Para mí, la de este pasado sábado podría haber sido ‘solamente’ una noche más de desmadre, de fiesta, alegría y desfogue, con Rock’n’Roll a toda hostia en directo, y en una sala que hacía mucho tiempo que no visitaba como es la Spectrum de Murcia. Y, sin embargo, fue muchísimo más que eso, por dos motivos principales. Comenzando por el primero, supuso el gran colofón, el punto y final perfecto para un viaje de ensueño, una experiencia incomparablemente vital que nos llevó durante dos semanas, a mi chica y a mí, a recorrer un país tan increíble como Japón. El segundo motivo, sencillamente, es que se trataba de un concierto de los Jolly Joker, una de mis bandas favoritas de todos los tiempos en cualquier ámbito, y para los que me conocéis bien… aquí no hacen falta muchas más explicaciones. Solo decir que, tras 20 horas de avión, llegamos a España el mismo día 6 por la mañana, hechos una puta mierda, sobamos lo que buenamente pudimos en casa (unas tres o cuatro horas), y todavía medio aturdidos por el jet lag, pusimos rumbo hacia Murcia junto a nuestro amigo Kurro. Una pequeña locura, en el estado en que estábamos, que solo habría cometido por pequeño puñado de bandas, pero ellos se merecen eso y mucho más. Por otra parte, tras haberles visto ya cerca de una treintena de veces, uno ya sabe de sobra lo que hay, que su directo es un subidón adrenalínico, y garantía de que, en cuanto empieza a sonar el primer tema, cualquier cansancio físico o mental se desvanece como por arte de magia. Pero no es magia. Es trabajo y dedicación plena, es ese brutal empuje, actitud, pasión y electricidad que la banda es capaz de transmitir como muy pocas he conocido.



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