los matices en la voz de José Pardial, ya de primeras, me recordaron en algunos aspectos a la de Ramón Lage, aunque trató de aportar su propio estilo y personalidad en la dicción y en moldear algunas melodías, contando con la ayuda de los coros del bajista Nando Campos. Exquisitamente interpretada la parte del solo, especialmente por el propio Rionda y la bestia Mike Terrana a la batería. Era lógico pensar que muchas de las miradas presentes se centrarían en la actuación de José Pardial, incorporado a la banda en febrero de este mismo año. A nivel de opinión personal, no me encajó nada su estética, pero su calidad como frontman y vocalista quedó como algo difícilmente discutible, y al final, eso es lo verdaderamente importante. Trató con todas sus fuerzas de animar al público, pidiendo palmas en cortes como Mil Motivos, y mostrando un gran nivel tanto en los agudos como en los graves. Tras un cambio de guitarra por parte de Rionda, continuaron con El Peregrino, uno de los singles de “El Secreto”.

Destacaron en cuanto a sonido las teclas del gran Manuel Ramil (otro punto a favor de la mezcla) y las baterías de Terrana atronaron que dio gusto, pese a ser un tema más suave. La gran sorpresa del setlist llegó con Niño. No la esperaba en absoluto, por lo que el impacto emocional fue doble. Un tema que destila mil y una sensaciones (vi a Rionda llorar en directo con ella hace años), variada y poética. Esas partes progresivas y casi etéreas fueron clavadas, sobre todo aquella a base de teclado y guitarra. Fue un momentazo supremo, y con Pardial derrochando feeling. Para mí, uno de los mejores, o al menos, más intensos momentos de todo el festival. Afortunadamente, el escenario nos ofrecía ya un buen tramo de sombra a aquellas horas, y las mangueras lanzando vapor de agua nos aliviaron todavía más el calor. Abría de nuevo Ramil para Flor de Hielo, en la que vimos al bajista Nando dándolo todo con su melena, a decir verdad, muy entusiasmado durante todo el concierto, apoyando el pie sobre los monitores e implicándose al máximo. Lo hizo fenomenal, lo único que noté es que en ocasiones se le cargó con demasiado peso vocal, y a veces las armonías no sonaban como debieran. El tema fue culminado con uno de esos espeluznantes agudos que José nos ofrecía de vez en cuando, y que mostraban a las claras su gran potencia vocal. El mismo, tuvo un bonito detalle recordando y elogiando a Ramón Lage, pidiendo palmas al público, y dejando paso a Lucero, otra que hacía mucho que no escuchaba en vivo.

De los coros / armonías vocales, se encargaron sobre todo Nando y Manuel, pero lo mejor de todo fue poder disfrutar de las partes de guitarra de Alberto Rionda, y es que siempre me encantó su estilo y su forma de tocar, tan limpia, tan aterciopelada y precisa, sin fallar una sola nota. Otro tema rebosante de sensibilidad en el que contrastaban los tremendos mamporrazos y detalles de Terrana, con esos platos rojos tan guapos en la parte superior de su instrumento. Sabían que lo que quedaba del concierto era una apuesta a caballo ganador, y Pardial, acercándose al borde del escenario, e iniciando la melodía, nos hizo cantar a capela parte del estribillo de la siguiente Xana, ejerciendo de director de orquesta con sus movimientos, y con un desgarrador grito, arrancaron todos a la una con ella, a todo trapo, con el doble pedal rebotando, y José Pardial aprobando con nota la actuación, especialmente en esa parte final, con la subida de tono. Estaba tardando en aparecer algún acople en el sonido… aunque por suerte fue corto y aislado, y pudimos disfrutar de pleno de ese envite final, ese reto supremo para Pardial, y el momento más trallero (y posiblemente, esperado) del concierto con Torquemada. Curiosamente, las teclas sonaron distintas al disco, con un sonido más sintetizado, pero lo que sí sonó idéntico fue el solo de Rionda, con el que nos quedamos todos embobados. También Pardial volvió a bordarlo, dando agudos incluso más altos que los de la grabación original, afinando muy bien, y entre tanto, mostrando un perpetuo movimiento por el escenario. Triunfando por todo lo alto, la gente se deshizo en ovaciones y gritos ante este pedazo de final.

Badana:

Badana siempre han sido, antes que cualquier otra cosa, unos luchadores, unos amantes de la persistencia, cabezotas de nuestro Rock, y por supuesto, uno de los pioneros en nuestro país. Y aunque lo diga en plural, es en la figura del gran maestro Luis Miguel Rico en la que realmente hay que centrarse, pues ha sido él en realidad el que ha seguido tirando de la cuerda desde sus inicios. Volver a ver a los de Ibi en el escenario del Leyendas fue motivo de orgullo.

Ante una introducción disparada, concretamente Involuttia, que abre su último trabajo “Irvandal”, se situaba Rubén sobre la tarima, y tras las campanadas, dieron caña rápidamente con el primer tema de ese mismo disco, Entre la Espada y la Pared, cuyo estribillo nos enganchó rápidamente. Miguel, tan elegante como corresponde a su estatus, nos regaló un solo largo con su instrumento. Me hizo gracia que, durante los primeros temas, el bajista y él no se coordinaban demasiado a la hora de comunicarse, algo que por supuesto afrontaron con humor. Miguel nos informaba de que el repertorio consistiría en un popurrí de temas de toda su discografía, una muy buena noticia que quienes les conocemos desde hace mucho tiempo recibimos con alegría. Continuaban con Y Nosotros Aquí, con Rubén dibujando melodías en su bajo y una batería que sonaba muy contundente, pese a que, en general, el sonido distó mucho de ser perfecto. Al menos, parece ser que fue mejor del que escuchaban ellos mismos, ya que, a tenor de lo expresado por el vocalista en las redes sociales, se sintieron bastante incómodos en este sentido. Pero poco nos influyó a nosotros esto último, que seguimos disfrutando, bailando y cantando, cada vez más animados y contentos, de temas de toda la vida como Era Diciembre (con saludo al gran Rosillo desde el escenario, que fue su mánager durante la época del “Adiós a las Ruinas”) o Un Día me Largo a Madrid, que Miguel cantó con mucho énfasis. A pesar de la pobre mezcla que sufrían por monitores, se les veía entregados al 100%, y para rematar, culminaron esta última con un fragmento del Noche de Rock&Roll de los Barricada.

Se nota que se sienten a gusto entre ellos, y es que al fin, parece que Miguel ha dado con su formación ideal, gente que disfruta de tocar los temas, que están ahí por pura pasión y ganas, y lo manifiestan en directo. Tanto Rubén (que presentaba de vez en cuando los temas) como Llupia a la batería funcionaron de maravilla, dándole muchísimo empaque y consistencia a los temas. Cada uno de estos últimos triunfaba más que el anterior, y con el anuncio de Centinelas de la Noche, muchos sabíamos que iba a ser uno de los grandes momentos del concierto. Las primeras filas estaban abarrotadas de fans, y las letras sonaban altas y claras, tanto desde la voz de Miguel como desde las nuestras a coro. Se desmarcaba el vocalista hasta el centro para tocar su solo, al tiempo que el bajista Rubén se acercaba a saludar al público. Aunque las comparaciones son odiosas, francamente, poco tiene que ver este con su anterior bajista. Posee muchísima más sangre escénica, más desparpajo (con sus poses y gestos), más técnica, y sobre todo, muestra una implicación infinitamente superior. Contra la violencia machista nos llegó la potente Animal, que nos dio pie a seguir cantando a pleno pulmón ese mensaje tan necesario. Y la banda que continuaba fluyendo como la seda, bajo ese telón con los tres clásicos güendos, su eterna mascota. Por cierto, hace muy poco cumplieron un año con esa formación, y qué mejor forma de celebrarlo que darlo todo en el Leyendas. Faltaban todavía tres clasicazos de la banda, y una sorpresita para el final. Posiblemente, el que más arriba nos llevó, y el que más nos hizo participar, fue El Dictador.

Marcaba el inicio con sus palos Llupia, metiéndole cera a continuación, y se fue elevando la temperatura hasta el punto que Miguel dejaba directamente de cantar los estribillos para cedérnoslos a nosotros. Sin duda, el momento más profundo y emotivo del concierto llegó con Días de Escuela. Y para la ocasión, Miguel adaptó el sonido en su cabezal para tocarla en formato acústico (algo que provocó más de un pitido bastante desagradable) y Llupia, en lugar de sus baquetas, empuñó su aro para acompañarle. Una letra con la que siempre me sentí identificado y siempre termina por emocionarme en directo. Ritmo muy suave, una intervención de armónica a mitad del tema por parte del cantante, y una comunión excelente con el público, que cantó la letra entera. Y de lo más sentido, pasaron a lo más cachondo. Ataviados con unos gorritos, a cada cual más intencionadamente ridículo (qué grandes, jeje), se entonaron otro de sus grandes hits, la descacharrante “Parecían tontas”, con esas partes de guitarra tan rockeras, y haciéndonos entonar a pleno pulmón el ‘nanana’, que a su vez, nos hizo bailar y saltar como locos. Es justo decir que tampoco éramos muchos allá… pero se respiraba un ambiente y un buen feeling increíble. Puedo decir sin exagerar que fue uno de los conciertos en los que mejor me lo pasé, como mínimo, de aquel sábado. Y la sorpresita de la que hablaba, puso el gran colofón, un medley que comenzó por Despierta y lo verás, que progresó por otros temas de distintos álbumes, y terminó con partes del Breaking the Law (Judas Priest) y Smoke on the Water (Deep Purple)

¡No os vayáis nunca, Badana!

Virgin Steele:

De entre todas esas ‘golosinas’ que el cartel del Leyendas del Rock nos ofrecía en esta decimosexta edición, Virgin Steele era, sin lugar a dudas, la más apetitosa de todas. Una banda que levantó a partes casi iguales dudas, optimistas y pesimistas, ilusiones y expectación, en parte, debido a la irregularidad de su carrera discográfica en estos últimos años, a lo que se debe sumar el hecho de que apenas se han movido en directo en la última década, mucho menos aún por nuestro país. La rara avis del cartel por excelencia.

Dicha expectación se tradujo en una bestial masificación de la carpa. Y es que nunca entendí porque una banda tan mítica, tan poco habitual y tan deseada tuvo que tocar en el Mark Reale (tal como sucedió en otros años con Angel Witch, Candlemass, y un largo etcétera) y solo 50 escasos minutos. Respecto al concierto en sí, en mi modesta opinión, hubo higlights de una calidad inmensa en varios aspectos, mientras que en otros, dejó bastante que desear. Tras un pequeño retraso, emergía radiante la figura del incomparable David DeFeis, tan solo para saludar a sus fans con gestos de cariño. Hacía muchísimo que no se le veía por estos lares, y eso se notó en el recibimiento. El teclado estaba presidido por Lynn Delmato, que lleva acompañando al vocalista desde hace tiempo. Las guitarras corrieron a cargo de Joshua Block y Tommy Vitaly (que fue quien finalmente sustituyó a Edward Pursino). Escogieron A Token of my Hatred para abrir, larga y bastante movida, donde ya pudimos escuchar los primeros rugidos de DeFeis, tan apasionado como si le fuese la vida en ello, correteando por el escenario, y asomándose continuamente a sus fans. Que está en buena forma se ve a primera vista. Eso sí, me pareció totalmente indigno de una banda del estatus y trayectoria de Virgin Steele que se presentaran sin bajista, ni siquiera con las pistas grabadas. Al terminar el tema, el vocalista nos dio un repertorio de sus mejores registros vocales líricos, cantándose las primeras estrofas del In the Light, de Led Zeppelin acompañado por el colchón formado por las teclas de Lynn y los potentes riffs de Tommy / Joshua. La verdad, esperaba encontrármelo en mucha peor forma vocal después de los graves problemas de salud de hace años.

Comenzaron bien, y si querían ir a ganar, tenían que seguir apostando por temas como Invictus, el primer gran pelotazo de la tarde. Nos tuvieron a todos muy emocionados, sin parar con el headbanging y con los ojos y orejas de par en par. Pero siendo objetivos… el sonido era bastante confuso. La batería de Matt McKasty, por ejemplo, sonaba potente, doble bombo como una apisonadora, pero también demasiado saturada y falta de definición. Problema del que adolecía también la voz de DeFeis, muy escondida, borrosa, por debajo del resto de instrumentos, aunque ni que decir tiene que le puso todas las ganas y pasión, imprimiéndole mucha fuerza visual a los temas. En este segundo corte, bajó al foso para simpatizar con los fans, cantándonos cara a cara. Por otra parte, sus compañeros estaban muy volcados en el concierto, especialmente Joshua Block, que gracias a su gran actitud y a su tajante forma de tocar, se convirtió en una de las estrellas del concierto. Continuaron, sin preámbulos, con The Wine of Violence, que sin ser uno de sus más míticos temas, sí sonó muy aguerrida, y perfecta para seguir dando un ritmo creciente al concierto. El público coreaba alto y claro esas notas iniciales, y de nuevo, nos fundimos con la batería a saco de Matt, que nos puso a todos a agitar la melena ante la pícara sonrisa del vocalista… y unos cuantos pitidos de acople. Tuvieron el detalle de tocar completa la instrumental In Triumph or Tragedy, con su inicio coreado a cien voces, épica a rabiar, en donde sí se apreciaron bien esos teclados, y la empalmaron con Return of the King. El vocalista volvió a regalarnos otras sesiones de gritos espectaculares, y también interactuó con los dos guitarristas, que compartieron el solo.

Desde el glorioso “Invictus” nos llegaban algunas de las mejores alegrías del setlist, como fue el caso de Dust From the Burning. Aunque un tanto ensombrecida por el irregular sonido, DeFeis continuaba derrochando entusiasmo con ella, gestos poderosos y resaltando los estribillos, bajando de nuevo al foso para compartirlos con sus seguidores. Reconozco que fue muy emocionante tener tan cerca a alguien a quien considero una leyenda del más auténtico Heavy Metal. Y ya en la parte de arriba, una pasada ver a esos dos hachas, Joshua Block y Tommy Vitaly, apoyándose entre ellos, o al vocalista descojonarse junto a su compañero Josh, señal de lo a gusto que se encontraba. Y todo ello, bajo una auténtica tormenta de luces parpadeando. Hubo algún que otro detalle bastante escondido, como las pequeñas grabaciones que sonaron de Amaranth (“Invictus”) o Zeus ascendant (“Gothic Voodoo Anthems”), a las que David puso voz en directo, y que precedieron a By the Hammer of Zeus (And the Wrecking Ball of Thor). Durante su inicio, literalmente desapareció la voz de DeFeis, quedando tan solo sus compañeros defendiéndola durante unos instantes. Lo que tampoco se escuchó en absoluto fueron los coros de Joshua. Tras su apabullante final, mediante gestos, David nos pedía que relajásemos el ritmo. Y es que lo que llegó a continuación… creo que nadie lo esperaba. Toda una ida de olla esa Snakeskin Voodoo Man, una rareza, tal como podría haber sido, por ejemplo, Saturday Night, aunque no carente de feeling. Muy buenas esas imitaciones por parte de DeFeis de las notas que daba Tommy con su guitarra. Tal vez esa bajada de ritmo tuvo un punto estratégico para hacernos estallar de golpe, ya para finalizar, con la brutal Kingdom of the Fearless (The Destruction of Troy). Palmas por doquier, arriba y debajo del escenario, con esos teclados inmediatamente reconocidos, para iniciar la vorágine final, uno de los momentos más intensos del show, que despedimos con sentidos ‘oes’.

En general, más sensaciones positivas que negativas. Músicos a un gran nivel, DeFeis completamente sumergido en su mundo y sus canciones, y la mayoría de temas bien escogidos, y por el contrario, un sonido bastante mejorable, volumen desequilibrado, falta total de atrezo y espectáculo visual y otros temas que no brillaron tanto. Sabor de boca bastante dulce, pero con un punto agrio.

Shalom:

A finales del pasado año, saltaba a las páginas de prensa una noticia tan sorprendente como inesperada. Tras más de veinticinco años de inactividad, se anunciaba la vuelta al ruedo de los hardrockeros Shalom, una banda que, pese a haber cosechado un éxito moderado, nos dejó un buen puñado de temas que sonaron y giraron por toda nuestra geografía. Sus mayores hándicaps a la hora de hacer explotar su carrera, básicamente, fueron dos: uno, haber iniciado esta última a finales de los 80, cuando la atención de los medios al Hard Rock patrio (y del resto del mundo, en verdad) se iba diluyendo poco a poco a favor de otros sonidos más contemporáneos, y dos, el hecho de no ser de Madrid o Barcelona, sino de Algeciras.

Más de década y media después de lanzar su último trabajo “Séptimo Cielo” (1996) y disolverse al poco tiempo, han vuelto con sus mejores intenciones, seguramente, alentados en parte por la ‘ochentamanía’ que vivimos en la actualidad, donde vuelven a tener cabida más bandas de este rollo en el panorama. Y ya tengo que decir de primeras que, para mí, ‘chapeau’ por esa decisión, y mis agradecimientos al Leyendas por contar con ellos. Ojalá apostaran más por bandas de Hard / AOR, es algo que no me cansaré de pedir. Vaya por delante que esta crónica está incompleta por causas de fuerza mayor, y relataré tan solo la primera mitad del concierto, aproximadamente. Los componentes de Shalom se plantaban en el escenario del Leyendas, con el rostro visiblemente ilusionado por estar allí y por poder demostrar que su vuelta a los escenarios es algo ‘en firme’ y completamente vocacional. Para comenzar fuerte, atacaron con Shalom, que obtuvo una buena respuesta del (todavía escaso) público que presenciaba su concierto en esos primeros compases. Su incorporación al cartel del sábado fue un soplo de aire fresco para respirar un poco de tanto Heavy Metal, algo que siempre agradezco: poder perderme durante unos instantes en melodías suaves y teclados ambientales. Lo primero que me encantó ver fue el desparpajo y morro que le echaba Rubén Jiménez Tamayo al bajo, si no me equivoco, uno de los dos miembros originales que hay actualmente en la banda. Medio descamisado, luciendo un sombrero de lo más glammy, y acercándose continuamente a la peña, este se ganó inmediatamente nuestras simpatías, aparte de tocar con gran solidez sus cuerdas. Para mí era uno de esos conciertos de los que no sabía muy bien que esperar, porque he tenido muchísimas decepciones con este tipo de ‘regresos’ de bandas míticas cuya formación poco o nada tiene que ver con la original.

Pero poco a poco, la forma se iba perfilando, y el resultado me estaba gustando muchísimo, aunque el sonido fuese bastante regulero y ‘cascado’ (siguiendo la tradición del escenario Mark Reale…). Incluso dejando a un lado por unos momentos la implicación de los músicos sobre el escenario y su calidad técnica, escuchar esos temazos a los que uno les ha dado tantas vueltas, por fin, en directo, fue ya de por sí una alegría descomunal, y una excusa perfecta para pegarme bailando toda la parte del concierto que pude ver. Noches fue un ejemplo ideal, refrescante, sencilla, pero con mucho punch, que nos hizo corear su estribillo una y otra vez, al tiempo que J.A. Chico le metía con ritmo a su batería, y los riffs de Koto y su compañero a las seis cuerdas nos envolvían como en un placentero viaje en el tiempo. Para regocijo de quienes disfrutábamos de su performance, anunciaron que ya han dado unos cuantos bolos por el país, pero que todavía les queda mucha guerra por dar, y este no iba a ser precisamente el último. Cada vez más enfocados en el concierto, y de momento únicamente desgranando su primer trabajo del 1989, “Shalom”, nos regalaban a continuación otra de las grandes recordadas, la marchosa No me Olvidarás que sonó con un rollazo tremendo. También es justo decir que se les nota todavía un poquito faltos de rodaje en cuanto a actividad escénica, y en cuanto a comunicación y empatía con el público, pero en esta ya comenzó a vérseles más sueltos, con Sebastián tirando de más gestos, Koto entregando más su alma a los solos, y en cuanto a sonoridad, destacaba en su justa medida el instrumento de Javi Santana, algo que de no haber sido así, nos habría dejado a medias.

Obviamente, nadie podía esperar el regreso con pelos cardados, maquillaje y mallas a rayas, pero aun así, la esencia de los 80 se extendía de forma imparable por el recinto, atrapándonos a todos gracias a esas teclas tan guapas de sonido sintetizado, tal como sonaban en el disco, y que fueron protagonistas del inicio de Qué es mejor, junto a las cuerdas de Koto, a quienes en seguida se unieron sus compañeros. Triunfadora, más heavy, muy disfrutada, y merecedora de gritos de ¡Shalom! ¡Shalom! al final de ella. Me dejo para comentar lo mejor de todo al final. Pese a que la voz nos llegaba bastante saturada y distorsionada, se podía apreciar claramente que por el gran Sebastián Guerrero parecen no haber pasado los años. Continúa manteniendo exactamente el mismo timbre y forma de cantar, mismo rango, y sobre todo, ese vibrato tan bonito y elegante que poseía, idéntico, en los 80. No sería el mejor comunicador del mundo, pero se ganó la simpatía de todos nosotros nada más salir al escenario, y su interpretación vocal fue una verdadera delicia. Me encantó su trabajo en Gente sin fe, que Koto abrió de nuevo con un ostentoso solo de guitarra, o en el último tema que, por desgracia, pude ver, Solo en la Niebla, con una de las letras más íntimas que llegaron a componer, una preciosa balada que trajo el momento más tierno del concierto, con una ambientación de nuevo muy ochentera, favorecida por el humo del escenario, las luces rojizas, y los magníficos y protagonistas teclados de Javi Santana. Se notó, en general, que entre la audiencia había una media de edad más elevada que en otros conciertos, señal de las ganas que había de verles en directo, especialmente, por parte de aquellos que posiblemente les disfrutaron en su momento.

Hasta donde llegué (y eso que me perdí un tema que estaba loco por ver en vivo, Cógeme, que supongo, sonaría al final), un concierto muy divertido, cargado de buenas vibras, y con un innegable punto nostálgico que nos hizo prestarles toda nuestra atención, voces, y bailes. Ojalá pueda volver a verles pronto, esta vez, hasta el fin.

Michael Schenker:

Poder continuar escuchando, en vivo y en directo, los solos y riffs del maestro Michael Schenker, es todo un privilegio. Aun después de tantos años, de numerosos altibajos en su carrera y su estado de salud, y de las incontables veces que ha pasado ya por nuestro país, tenerle en frente es una ocasión que nadie debería dejar pasar.

En las últimas horas de este último día, el cansancio ya había hecho mella en muchos, pero con todo, también hubo mucha gente que se animó a presenciar su concierto. Actualmente, su carrera rueda en solitario, pero como es habitual, se ha sabido rodear de unos músicos excelentes, sobradamente capaces de interpretar cualquier tema de cualquiera de sus épocas. El alemán se presentaba ante nosotros, de forma algo abrupta, para arrancar con Into the Arena, pero eso sí, con bastante entrega y dirigiéndonos varias miradas, y tras levantar su flying V, continuó con el repertorio, con Robin McAuley ya sobre el escenario y la formación completa, dando el campanazo con Cry for the Nations. La banda necesitaba darlo todo si quería aliviarnos el cansancio y conseguir que nos zambullésemos de pleno en la actuación, y bien lo consiguieron con esta, con un sonido, además, que se acercó a la perfección. Temprana, pero inteligentemente situada, Doctor Doctor, ese himno inmortal del Rock, insufló un extra de adrenalina, tanto en los propios músicos como en el público, justo lo que necesitábamos. Todos coreábamos al unísono ese estribillo mientras Schenker, Barend Courbois y Steve Mann se posicionaban, vacilones, en la misma línea. Y por descontando, McAuley bordándolo todo, desde los temas de UFO hasta cosecha propia del rubio guitarrista, como Looking for Love, que llevó a Steve tras su teclado en determinadas partes, mientras el bajista se encargaba de los coros, al igual que hizo durante Lights Out. Schenker, siempre haciendo vibrar su guitarra como si fuese parte de él, se agachaba, apuntaba, y daba pasitos a un lado y otro, concentrado pero al mismo tiempo inquieto y juguetón.

Robin sacaba su vena más empática como frontman, y nos invitaba a participar en Red Sky, regalándonos Schenker un solo genial para terminar, o en Sail the Darkness. Se notó visiblemente que, en los temas más recientes, la intensidad entre el público bajaba bastante, algo comprensible en cierto modo. Visto lo visto, los grandes triunfadores iban a ser sus temas de UFO, y precisamente por eso, hubo algo en el setlist que me decepcionó bastante. Tras la salida de Ronnie Romero, y la entrada de Robin, pensé que tendrían en cuenta la etapa de McAuley Schenker Group a la hora de formar el repertorio, pero lamentablemente no fue así. Nada del “Perfect Timing”, ni del “Save Yourself”, ni siquiera del “M.S.G.” Ni uno. Ni siquiera teniendo en sus filas a cuatro de los cinco miembros originales de aquella formación. Y eso, la verdad, me desinfló un poquito conforme iban cayendo los temas. Una de las que más tiempo hacía que no veía en directo era Shoot Shoot, y claro, a ver quién puede resistirse a echarse unos bailes con ella. Se avecinaba otra curva ascendente en cuanto a ritmo, muy bien trazada por la banda, interpretando muy bien los temas. Valiéndose de ese magnífico sonido del que estábamos disfrutando, se escuchaban a la perfección los coros, los detalles en la guitarra de Michael en el solo posterior, o las melodías de Barend Courbois, quien por cierto, se mostró muy activo. Otro exitazo que sonó aquella noche fue la rockera Let it Roll, y me encantó el hecho de que, por cámara, apareciesen únicamente los dedos del genio alemán tocando el solo, pudiendo así seguir al detalle su gran técnica y fluidez.

Grandísima actuación vocal de McAuley en Armed & Ready (y subidón general) en uno de sus mejores papeles. Hoy por hoy, no creo que el mismo Gary Barden pueda defender este tema mejor que él. Robin canta como los ángeles y lo de anoche no fue la excepción, aunque por el contrario, sí le vi un pelín más parado de lo habitual. Natural Thing y la contundente Rock Bottom continuaron con la tendencia de covers de la banda que más renombre dio al mítico guitarrista, notándose un calentón importante en el ambiente. Especialmente en esta última, adquirió un protagonismo total, con ese solo kilométrico que le gusta dar a mitad del tema, apoyado por las notas de bajo que marcaba su compañero Barend. De nuevo, la cámara enfocó su mano izquierda, por lo que pudimos disfrutar de cada matiz. Incluso él mismo cogió una cámara con objetivo y se lió a disparar fotos mientras terminaba el solo con una sola mano, pasando a tocar el resto del tema junto a toda la banda. El mismo Schenker presentaba a sus compañeros, y se lanzaban a por los bises. No podía faltar el que es uno de mis temas favoritos de UFO, Too Hot to Handle, de los que te hace saltar por muy molido que estés. Aunque hay que decir que, a pesar de su gran presencia y magnetismo, a Robin le costó esfuerzo dicha tarea a aquellas alturas de la noche, obteniendo a veces una respuesta limitada más allá de las primeras filas, señal del agotamiento general. Fantástico ese solo compartido entre Mann y Schenker para rematarla y, como no quisieron dejar ni un segundo de silencio, empalmaron literalmente con Only You Can Rock Me, de nuevo, engalanada con teclados de Steve Mann (que aquí no escuché demasiado altos) y coros ocasionales del propio Schenker.

Diamond Head:

El concierto de Schenker me dejó muy gratas sensaciones, pero al mismo tiempo, agotó por completo mis fuerzas, hasta tal punto, que me plantee terminar aquí el festival y retirarme a casa. Pero la actuación de Diamond Head era demasiado atractiva (para mí, mucho más de la de Dirkschneider, con quienes coincidían) como para pasar de ella sin dedicarle al menos un ratito, comprobar sonido, estado de los músicos, setlist… Me acerqué con mi amigo Kurro, a modo de envite final de este Leyendas del Rock 2023.

Tras sentarnos un momentillo a descansar, entramos al Mark Reale, y justo entonces disparaban el corte orquestado que serviría como introducción. El inicio me pilló algo distraído, pero si no me equivoco, fue Play it Loud la que serviría como arranque, y de paso, como muestrario de la enorme variedad de registros vocales de su frontman, Rasmus Bom Andersen que desde el primer segundo, mostró unas maneras intachables, y una actitud imparable, decidido a comerse el escenario a bocados. Mientras se lo recorría, se apoyaba en los monitores, y nos contagiaba su fuerza vital en The Prince, sus compañeros nos hacían llegar ese aluvión de caña sin ambages, resaltando el solo de Brian Tatler, incansable defensor de su banda desde mediados de los 70 (ahí es nada). La formación, que ya lleva unos años tocando, salvo Paul Gaskin al bajo, que entró el pasado año, transmite sensación de cohesión, de ir todos a la una, entusiasmados en cada uno de los temas, de entre quienes, tal vez, Brian ofrezca la versión más serena.

Con la batería de Karl Wilcox (quien también lo hizo de fábula) rebotando por toda la carpa, el Heavy Metal más clásico llegaba de la mano de Sweet and Innocent, en la que Rasmus continuaba deslumbrándonos con esa gran pasión y sobre todo, vozarrón inquebrantable, no había tono que se le resistiese ni nota demasiado larga que no pudiese mantener. Impresionante, de los mejores vocalistas que han pasado este año por el Leyendas. Bordó por completo Bones, del disco homónimo “Diamond Head”, junto a las afiladas guitarras de Brian Tatler y Andy Abberley, y las bases rítmicas sonaron súper contundentes en The Messenger, de su último disco ‘original’ de estudio (bajo mi punto de vista, fue un terrible error regrabar el legendario “Lightning to the Nations” en 2020… ¡A los clásicos no se les toca ni un pelo!) Con ellas, se salían momentáneamente de la tónica de clásico tras clásico que llevaban hasta ahora, pero volvieron a encauzar su concierto hacia estos últimos, concretamente, volviendo la mirada hacia su segundo disco, el “Borrowed Time” con In the Heat of the Night, y esa melodía épica y emocional a partes iguales. E imagino que, tal como hicieron el año pasado en el Rock Fest Barcelona, continuarían en esa línea ya hasta el final, exprimiendo a tope su más grande e influyente disco, el “Lightning to the Nations”.

Pero yo ya no estaría allí para comprobarlo. A pesar de que me estaba molando mucho la actuación, estaba completamente destrozado, después de 4 días, 26 conciertos y mucho menos descanso de lo habitual. Todavía teníamos que desmontar (y destruir, en algunos casos, jeje) el campamento para no tener que volver adrede al día siguiente, con todo el solano. Última vuelta a casa, deshechos por el cansancio, pero con la satisfacción de tener otra batalla ganada a las espaldas. Y como siempre me gusta hacer, justo en las puertas, eché la vista hacia atrás para recordar, de golpe, todos esos destellos y momentos especiales que hicieron brillar el festival,

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


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