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Para quienes nos sería imposible vivir sin ella, en ocasiones es la música, y solamente la música, el medio capaz de mostrarnos las puertas hacia mundos tan introspectivos y sensoriales, que van más allá de notas y pentagramas. Esas vivencias se convierten en algo de un valor incalculable, despertando emociones latentes, abriendo la mente por encima de lo imaginable, y ya empleando palabras más terrenales, haciendo que una simple noche de sábado se transforme en una experiencia de las que se quedan marcadas a fuego por mucho tiempo. Este fin de semana, puedo decir que tuve la inmensa suerte de formar parte de una de ellas. El camino del aprendizaje musical es infinito, y creo que ampliar fronteras en cuanto a géneros y sonidos (y sobre todo, disfrutarlos en directo), nos puede brindar sorpresas que nunca hubiésemos imaginado. En lo personal, la afición por lo progresivo y lo extremadamente técnico me viene de bastante lejos, pero en el caso de Leprous, hablamos de una banda que, si me veo a mí mismo escuchándola 20 años atrás, me habría dado cabezazos contra la pared. No voy a mentir: me costó dedicación y muchos intentos conseguir apreciar su particular estilo, tan avant-garde y moderno. No me considero, ni mucho menos, fan desde sus comienzos, pero cuando conseguí sumergirme al fin en su universo de sufrimiento y oscuridad (concretamente, con “Pitfalls”), fue tal la fuerza de la revelación, que aunque en este caso suene de lo más contradictorio, vi la luz. No es, desde luego, una banda que se preste a todos los oídos, pero precisamente por ese hecho, me alegró enormemente comprobar con mis propios ojos el masivo apoyo que tuvo esta nueva visita a nuestro país. De hecho, me sorprendió bastante que el mismo día aún quedasen anticipadas a la venta.













