martes, 2 de abril de 2024

Bigger than the Biggest (Mr. Big + Jared James Nichols, sábado 30-03-2024, Sala Razzmatazz, Barcelona)

A aquellos que llevamos ya unos cuantos añitos en esto del Rock, es complicado que consigan colárnosla con el tan traído y llevado tópico de las giras de despedida que, inmediatamente después de finalizar, resultan no ser más que otra estrategia comercial para llenar salas o estadios. Y, sin embargo, hay ocasiones como esta en las que, aunque dudo horrores que no vuelvan a reunirse nunca más para pisar un escenario, merece la pena de todas, todas. Este marzo que ya ha pasado a mejor vida empezó para mí de la forma más increíble que se pueda imaginar, con el colosal e insuperable Monsters of Rock Cruise en Miami, y continuó con el bolazo que dieron los Supersuckers junto a Frank Suz en el Loco Club de Valencia. Se podría decir que, tras aquellas fortísimas emociones, el mes terminaría ya sin ninguna gran sorpresa… ¡pero no! De hecho, todavía restaba un distinguido concierto que, a buen seguro, habrá sido de lo mejor que he visto y voy a ver en todo este año. Una banda que significa mucho para mí y que, como digo, se preparaba para darnos el último adiós, tras 9 discos de estudio, una incontable lista de grandes éxitos mundialmente reconocidos, y 30 años de carrera. Mr. Big es una súper banda monstruosa, en el mejor de los sentidos, y nadie en su sano juicio que les adore como lo hago yo se podía perder esta sagrada ocasión de verles (supuestamente), por última vez. Los nombres de Eric Martin, Paul Gilbert y Billy Sheehan han sido escritos con letras de oro en la historia del Hard Rock universal, indelebles, inmortales, entre los mejores músicos del mundo en sus respectivas habilidades, y claro, este The Big Finish Tour ha hecho correr ríos de tinta desde el momento en que se anunció.

Una gira que les ha llevado de punta a punta del mundo, desde el sureste asiático a Estados Unidos, y de ahí, a Europa, donde teóricamente terminarán el tour y con él, su carrera. En este 2024 nos tocaba a nosotros, con dos conciertos en la península. Prometía ser algo único, espectacular… y cómo podréis imaginar, un humilde servidor todavía está alucinando con lo que pudo tener el privilegio de ver este pasado sábado. No solamente resultó una noche absolutamente mágica de sold out hasta los topes en la mítica Razzmatazz de Barcelona (que hacía casi 10 años que no pisaba) con los mencionados músicos de élite. Como colofón, para poner la gran guinda al pastel, Mr. Big vinieron acompañados por el que fue el otro gran aliciente de la noche, la impagable presencia del excelso guitarrista Jared James Nichols y su banda, en calidad de teloneros. Con él, además, pude resarcirme en parte del disgusto que tuve al no poder verle en Valencia, en septiembre del pasado año, así que haceos cargo de la incontenible ilusión que me recorría por dentro: esto iba a ser prácticamente un sueño.

Desde East Troy, Wisconsin, Jared llegaba a la ciudad condal con unas ganas y una motivación que muy pronto se harían de notar sobre el escenario. Un guitarrista cuyo reconocimiento y popularidad han ido creciendo como la espuma desde que arrancó su carrera en solitario, en modo guitar hero. Si hasta ahora había dejado pasar más de una oportunidad de verle, en esta iba la vencida. El concierto, a lo que se ve, empezó con una puntualidad rabiosa. Llegamos a la sala pasados unos minutos de las siete y media, y el show ya sonaba a pleno rendimiento, y además, muy bien, con guitarras y bajos en primera línea, y una potente batería que hacía temblar la sala, muy buen volumen y bastante definición en los tres músicos. Down the Drain era la protagonista, y a su vez, la voz del propio James, elevada y áspera, cazallera y rebosante de sentimiento. Pero entre unas cosas y otras, solo pudimos disfrutar al 100% de su final. Razzmatazz estaba literalmente abarrotada, no cabía un solo alfiler, y la visibilidad desde los laterales, como sabéis, es nefasta, así que tuvimos que dar un rodeo para situarnos sobre la pasarela del fondo. Esto ya era otra cosa, lejos, pero totalmente centrados y con una visión estupenda. Aquí comenzó el desmelene para nosotros, flipando con el rollazo de los temas en directo, como Hard Wired, que además, arrancó con un pequeño pero virtuoso solo de Jared. El guitarrista se mostró muy emocionado también en esa parte central, recargada de feeling hasta los topes, y ese crescendo intenso y gradual que nos llevó de la mano hasta el siguiente tema, Threw Me to the Wolves, que fue de lo más especial de todo el concierto, además de una de mis favoritas.

El cilindro de arena que agitaba el batería Ryan Rice en las primeras notas le dio el color perfecto, pero volvió de nuevo a destacar Jared James con esa nota que sostuvo hasta el infinito en su guitarra, tirando también de efecto violín, sonidos de eco, y una cantidad enorme de recursos como el gran músico que es, cantando de lujo, y entre unas cosas y otras, alargando el tema más allá de los 6 o 7 minutos, cuyo final cayó como un bombazo. Me encantó comprobar en vivo su forma de tocar la guitarra, con esa técnica tan particular sin emplear púa (tal como otros guitarristas, como Knopfler o Kotzen). Tampoco le faltó simpatía a la hora de dirigirse y empatizar con el público, poniéndonos los dientes largos con la inminente actuación de Mr. Big, presentando sus temas, y soltándonos algún que otro chascarrillo. Continuábamos con grandes dosis de Blues, unas gotas de añejo de los 70 y una pizquita de los 90, presentes en temas como Skin ‘n Bone. Como casi los temas que tocaron, esta estaba extraída de su último álbum, titulado simplemente como “Jared James Nichols”, que por supuesto, nos venía presentando de nuevo tras la gira de hace unos meses en nuestro país. Excelentes las partes de bajo en esta última, demostrando el peso que Brian Weaver aporta a las bases, pero también, su importancia en el tema de los coros. El público estaba bastante volcado con ellos, hasta el punto de repetir cantando varias de las melodías que sonaban desde las cuerdas de James, que en mitad del tema, se centró en el escenario para regalarnos un solo de la hostia, con sus típicas poses y movimientos tan elocuentes. Las luces acompañaban muy bien esos momentos más apagados y sentidos de los temas, con tonos azules y morados… aunque desde el punto de vista del público, esto restaba mucha visibilidad.

Tampoco dejaron de animar con palmas y gritos, a los que respondíamos inmediatamente, anunciándonos a continuación que tan solo dos temas nos separaban del final. Teniendo esto en cuenta, la banda se vació por completo en ellos. También de su más reciente trabajo, Good Time Girl nos acercó la faceta más salvaje del guitarrista, que se tiró al suelo, y de rodillas, nos ofreció otro solo rebosante de pasión y electricidad, al tiempo que el batería Ryan Rice metía buena cera con sus baquetas. Muy intensa, sí señor. El buen volumen continuaba alegrándonos los oídos, si acaso, noté que en algún tema puntual la voz de Jared sonó bastante por debajo del resto de instrumentos. Tras las ‘luces fuera’, en donde la sala quedó completamente a oscuras, llegó el final, que quisieron hacer lo más vibrante y festivo posible interpretando el War Pigs de los Black Sabbath. Tal vez, en lo personal, no lo consideré la mejor elección (me habría encantado ver algo más de sus anteriores discos, como Honey Forgive Me, Get Down, Last Chance…), pero desde luego, doy fe absoluta de que dio mucho juego en directo, patente en las continuas palmas de los asistentes siguiendo el ritmo de Rice en los fraseos, otros tantos cientos de voces cantando, o esa caña en los acordes de Jared, flipándose, despatarrándose y desmelenándose en su rincón del escenario. Como prolongación y enlace para el final, nos obsequió con un último solo, que a su vez, desembocó en toda una lluvia de aplausos. En verdad, fue un concierto muy corto, demasiado. Fue como uno de esos colocones que pasan muy rápido, pero suben mucho, con un montón de talento en ese power trío que nos dedicó su mejor cara, sus mejores habilidades y su mayor simpatía, que jugaron muy bien con el concentrado tiempo, y ejecutaron cada tema del modo más brillante y apasionado posible. Un preámbulo casi inmejorable para las dos horas celestiales que nos esperaban a continuación.

Al contrario de lo que suele ser habitual, no salimos de la sala para fumar o tomar el aire. Aquello era un auténtico hervidero de gente, apelotonados como gorrinos y peleando por encontrar un buen sitio para ver el concierto, así que decidimos apalancarnos donde estábamos. Y es que, aunque lejos, veíamos el concierto desde una posición casi privilegiada. No sin esfuerzo, estuvimos continuamente lidiando para que nadie se intentase colar en aquel ya abarrotadísimo pasillo (que la peña, a veces, le echa mucho rostro al asunto). No es para menos que la sala estuviese así. El concierto del último adiós de Mr. Big era un auténtico caramelo, una cita ineludible para cualquier amante del Rock con buen criterio, con mil y una de las más intensas emociones garantizadas de antemano, y todavía más si lo enfoco a nivel personal, ya que teóricamente iban a tocarse enterito el “Lean Into It”, uno de los discos de Hard Rock de mi vida. Aunque evité a toda costa anticiparme mirando setlist, era un secreto a voces.

Y sin embargo, al dar esto último por sentado, el inicio estuvo plagado de sorpresas que no esperaba. Tras una media hora de cambio (que aguantamos lo más estoicamente posible), al fin las luces se apagaron, disparando a toda hostia el Blitzkrieg Bop de The Ramones, y también un fragmento con bastante ‘mambo’. Aparecía entonces la banda al completo, ante una estruendosísima algarabía generalizada, y unas ansias desmedidas, con Billy Sheehan pulsando ya a mil notas por segundo el preludio a la cañerísima Addicted to That Rush (¡¡tooooma ya!!) que me hizo ya babear cataratas. La gran incógnita del concierto recaía sobre Eric Martin, aquejado de alguna dolencia en la garganta que le iba a dar muchísimos problemas a la hora de cantar. Más o menos sacó el tema, pero sin duda, el momento álgido de este fue ese bestial, bestial duelo entre dos monstruosidades insuperables de músicos como son Paul Gilbert y Billy Sheehan, quien además, se soltó algún que otro grito en el micro de Eric. Un tema, solo uno, y la sala estalló en un auténtico maremágnum de gritos y alabanzas, y un aplauso que se dilató durante casi medio minuto. Desde luego, no podía haber más ganas e ilusión, así que a la hora de encandilar al público, lo tenían todo ganado. Eric continuaba esforzándose y calentando las cuerdas vocales en Take Cover. Y aunque el resultado fue bastante regulero, hay que remarcar mucho el trabajo vocal que aportaron también sus compañeros Paul, Billy, y también el batería Nick D'Virgilio, con un timbre, un rango vocal y un aplomo para las armonías que me dejó patidifuso.

El vocalista, a pesar de su sufrimiento, continuaba con esa gran actitud que siempre le caracterizó, esa gracia divina para moverse por el escenario, para sonreír a sus fans, para dar vueltas y manejar a las mil maravillas ese pie de micro, y en Price You Gotta Pay vimos otro gran ejemplo de ello. Billy sentía cada una de las notas que tocaba, cerrando los ojos por momentos, y desparramando a lo bestia una elegancia que está fuera de todo baremo existente. Y si añadimos que, además, se marcó unas notas con su armónica, ya la hostia. Gilbert, por su parte, tiró de cilindro de arena durante unos momentos, para marcarse toda una flipada de solo a posteriori. El dominio de la banda a la hora de cambiar súbitamente de tempos es, ni que decir tiene, magistral. Aquello no había hecho más que empezar y ya me estaban haciendo segregar adrenalina (y sudor) a chorros… pero una de las mejores partes del concierto estaba al caer, empezando por Daddy, Brother, Lover, Little Boy (The Electric Drill Song), que a su vez, fue el inicio del setlist basado en su “Lean Into It” completo. Casi se me saltaban las lágrimas pensando en el más puro disfrute que tenía por delante. Comenzaba lo más salvaje y apetitoso del concierto. Respecto a Eric, se notó cierta mejora en su voz a la hora de cantar el tema, pero lo mejor llegó cuando este, taladradora en mano, se la pasó a Paul Gilbert para que ejecutara con ella el solo. Fue una más de tantas y tantas excentricidades y ostentosidades musicales que nos harían enloquecer de puro placer. Alive and Kickin’, en sí misma, sería otra de ellas, con otro despliegue astronómico de clase, elegancia y Rock’n’Roll emanando a borbotones de la guitarra de Gilbert, precisión, prácticamente perfección en esas notas que ya escuchamos, desde la apertura (con una parte tocada con los dientes), hasta el ardiente solo que nos regaló.

Entonces… llegó el gran momentazo con Green-Tinted Sixties Minds, mi tema favorito de la banda, en donde el escenario se tiñó de verde, incluidos los focos que descansaban al fondo. Un auténtico orgasmo sonoro, con unos coros de ensueño apoyando a Martin que, por su parte, hizo lo que pudo, cantando por arriba y por debajo las melodías, y saltándose alguna que otra parte, enmascarando esas carencias con su gran estilo, yendo de un lado para otro, volando sin alas sobre el escenario y empapándolo todo con su incomparable presencia. Un momento mágico, embriagador, de esos en los que uno no tiene otra opción que dejarse llevar. Llegó aquí un cambio de guitarra para Gilbert (el primero de muchísimos), y también para el descomunal Billy Sheehan, que esgrimía un lujoso bajo de doble mástil ya en Lucky This Time. Viendo el estado de Eric, me daba bastante miedo el resultado, pero lo cierto es que le quedó realmente bien, aunque eso sí, el tema estuvo muy bajado de tono. Hasta el momento, fue una de las más cantadas, con la gente totalmente acalorada y rindiéndose a los pies del supremo talento de cada uno de los cuatro músicos. Los coros seguían sonando de chuparse los dedos, una verdadera delicia, tanto en ella como en la siguiente Voodoo Kiss, que a mí entender, le dio una buena patada de intensidad al show. Vamos, a mí me ardieron las venas cuando comenzó, con esa batería de Nick D'Virgilio pulidísima, y los constantes detalles y filigranas de Sheehan al bajo, todavía sujetando esa auténtica belleza de doble mástil. Y más que seguiríamos cantando, a grito pelao, y completamente extasiados, Never Say Never. No hubo una sola alma que no tarareara su estribillo, y esos coros melódicos, acompañándonos D’Virgilio con un sobresaliente empleo de los platos. Gilbert volvió a cambiar su instrumento, y Eric… bueno, cantó las líneas por debajo, pero cumplió muy bien.

En general la enorme compenetración entre los músicos fue otro de los puntos fuertes del show. Esos astros que son Sheehan y Gilbert actuaron y sonaron con una sincronía para quitarse el sombrero, demostrando que en sus respectivos campos no hay quien les pueda hacer sombra, y la sinergia entre ambos, es cosa de otro mundo. En particular, los arpegios de este último abriendo Just Take my Heart (que él también disfrutó a lo bestia, por su expresión) me pusieron la carne de gallina, y me elevaron hasta cotas difícilmente imaginables. En determinados momentos, Eric pedía silencio repentino a sus compañeros para dejar que nuestras voces sonaran claras y potentes, y es que fue otra de las más coreadas del show. Para rematar, los esplendorosos dibujos de Sheehan al bajo pusieron el broche dorado. Todavía quedaba mucho “Lean Into It” por tocar, y por supuesto, mucho concierto que vivir al límite de la pasión. Si en su día excluyeron My Kinda Woman del setlist, en Barcelona, primera vez que la tocaban allí, fue recibida con mucha hambre y jolgorio, y esto también se pudo aplicar a Eric, que sacó el nervio escénico a relucir, dando vueltas y patadas a las tablas. Me encantó también la nitidez con la que sonaron las guitarras limpias de Paul Gilbert, un coloso que no dejaba de dejarnos con la boca abierta. El sonido era prácticamente inmejorable. Cada detalle de cada instrumento era apreciable, cada nota aguda de Sheehan, cada charles de Nick, y cada arpegio de Gilbert sonaban potentes, cristalinos y llenos de vida. Si añades a esto músicos de un nivel estratosférico, el gustazo es sencillamente indescriptible. El guitarrista iba ya por su sexto modelo en A Little Too Loose, instrumento que le vimos alzar, apasionado y sonriente, durante las notas de su solo, aunque otro de los grandes protagonistas en ella fue Billy Sheehan con su bajo, pero también luciéndose en esa interpretación vocal, con notas híper graves y un puto rollazo al cantar que se salió de órbita.

Y hablando de los coros, directamente no pudieron ser más espectaculares en Road to Ruin, y eso, para una banda en cuyos temas las armonías vocales son cruciales, es un placer infinito. Las vueltas y movimientos continuos de Sheehan eran una muestra de cuánto estaba disfrutando el músico, pero no menos que Gilbert al ejecutar el solo, tan perfectamente plasmado como siempre, que nosotros adornamos con cientos de voces coreando. Eric hacía un pequeño parón para presentar a su más reciente compañero, Nick D’Virgilio, y al resto de la banda con mucha sorna y cachondeo y, de forma muy repentina, comenzaban a fluir las primeras notas de To Be With You. El subidón emocional que muchos sentimos con ella… es difícil de expresar con palabras. Con nuevos instrumentos para Billy y Paul, y unas armonías perfectamente entonadas, nos hicieron cantar y disfrutar como si fuese el último día en la tierra. Magia, señores, pura MAGIA. Otro de esos momentos en los que, obligatoriamente, hay que abrir todos los sentidos de par en par y sentir cada nota. Con ella, completaban el set del “Lean Into It” (que este 2024 cumple 33 años de existencia), y eso es algo que, en conjunto, no olvidaré jamás. Pero todavía quedaban muchos temas, mucha caña, y muchísimas virguerías y tecnicismos musicales nivel Dios. Y también algún que otro delicioso medio tiempo, como fue el caso de Wild World, su particular versión de Cat Stevens que hace tiempo que hicieron suya por derecho propio. Más cambios de instrumentos en ella, y más ríos de sensibilidad, también por parte de Eric que, aunque tuvo que ‘inventar’ algún que otro tono, y a pesar de sus más que evidentes limitaciones actuales (y espero que puntuales), también demostró tener muchos recursos bajo la manga,

Luces blancas y azules cubrían ahora el escenario, que quedaba vacío con tan solo la presencia de Paul Gilbert, que se metió un solazo de los que hacen época, una aluvión de técnica y velocidad para volverse locos, y además, añadiendo snippets de varios temas conocidos, como el Gonna Fly Now de Bill Conti (BSO de Rocky), y otros de cosecha propia, como las notas que abren el The Whole World's Gonna Know o ese bonito fragmento de Nothing but Love, ambos cortes de su “Bump Ahead”. Precisamente, y tras un escandaloso aplauso a este gigante de las seis cuerdas, volvían a su tercer disco, con una de las grandes sorpresas de la noche, la marchosísima Colorado Bulldog. Y aquí, una vez más, la chicha hubo que buscarla en la forma de interpretarla, en la furiosa batería de Nick, pero también en esos detalles golpeando los bordes de las cajas, en esas brutales melodías y escalas en el bajo de Sheehan, con un rollazo Rockabilly que flipas, y las constantes locuras y cambios de tesituras en la guitarra de Gilbert. Por supuesto, el grandísimo, el extraordinario, el santísimo Billy Sheehan no podía dejar de tener su propio momento exclusivo de protagonismo en el show… y quedándose solo en el escenario, nos dejó con los cojones en el suelo con su solo de bajo, haciendo brotar de sus cuerdas un millar de formas y colores melódicos, de todas las clases y tonos, muy largo y frenético, para ver, escuchar, y callar ante tal magnitud de grandeza. Uno de los mejores bajistas del mundo, y esto no es algo discutible.

Para volver a estabilizar el ritmo ya hasta el final, nos deleitaron con un par de versiones como Shy Boy de los míticos Talas, en donde Sheehan, además de cantar todo el tema, continuaba con ese derroche fugaz de notas, ¡¡llegando a tocar incluso con el codo!!... y 30 Days in the Hole, de los no menos legendarios Humble Pie, cuyos coros y estribillos repetimos hasta la saciedad, gracias también al constante esfuerzo de Eric Martin, que nos enamoraba a todos con su inmenso carisma, y se acercaba amistosamente a cada uno de sus compañeros. Hasta ahora, las muestras de ostentosidad se habían ido prácticamente empalmando, una detrás de la otra, pero pocas como la que vimos a continuación. Y es que, no contentos con lo conseguido hasta ahora, para interpretar Good Lovin’, versión en este caso de The Olympics, Eric cogió el bajo, Paul se sentó tras la batería, y Nick se pasó a la guitarra, mientras Sheehan se convertía en el frontman y vocalista. Y para colmo, os aseguro que la ejecución del tema fue realmente buena con esta formación. Con la boca abierta, colegas, así es como me quedé (aunque Eric, ante el descojone general, pidiese ‘perdón’ por lo acometido). Todavía con los ojos como platos ante tamaña sacada de polla, ya solo nos quedaba disfrutar como locos del último corte de la noche, como era de esperar, otra versión de otros míticos de la historia del Rock como son The Who y su Baba O'Riley. Por nuestra parte, acompañamos con muchas palmas, al mismo tiempo que Eric Martin se ‘deslizaba’ junto a su compañero Nick para aporrear platos y tambores con sus propias baquetas, sudando ambos hasta la última gota en el final.

Permitiéndonos disfrutar de ellos hasta el último segundo, se resistían a bajarse del escenario, y por medio de Billy Sheehan, nos mandaban mil agradecimientos por haber sido un público tan fabuloso, y nos dedicaban reverencias por la acogida y el calor que les dimos aquella noche, transmitiendo muchísima emotividad en aquellas palabras, pero también mucho humor y amistad, e incluso Martin y D’Virgilio se marcaron unos bailoteos ante nuestros rostros embargados de felicidad.

Es cierto que eché de menos algo de su etapa más reciente (Defying Gravity me parece un discazo). Puede también que a Eric Martin, a pesar del tremendo y más que evidente esfuerzo, le faltase mucho para llegar a ser aquel impresionante cantante que siempre fue, y quizá no me terminó de convencer al 100% la elección de tantas versiones para llenar la recta final del concierto. Pero aun con todo esto, sea como sea, son Mr. Big, y con eso está todo dicho. Son canciones y letras que seguirán sonando y hechizando incluso decenas de años después de su separación. Y presenciar todo aquel recital de pura MÚSICA en directo, en mayúsculas, que nos brindaron aquella noche, es algo que sencillamente no se puede olvidar.

_|,,| JaviMetal (Is The Law) |,,|_


Mr. Big + Jared James Nichols (Sábado 30-03-2024, Sala Razzmatazz, Barcelona)

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