Con tan solo dos años de existencia, la asociación Manguales Extreme Metal Union ha conseguido labrarse un muy distinguido y merecido nombre dentro de la escena metalera nacional. Una asociación honesta y trabajadora, de las que tanta falta hace, y tantas alegrías han dado con sus conciertos, con el implacable ritmo y constancia que han cogido a la hora de organizar las más potentes movidas. Tienen predilección por el Metal extremo, pero eso no quiere decir que no hayan tocado otros palos musicales dentro del underground, en el que siempre se centran. Hace un mes, sin ir más lejos, trajeron nada menos que a los suecos Enforcer a la Zulú Klub de Aldaia, sala en donde, por suerte, han encontrado un fortín ideal para acercarnos sus giras a la terreta. Un concierto al que, por fechas, me fue imposible asistir… y no veáis la rabia que me dio, pero tampoco mi paupérrimo presupuesto da para más, y han sido muchos y muy gordos los gastos en estos últimos meses. De hecho, quizá tampoco ‘debería’ haber acudido a este, que en principio, había descartado casi por completo. El dineral que supone la entrada más el viaje (teniendo que ir solo, para variar…) era un coste que actualmente no puedo asumir. Pero justo el día de antes, todo cambió. La propuesta de mi colega Aitor me volvió a despertar interés y ganas, y el hecho de contar con tan buen acompañamiento, le dio la vuelta totalmente a los planes. De esta forma, junto a dos amigos, y grandes eruditos del Rock/Metal como Aitor y Pablo, el a priori aburrido viernes tomó color. Y mereció la pena cada puto céntimo invertido, ya lo creo, con un soberano y arrollador conciertazo de las leyendas americanas Helstar, que no dejaron piedra sobre piedra en la Zulú. Una ocasión, además, muy especial y exclusiva de ver a una formación que se prodiga muy poco por estos lares. Recordar aquella exquisita actuación que se marcaron en el Leyendas del Rock del 2019 fue otro de los grandes empujones para acudir a Aldaia esta noche, aunque he de confesar que esta vez me gustaron incluso más. En esta segunda ocasión que la visito, la sala también me dejó mejores impresiones, entre otras cosas, porque han solucionado el tema del pestazo a ultratumba que emergía de los baños.
Llegamos muy apurados de tiempo, justo cuando comenzaban los teloneros. Algo que leí en casa me hizo pensar que podía haber unos segundos invitados, pero quienes sonaban no eran otros que Sons of Cult, desde Mallorca, liderados por una auténtica leyenda viva del Metal en nuestro país, el eminentísimo Don Vicente Payá. Formados en el año 2020, su intención musical es rescatar el sonido de los orígenes del Heavy Metal, con múltiples influencias que van desde Ozzy / Black Sabbath, Saxon o Manilla Road, aunque su sonido también recuerde a bandas más actuales como Eternal Champion, algo que se hacía especialmente patente en sus trabajos de estudio, con Jaume Vilanova en las voces. Desde mayo, es Maria J Lladó quien ocupa dicho puesto, aportando tesituras más melódicas y menos épicas al sonido que, sin embargo, mantiene esos crudos y densos riffs y cadencias como algunas de sus principales señas de identidad.
Sons of Cult
Entramos con el primer tema, But not Me, ya finalizando, ante una sala que presentaba un aspecto bastante lastimero. A lo sumo, seríamos unas 30 personas. Pedimos unas birras, y nos acercamos al escenario, donde ya destacaba la inconfundible figura de Vicente Payá moviéndose de un lado a otro, pronunciando palabras de ánimo y elogiando al público valenciano, algo que nos ayudó a sumergirnos poco a poco en Here we are. En 2024 llegó su segundo trabajo, un EP que continuaba por la senda sonora del primero. Desolation es el tema que le da nombre, con guitarras muy tochas, riffs que me recordaron a las de Axel Rudi Pell en algunos momentos, y una batería constante y movidita a cargo de Jordi Segura. Este, junto a su compañera al bajo Vicky Offidani, intentó que no fallara el colchón rítmico en ningún momento. Vicente pasaba de uno a otro de sus compañeros, siempre desprendiendo carisma, calidez, experiencia a raudales, y porte escénico, continuos movimientos y headbanging que contrastaban con el estatismo de la mayoría de los músicos. I Wanna Go Out, una de las más pegadizas y coreables del repertorio, fue también uno de los trabajos mejor resueltos de María, aunque con todo respeto, su estilo me resultó un pelín lineal durante algunas partes. Cada vez se soltaba más sobre el escenario, y entre ella y Vicente, se cargaban a espaldas el papel de comunicarse con su público.
Este último, a pesar de ser escaso, iba respondiendo a su constante simpatía. Fighters, algo típica, estuvo dirigida contra todos aquellos que nos quieren joder, algo siempre necesario. Un tema que abre su primer “Back to the Beginning”, y que define por sí solo las cualidades del sonido de la banda, con batería terca, y riffs densos y heavys. Los coros de Vicente sonaron realmente bien en ciertas partes. Continuaban destacando esos riffs en The Farewell Song, que rápidamente asociamos al Holy Diver, y no por casualidad, ya que este tema consiste en un homenaje (que no un cover) al pequeño gran astro de la voz, al inmortal Ronnie J. Dio. Algún pequeño problemilla técnico les persiguió durante casi todo el concierto, cortando en exceso el ritmo, que intentaron llenar con palabras de agradecimiento y presentaciones de temas, como el siguiente Now It’s my Turn. María se dejaba llevar por el ritmo, ya muy metida en su papel, cantando mejor que nunca. El punto y final lo puso toda una oda a su (y nuestra) música, The Power of Music. Payá continuaba adelante con gran entusiasmo, aunque la mayor parte de los solos quedaban a cargo de Dan García, quien sin ser realmente espectacular, los ejecutó con más o menos solvencia y buen tacto. Tras ese agudo grito final de María, dándolo ya todo, la banda nos invitó a acercarnos para echarnos unas fotos con ellos. Tuvieron una labor difícil, lidiar con una sala prácticamente vacía, y un sonido que no fue bueno, pero dieron un concierto correcto que supo mantenernos al pie del cañón. Creo que en un futuro, con un mayor trabajo y dedicación compositiva, pueden subir varios escalones.
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Me acerqué a darles la enhorabuena, y acto seguido, salí junto a mis colegas a tomar el aire… y la lluvia. Se había quedado una noche fría y húmeda, así que nos resguardamos en la entrada contigua a echar un pitillo, encontrándonos con varias caras conocidas y charlando mientras dio tiempo. Y ya podíamos aprovechar para relajarnos, ya… porque lo que vendría a continuación, iba a dejarnos los huesos molidos. Visto el éxito del concierto… no necesitábamos correr demasiado para pillar un buen sitio en la sala, pero aun así, tampoco apuramos el inicio.
Helstar
Algunos de los músicos y pipas ya deambulaban por el escenario, y no tendríamos que esperar mucho hasta la salida estelar del gran James Rivera, y con él, el inicio de la tormenta. No iban a andarse con bromitas estos Helstar. El primer envite, The Devil’s Masquerade, hacía los honores a su último disco (homónimo). Fue tan solo un ‘pequeño’ aviso, con una enérgica apertura por parte del batería Alex Erhardt, y acercamientos constantes y provocativos por parte de James, que túnica en ristre, ejerció de maestro de ceremonias en todo momento. Un solazo de Alan DeLeon Jr. con el pie sobre el monitor nos dejó pasmados, y empalmaron esta última, sin tiempo a pestañear, con Evil Reign. Que James estaba en un estado espléndido de voz, saltó a la vista en ella, con gritos altísimos, amén de headbanging e incitaciones al desmadre por su parte. Un tema en el que coreamos a tope la melodía de las guitarras, y es que, aunque éramos muy pocos, también estábamos muy entregados. Primera, de muchas veces, que pudimos ver a Alan DeLeon Jr. y al mítico Larry Barragán pegados al frente de escenario. Seguían los cánticos bien altos en The King is Dead, y la temperatura subiendo exponencialmente.
Alex Erhardt se flipaba a lo bestia tras sus parches mientras, ante los ‘eh eh’ constantes del respetable, James clavaba el tema, grito final incluido. Siempre tirando de su gran carisma y simpatía, el frontman nos dedicaba incluso unas palabras en castellano (‘¡yo quiero tu sangre!’), antes de darle cera de la buena a Carcass for a King, también de su nuevo disco. Aunque esas armonías de guitarras sí supieron a gloria, el concierto tuvo muchos altibajos en cuanto a sonido, y por desgracia, en ningún momento llegó a ser bueno. Eso tampoco nos impidió disfrutar como animales de los espectaculares solos de Alan, de los agudos de James, o de la enorme contundencia de las bases rítmicas, que volvían a desbocarse en Fall of Dominion, claramente una de mis favoritas del setlist. Sobre todo la última parte fue brutal, siempre desprendiendo ese aroma de Heavy Metal clásico, cañero y potentísimo. Lástima que el sonido restase tanta claridad a cada elemento… pero ni el aluvión de caña ni los coreos cesaron. Una vez más, ese mano a mano entre Alan y Larry nos envalentonó de lo lindo, y esos fogonazos vocales del cantante iban en aumento para desembocar en el siguiente movimiento, King of Hell, tras unas palabras en español por parte de Larry.
Con su pesada cadencia, sus implacables riffs, la pequeña ‘salida’ de bajo, y la aplastante muralla sónica que intimidaba desde la batería, nos dejó el cuello echando humo. Desde la banda nos hablaban sobre cómo estaba yendo esta última parte de la gira, recordando las fechas restantes. Si hubo un tema que nos dio un relativo momento de respiro, ese fue Black Wings of Solitude. Desde los arpegios limpios por parte de Larry, hasta el tremendo feeling en las voces de James (aunque también salió algún que otro gallo, jeje), nos cautivó hasta los huesos. También disfruté mucho viendo al esloveno Matej Susnik, bajista conocido en el seno de la banda, y sustituto temporal de Garrick Smith. Aunque mantuvo una discreta posición, su fluidez y elegancia a la hora de tocar acordes y dibujos, y su indiscutible técnica, fueron más que notables. Junto al cambio de Michael Lewis por Alex Erhardt, estuvimos ante una formación que dista mucho de ser la clásica / habitual, pero no se puede negar que funcionó como un tiro. Volviendo a elevar considerablemente el ritmo, To Sleep, Perchance To Scream del “Nosferatu” fue carta ganadora. Los cambios de ritmos fueron muy bien llevados, los pepinazos de Alex retumbaban en la sala, y en las guitarras, un trabajo formidable.
Alan DeLeon Jr. toca como un verdadero diablo, y no solo eso, domina a la perfección el espacio, se asoma a nosotros, y se retuerce como si estuviese poseído, pulsando sus notas a mil kilómetros por segundo. Uno de los músicos más espectaculares que vimos esa noche. Apasionado y siempre teatral, James -‘el vampiro de Houston’- Rivera seguía copando la parte delantera del escenario, haciendo una verdadera demostración de fuerza vocal en Seek Out Your Sins, con una presencia y actitud incontestables. Otro ejemplo, también, de lo bien recibidos que eran los cortes de su “The Devil's Masquerade”, un disco que me ha gustado mucho en lo personal. Y por si fuese poco, la empalmaban literalmente con Pandemonium, un aluvión de pura tralla, petadísima de doble bombo, y unas flipadas de Alan DeLeon Jr. en primera fila que se salían de la gráfica. Parecía que el sonido se iba aclarando un poco (o esa impresión me dio). Con sus constantes gestos y actitud, James nos iba conquistando, mostrándose siempre muy cercano pero feroz e incansable a la hora de lanzar sus chillidos, como hizo en Black Cathedral, uno de sus mayores momentos de lucimiento. Ah, y también enlazada casi del tirón. Hacía mucho tiempo que no vivía tan intensamente un concierto de Heavy Metal como el de aquel viernes. Estaban imparables, y lo que quedaba por llegar… agüita.
Nos llevaban de nuevo hasta su “Nosferatu”, y aunque seguíamos siendo pocos, se había formado un ambiente de la hostia. Y eso, a la fuerza, es consecuencia directa de un conciertazo. En este punto, Baptized in Blood causó estragos, con las primeras filas muy subida de humos, algo a lo que contribuían las constantes palmas y peticiones del vocalista. Con coros muy sólidos y potentes por parte de Larry, fue el inicio de una recta final acojonante, donde cada tema triunfó más que el anterior. En el inicio de Run with the Pack, James aprovechaba para presentar a sus compañeros, hasta que el demoledor doble bombo de Alex, y el desquiciante shredding de Alan le pincharon fuego a todo. En medio de aquella acalorada, entre cánticos y vítores, todavía nos regalarían un último trallazo que estaba fuera del setlist, aunque no podía faltar de ninguna manera: Burning Star, con lo que ya podéis imaginar que el final fue de órdago: headbanging, puños en alto, voceos, y hasta algún empujón que otro, mientras James nos obsequiaba con sus últimos y estremecedores alaridos.
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Comentando la jugada a posteriori, la opinión fue unánime: bolazo del copón. Un privilegio el haber podido verles y no solo rememorar, sino quedarme con una mejor impresión todavía de la que ya tenía de ellos en directo. Pero al mismo tiempo, que una pedazo de banda de su nivel no haya logrado congregar más de 50 personas… da para mucho que reflexionar, sobre todo, cuando no había conciertos más potentes alrededor, ni la entrada era especialmente cara. En fin, quienes no fueron, se lo perdieron. Suena a obviedad, pero os aseguro que en este caso, es mucho decir.
Saludos a toda la peña, y en especial, a Aitor y Pablo a quienes agradezco desde aquí el viaje y la inestimable compañía.
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