Gradualmente, la primera jornada del Leyendas del Rock ha pasado de ser una divertida y sencilla fiesta de presentación, a transformarse prácticamente en un día más del festival, con un cartel que poco o nada tiene que envidiar al resto. Lo cierto es que no tuve un buen día, aquel miércoles. Un problema de salud de uno de mis hermanos felinos me tuvo en vilo toda la mañana (y toda la noche anterior), con una preocupación enorme. Por suerte, pude resolverlo justo antes de acudir al festival (también gracias al apoyo moral de mi colega Elena), y para Paul Di’anno, la primera banda que no podía perderme, ya estaba allí, dándolo todo, y con una sensación de alivio que no se puede comprar con dinero.
Paul Di’anno:
No miento a nadie si afirmo que, siendo esta mi primera vez frente a él, y siendo consciente de las limitaciones que implican su actual estado de salud y forma física, afrontaba el concierto con muchas reticencias y prejuicios que, afortunadamente, se fueron disipando ya desde los primeros temas, dejándome cada vez mejor sabor de boca. En parte, gracias a la propia interpretación vocal de Paul, que estuvo a un nivel muy por encima del que pude imaginar, y en parte, gracias a una banda que dejó más que patente su eficacia a la hora de tocar los temas. Para completar el cupo de alegrías, el sonido del que gozaron desde el principio fue realmente bueno. Este año el Leyendas se ha puesto las pilas en ese tema, pensé… un tanto ingenuo de mí. Pero a lo que vamos. Sanctuary, ese tema con el que Iron Maiden han culminado tantos y tantos conciertos, sirvió de perfecta apertura para ir calentando el ambiente y al personal, que cantó todos los estribillos sin fallar uno solo. Me pareció, además un setlist bien equilibrado en cuanto a ritmo, y como cabía esperar, centrado al 100% en la época de Di’anno en Iron Maiden, sin arriesgar lo más mínimo. Wrathchild y Prowler continuaron levantando manos al viento. A pesar de que la gente aún no estaba del todo metida en el concierto, son temas que uno no puede resistir a cantar a pleno fuelle, ya que forman parte de la vida de muchos de nosotros. Lo que observé de Paul Di’anno (y obviamente, fue el principal centro de atención) muy poco tuvo que ver con lo que he visto en videos recientes. Su voz sonaba sólida, con un tono muy natural y en ningún momento dejó de cantar ninguna de las partes, por difíciles que fuesen, a no ser que nos concediera el placer de hacerlo a nosotros.
Johnny, uno de los guitarristas, iniciaba con gran pasión, y elevando el mástil de su instrumento, Murders in the Rue Morgue, a la que el vocalista añadió, incluso, algunos sorprendentes guturales de cosecha propia. Se comunicaba con nosotros, como tantas otras veces hizo, para presentar la emotiva Remember Tomorrow, intensa sobre todo en los primeros compases, hasta esa explosión que Paul inició con un gran agudo, ¡y sin que se le viese sufrir en exceso!. Lo que sí se le veía era disfrutar desde su silla de ruedas, muy inspirado, propenso a los gritos, y contento de estar allí ante un público tan receptivo y numeroso. Con ayuda de un pipa, abandonaba el escenario (mientras se echaba un baile, cigarro en boca), y nos dejaba la instrumental Genghis Khan, con la que la banda pudo lucirse a gusto. También nosotros gozamos del gran sonido de los instrumentos. Qué inmenso gusto escuchar esa batería de Henry rebotando al más puro estilo Heavy Metal clásico, o las definidas notas de bajo… pero la palma se la llevaron Ritchie y Johnny a las seis cuerdas, sobre todo en las partes más complejas. Mientras bajista (pulsando siempre con los dedos) y batería marcaban el compás, enseguida aparecerían los primeros apoyos desde el público para Killers. Me encantó cómo sonaron esas notas agudas de bajo, de nuevo muy cercanas a la grabación original, y sin detenerse ni a respirar, empalmaron con Phantom of the Opera.
Excelentes armonías de guitarra, muy limpias, y un batería que la hizo vibrar con pegada y aplomo. Fue una de las grandes triunfadoras del setlist, y tanto la coreamos, que el mismo Paul, sonriente y casi abrumado, dejaba los estribillos a mitad para que los terminásemos nosotros, acercándonos el soporte de su micrófono. No abandonó esta vez el escenario, quedándose junto a sus compañeros en la instrumental Transylvania, iniciada por Ritchie con gran pasión, mientras el otro guitarrista se paseaba muy cómodo por el escenario, destacando el solo ejecutado por el primero de ellos. Quedaba ya despedir el concierto de la mejor manera, volviendo Paul a tener unas palabras con nosotros, presentando la mítica Running Free como una canción sobre sexo, drogas, Rock’n’Roll y motos. Los coros los puso Johnny, y también nosotros en el estribillo, mientras el batería volvió a darnos una actuación de notable alto. Y Paul, una vez más, desgañitándose con esos furiosos agudos. Me dolió la ausencia de Purgatory en el repertorio, mi favorita de los dos primeros discos, o la que yo creía imprescindible en cualquiera de sus bolos, Iron Maiden, pero detalles de gustos personales aparte, fue un concierto que me dejó grandes sensaciones. Y, diría que, por primera vez, tengo la impresión de que a Paul Di’anno, por la entrega, profesionalidad y capacidad vocal que mostró, todavía le queda cuerda para rato sobre los escenarios. O eso, o es que le cogimos pletórico aquella tarde.
Ugly Kid Joe:
Pueden gustar más o menos, pueden tener mayor o menor encaje en el estilo de nuestro Leyendas, pero dejando a un lado gustos personales, es difícil discutir el hecho de que Ugly Kid Joe fue una de los grandes sorpresas en cuanto a confirmaciones de esta edición, una verdadera golosina para quienes gustamos de sonidos clásicos y hardrockeros. Poder presenciar en directo a una banda de Rock americano por estos lares no es precisamente fácil, por lo cual, su actuación contaba también con ese valor añadido (al igual que quedé anonadado cuando confirmaron a Mr. Big en la edición del 2018). Nos prepararon un setlist movidito y divertido, cualidad esta última a la que ayudaron los músicos, a la hora de hacer un show ameno que pudiera gustar a casi todo tipo de público. Aunque a decir verdad, sobre todo comparado con el anterior concierto, la zona bajo el escenario presentaba enormes vacíos, había muy poca gente, menos de la que esperaba, y esto a veces me hace pensar que al final, la gran mayoría apuesta siempre por lo mismo, algo que a su vez juega en contra de la variedad musical en un festival. Con un telón sencillo mostrando su nombre, la banda apareció sin demora, soltando amarras con That Ain't Livin', costándoles bastante acercar y motivar al público de primeras, a pesar de la empatía que mostraron y de esos riffs tan contagiosos por parte de Klaus Eichstadt y Dave Fortman (la camisa que vestía este último, no tuvo desperdicio). Paso a paso, lo conseguían un poco más, con la marchosa V.I.P., que ya dio bastante más juego a la hora de hacernos bailar, con ese toquecito funk que es santo y seña de los americanos.
El vocalista Whitfield Crane, único miembro original que queda en la banda, junto al guitarrista Klaus Eichstadt, no se puede decir que sea el frontman más enérgico del mundo, pero sí es cierto que, con sus gafas de sol, su gorra del revés, y ese puntito de cachondeo que siempre lleva consigo, no está exento de carisma, y a la hora de cantar, lo hace de maravilla. Poco a poco se fue viniendo arriba, y en Neighbor ya le vimos saltar, zanganear por el escenario, agacharse… todo sin prisa pero sin pausa, conectando con nosotros a su ritmo, pidiendo palmas aquí y allá, y haciéndonos alguna que otra carantoña, como sucedió en Panhandlin' Prince, empleando también algunos efectos de sonido en su voz. Al mismo tiempo, Dave Fortman sí hacía gala de un humor y simpatía a prueba de bombas, saltando en momentos de subidón, arrimándose al frente del escenario y compenetrándose con su compañero Klaus, quien bordó ese gran solo del tema. Las bromas entre ellos fueron constantes, alguna impertinencia incluso, y unas cuantas miradas cómplices. Y esto es algo que también contribuye a crear clima. Antes de comenzar No One Survives, con expresión guasona, el cantante nos incitaba a ir subiendo la voz, adaptándonos a la curva de intensidad. Parecía que, ahora sí, los pocos allí presentes íbamos entrando en materia. Vacilándose ambos guitarristas, compartieron solo en Devil’s Paradise, una de mis favoritas del set, melodías muy chulas y una pegada consistente por parte del batería Zac Morris. Se dirigía Crane a nosotros para seguir rompiendo el hielo, y a continuación, rompieron también el ritmo del concierto, y lo digo de forma positiva, encajando muy bien esa Cat’s in the Cradle, una de las dos versiones que sonarían aquella tarde. El sonido, en general, fue algo apagado, bien ecualizado pero con algún altibajo, aunque por ejemplo, esos arpegios del tema de Harry Chapin sonaron con mucho brillo.
Muy en su rollo, el vocalista se sentó frente a nosotros, al borde del escenario, para cantarla, como si no pasara nada. A pesar de ser el tema más lento del concierto, fue una de las que más me enganchó, y aunque parezca lo contrario, animó bastante el cotarro con esas melodías tan guapas y bailables. De momento, fueron desgranando más temas que cuajaron de fábula, poniendo en movimiento cada vez a más gente, elevando también el nivel de buen rollo que se respiraba con I'm Alright, en la que ellos mismos se pusieron a saltar en fila, mientras Dave y el batería Zac ponían unos coros que resaltaron muy bien. Klaus nos conquistaba presentando la siguiente Failure en un español más que aceptable (y no solo las tópicas palabras tan manidas). De cara al final, el escenario se iba llenando de humo, y caía ahora Goddam Devil. A lo largo de todo el corte, me gustaron mucho sobre todo las partes instrumentales, ese solo bien cargadito de wah, y los tonos altos de su vocalista en el último tramo, que nunca dejó de animar con palmas y gestos. La sorpresa, o más bien, la gran aparición llegó cuando, de repente, el mismísimo Andreas Kisser (Sepultura) entró al escenario para marcarse junto a sus colegas una machacona y feroz cover del Ace of Spades (Motörhead) que, como era de esperar, nos volvió locos. Zac le aportó su personalidad con partes de doble pedal, y el mismo Kisser se encargó del solo con mucha pasión. Caldo de cultivo perfecto, por otra parte, para terminar a lo grande, de la mano del single que mejor catapultó su carrera, la picante Everything about you, con la mejor versión de Crane, y los últimos bailes entre el público. Un momento, este en concreto, de los que se clavan hasta el final del festival. Mil gracias Leyendas por acercárnoslos.
En este punto, aquel en el que comenzaba a caer el sol y se acercaban dos bandas que no me interesaban tanto, decidí hacer un pequeño descanso. Había dormido tres horas la noche anterior, y la verdad, me encontraba un poco roto. Y no era plan de ir quemando fuerzas al límite ya el primer día, sobre todo teniendo en cuenta lo que esperaba para el final de la noche.
Vimos un ratito a Sepultura, al mismo tiempo que me encontré con mis colegas Juanmi y Mauro, con quienes compartí algunos de los mejores y más hilarantes momentos del festival. Vimos a Derrick Green, como siempre, dejarse la puta piel, un monstruo en el escenario, y a Andreas Kisser (por segunda vez en aquel día), destilar pasión en esos solos tan salvajes de temas como Territory, Kairos o Dead Embryonic Cells. No me atrevería a calificar la calidad del sonido, ya que vimos el show muy de lejos y sin prestarle la debida atención, entre risas y chorradas varias, pero desde luego, la batería de Eloy Casagrande debía escucharse en toda Villena y más allá. Al menos de volumen, iban a tope. Con Roots Bloody Roots, nos adentramos un poco más en el escenario, y nos echamos algún cabezazo al ritmo de sus machacones riffs.
Warcry:
De Warcry, algo más puedo decir. Este sí lo vi prácticamente entero, pero tampoco me enfoqué demasiado en él, paseándonos por el merchan, saludando a la basca que no dejaba de aparecer por ahí (caras conocidas a mansalva), tomándonos algo tranquilamente y sobre la marcha, tomando notas con mi jodido Nokia jeje. El setlist combinó más temas recientes que clásicos, y la gente estaba disfrutando, especialmente en las primeras filas, de locura. Como todos los años (no me extraña que siempre cuenten con ellos…), el recinto estaba a reventar de gente viéndoles. Abrieron con A por ellos, el corte que destapa su último disco, “Daimon”, y con un sonido más que notable, al menos desde lejos, continuaron con Nuevo Mundo, Quiero Oírte, o Contra el Viento, que todo el mundo cantó a coro, y cuyas voces nos llegaban hasta el otro extremo del recinto. De hecho, incluso más que la del propio Víctor. Durante la primera parte, le vi algo ronco, bajo de rendimiento vocal, pero esto suele ser normal en él, y es hacia el final cuando desata todo su potencial. Con Perdido y Ardo por dentro, pese a ser temas ‘menores’ en su repertorio, seguían contando con el calor incondicional de su público, y con una batería que sonaba muy potente, por cierto. Sin embargo, Coraje, una realmente difícil de cantar, me confirmó que Víctor no estaba en su mejor forma, llegando por los pelos a los agudos, y haciéndolo con un fino hilillo de voz. Afortunadamente, el vocalista tiene muchos ases en la manga, y muchos más recursos para ganarse al público, por ejemplo, su gran carisma y simpatía.
También Pablo conecta con el público, siempre poniendo esas caras tan raras en sus solos, como sucedió en Siempre, un tema que me trae recuerdos muy agridulces, o La Maldición del Templario, para la cual, empezaron a hacer uso intensivo de la gran pantalla de fondo para narrar y mostrar su introducción en vídeo. Cielo e Infierno, de su “Donde el silencio se rompió...” (disco que nunca me ha llegado a enganchar) vino de la mano junto al primer gran, gran clásico de la noche, Capitán Lawrence, en el que el vocalista descansaba su voz valiéndose de la gran entrega de su público. Tan emotiva como siempre, y con imágenes de lo más vistoso en pantalla, esta última mostraba también imágenes introductorias para Huelo el Miedo, durante la cual, la batería de Rafael Yugueros sonó avasalladora, estruendosa y sólida. Y otra introducción más, esta vez para una baladita llamada La vida en un beso, que enterneció a sus fans de las primeras filas. Fue como ir de cero a cien a nivel de caña, porque Tú mismo volvió a elevar temperatura y potencia, aunque con el paso de los años y escuchas, lo cierto es que hoy por hoy la veo como algo muy simplón. Un último vistazo a su “Daimon” con Solo sé, y tras despedirse de nosotros, de perdidos al río con un himnazo de la talla de Hoy Gano Yo, que volvió frenético al personal, y en la que el bajista Roberto García se cantó alto y claro aquello de ‘el Heavy no interesa’. La gente, completamente fundida con ellos, recibió con los brazos en alto una auténtica lluvia de papelitos blancos como regalo de despedida.
KK’s Priest:
Tocaba ponerse serios, más Heavys que nunca, y adelantarnos lo más cerca posible del escenario. Al terminar Warcry, la vaciada del recinto fue descomunal… algo que mi cerebro es incapaz de procesar, teniendo por delante ese finalazo de noche que nos traería, a continuación, a uno de los guitarristas más míticos y respetados de la historia del Heavy Metal, nada menos que al ex-Judas Priest, K.K. Downing, en su andadura en solitario.
El espectáculo que nos tenían preparado no era para tomárselo a broma, y ya empezó a dar muestras de grandeza cuando, por la enorme pantalla, se mostraba un vídeo a modo de introducción narrada, tras el cual, K.K. Downing, él solo, pasó a ocupar su lugar, recorriendo el mástil y haciendo ruido. Ruido ensordecedor que precedió al primer tema de la noche, de cosecha propia, esa Hellfire Thunderbolt, que para nada desentonaría en un álbum de Judas Priest. Llamaradas, así para empezar, y una increíble retahíla de agudos por parte del inmenso Tim ‘Ripper’Owens que, sin lugar a dudas, fue una de las grandes estrellas, ya no del concierto, ya no del miércoles, sino de todo el festival por su asombroso trabajo. Había unas plataformas dispuestas a lo largo del escenario, y la banda comenzó a desplegarse rápidamente por ellas. Una pasada ver a K.K. juntarse con su compañero A.J. Mills para compartir el solos y armonías de cuerdas en uno de los temas que formará parte de su inminente nuevo álbum (con fecha de salida Septiembre del 2023), One More Shot at Glory. Que sí, que no se puede negar que K.K. Downing, al final, ha entrado en el típico camino de aprovechar temas consagrados para llenar en sus directos y no perder el vínculo con la que fue su banda madre, incluso en los títulos de sus nuevas canciones, pero con un disco de notable calidad en el mercado, uno ya en camino, y un talento indiscutible en los músicos de su nueva formación, puede llegar a ser algo loable. Tributo, dirían algunos. Pero yo no lo veo así.
Tirando de temas de Judas Priest, llegaba la parte fuerte del concierto, aquella que, le pese a quien le pese, todos esperábamos con ansia. El vocalista nos hacía gritar su nombre artístico para iniciar The Ripper, del “British Steel”, mostrando una actitud implacable en ella, y seguidamente, otro tema de su próximo “The Sinner Rides Again”, llamado Reap the Whirlwind. Con el bajista Tony Newton pisoteando los monitores y Owens en un estado vocal más que impresionante, nos alcanzaba otro torbellino de fuerza brutal, alentado por esa devastadora batería de Sean Elg, músico más que rodado, que viene de bandas como Cage o los speeders americanos Nihilist. Y ojo que, esta vez sí, la cosa sonaba como debía, con una potencia innata, arrolladora y nítida. El escenario se hallaba iluminado con dos puntos de luz azul, clima perfecto para Night Crawler, que nos hizo enloquecer a todo, coreando incluso el solo de K.K., y con A.J. Mills subido a una de las plataformas. El martilleador de la muerte Sean Elg, arrancó como un tiro Sermons of the Sinner, e inmediatamente se le unieron sus colegas de banda. Ahora, empleaban ese halo de luz roja, perfecto para uno de mis temas favoritos del “Jugulator”, la groovy Burn in Hell, sin escatimar en espectáculo: fogonazos, imágenes en los laterales de las plataformas, vídeos en pantalla… Del “Stained Class”, Beyond the Realms of Death nos puso los pelos de punta. Ripper demostró que no solo de agudos vive, y en cualquier registro hizo un trabajo magistral, mientras llevaba de aquí para allá el soporte de su micro. Y ni en esta, más templada, pudo dejar de desmelenarse el bajista Tony Newton, siempre muy metido en faena. Incluso nos arrancaron unos aplausos espontáneos, y unos oes al final, tras ese sentido solo de Downing. Otro de los cortes más esperados de la noche sería la brutal Hell Patrol, una maratón de resistencia y, al mismo tiempo, una prueba más del ‘nivel Dios’ de voz que posee Owens.
Creo que no fue al único que consiguió dejar con los ojos como platos. Seguían la dinámica de intercalar temas propios (Brothers on the Road) con himnos de siempre, como Metal Meldtown, con un doble pedal a zapatilla viva, y coreada por cien voces. La peña estaba muy, pero que muy entusiasmada, era algo que se podía percibir casi con los cinco sentidos. Sorprendente esa The Green Manalishi (With the Two Prong Crown) de Fleetwood Mac, me dejó bastante descolocado, pero rápidamente me volví a zambullir en el asunto gracias tanto a la impía pegada de Sean Elg como al espectáculo visual que nos ofrecía la pantalla. Y por si había algún despistado, ese bofetón llamado Breaking the Law, le pondría en cintura. Decir que fue interpretada a la velocidad del disco, con los dos guitarristas muy coordinados, uno al lado del otro, en el solo. Mostrando en grande la portada del “Sad Wings of Destiny”, muchos ya nos olíamos Victim of Changes, y al mismo tiempo, nos preguntábamos hasta qué punto Owens podría con esos picos tan inhumanos del tema. Anticipada por A.J. y K.K. (pocos saben hacer gritar a su guitarra como este último), y continuada por todo el conjunto, Owens no solo superó con sobresaliente los gritos extremos, sino que además, al final, nos dio un repaso de agudos que nos dejó anonadados. Y no penséis que se le vio sufrir demasiado. Pero qué puta bestia. Casi nos íbamos ya de camino a las barras, cuando nos dimos cuenta de que quedaba un bis, una apuesta valiente por un tema de KK’s Priest llamado Raise your Fists, ante la cual, por supuesto… hicimos lo propio, puños bien altos. Entre fuego, columnas de chispas y un millar de papelitos blancos, la banda se despidió de nosotros, dejándonos con un regusto casi de incredulidad por lo visto allí esa noche.
Sin perder un solo segundo, desde donde estábamos, nos desplazamos al escenario contiguo… y de paso, me frotaba las manos. Ver en directo a mis idolatrados Riot V, una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, es siempre una ocasión dorada, en la que ya sé por adelantado que voy a segregar endorfinas a kilotones, toquen lo que toquen. Presumiblemente, el sonido, siguiendo la tónica vista en Paul Di’anno, KK’s Priest y Warcry, iba a ser bueno, ¿por qué no? Pues antes lo pienso, y antes me doy de morros contra el suelo.
Riot V:
Los neoyorquinos sabían que tenían la dura tarea de despedir la primera jornada del festival, a la 1:30 de la madrugada, y por ello, tenían que ir con todo. Desde luego, imposible arrancar con más fiereza que hacerlo con uno de los mayores himnos de la historia del Heavy Metal, esa aplastante Thundersteel, con toda la banda chuleando en primera línea de escenario, mostrándose vibrantes y motivados, y el grandioso Todd Michael Hall (quien por cierto, cumple 10 años en la banda) haciendo magia con los agudos sin despeinar su melena. Una lástima, una verdadera lástima… que el concierto sonase a chatarra, al menos, desde las primeras filas donde me encontraba. La guitarra de Mike Flyntz no se escuchaba una mierda, se distinguía de fondo un petardeo desagradable, y los bajos eran horribles. No os podéis imaginar la desilusión que tuve en ese momento… con las inconmensurables ganas que tenía de volver a verles… Al menos, siempre me quedó centrarse en su actuación en sí, que por supuesto, fue de sobresaliente alto, impecable a nivel escénico y técnico. Fight or Fall continuó levantando la algarabía entre el público, a pesar de todo, con el chulo de Don Van Stavern agitando su bajo, y Frank Gilchriest metiéndole al doble bombo que daba gusto, bordando sus partes, tal como en Sign of the Crimson Storm. Con el subidón que me dio escuchar sus primeros acordes… qué putada que el bajo sonase descolorido, demasiado fuerte, y faltase un montón de punch en la ecualización de las guitarras. Parece que a Flyntz se le escuchaba un poco mejor a ratos, pero la mezcla general era un horror. Todd nos animaba, con su carisma y don de gentes, a que cantásemos un temazo como una catedral, como es el Flight of the Warrior, ayudando a Flyntz y Van Stavern en su función a los coros.
El mismo don, le metía un ‘tiento’ a su siempre fiel botella de tequila, y llegaba otro de esos momentos inolvidables de la noche con Johnny's Back, apasionada y con los músicos muy animados. Mientras Don corría de un guitarrista a otro para hacer piña con ellos, nosotros nos veníamos arriba gritando a pleno pulmón aquello de ‘I am your man’. No sé hasta qué punto tendría que ver con el mal sonido, pero nos contaban que estaban tocando con guitarras prestadas porque en el aeropuerto perdieron unas cuantas piezas de su equipo. Pero Riot V no son la típica banda que cancela fácilmente, algo que les agradecimos de todo corazón. Tras un cambio a flying V por parte de Mike Flyntz, y tras unos punteos con poca distorsión, caía Bloodstreets, un tema muy intenso con el que me tuve que aguantar las emociones, de esos que, según en qué momento me coja, puede llegar a desmontarme. Y si encima es en directo, y cantada por todos los allí presentes mientras Todd nos la dedica cara a cara… ya ni os cuento. Parecía que la guitarra de Mike Flyntz cogía algo de fuerza. La de Nick Lee, que también estuvo a una gran altura, sonó más o menos bien durante todo el bolo. Dieron por terminado con esta canción tan emotiva su recorrido por el “Thundersteel”, pero todavía tenían mucha cera que repartir, continuando con la poderosísima Victory, vapuleándonos Frank su doble pedal a muerte, empalmaban sin descanso con Bring the Hammer Down, del “Unleash the Fire”, mientras el escenario se llenaba de humo. Una actuación absolutamente brillante de Todd en lo vocal (aunque me pareció verle un pelín menos motivado que otras veces) nos llevó, también de forma enlazada, a otro himno eterno de la banda como es Fire Down Under, de su disco homónimo.
Como curiosidad, me fijé en la interesante forma de coger la púa que tiene Nick Lee. Otro traguito de Don a su tequila, y ahora con más razón que nunca, pues se avecinaba Swords and Tequila. A última hora, el sonido había subido un escaloncito, sin llegar a ser realmente bueno. Ante tal distinguido momento, Todd aprovechó para descamisarse, para regocijo de aquell@s de apetencias masculinas (y es que el tío, hay que reconocerlo, está en una forma física alucinante). Las guitarras de Nick y Mike fueron un chutazo de energía insuperable cuando entonaron la gloriosa Warrior, del 77. Jolgorio, saltos y gritos, hasta tal punto, que el vocalista nos dejó cantar el último estribillo sin abrir él la boca, muy contento del resultado. Aunque suene raro, lo cierto es que con este tema en particular, en directo, echo de menos la voz de Guy Speranza, pero eso no quita que siga siendo un cañonazo de los que me puso a 1000. Lo habitual habría sido despedir aquí el show, pero todavía tuvieron tiempo para una última Road Racin’, de su “Narita”, un corte cuyo frenetismo se vio perfectamente representado en el escenario, solos de todos y un Don que nos apuntaba una y otra vez con su bajo. Dejando el tema del sonido aparte, una jodida maravilla de concierto, de esos que te llevas a casa. Y es que Riot V nunca han defraudado, y además, es uno de los legados más dignos, orgullosos y solventes que ha tenido nunca una banda donde ya no queda ni un solo miembro original. ¡¡Gigantescos!!
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Leyendas del Rock 2023 (miércoles 09-08-2023, Villena)
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